Lecciones de la Antártida: “Muchachos, de esta salimos”
Javier Cacho
Lecciones de la Antártida: “Muchachos, de esta salimos”
Javier Cacho
Científico y escritor
Creando oportunidades
“Lo difícil lo hacemos todos los días, lo imposible nos cuesta un poco más”
Javier Cacho Científico y escritor
Javier Cacho
Cuando en 1914, el explorador británico Ernest Shackleton se propuso cruzar la Antártida con un grupo de 27 personas nunca imaginó que comenzaría una de mayores batallas del ser humano por la supervivencia. Su buque ‘Endurance’ quedó atrapado por el hielo, se hundió y la tripulación quedó expuesta a las inclemencias del tiempo sobre el mar helado. Shackleton convenció entonces a sus compañeros de que podrían sobrevivir: “Muchachos, de esta salimos”. Una frase y una actitud que, según el investigador Javier Cacho, se podría aplicar a los tiempos que vivimos. “¿Cómo eligió Shackleton a su tripulación? No eran ni los más fuertes ni los más valientes, sino los más optimistas y pacientes”.
Javier Cacho es físico, científico experto en la atmósfera y escritor. En los años 70 inició su carrera investigadora y divulgadora en la Comisión Nacional de Investigación Espacial (CONIE) y el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), donde lideró los primeros estudios sobre la destrucción de la capa de ozono en la Antártida. Fue colaborador de la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología en el Programa Antártico Español, miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida en 1986 y jefe de la base antártica española Juan Carlos I. Además de sus estudios sobre la atmósfera que contribuyeron a la concienciación sobre la necesidad de proteger la capa de ozono, lleva años investigando a los grandes exploradores polares, cuyas experiencias ha recogido en libros como ‘Héroes de la Antártida’, ‘Yo, el Fram’ y la trilogía ‘Los héroes de la conquista de los Polos’, ejemplos de resiliencia en situaciones extremas y tiempos de crisis.
Transcripción
Y aquello cambió mi vida, porque, a partir de aquel momento, mi vida tomó dos derroteros o tomó un derrotero como de dos líneas de ferrocarril. Uno era la divulgación. Siempre me había gustado divulgar, contar lo que yo sabía, pero, a partir de ese momento, había una necesidad. La sociedad tenía que saber qué es lo que estaba pasando allí, tenía que saber cómo podíamos evitarlo. Y, verdaderamente, me volqué en cuerpo y alma a contar lo que estaba pasando, a contar la importancia del ozono, a contar por qué, con pequeñas acciones diarias, podíamos provocar esos desastres medioambientales.
La Antártida me fascinó, me quedé prendado de ella. Regresé a ella dos veces más como científico para hacer estudios, labores de investigación e investigaciones sobre esa destrucción de ozono. Y, después, ya empecé a participar en actividades antárticas. Fui jefe de base durante… En tres ocasiones he sido jefe de la base española Juan Carlos I. Y, bueno, he tenido la suerte ahora de volver a ella. En este caso, como escritor, porque me apasionó la Antártida, me apasionó esa naturaleza, me apasionó la solidaridad, el compañerismo, la amistad que se vive en una base entre los experimentadores, entre los investigadores, entre las personas que están allí.
Y, cuando cuento esto y hablo de que he estado en la Antártida, evidentemente todo el mundo me pregunta inmediatamente: «Bueno, ¿cómo es la vida diaria en la Antártida? ¿Cómo vivís en la Antártida?» Bueno, la vida diaria en la Antártida se resume con tres palabras: trabajo, trabajo, trabajo.
Sí, es un lugar muy especial. La razón es ciencia, es realizar investigación científica. Los científicos saben que tienen una oportunidad de oro, que los trabajos que hagan, sin excepciones, les van a permitir promocionarse en su carrera profesional, con lo cual se vuelcan en esos días que están allí. Después, es un lugar lejano, complicado. Es muy difícil ir, por lo tanto, los grupos de personas que van a realizar el trabajo siempre son mucho menores que los que trabajarían en un laboratorio normal. Si en una actividad normal trabajan tres personas, allí van a enviar solo a uno. Luego la carga de trabajo que van a tener es muy grande. Por lo tanto, el científico se vuelca en trabajar, trabajar, trabajar.
Una de las veces que estuve, que estaba solo, precisamente, trabajando como científico, recuerdo que dormía tres y cuatro horas durante un mes para poder sacar todo el trabajo que quería, porque sabía que cada dato que tomaba iba a ser importante para toda la carrera, para toda la proyección de mi grupo de investigación. Pero quitando eso, la vida es una vida muy normal, mantenemos un horario con… horario normal, siguiendo el tiempo en Argentina, que es el tiempo solar, que nos viene mejor. Nos levantamos, procuramos tener mucha convivencia, mucha vida en común, quiero decir, desayunamos todos juntos a la misma hora, comemos juntos todos a la misma hora y cenamos juntos a la misma hora, y después, el resto del tiempo, cada uno hace sus labores, los científicos se van a hacer su trabajo, los logistas, las personas que estamos para apoyo de los científicos, hacemos el nuestro, que es apoyarles. Y así permanecemos mucho, mucho tiempo. Mucho tiempo en esa actividad.
Claro, es un confinamiento, justo lo que estamos viviendo ahora. Hasta ahora, me era difícil, me era difícil preguntar… Cuando la gente me preguntaba: «¿Qué es lo peor que has vivido en la Antártida? ¿Qué es lo más difícil de sobrellevar en la Antártida?», entonces, me era difícil decir la verdad, porque todo el mundo esperaba: «Frío, que se pasa mucho frío». Y claro, yo no podía decirles la verdad. La verdad es que la Antártida, yo he estado en invierno en la Antártida, pero la mayor parte de las veces ha sido en bases de verano. Las bases de verano, como su nombre indica, son bases que se abren en verano, cuando el tiempo, la meteorología, es más benigna. Después, las bases están situadas en la periferia de la Antártida, porque en la periferia de la Antártida es donde hay vida, vida límite, pero hay vida, es donde los científicos quieren estudiar esa vida, cómo se adapta esa vida a esas condiciones, esas condiciones tan adversas. ¿Y, bueno, qué ocurre? Pues claro, las bases están en ese límite, con lo cual, el límite de la Antártida en verano, las temperaturas son francamente buenas, por debajo de cero, rondando los cero grados, pero no son esos 30 grados, 40 grados, 50 grados que todo el mundo que me pregunta quiere escuchar. No, no, normalmente no estamos a esta temperatura.
Pero hay algo que te hace sufrir mucho más que las temperaturas. Yo he llegado a tener comienzos de congelación en las manos, he llegado a pasar situaciones de auténtico peligro, pero este tipo de peligros llevan tal carga de adrenalina, que no lo pasas mal en ese momento y después lo recuerdas como una aventura. Pero lo que sí te hace mucho daño es el confinamiento, es la convivencia con unas personas que han llegado allí, cada uno de su padre y de su madre, como podemos decir, que no nos conocemos, que tienen sus gustos, que tienen sus manías. Y todos estamos solos. Estamos solos. Hemos dejado atrás a nuestras familias y a nuestros amigos, y eso es muy duro.
Este confinamiento que estamos viviendo lo estamos viviendo en familia. Bueno, podemos tener nuestros roces, no digo que no, pero estamos viviendo en familia. No estamos sintiendo angustia. En algún momento, sí. Quiero decir, que una de las angustias que se tienen en la Antártida es decir: «¿Qué le está pasando a mi familia?», y tu familia tiene la angustia de saber qué es lo que te está pasando a ti, porque estás en un sitio peligroso, estás en un sitio, que no te juegas la vida a diario, pero es un sitio donde hay un peligro real. Si estás es una zódiac y caes al agua del mar, si no llevas un traje preparado, permaneces vivo un minuto o dos minutos. Si vas por el glaciar y te caes a una grieta, todos sabemos lo que te puede pasar. Estás trabajando con maquinaria.
Todo es complicado, todo es peligroso y eso lo siente tu familia, y tú sabes que ellos lo sienten, con lo cual, hay una sensación de angustia, estamos preocupados.
Yo, como jefe de base, muchas veces decía que mi labor era como de ser un padre prior, viendo un poco cómo está la gente emocionalmente, si están bajos, si están a punto de entrar en una depresión, y sí, es así. Y me pasaba a veces, recuerdo, con un compañero que lo estaba pasando mal. Me acerqué un día a él y le dije: «Menganito, vamos a dar una vuelta», y dimos una vuelta. Le conté y le pregunté qué es lo que le pasaba y me dijo: «No, es que no sé nada de mi familia». Y, bueno, como teníamos, ahora ya no las tenemos, pero entonces teníamos unas limitaciones para hablar por teléfono, resulta que él había consumido los 10 minutos que tenía para hablar esa semana y decía: «Es que no tengo tiempo para hablar con mi familia y tengo un hijo». Y yo le dije: «Mira, no hay ningún problema, habla esta noche con ellos y lo pones en mi cuenta». Y recuerdo perfectamente que, cuando salió de la especie de cabina telefónica que teníamos, era otra persona con una sonrisa de oreja a oreja.
La convivencia, estar alejados de todos nosotros es lo que más nos duele. Yo recuerdo que a veces, en esa convivencia, había gente que decía: «Esto es como un Gran Hermano», o a veces me dice la gente: «Es un Gran Hermano aquello de la Antártida»: En absoluto, en absoluto, porque nosotros estamos ahí por un motivo, que es hacer ciencia y eso lo diferencia totalmente, radicalmente, de un Gran Hermano.
Y, si me permitís hablar de mí, pues he pasado muchos meses en confinamiento. Prácticamente, salvo esta vez, que he estado dos meses, normalmente en la Antártida estoy cuatro meses, que es mucho más tiempo que el confinamiento que estamos tomando. Con lo cual, podríais pensar: «Este confinamiento te lo has comido sin ningún tipo de problemas». No, lo he pasado mal, me ha costado. Me ha costado como a todos, me ha costado.
Tengo compañeros escritores que comentan: «Oh, estupendo, el confinamiento es lo que los escritores solemos hacer siempre para escribir». Bueno, puede que ellos sí. Yo estoy en mi casa, donde estoy ahora mismo confinado, porque mis libros, cuando tengo un plazo de entrega, efectivamente estoy más confinado que ahora, que ahora puedo salir fuera, al jardín, y entonces no podía salir.
Pero no, es otra cosa. Este confinamiento tenía… No la boina de contaminación que tenemos en Madrid o en las grandes ciudades, pero tenía una boina de dolor y una boina de incertidumbre que creo que nos ha afectado a todos, por lo menos a mí sí me ha afectado. Son momentos en donde, por una parte, hubiese querido haber estudiado Medicina, para poder haber estado ayudando a la gente. Y, por otra parte, sentía, quizá ya por la edad, el dolor de esas personas que estaban muriendo por docenas, de esos mayores que estaban muriendo, más castigados por el virus que nadie más. Y sí, eso me hacía… Lo pasé mal un tiempo, porque me veía que no hacía nada más que vivir, pasar unos días, hasta que me di cuenta de una cosa: que todos éramos importantes, que todos estábamos participando en esa batalla, como se ha gustado tanto hablar.
Sí, que no estábamos en la retaguardia escondidos, que estábamos en primera línea, que no éramos presidiarios que apuntan en la pared rayas por todos los días que tienen que pasar en prisión y lo van tachando. No, no, no. No estábamos en una condena. Estábamos luchando igual que los sanitarios, pero de otra manera. No de forma tan épica como ellos, pero sí luchando, porque cada día que nos quedábamos en nuestra casa, cada día que lográbamos vencer la voluntad de salir y de pasear más de lo que debíamos, de no ir solamente a cosas imprescindibles, cada día que hacíamos eso, estábamos también contribuyendo nosotros, igual que contribuían ellos. Con lo cual, bueno, pues… Y ese pensamiento me hizo cambiar el chip, me hizo cambiar, empezar a pensar de otra manera y empezar a vivir este confinamiento también de otra manera.
Comentaba que parte de este entusiasmo mío por la Antártida es esas historias de exploración, esos grandes exploradores. Ahora se ha hablado mucho de los exploradores. Por ejemplo, se ha hablado mucho de uno, de Shackleton, porque él logró también, en unas situaciones como muy parecidas, en unas situaciones extraordinariamente adversas, que creo que todo el mundo las sabemos: va con un barco a la Antártida, al barco lo apresan los hielos. Pasa nueve meses apresado el barco por los hielos, nueve meses metidas 28 personas en un barco, que es más que una casa, evidentemente, pero eran 28 personas, también cada cual de su padre y de su madre en este caso. Y, después, llegó un momento que incluso los hielos destrozan el barco y ellos tienen que salir de allí porque no tenían dónde ir.
No sé si os acordaréis todos, sí, nos acordamos todos de la película de Apolo 13, cuando el capitán del Apolo 13 manda ese mensaje: «Houston, Houston, tenemos un problema». El pobre de Shackleton no tenía ningún «London, London», llamar para decir que tenían un problema, todo lo tenían que resolver por ellos mismos. Bueno, los hielos destrozan el barco, hunden el barco y se tienen que quedar encima de la superficie del mar, en una odisea que duró 16 meses. 16 meses de confinamiento, de confinamiento peor que el nuestro. Dormían en unas tiendas de campaña de cualquier manera, con el hielo del mar debajo, el mar congelado debajo, que no es, que, como yo lo he hecho, puedo decir que no es la mejor de las compañías para la espalda. Y comiendo carne de foca y de pingüino, que prácticamente es lo que tenían. Luego, estaban en una condición… y Shackleton logró mantener a su gente entusiasta, lo suficientemente entusiasta para que no muriese ninguno. Ni muriese por aspecto físico ni muriese por temas mentales, por hundirse. Es que 16 meses en esas condiciones son muchos meses sin saber que nadie va a venir a buscarte.
«¿Para qué sufrir más?», muchos de ellos llegaron a pensar, pero ahí estaba Shackleton, animándolos, animándolos a todos. Le ponen de modelo de liderazgo y no me extraña, porque parecía que había nacido líder. Sabía hacerlo todo perfecto para que se quedase esa armonía entre su gente. Estaba continuamente creando actividades. Diríamos que era un charlatán, una persona que tenía muchas anécdotas, que había vivido mucho y que hablaba continuamente. Le gustaba jugar las cartas, le gustaba cantar, le gustaba hacer todo, donde sus hombres podían, durante unos minutos, durante unas horas, olvidar dónde estaban, no pensar en lo que les podía pasar. Ahí estaba él, ahí estaba él, dispuesto a hacer esas cosas. Y era una persona extraordinariamente generosa. A mí hay una anécdota que me gusta contar, porque se conoce poco. Cuando os comentaba que los hielos destrozan el barco, hunden el barco, entonces tienen que salir, tienen que salir a la superficie del hielo y tienen que dormir en esas tiendas de campaña con sacos de dormir. Bueno, entonces se presenta un problema. El problema era que ellos tenían 16 sacos de dormir de reno de la mejor calidad, que eran los que iban a utilizar ellos para la expedición. Pero luego había 12 sacos que eran de lana, que eran los sacos que iban para los marineros, el barco iba, les dejaba y se volvía, luego no tenía que pasar frío ese segundo grupo. Y ahora sí, tiene que pasar el segundo grupo frío.
Claro, ¿cómo repartir? ¿A quién das el saco de lana y a quién das el saco de piel de reno? Pues bueno, se le ocurrió: «Hacemos suertes, hacemos un sorteo y lo hacemos a suertes». Bueno, hacen el sorteo y, cuando termina el sorteo, todo el mundo se da cuenta de que ha hecho trampas, que ha hecho trampas. No saben cómo, pero he hecho trampas, porque a Shackleton le toca el saco de lana. Al capitán del barco le toca el saco de lana. Al segundo le toca… A todos los amigos personales de Shackleton, a todos los hombres de confianza de Shackleton les toca un saco de lana y a los marineros, que estaban allí solo por dinero, que no tenían ningún interés ni en la Antártida ni en expediciones ni en la gloria ni en la patria, a todos ellos les toca el saco de reno, donde por lo menos lo podrían pasar un poquito mejor.
Esto me recuerda que cómo seleccionaba Shackleton a sus hombres. Pues decía… ¿Cómo pensáis vosotros que hay que seleccionar a un equipo para ir a la Antártida? Pues lógicamente, lo que uno piensa, «gente con experiencia, grande, fuerte, no sé qué». Bueno, parece lo lógico. Pues no, Shackleton tenía otros criterios.
El primer criterio era: optimistas. Él quería gente optimista alrededor. Él lo era y, si salieron de esa ocasión, fue por optimismo. «De esta salimos. De esta salimos, chicos». Esas fueron unas palabras que les dijo cuando se hundió el barco y se quedaron tirados, porque hasta ahí tenían posibilidades de que el barco volviese a salir y regresar tranquilamente a su patria. Pero cuando el barco se hunde, tienen que quedarse tirados, literalmente tirados ahí, en medio de los hielos, movidos solamente, lentamente, por las corrientes, entonces hacía falta ser muy optimista y hay una frase preciosa que a mí me gusta tanto como la frase de «Houston, Houston, tenemos un problema», que es «Muchachos, de esta salimos. Si me seguís, de esta salimos». No había duda en sus palabras. «De esta salimos».
Bueno, pues la primera cualidad que buscaba era optimismo. Y la segunda: paciencia. Paciencia. Que también suena poco épico para un explorador polar. Y después ya iba el valor, la fortaleza, todo eso, porque él decía que la persona optimista puede con todo y la persona paciente sabe cuándo tiene que moverse y sabe cuando no tiene que moverse. Una cosa que aprendí en la Antártida es un término que se suele decir: «hurry y stop». Cuando hay que correr se corre. Cuando las condiciones meteorológicas son buenas, solamente hay que hacerlo todo. Y después, cuando las condiciones meteorológicas cambian, pues stop, te quedas quietecito y te quedas parado un día, una semana o un mes, y eso es lo que a mí me enseñó la Antártida, lo que a mí me enseñan los exploradores polares.
Pero yo digo, hay muchos exploradores, Nordenskiöld… Muchos que han pasado esas situaciones de confinamiento y situaciones extremas similares a las de Shackleton. Pero hay una que yo le tengo un cariño especial, que es Fridtjof Nansen, es un noruego, que es mucho menos conocido que estos exploradores polares británicos, pero yo le tengo un cariño doble. Primero, porque es un científico y porque, realmente, en sus exploraciones quería hacer ciencia, no le importaban los descubrimientos. No es que no le importase la gloria del descubrimiento, le importaba, como a todo ser humano, pero quería hacer ciencia, que las exploraciones sirviesen para la ciencia, y, claro, sin lugar a duda, eso a mí me llega al corazón.
También pasó un periodo absolutamente encerrado. También se quedó solo con otro compañero, en este caso en el Ártico. Hacen también una casamata en el hielo y se quedan recluidos nueve meses, nueve meses. Con la comida que pudieron cazar, cazaron todos los osos que pudieron, todas las morsas que pudieron para tenerlas durante nueve meses. Y así permanecieron en esa estación y guardando un distanciamiento social que no era como el nuestro, pero sí era un poco en el trato. Cuando llegan las navidades, entonces hay un momento de cordialidad y Nansen le dice a su compañero: «¿Qué le parece si a partir de ahora nos tuteamos? Y su compañero respondió: «Como usted quiera, doctor Nansen». Y así siguieron su confinamiento de nueve meses.
La segunda razón por la que me gusta Nansen es porque, al final de su vida, se dedicó a hacer actividades humanitarias. Coincide con el periodo después de la Primera Guerra Mundial, una Europa arrasada, una Europa llena de migrantes, de refugiados, de prisioneros de guerra, y él colabora en todas las causas. Es el líder de todas, es el Alto Comisionado de las Naciones Unidas, que es el embrión de lo que luego sería la ONU. Pues colabora en todas esas causas para poder, en la medida de lo posible, evitar el dolor, el sufrimiento y el hambre que estaban pasando miles de personas. Es una persona que se lo cree, que no es un político que se dedica a temas humanitarios. Él, como Alto Comisariado, tenía derecho a viajar en primera en los trenes, no había aviones, tenía derecho a viajar en primera. Y, cuando el viaje era oficial, viajaba siempre en segunda. Él y todo su equipo. Su equipo no quería viajar con él. Viajaba siempre en segunda, porque decía que, por la diferencia de dinero entre primera y segunda, podemos dar dinero para que viva una familia de refugiados una semana. O sea, creía exactamente en lo que hacía.
Hay una frase que utilizamos mucho, esa frase de «lo difícil lo hacemos todos los días, lo imposible nos cuesta un poco más». Esta es una frase suya, es la frase que le decía a su equipo. Me entusiasma Nansen como explorador, como científico… Me entusiasma porque es una persona que al final de su vida comprendió que la vida no tiene sentido si no es un servicio a los demás.
También hay otra pregunta que me suelen hacer por el hecho de haber estado en la Antártida que es: «¿Qué me ha dado la Antártida? ¿Qué ha significado la Antártida para mí?». No nos damos cuenta de que todo en la vida nos enseña. Estamos en Madrid, tenemos cerca La Pedriza. La Pedriza, la montaña, nos puede enseñar montones de cosas, nos puede enseñar que, después de un esfuerzo por subir a una cumbre, tendremos la compensación de la vista y el propio orgullo de decir «lo he logrado, me ha costado, pero lo he logrado». La montaña nos puede enseñar que tenemos que ir con nuestro compañero, ir al ritmo del más débil, no podemos dejar atrás a nadie. La montaña nos enseña eso.
Todo nos enseña. Lo que tenemos que hacer es buscarlo, no solamente en la Antártida. El jardín. A mí me gusta el jardín, y el jardín nos enseña. Nos enseña que tú plantas hoy una semilla y puedes mirar al día siguiente y al otro y al otro al otro, pero probablemente hasta dentro de un mes no va a germinar, y después va a crecer lentamente. No puedes estirar de ella para que crezca más rápido. El optimismo también, porque tienes que ser optimista y pensar que esas semillas que has sembrado y que no sabes si van a salir, y pasan los días y no sale ninguna, no germina ninguna… Optimista para saber que va a salir.
Todo nos enseña, todo nos enseña. Yo, lógicamente, he estado en la Antártida, y la Antártida me ha enseñado muchas cosas. Una es, quizá, humildad. Suena raro, pero es humildad. En la Antártida un día me lo explicó el jefe de la base búlgara. Habían venido a pasar con nosotros las navidades. Habían venido en sus zódiacs, la base búlgura y la base española están relativamente cerca. Habían venido a pasar la fiesta de Navidad con nosotros y, bueno, habíamos pasado el día y cuando se iban a retornar por la tarde, bueno, había cambiado el tiempo, unas olas tremendas, no había forma de volver en zódiac sin ponerse en peligro y dije: «Pues nada, oye, quedaos aquí a pasar la noche».
En algún momento yo creo que al día siguiente le digo: «No te preocupes, que mañana os llevamos». Y me dijo «Perdona, Javier, nosotros en la Antártida no utilizamos… utilizamos otro verbo que es mañana ‘trataremos’, el verbo ‘tratar’». Porque las circunstancias de la vida son muy fuertes. Entonces, a veces, ese orgullo, esa soberbia del hombre occidental: «Voy a hacer esto». Bueno, vas a tratar de hacer eso. Yo creo que eso es bueno siempre: tratar de hacer las cosas, porque luego todo puede cambiar y puedes no poder hacerlas. Si tú mismo has interiorizado que vas a tratar, no te vas a desilusionar si las cosas no te salen. Bien, una es tratar.
Y la otra es… es una cosa curiosa. Yo en la Antártida… he sentido que soy miembro de la especie humana. En la Antártida estás rodeado por 10-15 personas en tu pequeña base y, de repente, te vienen otros científicos a pasar unos días contigo o están haciendo trabajos de geología en tus alrededores y se acercan a la base. Bueno, no os podéis imaginar la alegría que da ver a otra persona distinta. Es un ser humano como tú y eso, eso lo hemos perdido, especialmente en las grandes ciudades. Podemos ver que una persona se cae al suelo en el metro y nadie se acerca a recogerla. Como mucho uno coge el móvil y llama y dice: «112, que aquí hay un señor que se ha caído aquí, que no sabemos si está borracho o es que le ha dado un infarto». Y eso no ocurre en la Antártida.
Y cuando estás con los compañeros o con la gente esa que te viene, incluso que venga a pasar unos días, ahí, sin quererlo, cuando nos damos la mano… Todavía nos dábamos la mano en la Antártida. Pues, cuando nos damos la mano en la Antártida, firmas con ellos una especie de compromiso, una especie de pacto de sangre que es que, si a ti te pasa algo, tú estás convencido de que el otro va a arriesgar su vida por sacarte. Y tú estás dispuesto a lo mismo.
Y es verdad. Y eso se ha dado tantas veces en la Antártida, se da también en la montaña, en la alta montaña también se da. Un equipo de escaladores tiene un problema y los demás salen a jugarse la vida para tratar de salvar al equipo polaco, que no le conocen de nada o como mucho, si es uno importante, lo conocen por referencias en los periódicos. No lo conocen y arriesgan la vida por un desconocido: no por un desconocido, por un miembro de tu misma especie. Y eso es una forma de ver al resto de las personas, de la sociedad, totalmente distinto, totalmente distinto. Una persona que sufre ya para ti no es alguien anodino que sufre, es un miembro de tu misma especie y, por lo tanto, tienes que hacer algo por él.
Yo decía que todavía en la Antártida nos damos la mano. Ahora con el coronavirus no sabemos cómo va a ser, no sabemos cómo va a ser la Antártida después de que pase esto. Sospecho que habrá muchas más regulaciones para entrar. De hecho, este año, cuando yo estaba allí y algunos amigos míos pasaron, tuvieron que pasar en la Antártida, había mucha solidaridad. Allí las bases están abiertas a los científicos de otros países. Si de repente… Estos tenían que pasar unos días en una isla y entonces pidieron a los chinos, que tenían allí una base, si podían alojarles durante unos días hasta que venía el barco para llevarlos a la base. Bueno, pues efectivamente los chinos los alojaron allí. Los chinos estaban todos con mascarilla y todos cada hora tocaban un silbato y anunciaban algo por los altavoces y tenían que ponerse en fila a que alguien les midiera la temperatura.
No sabemos cómo va a ser la Antártida después del coronavirus. Probablemente los cruceros de turistas disminuirán, probablemente. Y los científicos, pues habrá que cuidar mucho las condiciones en las que se van. Porque claro, aquí, si te pasa algo, efectivamente, pueden inmediatamente llevarte a un hospital donde tienes un equipo que te puede sacar, donde hay respiradores. En el caso de la Antártida, en todas las bases hay un médico, suele haber un médico y tienen también su pequeño quirófano, aunque, si yo os contase cómo son los quirófanos que yo he visto de algunas bases pequeñas, nos daríamos un buen susto. No sabemos cómo va a ser, porque el problema es que, si alguien allí manifiesta la enfermedad, pues no es fácil salir. Tú estás en cualquier país del mundo, pasa algo en tu familia y coges un avión y estás… bueno, salvo en estos momentos… Coges un avión y estás en 24 horas en tu casa. Allí no, allí es muy complicados y vaya un barco o un avión a recoger. Hay bases que se quedan aisladas durante nueve meses, y algunas 11 meses o un año menos cuatro días, cuando el barco va a llevarle las provisiones y se va. Salvo esa semana que está el barco, esos días que está el barco, los demás se quedan confinados.
En el caso hipotético de que entrase este virus o cualquier pandemia en una base antártica con muy pocas posibilidades médicas, la cosa sería terrible. Luego no sabemos cómo va a evolucionar todo esto para la Antártida. Tampoco sabemos cómo va a evolucionar aquí. Pensemos con optimismo y dejemos que avance el tiempo.
Y, debido a que la mayor parte de mi vida he trabajado con temas medioambientales, directa o indirectamente, quizá, sí, quizá comentar algo sobre medioambiente y ver un poco cuáles son nuestras perspectivas a medio y largo plazo. Pues tenemos que cambiar. Así no podemos continuar. Yo creo que todos somos conscientes de que estamos, no solamente emitiendo combustibles fósiles y aumentando las concentraciones de CO2, aumentando la temperatura del planeta, que eso va a hacer que se funden los hielos de Groenlandia y que el Ártico vaya a perder cada vez más sus hielos… Bueno, no es que sea anecdótico, pero es un caso más. Yo creo que la explotación que estamos haciendo del planeta, no la podemos mantener por mucho más tiempo.
A veces, cuando, con los chicos, trato de explicarles un poco la fragilidad de nuestro planeta, les digo: «Imaginad que nuestro planeta es una esfera de un metro y medio, como yo, me pongo de pie, una esfera de un metro y medio. Pues fijaos, la atmósfera tendría menos espesor que una hoja de papel». Estamos acostumbrados a movernos en superficie y en superficie vemos 40 kilómetros, 100, 200, 2000, 20 000 kilómetros y damos casi la vuelta a la Tierra, pero, claro, para arriba, no. Pero arriba, si empezamos a subir, si llegamos a 3000 metros, ya empezamos a respirar un poco peor. A 5000 metros ya tenemos dificultades para respirar y, si llegamos a los 7000, ya no hay quien respire, más que los grandes deportistas. 7000 metros, 7 kilómetros, eso no es nada. Cuando ponemos a la Tierra en esas dimensiones que decía yo, de metro y medio, en ese momento, es esto. La atmósfera es esto.
Es una gran fragilidad. Es una gran fragilidad. Si el agujero de ozono nos enseñó algo, en aquellos… a la sociedad mía de aquellos momentos y a las personas que lo recordamos, es que las acciones que hacíamos en la intimidad del cuarto de baño, utilizando esos aerosoles, como desodorante que tenían clorofluorocarbonos, que eran los que, después de un largo proceso, llegaban a la Antártida y provocaban la destrucción de ozono. Sí. ¿Qué nos descubrieron? ¿Qué nos enseñaron? Nos enseñaron que las acciones nuestras podían llegar a tener impacto sobre la otra parte del planeta y eso me pareció importantísimo. Y eso no existía antes de que existiese el agujero de ozono.
Nos hizo universales, nos hizo globales, vimos que nuestras acciones tenían repercusiones. Lo que pasaba en el Amazonas tenía repercusiones, lo que pasa con los pesticidas en cualquier región del planeta tiene repercusión en todas partes, la destrucción de bosques… Todo, todo tiene repercusiones y todo va a tener repercusiones. No podemos seguir con este consumo exacerbado que tiene nuestra sociedad. Lo siento mucho, no podemos seguir. Tenemos que buscar una alternativa porque, además, tampoco nos hace demasiado felices. No somos mucho más felices que lo fueron nuestros padres y nuestros abuelos. No somos mucho más felices que ellos. ¿Tenemos muchas más cosas? Eso sí. ¿Tenemos muchas más necesidades? Eso sí, eso sí, en ese bucle si hemos entrado, el de tener cosas y tener necesidades. Pero la felicidad va por otro camino.
Tenemos que repensar un poco esta sociedad tiene que repensar y repensarla con optimismo. Como diría Shackleton, con optimismo. Con poca paciencia porque, en este caso, sí tenemos que hacer las cosas con rapidez, no podemos dejar que pasen dos siglos. Pero bueno, con optimismo, porque, por ejemplo, en el caso del agujero de ozono.
Eso ocurrió en el 85. En aquel momento, fue el gran problema medioambiental. Conseguimos, los científicos, descubrir cuál era la cosa: estos compuestos que había en estos productos refrigeradores, bla, bla, bla… Convencimos a la sociedad, convencimos a los políticos, convencimos a las industrias para que se tomasen medidas y para que se eliminasen esos compuestos. Y son unos compuestos terribles. Son unos compuestos que, una vez que los emites, te duran 70 o 100 años en la atmósfera.
Fijaos qué diferencia. Todos hemos visto estos días imágenes de Venecia, de Venecia, con las aguas limpias. En cuanto han faltado los turistas, en cuanto ha faltado esa sobreactividad, en unos días, las aguas son limpias, vuelve a haber peces. Nosotros, en Madrid, en cualquier ciudad, hemos visto que ha disminuido la contaminación inmediatamente. En el caso de estos compuestos que destruyen la capa de ozono, permanecían 70 o 100 años en la atmósfera.
Luego, si era como una… Estamos acostumbrados a apretar un interruptor… se enciende la luz, apretamos y se vuelve a pagar. Aquí no, aquí apretábamos el interruptor de dejar de emitir esos compuestos y los que estaban iban a permanecer durante un tiempo. Las luces iban a seguir encendidas durante 50 años o un tiempo extraordinariamente largo. Pese a todos, con optimismo y con seriedad, tomamos esas medidas, se tomaron esas medidas. Y gracias a eso, el agujero de ozono se está recuperando. Se está recuperando más o menos, como decíamos.
En aquellos momentos, en el 85, yo recuerdo que escribí un libro. Y decíamos que a partir del año 2000, se iba a comenzar a recuperar la capa de ozono. Y estos últimos años, los científicos han estudiado cuál ha sido la evolución y han visto que a partir del año 2000, con esas inflexiones… Ya todos, después de ver las estadísticas del coronavirus, sabemos que las cosas no son líneas rectas. Sabemos que todo son inflexiones y la curva sube o baja. Bueno. Pues vamos recuperando la capa de ozono. Y probablemente en 2030 o 2040 volvamos a tener una Antártida sin agujero de ozono. De hecho, este año ha sido, por otras razones dinámicas, un agujero de ozono muy pequeñito. Pero bueno, es una mejoría. Y volveremos a empeorar, pero siempre vamos a seguir esa tendencia. Tendencia a la mejora.
Y esta noticia se ha dado poco. No digo que no se haya comentado que estamos siendo capaces de cerrar el agujero de ozono, que hemos sido capaces de… Hemos tenido un éxito real sobre el gran problema medioambiental. Los seres humanos somos capaces de lograr todo lo que nos proponemos, si tratamos de hacerlo. Y en este caso lo hemos logrado. Me parece importante no olvidarnos del ozono. Primero porque todavía queda ahí un poquito, pero sobre todo porque, sí, pusimos coraje y pusimos los medios para resolverlo y lo hemos logrado resolver. Y si hemos hecho eso con el agujero de ozono, lo haremos con muchas más cosas. Seguro que lo podemos hacer con el calentamiento del planeta, lo podemos hacer con la deforestación. Todo consiste en tener voluntad.
Hay quien dice que, posiblemente, como consecuencia del confinamiento, nos hemos dado cuenta de que no necesitamos tanto, tantas cosas. Bueno, yo no lo sé. No sé si va a ser así. No sé si va a ser así o cuando salgamos de esta va a ser… volveremos absolutamente a lo mismo. No lo sé. Quiero ser optimista y quiero pensar que estos días nos habrán hecho reflexionar un poquito y, cuando salgamos, apreciemos la verdad de la vida. Y la verdad de la vida son la amistad, las relaciones… Que nos demos cuenta de que pertenecemos todos a la misma especie y, por lo tanto, esas desigualdades sociales tan grandes hay que evitarlas. Que nos demos cuenta de que el uso abusivo de productos se convierte en un despilfarro que no podemos… que este planeta no puede soportar. Porque no tenemos un plan B.
No tenemos más que este planeta, ese planeta que yo os decía, esa esfera más o menos de mi altura… yo soy un poco más alto, y que si lo comparamos, la atmósfera no tiene más que el tamaño, el espesor de esta hoja de papel que es prácticamente nada. Y esa nada es donde estamos todos nosotros y donde se gestiona la vida.