Las enseñanzas del círculo polar
Ramón Larramendi
Las enseñanzas del círculo polar
Ramón Larramendi
Explorador y aventurero
Creando oportunidades
“He visto el cambio climático en el deshielo de los glaciares”
Ramón Larramendi Explorador y aventurero
Ramón Larramendi
“Llevo cerca de 35 años viajando a las regiones polares, desde Groenlandia hasta la Antártida. Lo primero que uno siente en la naturaleza es que no hay quejas. ¿A quién te vas a quejar? Tu muerte es irrelevante. Esto te cambia la perspectiva de las cosas porque estás en comunicación directa con las fuerzas verdaderas. Para sobrevivir hay que entender los tiempos de la naturaleza y enfrentarte a ella con humildad y estoicismo”.
El explorador Ramón Larramendi, autor de libros como ‘Tres años a través del Ártico’ y ‘Esquimales’, ha sido testigo presencial del cambio climático y del final de la última generación de hombres libres: los cazadores inuit. Colaborador de ‘Al filo de lo imposible’, entre sus hazañas destaca ser uno de los españoles que llegó por primera vez con esquís al Polo Norte geográfico y magnético. Su pasión por la exploración y la aventura le ha convertido en uno de los mayores expertos en las regiones polares, ganador de varios premios como reconocimiento a su trayectoria y labor divulgativa.
Larramedi, que vive la mitad del año en Groenladia, también ha puesto en marcha proyectos como la Expedición Circumpolar, la Fundación Polar Internacional en España y el Trineo de Viento, el primer y único vehículo científico no motorizado, con el que ha recorrido más de 18.000 kilómetros por desiertos de hielo.
Transcripción
Quise leer otro libro, quise tener más conocimiento, empecé a preocuparme por aprender y muy pronto decidí que yo quería también experimentarlo. Que eso que me había fascinado, quería experimentarlo. Y así empecé a ir a la montaña, a escalar, a tener contacto con la naturaleza. La parte inicial de todo es esa sensación de echar de menos el contacto con la naturaleza en una infancia muy urbana. Y fue así como, con unos amigos del colegio, planteamos cuando teníamos 19 años hacer una primera enorme aventura que fue el cruzar los Pirineos, de un mar al otro, con esquís. Para mí, probablemente, es de las mayores aventuras que he vivido nunca, por el salto que hacía de la experiencia que yo podía tener en naturaleza, en montaña… al nivel de desafío. Al final, el desafío es cuánto riesgo asumes, cuánto más por encima vas de lo que encuentras confortable, de tus terrenos conocidos, de tus zonas de confort. Aquello salió bien. Luego fuimos a Islandia, también por una serie de elementos de azar. Fuimos los mismos amigos del colegio, una travesía de Islandia con esquís. Luego, por otro golpe de azar, en el año 86 ganamos un concurso en España de radio, que se llamaba “Tu aventura vale un millón”, de Antena 3 y Nescafé, y presentamos ahí un papel escrito a máquina: “Queremos cruzar Groenlandia”, y ganamos el premio.
Y fue una especie de cosa milagrosa, que de alguna manera cambió mi vida para siempre. Los mismos amigos fuimos a Groenlandia y conseguimos, a pesar de que fue muy difícil de preparar, porque obviamente no había internet. Para que os hagáis una idea, nosotros fuimos sin GPS y tuvimos que aprender a manejar el sextante. Cruzamos Groenlandia orientándonos con el sextante. El mayor de todos los que íbamos tenía 20 años, y no conocíamos a nadie que hubiera hecho algo parecido, o sea que fue bastante audaz. Y bueno, llegamos ahí, cruzamos, completamos con éxito de nuevo, y mi vida ya estaba definitivamente unida a las regiones polares después de ese viaje. A la vuelta, estando en el aeropuerto, conocí a un danés que era muy simpático y me dijo: “Está muy bien lo que has hecho, pero tienes que venir aquí, a un pueblo de Groenlandia…”, donde vivía él, “…para conocer realmente lo que es la verdadera Groenlandia, lo que es el verdadero ártico fuera de la travesía”. Mi amigo José y yo le tomamos la palabra y al año siguiente fuimos ahí, a un pueblo al que nos había invitado, a ver de qué iba aquello de estar viviendo en un pueblo. Estuvimos un par de meses en su casa, aprendiendo un poco, los perros y demás, enterándonos y aprendiendo. Y fue allí cuando yo tuve el sueño. Estando en ese pueblo, en la casa de mi amigo Einar había un gran cartel de la Inuit Circumpolar Conference, una conferencia que une a todos los inuit circumpolares, a todas las tribus árticas. Y lo tenía enfrente de la cama donde dormía y lo veía todas las noches. Así fue como surgió la idea de realizar un enorme viaje de Groenlandia a Alaska en trineo de perros y en kayak, utilizando los sistemas tradicionales inuit.
Yo tenía 21 años en este momento, y era un desafío colosal, algo absolutamente gigantesco, enorme y que parecía totalmente imposible e impensable. Empecé a preparar y tres años más tarde realicé, con otros tres amigos diferentes, no los amigos del colegio, aquí ya hizo falta un equipo distinto de compañeros, y fuimos a cruzar el ártico. A recorrer 14 000 kilómetros en trineo de perros por la zona más remota de la tierra, con todo nuestro conocimiento: lo que habíamos aprendido en las dos travesías de Groenlandia e Islandia, que era algo, pero evidentemente era muy poco. La magnitud del desafío en proporción al conocimiento era algo absolutamente gigantesco para ese ese momento. Pero siempre me ha fascinado aceptar un desafío. Creo que la vida está para aceptar desafíos y pelear por ellos. Ese es el camino y esa es, un poco, la vida. Este gran viaje de tres años, me gusta describirlo como algo que es casi una vida entera. Yo considero que he hecho bastantes cosas, pero esos tres años, aún hoy en día, para mí son equivalentes casi a los restantes cincuenta años de mi vida, de la absoluta intensidad de estar aprendiendo, viviendo en situaciones de riesgo, conociendo gente, de peligro, de estar en la naturaleza siempre al filo de la navaja. No había teléfonos satélite, no teníamos GPS, de alguna manera fue la última gran expedición polar clásica como tal, sin ninguno de los elementos modernos, por lo cual me siento un absoluto privilegiado. Esa experiencia tan enorme es la que ha marcado todo lo que he hecho después, el resto de mis proyectos.
Tienes que tener una enorme humildad ante los acontecimientos, ante todo ser muy cauteloso… Hay una serie de virtudes que te permiten poder encontrar una armonía para sobrevivir. Y hay que entender que la naturaleza tiene sus tiempos. Tú no puedes llevar tus tiempos y tus pulsiones, tú eres es el que se tiene que adaptar al entorno, no pretender que el entorno se adapte a ti. Muchas cosas que nosotros llevamos de aquí y que, de alguna manera, nos son naturales, te las tienes que quitar, aprender a quitártelas para tener esa comunicación más directa. También desarrollas un cierto estoicismo, es decir, una cierta indiferencia. No puedes alegrarte demasiado ni entristecerte demasiado porque vayan las cosas mal. Tienes que mantener una cierta indiferencia emocional ante la adversidad, porque una expedición, como la vida también, al final es la lucha contra la adversidad y la actitud que tú tomes ante esa adversidad. Porque, de hecho, en cualquier expedición lo normal es que, muy pronto, todo lo que tú habías pensado que iba a ser se caiga como un castillo de naipes y tengas que replanteártelo todo absolutamente al contrario de lo que habías pensado… Y la actitud que tú cojas ante eso es la que te va a marcar, va a hacer que sobrevivas, va a hacer que se hagan las cosas bien.
Pero, al final, eso es la vida misma. No solo ahí, eso es en todos los sitios. Es una vida concentrada. Una de las cosas que a mí más me gustan es la intensidad, cuando uno está asumiendo riesgos en la naturaleza la vida adquiere una intensidad que es muy difícil, en nuestro entorno urbano de la sociedad moderna… Es muy difícil, no hay tanto espacio para esa intensidad de sentirse verdaderamente vivo, con una fuerza que en el fondo es lo que a uno le lleva realmente a volver, el sentir esa esa potencia, esa fuerza de la vida, que tiene que ser, porque hay riesgo, hay peligro. Evidentemente, el peligro es el que te despierta y te hace estar en otro nivel. Luego, también, la relación con tus compañeros, que pueden ser pocos, pero siempre hay una relación muchísimo más estrecha. En la sociedad moderna una comunicación profunda es difícil, el entorno no se presta a una comunicación interpersonal. Al final sois tres, dos, cuatro personas perdidas en medio de la nada, donde prácticamente crees que eres el único ser que existe… Me gusta mucho hacer la comparación de las regiones polares como si estuvieras en otro planeta, sientes como que estás en otro planeta diferente. No hay nada, estás tú.
Todo eso forma una vida concentrada, una potencia y una actitud. Te genera una cierta actitud ante la vida y ayuda a forjar el carácter. Y ,por supuesto, una de las cosas más fascinantes del Ártico, a diferencia del Antártico, es que en el Ártico hay gente viviendo. Están los inuit, también llamados esquimales, que es una gente que ha sobrevivido y ha desarrollado una cierta actitud, una cierta personalidad propia, porque es la personalidad que les permite sobrevivir en ese entorno. Los pequeños pueblos, además de que tienen una vida social impresionante… por ejemplo, una cosa que me llamó la atención: el primer invierno que pasé en un poblado fue en un sitio de 1000 habitantes, que es un sitio bastante grande, no es un sitio pequeño, y lo primero que llama la atención es la vida social abrumadora. Ríete tú de la vida social que puedes hacer aquí en Madrid comparada con la vida social que hace la gente en un pueblo de 1000 de habitantes. Yo tampoco estaba acostumbrado a ese nivel, y hay unas normas Árticas: la puerta de tu casa está siempre abierta. Tú siempre puedes ir a visitar a una persona. Esa es la norma número uno del Ártico: puedes entrar ahí y siempre serás bienvenido, y en invierno especialmente. Es decir, puedes ir a visitar a una persona incluso para no hablar nada, que a mí también me chocó muchísimo cuando llegué al principio. Y es lo normal, porque todo el mundo entiende la necesidad de compañía.
Cuando es noche polar y hace cuarenta grados bajo cero fuera llaman la atención esas visitas sin hablar, solo por sentir la cercanía y la proximidad. Y las casas están abiertas, tú vas a un sitio, te presentas ahí y eres bienvenido siempre. Evidentemente, todo eso se entiende en la dureza de la vida y la necesidad de la cercanía. Cuando estuve en ese viaje de tres años lo primero que hice fue aprender el idioma de los inuit, porque estuve viajando con cazadores de pequeños pueblos de 40 habitantes, gente que vivía totalmente aislada. Evidentemente, sin hablar el idioma es imposible que te puedas comunicar y puedas tener acceso a la cosmovisión, porque al final cada idioma… Y, de hecho, esto lo comprendí al aprender el idioma esquimal, implica una visión del mundo. Es un hecho. Hay una palabra, o la manera de construir las palabras, más que las palabras, del groenlandés… Y es que, primero todas las palabras existen en negativo, y la negación del negativo es el positivo. Me explico. La palabra, por ejemplo, “ayorpok”, que es una de las palabras del idioma, es decir: “Tengo un problema, está mal”. Entonces, decir que esta bien no es: “Está bien”. Decir: “No tengo un problema”, es “está bien”. Primero existe la palabra “imposible” y, luego, existe la palabra “no es imposible”.
Y así con todo. ¿Por qué? Porque en la vida cotidiana lo normal es que sea imposible, que tenga un problema. Eso es lo normal. De vez en cuando no tengo un problema, es posible, pero esa es la excepción, no es la norma, que es esa vida en constante lucha contra la adversidad. Esa es la vida de los inuit, una lucha diaria contra la adversidad por la supervivencia. Y, evidentemente, eso forja un carácter, y creo que con esas palabras se transmite ese carácter del modo más claro. Una de las cosas que más me fascina… y hay muchas cosas que me fascinan, sobre todo en los cazadores y la gente más tradicional, que realmente vienen de otro mundo, siempre ha sido la actitud ante la adversidad. De hecho, es muy normal que se rían. Es decir, yo he estado en medio de la nada, a 38 bajo cero, nevando, se rompe el trineo, un lío bastante gordo, no parece que sea una situación como para ponerse a reír. Y, por supuesto, jamás oirás ni una queja. Nunca, bajo ninguna circunstancia, pase lo que pase, eso no existe. La palabra queja no existe. Tienen que tomar una actitud vital, porque ¿qué vas a hacer? ¿Flagelarte? ¿Decir: “Qué desgracia es mi vida”? No tiene sentido, la gente que ha cogido esa actitud ha acabado muriendo. Los que han sobrevivido son aquellos que han desarrollado la actitud que les permite sobrevivir en ese entorno, y eso forma parte del conjunto. Además de esa actitud, por supuesto, la apreciación del presente. Los cazadores saben, y eso está muy palpable en la cultura, que la semana que viene pueden estar muertos. La vida está aquí, ahora mismo.
Tienen esa intensidad de quien no tiene la seguridad, o la falsa seguridad, porque la seguridad no la tiene nadie, pero nosotros tenemos la falsa seguridad de cosas que no son verdaderamente reales. Y una profunda humanidad, también. Es gente muy humana. Yo tengo una anécdota de una expedición, precisamente de la expedición de los tres años: nos habíamos cosido nuestra ropa, estábamos en el mes de febrero en el ártico canadiense, en que hace un frío bestial, 40 bajo cero con viento, es muy, muy duro, y nos habíamos cosido nuestra propia ropa. Y había un viejo cazador que me vio con mi parca, que no estaba del todo bien cosida, era la primera que hacía. El tío me estaba mirando y se estaba poniendo malo mirando la parca, porque veía que había cosas que no estaban bien, y sabe a lo que tú sales, si no está bien te mueres. O sea que no hay bromas. Bromas las justas. Y, de repente, ya no podía más y se quitó su parca y me dijo: “Mira, no puedes ir con esa parca, no puedes salir, no puede ser, toma mi parca”. Fue un pequeño detalle conmovedor, la capacidad de ponerse en la piel del otro. Y otra característica es un enorme individualismo, porque el cazador inuit es la última persona totalmente libre. Depende solamente de sí mismo para todo lo que tiene que hacer en su vida. Sabe cazar, sabe construir su casa, sabe construir sus pieles… no necesita de nada más. Y no tiene un nivel de jerarquía social.
Ahí no hay un jefe que manda. Tú eres uno, con tu familia. Es una unidad totalmente pura. Y está muy desarrollado su sentido individual pero, a la vez, un enorme comunitarismo. Es la mezcla entre el desarrollo del individuo y el desarrollo de la comunidad en muchas circunstancias. Tiene todo, sistemas de reparto de comida cuando uno caza, que es lo que pasa en algunos pueblos, uno puede cazar muchísimo y otro puede no haber cazado nada. Cómo se gestiona en un pequeño entorno. De hecho, tengo una anécdota muy buena, en el viaje este de tres años, había un niño de tres años, yo estaba con él, estaba con su padre, y el niño de tres años estaba al lado de una ventana jugando con un cuchillo de cazador que cortaba que era impresionante, y el niño ahí. Yo estaba poniéndome malo, estaba sudando y no podía más, porque estaba viendo al niño y en un momento cogí el cuchillo y se lo quité, y dije: “Se va a cortar el niño este, no sé qué”, y coge el padre y dice: “Que juegue con él”. Y me dijo: “Tú, blanco. Yo, inuit. Los niños tienen que jugar. Tienen que aprender a valorar el riesgo desde niños, porque un cazador…”. Los niños suelen entrenar para ser cazadores y este es un lugar absolutamente de cazadores. Lo más importante es que con 12 años o 13 ya prácticamente tienen que ser capaces de cazar por ellos solos.
Esa es su educación, tienen que cortarse para aprender a saber que corta, tienen que caerse, porque ya aprenderán a no caerse… y ese es el sistema tradicional. Y, evidentemente, te das cuenta de cómo marca. Aquí es al contrario: que no tenga ningún riesgo, que no se caiga… la sobreprotección junto con la exposición a la naturaleza y a los peligros reales que va a enfrentar. De toda esa generación, los auténticos, no queda nadie. Queda claro que fue un auténtico privilegio. Y gente que todavía tenga este conocimiento… La realidad es que quedan muy pocos y la mayoría de ellos tienen más de 50 años. Es decir, que está a punto de producirse un final generacional del conocimiento transmitido durante decenas y decenas de generaciones. La gente que hay ahora es más moderna, tiene mucho más que ver con nosotros, con cualquiera de nosotros aquí, que con su abuelo. Sin duda alguna.
La capacidad para ser optimista, para ser positivo, para que no haya nunca una queja, para que cuando la botella ya no es que esté medio vacía, sino que está vacía del todo, y apenas queda una gotita, ser capaz de decir: “¡Qué pasada! Hay una gota ahí abajo”, cuando estamos metidos en un lío absolutamente bestial, de difícil salida. Para mí es lo más importante. Es alguien que, a lo mejor, no tiene las mayores aptitudes, pero si su actitud es absolutamente extraordinaria, yo garantizo que preferiría a alguien así, porque es mucho más importante para el éxito del proyecto.
Y bueno, para mí, para resolver el problema de inventar, esa fue una de las partes más importantes: no caer en el prejuicio tecnológico, en este caso, de que la solución tiene que venir por ahí. Y ese fue el punto. No solamente el desarrollo de este trineo, que está totalmente inspirado en el trineo inuit, sino gran parte del equipamiento que hemos llevado son cosas nuevas, que han sido desarrolladas totalmente nuevas. En mi caso, es la pasión por la exploración la que me ha llevado a la invención, sin yo haber jamás pensado que quería ser un inventor. Pero el Trineo de Viento actualmente hemos conseguido que sea la primera y única plataforma en el mundo móvil, es decir, un vehículo, movido por el viento, cero emisiones, que no solamente es capaz de llevarte por todo el interior de la Antártida y Groenlandia, sino que tiene bastante capacidad de carga y es capaz de desarrollar proyectos de investigación científica, convirtiéndose, por lo tanto, en la primera plataforma de investigación limpia del mundo.
Yo pienso que es una actitud. Dicho esto, obviamente, al final el hogar es donde están los tuyos. Eso es lo que te construye un hogar. Obviamente, si tienes posibilidad de elegir, uno va a estar siempre donde están los seres queridos. Eso es lo que construye el hogar. Si uno no tiene oportunidad de elegir, obviamente, mediante la actitud tiene que construir, por su manera de ver la realidad, el hogar en el lugar en el que haya tocado estar.
Te ayuda a ser mucho más consciente, porque, por supuesto, la pregunta es: “Esto está cambiando, ¿hasta dónde va a cambiar? ¿En cuánto tiempo? Y ¿hasta dónde? ¿Cuál es el horizonte?”. Yo creo que es normal que haya gente que sea escéptica, porque está en nuestra naturaleza, pero es difícil, desde un punto muy claro, casi incluso poco científico, que algo como esto que, al contrario, es netamente científico, quede claro. ¿Que los 7000 millones de personas que estamos en la Tierra no podemos estar generando ningún tipo de impacto? El impacto es brutal, solo que llevamos muy poco tiempo generando este impacto. Y, evidentemente, hay un problema grave de responsabilidad con las generaciones futuras, que son las que verdaderamente van a ver los peores efectos de este cambio.
“Lo imposible es un aliciente entre la audacia y la prudencia”
Imposible, por supuesto, es también un aliciente. De hecho, para emprender un gran proyecto a mí me gusta que parezca casi imposible. Porque un proyecto, o una exploración en su sentido amplio, nunca puede ser un proyecto en que tengas la garantía de que va a salir. Tú te tienes que estar enfrentando algo en que objetivamente tengas una posibilidad absoluta de que no funcione y que, de alguna manera, te parezca medio imposible. Entonces, lo imposible es el aliciente también. Por otro lado, uno ha de ser consciente de que hay cosas que son imposibles. Para una exploración tienes que tener la suficiente audacia para afrontarla, pero la suficiente prudencia para saber cuando tienes que parar con esa audacia. Obviamente, ese equilibrio no es nada sencillo, pero es el más importante de todos. No puedes ser demasiado audaz, no puedes ser demasiado prudente, no. Tienes que manejar un filo de una navaja, un funambulismo difícil de llevar y que al final es un poco intuición personal de cuándo algo es demasiado. Porque hay cosas que objetivamente son demasiado, y cuando estás en un entorno salvaje acaban mal siempre.
Y por otro lado, quería hacer una reflexión más a nivel a nivel global. El proyecto Trineo de Viento es un proyecto muy particular, es una solución muy muy particular a un problema muy pequeño, pero creo que tiene unas reflexiones que yo he aprendido durante el desarrollo de este proyecto. Una de las cosas que yo pensaba era: “¿Cómo es que nadie más antes ha conseguido encontrar una solución a este pequeño problema? A navegar entre el hielo, que es un pequeño problema”. Las claves de estas soluciones han sido la unión entre la tradición y la innovación, entre el pasado y el futuro. Considero que es una fatal arrogancia menospreciar a todos aquellos que han estado antes de nosotros, a las generaciones y a otros pueblos, que creo que tienen mucho que aprender, y de los que tenemos mucho que aprender. Una de las enseñanzas que he aprendido desarrollando esto es lo difícil que es pensar de un modo diferente. No pensar dentro de una especie de bloque de pensamiento, sino tener un pensamiento libre, realmente original, y yo creo que lo más importante es desarrollar ese pensamiento distinto, el ver las cosas de un modo diferente. Creo que no hay nada más difícil que eso y esa es una primera innovación que tenemos.
Me surge siempre la reflexión, de cara a los enormes desafíos a los que va la humanidad, de si del mismo modo que en este minúsculo proyecto que sería el desarrollo del trineo… He aprendido que la solución a veces no está donde tú la buscas, sino que la solución puede estar presente ante a ti, pero simplemente tienes que cambiar el ángulo o la manera en la que tú estás mirando. Es decir, que eso es igualmente importante y creo que eso puede aplicarse un poco a todo. Gracias.