“Mi mayor aventura es mi vida”
Bertrand Piccard
“Mi mayor aventura es mi vida”
Bertrand Piccard
Explorador y psiquiatra
Creando oportunidades
La increíble familia Piccard
Bertrand Piccard Explorador y psiquiatra
Bertrand Piccard
El primer ser humano en subir a la estratosfera y ver la curvatura de la Tierra con sus propios ojos fue su abuelo. La primera persona en descender en un batiscafo hasta la fosa de las Marianas ―el lugar más profundo de los océanos―, su padre. Y él, Bertrand Piccard, ha conquistado la vuelta al mundo en globo sin escalas por primera vez en la historia. Ni el cielo ni la tierra tienen límites para esta saga de exploradores, la familia Piccard, que llevan la aventura marcada en su ADN. “De niño me parecía normal hacer cosas imposibles”, asegura Bertrand Piccard.
Mientras el linaje masculino de su familia le enseñó a llevar al límite las capacidades tecnológicas, la influencia de su madre, música y filósofa, ha llevado a Bertrand Piccard un paso más allá. Su perspectiva integradora ha sido clave para lograr el éxito en sus misiones. “Cuando digo que soy psiquiatra y explorador, la gente no ve la relación, pero, para mí, es algo obvio: explorar el mundo exterior y explorar el mundo interior”, argumenta Piccard. La autohipnosis, los equipos multidisciplinares y una particular filosofía vital han permitido que Piccard consiga gestas asombrosas. El Breitling Orbiter 3 con el que logró una exitosa vuelta al mundo en globo, o el Solar Impulse, otra circunnavegación terrestre con el primer avión impulsado por energía solar, dan buena cuenta de sus extraordinarias hazañas.
Más allá de sus logros en la aviación, Bertrand Piccard ha destacado como defensor del medio ambiente y la innovación sostenible, por lo que ha recibido distinciones como el Premio de la Tierra de la ONU o el título de Caballero de la Legión de Honor de Francia. “Hay que hacer que el ecologismo resulte atractivo y emocionante y presentarlo como una aventura de nuestro mundo para abrir nuevas oportunidades”, asegura el explorador. A través de la Fundación Solar Impulse, Piccard busca identificar y promover soluciones tecnológicas para proteger el medio ambiente de manera rentable. Su próximo proyecto ya está en marcha: el Climate Impulse, que pretende ser el primer vuelo sin emisiones alrededor del mundo.
Transcripción
Y me inculcaron el interés por lo desconocido, por lo que aún no conocemos, de lo que no sabemos, por todo lo que hay por descubrir, por entender… Creo que, por más que me remonte en mi memoria, de niño siempre quise entender qué es la vida, qué es la muerte, qué es Dios, qué son las enfermedades, qué es el dolor, qué es la felicidad. Hablaba mucho sobre estos temas con mi madre en el plano filosófico y, con mi padre, de todo lo que la tecnología podía enseñarnos o de lo que nos permitiría alcanzar. Por eso, cuando digo que soy psiquiatra y explorador, la gente no ve la relación, pero, para mí, es algo obvio. Explorar el mundo exterior y explorar el mundo interior. Eso fue también lo que hizo que me interesase por todo lo que permite desarrollar nuestras capacidades personales, para ir un paso más allá de lo que nos creemos capaces. Os voy a confesar una cosa. Cuando era pequeño, tenía vértigo. Para ser explorador, es un hándicap bastante importante. No me atrevía a trepar a un árbol. Era un poco miedoso. Y cuando vi volar, a los dieciséis años, el primer ala delta, un delta plano, esos triángulos de tela con un piloto debajo que se desplaza moviendo el peso de su cuerpo para hacer girar el ala, me dije: «Eso es lo mío».
«Eso es lo mío». Era la primera vez en la que podía ser explorador de algo nuevo y al mismo tiempo intentar curar mi vértigo. Intentar hacer más de lo que me veía capaz de hacer. Así que empecé a volar. Empecé a hacer vuelos de mucha altitud. Tenía dieciséis años. Para mis padres no fue fácil. Empecé a hacer vuelos acrobáticos. Con eso aprendí que cuando te enfrentas a un peligro no queda otra que hacerlo bien. No puedes pensar en el vértigo. No hay espacio para el miedo porque no te proyectas en el futuro. Estás en ese instante presente. Te concentras y lo vives con el cuerpo. Y es el cuerpo el que mueve el ala delta, el que gira a la izquierda, el que gira a la derecha, desciende, remonta, etcétera. Y fue esa experiencia de tomar consciencia del instante presente a los dieciséis años lo que me cambió la vida. Ahí me di cuenta de que puedes ser más competente, que puedes adentrarte en lo desconocido, que puedes llegar más lejos de lo que crees si estás conectado contigo mismo, si estás conectado a la naturaleza, si estás conectado a la vida. Fue una experiencia espiritual, pero también algo técnica. Eso fue lo que me motivó a ser psiquiatra porque me dije: «Tal vez la gente que lo pasa mal vive desconectada de sí misma y de sus recursos interiores. Tampoco hace falta que hagan delta, mucho menos acrobático, pero quizá puedan aprender a reconectarse consigo mismos». Y empecé a tratar pacientes con psicoterapia, hipnosis… Llevo veinte años tratando pacientes. Y está comprobado que, en cuanto aceptas el proceso de cambio, que te abres a lo desconocido, las dudas y los signos de interrogación se vuelven unos estímulos increíbles para ser más creativo, para innovar más, para ser más competente, para interactuar mejor con uno mismo, con los demás y con la vida. Ese cóctel de filosofía, psicología, espiritualidad, tecnología, aventura y exploración es el que me ha guiado a lo largo de mi vida. Lo demás me lo vais a tener que preguntar vosotros. Tengo entendido que habéis preparado muchas preguntas sobre la vuelta al mundo en globo, sobre la vuelta al mundo en avión solar, sobre mis futuros proyectos, sobre mi compromiso ecológico o medioambiental. Hay un montón de temas que podemos tratar. Ahora, os cedo la palabra.
Cuando volvió, fue la prueba de que se podía hacer muchísimo más de lo que se pensaba hasta entonces. Supuso el inicio de la aviación moderna en mil novecientos treinta y uno. Además, mi abuelo también era físico. Era amigo de Marie Curie, de Albert Einstein… En los cuadernos de mi abuelo encontré firmas de gente que invitaba a cenar a casa. Salía Marie Curie, salía Albert Einstein, salía Amelia Earhart… Salía gente increíble que me fascinaba. ¡Y eran amigos de mi abuelo! Luego mi abuelo inventó el batiscafo. Es como el globo estratosférico, pero para sumergirse en las fosas marinas. Lo fabricó con mi padre y mi padre fue el primero en sumergirse en la fosa de las Marianas a once mil metros de profundidad. Es lo más profundo del océano. No hay nada más profundo. Eso también tenía un objetivo ecológico. Pensad que, en mil novecientos sesenta, todos los gobiernos del mundo querían tirar sus residuos tóxicos peligrosos y radiactivos a las fosas marinas porque pensaban que estaban vacías y ahí no molestaban. El objetivo de mi padre era descubrir si había vida a once mil metros de profundidad porque, si la había, evidentemente, allí no se podía tirar nada. Y cuando se sumergió, encontró un pez y gambas. Subió y dijo: «Esto demuestra que hay vida. Hay oxígeno. Hay corrientes entre la superficie y el fondo que mueven el oxígeno». Y fue el inicio de la prohibición de… usar las fosas marinas como vertedero.
Esas eran las historias que oía yo en casa. Escuchaba que la exploración científica ayudaba a proteger el medioambiente, que teníamos una responsabilidad de cara a las generaciones venideras. Mi padre después siguió construyendo submarinos para explorar la corriente del Golfo, los lagos europeos, y la gente que venía a cenar a casa eran astronautas, exploradores, alpinistas, protectores del medioambiente, cineastas… Yo pasé mucho tiempo de niño pensando que era normal explorar. Me parecía normal hacer cosas imposibles. Que era normal no tener miedo. Cuando crecí me di cuenta de que no. De que la mayoría de la gente no es exploradora. Para mí fue un shock. Pensé: «No puede ser. Con lo bonito que es hacer lo imposible, desarrollar, inventar, innovar, ¿por qué la gente tiene miedo? ¿Por qué le tienen miedo a lo desconocido? ¿Por qué le tienen miedo al cambio?». Y la verdad es que esas historias me marcaron mucho. Además, después de la historia, venía la leyenda. Hergé, cuando escribió «Tintín» usó a mi abuelo como inspiración para el profesor Tornasol. Tiene gracia porque cuando mi hija tenía siete u ocho años me dijo: «Papá, ¿sabes qué? No estés triste porque se haya muerto tu abuelo. Puedes verlo cuando quieras en ‘Tintín’». Fue tan bonito ver que la historia de mi abuelo había pasado de historia a leyenda… Del globo estratosférico y el batiscafo científico al tebeo. Y eso permitía perpetuar su mensaje.
Y, por otra parte, estaba mi madre, que me mostraba el mundo interior. La investigación espiritual, la investigación filosófica… A veces saltaban chispas entre el lado científico de mi padre y el lado intuitivo de mi madre. Yo al principio vivía un poco en el «¿qué hago? ¿Me decanto por la ciencia o por la intuición filosófica?». Al final, al cabo de un tiempo, me di cuenta de que se podían compaginar ambas. Es muy importante. No hay por qué elegir entre dos extremos. Se puede coger lo bueno de cada uno y combinarlo en algo único para integrar esas diferencias. Eso también me marcó muchísimo. Se puede hacer ciencia de forma filosófica y se puede hacer filosofía de forma científica. Así fue como evolucioné en mis distintos proyectos. Pero, al contrario que mi padre y mi abuelo, cuando vuelvo de mis expediciones hablo más de mis emociones que de la tecnología. Mi padre y mi abuelo decían: «¿Qué miedo vamos a tener? Confiamos plenamente en la tecnología». Pero yo vuelvo y digo: «Pues hay veces que he pasado miedo, pero es normal. Podemos superar nuestros miedos para alcanzar nuestros objetivos de todas formas». Es algo que me enseñó también a gestionar mi propia vida. A gestionar mis miedos, mis dificultades, mis crisis. No solo vives aventuras cuando estás en el cielo o bajo el mar. Vivimos aventuras todos los días de nuestra vida: cuando conoces a alguien, cuando te enfrentas a una crisis o un problema, un accidente, una enfermedad, un conflicto … Eso también son crisis que hay que gestionar y creo que lo que he aprendido es que la felicidad no es tener una vida llena de facilidades. La felicidad es entender que la vida nos enseña muchas cosas y que cada problema es una oportunidad para conocerse mejor a uno mismo y a los demás, para desarrollarse y mejorar. Al final, podemos partir del globo estratosférico y acabar en lo filosófico.
“Se puede hacer ciencia de forma filosófica y filosofía de forma científica”
Pero al cambiar los paradigmas, al cambiar nuestra forma de pensar, vemos que se puede hacer mucho más y que lo imposible no existe en la realidad. Lo imposible está en la mente de los que creen que el futuro siempre va a ser como el pasado. El futuro no es como el pasado. El futuro es desconocido, incierto, impredecible y nos obliga a ser creativos, innovadores y a cambiar nuestra forma de pensar para poder inventar un futuro distinto. Sin duda, todas esas aventuras me marcaron mucho. Además, cuando mi padre trabajó con mi abuelo para fabricar el primer batiscafo, que fabricaron en el sur de Italia, también era considerado una locura. Los submarinos de todos los ejércitos navales del mundo se sumergían trescientos metros. Y entre mi padre y mi abuelo construyeron un submarino que descendía once mil metros. Ellos solos con un puñado de trabajadores. Luego, como os contaba antes, el submarino bajó a once mil metros, constataron que había vida allí abajo y esto fue muy importante en la conservación del medioambiente porque demostró que no se podían tirar residuos tóxicos y radiactivos a las fosas marinas porque contaminaría todo el mar, ya que había vida, oxígeno, corrientes verticales que trasladan el oxígeno a las profundidades y que mezclan los océanos. Pero, dejando todo eso a un lado, era la experiencia de dos hombres y un puñado de trabajadores haciendo lo que países enteros no conseguían hacer. ¿Por qué? Porque mi padre y mi abuelo tenían ese espíritu de pioneros, tenían esa visión, esa flexibilidad, ese cuestionamiento y se dijeron: «Vamos a ir problema a problema hasta resolver todos los obstáculos y alcanzar una solución». Más allá de la tecnología, para mí era todo un ejemplo de lo que somos capaces de hacer los seres humanos solo con nuestro ingenio personal.
Fui a hablar con una empresa, que es una empresa de relojería suiza especializada en aviación. Y les planteé llevar a cabo el proyecto juntos. Me dijeron que sí porque les apasionaba también ese espíritu pionero de intentar hacer lo que los demás dan por imposible. Recuerdo perfectamente que pensé que estaba loco, no por querer darle la vuelta al mundo, sino por lo tarde que emprendía esa aventura cuando los demás ya estaban listos para hacerlo. De hecho, los demás siguieron intentándolo y fracasando. Yo mandé fabricar un primer globo, fallido. Los demás siguieron fracasando. Yo desarrollé el Breitling Orbiter 2. Salió algo mejor que la primera vez porque volé nueve días, pero tampoco lo conseguí. Los demás siguieron fracasando y, al final, con el Breitling Orbiter 3 lo conseguí. Entonces, se aprenden muchas cosas. Por un lado, el vuelo en globo, que es extraordinario. Te empuja el viento y para cambiar de dirección hay que cambiar de altitud. Esto es porque la atmósfera está compuesta de capas meteorológicas muy distintas que van cada una en una dirección. Es decir, que si vas en la dirección equivocada, los meteorólogos te dicen que pruebes a tal altitud, que el viento va en otra dirección. Así, te van guiando en tres dimensiones. Asciendes o desciendes para encontrar la corriente adecuada hasta conseguir dar toda la vuelta.
Para mí, era una metáfora magnífica de la vida porque en la vida a veces también vas en la dirección equivocada porque no tienes suficiente altitud psíquicamente. Así que en la vida también podemos soltar lastre de las certezas, las costumbres, las viejas creencias, los miedos y demás para cambiar de altitud psicológica, filosófica y espiritualmente hasta encontrar otras influencias, otras direcciones, otras soluciones, otras estrategias para llegar adonde nos gustaría. Sin duda, fue una experiencia filosófica extraordinaria. Pero aprendí otra lección a lo largo de ese proceso que duró seis años. A tener paciencia. Porque emprendes ese proyecto, ves que los demás están más cerca e intentas darte prisa, pero no, no se puede ir más rápido que la vida. Aprendí a tener paciencia y a ser perseverante. Porque cuando fracasas varias veces hay que volver a intentarlo, pero hay que volver a intentarlo de otra manera, no igual. Y tal vez por eso triunfé donde fracasaron otros tantos. Porque las personas contra las que competía siempre lo reintentaban de la misma manera. Siempre repetían los mismos fallos técnicos, estratégicos y humanos. Mientras que yo, con cada fracaso, lo pasaba mal, tampoco voy a pintarlo como algo divertido. Fracasar es un disgusto, pero es muy importante saber en qué has fallado, corregir la estrategia y probar de otra manera. Después de cada fracaso, cambié detalles tecnológicos, estrategias, negociaciones con países, fui a China a negociar que el globo pudiese pasar por el país, cambié de equipaje, cambié de copiloto… Brian Jones sustituyó al copiloto que tenía antes para tener más probabilidades de conseguirlo. Y a la tercera fue la vencida. Ese aprendizaje gracias a la flexibilidad y la creatividad es importantísimo. No hay que tenerle miedo al fracaso. Así no vas a ningún sitio. Pero cuando fracasas tienes que aprender a hacerlo de otra manera. Ahí está la diferencia entre la obstinación y la perseverancia. Cuando eres obstinado te peleas contra el obstáculo y fracasas siempre por el mismo motivo. Cuando eres perseverante fracasas una vez o dos, pero cada vez aprendes a hacerlo mejor y al final lo consigues. La verdad es que, para mí, el proyecto del Breitling Orbiter era el sueño de mi vida, porque por fin era un explorador que hacía algo que no se había hecho nunca; pero también era la escuela de la vida, un aprendizaje personal y fue lo que me permitió hacer todo lo que vino después.
Me dijo: «Estás loco de remate». Y yo: «Da igual». Salió de la cabina, saqué la foto y ya volvimos los dos y aterrizamos. Creo que es la foto más original que he hecho en la vida. ¿Veis el cristal? ¿Veis que al otro lado está el amanecer? Nunca vais a ver el amanecer si no miráis más allá del cristal. En la vida pasa igual. En la vida hay un cristal enfrente de nuestro futuro. Hay miedos, ansiedades, problemas, crisis, dolencias, divorcios, accidentes, guerras, problemas… Muchas veces nos convencemos de que el problema es tan grande, de que el cristal es tan gordo, que preferimos sufrir con el cristal que conocemos, «aquí me manejo», que arriesgarnos a atravesar el cristal porque no sabemos lo que hay al otro lado. Creo que ahí es donde tenemos la capacidad para decidir como seres humanos de ser pioneros, exploradores, o no. Es decir, decidir descubrir algo nuevo o seguir sufriendo en lo que conocemos. Está claro que cuando hay un cristal hay que intentar atravesarlo. Y en ese momento entiendes que esa crisis no viene a destruirte, esa crisis viene a obligarte a cambiar de altitud, a ver las cosas de otra manera, a desarrollar nuevas aptitudes, a conseguir herramientas nuevas, que te permitan ser mejor que antes de la crisis.En ese momento lo entendí. Esta foto la he mirado durante horas. Me he pasado cientos de horas mirándola. Y cada vez aprendo algo nuevo. Fue entonces cuando entendí que una crisis, si la aceptamos como algo que puede resultar útil, se convierte en una aventura. Una aventura es una crisis que aceptamos. Mientras que una crisis es una aventura que rechazamos. Esa decisión hay que tomarla con cada obstáculo en la vida. Cada vez que hay un cristal enfrente del futuro, hay que decirse: «Vale, ¿qué puedo aprender de esto? ¿Cómo puedo salir más fuerte de esta? ¿Qué herramientas y aptitudes puedo desarrollar para aprender algo de esta crisis y para ver el amanecer que hay detrás del cristal?». Esta foto… es la foto más importante que he sacado. Me alegro de poder enseñárosla y explicárosla hoy.
“Lo imposible está en la mente de los que creen que el futuro va a ser como el pasado”
Cada vez que no estábamos de acuerdo, nos parábamos y decíamos: «Esto sí que es interesante. ¿Por qué piensas eso cuando yo pienso lo contrario?». Y de esa manera yo me adentraba en su visión del mundo y él, en la mía y formamos un equipo extraordinario. Yo lo que dije después de que saliese bien el vuelo fue que despegamos como pilotos, volamos como amigos y volvimos como hermanos. Fue totalmente así. Hace veinticinco años de esa foto. Pues todavía estamos muy unidos. Porque vivimos algo increíble como aventura, pero también en términos de relación humana. Aprendimos a contarnos todo. Con códigos. Por ejemplo, cuando decíamos: «Esta situación me resulta algo incómoda», el otro se partía porque sabía que quería decir que estaba hasta la coronilla. Y entonces el otro decía: «Vale. ¿Qué te pasa? ¿No estás cómodo? ¿Qué hacemos?». Y ya decías lo que te molestaba. Y así conseguimos contarnos todo y compartir nuestros problemas, nuestros miedos, nuestras alegrías… a pilotar superbién, a gestionar los problemas con los medios de comunicación. Los medios a veces intentan crear tensiones porque vende más. Nosotros nunca entramos al trapo. Tuvimos un equipo de lujo. Y siempre que nos vemos es así. Los meteorólogos, los controladores aéreos, los ingenieros de vuelo, los que construyeron el globo, todos sentíamos que juntos habíamos sido capaces de hacer algo que nadie más había hecho.
No perdamos de vista que ese vuelo duró veinte días. Sin escalas. Antes de despegar, el vuelo más largo había durado seis días. El nuestro duró tres veces y media más. Todo el mundo creía que era imposible. Había incluso un especialista aeronáutico que escribía en el periódico cada día que no lo íbamos a conseguir nunca, que el equipo era pésimo, que el globo no valía nada, que Breitling nos ponía en riesgo para ganar publicidad. La segunda semana de vuelo, ya escribía cada vez menos. La tercera semana de vuelo, dejó de escribir, desapareció y fue cuando lo logramos. ¿Veis que también hay toda una relación con el mundo exterior? Te encuentras a gente que piensa: «Estos están locos de remate». Y, poco a poco, se dan cuenta de que sale adelante. Lo que más me llegó de este logro fue que el público no me escribió para felicitarnos, sino para darnos las gracias. Por compartir vuestro sueño, por emprender una aventura que se creía imposible pero que dio esperanza porque demostró que todo es posible. Así que fue una aventura personal excepcional. Cada vez que me acuerdo de ese vuelo de hace veinticinco años, me da la impresión de que fue ayer.
Yo llevaba un paracaídas que me había regalado mi padre. Me dijo: «No te voy a regalar un ala delta porque es muy peligroso, así que te regalo un paracaídas para asegurarme de que así, al menos, vas seguro». Y eso me salvó la vida. Me salvó la vida ese paracaídas. Me salvó la vida el ángel de la guarda. Y me salvó la vida hacer lo que había que hacer cuando tocaba. Y es la experiencia más extrema que he vivido. Por supuesto, podéis pensar que estoy loco de remate. «Tiene hijos pequeños y hace ala delta acrobático. Casi se mata haciendo un tirabuzón. Está chalado». Os voy a contestar con una frase de Paulo Coelho que me encanta. Paulo Coelho escribió: «Si piensas que la aventura es peligrosa, prueba la rutina. Es mortal».
Eso demostraba que las técnicas de hipnosis de regeneración permitían funcionar mucho mejor. Pero está claro que cuando estás solo en cabina no duermes toda la noche del tirón. Vas por tramos de veinte minutos. Enchufas el piloto automático, pones el despertador en veinte minutos, te tomas un instante de abducción hipnótica y descansas. A veces duermes un poco y otras, apenas duermes, pero repones fuerzas. Y al cabo de veinte minutos, toca salir de ahí. Tomas los mandos, compruebas que todo va bien y vuelves a por otros veinte minutos. Jamás habría imaginado que podía dormir tan poco y estar fresco, atento y eficiente. Fueron tres días, en los que dormí… menos de cuarenta y cinco minutos cada noche durante tres días seguidos y estaba bien. Y pensé: «Vale. Las aventuras son interesantes, porque te sacan de tu zona de confort y te empujan a hacer todo lo que crees que no eres capaz de hacer». La hipnosis es de gran ayuda para eso. No sé si lo habría conseguido sin la hipnosis. Lo interesante también es que la hipnosis, cuando no puedes dormir porque tienes que pilotar o lo que sea, te permite despertarte y estar atento. En lugar de irme a la espiración, la calma y la relajación, usaba la inspiración para despertarme, tomar conciencia del mundo exterior y salir de mí, para no estar solo dentro de mí, y reunir fuerzas para estar alerta y despierto. Es decir, que, en función de cómo se use la hipnosis, haces las veces de maximizador de capacidades. Rindes mejor en todos los ámbitos. Eso fue lo que me fascinó de este enfoque.
Si usamos energías renovables, que son mucho más baratas que el petróleo y el gas; si usamos vehículos eléctricos, si tenemos la casa bien aislada para no malgastar energía, si tenemos una bomba térmica… al final pagamos menos. Tendremos más poder adquisitivo. Y así demostramos que la protección medioambiental puede ser viable en el plano económico. Puede ser una ventaja económica para la gente más pobre. Puede ser una ventaja industrial para la industria porque ¿qué supone poner el ecologismo en el centro del desarrollo industrial? Que vamos a ganar en eficiencia, que vamos a modernizar el mundo a fuerza de dejar de malgastar energía, agua, comida, recursos naturales, residuos… Es que hay que entender que estamos en el mundo del pasado. Es un mundo de malgasto. Ha sido así durante un siglo y creemos que hay que seguir así. No. Hay que parar. Pero la gente no se da cuenta de que este mundo en el que estamos vive de forma arcaica con infraestructuras y sistemas anticuados y desfasados. Somos como un pez en el agua que está tan acostumbrado a estar en el agua que no sabe que está mojado. Nosotros vivimos en el mundo del pasado, del malgasto y de la ineficiencia y, como nos pensamos que es lo normal, no nos damos cuenta. Yo lo entendí mientras volaba con Solar Impulse sin ruido, sin contaminación, sin combustible, y podía volar tanto tiempo como quisiera.
Y pensé: «Esto es el presente. Esto es lo normal. Lo demás es el mundo del pasado. Con motores térmicos ineficientes, calefacción ineficiente, casas mal aisladas, procesos industriales desfasados, energías contaminantes… ¿Cómo nos conformamos con eso?». Y por eso monté mi fundación para buscar soluciones. Al principio me dijeron que era imposible, que no había soluciones capaces de proteger al medioambiente y desarrollar la economía y la industria a la vez. A mí cuando me dicen que algo es imposible me lo tomo más como un estímulo que como un obstáculo. Así que centré mi fundación en ese campo durante varios años y hemos dado con mil seiscientas soluciones entre sistemas, procesos, infraestructuras, productos, materiales, dispositivos… que protegen el medioambiente en todos los ámbitos. Agua, energía, movilidad, construcción, industria, agricultura, gestión de residuos, economía circular, industria digital… todo eso pero más eficiente, más moderno y más rentable a nivel económico también. Es una forma de demostrar que se puede reconciliar la economía y el ecologismo. Creo que eso es lo que hace falta para tener esperanza. Porque si solo hablamos de los problemas: que si es caro, que si requiere sacrificios, que si la economía tiene que disminuir… ¿Quién se va a apuntar? Pero si dices: «Un momento, vamos a modernizar el mundo y a aportar soluciones nuevas, vamos a tener más poder adquisitivo, mejor calidad de vida, aire más puro, más empleo, se van a crear nuevos puestos de trabajo en todas partes»; ahí claro que hay esperanza. Cuando hablas en esos términos ya no hay ni ecoansiedad ni ecodepresión ni eso de «no hay futuro». Se acabó lo de que los jóvenes no quieran tener hijos porque el mundo se va a pique. Pero el mundo no se hunde. Si nos ponemos manos a la obra con un espíritu pionero, el mundo no se derrumba. El mundo se desmorona si te paras. Si te bloquea el miedo y te paralizan las dificultades, entonces sí que se va a pique el mundo. Lo que hay que hacer es espabilar. Lo que hago con mi fundación es espabilar a la gente y decirles: «Hay soluciones. Son soluciones ecológicas, económicas, industriales, políticas y medioambientales. Ahora toca aplicarlas e implantarlas». Trabajo mucho con gobiernos. Montamos actividades con otros países también, con otras instituciones, con ciudades y regiones. En mi opinión, eso es lo que tendría que hacer todo el mundo: ponerse a implementar las soluciones existentes.
Nadie quiso construirlo en el mundo de la aeronáutica porque según su lógica: «Un avión pequeño es ligero. Un avión grande pesa. Y el vuestro es grande y ligero. Eso no funciona. Si es grande tiene que pesar. ¿Cómo va a ser grande y ligero? Lo van a destrozar las turbulencias, no podréis maniobrar, caerá en picado…». Al final, contamos con un equipo extraordinario que construyó el avión y nos permitió dar la vuelta al mundo sin combustible, solo con energía solar. Lo más gracioso es que todos los que al principio me decían que era imposible y que se negaron a ayudarme, después del éxito de Solar Impulse, se pusieron a desarrollar proyectos de aviación eléctrica. Así es la vida del pionero. Al principio te dicen que es imposible y cuando lo consigues, entonces dicen: «Ah, pues lo ha conseguido. Es normal. Vamos a hacerlo nosotros». Evidentemente, no va a haber aviones solares en un futuro cercano para transportar decenas de pasajeros, pero tampoco era esa mi idea. Mi idea era hacer algo simbólico. Quería demostrar que se podía transportar no pasajeros, sino un mensaje. Y ese mensaje era que las energías renovables y las tecnologías limpias podían alcanzar objetivos que parecían imposibles. Era un proyecto para promocionar las energías renovables. Que sepáis que, cuando empecé este proyecto hace veintidós años, la energía solar costaba cuarenta veces más que ahora. Cuarenta veces más. Ahora mismo, la energía solar es la energía más barata que hay. Hacen falta proyectos que le den a la gente ganas de utilizar estas nuevas energías. Ese era el objetivo de Solar Impulse.
Eso dio pie a situaciones extraordinarias. Volabas muy despacio. Siempre tenía que haber sol, así que los meteorólogos hacían un trabajazo. ¿Os imagináis ir cruzando un océano y ver debajo un petrolero que va soltando un rastro de aceite? Todo un rastro de contaminación. Y tú, mientras tanto, volando en tu avión solar y pensando: «Ese sigue anclado al mundo del pasado. Qué locura seguir haciendo algo así. Se puede hacer mucho mejor». Cuando me preguntaron si me daba miedo volar en un avión experimental como ese contesté que no. «Para mí, tiene todo el sentido del mundo. Lo que me asusta es vivir en un mundo que quema un millón de toneladas de petróleo por hora, que destruye la biodiversidad, que contamina el medioambiente, que cambia el clima… Eso sí que me da miedo. Todo lo que podamos hacer para luchar contra este desastre ecológico debería tranquilizarnos, no asustarnos». Vale que el Solar Impulse era como una metáfora de lo que podemos hacer para dejar atrás… el viejo mundo del pasado. Gracias a la vuelta al mundo del avión Solar Impulse pude montar la fundación Solar Impulse, investigar las soluciones que os contaba hace un momento y aportar mi granito de arena a la acción climática.
Uno de los momentos más impactantes fue el veintidós de abril de dos mil dieciséis. Era el Earth Day, el Día de la Tierra. Estaba en mitad del Pacífico y estaba en línea directa con el secretario general de las Naciones Unidas en Nueva York mientras los países firmaban el Acuerdo de París. Estábamos en pleno debate, por un lado la asamblea de la Naciones Unidas y, por el otro, yo desde la cabina para demostrar todo lo que se puede hacer con las tecnologías limpias y las energías renovables, que no deberían ser algo experimental en un avión, sino la norma en todas partes. Tened claro que el desarrollo energético ahora mismo pasa por las energías renovables, por la eficiencia energética, por las soluciones para mejorar los problemas de contaminación, de biodiversidad, por acabar con el malgasto de energía, de alimentos, los residuos, los recursos naturales… Todo eso es una oportunidad increíble para el mundo y hay que volcarse con ello.
“Necesitamos es que todos seamos exploradores de nuestra propia vida a cada instante”
Ahí hay un montón de soluciones que ya están en el mercado. Creo que el coche eléctrico, aunque tenga detractores por el tema de las baterías, es mucho más ecológico que tener un motor térmico que malgasta tres cuartas partes de la energía que le metes, que necesita mucho acero para hacer los bloques del motor, la caja de cambios, los tubos de escape, los carburadores, las bujías y demás. Un coche eléctrico es mucho más sencillo de construir y mucho más limpio. Lleva una batería, sí, pero no hay que perder de vista que el ochenta y cinco por ciento del tiempo el coche está parado. Puedes enchufar el coche a la red para almacenar energía intermitente solar, o eólica, de haberla. La almacenas en el coche y cuando vuelves a casa, por la noche, cuando hay pico de demanda, en vez de encender centrales de gas porque todo el mundo quiere tener energía a esas horas, descargamos la batería en la red eléctrica de la casa para no tener que producir más energía. En realidad, allanamos las curvas de consumo, descargamos el coche y, por la noche, cuando la gente deja de consumir, ya tienes energía para cargar el coche. A la mañana siguiente tienes la batería llena, vas a la oficina, allí vuelves a cargarla con energías renovables y, así, el coche eléctrico no es solo un vehículo, sino una batería sobre ruedas que permite almacenar electricidad de forma individual por el bien colectivo.
A la vista queda hay que salirse del molde. La movilidad no es solo movilidad, también se le puede dar otros usos. La pregunta del millón: ¿Vamos a hacer coches con batería o coches con hidrógeno? Habrá que ver qué es más eficiente. A título personal, yo creo que los coches ligeros deberían llevar batería y los vehículos pesados deberían usar hidrógeno porque las baterías pesarían demasiado. Lo mismo con los trenes. Puede haber trenes de hidrógeno, barcos de hidrógeno, de nuevo, porque las baterías pesarían demasiado. Lo que está claro es que no depende de ideologías, sino de ser realista. Hay ver qué es mejor en cada caso. También se podrían prohibir todos los aviones y todos los coches. ¿Es realista? Creo que nadie va a aceptar eso. Es pegarse un tiro en el pie. En vez de prohibir cosas, lo que habría que hacer es hacerlas limpias, descarbonizarlas y crear ecosistemas inteligentes. Independientemente de la movilidad, también hay que aislar mejor las casas, bombas térmicas para poder calentar o enfriar según la estación que sea, bombillas LED… Las luces LED tienen una eficiencia del noventa y cinco por ciento, mientras que las bombillas incandescentes o las normales solo tienen una eficiencia del cinco por ciento. Se pierde el noventa y cinco por ciento de la energía. En los procesos industriales pasa lo mismo. Hay que ser más eficiente. En la agricultura se pueden combinar cultivos con placas fotovoltaicas. Se llama agrovoltaica. Esto permite mejorar el rendimiento de los cultivos, porque quedan protegidos, y obtener otra fuente de ingresos para los agricultores porque fabrican electricidad. Todo es mejorable. Todo. Lo que no hay que hacer es atacar a un sector para tener la conciencia tranquila y no hacer nada más. No. Hay que mejorarlo todo. Pero hay que hacerlo siendo realista y empezando por lo que se puede hacer ya. De lo más difícil nos encargaremos luego.
Te ves obligado a buscar dentro de ti todas las herramientas para conseguirlo. Y las encuentras dentro de ti. Ahí me di cuenta de que quizás lo más importante no es la valentía. La valentía es tener miedo y hacer las cosas de todas formas. No. Lo más importante es la confianza. Es buscar dentro de ti la confianza necesaria para lograr lo que te has propuesto. Y eso no sirve solo para cruzar el Pacífico en un avión solar. Sirve para un chaval que tiene un examen en la escuela o en la universidad, para un adulto que tiene que cambiar de trabajo, que se tiene que mudar, que aprende un idioma, que se confina dos meses por culpa del COVID, que pierde el trabajo, que quiere presentarse a las elecciones, que lo consigue, que fracasa… Sirve para todo en la vida. Para todos los momentos en los que podemos relegar las soluciones al exterior y depender de los demás o buscar la solución dentro de nosotros y ser los actores de nuestra vida. Creo que eso es fundamental en las aventuras. Ver que no somos víctimas del pasado, sin importar cuál sea nuestro pasado. Somos los actores de nuestro futuro porque un pionero y un explorador no es aquel que viaja en avión solar, que vuela en globo, que se sumerge en el océano, que pisa la Luna o lo que sea; no es solo eso. Estaría demasiado limitado. ¿Solo hay un puñado de exploradores en toda la Tierra? No. Eso nunca.
Lo que necesitamos es que todos seamos exploradores de nuestra propia vida a cada instante. En realidad, lo más importante que podemos decir hoy aquí es eso. En cada situación en la que os diríais «esto va a acabar conmigo», cambiadlo por… «que empiece la aventura», «soy un pionero», «soy un explorador o una exploradora». Y ahí tomáis las riendas. Ahí estaréis cambiando lo que hay que cambiar de vuestra forma de pensar. Ahí vais a buscar vuestras herramientas internas. Y os preguntaréis: «¿Qué voy a aprender de esto? ¿Cómo puedo funcionar mejor? ¿Cómo puedo desarrollar mi vida?». Y la respuesta debe ser: «La mayor aventura es mi vida. Mi relación conmigo, mi relación con los demás, mi relación con el universo». A lo mejor no estamos aquí por casualidad. A lo mejor estamos aquí porque tenemos que vivir la aventura que es «la vida» y sacar algo de ella. ¿Qué tenemos que aprender? Yo creo que hay que aprender, sobre todo, a tener respeto, curiosidad, compasión, sabiduría, bondad… Hay que poner en valor esas energías sutiles y positivas que pueden brindar más armonía y bienestar a nuestro entorno. Eso sí que me parece una aventura extraordinaria. Y os la deseo a todos. Espero que hayáis pasado un rato tan agradable como yo. A mí me ha encantado, la verdad. Me han encantado vuestras preguntas y tener tiempo para hablar sobre estos temas que me llegan tanto. Espero que os sea útil. Feliz camino, feliz aventura y feliz exploración. Que tengáis una vida plagada de descubrimientos. Enhorabuena.