¿Necesitan todos los jóvenes una educación universitaria?
Tony Wagner
¿Necesitan todos los jóvenes una educación universitaria?
Tony Wagner
Doctor en Educación
Creando oportunidades
¿Cómo preparamos a los jóvenes para la innovación?
Tony Wagner Doctor en Educación
Tony Wagner
Es una figura mundialmente reconocida en educación. Tony Wagner ha ocupado diferentes cargos en la Universidad de Harvard durante más de veinte años donde dirigió el Laboratorio de Innovación. Siempre vinculado a la educación, también ha ejercido como maestro de escuela secundaria y profesor universitario.
En la actualidad, Wagner es el principal investigador del Instituto de Políticas de Aprendizaje de los Estados Unidos. Asimismo participa como divulgador educativo en conferencias internacionales y es autor de libros como "Creando innovadores: la formación de los jóvenes que cambiarán el mundo" o "Preparando a nuestros jóvenes para la era de la innovación".
Para Wagner, el gran desafío es proporcionar a los jóvenes opciones para que puedan experimentar y colaborar. “Estar preparado para la era de la innovación requiere que los jóvenes aprendan a trabajar de forma colaborativa, que aprendan a pensar de forma crítica, a comunicarse de forma efectiva y resolver problemas de forma creativa”. El experto educativo se pregunta por qué seguimos inculcando a los jóvenes que todos tienen que cursar enseñanzas superiores: “Hay que preparar a los jóvenes para ser ciudadanos activos e informados”, defiende Wagner.
Transcripción
Podríamos mencionar otras características: la voluntad de tomar la iniciativa, la habilidad de correr riesgos calculados, de valorar y evaluar. Todas son habilidades esenciales para la era de la innovación. Distan mucho de la economía del conocimiento de la era industrial. El otro desafío que has mencionado es la juventud actual. Esa es mi mayor preocupación. No tengo ninguna respuesta fácil. Yo creo que los jóvenes son cada vez más adictos a la tecnología. La tecnología del smartphone es un arma de doble filo. Por un lado, proporciona acceso a la información. Los niños pueden hacer preguntas y encontrar las respuestas sin necesidad de que un profesor o un padre les diga las respuestas o les quite la pregunta de la cabeza. Lo malo es que, en especial las redes sociales, están teniendo un efecto cada vez más perjudicial sobre los jóvenes. Y me preocupa muchísimo que nosotros, como adultos… Que no siempre somos un buen modelo a seguir, por cierto. Nosotros, como adultos, como padres, como ciudadanos concienciados y como profesores, ya va siendo hora de que tengamos una charla sobre el papel que juega la tecnología en las vidas de los jóvenes.
La contradicción número tres es la cultura de las aulas tradicionales. Se basan en la obediencia, en que haya una persona que tiene todas las respuestas, y tú solo tienes que sentarte y asimilar la información. Pero la cultura de la era de la innovación requiere tomar la iniciativa, requiere que cuestiones a la autoridad, que cuestiones el conocimiento que recibes. Y, sobre todo, en las aulas donde aprendes a resolver problemas de forma creativa, el profesor o profesora adoptan un papel muy diferente. Su papel es el de preparador y mentor. No es un mero facilitador, es mucho más que eso.
Las contradicciones cuatro y cinco son las que suponen un mayor desafío. La contradicción número cuatro es una palabra muy fea. No, no es una palabrota, me refiero a la palabra «fracaso». Es lo peor que puede pasar. El mayor miedo que tienen los jóvenes en la escuela. Y muchos seguimos teniendo pesadillas al respecto cuando somos adultos, ¿verdad? El problema es el siguiente: el miedo al fracaso genera una sensación de aversión hacia el riesgo en las escuelas, tanto para los profesores como para los alumnos. Pero la era de la innovación exige que aprendas a correr riesgos, que cometas errores, y que aprendas a fracasar. Las empresas hablan de fracasar rápido, fracasar de forma inteligente, fracasar para avanzar… Son distintas formas de aprender mediante el ensayo y error. No solo en la era de la innovación se aprende mediante ensayo y error. Si nos fijamos en cómo la mayoría de nosotros hemos aprendido nuestras habilidades más importantes, ha sido mediante el ensayo y error. ¿Cómo aprendimos a hablar? ¿Cómo aprendimos a andar? ¿Y si les dijéramos a los niños: «Lo siento, no puedes montar en bicicleta porque sabemos que te caerás y te rasparás las rodillas, y no podemos permitir que corras ese riesgo porque a lo mejor fracasas»?
Ese es el desafío. En el mundo que hemos creado, los padres y los hijos tienen mucho miedo. En último lugar, hay una contradicción en los incentivos para el aprendizaje, en la motivación. A menudo fomentamos el aprendizaje con el palo y la zanahoria, con premios y castigos. Las calificaciones son el ejemplo más destacable. Pero en la era de la innovación, lo que yo veo en los jóvenes de todo el mundo, es que están muchísimo más automotivados. Dan lo mejor de sí cuando el trabajo merece la pena. Quieren trabajos en los que puedan contribuir y marcar la diferencia. En resumen, estas cinco contradicciones definen los desafíos fundamentales a los que nos enfrentamos a la hora de reinventar la educación para adaptarla a la era de la innovación. Mucha gente habla de «reforma educativa», como si fuera tan sencillo como reformar un sistema que se ha desviado un poco. No, ese no es el problema, es algo de una envergadura mucho mayor y, en opinión, mucho más interesante que simplemente reformar el viejo sistema: tenemos que crear un sistema nuevo.
En primer lugar, el pensamiento crítico y la resolución creativa de problemas. El mundo pide cada vez más que seas capaz de plantear buenas preguntas para resolver grandes problemas. Muchos piensan que se trata solo de resolver problemas, pero en realidad se trata de identificar problemas. Ahí es donde entra en juego la habilidad de plantear buenas preguntas. En segundo lugar, la colaboración entre distintas redes y el liderazgo por influencia. Tercero: para triunfar en el mundo actual, hay que ser ágil y versátil. Cuarto: iniciativa emprendedora. Quinto: comunicarse oralmente y por escrito de forma eficaz. Sexto: acceder y analizar información. Y por último: curiosidad e imaginación.
Respondiendo a tu pregunta de cómo veo ahora estas destrezas, cómo las ve el mundo… En primer lugar, la respuesta fue abrumadora. Yo escribí el libro y pensé: «Estaría bien vender unos cuantos ejemplares y que me inviten a dar alguna charla». Pero ciento cincuenta mil ejemplares después, el libro sigue vendiéndose bien. Y la gente sigue diciéndome: «Estas son justo las destrezas que hacen falta». Hace un par de meses, el Foro Económico Mundial publicó un artículo sobre las siete destrezas de supervivencia, una década después, es sorprendente. Me parece obvio que hay un conjunto de competencias que cada uno llama de una forma, y muchas coinciden. Pero parece que las siete destrezas de supervivencia capturan la esencia para mucha gente.
¿Cómo las veo yo en la actualidad? En primer lugar, yo creo que no dejé muy clara la diferencia entre destrezas y actitudes. La comunicación es una destreza. Y la habilidad de tomar la iniciativa es una actitud. O más importante aún: la curiosidad. La curiosidad no es una destreza, es una actitud. Eso ante todo, lo habría refinado un poco. Pero no cambiaría la lista, quizá la dividiría en dos. Y lo segundo es un error más grave por mi parte, o una omisión más bien: no mencioné nada sobre los valores. La razón es que estaba hablando de las nuevas destrezas que todos los estudiantes necesitarían en el siglo veintiuno. Los valores no son nuevos, tienen dos mil años de antigüedad. Por eso pensé: «Bueno, esto no es nuevo, la ética humanista y de los valores fundamentales va a seguir desarrollándose». Pero no, creo que cometí un error al no mencionarlos de forma explícita. Porque en la actualidad puedes tener destrezas, puedes tener actitudes, pero sin un marco ético de referencia, estás perdido.
Te pondré un ejemplo. Algo que se ve continuamente en un montón de planes de estudios es que hay que aprenderse la tabla periódica para la clase de Química. Tú eres una joven con muchos estudios, tienes hasta un doctorado en Biología. Dime, ¿cuántos elementos hay en la tabla periódica?
Ahora hablemos de una destreza. Hablemos de comprender y ser capaz de aplicar el método científico. No hay examen para eso. No hay examen para la capacidad de un joven de formular una hipótesis, diseñar una prueba para medir y evaluar esa hipótesis, analizar el resultado y presentar y defender sus conclusiones. ¿Por qué no es algo necesario para sacarse el título de secundaria? ¿Por qué memorizar cosas para un examen? Pongamos exámenes para los que valga la pena enseñar.
Los legisladores deberían volver a la escuela. Y deberían hacerlo junto a los grandes empresarios. La primera tanda de reformas educativas, en casi todos los países, tuvo lugar hace dos décadas porque los grandes empresarios dijeron: «Los estudiantes salen muy poco preparados para trabajar en el siglo veintiuno». El problema es que los grandes empresarios promovieron cambios junto a los legisladores, lo lograron, pero desde entonces están muy callados en público. Pero en privado, si hablas con grandes empresarios de todo el mundo y les preguntas si están satisfechos con el resultado del sistema educativo, te dicen que todo sigue igual que hace veinte años. No ha mejorado nada en absoluto. Informes como el de PISA lo corroboran. El Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos nos muestra que en casi todos los países, las destrezas lingüísticas y matemáticas no han mejorado de forma significativa.
Mi consejo para los profesores es el siguiente. No hace falta pedir permiso, ni tampoco hace falta pedir perdón. Que reserven un tiempo en clase, puede ser al final de la semana o puede ser al final del semestre, en el que inviten a sus alumnos a perseguir sus intereses, a que planteen sus propias preguntas. Que les hagan escribir un diario de preguntas donde escriban las preguntas o dudas que les preocupen. Y que se reúnan con ellos periódicamente y les digan: «Señálame la pregunta o duda que tengas siempre presente, lo que te preocupe, algo sobre lo que te apetezca realizar un proyecto». Todos podemos emplear un diez por ciento del plan de estudios, el diez por ciento de las clases, para ofrecer a los alumnos la oportunidad de ejercitar los músculos de la curiosidad y la autodisciplina. Eso seguramente sea lo más importante que aprendan en nuestras clases.
Había una mujer joven que a los siete años era artista, era lo único que le importaba. Con siete u ocho años se dedicaba a hacer dioramas, una especie de maquetas artísticas. El problema era que sus padres tenían formación médica. Su padre era médico y su madre era enfermera. Su padre me dijo que no sabía dibujar ni un palo. ¿Y qué iba a hacer? Tenía una hija que estaba llegando a la adolescencia y que quería dedicar todo su tiempo al arte. El padre y la madre estaban muy preocupados: «Madre mía, nuestra hija nunca tendrá un buen trabajo, se pasará viviendo en casa el resto de su vida porque será una artista muerta de hambre». Pero no se lo dijeron. ¿Qué hicieron? Transformaron un dormitorio libre en un estudio de arte para su hija. A pesar de todo, la apoyaron.
¿Y qué pasó? Envió solicitudes a las típicas escuelas de renombre a las que todos los niños quieren ir. Todas la rechazaron. Cogió su portfolio artístico a la Universidad Carnegie Mellon y la aceptaron allí mismo, con el portfolio en la mano. Y luego se matriculó en un curso sobre entornos de aprendizaje virtuales, entornos tridimensionales. Y se le prendió la mecha. Era justo la época del atentado del once de septiembre en Nueva York, cuando aún había incendios activos.
Como sabemos, mucha gente que fue ayudar, bomberos y otros, murieron ese día. A ella se le ocurrió crear una empresa que se dedicara a hacer simulaciones para entrenar a la gente que va a ayudar. No pueden meterse en edificios ardiendo de verdad en su entrenamiento, por eso creó esta empresa. Estábamos sumidos en una recesión. Le cuesta mantenerse a flote. Tiene quince empleados, ella tiene veintiuno o veintidós años, pero sigue manteniendo vivo el espíritu. Y entonces llega una empresa llamada Autodesk, la empresa de diseño por ordenador más importante del mundo, compran la empresa, la contratan a ella y a sus quince empleados, y a los veintiocho años ya era una alta directiva de Autodesk. Luego se fue a Google y ahora ha creado otra empresa. Esta es la historia de una joven artista muerta de hambre que, ¿sabes qué? ¡No pasa hambre! Y ha sabido aprovechar muy bien sus habilidades artísticas en la era de la innovación.
Para mí, el auténtico desafío es que los niños tengan opciones reales. Como hace Finlandia. Es el único país que puedo decir que hace todo bien a la hora de preparar a los niños para la era de la innovación. Todo empezó con una crisis. Tenían una economía agrícola de bajo rendimiento basada en una sola cosa: los árboles. Los talaban como si no hubiera un mañana. Y tenían un sistema educativo mediocre. Así que hace cuarenta años, abrieron un debate nacional sobre cómo podría prosperar en el siglo veintiuno. Y decidieron que debían centrarse en el recurso que tenían además de los árboles: la mente y el talento de los jóvenes. Así que transformaron su sistema educativo. Y no empezaron con exámenes de mayor relevancia, como el resto de países, sino transformando la formación del profesorado. Ahora mismo, en la actualidad, la enseñanza es una de las profesiones más prestigiosas en Finlandia. Solo se acepta a uno de cada diez candidatos. En Finlandia no hay exámenes, los niños empiezan la escuela un año más tarde, tienen menos horas de clase al día, menos meses de clase al año, y casi no tienen deberes. Y a pesar de eso, su economía de innovación es una de las más prósperas, con los porcentajes más altos de investigación y desarrollo del mundo.
Lo interesante es que Finlandia ha demostrado lo que hace falta para estar preparado para la era de la innovación, y da opciones a los niños. Cuando tienen once años empiezan a reunirse unas pocas horas a la semana con su orientador. Tres años después, los jóvenes eligen entre un programa académico convencional que les lleva directamente a bachillerato, y un programa de educación técnica que les conduce directamente a un buen trabajo, y también a bachillerato. El cuarenta y cinco por ciento de los niños eligen el programa técnico. Casi la mitad. Porque les lleva directamente a un buen trabajo. Si muchos de nosotros no tenemos aspiraciones académicas, y no queremos ni necesitamos una educación universitaria. Entonces, ¿por qué seguimos diciéndoles a los niños que todo el mundo tiene que cursar enseñanzas superiores? Yo tengo un mantra: no hay que preparar a los niños para ir a la universidad, hay que prepararlos para la innovación.
Otro mensaje que les daría ambos es que tenemos que plantearnos poner límites a esto, al uso de estos dispositivos. Yo no creo en prohibirlos, que quede muy claro. No creo que se pueda prohibir nada, sabemos que eso no funciona. Pero en el modelo finlandés se enseña a la gente a saber cuándo, dónde y cómo usar estas tecnologías de una manera inteligente. Y se educa a la gente en la ética de las redes sociales. Cada vez oigo más historias de jóvenes de secundaria, adolescentes, sobre todo chicas, a quienes sus compañeros destrozan a través de las redes sociales. Y no creo que nos estemos tomando estos problemas lo suficientemente en serio. Y es algo que ni los padres ni los profesores pueden solucionar por su cuenta, sino que hace falta sentarse a hablar sobre el tema.
El último mensaje que me gustaría transmitir a ambos es: trabajad juntos para impulsar un sistema educativo que prepare de verdad a todos los jóvenes para el trabajo, para el aprendizaje, para ser ciudadanos activos y concienciados, y para formas activas de ocio en el siglo veintiuno. Necesitamos voces conjuntas que aboguen por un sistema educativo que permita que nuestros hijos y nuestra cultura prosperen y sobrevivan.