Curiosidades meteorológicas de otros planetas
José Miguel Viñas
Curiosidades meteorológicas de otros planetas
José Miguel Viñas
Meteorólogo y divulgador científico
Creando oportunidades
Meteorología: más allá de la predicción del tiempo
José Miguel Viñas Meteorólogo y divulgador científico
La curiosa relación entre la meteorología y la cultura
José Miguel Viñas Meteorólogo y divulgador científico
José Miguel Viñas
¿Por qué la nieve es blanca? ¿Cuántos tipos de nubes hay? ¿Cómo se forman las auroras boreales? ¿Es verdad que, a veces, llueven ranas? Para José Miguel Viñas, “la meteorología es mucho más que la predicción del tiempo, es una ciencia inspiradora y llena de curiosidades”. Viñas es físico del aire y comunicador científico, especialista en Meteorología, cambio climático y temas relacionados. Trabaja como meteorólogo en Meteored, en el portal www.tiempo.com, y es consultor de la OMM (Organización Meteorológica Mundial). Es uno de los fundadores de ACOMET (Asociación de Comunicadores de Meteorología). También es socio de la AME (Asociación Meteorológica Española), de la AEC (Asociación Española de Climatología) y de la AECC (Asociación Española de Comunicación Científica).
Como divulgador en medios de comunicación, destacan sus colaboraciones con RNE en los programas ‘No es un día cualquiera’ y ‘De Pe a Pa’, junto a Pepa Fernández. En televisión, trabajó durante cinco años en Antena 3, formando parte del equipo de Meteorología de los Servicios Informativos. En La 2 (TVE) inició en 2019 una serie de espacios sobre Meteorología en el programa ‘La aventura del saber’ y también es uno de los colaboradores del programa de divulgación científica ‘Órbita Laika’. Responsable de la página web www.divulgameteo.es, escribe regularmente artículos, imparte conferencias y cursos por toda España. Ha publicado hasta la fecha diez libros de divulgación científica y en 2022 recibió el ‘Premio Especial Ecólatras’ de Ecovidrio, por su labor de concienciación sobre los fenómenos meteorológicos y el cambio climático.
Transcripción
A mitad de carrera, tenía que tomar ya decisiones y empecé a pensar que lo que realmente me llenaba era la atmósfera, la meteorología, y me especialicé en Física, se llamaba en mi época, de la Tierra y el Cosmos o Física del Aire. Y claro, yo sobre todo pensaba, pensando en trabajo, en la energía eólica, que estaba en aquellos momentos empezando a despuntar. Sin embargo, y esto es lo que os decía de las casualidades de la vida, estando ya en la especialidad, salió una oferta para estar de becario en una televisión privada, en Antena 3, en el área de meteorología. Nos presentamos allí casi todos los que estábamos en clase, y después de una entrevista y un casting, porque en televisión hay que hacer castings, pues tuve la suerte de poder disfrutar de esos cuatro meses que duró esa beca. Fue mi primer contacto con el mundo de la televisión, de los medios de comunicación. Empecé a saber cómo se cocina un espacio del tiempo en una televisión. Y ya una cosa fue llevando a otra, pues posteriormente empecé mi labor en la radio. Tuve también la inmensa fortuna de empezar a colaborar en un programa que todavía sigue en Radio Nacional, que es «No es un día cualquiera», con Pepa Fernández, y eso me permitió empezar a diversificar mi actividad, porque no únicamente en los medios de comunicación doy la previsión del tiempo, que es lo que uno espera de un meteorólogo o de un físico que está especializado en atmósfera, sino que inicié esa labor de divulgación que he continuado hasta ahora y es, como digo, apasionante, porque me permite conocer y establecer muchas relaciones, muchas veces insospechadas, con multitud de fenómenos meteorológicos y atmosféricos, en nuestra vida cotidiana.
El tiempo nos influye. Ahora estamos hablando muchísimo de cambio climático, que cada vez creo que lo percibimos más de cerca. Vemos que es algo que nos está empezando a afectar ya muy directamente. Pero, al margen del cambio climático, hay multitud de fenómenos meteorológicos que nos influyen y que conocer su origen es apasionante, como os digo. Hay detrás una física, pero hay detrás muchísimas curiosidades. Y como sé que aquí, entre vosotros, hay muchas personas curiosas, yo os invito a que me podáis hacer algunas preguntas para intentar yo dar respuesta a esa curiosidad. Así que adelante, cuando queráis.
Allí estaba Polidori, que le tenía como médico personal. Ahí estaban Mary Shelley y su marido. Claro, fueron a Suiza intentando escapar un poco de ese tiempo, de tanta lluvia, tan frío, tan horroroso, tan desapacible en Inglaterra. Y se encuentran el mismo tiempo en Suiza, en verano, en ese verano que no existió. Imaginaos a Lord Byron y sus amigos dentro de esa casa de verano, sin apenas poder salir a disfrutar del sol, de los paseos en verano. Y no se le ocurrió otra cosa a Lord Byron que decir a sus amigos que escribieran un relato ambientado un poco en ese ambiente tenebroso, un relato de terror. Y cada uno de ellos se puso a escribir. Y ahí surge el personaje de Frankenstein, de Mary Shelley, ahí surge el personaje del vampiro de Polidori, ahí surge la novela gótica, que tuvo luego un recorrido. Es decir, fijaos hasta qué punto un fenómeno volcánico en origen, meteorológico después, influyó en una serie de artistas o, en este caso, novelistas, poetas de esa época. La influencia del volcán Tambora.
Os voy a contar otra pequeña historia de estas influencias también volcánicas. Vamos ahora a finales del siglo XIX, 1883, otra gigantesca erupción volcánica, la del volcán Krakatoa. Una erupción que generó un estruendo que se llegó a escuchar a miles de kilómetros de distancia. Lanzó cenizas hasta casi 80 kilómetros de altitud. Igual, las partículas se extendieron por todo el planeta. Y una de las cosas que provocó esa erupción es que durante los meses e incluso algún año después de ella, los cielos, sobre todo al amanecer y al atardecer, eran particularmente llamativos. Se producían lo que se conoce como «candilazos», cielos encendidos. Las nubes parecía que tenían como fuego, porque esas partículas en el aire hacen que la luz se disperse de diferente manera. El caso es que, hace ya unos cuantos años, unos cuantos científicos publicaron un artículo al hilo del famoso cuadro de Edvard Munch, ‘El grito’, y plantearon la siguiente hipótesis de trabajo: los cielos rojizos que aparecen en ‘El grito’ de Munch son los cielos que generó el volcán Krakatoa y que Edvard Munch vio allí en Noruega, donde él vivía. Es un cuadro que pintó en 1893, diez años después de la famosa erupción, pero Munch en su diario anotó cómo le impresionaron esos cielos sangrantes, llamaba él, en su época de juventud, y para estos científicos quedaron plasmados en ese cuadro icónico de nuestra cultura moderna, en ‘El grito’.
Sin embargo, fijaos en lo que es la ciencia. Años después, en el año 2017, otros científicos plantearon otra hipótesis. Y es que esos cielos de ‘El grito’, esos cielos que aparte de rojos son ondulados, pudieron ser debidos a que Edvard Munch observó unas nubes muy espectaculares que se producen a veces en latitudes altas, en las regiones polares, que son las nubes Estratosféricas, las nubes Nacaradas o Madreperla, por la textura que tienen. Y efectivamente, estos científicos documentaron varios avistamientos de esas nubes, justamente allí en Cristianía, que era como se llamaba entonces Oslo, en la época en la que Munch vivió allí. Por lo tanto, posiblemente… A mí me gusta un poco mezclar las dos teorías científicas. Ese color rojizo de ‘El grito’ de Munch seguramente tiene ahí una influencia volcánica por la erupción del Krakatoa, pero también esa forma ondulada seguramente sea el recuerdo de Munch de ver esas espectaculares nubes Madreperla en los cielos de Noruega. Os acabo de hablar de un cuadro. Hay muchos cuadros que reflejan esa influencia de los cielos, del comportamiento meteorológico.
Os voy a contar también una pequeña historia que está relacionada con el lapislázuli. Es un mineral que se convirtió en la época del Renacimiento en lo que llamaban el «oro azul», porque tenía un precio mayor que el oro. Con ese polvillo de ese mineral, los pintores de esa época generaban el pigmento con el que solían pintar los cielos, porque era un color azul que era realmente espectacular, o los ropajes de algunos nobles o monarcas, o los mantos de las vírgenes. Era el azul perfecto para hacer eso en los cuadros. Pero ¿qué pasaba? Que el lapislázuli únicamente se producía, y hoy en día sigue ocurriendo prácticamente, en unas minas que había únicamente en la zona de la antigua Persia, donde hoy en día se encuentra Irán. Venía por la Ruta de la Seda, llegaba a Italia, a puertos como el de Venecia, y se comercializaba y era carísimo. Los pintores únicamente podían acceder a un poco de ese mineral gracias a los mecenas para los que trabajaban, que les ponían dinero. Entonces, a mí, que me ha interesado desde hace muchos años esa influencia de los cielos en los pintores y cómo lo han reflejado en los cuadros… Me interesé hace años por los famosos cielos de Velázquez, los cielos velazqueños. En los cuadros de Velázquez que tienen cielo veréis que no son cielos totalmente azules, sino que hay muchísimos matices, muchísimos tipos de nubes, grisáceos, blancos, plateados, mezclados con el azul.
Y leí que algún experto en arte comentaba que Velázquez quizá plasmó esos cielos porque, como era tan caro el lapislázuli, no llenaba el cielo de color azul, sino que lo mezclaba con otros colores, con otros óleos, para de alguna manera economizar ese pigmento tan valioso. Bueno, al final, investigando este tema, me di cuenta de que esa hipótesis hacía un poco aguas, porque Velázquez es cierto que utilizó en algunos cuadros lapislázuli, pero también otros pigmentos para hacer el azul. Por lo tanto, la hipótesis que yo defiendo es que Velázquez y otros pintores reflejaron esos cielos en sus cuadros porque realmente los observaron. En la época en la que él pintó esos retratos o ese cuadro de ‘Las lanzas’, era habitual que en Madrid, donde estaba de pintor de la corte, pues viera y observara esos cielos que al final reflejó fielmente en su obra pictórica.
Seguro que os habéis fijado en la forma ramificada que tienen los rayos en el cielo cuando hay una tormenta, lo que se suele llamar las culebrillas. Esas descargas eléctricas tan potentes lo que hacen es buscar, por el medio donde se transmitan, siempre la zona de menor resistencia eléctrica. En el aire, lo que observamos es la ramificación. Pero ¿qué pasa cuando el rayo impacta en el suelo? Pues que es tal la temperatura a la que se calienta el suelo, que suele estar formado por arena, que cristaliza de inmediato y se forma una estructura, inicialmente por debajo de la superficie, que se llama «fulgurita», que es como una especie de raíz. Y es una estructura que al final es pétrea, es sólida. Y también hay un fenómeno muy curioso que se conoce como las figuras de Lichtenberg. Espero que a ninguno de vosotros nunca… No voy a decir que os parta un rayo, sino que un rayo caiga cerca de vosotros, porque es muy peligroso. Pero, si cae a cierta distancia, a lo mejor tenéis la suerte de que salís vivos de esa situación, pero se os quedan en el cuerpo unas marcas muy parecidas a esa ramificación que ocurre en el suelo o que vemos en el aire. Son esas figuras. Al final es una quemadura que tiene esa forma ramificada también, porque en nuestro cuerpo, en nuestra piel también, la corriente eléctrica tiende a buscar una zona de menor resistencia eléctrica. Si al final un rayo te cae demasiado cerca o te cae justamente encima, las probabilidades de salir vivo son realmente muy pequeñas, porque lo normal es que se te pare el corazón, tengas un infarto inmediato y mueras fulminantemente, aparte de carbonizado.
Y por contar alguna otra cosa curiosa de las tormentas, os voy a hablar del relámpago del Catatumbo. En una zona de Venezuela, en el lago Maracaibo, se produce un fenómeno muy curioso, y es que es una de las zonas con mayor actividad tormentosa del mundo. Allí hay casi 200 y pico días al año en los que hay tormentas, y esos días con tormentas muchas horas seguidas están cayendo rayos y produciéndose relámpagos, el resplandor luminoso que generan esas descargas eléctricas. Es una de las zonas que más ozono genera en la Tierra. Porque los rayos… Una de las cosas que hacen esas descargas eléctricas es romper literalmente las moléculas de oxígeno que hay en la atmósfera. Sabéis que la atmósfera está formada sobre todo por nitrógeno y oxígeno. Pues las moléculas de oxígeno las rompe esa descarga eléctrica a miles de grados de temperatura y se libera oxígeno monoatómico que se junta con moléculas y forma ozono. Por eso las tormentas eléctricas tienen ese olor característico, un poco metálico. Ese es el olor del ozono. Bueno, pues en esa zona del lago Maracaibo hay una actividad frenética que se entiende por la manera en la que allí llega aire húmedo, hay metano por las ciénagas y los lagos que hay allí y se genera esa enorme actividad eléctrica.
La forma de las estrellitas de nieve también tiene una historia muy curiosa. En la nieve se da una circunstancia, en el hielo que forma la nieve. El hielo, que como bien sabéis, es la forma o el estado sólido del agua, cristaliza en el sistema hexagonal. Si miráramos un cristal de hielo microscópico con un microscopio, porque no es visible a simple vista, veríamos que ya empiezan a formarse formas hexagonales, como un panal de abejas. Esa estructura, milagrosamente, a medida que va aumentando el tamaño del cristal de hielo, se va manteniendo hasta su forma final. Incluso a veces caen cristales estrellados y hexagonales macroscópicos que podemos llegar a ver. ¿De qué depende la forma final que tenga una estrellita de nieve? Pues principalmente de dos factores. De la temperatura que haya en el ambiente, y en particular donde se forma la nieve, en lo alto de la atmósfera, donde están las nubes, y también del contenido de humedad. Hubo un científico japonés de los años 30 del siglo pasado, es decir, hace casi un siglo, que estudió a fondo esta cuestión y, con un diagrama, llegó a comprender y dio a conocer a la comunidad científica cómo, en función de la humedad y la temperatura, al final lo que se forma es o una placa hexagonal o una estrellita que siempre tiene que tener seis puntas o un múltiplo de seis. Es decir, si veis representada una estrella de nieve con ocho puntas, eso no se da en la naturaleza. Puede darse una de seis o una de doce si se solapan dos, pero nunca ocho, porque la estructura es hexagonal. A veces tiene esa forma dendrítica, a veces tiene forma de placas hexagonales, a veces de columnas también hexagonales. Todo ese conglomerado de hielo se junta y da lugar al final a los copos de nieve. Y, como digo, es uno de los elementos más fascinantes que se pueden formar en la atmósfera, de todos los que pueden precipitar de una nube.
Pero es que hay muchas más formas curiosas de la nieve. Por ejemplo, los llamados «penitentes». Estos son difíciles de ver porque no se forman en cualquier sitio. Se forman sobre todo en zonas de muy alta montaña y donde además las condiciones son muy extremas. Cuando digo alta montaña me refiero a cumbres por encima de los 4.000 metros. Estoy pensando en los Andes, por ejemplo. Estoy pensando en el Himalaya, zonas donde la temperatura suele ser muy baja y donde la humedad del aire también. En esas condiciones habitualmente no nieva, pero de vez en cuando hay nevadas. Se produce una nevada allí. ¿Qué ocurre? Que, a diferencia de una nevada en un sitio como puede ser una zona más baja de montaña o una ciudad, cuando a veces nieva, allí arriba, una vez que se forma la capa de nieve, por sí misma no hay un proceso natural en la atmósfera que vaya haciéndola desaparecer, como ocurre en otros sitios. Es la propia radiación solar la que va perforando de alguna manera, horadando esa nieve, formando huecos y finalmente sublimando algunas zonas y formando una especie de pináculos que se llaman «penitentes» porque nos recuerdan a estos nazarenos que van de procesión en Semana Santa con ese capirote, porque tienen esa forma. Fijaos qué curioso que el primer científico que documentó esa forma tan espectacular de la nieve fue nada menos que Charles Darwin, que os sonará. ¿Por qué? Porque Charles Darwin, en su viaje alrededor del mundo, hizo distintas paradas por distintas zonas de América e hizo una travesía andina, y en una zona muy alta se encontró con esos penitentes y lo documentó y lo dejó escrito en su cuaderno de viaje. Él no entendía en ese momento la razón. Posteriormente se ha podido entender. Además, tienen un tamaño variable, los hay que pueden tener hasta más de un metro de altura y otros son minipenitentes, pequeñitos.
Pero, si esto os parece sorprendente, ¿qué tal si os hablo de la nieve rosa o «nieve sandía»? Se llama así porque el aspecto es parecido a cuando abrís una sandía y ese rojizo muy intenso que a veces tiene la sandía con esa textura. Bueno, ¿cómo se forma la nieve rosa? Es una nieve que adquiere esa tonalidad por la presencia de un alga. En zonas también muy altas de montaña, por encima de 4.000 y pico metros, hay algas que consiguen sobrevivir en ese ambiente tan hostil gracias a que segregan un líquido que las protege de la radiación ultravioleta y que es de color rojo o rosa. De manera que, al final, cuando esa alga eclosiona y se extiende por todo el manto nuboso, tiñe la nieve de ese color. Y, como os podéis imaginar, es espectacular ver nieve de color rosa. Pero existe y es muy interesante. Y hay más formas curiosas de nieve. Se pueden formar bolas de nieve a la orilla del mar o de un lago. A veces en, por ejemplo, los grandes lagos de Estados Unidos, con una situación en la que ha nevado y toda la playa del lago está cubierta de nieve. Las temperaturas muy bajas y el efecto del oleaje, las subidas y bajadas de las olas, generan bolas de nieve que pueden llegar a cubrir una zona muy extensa de la playa. El resultado es espectacular. Imaginaos ir por una playa y todo lleno de bolas de nieve, pero que no ha sido una persona la encargada de hacerlas, sino un proceso natural de las olas y de un ambiente de temperaturas muy bajas.
Y otra forma que se me ocurre también muy curiosa, que puede llegar a formar el hielo en este caso, son una especie de flores. ¿Os imagináis ir por una zona y que todo esté lleno de flores de hielo? Pues es posible también, sobre todo en zonas como los lagos congelados, donde se forma una capa de hielo en el lago, o en el mar, en los mares polares que también en invierno están cubiertos por una capa de un cierto grosor de hielo. ¿Qué pasa? Que ese hielo tiene fisuras y por ahí escapa vapor de agua. Y, como el ambiente exterior es de muchos grados bajo cero, pueden estar a 30 o 40 bajo cero, el vapor de agua escapar por allí se congela de inmediato y se van formando estructuras similares al crecimiento de una estrellita de hielo que forma los copos de nieve. El resultado es espectacular. Una pradera, podemos llamar, encima de una capa de hielo, llena de flores de hielo.
Aparte, la composición es distinta. Tiene en su mayor parte hidrógeno, helio, gases ligeros, no tanto nitrógeno y oxígeno como nuestro planeta. Y, además, Júpiter o Saturno están muy alejados del Sol, de manera que su principal fuente de calor no es externa, solar, sino interna. De hecho, a Júpiter, los astrónomos lo llaman una enana marrón. Se quedó casi al límite de ser una estrella. Por muy poquito no tenemos dos estrellas en el sistema solar, el Sol y Júpiter. Entonces, el centro de Júpiter, el núcleo de Júpiter, sometido a una presión enorme, genera un calor que calienta la atmósfera por debajo. Aquí en la Tierra no es así. Aquí en la Tierra es el Sol el que nos manda la mayor parte de la radiación, el calor. Se calienta la superficie terrestre y ese calor va calentando la atmósfera de abajo arriba. Pero no tenemos una fuente interna potente de calor, salvo el núcleo de la Tierra, pero ahí no llega a calentar la atmósfera. Otras singularidades de esas atmósferas planetarias. Saturno. En Saturno se producen los vientos más veloces de todo el sistema solar. Me diréis. ¿800 kilómetros por hora? ¿1.000 kilómetros por hora? ¿1.200? 2.000 kilómetros por hora. Para que os hagáis una idea, los vientos más intensos que se pueden llegar a registrar aquí en la Tierra son los que generan los tornados más potentes que pueden formarse. Son vientos tan fuertes que no hay instrumento capaz de registrar ese dato. Un tornado fuerte es capaz de lanzar trozos de madera de una valla como proyectiles, como balas. De hecho, en los países, sobre todo Estados Unidos, que tienen muchos tornados, cuando se avisa de que viene un tornado a una población, la gente se mete en un sótano y muchas casas quedan totalmente destruidas porque son de madera. Bueno, pues esos tornados de la Tierra pueden alcanzar rachas de 500 y pico kilómetros por hora, 600 y pico kilómetros por hora. Pero en Saturno, por observaciones de la atmósfera, hay vientos de hasta 2.000 kilómetros por hora.
Y os voy a contar ya una cosa sorprendente de las atmósferas de Júpiter y de Saturno, porque ahí dentro, miles de kilómetros de grosor, se piensa, nadie lo ha podido comprobar ‘in situ’, que llueven diamantes. ¿Os imagináis un planeta donde llueven diamantes? Pues eso ocurre en Júpiter y en Saturno. ¿Por qué? Porque allí dentro las presiones son tan grandes, no son comparables a la presión que tiene la atmósfera terrestre, que el carbono que existe en esas atmósferas es capaz de comprimirse hasta convertirse en diamante, en la forma más dura que existe en la naturaleza. Y se piensa que hay lluvias de diamantes tanto en Júpiter como en Saturno. También hay otra curiosidad: una de las lunas de Saturno es Titán, y Titán es el único satélite natural de todo el sistema solar que también tiene una atmósfera, una atmósfera formada principalmente por nitrógeno y también por metano. Y os voy a dar un dato también muy curioso: el primer astrónomo que dedujo que la pequeña Titán, aunque es un satélite grande, tenía atmósfera, era un astrónomo de aquí, de España. José Comas Solá, hace un siglo, desde el Observatorio Fabra, que está a las faldas de la ciudad de Barcelona, en el Tibidabo, apuntando el telescopio a Saturno, comprobó que cuando una estrella pasaba por el borde de Titán disminuía su intensidad de la luz para volver a aumentar. Y por ese hecho dedujo que Titán, ese pequeño satélite, debía de tener una atmósfera, como finalmente se pudo comprobar.
Así que, como veis, las atmósferas planetarias son una caja de sorpresas. Y tampoco me puedo olvidar de Venus. Es un planeta que en tamaño y en distancia al Sol es similar a la Tierra. Pero Venus, atentos a lo que tiene allí, tiene un efecto invernadero absolutamente brutal. La composición de la atmósfera de Venus tiene un 95 % de CO2. Nosotros en la Tierra estamos ahora empezando a ver los efectos del efecto invernadero, porque han aumentado las emisiones y estamos hablando de 415 o 20 partes por millón de CO2 en el aire. Sin embargo, en Venus, casi todo es CO2. ¿Cuál es el resultado? Que la temperatura en la superficie de Venus es del orden de los 450 o 500 grados Celsius. En tiempos, con una atmósfera muy densa además, se pensaba que, debido a ese efecto invernadero, la superficie de Venus estaba llena de vegetación. Y eso se llegó a especular hace ya muchos años, cuando se consiguió allí posar una primera sonda antes de achicharrarse, porque como podéis comprender, a 500 grados pocos dispositivos pueden resistir mucho tiempo. Se comprobó que era un mundo infernal, todo lo contrario a lo que se podía deducir de una capa gruesa de nubes. En la atmósfera de Venus, por ejemplo, llueve ácido sulfúrico, ácido nítrico. Imaginaos ese ambiente tan hostil que, afortunadamente, no tiene nada que ver con el ambiente que tenemos aquí en la Tierra.
En su último informe, en el 6.º, el IPCC plantea cinco posibles escenarios de emisiones de aquí a finales de siglo. ¿Cuál es nuestro objetivo como sociedad? Esquivar los escenarios peligrosos, esquivar los escenarios de altas o muy altas emisiones. Porque, si al final nos dirigimos a esos escenarios, a mitad de siglo o a final de siglo, no ya solo nosotros, los que estamos aquí ahora, sino los que vienen por detrás, las nuevas generaciones, van a tener que enfrentarse a un mundo hostil, a un mundo en el que los impactos nos van a hacer mucho daño, en el que no va a ser fácil adaptarse a esos cambios. Tenemos que aspirar con un cambio profundo de nuestra sociedad a ir evolucionando hacia los escenarios de bajas o muy bajas emisiones. Aun así, si no se alcanza ese famoso grado y medio a final de siglo, o dos grados, que ya se está planteando a nivel de la comunidad científica, va a seguir habiendo una evolución en el cambio climático, en el calentamiento global, van a seguir subiendo las temperaturas y los impactos van a seguir aumentando. Pero, en esos dos escenarios entre comillas ideales, nos podríamos más o menos ir adaptando sin demasiadas dificultades, aunque es un reto mayúsculo enfrentarnos al cambio climático. Desde luego, si no hacemos nada, si seguimos pasivos, si sigue la inacción climática, los escenarios a los que vamos de cabeza son los de altas o muy altas emisiones. Y a mí, desde luego, ese futuro no me gustaría verlo, porque es un futuro apocalíptico. Es un futuro en el que va a haber mucho sufrimiento. Mucha gente lo va a pasar mal. No todo el mundo igual, pero sobre todo los más vulnerables, países del tercer mundo. E incluso nosotros también vamos a sufrir esos impactos en Europa o en otras zonas del mundo.
El cambio climático tiene, además, el riesgo de que en un momento dado pueda haber, como yo a veces digo, tener una sorpresa, una sorpresa climática, porque cuando hablamos de clima no solamente tenemos que pensar en el comportamiento de la atmósfera, en el que sube la temperatura del aire. No, el clima es algo mucho más complejo, es el resultado de la interacción de distintos sistemas en la naturaleza. La atmósfera, por un lado, todo lo que ocurre en ella. Los océanos, las grandes masas de agua, los hielos, la criosfera, las grandes masas de hielo de la Tierra, la biosfera. A ella pertenecemos nosotros. Formamos parte de ella y el resto del planeta. Hay interacciones entre todos esos sistemas. El que la temperatura del aire esté subiendo y ahora estemos 1,2 grados por encima de la época, de la segunda mitad del siglo XIX no solamente lo vamos a notar o lo estamos notando en que está haciendo más calor en verano o hay más olas de calor. Esa subida de temperatura está provocando una acelerada fusión o derretimiento de los hielos, particularmente en el Ártico. El que haya menos hielo en el Ártico tiene a su vez una influencia en las corrientes oceánicas, los océanos, los mares. Es decir, al estar todo relacionado, al final los impactos se multiplican y pueden surgir sorpresas. Puede haber un momento en el que se cruce una línea y pueda haber un proceso irreversible, e incluso el comportamiento sea distinto al que plantean los modelos climáticos. Por eso es tan importante tomar conciencia de lo que nos jugamos como sociedad, intentar impulsar cada uno de nosotros un cambio en nuestro modo de vida hasta donde lleguemos, generar una presión social para que los gobernantes al final tomen las grandes decisiones necesarias para dirigirnos a un escenario de bajas o muy bajas emisiones. Y ese es el objetivo de cualquiera de nosotros, seamos más jóvenes o menos jóvenes, porque el cambio climático, como digo, está aquí.
Lo que consumimos, alimentación, vestimenta, lo mismo. Todo lo que hacemos, aunque seamos perfectos, entre comillas, tiene una huella de carbono, pero cualquiera puede reducir esa huella con pequeñas acciones. La clave de todo esto es que al final seamos muchas personas haciendo esas pequeñas acciones en la dirección correcta, porque entonces sí, empezará a notarse cómo, de alguna manera, la evolución climática empieza a modularse, porque estamos siendo muchos los que estamos cambiando las formas de hacer las cosas. En nuestra sociedad, lamentablemente, hay muchas cosas que no están bien. Es un mundo que hemos construido, que es insostenible y ahora hay muchos problemas: las materias primas, los combustibles, las fuentes de energía. Todo esto al final no se puede estirar mucho más. Por lo tanto, tiene que empezar a salir de cada uno de nosotros ese pequeño cambio. Y, además, yo creo que va a haber un efecto contagio si somos muchos los que lo empezamos a hacer. Yo el primero. Yo, por mi trabajo, a veces tengo que coger un avión, tengo que ir a sitios lejanos, pero a veces tengo la opción del tren o la opción de ir por carretera y ya empiezo a valorar si me merece la pena coger el avión o no, porque el avión sé que tiene un mayor impacto y una mayor huella de carbono. Bueno, pues ese ejercicio es el que tendríamos que hacer todos en este momento.
Este personaje se interesó por muchas cosas de la naturaleza, y, a raíz de una erupción volcánica, volvemos a hablar de erupciones volcánicas, la del Laki, en el siglo XVIII, los cielos en Europa se volvieron muy raros, muy extraños. Las nubes tenían brillos extraños, colores extraños. Y a ese niño de 12 o 13 años en ese momento le llamó la atención el cielo y empezó a interesarse por las nubes. Empezó a estudiarlas. Intentó entender por qué vemos nubes a veces de una forma, de otra, más altas, más bajas. Y en una conferencia memorable, histórica, en diciembre de 1802, en una sociedad científica en Londres, presentó lo que hoy en día es la base, el armazón, de la Clasificación Internacional de las Nubes, con esos nombres en latín que se siguen manteniendo en su nomenclatura oficial, aunque hablamos de cúmulos, de cirrostratos, de cumulonimbos, en realidad son nombres en latín, aunque los castellanicemos. Pero la nomenclatura oficial de las nubes es en latín y tenemos diez géneros nubosos. No hay más géneros. Eso sí, esos géneros presentan a su vez variedades y especies, y eso hace que se abra en una llave y aparezca toda esa variedad que podemos observar en el cielo. Luke Howard ya definió en esa primera clasificación siete de los diez géneros nubosos. Posteriormente ya se incorporaron los otros tres.
Esos géneros nubosos se diferencian principalmente por la zona de la atmósfera donde se forman, la zona baja, la zona media o la zona alta. En la zona alta, tenemos tres géneros nubosos: los cirros, en latín ‘cirrus’, cirrocúmulos y cirrostratos. En la zona inmediatamente inferior, la intermedia, tenemos altoestratos, altocúmulos, y, a mitad de camino entre las nubes bajas y medias, los nimbostratos. Luego están los estratos y estratocúmulos y unas nubes que son capaces de, desde el nivel bajo, llegar al alto, que son los cúmulos y los cumulonimbos, o las nubes de tormenta. A partir de estos diez géneros nubosos ya pueden aparecer distintas variedades con formas curiosas que están perfectamente catalogadas. En el año 1896, se publica la primera edición del Atlas Internacional de Nubes de la Organización Meteorológica, entonces, Internacional, que es ahora la Organización Meteorológica Mundial, y a partir de ahí han ido saliendo distintas ediciones en las que se han ido incorporando formas nubosas que no estaban bien catalogadas o directamente no aparecían en el atlas. La última edición es del año 2017, y en esa edición ya se han incorporado algunas nubes que estaban bien documentadas observaciones de ellas, pero que sin embargo no aparecían tipificadas o catalogadas en el libro. Es un atlas, como os podéis imaginar, muy completo, porque tiene que abarcar cualquier tipo de nube, con cualquier tipo de causa que la origine y con una descripción precisa, científica, de la razón de ser de esa nube. De manera que, si tú ves una nube en el cielo, puedes ponerle nombres y apellidos a partir de la información que viene en el Atlas Internacional de la OMM.
De toda la variedad nubosa que podemos encontrar en el cielo, hay formas que son particularmente llamativas, que nos llama la atención en cuanto vemos esa nube. Una de ellas, por ejemplo, es una nube accesoria que se llama «mama», que directamente es una colgadura nubosa, de ahí su nombre. ¿Qué ocurre? Que a veces, en la parte alta de una nube de tormenta, de un cumulonimbo que está formado prácticamente de hielo en su totalidad, por los procesos que hay de corrientes ascendentes y descendentes, se llegan a descolgar unas formas redondeadas, que es lo que se llaman «mamas», o en nombre así un poco más formal «mammatus». Y, cuando se observan esas mamas, pues realmente eso nos está indicando que esa tormenta puede ser particularmente intensa. Otro tipo de nube muy llamativa tiene forma de oleaje. En la última edición del Atlas Internacional de Nubes es lo que se conoce como «fluctus». Pero es el resultado de un fenómeno físico bien conocido como inestabilidad de Kelvin-Helmholtz. Esa inestabilidad se produce entre dos fluidos con diferentes características que se desplazan uno con respecto a otro a distintas velocidades. Y eso ocurre muchas veces en la atmósfera, que tenemos dos capas de aire y una de ellas se mueve a una velocidad distinta con respecto a la que está por encima o por debajo, y el resultado de ese movimiento a distintas velocidades es la formación de unos pequeños rulos que dan lugar a una especie de oleaje nuboso, se podría llamar así, y que dura poco tiempo. Puede ser un minuto o dos, y puede a veces tener una forma muy espectacular que inmediatamente identificamos con las olas en la superficie del mar.
Y por fijarme también en alguna nube muy espectacular, las nubes rodillo. Las nubes rodillo son nubes que pueden tener hasta centenares de kilómetros de largo y que se llaman así porque justamente se forman como un rodillo giratorio que constantemente está haciendo el aire subir de abajo arriba, dando vueltas. Hay una nube particularmente llamativa de este tipo que se forma de vez en cuando en la primavera austral, en el norte de Australia, que se llama, o la llaman allí, «the morning glory», «la gloria matutina», y se forma justamente en esa zona porque allí a veces las brisas en esa época del año hacen que se acerque hacia la costa la humedad y se forme el rodillo. Y hasta tal punto es conocida esta nube que la gente que se dedica a hacer vuelo libre, ala delta, pues cuando llega a la época en la que hay posibilidades de que se forme la ‘morning glory’ viaja allí, a Australia, porque cuando la engancha, si se da la casualidad de que se forma, pues puede estar volando horas a merced de esas corrientes ascendentes y descendentes. Aprovechan justo el rodillo para subir, bajar, subir, bajar y desplazarse, a veces, centenares de kilómetros en ella.
Se suele distinguir entre auroras boreales, las del norte, y australes, las del sur, y tienen unos colores muy característicos, que van desde los verdosos hasta los rojizos, en ocasiones amarillentos, azulados. Eso depende del tipo de molécula o átomo con el que se haya encontrado la partícula en particular. Si las que van por encima a partir de los ciento y pico kilómetros se encuentran primero con átomos o moléculas de nitrógeno, aparece una coloración de tono rojizo. Sin embargo, si se va encontrando con oxígeno, las tonalidades pasan a ser de colores verdosos o amarillentos. Es decir, que esos colores de las auroras dependen fundamentalmente de los gases o de los átomos con los que se vaya encontrando ese viento solar. He contado que las auroras polares, por su propio nombre, se forman en los polos, pero no siempre es así, porque el Sol a veces tiene una actividad mayor. Se producen eyecciones de masa coronal, es decir, de la masa exterior a muy alta temperatura que rodea todo el Sol, y esas eyecciones, que podemos visualizar como un gran estornudo, las lanza el Sol en una determinada dirección. Si en esa dirección se encuentra la Tierra, se produce aquí lo que se conoce como una tormenta solar o una tormenta geomagnética, es decir, llega una mayor cantidad de energía y de partículas cargadas energéticamente a la magnetosfera y hay más interacciones en las regiones polares, y las auroras van ganando latitud y van acercándose a latitudes más bajas. Es decir, es posible ver, durante las tormentas geomagnéticas, auroras no solo en las regiones polares, sino también en las latitudes medias de la Tierra, incluso en las grandes tormentas solares.
Y hay un famoso episodio, el episodio Carrington, que ocurrió en el año 1859. Hay documentadas observaciones de auroras de gente que navegaba en barcos por la región ecuatorial, es decir, que se llegaron a ver auroras prácticamente por toda la superficie terrestre. Ese evento Carrington, que afortunadamente no ha vuelto a ocurrir algo parecido, en ese momento se cargó todas las comunicaciones radioeléctricas. Todas las líneas de telégrafos que había en esa época se vinieron abajo en muchas zonas de la Tierra. Si hoy en día ocurriera una tormenta geomagnética de esa magnitud, probablemente nos afectaría al tema de la seguridad energética o incluso al mundo digital, porque al final ya sabéis que todo está interconectado a través de los satélites también. Y todas esas señales radioeléctricas se verían afectadas por ese gran pulso de energía generado por el Sol.
Pero, cuando se empiezan a observar las pinturas que dejaron varios miles de años después, antes de abandonar esa zona, empezamos a ver ya a esos antiguos habitantes con rebaños de ovejas, de vacas. Es decir, se convirtieron en nómadas. No pudieron ya mantenerse ahí porque las condiciones eran cada vez más insostenibles, más extremas. Ya les faltaba el agua para vivir. Y, curiosamente, esos pueblos, estamos hablando de hace 6.000 y pico años, se fueron dirigiendo hacia el este y se encontraron con un gran río, un gran río cuyas orillas eran muy fértiles y donde había inundaciones periódicas. Empezaron a poblar las orillas del río Nilo y allí crearon distintos reinos, hasta que finalmente se unificaron y comenzó la civilización egipcia. Es decir, que el origen de los egipcios, de esa fascinante civilización, fueron unos pueblos nómadas que, a lo largo de un periodo de varios miles de años, terminaron huyendo, alejándose de la zona central del Sáhara, porque se produjo un cambio climático que hizo inhabitable esa región del mundo.
Respecto a los nombres de los huracanes o de los ciclones tropicales en general. Bueno, tiene una larga historia. Si nos remontamos muy atrás, al siglo XVIII o XIX, los huracanes que habitualmente se forman e impactan en el Caribe, en la región caribeña, por Cuba, Puerto Rico, las Antillas, cuando uno de esos huracanes generaba una gran catástrofe, incluso morían muchas personas, se le asignaba el nombre del santo del día, el huracán de san Matías, el huracán de san Carlos, porque era ese el día de la onomástica en el que había ocurrido el desastre. Hubo en la última parte del siglo XIX un meteorólogo inglés afincado en Australia, Clement Wragge se llamaba, que puso de moda poner el nombre de los políticos que le caían mal, australianos, a los huracanes. Y cuando aparecía, porque Australia se ve afectada por los huracanes, uno de esos ciclones, le decía «el huracán Williams» o «el tifón Williams». Y claro, imaginaos cómo se pusieron los políticos australianos cuando veían su nombre asignado a algo que iba a causar destrucción. Digamos que tuvo que recular el meteorólogo inglés, y tampoco se llevaba bien con las mujeres, vaya por Dios. Y entonces se decidió que se empezaran a poner nombres de mujeres a los huracanes. Y así se siguió durante varias décadas, aunque ya asignando un orden alfabético.
Pero hasta que no llegó el movimiento feminista en Estados Unidos en los años 70, la Organización Meteorológica Mundial no decidió que lo razonable era alternar nombres de hombre y de mujer. Pero en los años 40, 50, todos los huracanes tenían nombres de mujeres, por ese meteorólogo que estaba en Australia y que era misógino. Y bueno, pues cada año se confeccionan unas listas de nombres oficiales, 21 nombres. Estas listas las confecciona la Organización Meteorológica Mundial. Todos los huracanes de un año determinado ya están prefijados, y en función de que haya más o menos se va avanzando en la lista. Son nombres alternos de hombre y de mujer y por orden alfabético. Ha habido algunas temporadas con tanta actividad ciclónica en la zona tropical que se han superado los 21 sistemas con nombre, que pueden ser tormentas tropicales o huracanes, y se ha tenido que recurrir a una segunda lista. Durante unos años se usaban letras del alfabeto griego. Es decir, si se llegaba al último nombre de la lista de 21, el siguiente sistema se llamaba alfa, beta, gamma… Pero finalmente, la Organización Meteorológica Mundial lo que ha decidido muy recientemente es tener una segunda lista, también con nombres de hombre y de mujer, por si una temporada es muy activa y se alcanzan o superan los 21 nombres.
Otro fenómeno raro. Por ejemplo, hemos hablado de rayos, rayos dormidos o rayos en general de las tormentas, pero en ocasiones se forman rayos globulares o rayos en bola. Así se llaman, porque se forma una especie de esfera de plasma que, a diferencia de un rayo, que puede impactar rápidamente contra el suelo, evoluciona por la atmósfera, se mueve de manera errática y en un momento dado puede llegar incluso a estallar. Sobre la teoría que sustenta la formación del rayo en bola, hay varias hipótesis más o menos sólidas, pero todavía no existe una teoría perfectamente robusta que explique todos los casos de avistamientos que hay documentados. En algunos de ellos sí que se explica un poco por cómo la electricidad en un momento, la corriente eléctrica, puede, con las líneas de campo eléctrico que hay en la atmósfera, generar una especie de nudos. Y ahí se forma esa bola de plasma que puede evolucionar a merced de las corrientes que haya. En algunos casos, como digo, sí, pero en otros casos que se han documentado bien, no hay una teoría física fuerte que digamos que respalde eso.
Y ya por terminar con rarezas, podemos meter en un mismo saco lo que se conoce como lluvias raras. Las más conocidas o las menos raras dentro de que son raras son las de ranas y peces. Esto, así de entrada, os podrá sorprender, que de vez en cuando puedan llover ranas o peces, pero incluso hay documentadas lluvias… ¿Qué sé yo? De manzanas, de trozos de madera, mil cosas, monedas. Bueno, la causa más común que provoca una lluvia rara es un pequeño tornado o torbellino que en un momento dado se forma o en la superficie del mar o, sobre todo, en un lago o en un estanque, y que tiene la capacidad de succionar una parte importante del agua que hay allí, con toda la fauna que contiene esa agua. Ahí puede haber renacuajos, pequeños peces. El remolino, el tornado, lo succiona hacia arriba, se desplaza en ocasiones kilómetros y se produce a kilómetros de distancia una lluvia de esos pequeños seres vivos. Entonces, es sorprendente estar en un sitio y que de repente caigan pequeños peces o caigan pequeñas ranas. A esas lluvias raras también se las llama lluvias forteanas, porque hubo un personaje a caballo entre los siglos XIX y XX, llamado Charles Fort, que tuvo una obsesión a lo largo de su vida, que era recopilar información, datos de todas esas lluvias que aparecían publicadas en periódicos de la época, en revistas de todo el mundo. Y de ahí que se conozcan lluvias extrañísimas, que incluso no hay una explicación científica para ellas. Y que se puede llegar a pensar que se ha llegado un poco a inflar esa historia. O que la inventiva, digamos, que se dejó llevar un poco en esas crónicas.
Bueno, pues hemos hablado de muchas cosas, de lluvias raras, de muchos fenómenos meteorológicos. No me queda más que daros a todos las gracias por estar aquí. Os invito a que descubráis la meteorología, que es mucho más que la predicción del tiempo que damos los meteorólogos. Hay muchísimas conexiones, cosas curiosas. Yo creo que es una ciencia inspiradora. Y desde aquí, pues lo dicho, os doy las gracias por participar y por haberme hecho estas preguntas tan interesantes. Muchas gracias.