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“Necesitamos más compromiso y menos postureo ambiental”

Fernando Valladares

“Necesitamos más compromiso y menos postureo ambiental”

Fernando Valladares

Doctor en Biología


Creando oportunidades

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Fernando Valladares

“¿Estamos a tiempo para recuperar el planeta? Siempre se está a tiempo para algo. Lo que hagamos hoy quizá tardemos 10 o 20 años en ver los efectos, como el cambio climático. Pero hay que confiar en hacer bien las cosas hoy, aunque no veamos resultados a corto plazo”. Con un mensaje esperanzador y optimista, Fernando Valladares recuerda los posibles escenarios a los que se enfrenta la humanidad en su relación con la naturaleza y el medio ambiente, que desarrolla en su reciente libro ‘La recivilización’.
Valladares es doctor en Ciencias Biológicas, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, con más de 30 años de experiencia en la investigación de los efectos del cambio global en los ecosistemas terrestres y las opciones para una recuperación biológica. Su trabajo —recogido en más de 300 artículos científicos y publicaciones como ‘¿El final de las estaciones? Razones para la rebelión de la ciencia y el decrecimiento’ y ‘La salud planetaria’— ha sido reconocido con el Premio Planet Earth Award 2024 de la Alianza de Científicos Mundiales (AWS), Premio Jaume I en la categoría de Protección del Medio Ambiente 2021 y Premio de Comunicación Ambiental 2021 de la Fundación BBVA, entre otros galardones. En la actualidad, el doctor Valladares dirige el grupo de Ecología y Cambio Global en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y continúa su labor divulgadora con presencia habitual en programas de radio y televisión, prensa escrita y conferencias.


Transcripción

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Fernando Valladares. Hola. Me voy a presentar para que lo que hablemos a continuación tenga algo más de sentido, que sepáis quién ha generado esas ideas y cómo hemos llegado a esos temas que abordaremos con vuestra ayuda. Soy Fernando Valladares, científico del CSIC, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y profesor de Ecología en la Universidad Rey Juan Carlos, en Madrid. Yo nací hace más de medio siglo y desde siempre he estado entusiasmado por los bichos y las plantas. ¿Cómo llegué a eso? Puede ser curioso. La verdad es que las primeras imágenes que tengo en realidad no las recuerdo yo. Vienen de una fotografía de cuando yo todavía tenía pañales, pero ya era capaz de caminar y tenía una gallina en la mano, que era más grande que yo. Y esto ya me daba una idea, es decir, yo no le tenía demasiado miedo a ese pajarraco, y de alguna manera ilustraba esa curiosidad que tenía por los bichos y las plantas. Quizá con seis, siete años ya me hice con unos prismáticos, que eran también más pesados y más grandes que yo, y siempre andaba persiguiendo a los bichos, que era lo que más llama la atención a un niño. Pero también les miraba los pétalos a las plantas y decía: «Uy, qué colores, qué vivos son estos pigmentos». Me fascinaban los pájaros porque vuelan. Eso me parecía increíble. ¿Cómo se puede volar? Y me sigue fascinando. De hecho, una de mis aficiones son las cometas. Me sorprende que un pedazo de tela pueda subir a 300 metros. Y me fijaba en los animales, esas adaptaciones… A medida que iba entrando en el instituto, pues los profesores te contaban historias de la evolución y me parecía increíble que se hubiera llegado a diseños tan afinados con el medio ambiente. En esa fase en la que somos todos muy influenciables, yo tuve algún maestro, algún profesor que me inoculó alguna pieza de conocimiento de biología que terminó todavía de meterme más en el asunto.

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Pero tuve las circunstancias que vivimos muchos en nuestra generación de tener en nuestro entorno a dos o tres grandes divulgadores de la naturaleza. Muchos y muchas quizá hayáis oído hablar de Félix Rodríguez de la Fuente, que en España hay un antes y un después en la biología, en la naturaleza, en el medio ambiente. Tiene reconocimientos, calles y menciones en muchos sitios. Y esta persona era magnética. Yo recuerdo con… No sé, lo empezaría a ver… Tendría 12 años. Y te quedabas embelesado mirando la televisión, no solo por lo que mostraban los documentales de naturaleza, sino por él mismo, el magnetismo personal que tenía, esa fascinación que tenía por los animales y las plantas y los ecosistemas y la Tierra. Y tenía una forma de narrar que se hacía un silencio en casa cuando Félix hablaba en la televisión. También estaba Jacques Cousteau, en los océanos, estaba David Attenborough, que en aquel entonces era un poco estirado, pero que ahora es una persona muy mayor y muy entrañable y muy sabedora. O Jane Goodall, que también quizá muchos conozcáis, con sus chimpancés. Imaginarse a una mujer en África, con 25 años, hace medio siglo, rodeada de chimpancés, que son unos animales simpáticos, pero son grandes y hacen cosas, y dices: «Qué valor tenía». Y luego los estudios que fue alcanzando, entendiendo mil cosas de cómo se organizaban, la complejidad social de los chimpancés. De pronto te asomabas a unos organismos que se parecían a nosotros, que eran diferentes en un 0,1 % de la genética, pero que eso cambiaba mucho la pinta y muchas de las cosas que hacen, y era fascinante. Y de la mano de personas uno ha ido llegando a comprender mejor la naturaleza y en muchos casos a comprenderse a uno mismo y a entender por qué le fascinan las cosas. Esto se fue derivando, a medida que cumplía años, en estudios, y tenía muy claro que yo quería ser biólogo.

“Necesitamos más compromiso y menos postureo ambiental”. Fernando Valladares
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“Mi fascinación por la naturaleza me llevó a profundizar en un tema que se convirtió en profesión”

Fernando Valladares

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En mi familia decían: «Pero es que la Biología no sirve para nada». En aquel entonces, sobre todo. Y yo: «Bueno, no sé si sirve, pero a mí es lo que me gusta». Y realmente haciendo lo que me gustaba lo hacía muy bien, sin demasiado esfuerzo. Tuve esa suerte de entender lo que me gustaba, y hay cosas que a lo mejor a otros compañeros en la facultad, por ejemplo, les costaba mucho aprender y a mí, como me fascinaba, me aprendía las 300 especies de aves que nidificaban en la península porque quería saberlas, distinguir el carbonero garrapinos del carbonero común, cosa que algunos tenían que… «¿Cuál era el que era amarillo y el que era negro? ¿El garrapinos o el común?». Y yo lo anotaba en el cuaderno y, si se me olvidaba, iba en el metro recordándolo. Es esa fascinación que me fue llevando a enfocar y a profundizar en un tema que luego por suerte lo pude hacer como una profesión. Me metí a hacer la tesis, a investigar… En aquel entonces estudiaba unos organismos muy humildes que eran los líquenes, que mucha gente decía: «¿Y eso para qué sirve?». Si yo ya como biólogo no servía para nada, estudiando líquenes decían: «Pero ¿tú estás seguro de que estás haciendo algo importante o útil?». Y yo: «No lo sé». Pero, burla burlando, la ciencia te puede abrir oportunidades. A mí me abrió la oportunidad de ir a la Antártida y fui cuatro veces con esta tontería de los líquenes, porque en la Antártida, como en algunas otras zonas frías o en alta montaña, los líquenes son importantes. Es lo que domina el paisaje, es prácticamente lo único vivo que se ve a simple vista si no te metes en el mar o si no miras con una lupa. Así que ahí tenía sentido saber algo de líquenes, y a lo tonto me fui a la Antártida, que fue toda una experiencia. Imaginaos, con 24, 25, 27 años, estar entre hielos y ver ballenas. Yo no me lo podía creer, me tenía que pellizcar para decir «estoy aquí».
Eso sí, en el barco me mareaba. Y no todo es, digamos, de luz y de color y todo fantástico. Hay momentos duros en lo físico, en lo psíquico. Luego tienes que defender una tesis, tienes que publicar muchas cosas. A veces se hace cuesta arriba. Siempre se cuenta la parte más bonita, pero indudablemente esa es la parte que te ha ido empujando a pasar los momentos más difíciles en tu formación. Y luego me adentré en la investigación, después de la tesis, viendo un poco el panorama, y otra vez más la ciencia me abrió a otro ecosistema, a otra gente y a otras cosas. Me fui a California a estudiar cosas relacionadas con el bosque mediterráneo, pero de allí, y entré en contacto con un proyecto en el trópico. Y yo, claro, diciendo: «Ostras, el trópico, que maravilla. Si pudiera ir al trópico…». Aunque yo venía a estudiar cosas mediterráneas, el trópico me llamaba porque es un sitio, como biólogo, de biodiversidad, de cosas muy variadas. Y digo: «¿Cómo puedo ir yo al trópico?». «Pues tenemos ahora una ocasión, hay un presupuesto, te podemos contratar, vamos para allí». Reorienté un poco mi investigación y durante tres o cuatro años estuve en el canal de Panamá, en una estación biológica de la institución Smithsonian, estudiando todo tipo de cosas y sobre todo aprendiendo de los que estábamos allí. Vino un equipo de National Geographic y yo allí mirando. Vino un escritor, Ken Follett, igual os sonará, un escritor de «best sellers», a inspirarse para su novela. Y por allí iba pasando gente fantástica y aprendiendo cosas y yo diciendo: «Guau, cuando lo cuente esto en casa». Y lo pasaba fenomenal. También curraba un montón, pero es ese trabajo que haces con mucha motivación. Y, luego, después de esas etapas de formación, de viajes de aquí, de allá, me tocó batir el cobre, conseguir un puesto en unas oposiciones, y conseguí una plaza de investigador en el CSIC, donde estoy ahora actualmente. Y eso me abrió a otro mundo. Ya estabilizaba mi posición económica, pude tener familia, pude decir: «A ver, ¿cómo nos organizamos?».

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Seguí con esa pasión por la naturaleza, seguí haciendo cosas que me gustaban y fue entrando en mi vida un poco de burocracia, un poco de papeleo, un poco de… Ya no podía pasar tantas horas en el campo, que era lo que me gustaba. Pero sin embargo podía empezar a dirigir un grupo y a tener a gente que abriera líneas y compensara el tiempo que yo no puedo dedicar y que incluso abriera la genética, técnicas para las que a lo mejor a mí ya no me daba la vida. Y eso fue enriqueciéndome, haciendo un grupo, creando, educando, formando, dirigiendo tesis y abriendo a través de otros preguntas. Preguntas que en ciencia… ¿Por qué la ciencia se representa como un árbol, y el propio CSIC, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tiene como símbolo un árbol? Porque las preguntas se van ramificando. Una pregunta te lleva a otra, luego a otra, luego a otra, luego a otra. Si las representas, las preguntas son como un árbol. Así que, cuando tienes la posibilidad de ir consolidando un grupo, colaborando, pues se te va ramificando. Tú empiezas preguntando una cosa y acabas abordando esto, lo otro… De forma oportunista, aprovechas la colaboración con alguien o una financiación para otra cosa. Y esa puede ser la tercera fase, en la que ya empiezas a tener experiencia, en la que ya has publicado muchos artículos y has hecho muchas investigaciones, y entonces empiezas a consolidar colaboraciones. Y fue mi etapa de colaboración en Europa, ya sin viajar tan exóticamente. En proyectos europeos nos preguntábamos cosas de… ¿Cómo funcionan los bosques europeos? ¿Son iguales en el sur que en el norte? Un bosque de encinas, un bosque de hayas, ¿qué tienen en común? ¿Qué no tienen en común? ¿Cuál es el papel de la diversidad biológica en esos bosques? ¿Cómo están de amenazados por las actividades humanas? ¿El cambio climático afecta a los bosques europeos?

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Este tipo de preguntas las íbamos abordando en este ámbito de colaboración muy enriquecedor, un ámbito en el que había un experto en mariposas, otro experto en lombrices, otro experto en fotosíntesis. Y vamos entendiendo una cosa compleja como es un ecosistema lleno de especies y de procesos y de cosas, combinando técnicas y experiencias de gentes y de equipos muy distintos. Nos juntábamos periódicamente. Enlazamos varios proyectos. Habremos estado 10 o 15 años enlazando un proyecto con otro, abordando los bosques europeos. Y, sin ser muchas veces tan exóticos como la Antártida o tan exóticos como el bosque tropical, con monos aulladores y con 50 especies de murciélagos que comían frutos o que comían peces y que hacían cosas muy exóticas, los bosques europeos… Poner el «zoom» y las preguntas a cosas que a veces están muy cerca y no las has atendido se convertía en algo igual o más fascinante. Así que en los últimos años, después de estar 30 o 35 años dedicándome a todas esas cosas, fui constatando, como os podéis imaginar, que las cosas no están del todo bien, que el cambio climático estropea muchas cosas, que la biodiversidad está amenazada, que hay contaminación, que hay especies exóticas… Y toda esa emoción que yo tenía de pequeño se iba enturbiando un poco por comprobar, por medir, por tomar datos de cómo algunos ecosistemas, cómo algunas situaciones no estaban bien. Así que en esa última fase en la que más o menos estoy ahora, en la que combino investigación, he ido metiendo cada vez más algo que también es muy interesante y muy reconfortante, que es comunicar, explicar, entrar en contacto con la sociedad para decirle lo maravillosa que es la naturaleza, pero también los riesgos que estamos corriendo nosotros por ponernos de espaldas a la naturaleza, por no prestarle atención o conservarla.

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Cómo eso repercute en nuestra salud, cómo eso repercute en el bienestar, en la prosperidad, cómo nos puede abrir o no o cerrar determinados futuros. Precisamente algo que empezó siendo algo como que un niño se quedaba fascinado con la variedad de caracoles que había en un jardín. Y después empiezas a entender cómo funciona el planeta y lo vulnerable que es el ser humano a que no funcione esa capa finita de la vida que es la biosfera. En realidad, del planeta, la capa de la vida, la biosfera, es nada, es una capa muy tenue, y en esa capa se dan las condiciones para que estén muchas especies, nosotros mismos, y no somos conscientes de lo vulnerables que somos a cambios en esa capa de la vida. Si hay más oxígeno, menos oxígeno, si la temperatura, el agua, los alimentos no están en los ritmos, en las proporciones adecuadas, nosotros mismos somos los primeros en sufrirlo. Eso te lleva a revisitar cómo era la relación de pueblos que no tenían un Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que no tenían una formación en biología o en ecología y que tenían otra relación con la naturaleza. Y esto es la fase en la que me encuentro, intentando contar a la gente lo que hacemos y lo que no deberíamos, o sí deberíamos hacer con los animales y las plantas para llevarnos bien y para que funcionen los ecosistemas y para que seamos sanos y felices. Empiezas a mirar a otras culturas, empiezas a mirar a otras formas de relacionarte con la naturaleza como ejemplos de «esto podría ser diferente». ¿Por qué no lo hacemos diferente? ¿Por qué no rebobinamos? ¿Qué podemos hacer para rebobinar? Y esto es en lo que estoy ahora, intentando entender cómo contarle a la gente, cómo explicar no solo la maravilla de la naturaleza y también las amenazas que sufren los ecosistemas, sino las ventajas o lo estupendo que sería que hiciéramos las cosas algo diferentes, que nos relacionáramos con la naturaleza de otra manera.

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Y no necesitas tener, digamos, una revelación cósmica o abrazar un árbol o enamorarte de una orquídea, que también puede ser. Pero sí entender todo lo que podemos ganar, de estabilidad, de salud, de tranquilidad, en una relación diferente con la naturaleza. Y eso, por supuesto, tendría mayor posibilidad de que el planeta continuara, de que realmente estableciéramos una civilización, una sociedad sostenible en el tiempo. Y a los jóvenes siempre me gusta decirles… Primero, pedirles disculpas por habernos cargado prácticamente la mitad de la Tierra. Lo siento, no la he roto toda yo, pero soy de las generaciones… Hay cuatro o cinco grandes generaciones que en el siglo XX han contribuido al deterioro profundo de la mitad de la Tierra, aproximadamente. Pido disculpas por dejaros el planeta en este estado. Pero, por otro lado, me ofrezco no solo a explicar cómo hemos llegado hasta aquí, sino que me ofrezco a ver cómo podemos trabajar en la otra mitad para que esté bien y para que nos haga sanos y felices. Así que a los jóvenes les quiero siempre transmitir, por un lado, la vergüenza por haber hecho tan mal las cosas… También reconocer el trato muy injusto con el que a veces nos referimos a los jóvenes, como si todos los jóvenes fueran iguales y fuera una caja de jóvenes, que todos piensan igual. ¿Todos son iguales? Pues no. Igual que hablamos de diversidad biológica y la apreciamos cada vez más, sabemos lo importante que es la diversidad biológica. Viva la diversidad en todos los aspectos y viva la diversidad de jóvenes, que unos hacen y tienen talentos para esto, para lo otro. Toda esa complementariedad de jóvenes no la podemos reducir a un cajón de «es que los jóvenes…».

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«Es que los jóvenes pasan», «es que a los jóvenes no les interesa», «es que fíjate en los jóvenes» o «aquí, jóvenes, tenéis el planeta». A ver, esto no creo que sea muy funcional hacerlo así y tampoco es muy respetuoso. Y yo intento rebobinar un poco nuestra actitud un poco prepotente de los que hemos venido con aires de superioridad a decir: «Nosotros somos los que sabemos». Los presidentes de los gobiernos, los directores grandísimos, los grandes científicos, la gente muy ilustrada, todos de 40, 50, 60, 70 años. Sí, pero hacemos las cosas con mucho margen de mejora, y ese margen de mejora tenemos primero que entenderlo y después ayudar a que ocurra, facilitar que ocurra en las nuevas generaciones, hacer realmente un pacto intergeneracional honesto, no simplemente decir «ay, el mundo que les dejamos a nuestros hijos» y no decir «oye, a tiempo presente, no hables del futuro. Hoy, ponte a hacer ya cosas para que el mundo en el que estamos sea mejor y nos sintamos todos sanos, felices y orgullosos de estar haciendo algo y habiendo identificado que tenemos un pequeño problema llamado cambio climático o que tenemos algunos problemas de contaminación, etcétera». Así que yo lo iría dejando un poco por aquí para que, con estas palabras, me hayáis conocido un poco, porque creo, como científico, que tan importante como la información es de dónde viene. En esta era en donde la información está a golpe de clic, es muy importante saber de dónde viene esa información, tener una visión un poco crítica. Pues ahora me podéis criticar. De alguna manera podéis decir: «Ah, claro, es que Fernando estaba muy influido por aquella gallina que cogió con seis años. Las cosas no son así». ¿De dónde viene la información de Fernando Valladares? Ahora la tenéis un poco más perfilada con esta introducción que he hecho, que espero que no os haya aburrido mucho. Y ahora es vuestro momento. Ahora es el momento en el que veamos qué os preocupa, qué os interesa y, al hilo de eso, vayamos tejiendo otras conversaciones.

“Necesitamos más compromiso y menos postureo ambiental”. Fernando Valladares
18:24
Leire. Hola, Fernando. Soy Leire. Hace poco la ONU afirmó que estábamos en guerra contra la naturaleza y deberíamos hacer las paces con ella. ¿Crees que esto es así?

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Fernando Valladares. Las Naciones Unidas emplean muchas veces, y sobre todo el actual secretario general, Guterres, un lenguaje bastante provocador que personalmente creo que es bastante necesario para despertar conciencias. Se apoyan en la ciencia. Mucho de lo que dice, yo diría que todo lo que dice, tiene una conexión con lo que la ciencia sabe o dice o propone. Pero el lenguaje es provocador y muy corto, precisamente, para que dé titulares que nos dejen pensando. El que estemos en guerra con la naturaleza es una forma de representar algo que, nos guste o no, es el día a día. La sobreexplotación de los recursos naturales. Nos quedamos sin agua porque la sacamos a más velocidad de lo que se regenera. Vemos la extinción de especies. Hay como un millón de especies que están contra las cuerdas. La mayoría de ellas no tienen ni nombre. No sabemos científicamente exactamente que especies son. Se calculan. Por eso es un millón, un número lleno de ceros. La ciencia estima que es de ese orden de especies las que están amenazadas. Podemos mirar la destrucción de hábitats. Bosques que son deforestados, que son talados árboles en unas cantidades tremendas. Esta relación es no solo insostenible, sino que, realmente, más parece efectivamente una guerra que una relación armoniosa. Cuando uno vive en contacto con la naturaleza, bien sea porque vive en una zona rural o bien porque su cultura le ha mantenido conectado con la naturaleza, es otra la forma en la que cuidas un árbol o en la que riegas una planta o en la que le das de comer a tu mascota. Esa relación que tiene un punto de cariño, de complicidad, de respeto, se pierde cuando convertimos a la naturaleza en un puro objeto que está a nuestro servicio.

20:32

Y yo creo que todo esto es lo que está encapsulado en una frase tan corta como que «estamos en guerra con la naturaleza». Pero yo diría más, no solo estamos en guerra con la naturaleza, estamos en guerra también con los demás y con nosotros mismos. Nuestro planteamiento, desde que nos levantamos, es muy bélico. El argumento, o sea, las propias frases que formulamos muchas veces emplean «ganar o perder», «convencer», «morir». Es una actitud muy defensiva u ofensiva, en lugar de ser más inclusiva, comprensiva, más empática. Y por ahí es por donde muchas veces pienso que tenemos margen de mejora, una mejora más holística, más real, más aterrizada a lo que somos. Somos naturaleza. ¿Cómo vamos a estar en guerra con la naturaleza, si somos naturaleza? En el último siglo, la sociedad ha ido derivando a un funcionamiento muy individual. Se premia al mejor alumno de la clase, pero no tenemos un premio análogo de una clase que ha funcionado orgánicamente. El premio a la coordinación, a la sociedad, a la sociabilidad. No estamos acostumbrados a premiar eso, cuando eso es lo más valioso. La prueba de que el ser humano es una especie social. Biológicamente hemos sido un primate que venimos de una evolución hacia la sociabilidad. Los primeros primates, los más primitivos, tenían grupos sociales reducidos, cinco o diez ejemplares. Los clanes, los grupos, las hordas, las manadas se iban organizando en grupos cada vez mayores, 20, 30, hasta que el «Homo sapiens» llegó hasta 160, que para lo que es un primate es mucha gente, pero nuestro cerebro se ha quedado un poco ahí. Esto tiene doble lectura. Por un lado, necesitamos a esas 160, 150, 180 personas, porque las necesitamos para abatir en su día, a lo mejor, a una gran pieza de fauna, un mamut. Pero también las necesitamos para realizarnos culturalmente, emocionalmente. Al final establecemos vínculos con todas esas personas, más estrechos o menos estrechos, y es donde nos realizamos. Una prueba de que incluso en el siglo XXI somos sociales es la oxitocina. La oxitocina es una especie de premio a la sociabilidad. Tú, cuando das un abrazo a alguien, cuando entras en contacto físico, desprendes, sin tú ser ni consciente, tu cuerpo libera unas mínimas cantidades de oxitocina que te hacen sentirte bien. Somos naturaleza. Estamos controlados por procesos físicos que son estupendos, que son maravillosos, que son el resultado de millones de años de evolución, que se han ido perfeccionando, refinando. Y renegamos de todo eso, renegamos de la naturaleza, renegamos de nuestra dimensión biológica, y eso es una gran pérdida. Ojalá reflexionemos y veamos todo lo que podemos ganar rebobinando.

23:26
Ainhoa. Hola, Fernando. Soy Ainhoa y me interesa bastante el medio ambiente y cómo estamos dejando la Tierra, sobre todo a la gente de nuestra edad. ¿Crees que tenemos tiempo para arreglarlo?

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Fernando Valladares. Bueno, la pregunta es… Es la pregunta. ¿Estamos a tiempo? Y yo quiero contestar esa pregunta de una forma muy clara y muy positiva. Siempre se está a tiempo para algo. Hay muchas trampas en el tiempo. Hay trampas en el tiempo porque hay procesos que van muy rápido y otros que van muy lento, por ejemplo. Y degradar suele ser rápido y recuperar suele ser lento. Lo que hagamos hoy a lo mejor tardamos diez, veinte años en ver los efectos. Por ejemplo, con el cambio climático, si nos comportamos bien reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero, quizá no veamos los efectos hasta dentro de bastante tiempo. Entonces, hay que confiar en hacer bien las cosas hoy, aunque no lo veas a corto plazo. Pero claro que se está a tiempo. El problema de haber retrasado muchas de las decisiones, de que las generaciones anteriores no hayamos sido, quizá, muy conscientes o no hayamos querido ver los problemas en los que estábamos metiéndonos, es que hemos ido perdiendo algunas opciones. Indudablemente, cuando extingues una especie, esa especie está extinta, ya no se puede dar marcha atrás. O, volviendo al ejemplo del cambio climático, pues hay cosas que hace 20 años podíamos haber hecho con menos esfuerzo y habernos quedado en unas condiciones de calentamiento global más seguras para nosotros y ahora hemos perdido un poco esa oportunidad. Pero no significa para nada que hayamos perdido todas las oportunidades. Esto no es todo o nada. Cuanto antes hagamos cosas con más intensidad, más radicalidad, no hagamos un postureo ambiental, sino que hagamos acciones decididas, cambiemos cosas, mantendremos a nuestro alcance más escenarios. El concepto de escenario es algo muy muy científico, no solo teatral. Los escenarios son adónde vas dependiendo de tu trayectoria y la ciencia te puede decir: «Bien, si tú tienes estas condiciones y vas haciendo estas cosas, el escenario más probable es este».

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Y también te puede decir: «A nuestro alcance hoy están este escenario de temperatura, este otro escenario de temperatura, este escenario de temperatura o este escenario demográfico. Podemos ser 8.000 millones, 10 000 millones, podemos ser 5.000 millones». Tienes escenarios, y una vez que tienes esos escenarios puedes valorar cómo son, cómo podrían ser, los puedes recrear y decir si son buenos o malos para la salud física o mental de las personas, o permiten altos o bajos niveles de coexistencia de distintas especies, o te permiten seguir teniendo agua al ritmo al que la consume. Tú puedes calcular para cada escenario qué está asociado y también puedes entender qué cosas lo hacen más posible, un escenario u otro. El escenario de no hacer nada sabemos dónde nos lleva y, de hecho, económicamente no nos lo podemos permitir. Es tan caro no hacer nada… Me gusta muchas veces como sorprender. Fijaos en la frase: «Es muy caro no hacer nada». Parecería que no hacer nada no te cuesta nada. Pues no te lo puedes pagar. O sea, el no hacer nada… Y podemos poner el ejemplo… No solo estoy hablando en términos climáticos. El no mitigar el cambio climático es tan caro, tiene unos impactos tan caros, que no hay agencia de seguros que pueda afrontar los gastos. Lo vimos con los incendios en California. Lo vemos con desastres naturales que las agencias de seguros dicen: «No tengo dinero». Entonces, hagamos cosas. La idea es hacer cosas y sentir que eso nos abre escenarios. Haciendo ponemos en nuestra mano cosas que nos parecían imposibles. Y me encanta una frase muy inspiradora que… Se conquistó el Everest porque no se sabía que era imposible. En concreto, se aplica a subirlo sin oxígeno, que fue cuando se dijo la frase, pero de alguna manera eso te revela que… Tú ponte a hacer cosas. Y de repente lo que parecía que no se podía se pudo.

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La ciencia no lo sabe todo. Como científico, me siento frustrado por varias cosas. En primer lugar, porque muchas de las… Resolver los problemas en los que estamos no son puramente resoluciones científicas, son que queramos hacerlo, son cuestiones sociales, políticas, etcétera. Y esa es una de las primeras frustraciones, como científico. Hay otras frustraciones. Algunas de las frustraciones vienen porque no lo sabemos todo. Por un lado mola, está estupendo porque dices: «Así tengo muchos objetos de investigación». Pero a veces es frustrante porque te vienen y te dicen: «Oye, ¿cómo hacemos esto?». «No lo sé». Muchas veces el mejor experto es el que te pone dónde están los límites de su conocimiento. Y hay muchas cosas que, simplemente, no sabemos. Esto no se sabe o no se sabe con la suficiente precisión como para decirte cómo subir al Everest. Ve subiendo. Yo te voy dando los mejores equipamientos, te voy diciendo la ruta, te ayudo con la meteorología. Tú, por si acaso, respira hondo, que creo que hay poco oxígeno. Y burla burlando llegas al Everest. Eso creo que es un mensaje… Lo que no conocemos nos puede abrir también esperanza, no solo nos tiene que agobiar y decir: «No lo sé». «Estupendo, estupendo que no lo sé». Y, como analogía, ¿por qué el fútbol es uno de los deportes más populares del mundo? Porque tiene un factor de «no lo sé». No sé si la pelota va a entrar. La ha chutado una persona con una pericia tremenda. La portería estaba a su disposición y hay un factor de azar casi impredecible, que hace que esa pelota entre o no entre y sea o no sea gol. Y que el equipo de tercera división pueda ganar al de primera división. Ese punto de incertidumbre hace que el deporte del fútbol tenga ese punto de emoción. Ese punto de emoción es el que no hay que perder en la civilización actual. Por supuesto que hay nubarrones y que hay malas noticias y que hemos hecho, como decía, grandes tropelías con el medio que nos rodea. Pero también hay cosas que están por venir, que las tenemos que hacer más probables y más positivas. Trabajemos en ello. Y haciéndolo nos vamos a sentir mejor y abriremos o mantendremos todavía posibles escenarios, situaciones que nos parecía que no eran posibles.

29:46
Javier. Hola, Fernando. Mi nombre es Javi. Has comentado que la especie humana se enfrenta a tres posibles cambios que pueden ser la extinción, la transformación o el autoritarismo, y quería ver qué nos podías comentar acerca de todo esto.

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Fernando Valladares. Todas las civilizaciones pasan por un momento de esplendor y eventualmente les llega el momento de crisis, por unas razones o por otras, muchas de ellas por razones ambientales. Muchos grandes imperios y grandes civilizaciones han caído por un desequilibrio con su entorno. Bien, eso es lo normal para una civilización. ¿Y si nuestra civilización hace una cosa diferente? ¿Y si en lugar de esperar a colapsar hacemos algo distinto? Por ejemplo, escuchar a la ciencia y ver qué pistas nos da para evitar el colapso. Y así lo hago en el libro de «La recivilización», un libro que lleva en ese título implícito que nos podemos recivilizar. No es algo muy normal, porque lo normal para una civilización es colapsar. La caída del imperio Romano. Esto se puede simplificar como en esos tres escenarios, esas tres situaciones que simplifican una situación, como digo, más compleja. Por un lado estaría el no hacer nada, el dejar que las cosas sigan más o menos como están, haciendo pequeñas acciones, pero que sabemos que no son suficientemente profundas. Con el cambio climático, por ejemplo, estamos reduciendo algo las emisiones, pero siguen aumentando. No crecen tan rápido, se aplana un poco la curva de emisiones, pero no estamos haciendo suficiente. Es sorprendente, desde el punto de vista científico o racional, si queréis, que haya personas que digan: «No, yo no me creo esto del cambio climático». Pero tenemos que convivir y tenemos que aceptar y entender cómo se llega a esas posiciones. De hecho, la democracia y la convivencia se apoyan en eso precisamente. Primero, aceptar que eso existe. Segundo, darle su margen de espacio, de expresión. Pero, sobre todo, creo que tenemos que desarrollar la actitud de empatía, de cómo han llegado ahí. Otra cuestión es que le echemos la culpa al cambio climático de todo, y de ahí hay muchos memes en internet y muchas bromas de decir: «Es que los pantalones no me quedan bien por el cambio climático».

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Bueno, muchas cosas están relacionadas con el cambio climático, pero no podemos culpar al cambio climático de todo lo que pasa, porque al final estamos banalizando, simplificando y ridiculizando una situación que es bastante más compleja. También tiene un efecto negativo el hablar tanto del cambio climático, el culpabilizar al cambio climático de todo, que al final acabamos como normalizando y perdiéndole el miedo, perdiéndole el respeto, perdiéndole la importancia que puede tener que el clima se esté volviendo, como se está volviendo, algo inseguro para las personas. Eso es algo también que conviene, los que de vez en cuando hacemos incursiones en la comunicación de estas cosas, tener muy presente. No puedes saturar a la gente con el mensaje una y otra vez, una y otra vez, o imágenes ya repetidas que distorsionan la realidad, como el famoso oso polar agarrado al hielo. Ese es un escenario, el escenario de hacer poco significativamente. Y eso nos lleva a un cierto grado de colapso o de una gran crisis, llámalo como quieras. Puede ser un cambio de ciclo si quieres llamarlo de una manera más amable, pero en realidad eso no lo puedes mantener mucho tiempo. La tensión actual de la sociedad con el cambio climático, con los recursos naturales, no se va a poder sostener indefinidamente. El planeta es finito, tiene unos ritmos, tiene unas condiciones químicas, físicas, biológicas que estamos transgrediendo y eso se puede mantener equis tiempo. Ese es un escenario. A ese escenario, esa situación, esa trayectoria, le podemos poner números y decir cuánto nos cuesta, qué consecuencias tiene, qué haríamos, qué no haríamos. Hay otros escenario que sería: «No sé. Todo esto me desborda. Yo estoy asustadísimo. El cambio climático no hay quien lo cambie. La sociedad es todo un desastre. Los políticos no nos representan. Así que autoritarismo, que alguien decida por mí».

34:00

Que los gobiernos se vuelvan cada vez más, digamos, los controladores de todo lo que tiene en primer lugar es un retroceso de derechos humanos. O sea, se va perdiendo libertad, se va perdiendo igualdad, se van perdiendo muchas cosas que han sido conquistas a lo largo del siglo XX. Igual que hemos conquistado muchos aspectos de sanidad y de salud, hemos conquistado derechos que nos parecen importantes para el desarrollo de las personas. Un gobierno de este tipo autocrático sería un gobierno que toma las decisiones sin consultar. Tiene sus ventajas, que esas decisiones se toman y funcionan al día siguiente, no hay esos tiempos de consenso, de debate y tal, son muy rápidas, pero claro, tiene bastantes condiciones incómodas, vamos a llamarlas así. Es un escenario, un escenario un poco extremo pero que representa ese gradiente de delegar en otros. Y, por supuesto, está el tercer escenario, que es el que en el libro de «La recivilización» defiendo y argumento, y que personalmente cada mañana me reinvento para decir cómo lo podríamos hacer posible, que es transformarnos. Transformar cosas profundas de nuestro modelo de civilización, que de muchas de esas cosas no somos ni conscientes. Pensamos que eso no se puede cambiar y las hemos hecho nosotros. O sea que claro que las podemos cambiar, pero primero hay que diseccionarlas y hay que ver que justicia como valor y justicia como funcionamiento son dos cosas distintas, y que la justicia como funciona no necesariamente lleva a la justicia, sino al mantenimiento del «statu quo». Que las leyes llegan tarde, que son imprescindibles pero no son suficientes. Que el sistema educativo, por supuesto, tiene mucho margen de mejora. Las inteligencias múltiples, por ejemplo. Si hablábamos de biodiversidad, pues hagamos un sistema educativo completamente distinto, que promocione los talentos, no uniformice a las personas.

36:00

Podríamos seguir con un montón de otros, digamos, aspectos de esta civilización que habría que transformar. ¿Para qué? Para relacionarnos distinto con los demás habitantes del planeta. Para tener otra relación con la naturaleza tenemos que tener otro código de valores, tenemos que funcionar distinto y hay que cambiar muchas cosas. Entender las conexiones. A esto como científico le dedico mucho, primero a entenderlas y después a intentar contarlas sin marear demasiado. Cómo está conectada la democracia con el cambio climático o los derechos humanos con la biodiversidad. Esas conexiones que nos parecen así, en principio, como muy extrañas, sí que son importantes, sí que existen y mantenerlas o recuperarlas o reinventarlas es parte de lo que podríamos hacer en esa tercera situación, que sería transformarnos. Transformarnos no es fácil, pero sabemos cómo hacerlo y, sobre todo, en lo que trabajo mucho, en lo que os quiero de alguna manera animar, es que hay mucho que ganar. No es fácil y por tanto va a requerir esfuerzo, pero hay mucho que podemos ganar tomándonos muy en serio la situación histórica en la que estamos, heredada por unas generaciones que no han hecho algunas cosas muy bien. Es una oportunidad histórica para hacer las cosas de otra manera. Y no solo los más jóvenes, porque les queda mucho futuro, sino también los más viejos, porque tenemos experiencia. Es decir, estamos todos metidos en una situación histórica en la que podemos no hacer nada, podemos dejar que sean algunos los que decidan o podemos decidir todos formar parte de una transformación que empieza por nosotros mismos en casa.

“Necesitamos más compromiso y menos postureo ambiental”. Fernando Valladares
37:38
Ángela. Hola, Fernando. Yo soy Ángela y me gustaría saber qué pasaría si la temperatura sigue subiendo. Por ejemplo, en vez de que cada año suba un grado, ¿qué pasaría si, por ejemplo, subiera diez grados?

37:51
Fernando Valladares. La verdad es que es difícil imaginar un planeta con temperaturas tan distintas como diez grados u ocho grados, o incluso cuatro o tres grados más. Es difícil de imaginar, pero la ciencia puede recuperar piezas del pasado para identificar cómo sería ese mundo. Por ejemplo, en un periodo, el conocido como el Eoceno, hace 50 millones de años, hubo un máximo de temperaturas de ese orden, de más de siete, ocho grados. Y, por tanto, podemos decir: «¿Cómo era el planeta en aquel entonces? ¿Y qué pasó al estar tan cálido? ¿Y nos puede servir de referencia?». Es una referencia. No es que sea exactamente eso lo que nos va a pasar, porque, entre medias, en estos 50 millones de años, ha cambiado la distribución de los planetas y han cambiado muchas cosas. Pero nos puede servir, por ejemplo, para saber que el mar estaría casi a 15 metros por encima del nivel actual. Imaginaos un mar 15 metros más alto. La ciudad de Nueva York, Yakarta. Millones de personas que viven en el Caribe, en zonas costeras, no tendrían hogar. ¿Y qué hacemos con esas personas? ¿Dónde van? En un mundo en el que ya hay muchas personas, tendríamos que, rápidamente… Porque esta es una de las señas de identidad de lo que pasa ahora, que va muy rápido. Esos cambios en el Eoceno tuvieron lugar en decenas de miles de años. No fueron cambios de unas décadas como estamos viendo ahora, por eso la analogía no sirve del todo. Pero, volviendo al ejemplo del agua, que es claramente uno de los impactos que ya estamos viendo, el mar va subiendo de nivel y va afectando al nivel de costa, pero ahora son unos centímetros. En unas décadas ha subido del orden de medio metro. Algunas casas en zonas bajas ya están inundadas. La misma ciudad de Yakarta… El 40 % de la ciudad de Yakarta está bajo el nivel del mar por una combinación de factores. Sobreexplotación del agua, que la soportaba por abajo hidrostáticamente, pero también la subida del nivel del mar.

39:46

Ya está ocurriendo. Pero claro, estamos en la escala de medio metro, un metro, quizá para finales de siglo dos, tres metros, pero no esos 15 metros, que serían escenarios de esas temperaturas. Por supuesto, en esas temperaturas por encima de los seis, siete, ocho grados, hay extensas franjas del planeta que serían completamente inhabitables. Ya empiezan a ser algunas zonas del planeta inhabitables por temperatura, no solo en los desiertos, sino en algunas zonas tropicales donde las condiciones atmosféricas de anticiclones y tal se mantienen. Con el calentamiento de la atmósfera, se dan temperaturas de 50 grados, se han registrado temperaturas de 50 grados de noche. O sea, por supuesto que es imposible dormir, pero es que es prácticamente imposible vivir a 50 grados. Claro, si tienes un aire acondicionado eso cambia, pero estamos hablando de que un aire acondicionado requiere energía, requiere una infraestructura y tantos millones de personas con aire acondicionado sabemos que técnicamente no va a ser fácil. O sea que la propia temperatura es un límite que se nos olvida porque estamos muy acostumbrados a ponernos ropa, a quitarnos ropa, a poner aire acondicionado, a poner calefacción y a regular esa temperatura. Pero pensemos en la temperatura de una manera muy radical. Empezamos a morir a 39 grados si la humedad es por encima del 90 %. Si estamos con una humedad tan alta, nuestro sistema de disipación de calor, sudor, ya no funciona, no sirve para nada. Tú, por estar vivo, generas calor. Tu metabolismo genera calor. Por eso estamos calientes. Por un lado, ya nos hemos acostumbrado a estar calientes y lo incentiva nuestro propio metabolismo. Pero, aunque no fuera así, solo por efecto no deseado, como los coches de combustión interna, la calefacción no tienes que generarla, simplemente dejar paso, que eso está caliente.

41:45

Generamos un calor que hay que disipar, porque si no nuestros órganos internos y nuestra fisiología colapsarían. Bien. Claro, cuando tienes un aire fresco, ya está, fácil. Cuando el aire se va calentando tienes que sudar. Pero, si el aire es muy húmedo, tu sudor no se evapora. Y, si no se evapora, no refrigera. ¿Y si sigue subiendo la temperatura? 39, 40 grados, que son soportables cuando el aire es seco y nuestro sudor funciona, son absolutamente insoportables si la humedad es muy alta. Pero ya digo que hay condiciones sorprendentes… Sorprendentes porque no son temperaturas tan altas, que nos empiezan a matar lentamente. Porque, claro, a 39, 40 grados de alta humedad no te mueres inmediatamente, pero tu cuerpo empieza a entrar en un déficit térmico que, si eso no lo arreglas, acaba llevándote a la muerte. Lo pongo como que no tenemos que pensar en temperaturas como el horno, en el que a 200 grados te cueces. No, es que a temperaturas no tan altas… Somos una especie muy vulnerable, muy sensible a muchas cosas. Otra cosa es una bacteria o un microorganismo, un invertebrado o una semilla, que tienen una gran resistencia a condiciones muy extremas de temperatura, de humedad y tal. Nosotros, para estar vivos, se tienen que dar una cantidad de cosas, tienen que funcionar una serie de procesos, que se ven interrumpidos por la temperatura. Así que en ese escenario que preguntabas, que es un escenario muy distópico que yo quiero pensar que es poco probable… No solo quiero pensar, sino que también hay evidencia científica que dice que es muy poco probable que vayamos hacia eso. De no hacer prácticamente nada, iríamos a temperaturas del orden de tres grados, cuatro de calentamiento respecto a la era preindustrial, que es como ahora nos referimos. Tres o cuatro grados de calentamiento ya es mucho calentar, porque eso es un promedio de la atmósfera. Eso significa que en muchas zonas estarían a esos seis o siete grados, pero globalmente no.

43:46

Ese escenario tan extremo es poco probable y lo que se trata es de que hagamos más probables los escenarios más frescos en esta situación de calentamiento, que nos quedemos… Hemos querido quedarnos en ese grado y medio de calentamiento. Lo hemos sobrepasado puntualmente en 2023. Estamos ahí, con la variabilidad del clima, jugueteando con ese nivel de seguridad de un grado y medio. Lo vamos a ir sorteando, si no está ya sobrepasado. Estamos ahí. La ciencia no tiene todas las cuentas. Tenemos otro nivel de seguridad que son dos grados de calentamiento respecto a la era preindustrial. Habría que intentar no sobrepasarlo, porque ese ya empieza a ser un clima muy inseguro, con eventos extremos muy fuertes, con grandes zonas del planeta… No solo por temperatura, sino por esa inestabilidad del clima, haciendo muy difíciles, por supuesto, producir alimento, vivir. Y tenemos que tomar esa otra nueva referencia, ya que el grado y medio lo hemos superado, estamos en ello en estos días, en estos años, pues no sobrepasar dos grados. Para no sobrepasar dos grados, tenemos que cambiar bastante nuestro modo de vida, porque ya no es solo quemar gasolina, hay un montón de acciones, por eso el cambio climático es tan complejo. Pero por otro lado está muy conectado a nuestro modo de civilización, porque muchas de nuestras actividades, directa o indirectamente, acaban generando un aumento de esas emisiones de gases de efecto invernadero que se acumulan en la atmósfera. En sí no son muy malos, el problema es que la naturaleza, los ciclos naturales, tardan un tiempo en sacarlos de allí y no tenemos tiempo. Es una cuestión de tiempo, es una trampa del tiempo. Otra vez volvemos a hablar de esas trampas en el tiempo. Hemos acelerado una parte del ciclo del carbono quemando combustibles fósiles, los liberamos más rápido, ese CO2, ese carbono oxidado lo liberamos a la atmósfera, se acumula allí más rápido de lo que los sistemas naturales lo recapturan. Porque no hay nada más renovable que el petróleo. Pero el tiempo de renovación del petróleo son unos cuantos millones de años. Nosotros lo quemamos en unos días, en unas horas, en unas semanas.

45:46

¿Y a dónde va el resultado de quemar petróleo? A la atmósfera, donde está esperando ser recapturado. O sea, el ciclo es el ciclo. Nadie crea ni destruye carbono ni nada, pero no respetamos los ritmos, los tiempos, y ahora hay que, de alguna manera, hacer que las cosas vayan algo más despacio, para lograr que la naturaleza nos ayude a regenerar agua, a regenerar combustibles fósiles, si es que fuera el caso. Pero las cosas tienen un ritmo que no hemos respetado porque somos muy codiciosos. Hemos querido sacarle mucho jugo a la Tierra. No solo por ser muchos, porque esa es una de las cosas que me gusta siempre aclarar. Claro que el ser muchos complica la cosa, porque los errores se multiplican, pero podríamos ser los que somos y más si hiciéramos las cosas de otra manera, con otra relación con la naturaleza, con otra sobreexplotación de los recursos, con otras tasas de utilización de los combustibles fósiles. Y eso requiere un cambio profundo, entenderlo, no verlo como «oh, cielos, qué horror», o como «esto es imposible de cambiar», sino verlo como «esto es difícil, se puede, pero va a requerir cambiar otras cosas». La buena noticia que quiero siempre recordar es que, cambiando todo eso que hay que cambiar por razones físicas, químicas y biológicas, de paso cambiamos la posición del ser humano en el universo. ¿Qué os parece? La posición del ser humano en la civilización, la humanización de la civilización. Porque somos naturaleza y volvemos a estas cosas que hemos comentado. Así que, para mí, yo lo veo como una cápsula positiva asociada a algo que asusta y a algo que es preocupante, que es que tenemos que hacer un gran esfuerzo, tenemos que cambiar cosas. Sí, sí, pero es que podemos ganar muchas cosas si lo hacemos bien, no solo sobrevivir, que no está mal, que no está mal porque al ritmo al que vamos podríamos acelerar nuestra extinción, pero además podemos tener una civilización de la que sentirnos orgullosos y en la que vivir mejor.

47:36
Chica 1. Hola, Fernando. Nos hablan mucho de las energías renovables, de que las tecnologías nos ayudarán en un futuro a afrontar algunos retos. ¿Crees que las tecnologías servirán de algo?

47:50
Fernando Valladares. Por supuesto que creo que las tecnologías servirán, y pueden servir para muchísimo. Las tecnologías han acompañado al desarrollo de la especie humana desde que es especie humana. Hemos aprendido a trabajar la piedra, luego los metales y después las formas distintas de generar energía. La tecnología es una herramienta clave para nosotros y en el momento en el que estamos, siendo todos los que somos y con el lío que hemos generado en nuestro alrededor, no podemos abandonar las tecnologías. Lo que pasa es que la solución no es tecnológica. Igual que la solución no es científica. Con la solución me refiero a resolver profundamente estos problemas climáticos, ambientales, también sociales. Porque lo que les pasa a las personas, lo que le pasa a la naturaleza, lo que le pasa a la energía, lo que le pasa al medio ambiente, al clima, están muy relacionados. Estamos en un momento difícil. En este momento no podemos soltar las tecnologías, pero tenemos que elegirlas bien y tenemos que saber hasta dónde nos pueden acompañar. Hay un riesgo con esto de confiar en las tecnologías, que es lo que se conoce como tecnoptimismo, personas o entidades que piensan que la tecnología nos va a salvar. No, las tecnologías no nos van a salvar a nadie. Igual que la inteligencia artificial no es ni mala ni buena, ni todo lo contrario, es el uso que hagamos. Con la película de «Oppenheimer», todos hemos reconstruido la gran tensión de los científicos de aquel entonces, de la Segunda Guerra Mundial, con el avance del ejército nazi. Tenían a su mano la capacidad de emplear la energía nuclear. Se empleó para matar a mucha gente, pero esa es una tecnología muy potente, una tecnología que se puede emplear para otras cosas y que conlleva una tremenda responsabilidad. Toda tecnología, cuanto más potente, más responsabilidad conlleva. Y te das cuenta de que no es ni buena ni mala, es como la uses.

49:48

Un simple cuchillo te puede servir para cortar carne o para matar a alguien. Y es el mismo cuchillo. Y es la tecnología, digamos, más básica. Las energías renovables claro que nos van a ayudar. ¿Nos van a ayudar por qué? Porque tenemos un problema energético de marca mayor que se llama cambio climático, pero no son la solución. Pueden formar parte de la solución, tanto más cuanto más inteligentemente las usemos. Pero, si nosotros llenamos el campo de campos eólicos y fotovoltaicos y empezamos a generar un impacto tremendo en la biodiversidad, en el paisaje, en los recursos naturales, estaremos cambiando un problema por otro. Si no acompañamos el cambio energético con un cambio civilizatorio, con un cambio económico, con unos cambios de usos, tarde o temprano acabaremos incurriendo en otros problemas parecidos con otra forma de generar energía. Por supuesto que generar un gigavatio de forma renovable es mucho mejor que generarlo quemando petróleo. Por supuesto. ¿Eso que nos da? Nos da tiempo. Fijaos en que estamos hablando del tiempo. Todo el rato volvemos una y otra vez al tiempo. Claro, ganar tiempo en un momento en el que las cosas están cambiando muy deprisa, que el cambio climático está acelerado, ganar tiempo es que lo necesitamos. ¿Que las tecnologías nos permiten ganar tiempo? Ganemos tiempo. Pero no perdamos ese tiempo ganado. Perderlo es no cambiar nada. Decir: «Ah, ya no pasa nada. Pasa el cambio climático a prioridad 15». No. El cambio climático sigue estando ahí. ¿Ganamos el qué? El que sobrepasemos un límite de seguridad térmico de calentamiento en lugar de en cinco años en 25. Fenomenal. Pero lo vamos a pasar si no cambiamos. Hemos ganado ese tiempo y ese tiempo lo tenemos que invertir, ¿en qué? En otras tecnologías, en querernos más, en cambiar la sociedad. En fin, tendremos que hacer muchas cosas para que no lleguen esos 25 años que pasan muy deprisa. Digo 25, digo 10.

51:42

Pero esas fechas que nos parece… Hemos logrado prorrogar el colapso de la energía o el colapso del agua. Estamos viendo regiones en nuestro país, Cataluña, el norte de Andalucía, que no tienen agua. Se vio venir, pero no hicimos nada. Ahora podemos conseguir trasvases, podemos conseguir agua de desalinizadoras, pero eso nos permitirá solo ganar tiempo. Si durante ese tiempo que ganamos no cambiamos nuestro modelo de agricultura, no cambiamos nuestro uso del agua, un poco más adelante volveremos a chocar con el mismo o mayor problema. Así que las energías renovables son fantásticas, bienvenidas. Pero no caigamos en la tentación, porque es muy tentador pensar «ya tenemos la solución». Pueden formar parte de la solución, pero nuestro cerebro tiene que encajar la responsabilidad y las ventajas de esas nuevas tecnologías y usarlas en lo mejor, y no estar esclavizados o sucumbir a los efectos no deseados de esas nuevas tecnologías. Tenemos que estar siempre al mando de las tecnologías, no dejar que las tecnologías nos gobiernen. Y, volviendo al caso de la inteligencia artificial, es paradigmático. Es tan potente que podríamos quedar subordinados por la propia inteligencia artificial. Son de los debates que actualmente están ocurriendo porque es una tecnología muy versátil y muy potente que nos podría, paradójicamente, llegar a limitar en cosas que hemos acordado en la Declaración de Derechos Humanos que eran inalienables. Pues no dejemos que la inteligencia artificial entre ahí y estemos al mando. Siempre al comando de una civilización humana debería estar el ser humano, pero eso no significa que pongamos a las especies… Como decíamos antes, no es necesariamente el modelo de civilización aquel en el que todas las especies y toda la biología y toda la biosfera estén a nuestro antojo. No. Estaríamos al comando de lo que hemos generado nosotros. Tenemos que ser responsables de nuestras tecnologías, pero luego convivir y entender nuestras limitaciones biológicas para realmente organizarnos de otra manera, con posibilidades de seguir unos cuantos miles de años más, que al ritmo que vamos igual no vivimos tantos miles de años.

“Necesitamos más compromiso y menos postureo ambiental”. Fernando Valladares
53:58
Saray. Hola, Fernando. Soy Saray. Me gustaría que nos explicaras, como científico, qué es el decrecimiento. ¿Esto significa que nosotros los jóvenes no tendríamos un trabajo a futuro o volveríamos a la Edad de Piedra?

54:12
Fernando Valladares. Si volviéramos a una caverna sería una caverna de 3.0, ahora la contaré, en la cual estaríamos encantados muchos de vivir. Esa es una pregunta interesante, recurrente, que se apoya en una palabra que es muy incómoda, porque decrecer… A una sociedad, a unas personas que hemos sido educadas en que el crecimiento es éxito, es progreso, es prosperidad, decirle: «Hay una alternativa, y quizá deberíamos irla poniendo sobre la mesa, que es decrecer»… La palabra en sí echa para atrás. Como científico digo, consciente de que esta palabra no gusta: «Vamos a ver si hay otras palabras más amigables, antes de explicar un poquito qué es». Bueno, la Unión Europea busca otras palabras. Por ejemplo, ha encontrado una palabra que se llama «beyond growth», en inglés, que siempre suena muy estupendo, pero que sería, traducido, algo así como «poscrecimiento». ¿Y eso que es? El problema de esa palabra es que puede sonar muy ilusionante, no alude a algo incómodo que es decrecer, pero cada uno piensa, en eso del poscrecimiento, una cosa distinta, porque a mí me sugiere un universo de no sé qué, al otro le sugiere…. Como científico, digo: «Ojo con las nuevas palabras, que pueden ser muy bonitas, pero a lo mejor el significado varía en las personas y en el uso». Si queréis hablamos de poscrecimiento, no tengo problema. Hay otro concepto, que quizá está muy relacionado y que quizás sea más amigable, que es la economía de la suficiencia. La economía de la suficiencia es algo que también lleva mucho tiempo rondando, y ya la palabra nos indica que hay un crecimiento económico a partir del cual ya no hace falta, que es suficiente con crecer hasta aquí, que hay una economía que se preocupa de identificar hasta dónde es suficiente. Esa puede ser una manera más amigable de acercarse al concepto de decrecimiento. Le llamemos de una manera u otra, el decrecimiento es producir menos y consumir menos. El decrecimiento económico es algo que va a ocurrir probable, casi inexorablemente.

56:18

Es cierto que en la ciencia algo tan complejo no se puede decir que es 100 % seguro, pero es muy muy probable, es altamente probable que el decrecimiento ocurra, porque estamos llegando a los límites que os decía, a límites del uso de los recursos, del agua, del combustible fósil, incluso de la distribución de la energía, la distribución de los alimentos, la distribución de las personas, el transporte. Tantas cosas están llegando a chocar. Y tenemos el gran experimento del Reino Unido, que decidió, en el mundo de la globalización, separarse de Europa. Y eso está suponiendo para, precisamente, el decrecimiento, un experimento que nunca hubiéramos podido financiar. El decrecimiento como cuerpo teórico tiene más de 30 años de teoría. Incluso podríamos remontarnos a 50 años, más años. Donella Meadows hizo un análisis muy adelantado a su tiempo, y muchos dirían «mujer tenía que ser», en un universo donde eran todos los científicos masculinos. Ella, como otras mujeres, como Rachel Carson con las primaveras silenciosas, se encontró con un ambiente hostil por varias razones, pero en parte por ser mujer, y se encontró con una inercia de un sistema que no quería admitir algunos de sus fallos funcionales. Donella Meadows escribió «Los límites del crecimiento» hace más de 50 años, y eso se podría escribir hoy, eso tiene una tremenda actualidad, es muy conceptual, es muy teórico. Por eso digo que se pueden remontar los orígenes de estas ideas a mucho tiempo. Pero es que tenemos más de 20 años de datos, porque el decrecimiento ya está teniendo lugar. El decrecimiento es parecido a una recesión económica. La recesión simplemente ocurre y el decrecimiento lo planificas.

58:16

Y el decrecimiento no es único ni instantáneo. Quiere decirse que tú planificas decrecer en determinadas cosas primero, otras después, unas con más intensidad. También planeas que el norte global decrezca. El sur global todavía tiene que crecer en algunas cosas. Eso es organizar. Si creciéramos al 3 % anual, en 30 años, habríamos consumido toda la energía que ha consumido la humanidad en su existencia. Por tanto, es inconcebible, es matemáticamente imposible que ocurra. Pero es que esto de decrecer tenéis que asociarlo, y tenemos todos que hacer el ejercicio de asociarlo, a algo muy contraintuitivo. Un investigador como Jason Hickel habla de «abundancia radical». Tenemos tendencia a pensar que el decrecimiento trae pobreza y austeridad. Y es al revés. ¿Por qué? Porque lo que apoya es enfriar algunos aspectos de la economía que tienen una huella ambiental, que generan cambio climático, que generan pobreza, que generan muertes, que generan problemas, para aumentar intangibles financieros y aumentar aspectos de nuestra vida que no tienen ni huella, ni sí ni no, pero nos hacen sanos y felices, y que es lo que Jason Hickel llama «abundancia radical». Es decir, a base de enfriar la economía como la conocemos, empezaremos a tener, por ejemplo, tiempo. ¿Qué estamos haciendo con nuestro tiempo? ¿Por qué producimos tanto? La moda es un ejemplo. ¿Para qué hacemos tantas camisetas si luego, sin estrenar, con la etiqueta, se acumulan en el desierto de Atacama? Esas camisetas no han llegado a vestir a nadie. ¿Para qué las hemos hecho? ¿Y si hacemos menos camisetas? Es un ejemplo.

01:00:06

Pero, como las camisetas, todo. En el sistema alimentario global se produce el doble de la comida que hace falta para alimentar a toda la humanidad, y se mueren 11 millones de personas de hambre, lo cual indica que el sistema alimentario no está diseñado para alimentar, sino ¿para qué? Para hacer dinero. Cuando empiezas a darle la vuelta a la tortilla y te das cuenta de todo lo que puedes ganar dejando de ganar, empiezas a entender que «decrecimiento» es «abundancia radical», y que no es volver a las cavernas. Es un cambio profundo, tan profundo que nos da como vértigo. E, indudablemente, la ciencia en las cosas complicadas no lo sabe todo. Así que el decrecimiento podemos dejar que ocurra y le llamaremos «recesión» o podemos pilotarlo, entender que por ahí hay que pasar mejor o peor e ir viendo cómo lo implementamos y, por tanto, planificar una nueva economía, que forma parte, según lo veo yo y cada vez más gente, de una nueva civilización, una civilización que podría ser la primera que evitó colapsar.

01:01:11
Chico 1. Hola, Fernando. Hemos estado viendo en los cines, en las teles, películas y series de sociedades posapocalípticas. ¿Crees que estaremos en un futuro en ello? ¿Y hay esperanza para futuras generaciones?

01:01:30
Fernando Valladares. La verdad es que sí que estamos expuestos a muchos escenarios distópicos. Hay series que nos transportan a distopías, a situaciones angustiosas y, por supuesto, con el cambio climático, con las tensiones geopolíticas o con las crisis de biodiversidad o con las pandemias, han surgido e irán surgiendo recreaciones literarias o películas o series de televisión, etcétera, que nos transporten de una forma tremendamente realista a escenarios distópicos. Nos estamos acostumbrando a verlo. Me preocupa un poco que lleguemos a normalizarlo, a pensar que no es para tanto, cuando sí que hay que huir de esas distopías, hay que hacerlas menos probables. Puede que algunas sean inevitables, pero las podemos hacer más pequeñitas, más confinadas en el tiempo y en el espacio. Que solo ocurran unos días en unos sitios y que no sea una cosa muy global, etcétera. Que podamos aprender a salir. Y es por ahí por donde quiero reconstruir. Claro que una de las posibilidades o algunos escenarios en los que puede acabar la civilización son estos que se han recreado en algunas de estas series. Sí. No en vano, nos parecen reales porque es que están muy basadas en datos. A muchos científicos nos consultan los productores, las compañías, los directores. «Oye, ¿sería realista? ¿Se podría hacer? ¿Esto podría tener lugar? ¿Cómo haríamos que la humanidad estuviera sometida globalmente? ¿Cómo…?». Y les ayudas muchas veces con piezas reales de ciencia a recomponer guiones que son en realidad de ficción, pero una ficción realista. O sea que claro que pueden ocurrir. Yo creo que el trabajo que nos debe motivar es hacer que las probabilidades de esas cosas sean pequeñas y que tengamos antídotos, que sepamos cómo resolver esas situaciones, cómo podemos atenuar los efectos colaterales de entrar en esas circunstancias energéticas, económicas, bélicas.

01:03:38

Hagamos algo para que no pase y saber un poco qué podemos ir haciendo. Y, sobre todo, no le tengamos miedo al hacer cosas que nos puedan parecer simbólicas, pequeñas, pequeñas acciones. Cualquier camino empieza por un primer paso. Para cambiar la civilización, para mitigar el cambio climático, para ser mejores personas, para grandes proyectos vitales, todo empieza con una acción que a veces es muy muy humilde. Así que no perdamos de vista esas acciones humildes, no les quitemos importancia y enfoquemos, eso sí, esas acciones humildes, esos pasos que nos pueden llevar a un sitio lo más alejado posible de la distopía, sabiendo que la distopía, que algunas de estas se han basado en la realidad y por tanto podría ser un escenario. Hagámoslo lo menos probable posible. Encaminemos nuestros pasos hacia escenarios más alentadores. Uno de los mensajes quizá más positivos que muchas veces he ido viendo es que, para cambiarlo todo, no hace falta un director o directora general. No necesitamos un presidente del mundo. Se puede hacer con muchos pasos individuales que simplemente estén alimentados con un conocimiento verídico, con un conocimiento científico, técnico, un conocimiento real. Con que tus pasos, con que tus cambios, tus acciones individuales, se inspiren en la realidad que muestran los datos, que muestra la ciencia, que muestra la academia, basta. No hace falta alguien que os coordine. «Tú vas a ir por allí, tú vas a hacer…». Simplemente confiemos en que es verdad, en que se puede demostrar matemáticamente cómo los comportamientos individuales, con toda la disparidad que puedan tener esos individuos por la falta de coordinación y homogeneización, inspirados por un objetivo más o menos común, inspirados y alimentados con el conocimiento, pueden dar lugar a cambios sustanciales, profundos, que no hubiéramos pensado que hubiéramos hecho. Y todo a base de caminos, pasos y pequeños gestos de todos y cada uno de nosotros, con la recompensa de que, mientras los estamos haciendo, podemos disfrutar del proceso y no tanto de la obsesión por conseguir el objetivo. Disfrutemos del presente. Hagamos esos pasos sabiendo que van en una dirección que tiene sentido, que nos aleja de esas distopías y, por tanto, el propio camino tiene sentido. Dándole sentido tendremos energía para siempre. Bueno, muchísimas gracias por escucharme tan atentos y atentas. Ha sido un placer. Espero que para vosotros y vosotras haya sido también enriquecedor y que os llevéis muchas ideas de estas a casa. Gracias.