Habilidades fundamentales para una nueva era
Yuval Noah Harari
Habilidades fundamentales para una nueva era
Yuval Noah Harari
Historiador y escritor
Creando oportunidades
La historia de los imparables
Yuval Noah Harari Historiador y escritor
Yuval Noah Harari
Yuval Noah Harari es considerado como uno de los pensadores más influyentes y reconocidos del siglo XXI por su capacidad para articular conceptos complejos y abordar con naturalidad temas trascendentales, convirtiéndose en uno de los intelectuales más destacados de nuestra era. Su enfoque único, que combina la historia, la filosofía y la ética con la investigación científica, se refleja en una prosa cautivadora que desafía las narrativas tradicionales y plantea preguntas profundas sobre la naturaleza humana, la evolución y el futuro de nuestra especie.
Harari ha sido objeto de debates intelectuales en todo el mundo provocando replanteamientos significativos en nuestra sociedad. Para el historiador es decisivo seguir formándose y adaptándose a los cambios porque la única certeza respecto al futuro es que va a haber cada vez más cambios, más grandes y más rápido: “La aptitud más importante es tener la mente abierta y ser capaz de reinventarse una y otra vez a lo largo de la vida. La clave para adaptarse al nuevo mundo es olvidar lo que crees que sabes y decir ‘no lo sé”.
Con una sonrisa “realista” nos recuerda la importancia de la reflexión existencial en nuestra vida cotidiana, donde el tiempo se percibe cada vez como algo más escaso y valioso, y es fundamental que nos tomemos ese tiempo para ser conscientes de las consecuencias de nuestras acciones y decisiones, tanto a nivel individual como colectivo. Un gesto que reconoce tanto nuestro poder como seres humanos para tomar decisiones y actuar, como nuestra responsabilidad de hacerlo de manera ética teniendo en cuenta la cooperación como parte crucial de este cambio. Será solo a través de la cooperación y del trabajo en equipo cuando podremos superar las divisiones y conflictos que nos separan y avanzar hacia un futuro más inclusivo y sostenible para todos: “Nosotros hicimos del mundo lo que es y por lo tanto podemos cambiarlo si cambiamos la historia y cooperamos. Nos enfrentamos a grandes desafíos pero aún tenemos mucho poder para hacerles frente y es nuestra responsabilidad impedir que hagamos estupideces. Hay que ser realista y hacer algo al respecto”.
Aclamado con numerosos premios y reconocimientos por sus valores en las charlas y clases como profesor, así como por su trabajo como historiador y escritor, incluido el Premio Polonsky a la Creatividad y la Originalidad en el Campo de las Humanidades (2012) y el Premio Internacional de la Paz de Cataluña (2019). Harari combina su interés por la historia con una apertura mental para comprender la complejidad de la condición humana y explorar el misterio de nuestra existencia. Su trilogía ‘Sapiens’, ‘Homo Deus’ y ‘21 lecciones del S.XXI’, así como su último libro para jóvenes, ‘Imparables’, tienen un impacto significativo en el campo de la historia y el pensamiento humano, y siguen presentes entre los libros más vendidos del mundo.
Transcripción
No recuerdo qué contó, pero dijeron que había muerto en el hundimiento. No entendía que pudiese verlo hablando si habían dicho que había muerto. Tenía seis años y dos preguntas me asaltaron que aún me intrigan a día de hoy. Fueron las que me motivaron a ser historiador. La primera pregunta es: «¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? ¿Por qué la gente es tan cruel y mala con los demás? ¡Qué manía tienen con tanta guerra y tanto matarse unos a otros!». Y la otra pregunta era: «¿Qué pasa cuando la gente se muere? ¿Qué le pasó al soldado del buque cuando murió y lo enterraron? Ahí estaba yo, viéndolo hablar en la tele, pero estaba muerto. ¿Dónde estaba en realidad?». Esas dos preguntas me llevaron a estudiar Historia, a descubrir cómo llegamos hasta aquí. Porque hay quien que cree que la guerra es parte natural del mundo, que la gente es así. Pero a mí eso no me cuadraba porque toda la gente que yo conocía eran buenas personas.
Querían a sus padres, a sus hijos, les gustaba jugar… ¿Cómo pasan de ser buena gente a declarar guerras y matarse unos a otros? ¿De dónde sale eso? Y con respecto a la otra pregunta, la de qué pasa después de morir, evidentemente, se lo pregunté a mis padres, a mis hermanas mayores, a mis profesores y me contaron cada cuento… Me dio la impresión de que no tenían ni idea. Se inventaron esas historias, o alguien se las inventó, y no sabían qué pasaba en realidad. Durante muchos años me fastidió que los adultos fuesen por la vida preocupándose por la cuenta bancaria, por yo qué sé, o mis notas, pero no por lo que hay después de la muerte. Ni de dónde salían todas esas historias tan locas. Como historiador, sigo indagando en esas dos preguntas: qué da lugar a tantas guerras en el mundo y, en términos más generales, a qué se debe tanto sufrimiento. ¿De dónde viene? Pero también de dónde sacamos esas historias que nos trasmitimos unos a otros. ¿De dónde salen?
¿Son ciertas o alguien se las inventó en algún momento hace miles de años, se las contó a varias personas, que a su vez se la contaron a otras y así hasta que me las contaron a mí? Una última cosa que me gustaría añadir: la Historia no concierne solo el pasado, también el futuro. En realidad, cuando estudiamos la historia, lo que buscamos es entender a la gente, por qué la gente actúa de cierta manera y si pueden actuar de otra. Tengo la esperanza de que, si logramos entender cómo se comporta la gente, podamos aprender a ser mejores. Si tenéis dudas sobre esto o sobre cualquier cosa que os ronde la mente, adelante.
Por otro lado, el otro significado de «imparable» es que tampoco podemos pararnos a nosotros mismos. A menudo, poco importa lo que logremos, no nos vale. No nos satisface. Siempre queremos más. No tenemos límite. Quien tiene un millón dólares, quiere dos. Quien tiene dos, quiere diez. Siempre es así. Un rey que manda sobre un reino pronto quiere conquistar otro. Esa es la razón de que siempre causemos tanto caos y estragos por el mundo, porque no sabemos cuándo parar y cómo quedarnos satisfechos con lo que tenemos. También significa que, aunque seamos los animales más poderosos del planeta, no implica que seamos los más felices. Para ser feliz no hace falta tener poder, basta con estar satisfecho con lo que tienes. Y eso es algo complicadísimo para los seres humanos.
Por eso, durante miles de años, desde la Edad de Piedra, se nos ha dado tan bien ganar más y más poder, volvernos más poderosos, pero nunca se nos ha dado bien convertir ese poder en felicidad. Podemos constatarlo incluso a nivel individual. Pensad en la gente más poderosa del mundo ahora mismo: los líderes políticos, los presidentes, los primeros ministros y los multimillonarios más poderosos no son gente especialmente feliz. Yo considero que esto afecta a toda nuestra especie. No dejamos de inventar cosas nuevas, de crear nuevas herramientas, de explorar sitios nuevos, incluso nuevos planetas, con la esperanza de que lo próximo que creemos, el próximo lugar que conquistemos, por fin nos satisfaga y nos haga felices. Pero nunca llega. Creo que la mayor pega de los humanos del siglo veintiuno es que tenemos tanto poder que no solo podemos acabar con otros animales, sino que corremos el riesgo de acabar con nosotros mismos. Si no encontramos la manera de convertir ese poder en felicidad, si no logramos estar satisfechos con lo que tenemos en lugar de seguir aspirando a cada vez más y más, hay muchas probabilidades de que acabemos con nosotros mismos.
Había una isla en lo que ahora es Indonesia, la isla de Flores, habitada por una especie humana radicalmente distinta. Eran seres humanos muy pequeños, enanos, pero no como en los cuentos de hadas, sino seres humanos pequeños de verdad. Apenas alcanzaban el metro de estatura y pesaban en torno a veinticinco kilos, pero eran seres humanos. Creaban herramientas, sabían hacer fuego, cazaban, cazaban elefantes. Ojo, los elefantes también eran pequeños. En aquella isla había humanos y elefantes enanos. ¿A qué se debía? No era por arte de magia. No había ningún mago ni hechicero agitando una varita mágica y reduciendo a todos los humanos y elefantes de la zona a tamaño enano. Se debió a lo que llamamos evolución. Lo que pasó fue que hubo una época en la que esa isla estaba unida al continente asiático. Entonces, los humanos y elefantes, grandes, que vivían en Asia se desplazaron a esa zona igual que a cualquier otra. Luego, subió el nivel del mar. El nivel de los océanos subió y ese trocito de tierra quedó aislado del continente. Se convirtió en una isla. Varios humanos y elefantes se quedaron atrapados en la isla de Flores. No había mucho que comer en Flores. Así que a los humanos y los elefantes más pequeños, como necesitaban menos sustento, les era más fácil sobrevivir. Solemos dar por hecho que ser grande es una ventaja, pero no es así.
Hay ocasiones en la vida en las que conviene más ser pequeño, y esta era una de ellas porque los de mayor tamaño fueron los primeros en morir. Los pequeños lo sobrellevaron mejor. Así, cuando el hombre más pequeño y la mujer más pequeña tuvieron descendencia, eran niños especialmente pequeños. Lo mismo ocurrió en la siguiente generación. Pongamos que de cada cinco niños, los más grandes necesitaban más comida, como apenas había, morían y los pequeños sobrevivían. Y así, generación tras generación, los pequeños sobrevivieron dando paso a gente cada vez más pequeña. Tampoco había una diferencia abismal. Por cada generación quizá encogían un par de centímetros, pero después de varios miles de años, los humanos grandes se volvieron enanos y los elefantes grandes se convirtieron en elefantes enanos. Y eso es el proceso evolutivo. Esto les pasa a todos los animales. Todos los animales del mundo, todas las plantas, incluso los virus, acordaos del coronavirus, evolucionan. Cambian constantemente. Lo mismo nos ocurre a los humanos, no solo a los de Flores, todos evolucionamos. ¿Por qué ya no existen hoy en día? Esa es una de las grandes preguntas que investigan los historiadores. Parece ser que los llevamos a extinción. Nuestra especie, llamada «Homo sapiens», todos somos «Sapiens», vivíamos en África en la época en la que los humanos enanos vivían en Flores.
Cuando abandonamos África y nos expandimos por el mundo, algunos de los nuestros llegaron a la isla de Flores y en apenas unos miles de años desaparecieron los humanos enanos de Flores. ¿Qué pasó? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Una opción es que nuestros ancestros los matasen. La otra es que nuestros ancestros compitiesen con ellos por la poca comida de la isla. Nuestra especie llegó, cazó a los elefantes enanos, recolectó toda la fruta, no dejaron nada para los humanos enanos y desaparecieron. La cuestión es que ya no existen, por desgracia.
Igual que para construir las pirámides, un templo o una ciudad. Hace falta la cooperación de millones de personas. Cada día de nuestra vida cooperamos con muchísima gente. Quizá no tratemos con millones de personas a diario, pero sí cooperamos con ellas. Al comer, por ejemplo. Pocos de nosotros cultivamos lo que comemos. Muchos no cultivamos en absoluto. Yo no cultivo nada, solo unas plantitas para hacerme mi té de hierbas, pero ya está. Todo lo que como a lo largo del día: el pan, la fruta, el arroz, lo que sea; lo han cultivado otros por mí. Si me fijo en lo que como, a veces viene de la otra punta del mundo. Hay desconocidos en la otra parte del mundo, a miles de kilómetros de mí, cultivando mi comida. Igual con la ropa que llevo. Yo no sé hacerme la ropa. Hay personas que viven a miles de kilómetros y que han hecho la ropa que llevo. Yo no tengo más que ir a la tienda y comprar la ropa y la comida. ¿Cómo lo hago? Con el dinero que gano trabajando en la universidad enseñando a estudiantes o escribiendo libros que luego vendo. Yo no conozco a quienes compran mis libros. A lo sumo conoceré a un par de ellos, pero, aunque no conozca a la mayoría de mis lectores, compran mis libros e invierto ese dinero en comprar comida. Es una cooperación a un nivel inimaginable para cualquier otro animal. Los elefantes serán mucho más grandes que yo, los chimpancés serán mucho más fuertes que yo, pero los chimpancés no pueden cooperar con millones de chimpancés de otros rincones del mundo para cultivar comida o construir naves espaciales para viajar a la Luna.
Ese es nuestro superpoder: nuestra capacidad única de cooperar entre muchos. También cabría preguntarse cómo lo hacemos. Es decir, los chimpancés a veces cooperan, pero solo con chimpancés que conocen. Y no es fácil conocer a muchos chimpancés, igual que tampoco es fácil conocer a mucha gente. Los chimpancés pueden cooperar en pequeños grupos. Cincuenta chimpancés podrían cooperar, pero jamás podrían hacerlo cinco mil. Y cincuenta millones de chimpancés sería directamente imposible. Los humanos lo hacen. En muchos países, como es el caso de España, hay decenas de millones de personas cooperando en un mismo país. La gente paga impuestos para que otra gente del país a la que no han visto en su vida tenga acceso a la sanidad. Das parte de tu dinero y va a un hospital en una ciudad distinta a la tuya. Si alguien enferma, acude al hospital, lo tratan y lo medican. Es una pasada. No conocemos a esa persona, ¿cómo cooperamos con ella? Insisto, si pensamos en el mundo en su conjunto, hoy en día, la cooperación entre humanos está en todas partes. Se coopera en muchas cosas. Hay quienes cultivan comida y quienes la compran en otros países. ¿Qué nos permite hacer eso? La respuesta es la narración de historias. Podemos cooperar con desconocidos y extranjeros como no pueden los chimpancés ni los elefantes porque las personas inventan historias.
Mientras todos creamos la misma historia, no tenemos por qué conocernos para cooperar. Por ejemplo, un deporte como el fútbol se basa en una historia. Vas a un campo de fútbol, ves a otros chavales a los que no habías visto en tu vida y en cinco minutos podéis estar jugando juntos porque todos conocéis la misma historia sobre el fútbol. Si yo pensase que el objetivo en el fútbol es mantener el equilibrio sobre el balón y que quien más aguante sin caerse gana, si pensase que eso es el fútbol, no podría jugar. Todos tenemos que conocer y aceptar la misma historia. Y en la misma línea, ¿cómo es que le compramos comida a desconocidos? Pues porque aceptamos el cuento del dinero. Puede resultar extraño decir que el dinero es un cuento, pero ¿qué es? Si pensáis qué es el dinero, es algo que usamos constantemente, siempre queremos más, o algunos, pero ¿qué es exactamente? Antiguamente, el dinero eran trozos de papel, como los euros y los dólares. Si te paras a pensarlo, es raro que a la gente le guste tanto porque ni se come ni se bebe. Tampoco sirve para vestirse. No puedes hacer nada con él. Ofrécele a un cerdo un maletín con un millón de euros o una manzana. El cerdo siempre va a elegir la manzana. Ningún cerdo elegiría el millón de dólares. ¿Para qué quiere un millón de dólares? La manzana entiende que se la puede comer. Los humanos casi siempre elegirán el millón de dólares porque saben que con un millón de billetes podrías usar uno para comprar una manzana y los otros novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve para otras cosas. Pero ¿por qué le damos valor?
Encima, ahora la mayor parte del dinero ni siquiera es papel. El noventa y pico por ciento del dinero que hay en el mundo no es papel. Solo es información electrónica que fluctúa entre ordenadores. Cada vez menos gente usa dinero en efectivo para comprar cosas. No es más que información pasando de un ordenador a otro. Trabajo un mes para que a final de mes alguien mande información de un ordenador a otro. Y ya está. ¿Por qué funciona? Funciona porque existe una historia sobre el dinero. Los mayores cuentacuentos del mundo son aquellos que cuentan historias sobre el dinero porque es la única historia que se cree todo el mundo. No todos creemos en Dios. No todos creemos en Papá Noel, o lo que sea. Todo el mundo, o casi todo, cree en el dinero. Y no es más que un cuento. Pero si todo el mundo se cree la historia, funciona. Si yo cojo este trozo de papel y se lo doy a una desconocida a la que no he visto en mi vida, a cambio me dará una manzana para que pueda comer. Ahora es el mismo cuento, pero sin trozos de papel. Solo es información digital en un ordenador. Con eso basta. Este trocito de información en el ordenador vale una manzana. Y mientras todo el mundo se lo crea, funciona. A veces, la gente deja de creérselo y entonces hay un problemón. La mayor parte del tiempo, todos nos creemos el cuento y, mientras lo hagamos, funciona. Eso es lo que nos hace más poderosos que los elefantes, que los leones, que los chimpancés y que cualquiera. Podemos cooperar con millones, con miles de millones de personas para construir ciudades, naves espaciales, carreteras, cultivar comida y lo que haga falta porque nos creemos todas esas historias.
También hay sitios donde se han hallado una especie de selfis en grupo en las que varias personas se reunieron y todos pusieron las manos para rociarlas de pintura. Se hicieron un selfi de grupo. Hay una cueva muy famosa en Argentina que se llama la Cueva de las Manos porque hay una pared enorme cubierta con estos selfis rupestres de hace miles y miles de años. Como decía, no sabemos cómo interpretarlos, pero si queréis podéis hacerlos ahora también. Los selfis que os sacáis con el móvil, a saber cuánto perdurarán. Pero si vais a una cueva, cogéis pintura y os la rociáis en la mano, quizá en cuarenta mil años alguien la descubra y sepa algo de vosotros. Lo que sí sabemos a raíz de analizar las distintas huellas, estas manos antiguas, es que muchas de ellas, la mayoría, probablemente, eran de niños y adolescentes. Puede que fuese de esas cosas que a los adultos les parece una ridiculez y una pérdida de tiempo y pintura, pero aquí están, cuarenta mil años después.
También a que siempre intento relacionar esos acontecimientos lejanos del pasado con la vida actual. A mucha gente la historia les resulta aburrida e irrelevante. Piensan que la historia es una lista de reyes muertos que vivieron hace miles de años y lucharon guerras y batallas. «¿A mí qué más me da? ¿Qué tienen que ver conmigo esos reyes?». Yo creo que el propósito de la historia es entender cómo acontecimientos de un pasado muy lejano siguen determinando nuestra forma de vida y nuestros sentimientos en la actualidad. Por ejemplo, cuando era pequeño, a veces me desvelaba en mitad de la noche muerto de miedo por si había un monstruo debajo de mi cama o en la habitación. A veces todavía me pasa. ¿Por qué pasa eso? No es que me pase nada raro. Si a vosotros también os pasa, no os pasa nada raro, es un recuerdo de un pasado muy lejano. Es por nuestra historia. Hace cientos de miles de años, cuando éramos animales, simios de la sabana, había monstruos de verdad que se zampaban a los niños en plena noche. Estabas tan tranquilo durmiendo bajo un árbol un verano en la sabana y un guepardo o un león llegaba y te zampaba. Si cuando oías un ruido, te despertabas y llamabas a tu madre o te subías al árbol o lo que fuera, sobrevivías.
Si no, si seguías durmiendo, el león te zampaba. La gente que sobrevivió fueron los que les tenían miedo a los monstruos en la oscuridad. Era un miedo tan profundo que nuestros cuerpos lo recuerdan. Ahora vivimos en ciudades grandes como Madrid, con ordenadores, aires acondicionados, aviones y supermercados, pero nuestro cuerpo no lo sabe. Nuestro cuerpo sigue pensando que estamos en la sabana africana y que hay monstruos que pueden venir a comernos en mitad de la noche. Por eso, cuando oye un ruido raro, se despierta por si se acerca un león. Hay más aspectos de nuestra vida para los que encontramos explicación en el pasado. Si ibas por la sabana africana hace tantísimos años y te encontrabas una higuera con higos dulces, lo que más te convenía, a ti y a tu cuerpo, era comerte todos los que pudieses tan rápido como te fuera posible. No era tan frecuente dar con una fruta dulce.
Si me como dos higos y digo: «Venga, suficiente. Me vuelvo y mañana vengo a por más», al día siguiente no quedarían porque los babuinos de al lado habrían ido por la noche a comérselos todos. Lo ideal, si querías cuidarte, era comer tantos como pudieras. Y nuestro cuerpo aprende que si te encuentras algo dulce, tienes que comer tanto y tan rápido como puedas. Ahora vives en pleno Madrid en el siglo veintiuno, abres la nevera y te encuentras un dulce. Tu cuerpo no sabe que estás en el Madrid del siglo veintiuno. Tu cuerpo sigue pensando en la sabana africana. «He encontrado fruta dulce, como no me la coma ahora mismo, se la zamparán los babuinos. Mejor me la como ya». No tiene nada de malo. Nuestro cuerpo vivió así durante muchísimos años. En un suspiro hemos pasado de la sabana africana a las grandes metrópolis con neveras, supermercados y dulces. Comprender la historia nos ayuda a entender muchísimos aspectos de nuestra vida y nuestros sentimientos.
Se podría usar la tecnología nuclear para acabar con la humanidad, bombardear ciudades y países enteros. También se puede usar para producir electricidad barata y en grandes cantidades. Ayuda a la humanidad. Los reactores nucleares no te imponen qué hacer con ellos, tú decides. Con la IA es distinto. La IA puede tomar decisiones por su cuenta. Ya toma decisiones no solo con respecto a sí misma, sino sobre nosotros. Se está normalizando que no haya un ser humano decidiendo por nosotros, sino una IA. Insisto, si ves, no sé, un vídeo en YouTube, no es un humano quien decide qué vídeo te va a recomendar después, sino un algoritmo. La decisión la toma una IA. Nunca se había visto nada igual. Es algo que nos quita poder. El otro aspecto en el que la IA representa un cambio respecto a las tecnologías anteriores es que puede crear ideas nuevas por sí misma. La imprenta no podía crear ideas. Alguien escribía un libro, por ejemplo, Cervantes escribió «El Quijote», se llevó a la imprenta y la imprenta lo imprimió. No escribió «El Quijote» por su cuenta. Tampoco puede escribir una reseña de «El Quijote». Hace solo lo que le mandas. Otro ejemplo es la radio. Inventamos la radio. La radio no decide qué retransmitir, si rock and roll, una sinfonía clásica, el discurso de un general o a saber. Nosotros decidimos qué retransmite. La IA puede crear textos, música, cuadros, imágenes y vídeos por sí sola.
Puede que en apenas unos años vivamos en un mundo en el que la mayor parte de las decisiones no las tomen los humanos, en el que las historias no las cuenten los humanos, en el que los cuadros no los pinten los humanos. No tenemos ni idea de las implicaciones de todo esto. Estamos acostumbrados a vivir en un mundo en el que los humanos toman las decisiones y toda nuestra cultura es cultura humana. Esto es algo extraño que no comprendemos. La IA no es mala en sí. Puede tomar buenas decisiones, crear buenas historias y dar buenos resultados, pero lo que hay que comprender es que es la primera vez en la historia que nos están arrebatando el poder y se lo están dando a algo extraño, no como «raro», sino «ajeno a nosotros», pero extraño a fin de cuentas. La IA piensa, toma decisiones, crea cosas de manera radicalmente distinta a los seres humanos. Estamos muy cerca de alcanzar el punto donde dejemos de entender el mundo en el que vivimos porque estará gobernado por una inteligencia extraña que no entendemos y lleno de cosas que no hemos creado. ¿Cuánta gente en el mundo entiende de finanzas? El uno por ciento, siendo generosos. Quizás en veinte años la cantidad de personas que entiendan el sistema financiero, que entiendan de dinero, sea cero. La IA habrá tomado el control no solo en la toma de decisiones. El dinero es un constructo cultural. Nosotros imprimimos los billetes. Nosotros decidimos qué era el dinero electrónico.
Todas las criptomonedas como el Bitcoin son constructos culturales. ¿Qué pasa si la IA inventa nuevas divisas que no entendemos? Seremos como los chimpancés y los elefantes. Tendremos que lidiar con algo que no entendemos y que es mucho más poderoso que nosotros. Y esto no será dentro de miles de años. Esto puede ocurrir de aquí a diez o veinte años. Una vez más, esto sería en el peor de los casos, pero hay que tomar decisiones con cabeza respecto a la IA mientras aún podamos hacerlo porque, como esperemos, decidirá por nosotros.
Por eso solo los chicos podían ir a la escuela, solo los chicos podían ser curas, solo los chicos podían ser políticos, profesores o periodistas. Y eso es una historia que se inventó alguien. No era cierto, evidentemente, pero la gente repitió tanto esa historia que todo el mundo estaba convencido de que así eran las cosas. Hasta hace no mucho, en España mismo, las mujeres no podían ir a la universidad ni votar en las elecciones. Si no me equivoco, todavía no pueden ser curas en la Iglesia. Los adultos aceptaron que así eran las cosas y punto. Dios decía que no pueden, así que no pueden. Pero los jóvenes lo cuestionan. «¿Por qué? ¿Es cierto?». Este último siglo, en muchos países del mundo, España incluido, la gente se ha dado cuenta de que no es cierto. Es una historia de hace siglos, milenios, y no tenemos por qué seguir creyéndonosla. Se acabó el cuento de que los chicos son mejores que las chicas. Las chicas pueden ir a la escuela, a la universidad, ser políticas, profesoras y lo que se propongan. Nuestra sociedad se erige sobre historias que alguien se inventó en algún momento. Algunas de esas historias son buenas y nos ayudan a cooperar, pero otras son tremendamente dañinas. Por eso es bueno que la gente las cuestione. «¿De verdad es así?».
Y cuando se dan cuenta de que es un invento, pueden usar nuestro superpoder de inventar y contar historias para cambiar el relato. Esto ha pasado una y otra vez a lo largo de la historia. A menudo, como decía, los niños son el eslabón más «indefenso» de la sociedad en el sentido de que son los que desconocen las grandes historias. Por eso son quienes las cuestionan y pueden hacer que cambien.
Igual que en el pasado enseñaban a los niños a cuidarse de los leones y los elefantes. ¿Qué pasa si un elefante enfurecido se dirige hacia ti? ¿Qué haces? Era importante saber qué hacer. Hoy en día sería muy raro vernos en esa situación. Si no conocemos una historia, cuando surjan problemas, será muy complicado cambiarla y protegernos.
No sabemos frenarnos. Y ese sería el tercer desafío. Creo que la clave de todos estos desafíos es nuestra habilidad para trabajar en equipo. Si logramos dejar de pelearnos y cooperamos, podremos solucionar los demás problemas. Tenemos poder y conocimiento de sobra para lidiar con el desafío ecológico, para evitar el cambio climático, para salvar al resto de animales, para acabar con la contaminación. Podríamos lograrlo. Incluso en ese aspecto somos imparables. Si nos pusiésemos todos de acuerdo para hacerlo, nada podría detenernos. Lo conseguiríamos. Lo mismo en el caso de la IA, de la inteligencia artificial. Si todos acordásemos trabajar en equipo para tener cuidado con ella, para dictar leyes y normas para evitar que nos pase por encima, también podríamos conseguirlo. Pero no se está haciendo. En lugar de eso, nos estamos peleando cada vez más y más entre nosotros. Creo que ese es el mayor desafío al que nos enfrentamos. Somos nuestro mayor enemigo. Tenemos que descubrir cómo pararnos y aprender a controlarnos. Creo que es un problema que en gran medida surge del superpoder de contar historias.
Es una virtud, sí. Hacemos mucho bien con las historias que contamos. Como lo del fútbol, que comentábamos. Es una historia y es divertido jugar juntos al fútbol. Pero algo terrible que hacemos con las historias es contarnos que somos diferentes a los demás. Cada grupo de gente del mundo tiene una historia que dice no solo que somos distintos a los demás, sino que somos mejores. Somos mejores, superiores y más importantes. Todos nos creemos el ombligo del mundo y que el mundo gira a nuestro alrededor. Por eso no conseguimos cooperar. Pero eso no es cierto. Solo está en nuestra cabeza. Estamos venga a inventarnos historias de que somos mejores que nadie, que somos más importantes, pero solo está en nuestra cabeza. Todos tenemos esa misma historia y todos estamos equivocados. Nadie es mejor que nadie. Nadie es más importante. Tal vez la forma de darse cuenta de ello es dejar las historias a un lado de vez en cuando y centrarse en el cuerpo. Si nos fijamos en el cuerpo, enseguida nos damos cuenta de que todos somos iguales. Nuestros cuerpos no son distintos. A todos nos encanta comer dulces. Todos tenemos que dormir por la noche. Todos nos despertamos asustados en mitad de la noche. Y no solo las personas, también otros animales. Una mofeta, cuando se acerca un zorro, llama a su madre porque todos los mamíferos y las aves, al menos de pequeños, dependen de sus padres.
La conexión entre hijos y padres no se la inventó ninguna cultura humana. Viene de hace muchísimo tiempo, mucho antes de que hubiese humanos en el mundo. Tenemos que recordar esas cosas. Vale que tenemos distintos idiomas y religiones, pero eso es reciente. Todas las naciones del mundo, que si los españoles, los franceses, los rusos, los ucranianos, los chinos, son todas de los últimos cinco mil años. Si nos remontamos cinco mil años en el tiempo, no había cristianos ni judíos ni musulmanes ni rusos ni ucranianos ni chinos. Es todo de los últimos cinco mil años, y eso no es nada. Parece una barbaridad de tiempo, cinco mil años, pero lleva habiendo humanos en el planeta millones de años. Y lleva habiendo animales en el mundo cientos de millones de años. Si buscamos en lo más profundo de nuestro interior, descubrimos que hay muchas más similitudes entre todos, incluso con los animales, que diferencias. Si nos lo recordamos lo suficiente, con suerte, las historias de nuestra cabeza dejarán de enfrentarnos unos a otros. Entonces podremos lidiar con la IA y con el problema ecológico. Tenemos los recursos para ello.
Centrarnos en una aptitud en concreto sería muy arriesgado. Hace unos años, se oía mucho lo de que lo más importante era enseñar a los jóvenes a programar porque los ordenadores eran lo más importante del siglo veintiuno. «Siempre harán falta programadores. Es buen sector. Enseñad a los niños a programar». Ahora, la IA de última generación ya sabe programar y mejora a pasos agigantados. Puede que en veinte años tampoco hagan falta programadores ya. Al menos, programadores humanos. Quizá harán falta cosas totalmente distintas. No sabemos cuáles. Enseñarle a los jóvenes un conjunto de aptitudes muy específicas es una pésima idea. Hay que inculcarles la importancia de seguir formándose y adaptándose a los cambios a lo largo de la vida. La única certeza respecto al futuro es que va a haber cada vez más cambios más grandes y más rápidos. A lo largo de la historia, nuestra vida se había dividido, a grandes rasgos, en dos etapas. En la primera parte de la vida, principalmente aprendías. Aprendías cómo funciona el mundo y adquirías aptitudes básicas. En la segunda parte de la vida, principalmente trabajabas. Entendedme, siempre se aprende algo nuevo, pero los conocimientos básicos del mundo, las nociones básicas para ser campesino, eso se adquiría de joven, y de adulto, de mayor, aplicabas lo que habías aprendido en la juventud. Eso se acabó. Ahora, lo que aprendiste en la juventud, cuando llegas a los treinta o los cincuenta, ya no sirve. El mundo es radicalmente distinto. Hay que reaprenderlo todo.
Es más, la clave para adaptarse al nuevo mundo es olvidar. Tienes que ser capaz de olvidar lo que crees que sabes porque lo que crees que sabes a menudo interrumpe y dificulta que aprendas cosas nuevas. Quizá tengas incluso que reaprender a andar y a ver. Antes, de bebé aprendías a andar y a ver y hasta que morías esa era tu forma de andar y ver, ¿qué cambiaba? Ahora, gracias a la creación de nuevos mundos virtuales, pasaremos cada vez más y más tiempo en la realidad virtual. Y las leyes de la física en la realidad virtual podrían ser distintas. Caminas de otra forma, ves de otra forma. Por eso, quizás a los veinte, a los cincuenta o a los sesenta, te toque reaprender a andar en un mundo distinto. Y eso es impredecible. Por eso hay que centrarse en inculcarles a los jóvenes que hay que seguir aprendiendo y adaptarse al cambio a lo largo de la vida y a tener la mente abierta. Probablemente, la aptitud más importante sea ser flexible, ser capaz de reinventarse una y otra vez a lo largo de la vida. Para eso, es crucial ser capaz de desprenderse de tus ideas, ser capaz de decir: «No lo sé». No es nada fácil porque, en la escuela y en la universidad, cuando alguien dice que no sabe algo, le ponen mala nota. Pero la capacidad de decir «no lo sé» requiere mucha honestidad y valentía.
El primer paso hacia el conocimiento es reconocer que no sabemos algo. Si finges saberlo, nunca aprenderás nada nuevo. Y eso es muy importante ahora, pero siempre lo ha sido. La ciencia se basa en la ignorancia. Lo que inventó la ciencia moderna no fue un descubrimiento de un conocimiento en Geografía o Astronomía, de Copérnico o Darwin, no. La gran revolución científica que dio lugar a la ciencia moderna fue el descubrimiento de la ignorancia. Durante miles de años, la gente pensó que lo sabía todo. Pensaban que un libro sagrado o un ser sagrado o lo que fuese tenía la respuesta de todo. «No hace falta aprender nada nuevo, ya lo sabemos todo». La ciencia empezó cuando algunos humanos reconocieron que no lo sabían todo. «No existe libro en el mundo que tenga respuesta para todo. No hay nadie en el mundo que sea omnisciente. Y ahora que tenemos la valentía y la honestidad de reconocer nuestra ignorancia, podemos ponernos a investigar». Eso es la ciencia.
Si andásemos cambiando todas las historias cada dos por tres, la sociedad colapsaría. Es como con el fútbol. Si cada uno tuviese una idea distinta de lo que es jugar al fútbol y la cambiase cada día, nadie podría jugar. Creo que el fútbol es un gran modelo de cómo puede funcionar el mundo en su conjunto. Porque necesitamos países, tribus y grupos propios, pero también hace falta que se pongan de acuerdo en algunas cosas y cooperen entre ellos. La gente coopera porque acepta la misma historia de base, las mismas reglas básicas del juego. Si los españoles tuviesen unas normas para el fútbol y los franceses, otras distintas, no podrían jugar juntos. Me parece que es un buen modelo a extrapolar a gran escala en todo el mundo. Sí, pertenecemos a familias, países y religiones distintas, y está bien. Vosotros pagáis vuestros impuestos al gobierno de España o al de Argentina o al de México para que la gente de vuestro país tenga la mejor sanidad y educación. Pero al mismo tiempo tenemos y acordamos normas e historias comunes a todos los seres humanos que nos permiten lidiar con los problemas comunes y globales, ya sean epidemias o el auge de la inteligencia artificial. La pandemia del COVID-19 amenazó al mundo entero.
Los países intercambiaban información sobre cómo lidiar con ello. Si un país desarrollaba un medicamento o una vacuna que protegiese a las personas, también se beneficiaban el resto de países. Creo que ese debería ser nuestro modelo: que convivan nuestras historias nacionales locales propias con las grandes historias que ayudan a personas del mundo entero a cooperar por un objetivo común.
Cada uno debemos hacer hasta donde nos permitan nuestro poder y nuestros conocimientos. Con suerte, juntos sabremos aplicar con sabiduría el poder de la humanidad para crear un mundo mejor, no solo para todos los humanos, sino para todos los habitantes del planeta Tierra. Muchas gracias por escucharme y por estar aquí. Suerte.