“La humanidad ha roto un viejo pacto con la naturaleza”
Carlos de Hita
“La humanidad ha roto un viejo pacto con la naturaleza”
Carlos de Hita
Naturalista y técnico de sonido
Creando oportunidades
Diario sonoro de un naturalista
Carlos de Hita Naturalista y técnico de sonido
Carlos de Hita
Se define a sí mismo como “paisajista sonoro”, y lleva más de 30 años registrando los sonidos de la naturaleza. El naturalista y técnico de sonido Carlos de Hita está convencido de que la divulgación por medio del sonido es una “herramienta muy eficaz para transmitir a la sociedad cómo es ese mundo natural, limpio y puro que tenemos que conservar”.
Crítico con la situación medioambiental, considera que la humanidad ha roto un viejo pacto con la naturaleza. “Siempre se dice: 'Tenemos que cuidar la naturaleza por nuestros hijos'. Bueno, tenemos que cuidar la naturaleza porque no es nuestra. No tenemos derecho a destruirla. El pacto debe ser a favor de las dos partes, no solo de la nuestra”. Y reflexiona: “Si tuviera que justificar mi actividad en la comunicación, no sería solo para explicar lo bonito que es el campo, y la riqueza que hay allí; sino que cuando muestro la belleza de la naturaleza, aspiro a que la gente se vuelva exigente y respetuosa”.
Es autor del libro ‘Viaje visual y sonoro por los bosques de España’, en el que los bosques se describen a sí mismos a través de un código QR. Además de colaborador habitual en varios medios de comunicación, guionista de documentales y creador de la banda sonora de su vida: ‘El sonido de la naturaleza’, un blog donde publica sonogramas como testimonio de uno de los mayores archivos sonoros de la biodiversidad y fauna española, africana, amazónica e india. Una ventana a esa “atmósfera cristalina”, que nos muestra cómo suena la naturaleza en cada momento del año o el canto de un autillo en su castaño. En 2016 recibió el Premio Fundación BBVA a la Conservación de la Biodiversidad por su pionera e innovadora trayectoria en la grabación y difusión de una amplia gama de sonidos de la naturaleza.
En la actualidad, De Hita continúa su legado con esa actitud paciente y contemplativa que le caracteriza. Esta vez mediante la recopilación de diferentes grabaciones que permitan estudiar la evolución acústica de la biodiversidad: “El sonido es un termómetro que refleja lo que sucede en la realidad”. Y lo hace registrando diariamente la actividad del bosque de Valsaín, donde vive desde hace tiempo alejado de la sociedad mecanizada.
Transcripción
Y, sin embargo, vayas donde vayas, esto te persigue como una mancha de aceite. Y eso sí que es frustrante. La verdad es que es frustrante. Luego tú tienes que aprender a diferenciar entre lo que tú escuchas y lo que escucha el aparato, la máquina, el grabador, que no es lo mismo. Hay que interpretar lo que ve ese aparato. Y es muy común que tu experiencia en el campo, no coincida exactamente con lo que escuchas después en el estudio de grabación, en el estudio de sonido.
O te puedes meter y distinguir claramente, tú puedes describir la ciudad de Benarés, por poner un ejemplo, a través del sonido de sus campanas, igual que puedes describir Venecia por el carillón de San Marcos. Es decir, tú puedes, a un estudiante de geografía le puedes enseñar que el mundo no son solo imágenes, que el mundo es, básicamente, una banda sonora también. Y además, cuando tú ves una imagen con su propia banda, su sonido, le estás dando verosimilitud a esa imagen. Tú ves una foto y suena, y ya estás viendo de verdad cómo es ese lugar. Entonces, en la escuela todo este tipo de cosas pueden ser muy, muy útiles. Pero sobre todo con estas cosas lo que tienen que hacer es estimular la curiosidad de los alumnos.
Una de ellas, por ejemplo, fue durante un viaje a la selva en Camerún, al corazón de las tinieblas de la selva tropical africana. Estábamos grabando un documental con una tribu de Bakas, los pigmeos de Camerún. Pigmeo es un término despectivo, son los Bakas, en la frontera entre Camerún y Centroáfrica. Y por las noches yo me salía a la selva yo solo, a grabar. A grabar sonido. Y recuerdo una noche, y la estoy viendo, que tenía delante en la distancia, en un mundo absolutamente hostil, rodeado de ruidos que no sabían ni lo que eran, pero todos parecían muy peligrosos. Al fondo había una humareda roja, iluminada por brasas. Y de esa humareda salía un griterío: risas, carcajadas. Era la tribu de Bakas, la comunidad de Bakas, que estaban en torno a las hogueras. Sabes que en la selva la madera arde muy mal, está verde y entonces produce brasas y produce mucho humo, pero no lumbre. Rara vez produce fuego, llama. Y yo estaba escuchando a lo lejos, en torno a esa hoguera, un montón de gente despreocupada y pensaba: “Estoy en la selva, en un mundo hostil. El corazón de las tinieblas. Y la gente se está riendo”. La compañía de la gente les da confianza. Y ésta es una imagen que se ha repetido en este planeta desde la noche de los tiempos. Siempre, la humanidad ha sido un grupo de gente acompañándose y riéndose de los peligros. Entonces, yo estaba en el año 2000 y pico, pero estaba en la Edad de Piedra, posiblemente, y en todas las noches de la historia. “Qué tontería”. Bueno, a mí ese momento me sacudió, me hizo ver que con el sonido también, y con la mente, se viaja muy lejos.
Y el segundo momento así, que yo atesoro como para llevármelo a cualquier sitio, sería una noche también en la Cordillera Cantábrica, eso es mucho más cerca. Es un mundo más conocido para nosotros, en el que nos metimos, iba con un amigo, Fernando, un guarda que me estaba llevando, nos metimos sin darnos cuenta, dentro de una manada de lobos. Hay pocos sonidos en la naturaleza, en Europa, en el mundo occidental, que representen mejor el sentido de lo agreste que el aullido de un lobo. Nosotros nos metimos de hoz y coz, que se dice, dentro de la manada. Y pasó una cosa muy rara: los lobos no salieron corriendo, los lobos se quedaron allí. Supongo que nos miraron, era de noche, nos percibieron perfectamente. Y el lobo alfa aulló y toda la manada le respondió.
Allí, al fondo, una bandada de cornejas, de cuervos. Pero son estos sonidos tan sencillos, tan sutiles, los reclamos, que denotan que un pájaro tiene miedo, que está asustado, que tiene hambre, o que es una bandada que está volando y se están comunicando, pero por medio de voces muy, muy sutiles. El invierno, por ejemplo, el invierno en el campo, en términos acústicos, es el silencio. O quizás el soplo del viento, o una noche helada que no suena nada, pero siempre buscando y rebuscando, y con esta paciencia proverbial que nos caracteriza, pues encuentras momentos como fogonazos donde hay sonido. Y en invierno, por ejemplo, se produce el celo de los búhos reales y podemos escuchar este tipo de cosas. Aquí viene el búho.
Son dos búhos, una hembra y una garza. Por cierto, búho, si te das cuenta, es una onomatopeya. La palabra “búho” imita el sonido que emite este pájaro, este ave. Con lo cual, también esto denota que en otra época la gente que nombraba a los animales era muy consciente de qué sonidos hacían, porque esa onomatopeya, “bu”, “búho”, describe muy bien cómo es su voz. Uno, entre los millones de ejemplos posibles del paisaje sonoro de primavera… La primavera se caracteriza porque es la explosión del celo, la reproducción, y eso tiene una conversión sonora, que es el canto de los pájaros. En un bosque podemos contar decenas de pájaros cantando a la vez, con estas voces adornadas: los trinos, los cantos, los gorjeos. Son llamadas territoriales, casi siempre, no siempre, de los machos, que están marcando territorio y atrayendo hembras y espantando competidores.
Escuchamos tamborileos de pájaros carpinteros, trinos, cantos… Lo que escuchamos es una gran diversidad, una gran actividad. Aquí hay mucha gente peleándose. El sonido de la naturaleza muchas veces es una pelea. A nosotros nos parece muy armónico, muy bonito, muy bucólico, pero en realidad son animales que se están desafiando unos a otros por medio de estas voces tan adornadas. Y ¿cómo podemos caracterizar el verano? En verano la reproducción ha acabado, pero en verano, con la sequedad, no sé si paradójicamente, pero los sonidos son resecos. Y para mí el sonido que describe como ningún otro el calor, el bochorno, el achicharrarse, es el sonido de la sierra continua de las chicharras.
Este es un sonido que solo de oírlo te transporta a un día de calor, sopor, moscas. Una tarde en un pinar del mes de julio, agosto, el calorazo.
El trueno, cuando el retumbo del trueno no es nada más que el rebote en todas las irregularidades del suelo del chispazo original. Decía Gómez de la Serna en las greguerías: “Si el rayo ya ha caído, el aviso del trueno sobraba”. Y efectivamente. Pero el trueno es eso. Es como la huella sonora que se estira y un trueno muy largo te está hablando de un valle muy grande, porque es el retumbo que va llenando el hueco. Es como un gas, rellena los huecos y luego te vuelve. El sonido te permite, con cierto criterio, te permite ver ese tipo de cosas.
Yo quería hablar de vino y elegí los hayedos de La Rioja, para hablar de cómo la madera transmite a través de las duelas de las barricas el aroma del bosque, cómo se transmite al caldo. Quería hablar de urogallos, ¿dónde hay urogallos? En el Pallars. Hablé de los abetares del Pallars. Siempre era un poco al revés: ¿quería hablar de los bosques de alta montaña? Pues me fui a los Pirineos. Pero no buscaba primero el lugar y después le ponía a la historia, sino al revés. Primero elaboré las historias y les busqué un ejemplo. Un ejemplo que te indica que este libro es una visión muy particular es un capítulo que compara, en el señorío de Bertiz, en Navarra, compara el trabajo de un pájaro carpintero, un picamaderos negro, con una pícea, con el de un guitarrero que construye una guitarra. Es un ejemplo real. Yo conocí a José Luis Romanillos, que era un gran lutier, el decía guitarrero, nada de lutier. Él hacía guitarras, y me enseñó de qué manera construía una guitarra, construía el sonido de una guitarra con la tapa de pícea. La tapa es la pieza que lleva el agujero de la guitarra. Y eso es lo primero que se hace. Él cogía la tapa esa, y con un cepillito de carpintero del tamaño de un sacapuntas, iba rascando poco a poco, poco a poco, y con la mano, con el dedo, daba golpes, tocaba, y la placa aquella hacía, pum, pum. Y él iba buscando el sonido de esa guitarra, puliendo y tocando.
Es una experiencia que quiero hacer, que estoy haciendo de una manera sistemática a partir de ahora y mientras duren las pilas, ya veremos cuando se acaban. Y en definitiva, la idea es convertir a los oyentes pasivos en escuchantes activos. Que la gente no solamente oiga música, oiga pájaros, sino que escuche, entienda, identifique y, sobre todo, se vuelva crítica y exigente. Que diga: “¿Por qué ha cambiado esto? ¿Cómo podemos evitarlo?”.