“La montaña es una escuela de vida”
Carlos Soria
“La montaña es una escuela de vida”
Carlos Soria
Alpinista
Creando oportunidades
Lecciones de una vida entre las montañas
Carlos Soria Alpinista
Carlos Soria
El esfuerzo de Carlos Soria es el protagonista de un ejemplo de vida que relata coraje, fortaleza e ilusión. A sus 82 años, el alpinista y escalador, continúa inmerso en el reto de ser la persona de mayor edad en escalar las 14 montañas más altas del mundo, convirtiéndose en el alpinista más veterano de la historia que ha escalado 13 de los 14 ochomiles después de los 60 años. Inspiración para muchos y leyenda para toda una generación a la que, a día de hoy, todavía rinde homenaje en sus expediciones para alcanzar la cumbre del Dhaulagiri.
No tuvo más remedio que empezar a trabajar a los 11 años como encuadernador, aunque su afición por la montaña comenzó en plena adolescencia en el Madrid de la posguerra. Después heredó el oficio familiar y se dedicó a la tapicería, y desde entonces, ha incorporado todos esos esfuerzos, aprendizajes y pasión a la que es su otra vida: la de alpinista, la de padre y la de abuelo: “Conozco la vida dura, el hambre, el trabajo muy fuerte y el vivir bien como vivo ahora, cerca de las montañas. Eso quizá me ha hecho ser una persona un poco distinta, pero desde niño me gustaba mucho la naturaleza. La vida es muy bonita y siempre merece la pena vivirla cerca de tu familia y nietos”.
Lecciones de una vida entre las montañas llena de disfrute, deporte, grandes experiencias y paisajes inolvidables. “Hay muchas vivencias a través de las escaladas: los viajes, conocer gente y otras maneras de vivir... Desde el año 2015, llevamos hechas seis escuelas, y eso también es ser alpinista, convivir con la gente de los lugares donde vas y dejar buena huella por el mundo. Es mucho esto de la montaña, no es solamente llegar a la cumbre”, reflexiona.
Transcripción
Nací en el año… Todavía conocí unos meses de guerra, un par de meses de guerra, pero mi niñez y mi juventud fue en la posguerra española, que todos sabemos que fue muy dura. Además, mi familia era una familia muy pobre. En mi casa no había agua corriente, yo he llevado cantidad de cubos de agua desde niño, por eso tengo todavía, esto no, porque se me va estropeando, pero todavía tengo los brazos que tengo gracias a que llevaba los cubos. En aquellos tiempos había gente que se hacía un aro de madera para que los cubos no se le juntaran. Yo no, yo procuraba llevarlos con los brazos extendidos desde niño.
También no tuve más remedio que empezar a trabajar a los once años porque mi familia lo necesitaba, y, bueno, pues he trabajado toda mi vida muy duro. Eso quizá me ha hecho ser una persona un poco distinta, pero desde niño me gustaba mucho la naturaleza. Fijaos, yo empecé a trabajar a los once años de encuadernador y trabajaba en la calle de La Palma, si la conocéis, y salía de mi casa a las ocho de la mañana con el talego de comida que me había preparado mi madre y volvía a las ocho de la noche, aproximadamente. Y a mediodía tenía dos horas para comer y muchas veces desde la calle de La Palma me iba al río Manzanares andando con mi talego, comía allí y volvía al trabajo a la hora de entrar. Y, bueno, pues me gustaba la naturaleza, no sé por qué, porque no tenía nada que ver con mi familia. Mi familia en aquellos tiempos lo único que les importaba era que comiésemos un poco todos los días.
Había una cosa que se llamaba puré de San Antonio, que era harina de almortas y con eso se hacían unas gachas, que era una de las comidas principales. He comido algarrobas, ahora hago un desayuno de algarroba porque se ha puesto de moda también, una cosa que es como un cacao, pero comíamos algarroba de la que daban a los animales en aquellos tiempos. Era otro mundo totalmente distinto, pero estoy encantado de haber conocido tanta cantidad de cosas distintas. Desde los once a los catorce años fui encuadernador y a los catorce años, como mi familia tenía que ver con el ramo de la madera, mi padre era tapicero y mi tío también, pues empecé con la tapicería y ya no lo dejé. Nunca he sido un alpinista profesional. Si acaso he sido algo profesional, ha sido a partir de los 65 años porque ya dejé el trabajo y me dediqué muy, muy… Bueno, siempre he podido combinar y he combinado el trabajo con mi deporte y con mi familia. Tengo una vida larga gracias a Dios, de la que estoy muy contento de ella y estaré encantado de responder lo que me preguntéis.
Y en aquel momento, aquello, para mí… Digo: “Esto es mi mundo, es mi vida”. Al siguiente año, fuimos a dar una vuelta por la Sierra de Guadarrama y a partir de ahí empecé a escalar. Cosas fáciles, cosas pequeñas, pero estábamos muy entusiasmados con las cuerdas y con todo. Y aquel, me di cuenta de que era mi mundo. Lo tenía que compaginar con mi familia y con mi trabajo, pero yo he trabajado toda la vida de tapicero, pero había nacido alpinista, no cabe duda. En aquellos tiempos, aquel niño de catorce años que por primera vez conoció la naturaleza, las montañas, las pequeñas montañas, quién le iba a decir que iba a tener la oportunidad de conocer prácticamente el mundo entero por subir montañas. De allí, pasé a la Sierra de Guadarrama, a la Sierra de Gredos, como era antiguamente, al Pirineo, a los Alpes, he escalado en Indonesia, en la Antártida, en América del Norte, en América del Sur, he escalado en todas partes. El escalar, si solo fuese subir cumbres, sería muy poco. Hay muchas vivencias a través de las escaladas, los viajes, conocer gente, conocer otras maneras de vivir, otras situaciones. Es mucho, esto de la montaña, no es solamente llegar a la cumbre.
Eso es muy grande y es muy bonito el estar involucrado con mi mujer. Os digo que la conocí en La Pedriza. Hemos subido juntos al Cervino, al Mont Blanc, a muchas escaladas en Los Galayos. Y con mis hijas, igual. Han ido escalando poco a poco, primero solo caminando por la montaña, jugando con sus amigos, y después se han interesado por escalar. Algunas han venido conmigo a alguna expedición hasta el campo base y el campo uno. Y mi mujer también, en una cosa que hice, estupenda, pasar de China a Pakistán en bicicleta, subir una montaña de siete mil quinientos metros con esquís, bajar de la montaña y con bicicleta llegar por la ruta de la Seda hasta Kasgar. Pues allí venía una hija conmigo y mi mujer. Yo tenía 53 años, era un toro en aquellos tiempos, subía el 7.500, desde 5.300 a la cumbre, 7.500, y bajé al campo base en el día, en 12 horas.
Ahora esas cosas solo las hace Kilian y tal. Bueno, Kilian todavía lo hace mejor porque los tiempos han cambiado. Pero siempre he estado rodeado de mi familia y de mi trabajo. Y mi trabajo me ha gustado, los clientes me querían y todavía me quieren, os lo aseguro. Y me decían: “¿Cuándo te vas a ir, Carlos?”. Por cosas de trabajo, que me dejaban trabajos, clientes particulares. Yo he tenido un taller artesanal. Si yo, toda mi fuerza, la hubiera metido en la tapicería, en lugar de tener un taller artesanal, habría tenido una fábrica, pero a mí eso no me gustaba. He hecho trabajos muy bonitos fuera de España. Pero sí, ha sido para mí fantástico tener la familia que tengo todavía, que hay veces que me lo pregunta algún periodista: “¿Y tu familia qué piensa cuando te vas?”. Digo: “Pensaría algo si ven que no tengo ganas de irme, pero ven que todavía tengo muchas ganas de irme y de volver”, porque también tengo ganas de volver. Cuando estoy en mi casa, estoy encantado también, estoy deseando salir, pero tengo facilidad para salir. Siempre lo he combinado y para mí ha sido eso lo más grande que he tenido: mi familia, mi trabajo y la montaña.
Es muy importante que sepas a dónde vas a ir y lo que necesitas saber, y estar preparado para hacerlo. No se puede improvisar, no se debe improvisar. La montaña no es tan peligrosa como mucha gente… Muchos alpinistas, en sus declaraciones, parece que está todo el mundo al punto de la muerte. No, la montaña es un lugar para vivir y para disfrutar de la vida, no para morir. Hay gente que quiere llevar las cosas a unos límites tremendos y se juegan mucho la vida, me parece muy bien. A mí me gustan las dos cosas, la montaña y la vida, y procuro estar muy preparado para poder hacer las dos cosas, disfrutar de la montaña y disfrutar de la vida, de mi familia y de todo lo que me rodea. Me parece muy importante. La montaña no es un sitio para sufrir. Hay veces que se sufre un poco, pero no, no es eso. Yo he sufrido muy poco, he disfrutado mucho, me he bajado de muchas montañas, de muchas, sin subir, pero nunca me he bajado defraudado por ello. Me he bajado convencido, totalmente convencido de que estaba haciendo lo que debía hacer. Y no me he bajado porque no tuviese resistencia física, rara vez me he bajado por eso. Siempre me he bajado, o porque la montaña no estaba en condiciones, o el día no era el ideal por muchas razones: porque iba a hacer mal tiempo, porque había un peligro de avalanchas, de lo que sea, y entonces me he bajado de ello.
Pero, para mí, la preparación física es fundamental siempre, la preparación física que tiene que ver con la alimentación y con todo. Yo procuro acostarme a las diez de la noche, a las diez y media, luego siempre es un poco más tarde. Me levanto normalmente a las seis y media de la mañana, a las seis, desayuno maravillosamente, con tranquilidad. Hay veces, si voy a hacer un entreno muy largo, desayuno menos y luego voy comiendo cosas por el camino, que siempre hay que comer. Me gusta mucho la bicicleta para entrenar. Ahora esta pierna tiene una prótesis total y no tiene más juego que este, pero a pesar de todo, la utilizo. En la bicicleta he cambiado los pedales en la biela para que me dé para dar la vuelta, y hago mucho rodillo de bicicleta, además de andar por la montaña. Cuando tengo menos tiempo, porque ahora soy el jubilado con menos tiempo del mundo, entre los periodistas, tal, cual, tengo muchas cosas, pues entreno en un cerrito que tengo al lado de mi casa, que se llama el Telégrafo, que tiene solamente trescientos y pico metros de desnivel. Hay veces que hago una subida solo muy fuerte, otras veces hago cuatro, y con cuatro subidas he hecho mil metros de desnivel.
En Madrid tienes unos alrededores fantásticos, la sierra de Guadarrama, desde donde estoy, es más fácil todavía. Otras veces subo a Maliciosa, bajo. Otras veces me voy a las Cabezas de Hierro, y el otro día casi hice una barbaridad, verdaderamente, hice casi siete horas yéndome hacia La Najarra, pasando por las Cabezas de Hierro, volviendo. Lo combino, y hay veces que, cuando entreno mucho, al día siguiente solo descanso y hago un poco de flexibilidad y poco más. Pero casi siempre, además de hacer forma física fuerte, andando o con bicicleta, hago también condición física, abdominales, brazos, para que el cuerpo esté compensado totalmente, no solamente estar corriendo todo el día. No me cuesta el ir a entrenar, dices: “Jo, ahora tengo que ir a entrenar”. Me encanta ir a entrenar y cuando el cuerpo me dice que puedo ir más deprisa, voy más deprisa y cuando no, pues voy tranquilo, pero siempre estoy disfrutando de lo que estoy haciendo.
"La montaña es una escuela de vida"
Siempre me dicen: “¿Y tú, para qué fecha, para cuándo vas a dejar esto de subir montañas?”. Digo: “No tengo fecha, iré bajando el nivel. Y si no puedo subir ochomiles, pues subiré al cerro del Telégrafo, me daré paseos por La Pedriza. Pero esto, creo que no lo voy a dejar nunca”. Tengo muchas cosas pendientes. Me encantaría, verdaderamente, terminar los 14 ochomiles. Tengo 12 en la cumbre, totalmente. En todos, los 14, he estado por encima de 8.000 metros, pero yo quiero seguir, y eso me da fuerza y me da ganas de entrenar, de prepararme, de cuidarme. No me cuesta trabajo cuidarme. El comer comida sana no la como como una medicina, lo como porque es lo que más me gusta. Sería horrible estar comiendo como si comieses una medicina. Es que tu manera de ser y tu cuerpo te pide el comer comida sana, porque eso es lo que a ti te gusta y te sabe fantásticamente. Y algunas veces pues, bueno, bebo vino, tal, para comer con un amigo, poquito, pero me doy cuenta de que esto no es lo mío. Cuando tomo una cerveza, tomo una cerveza sin alcohol, y de estas, tostadas, están buenísimas, pero nada más, no me llama la atención. No lo paso fatal por no poderme tomar licores y tal, porque es que no me apetecen, me gusta más el agua y no me cuesta mucho trabajo el mantenerme de esta forma. Tengo muchos problemas, que me aguanto con ellos. Me duele la planta de los pies, llevo unas plantillas, la rodilla siempre me ha dolido. Esta pierna me la rompí el año setenta, por aquí, esquiando, por catorce sitios, y el año setenta y uno, hice la primera ascensión española al McKinley, además con esquís.
Y bueno, esta pierna siempre me ha dado la lata. Ahora tengo una prótesis completa de hierro, aquí. Al bajar me cuesta mucho trabajo, pero lo asumo. Me duelen los lumbares porque he cargado mucho con muebles. Desde niño, he llevado muebles a cuestas, muebles en carro de mano, pero todo eso me ha parecido que me ha venido bien para formarme como soy. Conozco la vida, conozco la vida dura, conozco el hambre, conozco el trabajo muy fuerte y conozco el vivir bien como vivo ahora, bien, que no dependo del trabajo y hago las cosas que me gustan, que es subir montañas. La vida es muy bonita y merece la pena vivirla, y seguir con tu familia, ahora, con tus nietos, cada vez tienes cosas distintas, que siempre merece la pena estar ahí. No cabe duda.
Hay de todo, absolutamente, pero que no hace falta ir a la última, ni mucho menos. Hace falta técnicamente las cosas que necesitas. Las primeras veces nos atábamos con la cuerda al pecho, aquí había un nudo, se llama el checoslovaco, hacías una gaza aquí, pasabas un cabo por aquí, lo volvías como tirantes. A mí, como escalaba con mis hijas, yo casi inventé el asiento. Como era tapicero, con una driza hacía un asiento que se unía con lo de atarte arriba y no tiraba todo el pecho. Y bueno, ahí ha habido unos cambios de peso, de resistencia, de material, y los hay, impresionantes. Pero lo que hace falta es el sentido común. El sentido común es lo más importante, ir preparados física, mental y de vestimenta para los sitios donde vas a ir, informarte de dónde vas a ir y qué problemas puedes encontrar.
Pero el día anterior, estás… Ese cosquilleo que tienes ahí, porque el andar el último día, desde el último campamento a la cumbre, verdaderamente es muy duro, peligroso, no hay oxígeno, aunque lleves. Yo he subido muchas montañas sin oxígeno y algunas con oxígeno, y las dos cosas son complicadas, el ir con oxígeno, con una máscara aquí es horroroso, horroroso. A pesar de que te facilita cosas, también te da muchos problemas. Yo, de las montañas que he subido con oxígeno, de la mayoría, para bajar, me he quitado la mascarilla, porque si vas de cara a la pared, algún trozo no te ves los pies, te sientes muy incómodo, he podido quitármela. Y, bueno, pues ese miedo, yo creo que cuando estás ya en plena faena, se te ha quitado. Yo he tenido entre la cantidad de cosas, síndrome de Ménière, que es una cosa que te da unos mareos tremendos absolutamente. Y bueno, yo he ido al cuarto de baño a gatas a devolver por unos mareos del síndrome de Ménière, y no sé por qué, porque tampoco el médico lo sabía, por qué se me quitó más o menos. Perdí oído, pero se me quitó.
Y cuando iba a subir al Annapurna, que el Annapurna, en plan de avalanchas, es la montaña, quizá, más peligrosa que existe, pues cuando ya íbamos a ir a la cumbre, hubo un día que me empezaron a dar mareos. El médico me había dicho: “Tengo un tío que tiene camiones y cada vez que le llega una letra se pone malísimo”. Pues a mí no me llegaba una letra, pero iba a subir al Annapurna. Tenía que cruzar del campo dos al campo tres, en el que ya me había caído, porque lo intenté tres veces, alguna avalancha sin mucho problema, pero es un sitio peligroso. Y bueno, pues, verdaderamente, esa noche, la noche antes o dos noches antes, me sentí mareado y tal, no lo quise decir. Iba con un médico, no le quise decir nada, y digo: “Mañana me voy a dar un paseo por una arista cercana y tal”. Di un paseo y, bueno, pues parecía que iba bien. Se lo dije al médico y a mis compañeros, digo: “Yo creo que esto se me va a pasar en cuanto subamos, pero bueno, vamos a ir hasta el campo dos y allí decidimos”. Y verdaderamente, cuando empecé a subir y tal, aquello desapareció totalmente.
Pero esa tensión de decir: “Vamos a ir a la cumbre ya, ya no estamos jugando a subir y a bajar y tal, sino que vamos a ir a la cumbre”, tienes que pasar por un sitio peligroso, muy peligroso, a la subida y a la bajada. Y, bueno, pues me pasó aquella situación, pero estando en la acción, la mente y tu cuerpo y toda tu energía está concentrada en lo que estás haciendo. El miedo, prácticamente, no existe. No lo notas para nada en absoluto. Notas el vencer las dificultades que tienen. A mí hay una cosa que siempre me han preguntado los periodistas: “¿Tú qué sientes cuando llegas a la cumbre?”. Digo: “Yo siento unas ganas de marcharme de allí, locas, porque estoy viviendo la montaña mucho tiempo”. He visto amaneceres, he visto de todo, pero la cumbre no es un sitio para estar allí, y pensar. Tu cabeza está pensando en que tienes que bajar. No solamente lo está pensando cuando llegas a la cumbre, sino antes de llegar a la cumbre, que es muy duro, estás a una altitud tremenda. Te tienes tú que hacer un reconocimiento y decir: “Quiero llegar a la cumbre, puedo, y además tengo que bajar, que no se me olvide, tengo que bajar en buenas condiciones y con la suficiente fuerza física para resolver cualquier situación que haya a la bajada”.
Hay mucha gente, mucha, sobre todo, algunos asiáticos, como coreanos y tal. Yo conozco algún caso de alguna persona que se ha muerto en la cumbre, porque la meta es alcanzar la cumbre. No, la meta no es alcanzar la cumbre, es una de las metas. La meta es alcanzar el campo base. Ahí es cuando tú sabes que has conseguido subir a la montaña. Allá arriba estás a la mitad de camino. Hay que bajar y hay que tener el cuerpo preparado para bajar. Y lo de la cumbre está muy bien, disfrutas, hemos llegado a la cumbre, la foto, fantástico, pero vámonos de aquí, a empezar a bajar lo antes posible. En el Himalaya, me encanta el Manaslu. Fue la primera montaña a la que fuimos españoles para intentar una montaña de 8.000 metros el año 1973. Y es la única montaña, todas están rodeadas de glaciares, el Manaslu los tiene, pero debajo tiene un pueblecito que se llama Sama, con unas praderas enormes llenas de Yak. Y ese lugar, para mí, no solamente la montaña, sino el lugar… Porque las montañas, el K2 es la leche, el K2 es una montaña impresionante, pero el Manaslu, el sitio aquel, aquel lugar, y ser mi primera visita al Himalaya, pues me ha dado muchas alegrías, he vuelto muchas veces. La primera vez lo intentamos el año 1973, era la primera vez que unos españoles iban a intentar una montaña de 8.000 metros.
Daos cuenta de una cosa, el año 1973 yo estaba en la expedición que, por primera vez, intentaba una montaña de 8.000 metros, y este año he estado, por última vez, todavía, no por última vez, sino la última vez que españoles han ido a una montaña. Mi trayectoria por las montañas es bastante larga. Pero en este sitio tan especial, en aquella ocasión, instalando cuerda por primera vez, instalándola un español a 7.000 metros, no un ‘sherpa’, sino un español. Y aquí estamos ahora. En esta montaña, no pude subir, hice un esfuerzo aquella vez, que estaba por primera vez en mi vida por encima de 7.000 metros, con mi equipo, instalando una cuerda y luego pudieron subir unos compañeros y yo me tuve que bajar porque había hecho demasiado esfuerzo. Y 37 años después he vuelto a esa montaña y la he subido. Y, además, después de esos 37 años, vi que estaban construyendo un colegio y, aquel año, estuve en primavera y no subimos porque había jurado que nunca iba a volver en otoño. Y esto es muy relativo. En otoño, normalmente es peor época que en primavera, pero fui en primavera, hizo muy mal tiempo, con unos amigos, con Sito Carcavilla, que es uno de mis compañeros últimos, y no pudimos subir.
Yo digo: “Voy a volver en otoño porque ha hecho una primavera tan mala, que en otoño, a lo mejor, hace bueno”. Y vimos que estaban haciendo un nuevo colegio en Sama, en mi querido Sama, que es un lugar, como os digo, que merece la pena que conozcáis alguna vez. Y le dije al profesor: “Yo voy a volver aquí en otoño, te puedo traer algo para el colegio”, pensando en llevar lapiceros, bolígrafos, alguna cosita así. Y me dijo: “Mira, aquí lo que necesitamos son 60 colchones, 60 edredones, y luego lo que podáis traer”, digo: “Joe, yo además voy a volver solo”. Pero bueno, nos fuimos, y mi amigo Sito Carcavilla y yo empezamos a pensar, abrimos una cuenta, con muchos amigos, diciendo que queríamos ayudar a aquel lugar, y que tal y lo cual, llevamos dos ‘trekking’, que pagaban un poco de dinero. El primero vino conmigo cuando iba a la montaña, a subir a la montaña, el segundo fue con Sito Carcavilla. Y llevamos los 60 colchones, ropa para los niños, de todo, absolutamente de todo. Cepillos de dientes, recuerdo, pasta de dientes, ropa, algunos balones, de todo, absolutamente. Imaginaos lo que fue para mí, 37 años después de haber estado en aquella montaña, subir a su cumbre, y además ayudar a aquel colegio. Eso es una manera de vivir y de sentir las montañas de una manera muy, muy especial.
He salido mucho con él y yo era un niño que solo veía el trepar por las piedras, pero junto a Salvador Rivas, botánico, que le encantaba, además de la escalada, la naturaleza alrededor que había, pues he aprendido muchísimas cosas. He salido también con Eduardo Martínez de Pisón, con Pedro Nicolás, grandes geógrafos, y aquel chaval ha aprendido muchas cosas, que no solamente las montañas están allí para subirlas, sino que están por otras razones también. Y disfrutar de ellas de una manera distinta, saber por qué son así y por qué son… Ahora también con geólogos, como Jerónimo López, compañero de muchas expediciones y ahora, Sito Carcavilla, que también es geólogo. Ha ido un día midiendo las piedras en el glaciar del Everest, en el Khumbu, midiendo las piedras que había más abajo y más arriba para medir cómo está cambiando el cambio climático, con la altura y tal. La montaña verdaderamente te enseña muchas cosas, te enseña muchas cosas, ves a gente muy distinta, conoces maneras de vivir muy distintas a la tuya. Te das cuenta, yo he estado en Indonesia, por ejemplo, en Indonesia, en la isla de Papúa, escalando, y he visto cómo se vivía allí. Todavía llevaban arcos y flechas y, sin embargo, dentro de la isla está la mina de oro, la segunda mina de oro más importante del mundo, rodeada de gente armada, y tal y cual, de la que se saca más dinero.
Y hay la gente casi más pobre del mundo. Esto no hace muchos años que he estado. Era cuando quería terminar las siete cumbres más altas de los siete continentes y tal. Y ya tienes ahí un aprendizaje. Estás en el sitio de donde se está sacando muchísimo dinero, y aquí está la gente que no le dejan ni acercarse a la mina. La gente que trabaja en la mina, casi todos son extranjeros, no son gente de allí. Son los Danis, estos que llevan el pene atado con una caña, aquí, y van medio desnudos. Y viven en la isla de donde se saca la mayor cantidad de oro, casi, que se saca en el mundo. Ves cosas que te hacen recapacitar sobre cómo está viviendo este mundo y cómo se vive. Y hay cosas a las que parece que no hay derecho. Además de ver cómo vive la gente por otros mundos distintos, pues estos esfuerzos que te hace la manera de vivir, tuya, que tienes para subir montañas, además de cumplir con tu trabajo y con tu familia, te hace tener una vida muy intensa y darle mucha fuerza a tu cuerpo en todos los sentidos.
A mí me encanta el entrenamiento, me encanta el trabajo, el entrenamiento me parece fundamental. Esta foto que tenemos ahí es la pared de Santillana en La Pedriza, mi primera escalada un poco difícil. La primera vez la hice… No teníamos ni cuerda, la hice con una cuerda de un amigo que le regalaron en esto de la feria que se hacía en la Casa de Campo, de un mástil, con eso subimos mi amigo Riaño y yo. Luego he subido con cuerda de escalar y hasta que me han puesto la prótesis en la rodilla, para entrenarme mental y físicamente, me ha gustado mucho. Yo nunca he sido un escalador de mucho grado. Ahora hay gente que ya se ha llegado casi al décimo grado. Yo lo máximo que he hecho de grado ha sido un 6B, y ahí hay casi un paso de quinto, y era una escalada que conocía maravillosamente y lo hacía sin cuerda y me sentía muy a gusto, iba con mi perro, se quedaba abajo, mi perro me miraba como diciendo: “Joder”.
Y muy mayor, hasta antes de hacerme la prótesis. Me acuerdo una vez que había un par de parejas, dos chicos y dos chicas y me miraron como diciendo: “Este señor mayor con el perrito, ¿dónde va?”, y ellos se estaban preparando, comiendo, preparando las cuerdas, ven que me pongo los pies de gato, los saludo y tal, ato al perro y me empiezo a subir por allí. Y cuando bajo, veo a uno de los chavales haciendo ese primer canalizo, que había metido cuatro ‘friend’ y yo acababa de pasar por allí sin cuerda y sin nada. Eso te da una fuerza, que no te debes de fiar de ella. La pobre chica me miró diciendo: “Nos ha hecho polvo aquí a nuestros figuras, los ha dejado a la altura del betún”, pero bueno, chico, aquí las cosas hay que ganárselas de verdad, no contando historias, sino ganárselas de verdad con realidades. Y estas cosas te dan mucha fuerza y mucha energía para el resto de tu vida. El intentar forzar al cuerpo, con sentido común, como es lógico, porque vas cumpliendo años y te das cuenta de que debes de forzar hasta donde debes de forzar, y tienes que descansar para no acumular cansancio, sino para conseguir mejorar un poco, te hace pensar en muchas cosas y te sirve para mucho en tu vida y en tu trabajo y en tu vida familiar. Yo creo que la montaña es una escuela de vida absolutamente fantástica por todo, por cómo vives tú, cómo vive la gente cerca de ellas, por los esfuerzos que haces, por cuando te das cuenta que conseguir una cosa de gran dificultad te cuesta, no vas a llegar encantado, no, no, eso tiene un trabajo detrás que es muy importante.
Ahora hablamos de la cantidad de gente que va a la montaña, que es terrible esa foto del Everest. Eso ocurre durante cuatro días al año, aproximadamente, en el mes de mayo, más o menos, y sube muchísima gente. Al Kilimanjaro, eso le ocurre todos los días del año. Al Mont Blanc le ocurre durante cuatro meses del año, todos los días eso, al Aneto ahora mismo, hace poco, a final de junio, estaba como el Everest. Tengo unas fotos de un amigo, que estuvo, como el Everest en esa época. Sin embargo, no llama tanto la atención.
Eso pasa porque tenemos una falta de imaginación tremenda, porque el Himalaya tiene 2.400 metros de largo y 400 de ancho. Hay catorce montañas de 8.000 metros; de más de 7.000, hay cerca de doscientas, de las cuales, todavía hay dos sin subir. Hay sitios donde se puede ir sin ningún problema y no encontrarte a nadie, absolutamente. El Everest, además de eso, tiene unas quince vías distintas y toda la gente va a donde va la gente, como las ovejas, como tal, como cuál. Y luego hay alpinistas super famosos que van al Everest, ahora ya se les ve más el plumero, y van allí porque saben que va a haber mucha gente, va a haber cuerdas fijas que las han colocado y luego vuelven diciendo que les han estorbado, que aquello no hay derecho, que esto ya ha cambiado, que eso es una barbaridad. Claro que ha cambiado y va a cambiar. Yo he estado en Nepal el año 2015, cuando hubo el terremoto terrible. Nepal es un lugar en el que hay terremotos. Puede haber uno dentro de seis meses o dentro de 50 años, pero hay terremotos. Es un poco complicado vivir en esas situaciones y estábamos precisamente en el Annapurna y enseguida la expedición se acabó. No había nadie en la montaña, estábamos en el campo base cuando aquello ocurrió, pero se notó que fue un temblor tremendo. Y en el pueblo, cuando volvimos a Katmandú, lo que hicimos, al médico nuestro, que entonces llevábamos un médico, una ONG andaluza, que él era andaluz, le pidieron que se quedara como médico con ellos para las situaciones que hacen. Y el Gobierno la verdad es que hacía pocas cosas y nosotros, lo que hicimos es, con 8.000 euros, dimos de comer a muchísima gente, con un saco de arroz, un poco de aceite, un poco de ‘dahl’, el ‘dahl’ son lentejas, vive una familia de cuatro personas durante 20 o 22 días, cuatro personas se alimentan, y eso no llega a 12 euros.
Con 8.000 euros repartimos 14.000 kilos de arroz, ‘dahl’, lentejas y sal en muy poco tiempo, con amigos que conocíamos y en sitios donde no llega el turismo, porque, rápidamente, los sitios por donde llega el turismo, el país, para defenderse, como es lógico, pues lo puso lo mejor posible y fue donde fueron las primeras ayudas. Y además de eso, también hemos hecho una pequeña asociación que se llama Ayuda directa a Nepal y estamos construyendo colegios, también, en sitios por donde no pasa el turismo. Hasta ahora llevamos seis colegios. Y se llama Ayuda directa, porque lo hacemos totalmente, directamente con el pueblo donde lo vamos a hacer, no a través del Gobierno, que me perdone el Gobierno, pero, en el Gobierno, no es que lo hagan mal, pero con el mismo dinero que nosotros gastamos haciéndolo directamente, a través del Gobierno, haríamos la mitad o menos. Esa es la realidad y lo hemos visto. Y entonces va muchas veces el cámara Luis Miguel López Soriano al pueblo donde queremos hacer, sabemos que es necesaria la escuela. Y no damos el dinero, sino que contratamos a la gente, les pagamos los materiales, todo lo que necesitan, y hacen ellos su propia escuela. Y desde entonces, desde el año 2015, llevamos hechas seis escuelas, muy poco, lo que podemos, pero muy efectivo para sitios donde aquello ha desaparecido. Y eso es también ser alpinista. El convivir con aquella gente a los sitios, a los lugares donde vas, es muy bonito, y dejar buena huella por el mundo. Cuando vuelves a un sitio, ahora que un año no habíamos ido y hemos vuelto a algunos sitios, te reciben con una alegría, que eso verdaderamente es vida. Y eso es sentirte alpinista, sentirte ser humano y sentirte un poco buena persona.
Lo que nunca querré hacer será el ridículo. Nunca lo he querido hacer ni lo haré. No empeñarme en hacer lo que no puedo hacer. Te puedes equivocar alguna vez, pero yo siempre a mis amigos les digo, porque ahora los amigos con los que salgo tienen algunos 30 o 40 años menos que yo, digo: “Cuando empiece a hacer tonterías, dadme un codazo, por favor, que no quiero hacer el ridículo”. Nunca querré ir a hacer un deporte que tal, que no es tu lugar, chaval, que no es lugar para eso. Procuraré estar siempre en el sitio que me corresponde y con el que estoy disfrutando. Y en la montaña, de momento, estoy disfrutando mucho y espero que todavía me queden algunos años más para seguir disfrutando de ella. Más abajo o más arriba.
En Nepal, por ejemplo, hay un tráfico terrible, se cuela el que puede, pero nadie, cuando uno se ha colado, le pone verde, ni le persiguen ni quiere asesinarle ni nada. Tienen una manera más tranquila. Aquí, si uno te hace cualquier cosa, le pitas. A eso no hay que llegar, no merece la pena, no merece la pena. Si algo te hacen, hay que perdonar, que nunca es tan duro, y tú, procurar hacer el menor mal posible siempre, y respetar a la gente que te rodea. Eso creo que se aprende viviendo tantos años y viviendo por el mundo, lo que creo que verdaderamente te hace ser feliz. Bueno, amigos, pues de corazón ha sido un placer estar. Os veo la sonrisa a muchos con algunas cosas de lo que digo, eso me hace muy feliz. Y bueno, no sé si lo que he contado os puede servir para algo o no, pero yo estoy encantado de este rato que hemos pasado juntos y a todos nos sirve para algo el conocer algunas cosas de otras personas, seguro. Muchísimas gracias por vuestra paciencia y por vuestra compañía. Gracias.