La fórmula Stop para manejar las rabietas
Míriam Tirado
La fórmula Stop para manejar las rabietas
Míriam Tirado
Experta en crianza consciente
Creando oportunidades
Claves de la crianza consciente y respetuosa
Míriam Tirado Experta en crianza consciente
Míriam Tirado
Con la maternidad recién estrenada y la premisa simple de que padres y madres quieren lo mejor para sus hijos, Míriam Tirado comenzó a escribir un blog sobre maternidad, paternidad y crianza. Desde esto ha pasado una década. Hoy, la bitácora cuenta con más de mil entradas y ella se ha convertido en un referente de la crianza consciente y respetuosa en España.
Licenciada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona y tras casi tres lustros como redactora de informativos radiofónicos, Míriam Tirado decidió cambiar de rumbo. Se formó como ‘Conscious Parenting Coach’ con la psicóloga Shefali Tsabary, y apostó por la divulgación educativa, cuestionando el modelo tradicional de crianza. “Hay otra forma de criar a los hijos desde la conexión, la consciencia y el respeto”, asegura Tirado. La también escritora, es autora de cuentos infantiles de gestión de las emociones como los superventas ‘Tengo un volcán’ o ‘El hilo invisible’. Además, ha escrito varios libros dirigidos a padres y madres - ‘Rabietas’ o ‘Maternidad a flor de piel’ - y acaba de publicar su primera obra de ficción para adultos: ‘Removidas’.
Desde el humor y el sentido común, Míriam Tirado habla de asertividad, emociones, comunicación o límites. En su trabajo, pone el foco en la consciencia de los progenitores y no en el comportamiento de los hijos. “Educar de manera consciente es un acto revolucionario”, asegura. Para el cambio de paradigma, Tirado ofrece pautas y consejos de gran utilidad, pero advierte: “criar de manera respetuosa requiere de esfuerzo y grandes dosis de paciencia”.
Transcripción
De alguna forma, en nuestro ADN, hay esta forma de educar a los niños desde el «yo ordeno y tú obedeces». Y desde el utilizar estas estrategias y técnicas de control del otro: el chantaje, el soborno, la amenaza, el castigo. Y claro, y todo esto que llevamos siglos como humanidad que somos, de esta forma de tratar a la infancia. A veces nos es difícil criar de otra forma, sin amenazas. Por ejemplo, ¡qué rápido sale una amenaza de nosotros cuando estamos enfadados. La crianza consciente es empezar a caminar por otro camino. Y es andar otro camino de responsabilizarnos también de las cosas que todavía nos falta aprender, de las cosas que todavía no sabemos, de nuestras carencias, de nuestra vida, de nuestra historia, para así, solamente haciéndonos conscientes y mejorando, ahí podremos empezar a criar desde el respeto y desde la conciencia.
Y para mí este es un cambio de paradigma muy importante, esencial si queremos que este mundo sea un lugar mejor. Porque estos niños que tenemos, tu hijo, mis hijas son el futuro. Ellas, y ellos, nuestros hijos, si les criamos desde el respeto, la conciencia y obviamente también los límites, pero claros, no arbitrarios, sino claros, firmes y sólidos y consistentes, ellos integrarán esto. Les saldrá de una forma automática también criar así. Y esto es una cadena, ¿eh? Y esto es lo bonito. Al final de esta cadena se nutre la humanidad entera.
Los niños, retomando un poco lo de los mitos, criados con apego, como todos los demás, son dependientes. Y, a medida que van creciendo, si son respetados en sus necesidades, si son escuchados y son tenidos en cuenta, poco a poco irán ganando más parcela de independencia. Yo te diría que el objetivo, de alguna forma, es que los niños tengan lo que necesitan cuando lo necesitan, y a medida que ya no lo van necesitando, los padres seamos suficientemente conscientes y lo podamos ver para decir: «Vale, ya no me necesitan, me retiro. Ahora es momento de que tú empieces a andar tu propio camino». No puede ser tampoco una crianza en la que los padres estamos siempre volcados en nuestros hijos, incluso cuando no nos necesitan. La crianza consciente significa ser consciente también de cuándo sí y de cuándo no.
Y hay algunos motivos por los cuales gritamos. Uno de ellos es porque el grito ha sido como muy normalizado en las familias. Y venimos de crianzas donde se ha gritado. Poco o mucho, pero en general cuando un padre o una madre llegaba a cierto nivel de estrés, el grito era considerado: «Bueno, pues algo debe haber hecho el niño para que sus padres le hayan gritado, ¿no?». Estaba como, de alguna forma, justificado, también teniendo en cuenta ese desconocimiento de lo que era la infancia. Gritamos por eso, porque está como muy integrado, pero también, si nos fijamos, gritamos en momentos de estrés, gritamos en momentos de cansancio y gritamos también porque hay una creencia muy extendida de que a los niños deberíamos de repetirles poco las cosas. ¿Sabes? Eso que dicen de: «Te lo diré tres veces. Una, dos…». Y, si a la de tres no han llegado aquí, ya saltan los plomos en casa, ¿no? ¿Quién nos ha dicho que a los niños hay que repetirles las cosas pocas veces? Tú tienes un niño pequeño, sabes la de veces que repite una misma acción continuamente. O cuando le gusta un cuento, y una vez, y otra, que a veces en un solo día se lo has contado diez veces.
Los niños necesitan muchísima repetición y en lo importante van a necesitar muchísima más. Y además, pasa otra cosa: que esas cosas que para los adultos son importantes, para muchos niños no lo son. El «Ponte la chaqueta». Un niño de, pongamos, dos años y medio que no está sintiendo frío y está dentro de casa, para salir a la calle no tiene ninguna necesidad de ponerse la chaqueta. Él, digamos, no es que no tenga, es que él no siente ninguna necesidad. Entonces, claro, ¿qué hacemos? «Ponte la chaqueta, ponte la chaqueta». A la tercera vez o cuarta vez que no nos obedece, gritamos. Porque perdemos la paciencia. Se lo hemos dicho muchas veces y además, para nosotros es obvio que hay que ponerse la chaqueta antes de salir. Bueno, tenemos que comprender que su cerebro no es como el nuestro, que funcionamos distinto. Que lo que para nosotros es obvio y normal, para ellos no lo es tanto. Lo que para nosotros es importante, para ellos a veces no lo es. Entonces, contestando a tu pregunta, qué hacemos, ¿no? Entendemos de dónde venimos y por qué lo hacemos. Controlamos un poco los momentos. O sea, es importante que los padres se fijen en los momentos en los que gritamos. Hay padres que gritan más por la mañana, antes de ir al cole, por ejemplo, y hay padres que gritan más por la noche. Yo, si tuviera que decir cuál es mi momento de estrés en el día, es más por la noche porque estoy más cansada.
Entonces, yo en la noche tengo que poner todas mis antenas de: «Ojo, que ahora tú estás cansada». Por lo tanto, tienes que tener más paciencia todavía para no hacer esas cosas que no quiero hacer, para no decir esas cosas que no quiero decir. Por lo tanto, una vez hemos detectado en qué momento del día nos aumenta el estrés o el cansancio, tenemos que empezar a pasar a la acción. Y en esos momentos, comprender que es básico y vital la empatía, el comprender que él está en otro momento. A veces les pedimos cosas y están jugando, y un niño cuando está jugando se pierde en el juego. Por lo tanto, a lo mejor tengo que acercarme, tocarle. «Oye, ahora necesito que hagas tal cosa». Y comunicarme de una forma más asertiva, no así con órdenes que él incluso, a lo mejor, ni ha escuchado. Luego respirar, respirar. La respiración es una herramienta que tenemos 24 horas al día con nosotros, en nosotros, y a veces no la utilizamos de una forma consciente. Respiramos de una forma automática. Pero, ¿cuántas veces nos damos cuenta de: «Uf, me estoy estresando, voy a respirar»? Hacer tres respiraciones profundas antes de pegar el grito es esencial para no acabar gritando, porque algo tenemos que tener muy claro y muy seguro, que es que gritar nos desconecta.
Y lo que necesitamos para criar y educar a nuestros hijos es una buena conexión. Por lo tanto, todo lo que nos lleve a la desconexión, el grito, la amenaza, el castigo, no es una buena estrategia. Quizá nos da resultados a corto plazo, y en el momento que te grito, como te he infundido miedo, tú reaccionas al acto. Tú, hijo mío, reaccionas al acto y me obedeces. Pero esto pasa factura a corto plazo ya, porque se está sintiendo mal, se está sintiendo miedoso, frustrado y no es algo que le guste, pero también a medio y a largo plazo. Es algo que siempre tenemos que tener en cuenta, qué precio queremos pagar. Y es verdad. Criar de una forma consciente y respetuosa requiere mucho de arremangarse y de informarse y de formarse y de dedicación y de muchas dosis de paciencia. Por lo tanto, quitar esas dosis de culpa, pero a la vez responsabilidad y saber que otra forma de hacer las cosas es posible.
“Los límites son la base de la crianza y de la educación”
Queremos que todo esté perfecto, queremos hacer muchas cosas al mismo tiempo. Otra cosa que nos vendrá muy bien es anticiparnos. Si, por ejemplo, nos damos cuenta que perdemos un poco la paciencia por las mañanas, todo lo que hayamos anticipado el día anterior nos ayudará a que por la mañana todo sea mejor. Levantarnos más temprano, anticiparnos los adultos y tener nuestro pequeño momento de relax antes de entrar en el subidón de las mañanas también nos va a ayudar. Esto es algo también que nos ayuda a terminar la paciencia, que es cuando madres y padres, los adultos, sentimos que no tenemos tiempo para uno y que vamos a piñón desde que nos levantamos hasta que nos dormimos. Es como: «¡Guau! Ni un segundo para sentarme en el sofá». Esto agota y a la mínima que tu hijo hace A o B o C perdemos la paciencia. Es importante también que nos demos cuenta que lo que hacen nuestros hijos no es lo que nos hace perder la paciencia, porque eso mismo que ha hecho hoy y que me ha hecho perder la paciencia a mí, supuestamente, a lo mejor el sábado, que estoy más relajada, hace exactamente lo mismo y lo gestiono de una forma respetuosa, tranquila, serena. Por lo tanto, no es el acto de mi hijo, sino que soy yo, mi estado. Por lo tanto, en la crianza consciente tenemos que ser muy conscientes de cuál es nuestro estado interno, de cómo estoy.
Por lo tanto, siempre digo un foco en el niño o la niña y un foco en nosotros. ¿Cómo estoy? ¿Cómo me siento? Muy en contacto con el cuerpo, ¿no? Respiro y dónde noto la actividad, el volcán, ¿no? Lo noto ya a punto de estallar o noto, simplemente, que estoy un poco removida. A veces también perdemos la paciencia cuando los niños hacen algo que nos remueve. Por ejemplo, si tú eres muy ordenada y ves que tu hijo abre un cajón y empieza a sacar cosas para jugar, pero no tiene ninguna intención de volverlo a dejar en su sitio, tú te puedes ir poniendo nerviosa porque te ha tocado esa tecla que a ti te afecta. Entonces, también hay que identificar esos patrones que a nosotras o a nosotros nos hacen estallar y perder la paciencia porque es algo nuestro. El niño hace lo que le toca hacer por la edad que tiene. Es normal lo que hace, pero el cómo tú lo gestionas es lo que va a cambiar dependiendo de lo que comprendas, tu activador. Hay un disparador interno que se nos «¡Bum!» estalla cuando algo que hace nuestro hijo nos remueve, pero tiene que ver con nosotros, no con ellos. E insisto en la respiración. Para poder tener más paciencia es imprescindible respirar esos minutos para nosotros mismos, antes de despertarles, unos minutos antes de acostarnos. Cerrar los ojos, respirar profundamente, hacer un poco de revisión del día. En qué momentos me he activado, en qué otros no. Y poco a poco, como siempre, todo es cuestión de práctica. Mucha gente dice: «Yo es que ahora con mi hijo de siete años tengo muchísima más paciencia de la que tenía cuando él tenía uno». Porque es algo que se va ganando con el tiempo. Por lo tanto, no nos preocupemos, simplemente hagamos los deberes. Conciencia, conexión con nosotros, conexión con nuestros hijos y poco a poco, a medida que vayamos practicando, por suerte, nuestros hijos nos dan muchas ocasiones para practicar, podremos ir teniendo más y más paciencia.
Pero no queremos ser autoritarios porque lo queremos hacer de una forma distinta, porque recordamos cómo nos sentimos. Entonces, ¿qué pasa? Que no sabemos hacerlo. O aguantamos y somos demasiado laxos porque sé que si pongo límites lo voy a hacer de esa forma autoritaria y no quiero, entonces: «Bueno, pues yo que sé, haz lo que quieras», pero claro, no es lo que debe ser. Tenemos que poner unos límites claros. Y cuando ya no podemos más porque hemos sido demasiado laxos, luego «¡Bum!», nos estalla todo y ponemos los límites de la forma que nosotros integramos y que conocemos. Hay que encontrar otra forma y esta otra forma es primero, siendo conscientes que el gran quid de la cuestión es ser ejemplo, por lo tanto, si yo tengo bien integrados cuáles son mis límites, me será más fácil poner límites a los demás. Y con nuestros hijos, lo primero que tendremos que hacer es pensar los límites y hacerlos conscientes. ¿Cuáles son los límites? Son los que tienen que ver con la integridad física, psíquica y emocional de nuestros hijos y nuestra. Por lo tanto, es lo más importante, porque es lo que les va a ayudar a desarrollarse de una forma asertiva y con su máximo potencial, que es lo que queremos, que nuestros hijos se desarrollen en la vida de una forma plena. Pero para eso necesitan límites. Los límites son la base esencial de la crianza y de la educación. Entonces, teniendo esto presente y en cuenta, tengo que pensar bien estos límites. Y pensar: «A ver, ¿la ducha es un límite o no?». La higiene personal. ¿La higiene personal tiene que ver con la integridad física de una persona?
¿Le va a ayudar a desarrollarse bien el tener cuidado con su propio cuerpo? ¡Sí! Por lo tanto, es un límite. El que me dé la mano para cruzar la calle, ¿es un límite o no? Hombre, si no sabe esperar en el paso peatonal, obviamente es un límite porque entraña un riesgo para su salud y su integridad. Por lo tanto, tengo primero que tener claros cuáles son los límites y luego transmitirlos, pero de una forma serena, adecuada y asertiva. ¿Y qué implica esto? A veces los padres me dicen: «No, pero es que, si le digo que esto no lo puede hacer, se me va a enfadar». Claro, esto entra dentro de lo esperable. Los niños, cuando ven que les ponemos un límite claro y firme en su día a día, obviamente se enfadan. Y, ¿por qué se enfadan? Bueno, porque en su naturaleza de niño o de niña está el hacer lo que quieren, ¿no? Están, sobre todo hasta los 7 años, que están en la fase egocéntrica. Es: «Yo quiero hacer lo que a mí me apetece. Entonces tú representas un obstáculo y yo me enfado con este obstáculo». Es normal, es lo que tiene que ocurrir. Pero esto no difiere de cómo tenemos que ponerle el límite de una forma educada, respetuosa, centrada y conectada. Es decir, este es el límite y va a ser así. Tanto si lloras como si no, tanto si te gusta como si no, hoy te tienes que duchar, por ejemplo, o tienes que darme la mano.
¿No me la quiere dar? Pues le cojo en brazos y cruzo la calle. Hago cumplir. Digamos que de alguna forma pongo las condiciones necesarias para que este límite se cumpla. Y las condiciones necesarias son comprender a mi hijo, saber en qué etapa está para poderle comunicar el límite de la forma que él pueda comprenderlo. Y, aun así, a veces el límite no lo entenderá. Pero nuestra responsabilidad, nuestra obligación, es poner límites asertivos y respetuosos a nuestros hijos, que no sean arbitrarios y que sean firmes y claros. A veces hay mucha confusión entre lo que son los límites y qué son las normas. Y, a veces, algunos padres o algunas familias se ponen como muy estrictos con cosas que no son límites, que son normas, y las normas difieren mucho de una casa a la otra. Normas tendría que haber muy poquitas para asegurarnos que los niños las puedan respetar, pero también siendo muy claras. Si alguien tiene confusión entre qué es un límite y qué es una norma, los límites hemos dicho que tienen que ver con la integridad y que van a ayudar al niño a desarrollarse de una forma asertiva y en su máximo potencial. Y la norma es más arbitraria. En tu casa a lo mejor hay la norma de que no se puede entrar con zapatos y en mi casa sí se puede, por ejemplo, o en tu casa no se puede saltar en el sofá y en la mía sí, o viceversa, ¿no?
Es importante que podamos distinguir en casa, en las normas, que haya pocas, pero que siempre sea la misma norma, comprendiendo que como la norma es más arbitraria y no es una cosa esencial, les costará más respetarla. Y podemos tener incluso una manga más ancha. Con los límites no. Y, otro inciso, hay normas de varios tipos. Hay normas que tendremos en la familia, y hay normas a nivel social, y hay normas a nivel cultural. Hay normas que tenemos aquí que no tienen en la India, por ejemplo, y hay normas a nivel social que a un niño le va a costar comprender. Por ejemplo, yo me acuerdo de un niño, ahora me viene a la mente, que era muy caluroso y que en agosto quería salir sin ropa por la calle porque tenía calor. Y su madre le dijo: «No, es que no puedes salir sin ropa a la calle». «Pero, ¿por qué? Si hace calor y voy a la piscina y vamos sin ropa». «Ya, ya lo sé, a lo mejor tú no lo comprendes, pero hay una norma social que tenemos entre todos de que por la calle vamos con ropa». En el tema de los límites y las normas es esencial que los padres y madres seamos ejemplo, porque al final los niños no van a hacer lo que digamos, sino sobre todo lo que hagamos. Es importantísimo que, claro, estos límites se hagan conscientes en nosotros y los llevemos, obviamente, a la práctica de una forma asertiva, que no sea: «Bueno, hoy estoy cansado y me lo salto todo». Porque ellos, mientras estamos haciendo eso, van tomando nota.
Por lo tanto, tenemos que aprender a transitarla, aceptarnos nuestra propia rabia y aceptar también cuando nuestros hijos se enfadan. Errores cometemos unos cuantos. Yo me di cuenta cuando mi hija mayor empezó con sus rabietas de que era muchísimo más difícil de lo que yo había pensado. Siempre una rabieta es muchísimo más fácil de gestionar cuando son los demás los que tienen las rabietas, ¿no? Y cuando especialmente tú no eres madre o padre, ¿no? Ves esa rabieta en el súper y dices: «Bueno, yo esto a mí no me va a pasar, yo lo voy a hacer muchísimo mejor», o «Mis hijos no van a tener rabietas». Luego, cuando tú estás en el ajo, dices: «Ay Dios», ¿no? Y te das cuenta de lo complicado que es a veces. Y uno de los errores más monumentales que cometemos los padres, y yo este lo he cometido muchas veces, es que para acompañar la rabieta, muchas veces ponemos la misma energía de la rabieta. Es decir, nuestro hijo está enfadado y nosotros, ¿qué hacemos? Nos enfadamos más. Nunca jamás se puede acompañar una rabieta con la misma energía de rabia que tiene nuestro hijo. Y muchas veces, como esa rabia de nuestro hijo nos supera y nos satura y nos compromete, entra en contacto con nuestra propia rabia y «¡Bum!», estallamos también nosotros. Al final, nos acabamos convirtiendo en dos niños enrabietados, intentando evitar la rabia o reprimiéndola, porque esa rabia me compromete. Por lo tanto, no quiero que tengas esa rabieta, entonces lo que hago es: te amenazo, o te riño, o lo que sea para que cortes de raíz de esa rabieta.
Lo que se corta es el comportamiento, pero la emoción, esa rabia que el niño estaba experimentando, la sigue teniendo y esta rabia a veces se va acumulando, porque si no te permiten la rabia en casa o si a nivel social la rabia es una emoción que no está bien vista, por lo tanto, no sabemos qué hacer con ella porque no se nos ha enseñado a transitarla de una forma asertiva, va quedando rabia en nosotros, ¿no? Claro, ¿qué pasa? Los niños son intensos, esto ya lo debes de haber visto. Entonces, se expresan sin filtros. Entonces, cuando un niño, especialmente los pequeños, tiene una emoción y siente rabia, «¡Bum!», estalla, y la expresa tal cual la está sintiendo, que es de una forma muy intensa, porque los niños lo sienten todo a flor de piel. Como de repente nos trae esa rabia que nosotros aniquilamos o que nos reprimieron, nos sale toda la ira con nuestro hijo. ¿Vale? Este es el gran error, ¿no? No saber acompañar una rabieta desde un lugar asertivo y contrarrestarla con la misma emoción. Nunca el fuego se ha apagado con gasolina. Por lo tanto, siempre tenemos que pensar que si él está muy encendido con su volcán estallando, yo no puedo venir con fuego, tengo que venir con la energía contraria. La energía contraria es de serenidad, de control. Tú que no puedes, que no tienes autocontrol, yo voy a tener ese autocontrol que a ti te falta, yo voy a tener esa serenidad que a ti te falta. Yo voy a contrarrestar con la energía contraria y desde aquí sí puedo ayudarte.
Imagínate tú, ¿no? Un adulto que está mal o está enfadado y que intentas contárselo a tu pareja y viene y se enfada más contigo porque estás enfadada. «¡Es que no deberías estar enfadada!». Estoy como estoy, ¿vale? Entonces, ¿cómo crees que te sentirías? Seguramente sola, muy mal acompañada, muy mal comprendida. Y, a lo mejor la próxima vez que tuvieras que contarle algo, alguna emoción un poco desagradable en ti, decidirías no contárselo. Si queremos establecer una relación de confianza con nuestros hijos y de conexión, tenemos que aceptar que a veces habrá emociones que nos van a… «¡Uf!», a remover, pero que aun así tenemos que aprender a transitarlas. Y de esta forma, con nuestro ejemplo, con nuestra serenidad, vamos a poder enseñarles a ellos también, por ejemplo, respirar la rabia. Y algo que podemos hacer y que creo que ayuda muchísimo a los padres a la hora de gestionar, o de acompañar, una herramienta que les va a venir muy bien es recordar la señal de «Stop». Recuerda la señal de tráfico «Stop», ¿no?, que es como: «Por aquí no se puede pasar, tienes que parar ya». ¿No? Pues cuando vean que se van calentando, que visualicen el «Stop» en rojo.
Estás a punto de cruzar una línea roja y no podrás acompañar a tu hijo como él necesita en este momento. Los niños pequeños, cuando están en plena rabieta, sufren, por lo tanto, tenemos que ayudarles. Visualizamos el «Stop» y vemos la palabra «S-T-O-P». «S» nos tiene que hacer parar, «Stop». Lo primero. Y paro. Da igual si está llorando tres segundos más, yo puedo parar tres segundos, no pasa nada. Y luego la «T». La «T» tiene que hacernos pensar en tres respiraciones profundas. Paro, respiro conscientemente tres veces, y mi hijo: «¡Buah, buah!». Pero no pasa nada. Él tiene que poderse expresar y sacar hacia afuera. Y yo mientras me voy serenando, me voy ocupando de mí para no empeorar esa situación. «S», «T», tres respiraciones profundas, «O», observo. Observo qué le ocurre y me observo a mí. Observo qué le ocurre y puedo ver: «Uy, está muy cansado, tiene muchísimo sueño. Son las ocho y media y tendría que estar durmiendo a las ocho y está demasiado cansado. Vale, esto es cansancio». Observo y comprendo. Y luego me observo a mí. ¡Guau! Yo también estoy cansada. He llevado un día muy ajetreado y tengo que vigilar si no quiero hacer esas cosas que no quiero hacer. Por lo tanto, el observar, el ponerme de observador y salir de la situación me ayudará a tomar conciencia y a poderlo ver con una cierta perspectiva. Y la perspectiva y la distancia son muy útiles para acompañar emociones. Y luego llegamos a la «P» de «Stop», «S-T-O-P». Y la «P» es de «Procedo». Procedo de la forma más adecuada a lo que requiera la ocasión. Por ejemplo, mi hijo está cansado y yo veo que estoy cansada. Venga pues le cojo en brazos, le abrazo e intento calmarle como pueda para ir tan pronto como sea posible a la cama. O me observo a mí. Veo que estoy demasiado, por ejemplo, activada, removida, que no voy a gestionarlo bien, pues paso a la «P» de «Proceder» y pido relevo, por ejemplo, si lo hay, a mi pareja, ¿no? Y digo: «Ocúpate tú porque es que yo no lo voy a poder hacer de una forma asertiva, hazlo tú». El proceder nos da… nos ayuda a canalizar y a encontrar lo que necesita tanto mi hijo, como también yo.
"Criar de una forma consciente y respetuosa requiere de información, de formación y de muchas dosis de paciencia"
O de repente empieza a tener muchísimos miedos, miedos a cosas que no había tenido nunca, o de repente empieza a tener muy mal humor y muchos enfados. Y claro, como con su hermano está bien, no hacemos la relación de: «Ojo, que esto pueden ser celos». A veces no hay peleas y hay celos también. Los celos son súper habituales y lo que podemos hacer para ayudar a nuestros hijos es, primero, ponernos en su lugar, ¿no? En una edad en la que necesitan ser muy vistos, muy tenidos en cuenta por quienes son de verdad. Por lo tanto, una forma para que cambie su visión de cómo los vemos a ellos es que les demos exclusividad. Y sé que a veces es difícil tener tiempo en exclusiva, un ratito cada día con cada uno de nuestros hijos, pero es esencial. Lo vemos muy a menudo que a la que damos de exclusividad a un hijo sin que estén sus hermanos alrededor, este hijo lo recibe con los brazos abiertos y su comportamiento automáticamente cambia. Si podemos, tenemos que dar esa exclusividad a diario. No tenemos que… «Bueno, vamos a irnos el sábado a un parque de atracciones tú y yo solos». Bueno, si lo hacemos algún día, pues estará muy contento seguramente y le vendrá muy bien. Pero es más importante integrar la exclusividad en el día a día, en lo cotidiano.
Por ejemplo: «Mira, pues ahora tú, hija mía, te vas a hacer la cena con papá, por ejemplo, y tú te vienes conmigo, que iremos a la ducha», ¿no? O: «Yo acuesto a uno y tú acuestas a otro». Estas cosas, que obviamente son difíciles para familias monoparentales, o para madres, o padres que están muchas horas solos con sus hijos y tienen dos o tres. Esto va a ser más difícil, pero hay que encontrar estos espacios, porque la exclusividad es como la medicina para los celos. ¿Tienes celos? Tú das exclusividad, atención y mirada en exclusiva y de repente, «¡Uf!», ves como el malestar del niño baja automáticamente. Otra cosa que tenemos que hacer es parar de compararles. Más cosas que podemos hacer con los celos, por ejemplo, es nombrarlos, es poner palabras a nuestros hijos y decirles: «Esto que estás sintiendo ahora se llaman celos, y es algo normal, les pasa a todos los niños del mundo en algún momento u otro», porque, aunque no tengan un hermano, tendrán un amigo que un día vendrá a jugar a casa, tendrán un primo y los celos es algo absolutamente normal y habitual, por lo tanto, contárselo. Y yo creo podemos decirle, por ejemplo: «Yo creo que cuando tú sientes celos te sientes muy inseguro, porque a lo mejor has pensado que yo amo más a tu hermano que a ti». Y muchas veces vemos que cuando hablamos así abiertamente con nuestros hijos, pero sin emotividad por parte nuestra, de una forma neutral pero muy «empatizadora» y muy conectada con nuestros hijos, a veces se desmontan, y empiezan a llorar, y te dicen: «Es que le abrazas más a él que a mí».
Y: «Ah, claro, y tú tienes miedo de que a lo mejor yo no te quiera. Ven aquí. ¡Claro que te quiero muchísimo! Cuando te vuelvas a sentir así, por favor, dímelo y yo te voy a ayudar». Y de esta forma les vamos ayudando a poner palabras. ¿Sabes qué pasa a veces? Que en acompañamiento emocional vamos un poco flojos en general, no madres y padres, en general, la sociedad. El tema emocional no ha sido muy bien tratado y no tenemos herramientas muchas veces los padres y las madres. Y llegamos a la maternidad y la paternidad sin saber muy bien qué hacer con tanta emocionalidad. Y claro, la maternidad y la paternidad con hijos es muy intensa a nivel emocional. Entonces, claro, llegamos sin herramientas y nos pasa una cosa, que con nuestros hijos muchas veces, o casi siempre, les contamos cosas del exterior: «Mira, esto es un paso de peatones, tienes que darme la mano para cruzar», y tal. Esto cuando contamos cuentos: «Mira el sol, la luna…». Y les contamos un montón de cosas de afuera, pero les contamos muy poco de lo que pasa adentro. Y esto también es un reflejo de lo que importa un poco a nivel social. Importa el hacer, hacer, hacer y muy poco el ser y el sentir. Y a medida que vamos entrando en este acompañamiento emocional más respetuoso y más consciente, nos damos cuenta que a veces no sabemos identificar lo que sentimos los adultos.
Y luego, claro, nos cuesta muchísimo ayudar a nuestros hijos a identificar lo que sienten y a contarles lo que les pasa. Es tan importante transmitir a nuestros hijos lo que es la vida externa, el sol, la luna, el día, la noche, el colegio, el no sé qué, como también contarles lo que les pasa adentro, «Esto que estás sintiendo se llama rabia y estás muy enfadado», «Esto que estás sintiendo se llaman celos». Y si no sabemos porque, a veces, cuando no tenemos este conocimiento emocional propio, nos pasa que decimos: «Bueno, y yo que sé cómo se está sintiendo mi hijo», a lo mejor yo no, realmente no sé cuál es la emoción que él o ella está sintiendo, ¿cómo lo hago? Porque no quiero equivocarme, no lo quiero llamar rabia si a lo mejor lo que está sintiendo es miedo, ¿no? Bueno, podemos decirle que está sintiendo malestar. Malestar es estar mal. Y toda madre o padre sabe cuándo su hijo se está sintiendo mal, porque se nota, porque son muy transparentes en eso. Por lo tanto, contarle: «Ahora estás teniendo muchísimo malestar y eso te hace estar mal y por eso estás llorando y por eso a veces las personas dentro de nosotros sentimos malestar y es normal. A veces te pasa a ti, a veces me pasa a mí». Poderles contar ese conocimiento interno de él sentir y también del ser es muy valioso, porque luego, cuando les digamos: «Tienes que contarme esto de otra forma, no me lo cuentes gritando, o chillando, o enfadándote, o tirando cosas, me lo tienes que contar con palabras». Si hemos hecho todo este trabajo, les será más fácil obviamente poder poner palabras a eso, porque ha recibido la información y ha recibido este ejemplo de canalización emocional a través de la palabra. Y poco a poco va a ir sabiendo más cómo hacerlo. Pero para eso también hace falta práctica y los padres tenemos que picar mucha piedra en nosotros y con nuestros hijos.
Entonces, en la imaginación hay de todo, hay princesas, hay, yo que sé, héroes, superhéroes, pero también hay muchísimos monstruos, fantasmas, brujas y cosas que no comprenden y que les dan miedo. Por lo tanto, lo primero es normalizar el miedo. Es normal que tenga miedo. Y es normal también que los adultos a veces tengamos miedo. A veces a los adultos lo que nos pasa es que tenemos miedo de que nuestro hijo tenga miedo. Esto no funciona. Yo tengo que entrar desde la energía contraria, que es la de la seguridad, desde la calma y la serenidad, normalizando lo que siente. Tenías miedo. Esto es normal. Eres pequeño, eres pequeña y tal. O imagínate, supón que es un adolescente. No es tan pequeño, a veces, cuanto más mayores, menos se permiten sentir miedo, y más miedo les da sentir miedo, porque creen que ya no deberían. No, el miedo es una emoción que vamos a sentir, yo creo, que hasta que nos muramos, de algún modo, en algún u otro momento. Por lo tanto, poder decir también a nuestro hijo adolescente: «Es normal que tengas miedo, estás viviendo muchas cosas, estás transitando muchas cosas nuevas». Y lo desconocido, la incertidumbre, por eso el tiempo de pandemia nos ha removido tanto miedo, porque la incertidumbre nos trae miedo. Como especie, lo que no se conocía nos daba miedo. Y bueno, gracias también a ese miedo hemos podido evolucionar, pero tenemos que ponerle conciencia y decir: «Vale, sí. Hay incertidumbre en este adolescente, o en mí, o en mi hijo, porque no sabe lo que le ocurre, porque todo es nuevo, porque ha empezado el colegio…». Da igual, pero sentir miedo en la incertidumbre es normal. Por lo tanto, voy a darle herramientas para transitar ese miedo. ¿Cuáles? Primero, acompañarle desde la seguridad. Ver a su madre o a su padre seguro le va a ayudar a él a sentirse más seguro. Si tú ves que quien te acompaña tiene más miedo que tú, no te va a dar mucha seguridad eso, ¿no? Luego, otra cosa es ayudarle a identificar su miedo. ¿A qué tienes miedo? ¿A los monstruos? Vale. ¿Y este miedo a los monstruos dónde lo sientes en el cuerpo? ¿En el pecho, en la barriga? Vale, vamos a respirar el miedo a los monstruos. Lo respiramos. Cuando el miedo, cuando la emoción se respira conscientemente y lentamente se va disipando. Y cuando la emoción ya se ha disipado un poco, el miedo ha bajado un poco, luego le podemos decir: «¿Exactamente dónde ves tú un monstruo?». O, «¿Cómo te imaginas que es ese monstruo?» Y luego, yo qué sé.
Nos puede contar: «No, es que yo lo veo ahí». «Ah, vale. ¿Y no quieres decir que eso que tú estás viendo ahí es una sombra? Porque lo que tú ves un monstruo, yo veo que, mira, se parece a un conejo». Por ejemplo. En niños más pequeños, hasta 7 años podemos ir desmontándolo. Por ejemplo, yo me acuerdo, mi hija tenía mucho miedo, una de mis hijas tenía mucho miedo al lobo, y yo le decía: «Pero ¿dónde ves el lobo?». Me decía: «¡Ahí!», ¿no? Y señalaba una parte del comedor. Yo me iba hacia ahí. Le decía: «Lobo, ¿qué haces en nuestra casa? Tu madre te debe de estar buscando. Ahora vamos a cenar. ¿Qué quieres hacer? Llamo a tu madre y vas a cenar con ella o te pongo un plato», ¿no? Y quitándole hierro y poniendo un poco de humor. Porque en estos niños de esta edad muchas veces lo que produce miedo también produce curiosidad. Y hay ese miedo, pero quiero que sigamos hablando del lobo. Entonces poder desmontar el miedo, dibujarlo. Vamos a dibujar el lobo que te imaginas. Y tú dibujas otro, y comparamos dibujos, y nos reímos del dibujo, o le mandamos una carta: «Oye, lobo, mira, mi hija tiene miedo de ti. ¿Qué te parece si ya no nos visitas más?». «Mira, mandaremos esta carta», y mandamos la carta. O sea, ponerle imaginación, ponerle fantasía. Porque es desde la fantasía en estos niños de estas edades desde donde nace el miedo.
“Solamente haciéndonos conscientes podremos criar desde el respeto”
Y claro, ¿qué pasa? Que son las diez y te saca el «temazo», imagínate, de la muerte. Y dices: «¿Ahora?». Hemos tenido todo el día para hablar de lo que te angustiaba y me lo cuentas justamente cuando tenemos que ir a acostarte. «No, ahora no, porque mañana si no tendrás sueño y estarás de mal humor». «Bueno, ahora sí, cuando sale, sale». Por lo tanto, si hemos empezado temprano y llegamos a la cama más temprano, tendremos más margen para gestionar ese momento tranquilamente. Ayudará, obviamente, a que ese rato sea más fluido y menos excitado si no hemos visto pantallas antes de acostarles, si les hemos dejado ver dibujos o lo que sea, o jugar a algún juego justo antes de ir a la cama, estarán muy activados. Entonces, puede pasar eso de que van revolucionados y ya no saben cómo parar. Y luego nosotros nos ponemos nerviosos y es como una escalada de nerviosismo que no sabemos cómo frenar. Es importante que tengamos en cuenta todo eso para bajar el nivel de ansiedad a la hora de acostarlos, respirar, ayudarles a hacer respiraciones. Es muy divertido también, ¿no? Ayudar… «Mira, ahora tú que estarás tumbado, vamos a respirar en seis tiempos». Inspiramos en tantos tiempos, exhalamos… Y a medida que van poniendo atención en la respiración, no están pensando en si ha pasado tal cosa o cosas que se imaginan o que les vienen a la mente y que les impiden dormir. Esto también nos pasa a los adultos a veces, que empezamos a pensar en cosas de mañana y no nos podemos relajar. Si nos centramos en la respiración, nuestra mente está ocupada en la respiración, no en otras cosas. Por lo tanto, nos ayuda a relajarnos. Otra cosa que podemos hacer los padres es el tacto. Usar el tacto para relajarles. ¿Cómo? Haciendo masajes. Un lugar que les ayuda muchísimo a bajar revoluciones casi en el acto es masajes en los pies. El pie es la base del cuerpo y el pie ha estado aguantando mucho durante todo el día. Se lo podemos masajear, acariciar. Poco a poco, el niño va sintiendo como una especie de bienestar que le ayuda a relajarse y calmarse.
Para podernos relajar es muy importante tener una cierta conciencia corporal, porque el cuerpo siempre nos ayuda a conectar con cómo estamos. Y a los niños si les transmitimos este conocimiento de autoescucha, cada vez, esto es algo, es una herramienta que la podrán usar tanto como cuando tengan seis años, como cuando tengan 30 y estén nerviosos porque van a coger un avión y les da un poco de miedo coger un avión, el tener propiocepción y un buen autoconocimiento de lo que siento en mi cuerpo. Identificar las tensiones, dónde está la tensión, llevar el aire, lo que respiro, hacia esa tensión, aflojar esa parte, nos va a ayudar muchísimo y les va a ayudar muchísimo a tener más autocontrol y a conocerse mejor para darse eso que necesitan a cada momento, que es, por ejemplo, serenidad si están nerviosos, más seguridad si están miedosos o si están inseguros… Y ayuda a conocerse uno mejor. Y esto siempre es bueno.
Estamos juntos en esto y tu mirada del mundo me es importante también para mí y la tengo presente. Empatizo contigo, me pongo en tus zapatos. Todo eso transmite a los niños que son importantes para nosotros y que, por lo tanto, si son importantes para nosotros, ellos son importantes. De alguna forma, es como: «Si mamá y papá me miran, yo merezco ser mirado, yo valgo esta mirada», ¿no? «Yo soy alguien». Un niño o una niña, lo que a cualquier edad, lo que necesita más es… tienes que imaginártelo como preguntándote: «Mamá, ¿me miras?», «Mamá, ¿me comprendes?», «Mamá, ¿me escuchas?», «Mamá, ¿estás aquí conmigo?». Cuando en sus llamadas de atención, en sus llantos, en sus malestares y en sus agobios, les miramos y les ayudamos, les estamos transmitiendo que ellos son merecedores de nuestra escucha y por lo tanto, si se ven merecedores de nuestro apoyo, de nuestra conexión, sentirán ese estar en el mundo. Ese: «Soy alguien y merezco ser escuchado», y «Soy alguien que tiene sus necesidades» y «Soy alguien que tengo también yo que escucharme a mí». «Y yo que respetarme». Y de esta forma, con este ejercicio, voy a ir introduciendo más autoestima en mí. Y esto no quiere decir ir de sobrado por la vida. No nos confundamos. Una cosa es ser un egocéntrico. Y no estoy hablando de crear seres egocéntricos, sino seres que saben quiénes son y saben el lugar que ocupan en el mundo, que es un lugar legítimo y que son soberanos de su vida. Poder sentir eso como madres y padres, y poder transmitirlo a nuestros hijos, creo que es algo valiosísimo que puede hacer de este mundo un lugar bastante mejor.
Criar a los niños así, criar a los hijos desde este lugar de conciencia, revisándonos, cuestionándonos. Claro que a veces es cansado y dices: «¡Jolín! Una crianza más inconsciente es muchísimo más fácil». Y, mira, te lo tiras a la espalda y vas tirando y con esas frases, ¿no? «Total, siempre se ha hecho así y no hemos salido tan mal». Bueno, yo no tengo tan claro que no hayamos salido tan mal. Tendríamos que verlo. Tampoco tenemos un mundo del que podamos estar muy orgullosos, pero poder criar así para mí, desde el respeto profundo por el ser que tú eres y desde la conciencia de quién soy yo, y de quién eres tú, y del trabajo continuo para crecer juntos, para mí es un acto revolucionario que puede cambiar muchísimas cosas, empezando por nosotros mismos, convirtiéndonos en mejores personas y terminando en nuestros hijos y en que puedan tener un entorno muchísimo más sano a nivel emocional y a nivel de dar la importancia que merece al ser que somos. Ahora se da importancia a lo que hacemos. Adónde vamos. Al exterior. Pero lo más importante, lo esencial, es: ¿quiénes somos?
El ser, si podemos dar esta… transmitir esa información a nuestros hijos a través de nuestro ejemplo, yo creo que es un legado enorme que les dejamos. El respeto no es… el respeto profundo, ¿eh?, y consciente por los demás y por lo que compartimos, a veces brilla por su ausencia y hay innombrables faltas de respeto. Con los niños, muchísimas. El mero hecho de pensar que los niños son faltones, y generalizando, y que nos molestan, y que han venido a tomarnos el pelo, y que lo hace porque es un caprichoso, todo eso son faltas de respeto. Los niños sufren también. Esto me lo dices, hace, yo que sé, cien años, y no sabíamos tantas cosas de los niños como sabemos ahora, de cómo funcionan, de lo que sienten, de cómo funciona su cerebro. Y aun así, aun sabiendo tantas cosas que la ciencia ha investigado y que se han demostrado, a la infancia seguimos tratándola, en general, bastante mal. Y no hace falta. Buscar mucho para encontrar muchísimas otras faltas de respeto que los niños están viendo continuamente: en la televisión, en las tertulias, en la radio, cómo se habla la gente, o en la calle. Esa forma de no saludarse, no decirse adiós, no tratarse con una cierta amabilidad, ¿no? Una cierta amabilidad y compasión. Cuántas veces nuestros hijos no se sorprenden también de: «Uy, cómo se han hablado estas dos personas», o incluso nos lo pueden decir a los adultos, ¿no?
«No quiero que os habléis así papá y tú», o «No quiero que hagáis esto». Porque las faltas de respeto están casi a diario y podríamos, incluso cada día antes de acostarnos, hacer una lista de la cantidad de faltas de respeto que hemos visto en nuestro entorno más inmediato. Pero también a nivel de medios de comunicación, a nivel político, a nivel social, es como que las faltas de respeto, como que cotizan al alza y que el respeto, la amabilidad, la compasión, el ponerme en los zapatos del otro cotizan a la baja. Esto hay que cambiarlo porque si no, el mensaje que damos a nuestros hijos es totalmente erróneo.