Los beneficios del ejercicio para tu cerebro
Wendy Suzuki
Los beneficios del ejercicio para tu cerebro
Wendy Suzuki
Neurocientífica
Creando oportunidades
“El estrés crónico mata neuronas y el deporte nos ayuda a recuperarlas”
Wendy Suzuki Neurocientífica
La importancia de decir “te quiero” según la neurociencia
Wendy Suzuki Neurocientífica
Wendy Suzuki
“¿Y si les dijera que hay algo que pueden hacer que tendría un beneficio inmediato para su cerebro, incluyendo el estado de ánimo y la concentración? ¿Y si les dijera que esa misma actividad podría proteger el cerebro de enfermedades como la depresión, Alzheimer o demencia? ¿Lo harían?”. Con este punto de partida, Wendy Suzuki, profesora de Psicología y Neurociencia en el Center for Neural Science de la Universidad de Nueva York, lleva años inspirando a una sociedad sedentaria y con problemas de sobrepeso, estrés y ansiedad.
Su investigación -recogida en el libro ‘Cerebro activo, vida feliz’ y reconocida con galardones como el premio Troland de Investigación de la Academia Nacional de Ciencias y el Golden Dozen Teaching del New York University College of Arts and Science- explica los mecanismos neuronales beneficiados por el ejercicio físico y consejos para mantener un cerebro saludable. Pero no se trata solo de actividad física y buena alimentación. Wendy Suzuki ha comprobado en su propia familia cómo las emociones fortalecen la creación de recuerdos, incluso para pacientes con pérdida de memoria como su padre.
Transcripción
La impartía la profesora Marian Diamond. Yo no la conocía, entré en la clase porque me interesaba, pero fue memorable. Ella en general ha sido memorable para mí desde ese primer día y durante toda mi carrera. Estaba de pie delante de la clase. Era muy alta y atlética, llevaba una bata de laboratorio blanca encima de una blusa y una falda preciosas, y tenía una sombrerera floreada delante. Nos dio la bienvenida y nos dijo cuánto se alegraba de vernos a todos en esa clase, porque significaba que nos interesaban nuestros propios cerebros. Nos recordó que el cerebro es la estructura más compleja que conocemos.
Mientras nos contaba todo lo que hacemos gracias al cerebro: sentir, ver, reír, contar chistes, abrió la sombrerera y, con las manos enguantadas, sacó un cerebro humano real de ella. No nos esperábamos que ese fuera el contenido de la caja y, por supuesto, era la primera vez que veíamos un cerebro humano. Ese momento me sigue inspirando a día de hoy, cuando saco cerebros de sombrereras delante de mis alumnos. Lo que realmente me hizo querer ser neurocientífica fueron sus historias sobre los experimentos que hizo en los años sesenta que demostraron que el cerebro adulto podía cambiar por la influencia de su entorno. Lo probó poniendo algunas ratas en jaulas llenas de juguetes y otras ratas con las que jugar, como un Disneyworld de las ratas, y otras en jaulas pequeñas sin juguetes y con, como mucho, una rata más.
Si el cerebro es inmutable, los cerebros de las ratas con entornos diferentes deberían haber sido iguales. Pero los cerebros de las ratas de Disneyworld crecieron más. La estructura cortical se hizo más gruesa en diferentes áreas: en el área visual, porque tenían mucha más estimulación, en las áreas motoras, porque corrían mucho más y en las áreas relacionadas con el tacto, porque tenían muchas más cosas que tocar. Esa fue la primera vez que los científicos se dieron cuenta de que el cerebro podía cambiar en función de su entorno, de una forma anatómicamente demostrable. Y pensé: “Qué pasada, mi cerebro es capaz de eso”, porque ella me dijo que mi cerebro podía hacerlo, y quise entender cómo funcionaba.
Así que cuando llegué a Nueva York fui al gimnasio más cercano a mi laboratorio, me apunté y decidí no volver a ser nunca la persona más débil. Empecé a ir a clases y me encantaba, enseguida noté cómo mi cuerpo tenía más energía, me despertaba y mi cuerpo sabía que estaba acostumbrado a moverse, así que quería volver a hacerlo. Encontré una clase en el gimnasio un poco inusual, llamada “IntenSati”. La clase unía movimientos físicos sacados del kickboxing, baile y yoga con afirmaciones positivas en voz alta. Tenías que gritar cosas como “¡Soy fuerte!” o “¡Voy a triunfar!”. Me daba muchísima energía y empecé a ir de manera muy regular. Cuando pasó más o menos un año, porque 11 kilos son muchos, bajé esos 11 kilos, pero lo que realmente cambió mi vida y mi carrera fue que, un día, estaba sentada en mi oficina escribiendo una solicitud de beca, que es algo que los científicos hacemos constantemente, y me asaltó un pensamiento que nunca había tenido: “La solicitud me está quedando bien”.
Nunca se me había ocurrido pensar algo así, porque hacer esas solicitudes es un proceso tedioso y estresante, pero me estaba quedando bien. Estaba inspirada, y me di cuenta de que era porque mi atención y mi capacidad de enfoque eran mejores y duraban más, y mi memoria a largo plazo, que era mi objeto de estudio en ese momento, también era mejor. Me di cuenta de que el único cambio que había hecho en mi vida había sido la pérdida de peso, gracias a ir al gimnasio de manera regular y a comer mejor, menos pan y más dieta equilibrada. Y así me di cuenta de que, a lo mejor, el ejercicio estaba teniendo ese impacto en las áreas del cerebro que estaba estudiando en mi laboratorio. Así que consulté los estudios disponibles y vi que sí, era un campo de estudio en crecimiento, pero aún quedaba mucho por hacer. Si yo me había dado cuenta tan solo observando mi propio rendimiento cognitivo diario, ¿cómo podía maximizar ese efecto? Quizá podría hacer que mi cerebro fuera aún mejor, que mejorara aún más. Me di cuenta de que era algo muy poderoso, con la capacidad de cambiar muchas vidas, incluyendo la mía, y de que era lo que realmente quería estudiar. Y así cambió mi vida.
Resultó ser aún más dura, porque es muy complicado gritar todas esas cosas mientras estás haciendo actividades aeróbicas, más que hacer el entrenamiento de cardio militar donde no tienes que decir nada. Era parte del truco, incrementa la carga cardiorrespiratoria y, a la vez, es un beneficio psicológico, porque al gritar tantas cosas positivas aumenta aun más la subida natural del ánimo que proporciona el ejercicio físico. Esto acabé estudiándolo en mi laboratorio, el ejercicio estimula los neurotransmisores que te mejoran el ánimo, como son la serotonina, la dopamina, la noradrenalina, las endorfinas y demás. Mientras haces ejercicio tu cerebro está como en un spa, llenándose de neurotransmisores positivos.
Como hemos comentado, hay una mejora inmediata del estado de ánimo, porque estás estimulando de manera directa los neurotransmisores positivos que hemos mencionado: serotonina, dopamina, noradrenalina y endorfinas. Pero eso no es todo, también estás mejorando la actividad de tu corteza prefrontal: tu capacidad de manejar y centrar tu atención es objetivamente mejor tras una sola sesión de entrenamiento. Esto es parte del trabajo que he realizado en mi laboratorio. Una sesión de 50 minutos de ejercicio de intensidad media a alta mejora de manera significativa tu capacidad de manejar y centrar tu atención. Así que, si te encuentras en una situación en que necesitas estar de buen humor y concentrada, lo mejor que puedes hacer es entrenar justo antes de la misma. Ese es el motivo número uno, que hay beneficios inmediatos, pero hay que tener en cuenta que una sesión de entrenamiento no nos va a mejorar el cerebro para toda la vida.
Puede tener un efecto inmediato, pero la transformación real ocurre cuando haces lo que hice yo: cambiar tu régimen de entrenamiento para mejorar tu capacidad cardiorrespiratoria. Mejoré muchísimo mis capacidades en esa área y sigo trabajando para mantener y mejorar mi forma física. Gracias al ejercicio a largo plazo estarás cambiando, literalmente, tu cerebro. El efecto más importante de esto es que al hacer ejercicio estimulamos el nacimiento de nuevas células cerebrales en la estructura que yo llevaba estudiando veinticinco años, antes de cambiar de objeto de estudio, la estructura más importante para la memoria: el hipocampo. Al hacer ejercicio nacen nuevas células cerebrales que funcionarán mejor que las células que llevan en tu hipocampo desde que naciste. Son más excitables, tienen mayor predisposición a incorporarse a los circuitos de la memoria que las células que llevan ahí toda tu vida y hacen que tu memoria funcione mejor. Creo que, casi todo el mundo, si pregunto: ¿quieres tener mejor memoria a largo plazo?
Haciendo ejercicio de manera regular mejora el funcionamiento de la memoria de manera instantánea, antes de alcanzar la edad dorada. Se mejora la fortaleza, el tamaño, el número de sinapsis y la capacidad de memorizar del hipocampo. Para que el envejecimiento tarde más en afectar al cerebro y en comenzar a causar déficits en la memoria. Además, si tienes demencia o Alzheimer, estos tardarán más en atacar el hipocampo, que es lo que hacen, y en llegar a hacerle el daño necesario para que comiences a ver los efectos tempranos de la demencia como no acordarte de qué día tenías esta o aquella cita o cosas así.
Estamos intentando hacer pruebas en muchísima gente y para varios tipos de ejercicios, porque, por ejemplo, yo odio la cinta de correr. Si me pones a correr en la cinta no estaré ni la mitad de a gusto que si hago un tipo de ejercicio que disfrute. El tipo de ejercicio también marca la diferencia. Trabajamos con estudios de baile, porque es una actividad alegre y que se disfruta mucho, por ejemplo. Hay una gran diferencia. Se publicó un artículo en el ‘New York Times’ que decía que “el baile era la col rizada del ejercicio”. No sé si estoy de acuerdo, pero quizá tengan razón, haciendo pruebas lo sabremos. Nadie ha hecho una comparativa sistemática de las diferentes formas de ejercicio aeróbico o de resistencia, así que lo estamos haciendo nosotros.
Por eso, en situaciones de estrés muy elevado a veces no recordamos lo que teníamos que decir, porque el estrés empieza a afectar al hipocampo. Pero el estrés viaja hacia el resto de nuestro cuerpo y todos nuestros sistemas se ven afectados por él. El cortisol tiene efectos terribles en el sistema digestivo y, por ello, el estrés crónico puede causar úlceras. El estrés y los niveles elevados de cortisol también atacan al corazón, que puede llegar a debilitarse en periodos de estrés crónico, y el sistema vascular también se ve afectado. Es un ataque generalizado a las áreas más importantes del cuerpo humano, y el ejercicio nos puede ayudar a protegernos porque ayuda a revertir estos efectos.
No solo hace que nazcan nuevas células en el hipocampo, principalmente por factores de crecimiento, que aún no he mencionado, pero uno de los motivos por los que el hipocampo se ve beneficiado por el ejercicio es porque este estimula la liberación de factores de crecimiento, que forman parte de ese spa al que va el cerebro cuando ejercitamos el cuerpo y ayudan a proteger el hipocampo y hacer que crezca y se desarrolle. Los mismos factores de crecimiento, quizá no los mismos exactamente, pero los factores de crecimiento en general ayudan a la corteza prefrontal a incrementar su número de sinapsis y fortalecerla, además de crecer en tamaño. El ejercicio también fortalece el corazón y el sistema vascular, y ese es el otro efecto clave del ejercicio en el cerebro que la gente no suele ver.
El ejercicio aeróbico regular que mejora tu capacidad cardiorrespiratoria estimula el crecimiento de nuevos vasos sanguíneos en el cerebro. Y esto es importantísimo, porque el cerebro es el consumidor número uno de oxígeno de nuestro cuerpo. Cuantos más vasos sanguíneos tenga para proporcionarle esa sangre oxigenada, mejor funcionará. Ese es otro motivo por el que el ejercicio regular mejora el cerebro y puede ayudar a paliar los efectos del estrés en el mismo.
Hay que crear situaciones que enriquezcan tu vida. Y, además, volviendo a la ciencia, todo esto fue mencionado en un gran estudio financiado por el Instituto Nacional de Salud acerca de cómo preservar la longevidad del cerebro. El ejercicio era una recomendación, una dieta equilibrada, la dieta Mediterránea, con menos carnes rojas y más frutas y verduras era la segunda. La tercera es superar retos cognitivos, como pueden ser aprender un nuevo idioma, comenzar un nuevo trabajo o cambiar el objeto de estudio de tu laboratorio. Todas estas cosas definitivamente mejoran la actividad y la salud del cerebro. Estoy segura de que parte del motivo de que las ratas del Disneyworld de los roedores tuvieran mejores resultados fue porque tenían desafíos que superar. Sí, se pasaban el día corriendo de un lado a otro, pero jugaban con otras ratas y con juguetes nuevos cada día. Hacían muchas actividades diferentes con muchos elementos distintos cada día, y ese tipo de creatividad podemos reproducirla en nuestras vidas.
Y un día llegó a casa después de ir, como todas las tardes, a por su café a una cafetería cerca de casa, a solo unas siete calles de distancia, y le dijo a mi madre que le había costado encontrar el camino de vuelta. El hipocampo es una estructura crítica para la memoria espacial, enseguida me di cuenta de que le pasaba algo en el cerebro. Le busqué un buen neurólogo y se estabilizó, no se encontraba muy bien, pero mejoró. Eso sí, nunca recuperó la memoria del todo. Su personalidad era la misma pero le costaba recordar cosas que antes hubiera sabido. Entonces me di cuenta de que quería cambiar nuestra relación personal. Como descendiente de tercera generación de japoamericanos, nuestra cultura es muy educada y amable pero no muy afectuosa. Por ejemplo, en mi vida adulta no había dicho nunca “te quiero” a mis padres. Es algo muy emocional, no lo hacemos.
Cuando pasó todo esto, cuando vi que mis padres se hacían mayores, me di cuenta de que quería decírselo. Ellos vivían en California y yo en Nueva York. Sabía que no podía empezar a decirlo como si nada cuando hablábamos por teléfono los domingos, así que decidí que lo correcto sería pedir permiso y que lo haría ese mismo domingo. Me puse muy nerviosa y me molestaba pensar que, como adulta, tuviera que pedir permiso a mis padres para eso, era ridículo, y estuve a punto de dejarlo pasar. Pero lo cierto es que tenía miedo, no sabía qué dirían, porque nunca había preguntado algo así y, ya que iba a preguntarlo, no quería que me dijeran que no. Así que me decidí, la única manera de saberlo era preguntando.
Ese domingo me preparé mentalmente y les llamé. Las llamadas eran siempre iguales: mi madre cogía el teléfono, yo le contaba lo que había hecho esa semana, luego se ponía mi padre, le volvía a contar lo que había hecho esa semana, nos despedíamos y hablábamos la semana siguiente. Mi madre cogió el teléfono, nos contamos nuestras semanas como siempre, y sobre la mitad de la llamada le dije: “Mamá, ¿te has dado cuenta de que nunca nos decimos “te quiero” en nuestras llamadas? ¿Qué te parecería si nos despidiéramos diciéndolo?”. Y se hizo el silencio, un silencio largo, porque nunca le había preguntado algo así. No me sorprendió, pero me di cuenta de que estaba conteniendo el aliento, porque no sabía qué me respondería. Después de una pausa muy larga me dijo: “Me parece una idea estupenda”. Menos mal, hice como si nada: “Genial, genial”.
Acabamos de hablar y me di cuenta de que la situación se tensaba, como dos leones rondándose, porque las dos sabíamos que había acabado la conversación y teníamos que decirlo. Es una cosa hablar de decirnos que nos queremos y otra diferente el decirlo en voz alta. Le dije: “Te quiero” y ella me respondió: “Y yo a ti”. Las dos con voz rara, muy forzado, y creo que las dos pensamos: “Menos mal, ya está”. Luego se puso mi padre. Yo sabía que mi madre iba a ser la más difícil de los dos, así que tuve la misma conversación con mi padre, dijo que sí, nos dijimos que nos queríamos, incómodos, y colgamos. Y me puse a llorar, porque nunca les había dicho a mis padres que los quería.
Fue un momento muy emotivo para mí, porque sentí que estaba cambiando la cultura de mi familia ese día, y lo estaba haciendo de verdad. La semana siguiente volví a llamar y los “te quieros” con mi madre fueron mucho menos incómodos, menos mal, y luego se puso mi padre. En ese momento él ya tenía demencia, no se acordaba de las cosas. Yo ya me estaba preparando para recordarle que habíamos acordado decirnos que nos queríamos, pero me sorprendió, porque ese domingo, y todos los domingos después de aquello, él siempre se acordaba de decirme “te quiero” primero. Como neurocientífica especializada en la memoria, sé por qué.
La resonancia emocional fortalece las memorias, incluso para alguien cuyo hipocampo no funciona bien. Por eso recordamos los momentos más felices y más tristes de nuestras vidas. Creo que, para mi padre, lo que hice fue memorable. Su hija adulta le preguntó si podía decirle que le quería; quizás su amor por mí o el orgullo que sintió por que esto hubiera pasado creó un nuevo recuerdo a largo plazo para él. Mi padre murió el año pasado. Y siempre tendremos las conversaciones del “antes del te quiero” y las del “después del te quiero”, que han afectado mucho a mi vida desde entonces.
Todo mi libro se basa en que hice un experimento en mí misma. Fui al gimnasio porque quería perder peso, pero acabé haciendo un experimento que cambió mi cerebro. Me di cuenta de ello y, como has comentado, el experimento que he intentado reproducir durante toda mi vida es el del entorno enriquecido. ¿Qué vida y experiencias quiero tener para enriquecerme y conseguir un cuerpo y cerebro lo más sanos y activos posible, para vivir el mayor tiempo posible con niveles altos de cognición? Este no es un experimento limitado a neurocientíficos, es algo que puede hacer cualquiera, porque lo que mides es cómo de bien te sientes.
¿Ese ejercicio te hace sentir bien? ¿Odias esa forma de hacer ejercicio? Vale no la hagas, pero encuentra una que te guste. Ir a pasear con un amigo, caminar hacia algún sitio en concreto, hacer “Pole dance” o ir a clases de esgrima de samuráis, lo que sea, cualquier actividad creativa que te mantenga en movimiento y te haga disfrutar. Hazlo con la comida, con la meditación y el silencio, con el tipo de relaciones que tienes y la vulnerabilidad que muestras en ellas. Desde el punto de vista científico es un experimento, pero es un experimento que haces con el objetivo de vivir una vida sana y feliz.