Humboldt, el padre olvidado del ecologismo
Andrea Wulf
Humboldt, el padre olvidado del ecologismo
Andrea Wulf
Historiadora y escritora
Creando oportunidades
“La historia es una ventana a nuestro presente”
Andrea Wulf Historiadora y escritora
Andrea Wulf
Heroínas silenciadas, idealistas, soñadores y visionarios olvidados son el objeto de estudio de la historiadora y escritora Andrea Wulf. Para conocerlos ha leído miles de cartas, recorrido medio mundo e incluso escalado montañas. La ensayista alemana es autora de la multipremiada ‘La invención de la naturaleza’, la excitante biografía de Alexander von Humboldt. “Él nos proporcionó el concepto de naturaleza que da forma a nuestra manera de pensar actual y fue el primero en hablar de cambio climático antropogénico hace más de doscientos años”, asegura Wulf sobre el botánico y polímata alemán.
Andrea Wulf estudió Historia del Diseño en el Royal College of Art de Londres, donde actualmente es profesora. Con su obra inspira y emociona a los lectores, mientras ofrece una comprensión más profunda del mundo que nos rodea. Entre los reconocimientos a su trabajo destacan el prestigioso Royal Society Science Book Award o el Costa Biography Award. La ensayista es también autora de 'Founding Gardeners' y ‘The Brother Gardeners’, ensayos sobre cómo los colonos americanos cambiaron la horticultura; o ‘En busca de Venus: el arte de medir los cielos’, un trabajo en el que indaga cómo los científicos se unieron para medir el universo.
Dotada de magia para la narración científica y con especial sensibilidad para la divulgación, Wulf acaba de publicar 'Magníficos rebeldes: los primeros románticos y la invención del yo'. Un ensayo protagonizado por un grupo de amigos, de hombres y mujeres, que cambiaron nuestra forma de ver el mundo. ”Los jóvenes del Círculo de Jena dieron lugar al Romanticismo y a nuestra comprensión moderna de la libertad”, sentencia.
Transcripción
Siempre me he servido de la historia para entender adónde hemos llegado. Y, para mí, la gente le da vida a la historia. No me interesan las grandes guerras ni las batallas importantes del pasado. Me interesa la historia de la gente: cómo vivieron sus vidas, pero también cómo sus vidas influyeron en su obra. Tenemos tendencia, al menos en Inglaterra y Alemania, a observar a los poetas a través de sus poemas. Yo opino que también hay que analizar su día a día, cómo vivían, cómo amaban, cómo cotilleaban, cómo se peleaban… En el caso de Humboldt, lo que más interesaba era cómo viajó por el mundo, por ejemplo. Cómo llegó hasta América del Sur y cómo trató con los pueblos indígenas. ¿Qué clase de persona era? ¿Cómo era su personalidad? ¿Intimidaba a la gente? ¿Los hacía reír? El nuevo libro es más como una biografía de grupo. Quería estudiar a ese grupo de poetas, pensadores y filósofos rebeldes, y cómo trabajaron juntos. Porque esa puesta en común fue muy importante. No se puede analizar a la gente por separado. Somos seres sociales. Formamos parte de nuestras familias, nuestros grupos de amigos, nuestra sociedad, nuestra comunidad… Había que estudiarlos en su contexto social y poner de relieve lo que pensaban y cómo impactaron en realidad en nuestro presente. Ellos, en concreto, idearon la revolución de la mente, que sigue muy presente hoy en día.
Sigue muy presente en todas partes. Pero la cuestión es por qué es tan importante. A mí me parece importantísimo, si no, no habría escrito dos libros sobre él. Humboldt nos proporcionó el concepto de “naturaleza” que da forma a nuestra forma de pensar actual. A él le debemos la idea de que la naturaleza es un ente interconectado, un organismo vivo y una gran red de vida. También aunó las artes y las ciencias, que me parece importantísimo si pensamos en los debates actuales sobre el cambio climático. Podemos hablar un poco de eso luego. Más tarde, también democratizó el conocimiento. No era un científico apoltronado en su torre de marfil. Escribió libros para el público general. Fue el primero en describir las zonas climáticas y vegetales globales en una época en la que los demás científicos se ceñían a un enfoque estricto de la clasificación. Y avisó de los efectos devastadores del monocultivo, la irrigación y la deforestación. Es el padre olvidado del ecologismo. Avisó hace más de doscientos años sobre el efecto de algunas actividades humanas en el cambio climático. Fue un ser humano bastante extraordinario. No era el típico científico intelectual. Se entregó por completo a la ciencia. Experimentó con su propio cuerpo. Bebió curare, el veneno mortal que usaban los pueblos indígenas en sus dardos. Se frotó químicos en heridas autoinfligidas. Experimentó con anguilas eléctricas, que son unos peces que pueden soltar descargas eléctricas de hasta seiscientos voltios. Era el montañero más experimentado de la época. Su vida es como una historia de aventuras. Esa fue una de las cosas que me atrajo de él.
Quería darles espacio a sus historias de aventuras a la vez que contaba sus logros científicos. Yo no soy científica, soy historiadora. Creo que mis profesores de ciencias se escandalizarían si supiesen que escribo sobre un científico porque se me daban fatal las ciencias en la escuela. Me enamoré de las ciencias a través de personajes como Humboldt, por ejemplo. Logró que me interesase por las ciencias como no lo consiguieron mis profesores. Uno de los motivos es que de pequeños nos meten ya en un cajón. “Eres muy científica, muy matemática, muy racional”. O: “Eres muy creativa, artística”. A mí a los seis años me metieron en el cajón de los artistas. Humboldt para mí fue una inspiración. Fue quien aunó las ciencias y las artes porque era un científico obsesionado con las mediciones. Llevaba cuarenta y dos instrumentos científicos subiendo y bajando los Andes y surcando el Orinoco. Lo medía todo. Pero no se ceñía solo a los datos empíricos. Decía que para entender la naturaleza de verdad hay que usar nuestra imaginación y nuestras emociones. Quería transmitir esa admiración por la naturaleza. Era un gran artista. Cuando volvió, trajo cientos de dibujos y bocetos maravillosos. Entendía la naturaleza también a través de sus dibujos. Y, para mí, fue alguien que abrió una puerta a la naturaleza y las ciencias que atrajo a mucha gente. No solo a los que se les daban bien los números y las fórmulas, sino a mucha gente que tenía un perfil más artístico. Eso me llamó mucho de él y me abrió las puertas al enorme mundo del pensamiento científico.
“Somos parte de la naturaleza, aunque a veces parece que se nos olvida”
Pero también se encontraron con uno de los ecosistemas más ricos del planeta: la selva tropical. A Humboldt le fascinaba todo, así que tomaba nota de animales, insectos, plantas, muchísimas plantas, pero también le fascinaban los pueblos indígenas. Y también tomó nota de sus idiomas. Al contrario que la mayor parte de los europeos, no los consideraba unos salvajes o unos bárbaros. Todo lo contrario. Los consideraba los mejores testigos de la naturaleza. Se comunicó con ellos. Aprendió de ellos. La idea de que la naturaleza es un organismo vivo… Parte de esas ideas ya las tenía cuando llegó a Sudamérica porque ya rondaban un poco en el aire en Alemania, pero creo que después de hablar con los pueblos indígenas que veían a la tierra como Pachamama, como un organismo vivo, todo encajó, y el conocimiento indígena pasó a formar parte de su propio pensamiento. Después de ese viaje tan largo por el Orinoco, que duró setenta y cinco días, volvieron a la costa norte de Venezuela. Cruzaron Venezuela y de ahí se fueron hacia el norte, a Cuba. Volvieron a Cartagena. De Cartagena se fueron a Bogotá, por los Andes hasta Quito, Lima… Y ese tramo del viaje fue muy importante para él. Mientras cruzaban los Andes, subió todos los volcanes accesibles. Estaba obsesionado con los volcanes. Y el colmo de su obsesión era el Chimborazo. Que en aquel momento se creía que era la cima más alta del mundo, con casi seis mil trescientos metros. Bueno, subieron.
Creo que ahora no somos conscientes de lo que les supuso subir. Yo seguí sus pasos, aunque no hasta arriba. Llegué solo hasta los cinco mil metros, pero llevaba buenas botas, no iba cargada con un montón de aparejos científicos. Ellos subieron a través del hielo, la nieve y vientos gélidos con un calzado terrible sin ropa impermeable ni cortavientos. Humboldt paraba cada cien metros, sacaba todos los aparatejos y se ponía a medir cosas. Desde lo azul que era el cielo hasta los componentes químicos del aire, la altitud, la temperatura… Siguieron avanzando a rastras porque cada vez les costaba más respirar. A cinco mil metros de altitud, el oxígeno es muy escaso. Pero siguieron y, de repente, a los cinco mil setecientos metros, se toparon con una grieta enorme. Humboldt se dio cuenta de que no podían cruzarla, así que no lo coronaron, pero nadie había llegado tan arriba como ellos. Ostentaron el récord mundial muchísimos años. Mientras estaba en lo que él creía que era la cima del mundo, vio claramente su visión de la naturaleza. Tuvo una especie de epifanía en el Chimborazo. Se dio cuenta de que muchas de las plantas que había visto mientras pasaba del valle tropical al Chimborazo se parecían a plantas que había visto en otros lugares, en otras cordilleras como los Alpes en Suiza, en los Pirineos en España o en la isla de Tenerife. Y se dio cuenta de que había como un viaje botánico desde los polos al ecuador, o del ecuador a los polos. En ese momento comprendió que la naturaleza es un ente interconectado en el que hay una vegetación global y zonas climáticas. Ahí dibujó su famoso Naturgemälde, el primer borrador, a las faldas de los Andes.
Ese viaje es importantísimo. Luego, de Quito se fue a Lima y durante el camino le fascinó la cultura inca. Volvió con unas ideas sobre esas civilizaciones antiguas muy distintas a las que conocían los europeos. Decía que eran civilizaciones sofisticadas, no bárbaros. Y ya, de Lima se fue a México y se tiró allí un año. Luego, cuando estaba en México, pensó que después de casi cinco años, ya era hora de volver a Europa. Dio un pequeño rodeo para conocer a Thomas Jefferson en Washington y ya volvió en mil ochocientos cuatro a Europa. Cuando Humboldt regresó a Europa, enseguida se convirtió en el centro científico de un montón de investigaciones científicas. Decidió vivir en París porque no había ciudad europea más volcada con la ciencia. Daba conferencias, escribía artículos, libros, iba a encuentros científicos… Empezó a escribir sus grandes publicaciones. En realidad, las escribía para el gran público porque lo importante para él era no escribir solo para los científicos y los especialistas, sino escribir para una audiencia general. Hacía una cosa extraordinaria, y que era muy novedosa entonces, creo que fue el primero en hacerlo: combinó observaciones científicas con descripciones paisajísticas poéticas. Así cautivó a sus lectores. Creo que ese es el anteproyecto de la escritura sobre naturaleza actual. Dedicó las siguientes décadas de su vida a escribir esos libros en los que recopilaba todo lo que había visto en Sudamérica. Hablaba con mucha franqueza del impacto de los seres humanos en la naturaleza porque mientras recorría Sudamérica se dio cuenta de que la humanidad estaba acabando con la naturaleza.
Por ejemplo, en el lago Valencia, en Venezuela, que era una región muy rica y agrícola, vio que los agricultores se habían cargado el bosque. Al profundizar en esa destrucción, se dio cuenta de lo que pasaba y rápidamente describió las funciones de un bosque en un ecosistema. Sin usar la palabra “ecosistema” porque todavía no se había inventado. En sus libros detalla que el bosque tiene la capacidad de almacenar agua, enriquecer la atmósfera con humedad y ayudar a prevenir la erosión del suelo. Lo recalca una y otra vez en sus libros. Por ejemplo, habla de que la pesca incontrolada en Venezuela era tan despiadada que había acabado con la población de ostras. De que el sistema de irrigación en la meseta de Ciudad de México había secado los alrededores. Publicó esas ideas y sus libros se vendieron muchísimo. Se tradujeron a un montón de idiomas. Incluso inspiró a toda una generación de científicos. Eso me interesó mucho cuando escribí el libro sobre Humboldt, “La invención de la naturaleza”, porque no solo quería escribir sobre Humboldt. Nunca lo planteé como una biografía de Humboldt, sino como la biografía de una idea. La idea de la naturaleza como un ente interconectado. En el libro hay ocho minibiografías de gente a la que inspiró. Por ejemplo, John Moore, que en Estados Unidos es como el padre de los parques nacionales. Tomó las ideas de Humboldt sobre la destrucción de los bosques y el impacto que tenían y las convirtió en activismo político. Cosa que Humboldt nunca hizo. Se volvió el padre olvidado del ecologismo casi sin querer. Creo que ese es uno de los grandes impactos que ha tenido en nuestras vidas. Pero también me parece muy importante, como decía, que aunase las artes y las ciencias, y la imaginación. Eso se ve claramente en los libros que escribió en las décadas posteriores de su vida. Murió muy mayor, apenas unos meses antes de cumplir noventa años. Cuando se mudó de París a Berlín a finales de los años mil ochocientos veinte, todos los jóvenes científicos de Europa y América que podían permitírselo pasaban por París, y luego Berlín, para conocer al gran Alexander von Humboldt.
Esa foto se enarbola como el inicio del movimiento ecologista porque fue la primera vez que vimos que estamos juntos en este planeta diminuto. Creo que fue una comprensión fruto del asombro. El mismo asombro que motivó a Humboldt. Para mí, todo vuelve a lo que no paro de repetir: la imaginación forma parte de todo esto, ese asombro. Para mí, Humboldt es un héroe olvidado y merece mucho la pena revisitarlo e inspirarnos en él para la situación actual. No implica que tengamos que aplicar literalmente todo lo que dijo, pero sí considerar que la imaginación puede ser un gran aporte en la ciencia. Para mí, Humboldt es una especie de puente entre la Ilustración y el Romanticismo. Por un lado, tenemos a científicos como Isaac Newton que descubrió que los arcoíris son producto de la refracción de la luz en las gotas de lluvia. Y por el otro, tenemos a poetas románticos como John Keats, que decía que Newton había reducido los arcoíris a una cárcel. Humboldt conecta ambas partes. Es el que aúna las ciencias y las artes. Hoy en día hacemos una división muy clara entre las ciencias y las artes, entre los subjetivo y lo objetivo, entre lo emocional y lo racional… Creo que su enfoque de que también hay que usar la imaginación para entender la naturaleza es algo que falta en el debate actual sobre el cambio climático.
Y a él le viene de ese grupo de jóvenes pensadores rebeldes que viven en Jena. Todos ponen la imaginación en el centro de su pensamiento. No implica que renieguen de la razón, ojo. Esto es muy importante. No digo que todo tenga que depender de las emociones, pero creo que no se tienen en cuenta en el debate actual. Hay científicos y políticos que no paran de bombardearnos con estadísticas, proyecciones y cifras, que son muy importantes, no digo que no, pero echo en falta que se hable de la naturaleza. Porque lo que hicieron los y las jóvenes del Romanticismo fue darnos una explicación filosófica a algo que todos sabemos: la naturaleza puede curarnos, la naturaleza nos consuela, nos da felicidad, la naturaleza apela a algo que no es racional. Creo que necesitamos también poetas, artistas, músicos, escritores para ayudarnos a salir de este lío. Porque hay muchas maneras de convencer a alguien de que haga algo y las cifras y las proyecciones no están surtiendo efecto por su cuenta. Creo que hace falta algo más, y te pongo un par de ejemplos para que veas que no estoy fantaseando. Por ejemplo, hace unos años, en Inglaterra, la BBC produjo un documental llamado “El planeta azul” y, en uno de los episodios, hay una escena en la que un albatros da de comer plástico a su polluelo. Fue una imagen tan impactante que provocó un cambio de ley en Inglaterra. Los supermercados tienen prohibido darte bolsas de plástico, hay que pagarlas. Y ha reducido considerablemente el uso de las bolsas de plástico. Ya sabíamos que el plástico es malísimo, pero el impacto visual de la escena fue lo que más caló. Otro ejemplo es que todos sabemos lo perjudicial que es la producción de carburantes, los combustibles fósiles, para el medioambiente, pero, a veces, la imagen de un pájaro cubierto de petróleo es lo que hace que nos paremos a pensar. Creo que ese enfoque más artístico, creativo, emocional, imaginativo de abordar el tema es clave hoy en día. Para mí, está relacionado directamente con la forma que tenía Humboldt de hacer ciencia. A mí me inspiró mucho porque yo antes pensaba que las artes y las ciencias tenían que ser independientes y él me enseñó que no tienen por qué ir las emociones, la imaginación, las artes y las ciencias cada una por su lado, que pueden unirse. Y no por ello la ciencia pasa a ser esotérica ni errónea.
“Debemos considerar que la imaginación puede ser un gran aporte en la ciencia”
Gracias a eso, la filosofía bajó de la torre de marfil del pensamiento elitista y llegó a las mentes de la gente corriente. Y la gente se dio cuenta de que las palabras tienen muchísimo más poder que los reyes y reinas y las armas. Creo que los filósofos se dieron cuenta de que podían cambiar el mundo porque vieron cómo en Francia estaba surgiendo un estado a partir de una idea. Seguro que fue un momento muy potente. Los amigos de Jena hablaban de ello. De cómo los animó a escribir y a pensar que el arte podría cambiar el mundo. Uno de los puntos claves para mí es la importancia del arte. Todos vivieron la Revolución francesa. Todos apoyaron la Revolución francesa. Pero bajo Robespierre, empezaron a rodar cabezas. A algunos de ellos, a muchos, les aterraban esos excesos de la Revolución francesa. Y Friedrich Schiller escribió un artículo en una de sus revistas literarias donde decía que pensaba que los franceses quizá no eran lo suficientemente maduros para la igualdad y la libertad. Lo explicó como que, si bien la Ilustración, que se había centrado en la razón, la racionalidad y el empirismo, había aportado mucho conocimiento; no había fomentado la capacidad de discernir entre el bien y el mal. Decía que eso solo podía hacerlo el arte. El arte, la estética y la belleza se convirtieron para ellos en la forma de hacer a la gente más madura moralmente. Cuando hablaban de moralidad no se referían a serle fiel a tu cónyuge o en temas de sexualidad, porque en ese aspecto eran todos un poco desmelenados. Para ellos, el arte, la estética y la belleza eran la clave para las sociedades moralmente inmaduras. No solo el arte. La belleza no era solo algo bonito y de adorno, era la clave para una sociedad mejor.