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La capitana de fútbol afgana que cambió su destino

Khalida Popal

La capitana de fútbol afgana que cambió su destino

Khalida Popal

Deportista y fundadora de Girl Power


Creando oportunidades

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Khalida Popal

Khalida Popal nació en Kabul (Afganistán) y, a pesar de las violaciones de derechos humanos impuestas por los talibanes, creció en una familia progresista que impulsó y apoyó su sueño: convertirse en futbolista profesional. Ni los insultos, ni las piedras, ni el acoso impidieron que constituyese y fuera capitana de la primera Selección Nacional Femenina de Afganistán. Un equipo de fútbol que utilizó para dar voz a las mujeres silenciadas de su país y ganar títulos deportivos.
Cuando las amenazas de muerte pusieron en peligro su vida y la de su familia, se vio obligada a huir de Afganistán y vivir como refugiada en Europa. Desde allí contempló con horror la segunda subida al poder de los talibanes en 2021, cuando miles de personas intentaban alcanzar las fronteras y los aviones para escapar de una muerte segura. Entre aquellos que estaban señalados como objetivos de los talibanes se encontraban los miembros de los equipos de fútbol femeninos: niñas, mujeres y sus familias que no sobrevivirían en Afganistán. Popal lideró un equipo internacional de abogados, mediadores y ex jugadores que gestionaron las peticiones de asilo en distintos países. Gracias a este esfuerzo colectivo, a través de la gran familia deportiva mundial, se consiguió salvar la vida de cerca de 300 personas. Hoy, la ex futbolista es la fundadora y directora de la organización Girl Power, una asociación que emplea el deporte para apoyar a refugiados y migrantes, con actividades en toda Europa y Oriente Medio. También colabora con Right to Dream, una academia que ofrece oportunidades en el fútbol y otros deportes a los jóvenes, e imparte conferencias en la FIFA, UEFA, Naciones Unidas y Conferencias de la Paz y Deporte para continuar su mensaje sobre la defensa de los derechos de las mujeres. Esta es la historia de cómo un balón de fútbol y unas botas impulsaron la igualdad en Afganistán.


Transcripción

00:17
Khalida Popal. Hola a todos. Muchas gracias por invitarme. Es un gran placer. Me llamo Khalida Popal, que en mi país se pronuncia «Jalída Popál», muy distinto.

00:30

Nací en Afganistán, un país del que habréis oído hablar mucho, pero actualmente vivo en Dinamarca como refugiada. Soy la antigua capitana y una de las fundadoras de la primera selección nacional femenina en la historia de mi país, aunque también jugué como profesional en Dinamarca. Me retiré por la edad y las lesiones, pero todavía me sigo dedicando al fútbol. He dedicado toda mi vida, o al menos desde la adolescencia hasta ahora, a jugar al fútbol y trabajar en el mundo del deporte. Soy fundadora y directora de la organización Girl Power, una asociación cuya sede está en Dinamarca, pero que tiene actividades en toda Europa y en algunos países de Oriente Medio. También colaboro con Right to Dream, una academia que ofrece oportunidades en el fútbol y otros deportes a muchos jóvenes.

01:46

Hoy he venido a contaros la historia de cómo encontré mi vocación, gracias al fútbol, en un país devastado por la guerra, como es Afganistán. Es el país en el que crecí. Es una zona de guerra. Allí siempre ha habido guerra. No recuerdo otra cosa. Cuando eres una chica adolescente en un país dominado por hombres, te imponen muchas restricciones. Allí no se te permite hacer ciertas cosas o ciertas actividades por cuestiones de género, solo por ser una chica o una mujer. Se hace difícil vivir sin cuestionar las cosas. Me crie en una buena familia, que siempre me dio un gran apoyo, pero salir de mi zona de confort, que era mi familia, y sufrir la discriminación, la opresión, la violencia fuera de esa zona de confort fue muy incómodo para mí cuando era una niña. Y me hacía muchas preguntas. ¿Por qué les pasa esto a las mujeres y a las chicas jóvenes? ¿Por qué hay tantas barreras y obstáculos en la sociedad?

03:18

Una de las cosas que siempre me ha gustado es jugar al fútbol. Siempre jugaba en la calle. Me encantaba jugar al fútbol. Me encantaba salir a la calle, correr tras el balón, con los chicos, con mis hermanos. No tengo hermanas, así que siempre hacía lo que hacían ellos. No me gustaba jugar a las muñecas. Aquella era mi zona de confort, mi felicidad, mi alegría. No pasó mucho tiempo hasta que la sociedad me detuvo y me impidió seguir disfrutando de la alegría y la felicidad de jugar con mis amigos al fútbol, el deporte que amaba tanto. Me decían que mi sitio era la cocina, que era mejor que aprendiera a cocinar, a limpiar, y que tenía que prepararme para ser la sirvienta de mi futuro marido. En la época de mi adolescencia, pude elegir entre rendirme y hacer lo que la comunidad me exigía o decir que no y seguir haciendo lo que me gustaba. Y fue duro. Fue duro luchar contra la comunidad, contra esa mentalidad que dice que mi sitio es la cocina. Para mí, cocinar tiene que ser una elección, no un negocio ni una responsabilidad. No es mi responsabilidad. Solo por ser una mujer o una niña, mi sitio no debe ser la cocina. Eso se tiene que elegir, y no puede ser una cuestión de género. Yo solo entro en una cocina cuando tengo hambre. No me gusta cocinar. Me gusta mucho comer, y solo entro en la cocina cuando hay comida.

La capitana de fútbol afgana que cambió su destino. Khalida Popal
05:21

Me gusta estar al aire libre y jugar al fútbol en la calle. Así es como soy, y así es como era de niña en mi país. Ya no podía seguir jugando con los chicos, con mis amigos, por culpa de la violencia y del acoso al que me vi sometida. Y no solo yo, también los chicos que jugaban al fútbol conmigo. A ellos también les acosaron y les maltrataron. Así que me dije: «Tengo que buscar la manera de seguir disfrutando de este deporte. No voy a rendirme. No voy a hacer lo que ellos me digan». Pero a la vez entendí que era un problema social. Me dije: «Si sigo haciendo lo que me impone la comunidad y la sociedad, esto no cambiará nunca, siempre será así». Llega un momento en el que hay que asumir la responsabilidad y cambiar las cosas. El cambio es posible. La cultura depende de la gente. Si mi cultura me dice que no puedo jugar al fútbol porque soy una chica y porque el fútbol es cosa de hombres, yo puedo cambiar esa cultura. Necesitaba un equipo. Necesitaba que más mujeres se sumaran y me ayudaran a cambiar esa mentalidad.

06:52

Y así es como inicié una campaña, un movimiento, desde mi colegio, aun siendo muy joven, y encontré mi vocación en el fútbol. Me serví del fútbol como instrumento, como plataforma, porque no solo consistía en perseguir el balón y disfrutar del deporte por lo que representa. Quise aprovechar esa fuerza que tiene el fútbol para desafiar al sistema, desafiar el relato sobre las mujeres, y también para visibilizar las dificultades que teníamos como mujeres. Creé una plataforma a la cual podían unirse otras mujeres y niñas, porque una persona sola no puede cambiar nada en su comunidad o en la sociedad, a menos que otras se sumen para hacer frente al sistema. Y eso es lo que hice. Todo empezó con un equipo de niñas en mi colegio, y fue creciendo, a medida que se extendía a otros colegios y organizábamos torneos. Y pese a que nos decían que las mujeres y niñas no podíamos jugar, nosotras jugamos e hicimos historia jugando para la primera selección nacional de mi país, y representamos a Afganistán a nivel internacional. Tuve la suerte y el privilegio de ser la capitana y de defender a mi equipo como defensa. Esa era mi posición.

08:23

El fútbol me ayudó a encontrar mi vocación, a salir de mi zona de confort, a aprender sobre mí misma. Por qué estoy en este planeta, cuál es mi responsabilidad, cuáles son mis fortalezas, qué puedo hacer para inspirar a otras personas y tratar de cambiar el sistema. A raíz de aquello, muchas mujeres y niñas de mi país empezaron a jugar al fútbol, aunque tuvieron que pagar por ello. Después de esta breve introducción, os invito a que me hagáis preguntas sobre lo que queráis saber, y yo os responderé. Gracias por la atención.

09:14
Niña 1. Hola, Khalida. He leído que tu madre y tu abuelo fueron grandes referentes para ti. ¿Podrías hablarnos de ellos?

09:23
Khalida Popal. Gracias por la pregunta. Mi madre fue mi profesora en el colegio. Era profesora de educación física. Y cuando yo le dije: «Quiero formar un equipo y voy a luchar por ello, voy a demostrar que las mujeres podemos jugar al fútbol», ella me dijo: «Muy bien, te voy a ayudar. ¿Qué necesitas?». Yo le dije: «Un balón y unas botas de fútbol. Ayúdame a conseguirlos y apóyame». Y ella me ayudó. En Afganistán, hablar con las familias y hacer que estas entiendan por qué su hija debería practicar cualquier deporte, no solo fútbol, requiere de un gran esfuerzo y de mucho diálogo y comunicación. Como yo era una adolescente, no podía hablar de esos temas, porque no me habrían hecho caso, así que era mi madre quien hablaba. Yo me dedicaba a jugar al fútbol, y ella me ayudaba a convencer a los padres para que dejaran que sus hijas jugaran conmigo.

10:39

Y mi abuelo era feminista. En un país tan dominado por los hombres, él era diferente. Pensaba de otra manera, defendía la idea del empoderamiento femenino. Siempre me decía: «Escucha, no esperes a que un hombre construya tu casa o tus sueños. Construye tus propios sueños, lucha por ellos y conviértete en una mujer independiente. Si necesitas comprar una casa o si tienes que hacer algo en tu vida, no pienses que un hombre va a hacerlo por ti. Tomas las riendas y descubre cómo puedes procurarte una educación y todo lo que necesites para poder cumplir ese sueño. Puedes hacerlo, puedes cumplir tu sueño. Un hombre, o una mujer, puede ser tu compañero, pero no esperes que esa persona tenga la llave para todos tus sueños. No esperes a que llegue un príncipe a caballo y te resuelva todo. Eso pasa en las películas. Si quieres ser una mujer fuerte e independiente, tienes que pensar en ti misma, en cuál es tu sueño y en cómo vas a luchar por él. Piensa en ti misma». Por eso mi abuelo fue mi modelo a seguir. Y también fue un gran activista. Me ayudó a ser quien soy. Soy una mujer fuerte y orgullosa, y estoy feliz y orgullosa de ser mujer.

12:17
Inma. Hola, mi nombre es Inma. Me gustaría saber… Cuando eras pequeña, jugabas al fútbol con otras niñas en Kabul. Y, bueno, mi pregunta es: ¿cómo hiciste para crear tu primer equipo y qué dificultades tuviste? Gracias.

12:33
Khalida Popal. Gracias por la pregunta. Parece que fue ayer cuando empezamos a jugar al fútbol y formamos nuestro primer equipo. No éramos solamente unas cuantas chicas que queríamos jugar al fútbol, sino que había muchos retos a los que nos enfrentábamos como mujeres en la sociedad. Queríamos defender y representar a las mujeres, y aprovechar el deporte para crear conciencia y conseguir que otras mujeres se sumaran a nosotras en aquella iniciativa. El primer reto era hacer frente a las familias, porque venimos de una cultura, de un entorno, de un país, donde ha habido guerra durante mucho tiempo. La guerra destruye la cultura y cambia la forma de pensar. La gente no estaba preparada para ver a las mujeres jugando al fútbol ni siendo activas en la sociedad. El deporte estaba mal visto. El fútbol estaba concebido como un deporte masculino, igual que ocurría en muchos países europeos hace tiempo, y no hace tanto tiempo. Y, a día de hoy, todavía vemos que la gente concibe el fútbol como un deporte masculino, de hombres. Para las mujeres, jugar al fútbol era algo muy conflictivo. La gente nos insultaba, la gente se oponía. Algunas familias impedían que sus hijas jugaran al fútbol. Así que nuestra primera lucha fue en el entorno familiar. Queríamos que las familias entendieran lo que pretendíamos.

14:21

Luego estaba el colegio. No solo teníamos a los hombres en contra, sino también a las mujeres que nos lo querían impedir y que nos decían que eso iba en contra de la religión y de la cultura, que solo las malas mujeres practicaban deporte. Así que teníamos que discutir, armadas de paciencia, para que llegaran a comprender lo que queríamos hacer y por qué queríamos practicar deporte. No se trataba solo de hacer ejercicio, sino también de sensibilizar, de dar visibilidad a las mujeres y de que más mujeres fueran incluidas en la sociedad. Sin embargo, en la calle nos seguían hostigando, porque nos veían en los medios de comunicación. Nosotras dábamos entrevistas en medios de comunicación, y la gente reconocía nuestras caras. Eso nos dejaba en una situación vulnerable frente a la sociedad y, además, éramos una minoría.

15:29

Por ejemplo, sufrimos acoso en la calle, ataques, maltrato… Había gente que nos lanzaba piedras, nos llamaba de todo, nos insultaba por la calle… A veces sufríamos ataques en grupo en los colegios mientras estábamos jugando. Recuerdo una de esas veces, para daros un poco de contexto sobre lo difícil que era para nosotras. Estábamos jugando en el colegio, era en un patio cerrado, y un grupo de hombres atacó a nuestro equipo. Ese balón al que queríamos tanto, ellos nos lo quitaron y lo destrozaron. Nos dijeron que el deporte no era cosa de mujeres, que nuestro sitio era la cocina, que nos fuéramos a casa y que empezáramos a hacer lo que el país esperaba de nosotras. Que la cultura no se cambia. Tuvimos enfrente una gran oposición. Nos lo querían impedir, y nosotras éramos muy jóvenes. Evidentemente, algunas de nosotras teníamos mucho miedo. No fue nada fácil hacer frente a tanta reticencia y seguir adelante, pero nosotras éramos un equipo, un grupo, y teníamos muy clara la meta a la que queríamos llegar, así que quisimos alzar la voz por nuestras hermanas silenciadas y quisimos aprovechar esa plataforma para cambiar la cultura y demostrar el poder de las mujeres. Las mujeres forman parte del país, son la mitad de la población. No íbamos a desaparecer. Esa fue nuestra arma para luchar contra las barreras culturales.

La capitana de fútbol afgana que cambió su destino. Khalida Popal
17:17
Mujer 1. Hola, Khalida. Tú luchaste por crear la primera selección femenina de fútbol de Afganistán, y primero organizasteis ligas entre colegios. ¿Cómo fue la creación de ese equipo? ¿Y qué significó como símbolo de activismo?

17:34
Khalida Popal. Gracias. Cuando emprendimos la iniciativa, empezamos en un colegio, y desde ahí… Aquella iniciativa fue una especie de movimiento a escondidas, así que no podía llamar la atención. Empecé reuniendo a algunas chicas de mi edad y pidiéndoles que se unieran, y después íbamos por las distintas aulas cuando se iba el profesor. Íbamos por las aulas y decíamos: «A tal hora, a las siete o a las cinco de la mañana, antes de las clases, nos encontraremos en tal sitio y jugaremos al fútbol. No habrá ningún hombre por allí. Seremos solo nosotras, solo chicas. Es seguro. Venid con nosotras. Nos veremos allí y os explicaremos lo que queremos hacer. Jugaremos al fútbol, así que venid». Así que fuimos a varios colegios, a varias aulas, para poder formar el equipo. Una vez conseguimos formar un equipo con varias chicas de nuestro colegio, fuimos a otras escuelas . Incluso salíamos de clase para ir a otros colegios. Nos saltábamos clases para ir a los otros centros del barrio, y tratábamos de transmitir el mensaje, para que otras chicas se unieran a nosotras. Nos compramos balones de fútbol, equipaciones deportivas y lo que necesitábamos para entrenar, y todo con nuestro dinero. Luego repartíamos balones entre las chicas para que empezaran a practicar, porque, cuando sacas un balón y empiezas a jugar, siempre viene alguien a dar unos toques.

19:18

Y luego otra, y otra más. Siempre es así, ¿verdad? Queríamos que todas las chicas disfrutaran de aquello. Así que fue un movimiento que empezó en varios colegios, en esos colegios se reunieron equipos, y después fuimos a la federación de fútbol. Discutimos muchísimo con la federación para conseguir que se implicara. Al principio, nos decían: «No queremos ser la vergüenza del país. ¿De qué vais? ¿Es una broma? ¿Mujeres y niñas jugando al fútbol? Menudo chiste. Iros de aquí». Pero no nos rendimos. Volvimos a presentarnos en las oficinas de la federación de fútbol, pero esta vez nos acompañaron algunos de nuestros profesores, como mi madre, que eran parte de la iniciativa. Así que volvimos a la federación de fútbol. Y aquella vez no discutimos sobre feminismo ni sobre activismo, sino sobre la buena imagen que darían a los medios si permitían que las mujeres y niñas jugaran al fútbol. «Pensad en vuestra reputación y en los recursos que obtendréis, no solo para las chicas, sino también para la federación». Hicimos de todo para convencerlos, como cuando un vendedor te dice: «Este producto está hecho y pensado para ti». Y eso hicimos. Les vendimos un producto, que era el fútbol, para que se sumaran a la causa, diciéndoles que era algo bueno para ellos. La gente y los medios hablarán bien de vosotros.

20:51

Y así fue como los convencimos y pusimos en marcha la primera liga, la primera liga nacional, y más tarde logramos que la federación de fútbol nos ayudara a financiar la primera selección nacional. Hay una historia curiosa sobre cómo se formó esa selección. Fueron seleccionadas las mejores jugadoras de la selección, y yo tuve el honor de capitanear el equipo. Nos asignaron una pista de tenis. Dijeron: «Ya tenéis lo que queríais, ya sois una selección nacional y habéis creado vuestra liga, pero no os daremos un campo de fútbol, porque ni siquiera los hombres tienen uno». Nos asignaron una pista de tenis para entrenar, para que luego viajáramos y jugáramos al fútbol representando al país. Nos estaban abocando al fracaso. Así, si fracasábamos, ellos nos podrían decir: «¿Lo veis? Ya os dijimos que sería un fracaso y que nos haríais sentir vergüenza». Pero no nos rendimos. Dijimos: «De acuerdo, esto es solo el comienzo. Seguiremos adelante pase lo que pase. Si eso es todo lo que nos dan, lo vamos a valorar y a defender, pero hay que seguir demostrando lo que valemos». Y eso hicimos. Entrenábamos en la pista de tenis, y viajamos al extranjero para jugar a nivel internacional representando a nuestro país. Fue una larga travesía.

22:38

Evidentemente, no jugábamos como el Barcelona o el Real Madrid. Éramos muy malas jugando, solo perseguíamos el balón, pero lo más importante era representar a las mujeres afganas en la televisión nacional, en nuestro país y también en el extranjero. Eso era lo más importante. Nos sentíamos muy orgullosas. Ese fue mi mejor momento. Vestir la camiseta de la selección, con el escudo en el pecho y escuchar el himno nacional mientras la bandera de mi país ondeaba por nosotras. La sensación era una sensación de victoria. El partido no había empezado y ya sentía que había ganado, porque nos había costado tanto llegar a jugar y luchar por ese escudo, llegar a obtener ese reconocimiento y representar a Afganistán, que ese fue mi mejor momento, y me sentí muy orgullosa de representar a mi país.

23:53
Mujer 2. Hola, Khalida. ¿Qué papel juega el fútbol para ti como empoderamiento de la mujer?

24:00
Khalida Popal. Muchas gracias, es una pregunta muy importante. Todo el mundo sabe que el deporte en general, pero también el fútbol… Y este es un país muy futbolero, además. El fútbol une a la gente, hace que la gente se una en busca de un objetivo común. El fútbol demuestra continuamente que lo importante no es a qué nivel juegas, ni el color de piel o las creencias que tengas. El deporte, y el fútbol en especial, tiene un lenguaje universal, que es el amor. Genera alegría en personas que buscan un objetivo común. Esos valores están más que demostrados. También nos enseña que es un deporte capaz de unir y divertir a sus aficionados, y que, además, promueve la unidad entre personas. A veces no necesitas conocer un lenguaje para comunicarte. Lo único que necesitas es unirte a los demás y seguir el ritmo. Para mí, el fútbol y el deporte son como un baile, son ritmos que entran en tu cuerpo y que hay que saber disfrutar. Como si bailaras música. Ha estado en vanguardia desde hace muchos años. Los valores del deporte, especialmente los del fútbol, nos demuestran que son una plataforma, y que la fuerza de esa plataforma puede usarse para algo bueno.

25:47

Por ejemplo, en mi caso, yo lo usé en Afganistán para promover la igualdad, pero también para concienciar a la gente. Y no solo eso, también me permitió dar voz a mis hermanas silenciadas que vivían oprimidas en el país. Ellas no tenían voz, y nosotras fuimos esa voz. Nosotras aprovechamos esa plataforma. En muchos otros países, el deporte y el fútbol sirven para unir a comunidades divididas. No importan las creencias ni el color de piel. En cuanto empieza el partido, todos animan. Si el deporte es capaz de unir a la gente, ¿por qué no imitamos eso en otros ámbitos? ¿Por qué no podemos seguir ese ejemplo en nuestra vida cotidiana? Es decir, aunque tengamos distintos dioses o distintas creencias, ¿por qué no podemos apoyarnos los unos a los otros? ¿Por qué no podemos establecer lazos comunes, cooperar, luchar por nuestra comunidad y hermanar nuestras comunidades? Y sí, el deporte, en especial el fútbol, me ha ayudado mucho. Me ayudó a formar una comunidad, me ayudó a forjar una identidad, pero también me ayudó a conectar con la gente. Y aquí tenemos un buen ejemplo. Estoy aquí sentada, compartiendo mi historia, viendo muchos rostros amables, y me siento como en casa. Es como si fuéramos un equipo. Estamos aquí sentados, yo estoy compartiendo mi vida con vosotros y me siento cómoda. Esa es la belleza del deporte.

27:34
Niña 2. Hola, Khalida. Me gustaría saber cómo fue vuestro primer partido contra Pakistán y qué significó para vosotras.

27:42
Khalida Popal. Ah, pues tiene gracia. Es un recuerdo muy divertido. Voy a contaros cómo me sentí cuando fui a Pakistán con nuestro equipo. Después de entrenar en nuestra pista de tenis, donde nos preparábamos para los partidos internacionales, jugamos un partido amistoso. Recibimos una invitación de Pakistán, de la liga de Pakistán, para jugar un partido amistoso. Pasamos de entrenar en una pista de tenis a entrenar en un campo de fútbol de verdad. Era precioso, muy verde, enorme. Se hacía raro pasar de nuestra diminuta pista de tenis a un campo de esas dimensiones. Por primera vez, nos dieron botas de fútbol, y fue justo antes de nuestro primer partido. Tuvimos un día para calzarnos y probar aquellas botas, para entrenar y aprender a jugar con ellas, pero también para hacernos a las medidas del campo, para aprender a jugar en aquel campo. Cuando eres una chica adolescente, hay muchas cosas con las que no te sientes cómoda. Quieres que todo sea perfecto, no tienes mucha confianza, y la cosa más insignificante puede hacer que te enfades o te sientas incómoda, incluso cohibida. Así que nos calzamos las botas, saltamos al campo y… Era tan resbaladizo que nos caíamos sin que nadie nos empujara.

29:34

Pasamos mucha vergüenza, y nos reíamos unas de otras. Decíamos: «¿Qué está pasando?». Mirábamos la portería y era tan enorme que decíamos: «Dios mío, ¿cómo vamos a evitar que nos marquen goles?». Y sabíamos bien que, al volver, aquello podría ser el final. El principio y el final de nuestra travesía. Tuvimos muy poco tiempo para entrenar, para acostumbrarnos, para aprender a jugar en aquel campo, para jugar con botas y para evitar que nos marcaran goles. Fue muy divertido. Yo me resbalé muchas veces. Parecíamos zombis caminando con aquellas botas, pero aprendimos rápido y nos fuimos acostumbrando al ritmo, a los movimientos… Aprendimos a jugar en equipo y a mantenernos unidas para evitar que nos marcaran un montón de goles. Perdimos el primer partido que jugamos. Creo que perdimos por cuatro a cero. En el segundo partido, tuvimos más confianza. Ya sabíamos cómo era jugar en ese campo y llevar aquellas botas, y conseguimos jugar más en equipo. Aquel segundo partido acabó en empate. En el tercer partido, marcamos un gol y nos pusimos por delante. Luego volvimos a marcar y ganamos el partido. Al final, sin saber bien cómo, aunque es verdad que hicimos un gran esfuerzo, un gran trabajo en equipo y le pusimos mucha pasión, conseguimos que no fuera un fracaso.

31:22

Nos dijimos: «Lo que haremos como equipo será dar el 100%. Cuando todo esto acabe, y si fracasamos, al menos no nos arrepentiremos de no haber dado el 100%. Tanto si es el primer partido o el último, vamos a jugar al 100%. Hay que aprovechar lo que ya sabemos y lo mucho que vamos a aprender de esta experiencia». Dimos el 100%, jugamos bien y llegamos a la final. Fue toda una experiencia, y así fue como todo cambió para nosotras. La final del torneo se retransmitió en directo en las televisiones nacionales de Afganistán. Muchos medios supieron de nuestra existencia, y se habló mucho de nuestro equipo y de nuestras historias personales. Ganamos aquel torneo y volvimos a nuestro país con la copa. La selección masculina no lo ganó, eso es muy importante decirlo. Nos habían dicho que íbamos a hacer el ridículo, pero volvimos a casa con la copa y con la cabeza bien alta. Llevamos la copa al despacho del presidente del país. Él nos había invitado. Le ofrecimos la copa y le dijimos: «Entrenamos en una diminuta pista de tenis y mire lo que hemos alcanzado. Hemos vuelto con la copa. ¿No cree que nos merecemos un campo de fútbol y un trato respetuoso para seguir mejorando y promoviendo nuestro activismo a través del fútbol? Ese es uno de mis mejores recuerdos, y también de los más divertidos.

La capitana de fútbol afgana que cambió su destino. Khalida Popal
33:19
Manuel. Hola, Khalida. Mi nombre es Manuel y, bueno, en 2011 tuviste que huir de Afganistán por amenazas de muerte. ¿Qué sucedió? ¿Cuál era el contexto? Y, bueno, ¿cómo lo conseguiste y cómo fue vivir de refugiada en el extranjero? Gracias.

33:35
Khalida Popal. Yo empecé mi aventura futbolística en 2002, y en 2011 tuve que exiliarme de mi país. En cierto modo, esa aventura hizo que me convirtiera en una activista. Fue de manera natural, sin saber siquiera lo que era el activismo. Yo sabía cuál era mi vocación, cuál era mi meta, qué quería defender y qué era lo importante para mí, pero yo no sabía nada del activismo. Me convertí en activista a una edad muy temprana. Y la prensa era otro medio a mi alcance para hablar de nuestras dificultades, y también para cuestionar el sistema y los liderazgos en mi país, y eso es muy peligroso. Cuando eres una mujer joven, eres apasionada y tienes una identidad fuerte. Y yo tenía una plataforma, que conlleva una responsabilidad. No podemos ser egoístas. Yo lo pienso así: no puedo ser egoísta. Yo tenía una plataforma y cierta repercusión, pero no podía usarlas para mis propios fines. Creo que esa repercusión y esa plataforma conllevan una responsabilidad. Eso significa que tengo que compartir, actuar y aportar cosas positivas para mi comunidad y para la sociedad en la que vivo. Yo utilicé todo eso como instrumento para mi activismo. Para hablar de corrupción, para hablar de abuso de autoridad, para hablar de cómo se trata a las mujeres en mi país.

35:17

Esos son temas muy peligrosos y muy arriesgados de los que hablar en un país donde imperan las armas, donde impera la autoridad y donde abundan el abuso de poder y la corrupción. Ellos no quieren que una jovencita los desafíe ni los cuestione. A partir de ese momento, mi vida estuvo en peligro. Recibía llamadas de teléfono, mensajes, presiones continuas desde distintos grupos, amenazándome para que parara. De lo contrario, me matarían, o matarían a mi familia. Lo único que sé es que alguien tuvo que pagar el precio para que yo esté donde estoy ahora. Todos los privilegios que hemos obtenido, todo lo que hoy en día tenemos en nuestra vida, no han llegado por arte de magia. Alguien pagó el precio, alguien luchó por ellos. Y yo también quiero hacer algo por la gente de mi país, por las mujeres. Y sé que tendré que pagar el precio. Puede que sea mi vida, o la de mi familia, pero no me rendiré. Si yo no me rindo, mi experiencia puede servir de ejemplo para que muchas chicas jóvenes e incluso las mujeres de mi edad vean que es posible. Tenemos que romper la cadena, y alguien tiene que asumir el riesgo. Y yo asumí ese riesgo. Puse en riesgo mi vida y puse en gran riesgo todo lo que tengo. Mi vida corría un grave peligro, así que no pude seguir viviendo en Afganistán, a causa de los ataques y las amenazas de muerte.

37:16

Quise preservar mi voz y seguir adelante con mi activismo. Por eso era tan importante huir de mi país. Mi país, mi familia, mis seres queridos, mis compañeras de equipo, mi identidad… Eso fue lo más duro. Y, de la noche a la mañana, decidí huir. Si me quedaba allí, no habría sobrevivido. Yo era una chica joven de 22 años. Eso me ocurrió a los 22 años, a punto de cumplir los 23. Cogí mi mochila y metí las pocas cosas que me podía llevar, que eran mi ordenador y una foto de mi equipo. Ni siquiera pude despedirme de mis compañeras. No pude despedirme de nadie. Y me fui de Afganistán. Hui clandestinamente hacia la India. Fui cambiando de sitio. Tenía muchas pesadillas, ansiedad, depresión… Tuve la suerte de que, gracias a la comunidad del deporte, pude llegar hasta Europa como refugiada. Viví en varios países nórdicos. Estuve en Noruega, en un centro de refugiados, y en Dinamarca. Pasé a tener una nueva identidad. Pasé de ser alguien a no ser nadie. Eso es lo que sucede con los refugiados.

39:03

Hay un relato muy negativo en torno a los refugiados. Tú vives angustiada por el pasado, por el drama de lo ocurrido, pero también por el exceso de información. Llegas a una nueva comunidad, a una nueva sociedad. «Los refugiados vienen a quitarnos nuestro trabajo, nuestros hogares, nuestro dinero. Son unos vagos». Y tú dices: «No, no, espera. No quiero quitarte el trabajo, solo quiero sobrevivir y poner mi vida a salvo». Todo eso es un error. Los refugiados no llegamos con esa intención, al menos en mi caso. Y tantas otras historias. Yo tuve la suerte de contar con la fuerza del deporte, sobre todo del fútbol, en el centro de refugiados. Me sirvió para sobrevivir, para combatir la depresión y para ayudar a los demás a superar esos obstáculos que uno afronta como refugiado. Es una situación desconocida, y el futuro es incierto cuando estás en un centro de refugiados. Empezamos a chutar el balón, a correr, a bailar, a jugar, a cantar juntas, a llorar juntas. Así es como conseguimos pasar los días y las noches en el centro de refugiados. La mayor parte del tiempo me sentía como una muñeca, o como un pájaro suspendido en el aire, sin poder posarme en el suelo, sin poder volar, con un futuro incierto por delante. Tampoco sabes si después podrás volver a casa, si podrás volver a tu país ni cuánto tiempo tendrá que pasar. Es como si llega una tormenta y se te lleva solo por querer hacer algo bueno por tu país. Y no sabes qué futuro te espera.

41:12

Sin embargo, me di cuenta de algo, y es que no importa dónde estés. Si tu vocación es servir a la humanidad, si tu vocación es ayudar al prójimo, ver lo mejor de cada persona, ayudarles a llegar a donde quieran llegar, no necesitas estar en un sitio concreto, no necesitas estar en Afganistán, no necesitas estar conectado a la selección nacional ni al fútbol. Tú puedes seguir con tu vocación. Da igual si estás en un centro de refugiados o en cualquier otro lugar. Y así es como conseguí recobrar mi identidad y recobrar mi energía. Nadie puede arrebatarme mi vocación. Nadie chasquea los dedos y te arrebata la identidad. Uno puede perder su trabajo de un día para otro, pero lo más importante es hacerse preguntas. ¿Por qué estoy aquí? Si yo tengo tal aptitud o tal capacidad, ¿qué puedo ofrecer a mi comunidad, a la gente o a mi familia? ¿Qué cosas puedo cambiar? ¿Qué puedo aportar mientras esté aquí? ¿Cuál es el legado que quiero dejar? Y eso es algo que te ayuda a ser feliz. Y yo me considero, a pesar de lo que he vivido, una persona feliz. Claro que me puedo frustrar de vez en cuando, pero en general soy una persona feliz. Durante mi viaje, he tenido el privilegio de aprender muchas cosas, de crecer, de entender por qué estoy aquí y cuál es mi vocación en este planeta.

43:12
Inés. Hola, Khalida. Me llamo Inés. Me gustaría saber si el miedo alguna vez te hizo pensar en dejar el deporte o el activismo.

43:22
Khalida Popal. Muchas gracias por la pregunta. A decir verdad, he pasado miedo muchas veces. He pasado miedo y me he sentido muy sola la mayor parte del tiempo, cada vez que me he enfrentado al peligro y a las dificultades. A veces ni siquiera podía contarles a mis padres qué me pasaba o a qué me enfrentaba, porque tenía miedo de que su amor y su protección me impidieran hacer lo que yo hacía o practicar deporte. Había veces en las que me encerraba en mi habitación, abrazada a la almohada, y me quedaba sentada, llorando con la cara en la almohada, para que nadie supiera lo que me estaba pasando. Y, al día siguiente, me veía preguntándome a mí misma: «¿Por qué hago esto? ¿Lo estoy haciendo por mí o por esa mujer o esa niña a la que sus padres o sus familias han encerrado en su casa y no puede salir? ¿Estoy haciendo esto solamente por mí o también por ella?». Qué pasa si ella me ve en la televisión, se siente inspirada y dice: «Quiero salir, quiero que mi vida cambie». Todas las veces que pensé en rendirme, me hacía esta pregunta: ¿qué me llevó a hacer esto? ¿Por qué lo haces? Y cada vez me imaginaba a una niña, sentada en su habitación, que me estaba esperando. Me sentía responsable. Y esa responsabilidad hacía que no me rindiera.

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En la vida, hay momentos en los que pasas mucho miedo, o en los que te sientes muy cansada. Cuando eso se convierte en una constante, te dices a ti misma: «Déjalo. ¿Por qué haces esto? La gente no entenderá que esto no trata solo de jugar al fútbol en Afganistán con las barreras que existen». En la vida hay muchas cosas que querrías hacer. Y tú sabes que hay que hacerlas. Hay cambios que te gustaría hacer en el colegio, en el trabajo o en tu familia. La gente no te entiende. Y siempre habrá reticencias, porque la gente tiene miedo a cambiar. Los cambios asustan. La gente tiene miedo a cambiar. Por eso, siempre que alguien propone una idea innovadora, la primera respuesta es la reticencia. «No, no es buena idea. No vamos a hacerlo. El colegio es una pequeña comunidad». Pero si tú crees en eso, si lo explicas bien, si compartes tus ideas sobre lo que quieres hacer o sobre las decisiones que quieres tomar en tu vida, si tú crees que estás haciendo lo correcto, si sientes que no va a ser perjudicial para ti ni para los demás, que no es nada malo, sino bueno, si crees en ello, vas a seguir haciéndolo. Está claro que, a lo largo del camino, vas a tener altibajos, porque en este mundo nada se consigue de manera sencilla. Todo tiene un precio y requiere dedicación, esfuerzo, tiempo y un poco de lucha. Si tú quieres conseguir algo bueno, debes luchar por ello. Tienes que dedicarle tu tiempo y tienes que estar comprometida.

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De esta manera, cuando lo consigas, eso será algo precioso, y tú lo sentirás, lo disfrutarás y lo sabrás valorar. Si estáis haciendo algo bueno para vosotros, para vuestra familia o para vuestra comunidad, siempre valdrá la pena. Y cada vez que penséis en rendiros, pensad en por qué empezasteis. Qué os aporta, cómo os sentís por ello. Si trasladamos todo esto al fútbol, puede que un día sientas que eres muy mala jugando al fútbol y que no se te da bien. No se te da bien. Lo intentas por todos los medios, pero ese día no es tu día. Te llega la pelota y la pierdes, no das un pase bien, no te llega ni un balón, el entrenador te grita, te manda al banquillo… Y tú sientes que eres malísima, que no sabes jugar. En ese momento, tú puedes pensar en rendirte o puedes pensar en por qué empezaste a jugar al fútbol, en lo que te hace sentir, en lo que significa para ti, en cómo puedes mejorar. A veces hay mucho ruido a nuestro alrededor, y no me refiero solo al fútbol o al deporte. Escuchamos mucho ruido, y el más peligroso viene de nuestro interior. Es ese que te dice que no eres capaz, que no eres buena, el que te hace desconfiar, el que te da miedo.

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Y convertir todo ese ruido en algo positivo que te ayude está en nuestra mano. Por eso hay que preguntarse por qué lo haces, cómo te sientes por ello, qué te aporta eso a ti y a los demás. Eso es lo que me ayudó a no rendirme y a seguir adelante. Y cada vez que me sentía frustrada y pensaba que esa iba a ser la última vez, entonces me decía: «No, no quiero dejarlo, no voy a parar». Y no me duele reconocerlo, porque es una reacción humana y natural. Cuando te enfrentas a tantas adversidades, te rindes y piensas en dejarlo. «Esto es demasiado, estoy cansada». Yo tuve esa sensación en algún momento, pero luego, cuando pasa ese momento, me pregunto: «¿Voy a dejarlo de verdad o solo lo pienso porque, como en cualquier ser humano, es un comportamiento o una respuesta natural? Sí, es por cansancio, pero no por eso voy a rendirme, porque eso es lo que ellos quieren. Ellos quieren que me rinda, pero no lo voy a hacer. Y voy a demostrarles que soy más fuerte de lo que creen». Y todos somos así. Como seres humanos, somos únicos. Todos tenemos un don y una capacidad. Lo más importante es saber cuál es nuestro don. Yo lo supe en Afganistán, otros lo sabrán en Madrid o en Barcelona, y otros lo sabrán allá donde estén. ¿Cuál es nuestro don o nuestra capacidad? ¿Cómo lo podemos aprovechar? A veces tenemos que bajar el volumen de esa voz interior que nos dice que no valemos, y tenemos que convertirla en algo positivo para poder seguir haciendo lo que hacemos.

La capitana de fútbol afgana que cambió su destino. Khalida Popal
50:45
Almudena. Hola, Khalida. Mi nombre es Almudena, y quería saber, cuando en 2021 se repitió la historia con los talibanes en Afganistán, ¿qué fue lo primero que pensaste y cómo ha afectado a las mujeres y niñas que conoces?

51:00
Khalida Popal. En 2021 se repitió la historia en mi país. Cuando yo tenía ocho años, una organización terrorista, los talibanes, tomaron el mando de Afganistán. Los talibanes son una organización que no quiere que las mujeres trabajen, estudien, sean activas en la sociedad ni hagan nada. Ellos creen que la mujer debería quedarse en casa, que solo tiene que parir niños y cocinar. Esas son las únicas funciones que, según ellos, deberíamos tener las mujeres, porque no tenemos la capacidad de hacer ninguna otra cosa. Cuando yo tenía ocho años y estudiaba segundo de primaria, ellos llegaron al poder y anunciaron públicamente que las mujeres y las niñas no podían salir de casa, ni trabajar ni ser activas en la sociedad. Cerraron los colegios. Mi colegio cerró. Y aquello fue muy triste. Yo tenía ocho años y les preguntaba a mis padres: «¿Por qué no me dejan ir al colegio? ¿Qué va a pasar con mis clases, con mis exámenes, con mis compañeros de clase? ¿Cómo voy a hablar con ellos? ¿Vamos a tener que quedarnos en casa el resto de nuestras vidas?». Una niña de ocho años se hace estas preguntas. Y yo dirigía estas preguntas, sobre todo, a mi abuelo y a mi padre, porque a mi madre tampoco le permitían ir a trabajar.

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Yo sentía que nos estaban castigando. Recuerdo que mi padre y mi abuelo intentaban explicarlo de manera que una niña de ocho años lo entendiera. Me decían: «Verás, esa gente que ha llegado y ha tomado el mando son gente que tiene mucho miedo del poder de las mujeres. Tienen mucho miedo de que las mujeres tengan poder y puedan gobernar el país. Eso quiere decir que, si las mujeres gobernaran el país, ellas nunca permitirían que existiera una organización como la de los talibanes. Y por eso tienen miedo. Tienen miedo del poder que pueden tener las mujeres, porque ellas nunca permitirían algo así». Para darme ánimos, él trataba de explicarme que aquello que pensaban los talibanes no estaba bien, y que las mujeres teníamos poder. Y él siempre me animaba para que siguiera estudiando, para que me formara y pudiera luchar contra ellos. Nosotros éramos refugiados, nos fuimos de Afganistán a Pakistán como refugiados durante muchos años, y regresamos a Afganistán cuando perdieron el control del país. Después, el país mejoró. Mi vida y la vida de otras muchas mujeres cambió. El país no era perfecto, porque aún nos quedaba mucho por hacer, pero al menos estábamos avanzando. En 2021 se repitió la historia, pero esta vez yo no estaba en Afganistán. Yo vivía en un piso bonito, pequeño y acogedor en Dinamarca.

54:38

Yo me despertaba, me tomaba un café e iba leyendo las noticias, pensando en lo que pasaba en Afganistán. Aunque yo ya no vivía en Afganistán, nunca he dejado de trabajar por el fútbol femenino en Afganistán. Yo he seguido trabajando, consiguiendo oportunidades, apoyo y recursos para el fútbol femenino en Afganistán. He seguido implicada. Y leí la noticia de que Afganistán había caído en manos de esta organización terrorista, los talibanes, y se anunció que las mujeres y niñas tenían prohibido ir al colegio, trabajar… Todo se repetía. Pero, esta vez, lo más peligroso fue que ellos iban puerta por puerta identificando a la gente que se había opuesto a ellos. Eso quiere decir que las jugadoras de la selección nacional, las futbolistas, las fundadoras de nuestro equipo y del fútbol femenino, y yo estaba entre esas personas, que sentamos las bases para defender nuestros derechos, para luchar contra esa mentalidad, habíamos luchado contra los talibanes. Por tanto, las jugadoras corrían un grave peligro. Pasé mucho miedo pensando en ellas, pensando en las activistas y las futbolistas que usaron aquella plataforma para defender su identidad.

56:08

Empecé a llamar a las jugadoras de mi equipo con la esperanza de que hubieran huido de Afganistán. Ingenua de mí, esperaba que ellas supieran que los países de Occidente se habían ido del país. Pensaba que ellas lo sabrían, que estarían preparadas y que habrían conseguido salir de Afganistán. Y pasó todo lo contrario. Ellas estaban tan sorprendidas como yo de que, de la noche a la mañana, el país hubiera caído. El enemigo estaba al otro lado de la puerta y no sabían cómo protegerse. Las mujeres se habían quedado solas y corrían un grave peligro. En las llamadas que hice, escuché las voces inocentes de aquellas mujeres, de las futbolistas, llorando y preguntándose: «¿Cómo salvaremos nuestras vidas, qué hacemos para protegernos? Ellos vendrán a por nosotras. Nos encontrarán una a una». Algunas de ellas me decían: «Yo tengo un arma. Antes de que vengan a por mí, me pegaré un tiro». Y yo, que vivía como refugiada en un país como Dinamarca, pensaba en qué podía hacer yo, en cómo podía ayudarlas. Yo no tenía ni el dinero ni los recursos necesarios para sacarlas de Afganistán. Yo ya no vivía en Afganistán. ¿Cómo podía sacar de ahí a esas mujeres? ¿Cómo podía salvarlas? Lo único que podía hacer era pensar, estar sentada y llorar.

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Entonces vi una fotografía mía, no sé quién la publicó, y en la fotografía había una de mis frases: «Soy la voz de quienes no la tienen». Y ahí me dije: «Tengo una plataforma. Puedo usarla». Empecé a publicar y a difundir mis preocupaciones, contando lo que iba a pasar con esas mujeres en Afganistán. A las pocas horas, desde todo el entorno del fútbol y del deporte mundial se formó un equipo. Se formó un gran equipo de abogados, mediadores, exjugadores… Todos se unieron mediante llamadas y correos electrónicos, y nos ayudaron a implicar a los gobiernos para que sacaran a esas chicas de Afganistán. En pocas horas, formamos un gran equipo. Desde Europa, desde Canadá, desde Australia, estuvimos trabajando las 24 horas del día para evacuar a las futbolistas de la selección nacional y a otras futbolistas de Afganistán, para que no cayeran en manos del enemigo. Y yo fui la intermediaria entre el equipo internacional y el equipo de Afganistán. Les animaba para que no se rindieran. Para que no se rindieran y mantuvieran la esperanza, y para que siguieran hablando conmigo por teléfono, hasta que pudiera ofrecerles una solución para poder sacarlas de allí. Yo no paraba de decirles: «No sé cuál es la solución. No sé cómo sacarte de allí, pero lo estoy intentando. Tú no te rindas. Vamos a luchar juntas. Podemos sobrevivir a esto si nos mantenemos unidas».

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Y eso es lo que pasó. En pocos días, conseguimos implicar a los gobiernos. Tuvimos la suerte de que el gobierno de Australia fue el primero en sumarse a la causa, y conseguimos evacuar al primer equipo, a toda la plantilla de la selección nacional, hacia Australia. Las evacuaron hacia Australia con algunos de sus familiares. También pudimos evacuar a los equipos juveniles hacia Reino Unido, Portugal y otros países europeos. Ayudamos a algunas de las antiguas jugadoras, entrenadores y a otras personas que estaban en peligro. Al final, después de semanas y meses pasando las noches en vela, igual que otra mucha gente que me estuvo ayudando, conseguimos ayudar a más de 300 personas. Conseguimos sacarlas del país. Yo siempre digo que ellas se salvaron a sí mismas, que salvaron sus propias vidas. Nosotros simplemente aportamos las herramientas y el material, y estuvimos animando a todos para llevarlo a cabo. Tuvimos la fortuna de contar con la ayuda del mundo del deporte, porque el deporte fue el eje de todo el proceso. Más allá del terreno de juego, fue una cuestión humanitaria en la que todos trabajamos a una y utilizamos nuestra plataforma para salvar vidas humanas. Soy muy feliz porque, a día de hoy, ellas han vuelto a jugar al fútbol, siguen defendiendo sin descanso los derechos de la mujer y luchan por concienciar a la sociedad sobre las mujeres que viven en Afganistán. Siguen luchando por la igualdad y aprovechan la plataforma que tenemos para decirle al mundo, y sobre todo a los talibanes, que no permitiremos que encierren a las mujeres afganas. El fútbol era nuestro medio. Para otros, será el deporte, la música… Hay muchos medios que podemos utilizar para librar una batalla que es justa.

1:02:20
Diego. Hola, Khalida. Mi nombre es Diego y me gustaría preguntarte qué mensaje le transmitirías a las futuras generaciones sobre la importancia de la educación y el deporte. ¿Crees que se podría tener…? ¿O hay esperanza para un futuro mejor?

1:02:34
Khalida Popal. Creo que el deporte y la educación pueden fortalecer la sociedad y unir a la gente, pero también pueden abordar los retos de nuestras comunidades para que juntos encontremos la solución a estos retos. Podemos abordar temas como el medio ambiente, la sostenibilidad, la igualdad de género… O temas como la violencia, el maltrato o el odio. Lo que el deporte y la educación pueden aportar es conciencia. La educación debe ser algo que hay que fomentar para conocernos mejor, para conocer nuestra vocación, saber por qué estamos aquí, en este planeta, saber qué es lo que te importa… Son preguntas que todos deberíamos plantearnos y recordarnos a menudo. ¿Qué es lo que me importa? Cuando sabes que te apasiona algo, como el deporte en mi caso, ¿cómo puedo aprovechar el deporte a nivel personal, disfrutando de él, porque lo primero es disfrutar, para lograr algo bueno para mí y también para mi comunidad? ¿Qué estoy dispuesta a devolverle a la comunidad? ¿De qué manera puedo contribuir en la comunidad en la que vivo? ¿Cómo puedo ser un modelo a seguir en mi comunidad gracias a aquello que me apasiona? Yo pienso que cada persona es una gota en el océano. Todas esas gotas forman el océano. Y así es como se crean los océanos. Todos debemos contribuir en nuestra comunidad, en nuestra sociedad, en nuestra familia, porque, si no cumplimos con nuestra parte, nadie lo hará por nosotros.

1:04:24

Es como un partido de fútbol. La vida y el mundo son como un partido de fútbol. Los once jugadores tienen su responsabilidad. Si un jugador no cumple con su parte, todo se viene abajo. Por eso debemos contribuir en la comunidad, en el mundo. No podemos esperar a que los políticos, los famosos, los activistas… Hay que olvidarse de esas etiquetas. Pregúntate qué es lo que quieres hacer. ¿Te gusta el deporte? ¿La educación? ¿Cómo puedo formarme en algo? Yo veo las noticias sobre los refugiados y percibo mucha negatividad. ¿Cómo puedo conocer lo que vive un refugiado? ¿ Y cómo podría interceder? Debemos tomar decisiones y saber en qué podemos contribuir, cuál es nuestro objetivo, cómo podemos dar ejemplo y defender algo que nos importa a todos. Muchas gracias por invitarme. Ha sido todo un privilegio y uno de los mejores momentos de mi vida. Puedo decirlo alto y claro. Muchas gracias por invitarme. Gracias por la paciencia, por escucharme y participar. Lo he pasado muy bien, así que muchas gracias.