Tres claves para relacionarte con tus hijos adolescentes
Diana Al Azem
Tres claves para relacionarte con tus hijos adolescentes
Diana Al Azem
Creadora de ‘Adolescencia Positiva'
Creando oportunidades
Herramientas para una adolescencia positiva
Diana Al Azem Creadora de ‘Adolescencia Positiva'
La ley del espejo en la adolescencia
Diana Al Azem Creadora de ‘Adolescencia Positiva'
Diana Al Azem
¿Qué hago con mi hijo adolescente? ¿Por qué me contesta con monosílabos? ¿Por qué solo se viste de color negro? ¿Cómo gestiono lo que vé en el móvil y en las redes sociales? Estas y otras muchas preguntas suelen surgir en la mente de los padres y madres con hijos adolescentes en el siglo XXI. Según explica Diana Al Azem: “Los padres solemos ver la adolescencia como el ‘Patito feo’ en la vida de nuestros hijos, porque no entendemos muchas cosas”. Pero añade: “Sin embargo, la adolescencia puede ser una preciosa oportunidad, no una etapa de crisis, si la sabemos gestionar correctamente”.
Al Azem es profesora de secundaria desde hace más de diez años y madre de dos adolescentes. También es la creadora del portal 'Adolescencia positiva', que nació de la necesidad de ayudar a los padres a educar a sus hijos adolescentes de forma consciente, positiva y constructiva. A día de hoy, cuenta con una comunidad de más de 200.000 seguidores que buscan recursos y consejos prácticos en sus vídeos, podcast y cursos. En 2023 publicó el libro 'AdolescenteZ, de la A a la Z. Aprende a vivir y a disfrutar la adolescencia positiva' (Plataforma Editorial), una obra que busca responder, con un lenguaje conciso y directo, a preguntas sobre los problemas y dudas habituales que surgen en la convivencia con adolescentes.
Transcripción
Y también es verdad que su cerebro, al no tener la corteza prefrontal desarrollada todavía, no son capaces de reflexionar en la toma de decisiones. Por lo tanto, si juntamos la toma de riesgos con la poca capacidad de reflexionar en las decisiones que van a tomar, los cambios de conducta, obviamente, nos preocupan a los padres. Luego, tenemos el segundo de los grandes mitos, que es el hecho de que los adolescentes son unos vagos, unos egoístas y unos irresponsables. Y aquí sí que me gustaría matizar algunas cuestiones, porque sí que es cierto que a los adolescentes, por ejemplo, les cuesta mucho levantarse por la mañana para ir al instituto. Pensamos que es que son vagos y que solo quieren quedarse en la cama. Sin embargo, si tenemos en cuenta que el ritmo circadiano de los adolescentes sufre una serie de cambios, les entra el sueño una media de dos horas más tarde que a los adultos y que, además, necesitan dormir más horas, pues, claro, viendo los horarios que tenemos, los horarios escolares que tienen los adolescentes, les es imposible realmente estar descansados a lo largo del día.
Es verdad que los adolescentes, como ya hemos dicho, sufren una serie de cambios hormonales y cerebrales, pero también muchos cambios sociales, sexuales, emocionales. Por lo tanto, tienen otras prioridades que no son los grandes resultados académicos que los padres muchas veces esperamos de ellos. El tercero de los grandes mitos sobre la adolescencia es que los hijos ya no necesitan a los padres durante la adolescencia y que prefieren estar con sus amigos. Como ya hemos dicho antes, los adolescentes están preparándose para salir del nido familiar y, por lo tanto, necesitan buscar a su propia tribu, a su propia comunidad, a sus iguales, que les entienden y los escuchan, que viven las mismas experiencias que ellos… Entonces, es normal que un adolescente preste más atención a los consejos que le puede dar un amigo o una amiga que a los consejos que le pueden dar los padres. Es cierto que los padres aquí, de alguna forma, tenemos que pasar por un duelo, que es el hecho de entender que a partir de ahora no vamos a saber todo lo que pasa por la mente de nuestros hijos. Entonces, es uno de los grandes mitos, pero esto no quiere decir que no nos necesiten, porque sí que nos necesitan. Necesitan saber que estamos ahí apoyando. De hecho, se ha comprobado que un adolescente que se siente sostenido por la familia va a tener un mejor desarrollo social y psicológico.
Los padres debemos apoyar las decisiones de nuestros hijos, siempre y cuando no pongan en peligro su estabilidad física o emocional. Debemos reforzar su independencia y también debemos acoger sus errores y hacerles entender que de los errores se aprende, que es cuestión de que, si confían en nosotros, pueden venir y contarnos qué es lo que les sucede si podemos ayudar de alguna forma. Pero también es cierto que tenemos que tener en cuenta que los adolescentes prefieren equivocarse solos a acertar con los padres. Es la independencia del adolescente. Y el último de los de los mitos es que la adolescencia es una etapa que hay que pasarla y que, cuanto menos intervención pongamos en ella, mejor. A algunos padres les apetece meter la cabeza bajo tierra, como los avestruces, y dejar que pase la adolescencia. Pero debemos recordar que es una etapa crucial en el ser humano, en el desarrollo del ser humano, porque es la etapa en la que se reconfiguran ciertos circuitos cerebrales y, además, se asientan hábitos de esfuerzo, de creatividad, de constancia, de perseverancia… Por lo tanto, en muchas ocasiones, a los padres nos toca es amarrar bien las velas y aguantar la tormenta con la mayor energía posible.
Yo siempre aconsejo tardar lo máximo posible en darles un móvil a nuestros hijos y que, en el momento en que lo vayamos a hacer, por supuesto, desde el principio, pongamos unas reglas. Igual que cuando cogemos un coche, antes de coger el coche nos enseñan a conducir, nos enseñan las normas de tráfico, si no, sería una catástrofe conducir por una carretera donde no hay normas, y con los móviles sucede un poco lo mismo. Antes de dar este tipo de aparatos, debemos enseñar a manejarlos y que hay unas normas, unas páginas que no debe visitar, un contenido que no debe compartir; no utilizarlo para esconderse, para abusar de otros niños o para ver contenido que sea no recomendado para su edad. Pero es que, aparte, este uso abusivo de pantallas se está viendo también reflejado en las escuelas. Como he dicho antes, los profesores en las aulas estamos notando que hay una bajada en lo que son los hábitos de estudio, pero también en la concentración y en la memoria. Claro, los profesores no llevamos tanto color encima ni tenemos esos movimientos tan rápidos cuando estamos dando clase, y mantener la atención de un adolescente mirando a la pizarra mientras un profesor está explicando el contenido de su materia nos resulta cada vez más complejo. Yo siempre pienso que va a llegar un momento en el que los profesores vamos a tener que hacer de las clases un circo para poder captar la atención de nuestros adolescentes. Y todo esto viene un poco dado por ese uso abusivo de pantallas. Para mí, es el mayor de los retos al que nos estamos enfrentando los padres del siglo XXI.
Esto está también muy relacionado con ese proceso de individuación, de libertad, de sentir que tienen el control de poder tomar sus propias decisiones, de: «Yo decido cuándo recojo mi ropa, yo decido cuando recojo mi plato». Entonces, a los padres nos toca aquí armarnos de paciencia para acompañar, de nuevo, esas enseñanzas con nuestros hijos y explicarles, porque, ahora sí, ya toca dar motivos de por qué es importante que recojan su plato, que recojan su ropa, que vivimos en una comunidad donde compartimos espacio con otros miembros de la familia. Nos toca a los padres volver a enseñar estas normas a nuestros hijos. En tercer lugar, a los padres nos molesta mucho también esa impulsividad que tienen nuestros hijos. Decimos: «Es que no se para a pensar las cosas dos veces. De pronto, quiere algo y lo quiere ya». En mi caso, por ejemplo, con mi hijo, me pasa mucho. Cuando salimos a algún centro comercial y vamos de compras, de pronto, ve en un escaparate un juego o algo que le gusta y lo quiere comprar. Hemos hablado de los cambios cerebrales y precisamente la impulsividad es uno de ellos. Y yo siempre le digo: «Hazte dos preguntas. La primera es: “¿Realmente lo necesitas?”. Y la segunda es: “¿Realmente te va a hacer feliz tener este objeto?”». Y una vez que me responde a esas dos preguntas, si tiene sentido la respuesta, entonces le invito a esperar 24 horas para decidir si lo compra o no lo compra.
Pasadas esas 24 horas, es verdad que, en la mayoría de las ocasiones, él mismo reflexiona, tiene tiempo de pensárselo, y en la mayoría de las ocasiones al día siguiente me dice: «La verdad es que no lo necesito tanto. Prefiero ahorrar el dinero que tengo, mi paga, por si surge cualquier otra cosa más adelante que realmente me interese adquirir». Y, por último, que creo que también es interesante mencionarlo, es que los adolescentes nos cuestionan todo a los adultos. Parece que incluso les molesta escucharnos respirar. Pero es cierto que, a partir de esta edad, los adolescentes necesitan que les razonemos el porqué de unas normas, el porqué de unos límites. Y, cuando tengamos que dar alguna respuesta a nuestros hijos, hagámoslo siempre desde la calma y de la serenidad. No nos olvidemos de que nosotros somos el espejo en el que ellos se reflejan. Por lo tanto, las conductas y las respuestas que demos a nuestros hijos serán las conductas y las respuestas que ellos en el futuro, en su vida de adulto, darán también a los suyos.
Hay estudios, de hecho, que demuestran que el estilo democrático produce una serie de beneficios en el adolescente. Por un lado, hay un mayor bienestar emocional, ya que los adolescentes aprenden a gestionar sus emociones, a entender cuáles son sus necesidades y hay mayor autonomía, ya que se invita a que el adolescente cumpla con sus propias responsabilidades. Se les permite errar, cometer errores, y sostener esos errores y verlos como una oportunidad de aprendizaje y de cambio. Incluso se ha comprobado que los resultados escolares suelen ser mejores cuando el estilo educativo es democrático, cuando los adolescentes entienden que hay una implicación de sus padres en la escuela. También hay menos probabilidades de sufrir ansiedad o de sufrir un trastorno de conducta alimentaria. Aprenden a manejar los conflictos de una manera más flexible, puesto que lo han visto en casa. Se ha negociado en casa cuando ha habido normas y límites o a veces se ha podido ser flexible y otras, no. Por lo tanto, ellos aprenden también a mantener una relación con la sociedad mucho más adecuada. Además, contribuimos también a que la autoestima de nuestros hijos sea más sana, ya que les invitamos a conocerse mejor y, por supuesto, a quererse más.
De hecho, hay adolescentes que tienen respuestas muy explosivas con los padres y, por lo tanto, la emoción sale hacia fuera y acaba atacando a la persona que tienen delante, en este caso, nosotros, los padres. O también pueden tener respuestas implosivas, es decir, se lo tragan todo, lo reprimen y, en muchas ocasiones, esa represión lleva también a que luego tengan conductas de trastorno alimentario o que puedan llegar a autolesionarse. Por lo tanto, debemos estar aquí muy pendientes. Aparte de negar las emociones, a veces, los padres también dramatizamos y nos ponemos en plan víctimas: «Hay que ver lo que haces conmigo. Yo, que te cuido, que te quiero tanto, que vengo cansada de trabajar y no haces nada por mí. Yo, que lo hago todo por ti, y tú no haces nada por mí». Tendemos a victimizarnos mucho con nuestros hijos y, al final, a dramatizar las emociones. Claro, cuando los padres nos victimizamos, creamos una sensación de culpa en nuestros hijos y, al final, es una mochila muy pesada con la que ellos tienen que cargar. Esto va a llevar a que nuestros hijos, en muchas ocasiones, tengan que mentirnos, llegar a utilizar la mentira, para que mi madre o mi padre no se ponga como se pone siempre, que me hace sentir culpable, me hace sentir mal por mis actos, por mi conductas, que son propias de la adolescencia.
Por lo tanto, la alternativa aquí sería entender la emoción que yo estoy sintiendo como madre o como padre en ese momento por algo que ha hecho mi hijo, y en lugar de, por ejemplo, decirle: «Es que tú me enfadas», pues decirle: «Oye, es que yo me enfado con esto que tú estás haciendo. Yo ahora mismo estoy enfadada, necesito tiempo, necesito reflexionar para buscar una respuesta adecuada a esto que acabas de hacer y que considero que no es correcto». Y luego, también, con respecto a las emociones, hay veces que los propios padres no soportamos ver una emoción desagradable en nuestros hijos y tratamos de buscarles un entretenimiento para que no sientan. Cuando, por ejemplo, típico en la adolescencia, el primer desamor. Vemos a nuestros hijos hechos polvo, no quieren salir de la habitación, no quieren ver a sus amigos, no quieren hablar con nadie… Esto, a los padres, nos remueve muchísimo por dentro, nos sentimos muy mal y tratamos de buscarle algo para que no sienta esa tristeza o esa pena. «Venga, vamos a salir» o «Voy a comprarte algo para entretenerte».
Pero no se trata de entretener la emoción. Se trata de sostenerla, de acompañarla, de explicarle a nuestros hijos que es normal, cuando sufren una pérdida de alguien al que quieren mucho y con el que tenían mucha ilusión, que sientan esa tristeza. Es una emoción humana y, por lo tanto, ni hay que negarla ni entretenerla ni dramatizarla. Hay que sostenerla, hay que acompañarla y, sobre todo, hay que sentirla. Y el tiempo, poquito a poco, como dice la frase, irá poniendo las cosas en su sitio. Los padres podemos validar las emociones de nuestros hijos con tres frases muy sencillas, Ana, que quiero compartir contigo. La primera, si vemos que nuestro adolescente tiene un colapso emocional, decirles «Veo que»: «Veo que estás enfadado», «Veo que estás triste», «Veo que tienes miedo». Que ellos se sientan vistos por los padres. La segunda frase sería «Parece que». Repetimos lo que nos está contando y, de esta forma, ellos ven reflejado ese problema que tienen o por qué están sintiendo esa emoción y se sienten escuchados por nosotros cuando repetimos la misma frase que ellos nos han contado. Y la última es «Entiendo que»: «Entiendo lo que te está sucediendo». Podemos, incluso, poner ejemplos nuestros de cuando éramos adolescentes, momentos parecidos que también hayamos vivido y cómo los hemos solucionado para que nuestros hijos se sientan comprendidos. Por lo tanto, si queremos validar las emociones de nuestros hijos, te veo, te escucho y te comprendo a través de estas tres frases: «Veo que», «Parece que» y «Entiendo que».
No obstante, si nos ponemos en si tienen algunos motivos para «odiarnos», entre comillas, a los padres, te puedo decir que sí que los hay. El primero de los motivos sería que muchas veces no dejamos hablar a nuestros hijos. Queremos imponer nuestras ideas, nuestras opiniones. Claro, consideramos que tenemos ya un camino recorrido, tenemos una experiencia, no queremos que nuestros hijos sufran. Y, por lo tanto, en la mayoría de las ocasiones, no les permitimos compartir con nosotros sus intereses o sus experiencias, porque, cuando nos comentan algo, enseguida estamos ahí para responder, para dar el consejo de turno. Por lo tanto, vamos a permitir que nuestros hijos puedan hablar con nosotros sin necesidad tampoco de hacer un tercer grado, porque muchas veces decimos: «No, Diana, si yo quiero que mi hijo me hable. De hecho, cada vez que sale del instituto, le pregunto cómo le ha ido y me responde con un escueto “bien”». A ver, cuando hacemos preguntas tan generales, es normal que la respuesta que vayamos a obtener sea también muy generalizada. Si lo que queremos es que nos cuenten cosas más concretas, vamos a hacer preguntas más concretas. Otras veces los adolescentes, como ya hemos dicho antes, sienten que invadimos su espacio. Entramos a su habitación sin siquiera llamar a la puerta. No respetamos su espacio y su tiempo y, por lo tanto, ellos se sienten abrumados en muchas ocasiones al ver que no se les está respetando. Igual que a nosotros, los adultos, nos gusta que nos gusta que nos respeten los espacios, un adolescente también tiene esas mismas necesidades.
Luego, hay padres que tienen o muy pocas o demasiadas muestras de afecto. Yo creo que aquí es importante que lleguemos a un equilibrio. Por un lado, por supuesto que nuestros adolescentes necesitan que, de vez en cuando, les demos una palmadita en la espalda, les digamos que ha hecho algo bien o que es bueno en algo, pero tampoco hace falta estar todo el día encima de ellos, y mucho menos, mucho cuidado con los adolescentes, darles ese beso en la puerta del instituto delante de todos sus amigos, porque para ellos es una humillación absoluta. Entonces, hay muchos padres que me escriben y me dicen: «Voy a darle un beso en el instituto y me vuelve la cara, ni se despide de mí. Ha pasado de salir del cole y venir corriendo a mis brazos, como si estuviera viendo a un superhéroe, a que, de pronto, sale del instituto, me ve y ni me mira a la cara». Por favor, no lo hagamos delante de los amigos. Esas muestras de cariño podemos tenerlas dentro de casa, donde, seguramente, obtendremos una respuesta más apropiada. No obstante, Ana, te diré que esto es una etapa y que no va a durar para siempre. Lo que pasa es que, ahora mismo, ya sabes que tienen esas inseguridades: el qué van a opinar los amigos, que no me vean como el nene de mamá o la nena de papá… Pero, vamos, que es una etapa que se pasa y todo volverá a ser normal de nuevo.
Y, por último, uno de los motivos por los que nuestros hijos pueden llegar a odiarnos es porque solo nos enfocamos en lo negativo. Porque se lo criticamos todo: desde el estilo de ropa que llevan, hasta el peinado, hasta los amigos con los que salen… Y, entonces, ellos sienten que parece que no hacen nada bien y, por lo tanto, llega un momento en el que explotan. Claro ejemplo de ello es cuando nuestros hijos llegan con los boletines de las notas y resulta que lo han probado todo menos Matemáticas, y en lugar de decir: «Oye, qué bien que lo tienes todo aprobado y que has conseguido superar Inglés, que tanto te cuesta», solo ponemos el ojo en las Matemáticas que te han quedado, que has suspendido: «Es que no has estudiado suficiente. No has hecho lo que tenías que hacer y no te has responsabilizado». Pero no nos damos cuenta de que hay otras nueve materias que sí que ha superado, que sí que ha entregado los trabajos, que se ha comportado bien en clase… Y aquí es fundamental. Siempre se lo digo a los padres: «Por favor, prestad más atención a aquello que sí hacen bien y no tanto aquello que no hacen como nosotros esperamos». Cuando ellos sienten que prestamos más atención a aquellas cosas que se han hecho bien, les vamos a motivar de alguna forma a seguir intentándolo. No nos olvidemos de que los adolescentes, nuestros hijos en general, quieren tener contentos a sus padres, aunque no nos lo parezca a veces. Por lo tanto, cuando reforzamos aquello que sí hacen bien, les estamos motivando a que continúen trabajando y a que continúen esforzándose en ello. Y, además, vamos a mejorar su autoestima considerablemente Cuando vemos que ha suspendido una asignatura, aquí se trata de que acompañemos y reforcemos y veamos qué es lo que necesita para poder superarla la próxima vez.
Por otro lado, es importante que conozcamos bien a los amigos de nuestros hijos. Es decir, ¿tan malos son? ¿En qué pensamos que pueden perjudicar a nuestros hijos? Yo siempre digo a los padres que inviten a los amigos a casa. Por lo tanto, eso da mayor oportunidad a conocer realmente a esos amigos y a entender por qué nuestro hijo o nuestra hija necesita o quiere estar con esas amistades, qué ve en ellos, qué necesidades están siendo cubiertas. De esta manera, ellos también sienten que estamos dando una oportunidad a conocer a sus amigos y que no nos cerramos en banda porque sí, sino que estamos abiertos a conocer a sus amistades. Por supuesto, es importante que no las critiquemos, porque ya sabemos que, cuando hay una crítica hacia sus amistades, los adolescentes sienten que están siendo atacados ellos mismos. Puesto que las amistades las han elegido ellos y, por lo tanto, si estás criticando su decisión, le estás criticando a él también. Por otro lado, a veces, tratamos de prohibir que salgan con cierto tipo de gente. No nos olvidemos de que la prohibición invita al deseo. Por lo tanto, un adolescente al que se le prohíbe continuamente que salga con determinadas personas… ya sabemos, porque hemos hablado antes de esos impulsos, de esa toma de riesgos de los adolescentes. Vamos a conseguir al final que deseen con más fuerza estar con esos amigos.
Pero no debemos olvidar que, por supuesto, tiene que haber unas normas y unos límites y, por lo tanto, también hay unas líneas rojas que no se deben pasar. Yo entiendo que mi hijo o mi hija puede, en un momento dado, tener unas amistades que fuman o beben cuando salen los fines de semana. Lo puedo entender porque, seamos claros y sinceros: ¿quién no ha probado el alcohol en un momento determinado? Pero sí que debe haber una línea roja. Es decir, si yo veo que tú, cada fin de semana que sales, llegas ebrio a casa, entonces aquí ya tenemos que tomar medidas. No voy a permitir esto porque va a perjudicar tu salud y porque no son condiciones. Por lo tanto, aquí hay una línea roja muy clara. O, por ejemplo, el empezar a probar sustancias tóxicas también. Si en un momento dado te pillo y sé que has consumido cualquier tipo de droga, obviamente, para mí esto también sería una línea roja. Por eso digo que es importante que conozcamos a sus amistades antes de juzgar, que entendamos que la adolescencia es una etapa de prueba, de ensayo y error; que van a probar el alcohol, seguramente, si podemos retrasarlo, cuanto más mejor, está claro, pero que en algún momento dado, seguramente, lo va a probar… Pero sí que existen unas líneas rojas que son el hecho de que llegues cada fin de semana ebrio a casa, que no te controles, que estés irritable todo el tiempo… Aquí ya tenemos que profundizar un poco más y saber qué es lo que está sucediendo en la vida de nuestros hijos para tener la necesidad de tener este tipo de amistades y, en un momento dado, si es necesario, acudir a una especialista. Por supuesto, yo siempre invito a que a que los padres acudan a un profesional si es necesario.
Para explicar esto, me gustaría compartir contigo lo que es la «Ley del espejo» propuesta por Yoshinori Noguchi, en la que habla de cuatro aspectos fundamentales por los que, normalmente, tenemos conflictos con nuestros hijos a la hora de permitirles ser quienes realmente quieren ser. Por un lado, tenemos el espejo, que todos bien conocemos. Cuando nos miramos, vemos nuestra misma imagen pero opuesta, ¿verdad? Cuando vemos que nuestros hijos son opuestos a lo que nosotros somos, entramos en conflicto con ellos. ¿Por qué? Porque yo soy una madre responsable, ordenada, puntual, y resulta que tengo un hijo que es todo lo contrario: desordenado, impuntual, irresponsable… Por lo tanto, acabamos chocando. Aquí sería interesante que nos hiciéramos esta pregunta los padres: ¿Qué es lo que mi hijo se está permitiendo y que yo no me estoy permitiendo? Quizá, a lo mejor, debería de rebajar un poco mi grado de responsabilidad, mi agobio a la hora de llegar puntual siempre a un sitio, mi grado de tener toda la casa perfectamente ordenada. Quizá deberíamos reflexionar un poquito esto, que nos va a bajar bastante el nivel de estrés y va a hacer que choquemos menos con nuestros hijos.
Por otro lado, cuando nos miramos al espejo, también vemos nuestra propia imagen reflejada en el espejo. Y, cuando vemos cosas que no nos gustan en ese reflejo, vemos cosas en nuestros hijos adolescentes que tampoco nos gustan. Un ejemplo muy claro: si yo, por ejemplo, no llegué a ir a la universidad y me arrepiento de no haber hecho una carrera y veo que mi hijo o mi hija va por el mismo camino, que tampoco quiere hacer una carrera universitaria, cuando yo me estoy esforzando en que la haga, choco con él, entro en conflicto con él, porque me empeño en que no repita los mismos pasos que repetí yo. O si, por ejemplo, fui madre muy joven y veo que mi hija ya se ha echado novio tan joven y me entra miedo, pienso que va a pasar lo mismo con ella, al final, acabamos chocando, como digo, viendo nuestra propia imagen reflejada en ese espejo. Pero también puede pasar que, cuando nos miramos al espejo, tengamos unas expectativas irreales y que son, incluso, egoístas: quiero que mi hijo sea el mejor, que tenga los mejores estudios, la mejor carrera, que aprenda a tocar un instrumento, que sea un gran deportista, que sea inteligente, que sea responsable… Pero nuestros hijos son quienes son, están pasando por una etapa adolescente, se están buscando, se están descubriendo, y no podemos pretender, de pronto, tener a un adulto responsable, que sabe perfectamente el camino que tiene que tomar, lo que tiene que estudiar, las horas que debe dedicarle a los deberes… Así que vamos a dejar de un lado estas expectativas irreales y a ceñirnos a la persona que realmente tenemos delante.
Y, por último, la última ley del espejo. Cuando ponemos un espejo frente a otro, vemos nuestra imagen reflejada una y otra vez, ¿verdad? Aquí me gustaría mencionar lo que son los patrones que hemos heredado de nuestros padres y que, a su vez, han heredado de nuestros abuelos. Las típicas frases de madre que odiábamos cuando nosotros éramos adolescentes: «Cuando seas padre, comerás huevos». «Si esto ya lo sabía yo, ya te lo dije». En mi propia adolescencia cuando mis padres me soltaban algún «Te lo dije», recuerdo la rabia que me daba, que era muchísima. Y resulta que ahora llego yo y repito la misma frase con mis hijos. Pues reflexionemos sobre esos patrones que hemos heredado y que estamos repitiendo otra vez con nuestros hijos. Igual que no nos gustaba a nosotros, a nuestros hijos tampoco les gusta ni les hace ningún bien.
La segunda gran necesidad que nuestros adolescentes necesitan cubrir es la gestión de las emociones. ¿Qué hago con este batiburrillo de emociones? Si hablamos un poco del desarrollo del cerebro del adolescente, sabemos que ahora mismo su sistema límbico, es decir, el sistema que gestiona las emociones, está en pleno desarrollo y, sin embargo, la corteza prefrontal, que es la que calma esas emociones, aún no ha madurado. Por lo tanto, son una auténtica montaña rusa de emociones. Yo siempre digo que con la gestión de las emociones vivimos como en un mar con nuestros hijos, que unas veces está en calma y todos estamos tranquilos en casa, pero otras veces el mar está levantado, llegan olas que, si tratamos de impactar contra ellas, nos van a hacer daño. Si tratamos de pasar las olas por debajo, vamos a esconder la cabeza: «No quiero saber nada de las emociones de mis hijos». Tampoco se trata de eso. Tampoco se trata de saltar por encima de las emociones, querer quedar por encima de ellas, porque también nos vamos a hacer daño. La ola va a ser mucho más fuerte y nos va a derribar. Por lo tanto, aquí invito a los padres a coger una tabla de surf, unas buenas herramientas de gestión emocional y surfear esa ola y esas emociones con nuestros hijos.
Y, por último, la última de las grandes necesidades de esa simbiosis en la adolescencia es el: «¿Qué hago con mi vida? ¿Para qué sirvo? ¿Qué puedo aportar a la sociedad? ¿Para qué valgo?». Aquí cabe mencionar las siete inteligencias de las que hablaba Gardner. Si queremos ayudar a nuestros hijos a que encuentren su propósito, qué es lo que se les da bien, cuáles son sus talentos, vamos a no fijarnos solo en la inteligencia matemática y en la inteligencia lingüística. Vamos a prestar también atención a su inteligencia naturalista, musical, fisicokinestésica, espacial, intrapersonal, interpersonal… Porque también hay un futuro para las personas que tienen más desarrolladas una de esas inteligencias. Pensamos que solamente el ser bueno en Matemáticas o en Física y Química le va a garantizar un futuro exitoso, laboralmente hablando, y no es así. Hay otras muchas inteligencias que debemos observar y potenciar en nuestros hijos para que consigan sus objetivos. A mí muchas veces me dicen los padres: «Es que en Matemáticas va con un cinco. Es muy bueno en el deporte, pero es que en Matemáticas va con un cinco. En las actividades extraescolares voy a apuntarle a clases de Matemáticas», cuando, en realidad, lo que habría que hacer es potenciar eso que se le da bien. Si se le da bien el deporte, apúntalo a actividades extraescolares de deporte, de fútbol, de natación, de lo que sea, pero vamos a potenciar aquello que se le da bien.
Existen dos psicólogas, que son Roskam y Mikolajczak, que propusieron una serie de síntomas para poder detectar si, realmente, estamos sufriendo ese burnout parental. El primero de los síntomas es el agotamiento, que puede ser tanto físico como mental, y con el que desde el primer momento en el que te levantas por la mañana de la cama ya te sientes incapaz de afrontar ese día con tus hijos. El segundo de los síntomas sería una pérdida de disfrute en el rol parental. Dejamos de disfrutar de estar con nuestros hijos. Preferimos trabajar a pasar tiempo en familia. No queremos ni siquiera que lleguen las vacaciones. Nos incomoda, de alguna forma, estar en el sofá sentado con nuestro hijo o nuestra hija viendo una película. El tercero de los síntomas sería un distanciamiento afectivo. Es decir, dejamos de tener muestras de afecto con nuestros hijos, nos limitamos a nuestros roles básicos de preparar comidas, cenas, llevarlos a las actividades extraescolares y poco más. Y el último de los síntomas es esa comparación del padre que fuimos cuando nuestros hijos eran pequeños con respecto al padre en el que nos hemos convertido ahora, con esa sensación de culpa por no ser el padre o la madre que deberíamos ser.
¿Cómo podemos prevenir que se instale el burnout parental? Lo primero es identificar cuáles son los factores de estrés que despiertan esa sensación en nosotros. Quizás sea el hecho de que mi hijo o mi hija siempre me hace llegar tarde a los sitios o que nunca sabe qué ropa elegir o que no dedica tiempo suficiente a estudiar, y eso me estresa. Entonces, es importante que los identifiquemos. En segundo lugar, es muy importante que entendamos la adolescencia, que sepamos por qué tienen estas conductas, estos comportamientos, que entendamos sus cambios cerebrales sin tener que llegar a ser neurocientíficos, pero que, por lo menos, los entendamos para poder disminuir ese nivel de estrés. Y, por último, tener en cuenta que debemos educar en comunidad de alguna forma. De hecho, las madres africanas sufren mucho menos burnout parental que los occidentales porque ellas educan en comunidad. Por lo tanto, es interesante que nosotros también empecemos a educar junto con otras familias, que tengamos esos tiempos de consultar, de aconsejar, de acompañar a otras familias para que, entre todos, podamos llevar la educación de nuestros hijos adelante.
De hecho, una persona que lo hace todo perfecto no aprende, no evoluciona. Son los errores los que nos enseñan y los que nos permiten evolucionar. Creo que esto es importante que se lo hagamos saber a nuestros hijos adolescentes. Y también otra cosa fundamental que creo que es importante que los chavales entiendan es qué es lo que está pasando por su cerebro en este momento, porque, a veces, se desesperan cuando no entienden por qué se comportan de la forma en que lo hacen, por qué tienen tantas emociones revueltas dentro de ellos. A veces, el no entenderse hace que su autoestima merme. Por lo tanto, cuando se entienden, comprenden que sus emociones son normales, que sus cambios de humor son muy comunes y que los padres sentimos ese amor incondicional por quiénes son ellos y no por aquello que consiguen cada día, sino simplemente por quiénes son, entonces haremos que la adolescencia sea un proceso de más disfrute por parte de los padres y, por supuesto, por parte de los adolescentes también. Creo que es importante que los padres también nos formemos sobre la adolescencia. Igual que cuando supimos por primera vez que íbamos a ser padres y enseguida fuimos a buscar esa revista o ese libro sobre la maternidad, la lactancia, el embarazo y los primeros pasos, también es muy importante que los padres estemos formados sobre la adolescencia, sobre los cambios que se nos vienen encima, para que podamos acompañar a nuestros hijos y hacerles sentir lo mejor posible.