La mirada del último rinoceronte blanco
Ami Vitale
La mirada del último rinoceronte blanco
Ami Vitale
Fotógrafa
Creando oportunidades
La lente que busca la esperanza
Ami Vitale Fotógrafa
Ami Vitale
Embajadora de National Geographic, fotógrafa y cineasta, el trabajo de Ami Vitale la ha llevado a más de 100 países. Comenzó documentando conflictos armados en todo el mundo hasta la actualidad, en la que narra historias de esperanza vinculadas a la conservación de la naturaleza. Ganadora del World Press Photo y considerada Fotógrafa del Año por la National Press Photographers Association (NPPA), Vitale ha vivido con comunidades indígenas, dormido junto a rinocerontes y retratado la lucha por la supervivencia de especies en peligro como si fueran historias de amor.
Uno de los relatos que contó su lente impactó en su vida y en la de millones de personas de todo el mundo. Fue cuando fotografió a Sudán, un rinoceronte blanco del norte, el último macho de su especie. Su estilo se ha definido a través de “fotografías con alma”: imágenes que nos hablan del planeta como un ser vivo, profundamente conectado con nuestra existencia. Y es que Vitale cree en la fotografía como un lenguaje para la empatía y el cambio, porque para ella, contar una historia visual no es solo captar la luz: es transformar la mirada. En sus palabras: "cuando nos consideramos parte de la naturaleza, comprendemos que salvar la naturaleza es salvarnos a nosotros".
Transcripción
Y entonces ocurrió algo mágico. La fotografía no era solo un instrumento para empoderarme, sino también un instrumento que me permitió ser el altavoz de historias y voces verdaderamente hermosas e importantes. Abrió todo un mundo ante mí y me hizo darme cuenta de que no hay nada que temer. Cuando dedicamos tiempo a escuchar sus historias, comprendemos que la gente es maravillosa. La cámara fue mi vía de acceso al mundo. Voy a pasar a contaros una de las primeras historias que cubrí en mi vida. Fue en Guinea-Bisáu, un pequeño país de África Occidental. Mi hermana había trabajado allí unos años en el Cuerpo de Paz, y después estalló una guerra civil. Una de las primeras oportunidades que tuve de compartir estas historias fue en Guinea-Bisáu. Fui allí para documentar la recuperación tras la guerra civil. Creí que iba a conocer historias sobre el enfrentamiento reciente, pero lo que descubrí en realidad fue que todas las historias que contaba giraban en torno al inmenso poder de la esperanza y de la resiliencia humana.
Al principio iba a estar solo dos semanas, pero me quedé tan fascinada por la manera en que la gente se abrió a mí que esas dos semanas se convirtieron en meses, y esos meses, en medio año. Y lo que descubrí me dejó alucinada. Compartía una cabaña con dos familias y todos sus hijos. No me pasaba los días haciendo fotos sin parar, sino más bien aprendiendo cómo vivía toda aquella gente. Estando allí, me di cuenta de que no me estaba centrando en el impacto de la guerra, sino mostrando la profunda conexión que la gente sigue manteniendo con el mundo natural. Habían entendido que la naturaleza es su supermercado, que todo lo que necesitan viene de la naturaleza. Habían entendido que deben respetar y venerar el mundo natural. Yo tenía mucho que aprender de ellos. Creo que en nuestro mundo, en este mundo moderno y bastante convencional, es fácil olvidar nuestra conexión con la naturaleza, pero a ellos aún no les había pasado. Esa fue la gran lección que aprendí. Me pasaba las noches durmiendo en una esterilla, compartiendo la cabaña de barro con aquellas familias. Y durante el día, trabajaba con las mujeres recogiendo agua y leña.
A simple vista, podría parecer que vivimos en mundos completamente distintos, pero eso no fue lo más sorprendente. Lo que más me sorprendió fue cuánto compartimos con ellos. Después de medio año allí, iba a regresar a casa. Este niño se llamaba Alio y era maravilloso. Me enseñó muchísimo de la lengua pular. La tribu que vive allí se llama fulani y ese es su idioma. Recuerdo que, la última noche, estaba sentada bajo un mar de estrellas con los niños y con todos los habitantes de la aldea, y todos hablaban sobre mi vuelta a casa y me hacían miles de preguntas como «¿qué es lo primero que vas a comer cuando llegues a casa?» o «¿tenéis mangos en Estados Unidos?» o «¿tenéis anacardos?». Entonces, Alio miró hacia el cielo, y había una gran luna llena. Miró hacia arriba y me preguntó: «¿Tenéis luna en tu país?». Aún me sigo emocionando cada vez que hay luna llena. Él me recordó lo tremendamente interconectados que estamos, seamos conscientes o no. Desde entonces, he pensado mucho en la luna. Contempla nuestro planeta desde ahí arriba. Es una especie de tercer ojo colectivo y hermoso que nos observa a todos. Y es entonces cuando entendemos que nos encontramos en una red común.
Cuando me fui de Guinea-Bisáu, entendí cuál sería mi misión en mi trabajo. No me limitaría a hablar de las cosas que nos dividen, de las dificultades, sino que trataría de recordar siempre que todos estamos unidos. Esa fue la lección que me llevé.
Y empecé a cuestionarme si mi trabajo solo transmitía una pequeña parte de la historia, la violencia. No hablaba de la humanidad. Creía que mi trabajo consistía en mostrar aquella devastación, la violencia y la tragedia. Y era lo que hacía. Presencié un sufrimiento inimaginable. Pero entonces empecé a cuestionarme más profundamente por qué estaba allí y qué estaba haciendo. Porque si solo enseñas una parte de la historia, haces que otra gran parte se pierda. Omites las cosas que nos hacen vernos reflejados en el otro y entendernos como seres humanos. Recuerdo que este día caminaba de vuelta a mi hotel tras haber cubierto esta historia. Pasé junto a un edificio y oí música que salía de él, así que subí por unas escaleras oscuras hacia la música. Y al acercarme a la puerta, vi que estaba abierta de par en par. Miré en el interior y, en la oscuridad, esto fue lo que vi. A esta pareja casándose en medio de toda la devastación.

Aquello me hizo darme cuenta de que esa no era la historia que mis editores querían que me llevase conmigo, pero, para mí, era la auténtica historia. Representaba la belleza de la humanidad. En medio de todo el caos, el amor sigue existiendo. La gente busca una vida mejor, el amor… todas esas cosas. Es muy importante hablar sobre el amor. No lo hacemos a menudo. Y esas son las historias que nos permiten conocer a los demás. En aquel momento fui consciente de que quería hablar sobre las historias y los retos que nos rodean, eso era obvio, pero ya no quería seguir documentando únicamente lo que nos separa. Quería contar las historias que nos recuerdan que compartimos una humanidad y que nos unen. Así que me marché de aquel lugar sabiendo que esto siempre formaría parte de mi trabajo.
Si nos remontamos a hace menos de 100 años, habría decenas de miles de ellos deambulando por las llanuras africanas. Y yo estaba allí porque había un plan de repatriar a cuatro de ellos a Kenia en un último intento desesperado por salvar a la especie al completo de la extinción. Solemos imaginarnos a la fauna libre y salvaje vagando por las llanuras, pero este es el panorama actual. Deben estar rodeados por guardias armados porque su cuerno tiene muchísimo valor. La caza furtiva está acabando con ellos. Su cuerno es del mismo material que nuestras uñas. No es más que queratina. No podía parar de pensar por qué estaba pasando todo esto, así que empecé a investigar, y todas las historias que encontré mencionaban una guerra contra la caza furtiva. Había que luchar contra los cazadores. Y me planteé una pregunta sencilla. ¿Qué opina la gente que vive más cerca de esas especies? ¿Les importan? ¿Se preocupan por esos animales? Y esto me ha llevado por un camino maravilloso durante los últimos 16 años. Sí, las comunidades que viven más cerca de esas especies son, probablemente, nuestra mejor respuesta. Tienen la clave para salvar lo que queda. Claro que les importan. Y he conocido a gente increíble que dedica su vida a cuidar y proteger a estos animales.
Estos hombres y mujeres suelen pasarse 10 meses al año protegiendo, enfermando, viviendo con estos animales, cuidándolos como si fueran sus hijos. De hecho, pasan más tiempo con estos animales que con sus propios hijos y familias. Si eso no es compromiso, no sé qué lo es. Entonces comprendí que no estábamos contando sus historias, historias como las de Khalifi. Le importan estos animales. No estábamos dando repercusión a sus hermosas voces. Sus historias son muy importantes porque, en cualquier punto del planeta, suelo encontrarme a gente con muy poco que hace mucho no solo por sus comunidades y la fauna que les rodea, sino por todos nosotros, por un planeta sano. Vaya donde vaya, veo a gente, en ocasiones enormemente marginada, que lucha por un mundo mejor. Y creo que es importante dar visibilidad a esto, porque nos da esperanza y nos hace recordar que si esta gente puede hacer tanto con tan poco, imaginad lo que podríamos hacer todos juntos si lo convirtiéramos en una prioridad. Kenia es muy importante a la hora de contar esta historia. Kenia ha cambiado mucho su trayectoria. Hace 40 años, todo era caza furtiva y extinción, pero consiguió darle la vuelta. ¿Por qué? Porque se ha empoderado a las comunidades que viven junto a esas especies para que sean sus mayores protectoras.
Por ejemplo, durante la pandemia, cuando el turismo se frenó en seco, en otros países que dependían de los ingresos por turismo, las cifras de la caza furtiva se dispararon. En Sudáfrica, en un año, se cazaron furtivamente 400 rinocerontes. ¿Sabéis cuántos rinocerontes se cazaron furtivamente en Kenia ese mismo año? Cero. Cero. Increíble. ¿Cómo lo consiguieron? Porque la comunidad reconoció el valor de la fauna. Comprendieron que la fauna les ayuda. Y es posible, una vez más, gracias a esa maravillosa red. Llevo mucho tiempo trabajando en historias de esperanza, buscándolas, y una de ellas es la de Kenia. Voy a volver a la historia de los rinocerontes blancos del norte por la que me habías preguntado. Aquello fue lo que cambió mi rumbo. En 2018 recibí una llamada para que acudiera lo antes posible a la reserva Ol Pejeta, a la que se habían trasladado los rinocerontes blancos del norte. Creían que el aire libre y un espacio abierto en el que moverse estimularía su reproducción, y así tal vez podrían salvar a la especie de la extinción. Pero no funcionó. Eran cuatro rinocerontes, y uno de los machos ya había muerto. Me dijeron que tenía que darme prisa porque el último rinoceronte blanco del norte macho, Sudán, estaba a punto de morir. Había vivido mucho y bien. Tenía 45 años, pero estaba sufriendo, así que tuvieron que sacrificarlo.
Fui lo más rápido que pude y esa fue la escena que presencié. Fue desgarrador y me sigo emocionando cada vez que pienso en ello. Ese es uno de sus cuidadores, Joseph Wachira, inclinándose para decir el último adiós a Sudán. Hay… Hay varias cosas que recuerdo vívidamente. Sudán lo reconoció e intentó levantar la cabeza para despedirse de él. Sabía que pasaba algo. Lo que más me impresionó fue el silencio que reinaba aquel día. La naturaleza suele estar llena de sonidos de aves y de la música de la naturaleza. Era como si todo el mundo estuviera llorando la pérdida de aquel animal. El silencio era increíble. Lo que más recuerdo de aquel momento era el silencio, un silencio inquietante. Lo único que se oía eran los sollozos ahogados de aquellos que lo querían y lo protegían. Lo único que se oía aquel día eran los sollozos ahogados de aquellos que querían a aquel animal y se preocupaban por él intentando contenerse.
Recuerdo que pensé que aquel momento era una especie de predicción de cómo será y sonará el mundo, del silencio inquietante que nos rodeará cuando perdamos a esos animales. Hoy en día solo quedan con vida dos hembras de rinoceronte blanco del norte, lo que hace que la especie esté extinta en la práctica. Cuando pienso en este mundo, me doy cuenta de que no es solo la pérdida de una especie, sino una pérdida mucho mayor. Hay quien habla de la pérdida de un ecosistema sano, lo que es absolutamente cierto. Estamos todos juntos en esta red. Si queremos un ecosistema sano, necesitamos a estas especies clave. Pero es mucho más que eso. Presenciar la pérdida de Sudán y el fin de una especie me recordó que estamos perdiendo nuestro sentido de la identidad, estamos perdiendo nuestra conexión con la vida salvaje, porque somos salvajes. Se nos olvida que formamos parte de ella. Y necesitamos a estos animales para preservar nuestra capacidad de asombrarnos, nuestra capacidad de maravillarnos. Nos recuerdan esa red de la que formamos parte. En mi opinión, cuando perdemos una especie, ese fragmento de red, perdemos un pedazo de nosotros.

Los elefantes consiguieron que empezase a ser consciente de ello. Voy a contaros una historia para que veáis cuánto se preocupan por ellos mismos e incluso por otras especies. Una de las cuidadoras del santuario de elefantes en el que yo trabajaba tenía una herida en la pierna y estaba demasiado ocupada como para curársela. Y un día, uno de los elefantes, Lingwezi, fue y volvió a por barro tres veces y le envolvió la pierna en barro, porque así es como tratan sus propias heridas. La primera vez, la cuidadora pensó que era interesante. La segunda, que era curioso. Y para la tercera se dio cuenta de que allí pasaba algo. Así que fue al médico, que le dijo que menos mal que Lingwezi había hecho aquello y había decidido ir a verle porque podría haber muerto. La herida se le estaba infectando. Eso demuestra su increíble compasión, empatía y cariño hacia los demás a pesar del trauma. El motivo de que aquellos elefantes estuvieran allí eran los humanos, y su capacidad de perdonar y cuidar de los demás me pareció algo muy profundo. Aprendí que todos poseemos esa capacidad y que tenemos mucho que aprender de esos animales. Creo que esto es lo más importante que me han enseñado esos animales. Gracias.
Los vínculos, esos vínculos profundos que se establecieron, eran algo que yo nunca había presenciado con un animal salvaje que había vuelto a integrarse en una manada salvaje. Creo que lo más valioso que he aprendido de estos animales salvajes es reconocer que formamos parte de ese rompecabezas. Deberíamos pararnos y observar. En nuestro mundo moderno, muchos estamos un pelín desconectados de la naturaleza. Hemos perdido eso. Y creo que podemos sentirnos incómodos en ella. No debemos dejar de ir a aquellos lugares que nos hacen sentir incómodos y abrazarlos. No tengáis miedo de ensuciaros y de acercaros a la naturaleza, porque tiene mucho que recordaros, os sanará. Al igual que los animales, la naturaleza nos sana. Ese es el principal mensaje que quiero transmitiros.
Los primeros fueron capturados vivos en 1936, algo increíble. No hace tanto de eso. Y si buscáis arte chino antiguo, de hace miles de años, no encontraréis ninguna representación de un oso panda. ¿Cómo se mantuvieron ocultos a la humanidad tanto tiempo? Adaptaron todo su cuerpo. Al principio, eran carnívoros. Comían carne, como el resto de osos, pero se volvieron vegetarianos. Los científicos creen que lo hicieron para no tener que competir con otros depredadores. Se escondían en bosques densos de bambú y eso era lo que comían. Incluso desarrollaron un sexto pulgar para poder agarrar mejor el bambú. Pasaron de ser osos carnívoros a osos que se alimentaban de bambú. Tardaron millones de años en evolucionar y se ocultaban en bosques densos de bambú. Todo esto me sorprendió muchísimo porque estamos muy acostumbrados a verlos como peluches y en dibujos animados. Pero lo que aprendí sobre ellos y sobre cómo se comportan en la naturaleza es fascinante. Entonces conocí un ambicioso proyecto puesto en marcha por el gobierno para salvar a la especie de la extinción. Eran conscientes de que quedaban muy pocos en libertad, y todo el país se movilizó para salvar a estos animales. Hicieron todo lo posible. Primero desarrollaron un programa de cría en cautividad.
Tenían un número mágico: querían criar a 300 pandas en cautividad porque decían que supondría una diversidad genética suficiente para el próximo siglo si se extinguían en la naturaleza. Al principio, no tuvieron nada de éxito. No podían conseguir que se reprodujeran en cautividad e hicieron auténticas locuras para intentarlo. Decían que era una especie sin impulso sexual porque no se reproducían en cautividad. El director del programa de los pandas, a quien llamaban cariñosamente Papá Panda, fue quien dio con la clave. Al principio, hizo mil cosas para intentar que se reprodujeran. Instalaron incluso televisores para mostrar a los pandas vídeos de otros pandas apareándose para intentar excitarlos. De todo. Y por fin se dio cuenta de que aquello no era necesario. Había dos cosas básicas. Las hembras panda solo tienen entre 24 y 72 horas al año para quedarse preñadas. Es muy poco tiempo. Y lo segundo es que hay que ofrecerles opciones. Como cualquier ser de este mundo, debe poder elegir. No puedes meter a un único panda macho en el recinto con ella. En cuanto se dio cuenta, dieron con la fórmula y el programa de cría funcionó a las mil maravillas. Así es como son cuando nacen: diminutos, ciegos, indefensos, como un garabato. Son de este tamaño. Y es una pasada lo vulnerables que son.
En el 50 % de las ocasiones, los pandas dan a luz a gemelos. Y en libertad, la madre solo puede cuidar a uno cada vez, así que tiene que quedarse con el más fuerte y dejar que el más débil muera. Obviamente, ellos no iban a permitir que muriera ningún panda, así que han desarrollado un programa de intercambio muy elaborado. La mitad del tiempo, los pandas viven con su madre y la otra mitad, los cuidan humanos. Y van alternando el que le entregan a la madre real para que ambos pandas sobrevivan. El programa de cría ha sido todo un éxito. Pero Papá Panda dijo que criarlos en cautividad no era suficiente. Debían tener espacio para poder moverse con libertad. Y China es uno de los pocos países en los que la cubierta forestal está creciendo. Están reforestando y conectando corredores naturales para que los pandas y otras especies tengan espacio para moverse. Y aquí es donde la historia se vuelve una locura. Devolver a la naturaleza a un animal nacido en cautividad no es tarea fácil. Después de una generación en cautividad, se les olvida que son animales salvajes. Tienen que pasar por un entrenamiento muy completo. Es un poco como el karate.
Si aprenden una serie de cosas, podrán graduarse, básicamente. Si son capaces de localizar el mejor bambú, la mejor comida, identificar a los depredadores y aprender a huir de ellos, quedará claro que el panda puede sobrevivir por sí mismo y pasará entonces a la siguiente prueba. Tienen que pasar por muchísimas pruebas. Y Papá Panda es quien decide si pasan la última prueba y les da el cinturón negro. Dice que es como graduarse en Harvard. Es entonces cuando los devuelven a la naturaleza. Y esta historia fue una de las más importantes para mí porque me di cuenta de que hay que ir más allá de los titulares y ser consciente de que hay personas maravillosas en todas partes que se preocupan por el planeta tanto como nosotros y que hacen una labor increíble. Es importante dar visibilidad a lo que hacen. Esa historia me enseñó que el principal problema para todos es el hábitat. Que hay que buscar un espacio a esos animales. Los necesitamos. Se les llama especies clave. Esto significa que estas especies clave ayudan a nuestro ecosistema a mantenerse sano.
Y cuando las sacas de él, el ecosistema al completo empieza a derrumbarse lentamente y sufre. Lo más impresionante es que cuando devuelves a esas especies clave a la naturaleza, esta es increíblemente resiliente. Los humanos son resilientes. Lo he visto con mis propios ojos a lo largo de toda mi vida, al trabajar en los mismos lugares durante décadas. He visto a los ecosistemas sufrir y los he visto sanarse. La clave es decidir a qué le damos prioridad. Tenemos la capacidad de darle un giro a esta historia en todas partes. Esto es lo que he aprendido. Y a centrarme en la esperanza, porque está por todas partes. Gracias.
Es una especie de ecosistema completamente orgánico en el que todos dependen de todos. Por eso, la desaparición de algún animal pasa factura a las personas. Esta comunidad del norte de Kenia tenía una un sueño muy ambicioso. Querían crear un hábitat seguro para esos animales. Querían crear un santuario para elefantes por si alguno de ellos se quedaba huérfano. Porque, en aquel momento, cuando un elefante se quedaba huérfano, se le rescataba y se le trasladaba muy lejos, a otra parte del país. Nunca tendría la oportunidad de regresar a su propio hábitat ni de conocer a su familia. Al principio, cuando conocí a estas personas, todo el mundo se reía de ellas. Decían que no tenían el poder político necesario. Es muy caro montar un santuario de elefantes y criarlos. Y tampoco tenían financiación. Pero, al conocerlos, supe que iban a conseguirlo. Y yo estaría allí para contar su historia. Ha sido un privilegio seguir de cerca su periplo. Han apostado por algo diferente. Es el primer santuario de elefantes dirigido y gestionado por indígenas en toda África. También han sido los primeros en contratar a mujeres indígenas como Mary. Y Mary me recordaba mucho a mí de joven: callada, tímida, introvertida, miedosa con las personas…
Y deberíais verla ahora. Está muy orgullosa de lo que hace. Aprendió a expresarse a través de los elefantes que rescataba. La ascendieron a cuidadora jefa de los elefantes. Y durante la pandemia, les daban fórmula de leche en polvo pensada para bebés humanos. Es algo que se hace en santuarios de elefantes de todo el mundo. Empezó a preocuparles una posible ruptura de la cadena de suministro y dijeron: «¿Y si nos quedamos sin fórmula para nuestros elefantes?». Así que buscaron una solución en la naturaleza. Por cierto, el 50 % de los elefantes huérfanos puede morir en las dos primeras semanas a causa de la leche de fórmula para humanos. El motivo es que tienen que pasar de beber la leche de sus madres a esta fórmula de leche en polvo pensada para humanos. Pero acabó funcionando. Sabían que funcionaba. Y en aquel momento, cuando buscaban una solución, se dieron cuenta de que las cabras se alimentaban de manera similar a los elefantes y decidieron probar con la leche de cabra. Allí había muchas cabras.
Los elefantes beben mucha leche. Beben garrafas gigantes cada tres horas, constantemente, a diario. Así que empezaron a experimentar. Y me alegra deciros que lo de la leche de cabra funcionó. Lo más sorprendente fue que pasaron de una tasa de supervivencia del 50 % al 98 % en esas primeras dos semanas, o sea, que la leche de cabra les iba mejor. Me encanta esta historia porque nunca habrían cambiado si no lo hubieran necesitado. La otra parte de la historia es muy curiosa. En las aldeas que rodean el santuario de elefantes de Reteti, las cabras pertenecen a los hombres, pero la leche pertenece a las mujeres. Así que, por primera vez en sus vidas, aquellas mujeres abrieron cuentas bancarias y, ahora mismo, casi 1.300 mujeres están obteniendo enormes ingresos al vender su leche de cabra para los elefantes. Por fin pueden permitirse mandar a sus hijos a la escuela y pagar por la asistencia sanitaria. Vivían en una pobreza muy extrema, desde el punto de vista occidental, pero los elefantes les están procurando esa autonomía.
Esta historia me resultó conmovedora porque ocurrieron muchas cosas maravillosas que no nos esperábamos. Y me encanta porque en nuestros momentos de mayor dificultad, podemos encontrar soluciones a nuestros problemas más apremiantes. A veces, solo hay que buscar formas nuevas de hacer las cosas. En muchas ocasiones, no buscamos soluciones nuevas porque las cosas funcionan bien de la manera o con los sistemas que hemos creado. Es una bonita metáfora cuando el mundo tiene un aspecto distinto al que tenía antes. En lugar de verlo como un momento aterrador para todos nosotros, podemos usarlo como un momento para buscar nuevas formas de hacer las cosas. Podría parecer que esta historia gira en torno a unos elefantes adorables, que también, pero en realidad es una historia sobre todos nosotros, sobre nuestro futuro, sobre nuestro planeta y la fauna con la que lo compartimos. Gracias.
Esas son las historias más poderosas, cuando nos atrevemos a abrirnos y a compartir quiénes somos y qué nos importa, a ir más allá de lo superficial. A ir más allá de los estereotipos, porque todos tenemos historias poderosas que contar, y eso requiere su tiempo. Establecer relaciones no solo te da acceso a mejores historias, sino que, como fotógrafa, la gente te muestra lugares especiales. Tus fotografías mejoran. Esta es de una comunidad en la que me he pasado trabajando casi 10 años, en el norte de Kenia. Empezaron a llevarme a sus lugares especiales, y eso hizo que la narrativa mejorase enormemente. Pero voy a contaros otra historia. Viví en la India cinco años y nunca lo olvidaré. Estuve trabajando en la mayor feria de camellos del mundo, se llama Pushkar. Me gusta tomármelo con calma y pasar unos días con la gente, aunque no sea mucho tiempo, pasar al menos algo de tiempo con una persona. Es algo muy importante al visitar un lugar, incluso como turista. Una mañana estaba sentada junto a una hoguera con una joven llamada Subita. Ahora mismo, un montón de turistas acuden a la feria de camellos.

Estaba con ella y llegaron media docena. Algunos se me sentaban al lado, pero no saludaban a Subita. Se fijaban en mí y en mi cámara y me preguntaban con qué ISO estaba disparando. Me lo preguntaban porque querían hacerle una foto a aquella joven junto al fuego, pero querían saber cómo configurar sus cámaras. Más tarde hablé de aquello con Subita y le dije que era rarísimo que nadie la hubiera saludado. Me dijo que le pasaba todos los años en la feria. Que era como si estuvieran allí de safari y ella fuera su trofeo. Me rompió el corazón porque si alguna de esas personas hubiera dedicado 10 minutos a hablar con ella, no solo se habrían marchado con una bonita foto, sino conociéndola mejor a ella y su historia, cómo estamos todos interconectados y compartimos nuestras vidas. Ese es el motivo por el que lo hacemos. No es para hacer fotografías hermosas, sino para aprender más sobre el hermoso mundo que compartimos.
Este fue el momento dramático en el que le administraron el fármaco, se despertó, salió corriendo y hubo un gran revuelo. Pero esta fotografía representa mucho más que un momento. Representa la labor de generaciones de personas, científicos, guardas, el gobierno y comunidades de todo el mundo, que trabajan para cambiar la trayectoria del futuro, no solo de estos animales, sino para el bienestar de la humanidad y de toda la fauna. Fue un momento muy poderoso. La verdad es que iba en modo piloto automático cuando hice esta foto y no la vi hasta que volví y tuve tiempo para hacerlo. Fue un momento trágico, angustioso, en el que intenté mantenerme a salvo.

Durante los últimos cinco años he seguido a un equipo de científicos e investigadores maravillosos que están dedicando sus vidas a recuperar la especie usando métodos avanzados de reproducción. Y están a punto. Han creado 37 embriones y están ahora mismo en la fase final de este proyecto, en la que están utilizando fertilización in vitro y estos embriones para salvar a la especie de la extinción. Y aunque es posible que no llegue a ver cientos o miles de rinocerontes blancos del norte recorriendo esas llanuras en mi vida, estoy segura de que algo está pasando. Aunque ahora mismo lo veamos todo bastante negro, como todas las historias con un desarrollo triste, puede tener un bonito final si todos elegimos buscar la luz, cambiar estas historias. También me acuerdo de toda la gente estupenda a la que admiro que no pudo ver el final de la historia. Gente como Martin Luther King y muchos otros. Sé que, algún día, este planeta sanará y todos nos sanaremos. Pienso mucho en esa fotografía. Gracias por la pregunta.
Ponerte en el lugar de los demás genera empatía. Y la empatía es la fuente de la creatividad. Es lo único que necesitamos en este mundo. Todo el mundo me pregunta qué tipo de cámaras llevo. Eso da igual, lo que importa es lo que tengas en tu corazón. Conseguí llegar a la cima de la montaña y los peregrinos compartieron conmigo todo lo que tenían. Compartieron la poca comida que tenían y sus mantas malolientes. Creamos un vínculo. Es uno de mis recuerdos más hermosos y lo conservaré siempre. Fue un momento decisivo para mí que también representa una metáfora para todos en la vida. No tengáis miedo de sentiros incómodos. Caminad hacia aquello que os da un poco de miedo o que creéis que no podréis hacer, porque hay una inmensa capacidad dentro de todos nosotros. Yo nunca pensé que podría hacer todas las cosas que estoy haciendo. Pero ¿sabéis qué? Todos tenemos un potencial infinito. Id a por todas. Si tenéis algo dentro, sea lo que sea, soñadlo y avanzad hacia ello poco a poco. Esta frase no es mía, pero si vuestros sueños no os asustan, es que no son lo bastante grandes. Y me encanta. Es la verdad. Además, creo que todos necesitamos volvernos más vulnerables. Intimar. Nuestro mundo lo necesita más que nunca.
Hay mucho temor en todas partes y creo que es porque estamos muy desconectados. Tenemos que salir de nuestro pequeño aislamiento y seguir caminando. No es necesario buscar gente o lugares distintos a nosotros, y tampoco hace falta viajar 15.000 kilómetros. Buscad en vuestras comunidades. Porque, a la larga, cuanto más conozcamos a los demás, más nos conoceremos a nosotros mismos. Ese es el mayor regalo que me han dado tantos viajes y fotografías hermosos. Y eso es algo que deseo para todos. Muchísimas gracias.