Fotografía: el poder de los pequeños gritos
Isabel Muñoz
Fotografía: el poder de los pequeños gritos
Isabel Muñoz
Fotógrafa
Creando oportunidades
“Historia que no se cuenta, historia que no existe”
Isabel Muñoz Fotógrafa
Isabel Muñoz
“La fotografía cuenta historias y habla de sentimientos. He querido tratar el sufrimiento ajeno con mucha dignidad y mucho respeto, porque, para mí, el acto de fotografiar es un acto de amor”. La fotógrafa Isabel Muñoz lleva décadas retratando el atlas humano que nos rodea, acompañando el dolor ajeno y buscando el sentido a lo que hacemos. Desde sus primeros pasos en la Escuela Photocentro de Madrid y posteriores estudios en Estados Unidos, ha recorrido el mundo a través de las emociones, con imágenes icónicas de danza, artes marciales, tribus ancestrales y urbanas, en busca de los orígenes y la comprensión del comportamiento humano.
Su trabajo sobre “La Bestia”, el tren de inmigrantes que cruza la frontera entre México y Estados Unidos, su serie sobre el tráfico y esclavitud infantil en países asiáticos y su denuncia fotográfica sobre la violencia ejercida contra mujeres y niños en la República Democrática del Congo, en colaboración con Caddy Adzuba, son algunos ejemplos del poder transformador de la fotografía.
En los últimos años, su trabajo lanza un mensaje de concienciación medioambiental, tanto en sus fotografías sobre la contaminación del mar, como en su experimentación técnica con la impresión en “coralotipias” y “nacarotipias”. La obra de Isabel Muñoz ha recorrido el mundo a través de numerosas exposiciones y forma parte de colecciones museísticas permanentes, como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la Fundación Canal, ambas en Madrid, el Contemporary Arts Museum de Houston o la Maison Européenne de la Photographie de París. Ha recibido, entre otros galardones, varios World Press Photo y PHotoEspaña, Medalla al Mérito de las Bellas Artes 2009 y Premio Nacional de Fotografía 2016. En 2022 se convirtió en la primera fotógrafa nombrada miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Transcripción
Bueno, gracias. Gracias a todos. Me llamo Isabel Muñoz. Soy fotógrafa. Muchas veces pienso que soy contadora de historias. La fotografía cuenta historias. Nací en Barcelona y muy joven me vine a Madrid por amor. El amor se acabó, pero mi amor por Madrid sigue ahí. Y tuve dos gemelos maravillosos. Y cuando ya tenían una edad, tenían cinco o seis años, ya podían ir a la guardería, al colegio, pensé: «Ahora, Isabel, es cuando te vas a dedicar a hacer lo que en ese momento no pudiste hacer». Y estuve dudando entre las exactas, la matemática y la fotografía. Y son de esas decisiones que te da la vida y que aciertas, porque habría sido una pésima matemática. Soy un desastre, vamos, no puedo ni con los sudokus.
Y, sin embargo, la fotografía no ha dejado de regalarme, de darme… Y, de hecho, es mi vida. O sea, que fue una decisión importante. Siempre pensé que había empezado esa pasión, que se ha convertido en mi vida, a los 13 años, porque mi abuelo, que era valenciano, y mi abuela, también, en Navidad y cuando era nuestro cumpleaños y santo, porque en aquella época se celebraba el santo, nos hacían regalos, y a los regalos los llamaban «estrenas». Entonces, era dinerito que yo iba guardando. Y a los 13 años, cuando ya tuve el dinero que necesitaba, me compré una Instamatic. Pero analizando un poco sobre mi vida, me he dado cuenta de que no, de que yo empecé a hacer fotos, como sigo haciendo ahora, sin cámara, mucho antes.
Yo me acuerdo de que, cuando era muy pequeña, me gustaba pasar desapercibida y observar. Cuando eres pequeña y no te ven, de alguna manera, los personajes se abandonan. Y me gustaba observar miradas de amor, miradas de…, a veces, de envidia; la parte oscura de la vida. Y es algo que sigo haciendo. De hecho, yo no llevo siempre una cámara. Y luego, pensando en de dónde vienen tus inspiraciones, también me di cuenta de que fue a través del cine, porque yo vivía en un… Bueno, dormía en un cuarto cuya pared daba a un cine. Entonces, yo me he criado, en la primera parte de mi juventud, oyendo películas y poniéndoles imágenes.
Yo creo que eso me ha ayudado mucho en esa forma de ver, de crear y de soñar. En aquella época no había televisión, por ejemplo, y, de repente, venían mis padres, a lo mejor, con una cosa que se llamaba View-Master, que era como un aparato que tú ibas pasando e ibas viendo imágenes. Por otro lado, siempre me han gustado las historias, o sea, que ahora, poderlas contar… Me acuerdo de que era pequeña y, cuando venía mi abuela, me sentaba delante de ella y le decía: «Abuela, cuéntame, cuéntame cosas de la guerra». Y al día siguiente, venía y le volvía a decir lo mismo, y era la misma historia, pero es lo mismo que hacen mis nietos y que hicieron mis hijos cuando les gustaba una película y la repetían muchísimas veces. Y mi primera pasión, aparte de retratar, ha sido el ser humano. Siempre, desde muy pequeña, me ha interesado el ser humano: de dónde venimos, dónde estamos…
En esos momentos, tampoco pensaba en qué íbamos a dejaros a vosotros, a los jóvenes. Yo creo que una de mis primeras pasiones ha sido la danza. Yo me acuerdo de que, cuando era pequeña, mi madre nos llevaba… Había una escuela de danza, y la llevaba una señora mayor, que era una señora rusa, me acordaré siempre. Tenía el pelo gris y llevaba un moño, miss Palmer, que había sido una de las primeras bailarinas del Ballet de San Petersburgo antes de… claro. Y, entonces, un día le dijo a mi madre: «Si no le importa, déjeme a su hija, porque me gustaría prepararla. Yo le regalo las clases y tal para que baile».
Y, entonces, mi madre dijo: «De ninguna manera, no quiero que sea bailarina mi hija». Y, claro, en ese momento, el que te corten… Si tú quieres ser una bailarina, tienes que bailar desde muy joven y tu cuerpo se tiene que hacer a eso. Pero el destino está allí. Yo creo en el destino y, aunque no he podido bailar, sigo bailando con mi cámara, y la danza ha estado muy presente en mi vida profesional porque, realmente, bueno, yo soy una persona muy obsesiva y repetimos lo que realmente nos apasiona. Entonces, de hecho, he utilizado la danza y el cuerpo como pretextos para hablar de aquellas cosas que me interesaba compartir. He analizado muchas veces también por qué la fotografía. Yo creo que soy una persona que necesita amar y necesita compartir. Y en la fotografía he encontrado eso y he ido encontrando muchas más cosas.
Hablando de destino, en el año 89 murió mi abuela y me dieron un baulito de un tatarabuelo ruso; una historia muy romántica. En ese momento, me di cuenta de que Kolozin había estado haciendo fotos con las mismas técnicas que uso yo. En aquella época, los fotógrafos, normalmente, hacían retratos o hacían mucha arquitectura o naturaleza, pero lo que fotografiaba Kolozin era los seres humanos que habitaban esos espacios. Dije: «Fíjate tú, qué coincidencia». Años después, claro, muchos años después de empezar, te das cuenta de que había alguien dentro de tu familia que no conocías y que ha tenido los mismos sueños, a lo mejor, que tú. Sí cabe deciros que yo he ido evolucionando con la vida. He aprendido de la vida y siempre de la mano de la fotografía. La fotografía me ha permitido conocer y poder contar cosas a las que yo nunca hubiera tenido acceso de otra forma. Y me ha ido, a lo largo de los años, demostrando el poder de la imagen, el poder de la palabra, el poder de cambio y el poder que tienen muchos pequeños gritos para hacer un gran grito. Y cómo, a través del arte, a través de la luz, a través de la belleza, puedes contar cosas que cambian, de alguna manera. Y, bueno, os estaría aquí contando cantidad de cosas, pero yo creo que, ya que estáis, me gustaría que preguntarais, como a vosotros os parezca mejor.
Y me acuerdo de que me llamaron de una fábrica de muebles. En aquella época, aquí no había entrado IKEA todavía. Entonces, eran muebles…, no os voy a decir las marcas, pero eran unos muebles horribles. Eran del remordimiento español, claro. Y me acuerdo de que me llamaron porque querían… Eran unos muebles que se hacían con vigas de edificios antiguos. Y me llamaron porque el fotógrafo que trabajaba con ellos estaba haciendo otro trabajo, y me dijeron: «Haz un reportaje sobre la fábrica». Y cuando yo llegué a esa fábrica, me fascinaron las vigas, me fascinaron los trabajadores… Y, luego, el dueño de la fábrica, que era Ramón Castellanos, es un personaje muy especial y que te da libertad. Entonces, en ese caso, querían color, y esto os lo digo porque a veces funciona. Yo creo que es importante salir de tu zona de confort a la hora de crear. Yo lo he hecho siempre. Querían color y yo dije: «Esto yo no lo veo en color y lo voy a hacer en blanco y negro». Y, además, en aquella época lo viré. E hicieron una doble página, eso gustó y, entonces, me empezaron a llamar de las revistas de decoración… ¿Qué pasa? Yo siempre he hecho, a la vez de mis encargos, desde un principio, por eso os lo digo, mi trabajo personal. Muchas veces he podido convencer al cliente o a quien fuera y otras veces no, pero, por lo menos, yo he aprendido. Empecé a trabajar de foto fija en películas. Trabajé con la segunda película de Fernando Trueba, «Sal gorda», con un director de fotografía maravilloso, que es Tote Trenas, supergeneroso. Y fui aprendiendo y evolucionando.
Tuve a un maestro maravilloso, no solo Ramón Mourelle, también Eduardo Momeñe, que aparte de ser un fotógrafo maravilloso, es una de las personas que más saben de fotografía, vosotros lo conocéis, y que me dio muchos consejos. Fui su ayudante; aprendí muchísimo. La verdad es que fue muy valiente Eduardo al cogerme de ayudante, pero bueno… Me dio un consejo en aquella época, porque, claro, no teníamos internet, ni a nuestro amigo Google, pero me dijo: «Isabel, tienes que ver mucha fotografía». Y, bueno, eso hice. Creo que ha sido la vida, de alguna manera, la que me ha enseñado y la que me ha motivado y la que me sigue motivando. El cine, también, mucho. Los seres humanos, observar las relaciones… Y, claro, fotógrafos, desde Lewis Carroll, por ejemplo, Tina Modotti… Siempre me da pudor, porque cuando mencionas, te olvidas de muchos otros. Pero aparte de fotógrafos, de pintores, de escultores, de músicos y de cineastas, si quieres que te diga la verdad, para mí ha sido el ser humano y la vida de lo que he aprendido más.
Hola, Isabel. Soy Lourdes. Nos has contado un poco tu relación con la danza. Has fotografiado a bailarines de todo tipo: de tango, cubanos, flamenco… Si te pongo en el aprieto de decir tu mejor foto o la foto de danza con la que te quedarías, ¿cuál sería y por qué?
Pero, en este caso, no quedaban bailarinas mayores dentro del Ballet Real, de hecho, solo se pudieron salvar tres, que son las que luego se fueron preparando. En este caso, la primera bailarina tenía 17 años, que es la niña que veis levantando el brazo. Bueno, pues esta niña, que era la primera bailarina, era de una belleza…. Y resulta que Hun Sen se encaprichó de ella, de alguna manera. Bueno, primero ella no quería, porque era un señor mayor que no le apetecía nada, pero, claro, socialmente las presiones fueron tan grandes que tuvo que ceder. Y, presuntamente, o sea, la mujer de Hun Sen la mandó matar. De hecho, la tengo en casa. Y para mí es un relicario porque representa… Pienso en su madre, que se levanta por las mañanas pensando: «Yo ahora no tengo a mi hija y, sin embargo, la persona que la mandó matar está viva». Para mí, habla de la impunidad, de la injusticia y de tantas otras cosas. Entonces, yo, si tuviera que salvar una foto, sería la de la mano de Camboya, por lo que cuenta.
Y, nada, cuando me dieron toda la información, me dijeron: «¡Ay! Por cierto, mira, hay dos locos por ahí a los que les hemos perdido la pista. Uno es un fotógrafo…», que todos conocéis, Gervasio Sánchez, «…que llevamos varios meses sin saber por dónde anda. Y otro es un jesuita que se llama Kike Figaredo, que llevamos también… Si te los encuentras y eso, por favor, dinos». Cuando llego a Camboya y eso, yo quería fotografiar… Hay unas deidades que son las apsarás, que son las que te prometen que, cuando llegues al nirvana, te vas a encontrar con estas mujeres. Y las bailarinas con las que yo había conectado y tal… Las mujeres camboyanas son muy púdicas, y yo quería hacer una serie de desnudos y tal. Entonces, quería ir a los prostíbulos porque allí…. Entonces, fui a un orfelinato, preguntando… Claro, porque ¿adónde vas a preguntar dónde estaban los prostíbulos y tal? Entonces, de repente, cuando voy al orfelinato, me comenta el director del orfelinato: «Oye, por cierto, hay aquí dos españoles: un sacerdote…» Y me dijeron: «Pero viene un fotógrafo». Y dije: «¿Quién es?». Cuando me dijeron que era Gerva, dije: «Ah, pues yo entonces sí». Y, entonces, salí a cenar con Gerva y Kike. Y le dije: «Oye, mira, estoy buscando…». Y me dijo Kike: «Ah, tú no te preocupes, yo las conozco a todas y es mucho mejor que trabajen contigo a que tengan que aguantar a algún pesado de estos».
Cuando estábamos cenando, me comentó Gerva: «Mira, acaban de cortarle la pierna a un niño que se llama Sokhoen. ¿Quieres venir mañana conmigo al hospital?». Y le dije: «Claro que sí». Entonces, me encontré, no os podéis imaginar, un hospital donde no había medicinas, donde, en este caso, acababan de cortarle la pierna a Sokhoen sin anestesia, donde no oías más que ese sonido que, a veces… Cuando el dolor llega al máximo, el sonido no es como de chillar. Allí había un silencio… Y, de vez en cuando, oías algún rugido. Bueno, pues este niño, Sokhoen, que luego seguí viéndole, cuando vio a… Un día después, o sea, acababan de hacérselo por la tarde, y esto serían como por las diez o una cosa así de la mañana… Y vi la mirada del pequeño y me sentí tan mal… Porque dije: «Isabel, estás hablando del cielo cuando ahí al lado está el infierno, y estás contando una media verdad, que es la mentira más grande». Y me sentí mal. Y, entonces, me analicé y dije: «A ver, Isabel…». Como yo no soy capaz de hablar de las dos cosas a la vez, yo no puedo hablar del placer y el sufrimiento a la vez, dije: «Terminas el tema de la danza». Y luego seguí trabajando el tema de las minas y otros muchos temas, porque puede conocer a Kike, Kike Figaredo, que en aquella época era jovencísimo. Se saltaba el toque de queda, abrazaba a los terminales de sida, que, claro, en aquella época que no había retrovirales…
O sea, lo que yo he visto… Y, luego, lo que he visto 35 años después. Porque Kike solo con un pozo, que en aquella época costaban 350 dólares, y la semilla para sembrar durante un año ha reinsertado comunidades enteras. Y en un año, esas personas podían vivir dignamente, tener su escuela… La verdad es que verlo 35 años después es como un regalo. O sea, que sí fue una época donde pude trabajar y donde, a medida que iba aprendiendo, me iba dando cuenta de lo que os he contado, del poder de la imagen a través del arte, del poder de la palabra. Porque historia que no se cuenta, historia que no existe. Y sí, trabajé con él, trabajé con el tema de la esclavitud, el tema del tráfico de niños por todo el Sudeste Asiático, de niños y niñas… Y, sí, la verdad es que me cambió esa noche con Kike y con Gervasio. Me cambiaron esa forma de ver, de alguna manera.
El trabajo de las niñas y niños utilizados como…, sobre todo, pues eso, en el Sudeste Asiático fue complicado. Lo empecé a realizar en Camboya, que, además, acababan de vivir unas guerras civiles, ya no solo Pol Pot porque, además, fueron invadidos antes también por los vietnamitas, donde esas niñas y esos niños, aparte de los sufrimientos más alucinantes que os podáis imaginar, se le unía el hecho de que muchas veces perpetraban las mismas torturas de las que ellos habían sido víctimas. También, en cada país era distinto, por ejemplo, en Tailandia, Malasia o Vietnam. Pero el tema de Camboya también tenía un tema cultural. O sea, de alguna manera, en aquella época, cuando llegamos por primera vez, luego hemos seguido trabajando sobre el tema, ellos tenían la creencia de que cada vez que se acostaban los camboyanos con una virgen, se les curaba el sida. Y luego, también, cuando terminaban algún negocio, acostarte con una virgen era… Te daba… Era como suerte. Entonces, ¿qué pasó? Que durante una temporada muy larga era un tema cultural. A las niñas, además, las vendían por muy poco dinero. Empezaban siendo esclavas, de alguna manera, trabajando en el campo y acababan siendo vendidas a esas redes de tráfico tan tremendas.
Y la verdad es que es tremendo. Hay una imagen que a mí me emociona de una forma especial. La realicé en Poipet, en la frontera de Camboya con Tailandia. Estaba fotografiando a una niña después de haber trabajado durante toda una noche. Y, de repente, claro, me dice: «¿No te importa que te traiga…? Porque tengo un oso, que es lo único que tengo». Y entonces, de repente, me vino con ese oso que abrazó, que era lo único que abrazaba de verdad. Y luego, además, pude captar al proxeneta que estaba allí. Y es una imagen que me marcó, porque era la necesidad que tenía esa niña de perpetrar, pues eso, el amor a algo. Y, en este caso, era a ese osito que tenía. Y hay otra imagen, porque me gustaba seguir viéndolas, ya conoces sus vidas… En este caso, a esa niña que tiene ese bebé, yo la había fotografiado al principio, cuando empezaba, y era joven, bella… Y seis meses después, ya tenía sida. Y unos meses después, ya tenía a ese pequeño.
Y, en este caso, claro, el poder hacer un trabajo con gente que lo primero que hace es dejar su identidad, y que muchas veces no conoces, en medio de mafias, en medio… era complicado. Pero conseguí hablar con dos periodistas que sí que conocían el tema e hicimos un trabajo conjunto sobre ese tren. Las familias, muchas veces, para empezar el camino, vendían o hipotecaban sus casas. Perdían de vista a sus familiares. Muchas veces el tren… Desaparecían y no sabían ni que iban a ser violados, que iban a venderles… O sea, las realidades más horribles que os podáis imaginar pasaban en ese tren y siguen pasando en ese trayecto. Pero tuve la suerte de que Cooperación Española y el director del Centro Cultural de España en México y, además, ‘El País’, que lo publicó, (de hecho, el periodista con el que fui nos salvó la vida…) organizara varias exposiciones para que ese trabajo se viera en toda Sudamérica y en Estados Unidos y, claro, poder dar a conocer lo que estaba pasando en ese infierno. Y pasó algo que a mí me… Porque ya sabéis que nunca tenemos… Yo, desde luego, nunca tengo nada seguro, siempre pienso que necesito más, que lo puedo hacer mejor y que tengo que seguir investigando. Y, en este caso, nos hacemos muchas preguntas, me imagino que vosotros también, de: «A ver si tu trabajo sirve para algo».
Y, en este caso, que estaba también en una de esas épocas, pasó algo que me abrió los ojos. Y una de las imágenes que habéis visto, que vais a ver, es una imagen de Dónar, a quien le han cortado las piernas. Es una de las personas que va a iniciar ese viaje, Dónar. Y cuando les pasaba esto, muchas veces, si no morían, se quedaban allí, como era el caso de Dónar, porque les daba vergüenza decirle a su familia qué había sido de ellos. Y, bueno, en una de las exposiciones, que creo que fue en Honduras, la persona que… Yo no fui, me lo contó el comisario y me dio una alegría… Para demostraros cómo lo que hacemos, el dar voz, sirve para algo. Y, entonces, la persona que barría, de repente, lo reconoce y dice: «Pero si es Dónar, que no sabíamos dónde estaba». Y, entonces, toda la comunidad consiguió dinero para que Dónar volviera con su familia. Y Dónar vivió un par o tres de meses con ellos y luego les dijo: «Mira, ya sabéis donde estoy, pero yo tengo que volver al camino para preparar a las personas que tienen que coger ese tren, para saber cómo hay que hacer cuando el tren jala ». Y con eso dije: «¿Ves, Isabel?». Ese trabajo no ha podido luchar contra la violencia porque, desgraciadamente, las mafias y, sobre todo, los Zetas, que eran las fuerzas especiales que había puesto el gobierno para luchar contra las mafias, se dieron cuenta de que era mucho más lucrativo el dedicarse a la mafia que a ser fuerzas especiales, y son ahora uno de los carteles más potentes. O sea, que el trabajo no sirvió para luchar contra la violencia, pero sí que ha servido para que muchas familias y en muchos países, los familiares sepan lo que está pasando y se lo piensen, sobre todo, antes de realizar el camino.
Y, seis meses después, volvimos al Congo y tuve la alegría… Claro, estaba también en un momento de esos que pasamos, de dudas, de: «¿Sirve para algo?», la pregunta que me has hecho. «¿Podemos cambiar?». Bueno, pues seis meses después, nos enteramos de que ya no había ni un solo caso de violación. O sea, que ciento y pico de niños y niñas, desde entonces, ya pueden ir a la escuela en paz. O sea, que yo sí que creo, no lo dudéis nunca, en el poder de la palabra. Me da igual: a través de la imagen, a través del vídeo, a través de la palabra escrita o a través de nuestra palabra. Yo creo en ello. Además, creo de tal forma que, bueno, yo voy cumpliendo años y cada vez tengo menos tiempo, pero se convierte, de alguna manera, en un enganche. Yo estoy enganchada. Me doy cuenta de que cada vez tengo menos tiempo y tengo que contar más cosas, porque mientras estamos sentadas aquí eso sigue pasando. Y, si deja de pasar en el Congo, pasa en otro país, porque es así. Entonces, bueno, no lo dudéis nunca y seguid, porque eso es una realidad.
O sea, que muchas veces ponemos en nuestros ojos cosas, pero sí que me he dado cuenta de que compartimos muchas cosas. Lo que pasa es que yo creo que las distintas culturas nos hacen que lo expresemos de una forma distinta. Acaba de aparecer en Mesopotamia, en el sur de Turquía, una civilización totalmente desconocida. Dicen que es el primer templo de la humanidad hasta hoy. Fue en el 9600 antes de Cristo, cuando las pirámides. Y Stonehenge fue en el 3000. Debió de durar eso, casi 3.000 años. Y no se sabe por qué, pero cubrieron todos los templos, las casas, las ciudades… Y eso es lo que ha permitido que sigan y que podamos conocer. Es cuando… En esa zona algo debió de pasar. Lo llaman el Creciente Fértil, porque ahí es donde se ha descubierto el primer grano. Y estas construcciones empiezan cuando el «Homo sapiens» todavía era cazador y recolector y no había descubierto los metales. Están hechas todas con piedras. Son tótems de cinco metros y medio, donde hay unas esculturas que son como un zoológico, son todo figuras antropomórficas. Y, realmente, bueno, estoy fascinada, estoy estudiando muchísimo. Entonces, lo que queremos hacer es plasmar la emoción, tanto de los arquitectos como de los arqueólogos, y acercar esa emoción a los ciudadanos. Porque muchas veces miras a estos científicos… A mí me pasa. Para mí era, primero, un sueño poder trabajar con un antropólogo y, ahora, poder conocer y poder trabajar con arqueólogos, con arquitectos, y trasladar esa emoción y esos conocimientos a todos nosotros. Entonces, me interesa mucho, y la verdad es que estoy con una ilusión… Me pasó una cosa que me fascinó. Claro, yo nunca había estado en una excavación. Pero, claro, cuando ves que tocas y sacan de repente un facóquero, que es como así de grande, dices: «Dios mío, es como un tesoro». Es como descubrir un tesoro. Y yo pensé que era esa la emoción, pero me dijeron algo que a mí me tocó. Me dijeron: «No, Isabel, para nosotros la emoción no es solo el descubrir, es que lo que estamos haciendo sirve para la humanidad. Estamos devolviendo a la humanidad algo». Y yo creo que eso tiene mucho que ver con la fotografía.
Y ellos tenían una planta que las trituraba. Entonces, yo pensé: «Si yo pudiera, de alguna manera, imprimir sobre ese polvo de conchas, yo podría añadir al mensaje de la obra ese mensaje de sostenibilidad». Y, claro, llegas a un momento en el que te tienes que dar cuenta de tus limitaciones. Yo he tardado 50 años en conseguir lo que yo consigo con los platinos, el platino en color. Pero, claro, yo no tengo tiempo ni sé técnicas, como puede ser la serigrafía o como puede ser el grabado. Y conocí a un maravilloso impresor, al que yo muchas veces le digo: «Mira, Manolo…», es Manolo Gordillo, «…yo no sé si eres impresor, alquimista o una persona que ha venido del Renacimiento». Pero es un loco maravilloso que, cuando se lo propuse, dijo: «Pues sí». Y, entonces, después de muchas pruebas, conseguimos el tema de poder imprimir sobre conchas, y lo bautizamos como «nacarotipia». Y, luego, había una exposición en Kioto, y quería… Se hizo una parte del trabajo en una isla donde había corales. Entonces, bueno, el coral es como la casa donde viven los microorganismos que le dan color. Y por el calentamiento de los mares y por la contaminación, esos microorganismos se mueren y es cuando se queda blanco, claro, y acaba en las playas.
Entonces, yo pensé: «Si yo pudiera imprimir sobre el polvo del coral, podría añadir ese mensaje dentro de las imágenes». Y volví a proponérselo a Manolo Gordillo y se consiguió, que es alguna de las imágenes que habéis visto, y lo bautizamos como «nacarotipia». Es una técnica mixta donde se aplica con pegamento, de alguna manera, el polvo, después de haberlo triturado, que nos cargamos varios túrmix. Y, luego, con serigrafía, varias pasadas de serigrafía y varias pasadas de tórculo. Y luego, a registro, con varias pasadas de impresiones con tintas pigmentarias, se consiguen las piezas. O sea, que siempre tengo que salir de mi zona de confort para poder crear e investigar. O sea, que la investigación está siempre presente. Y la angustia, porque siempre me pasa que es justo antes de una exposición, con lo cual, siempre vamos corriendo, sufriendo, pero llegamos.
Entonces, ¿qué pasa? Que tú ahora puedes ver cantidad de ballenas que van con los cadáveres al lado, porque las ballenas no reconocen la muerte como los primates. Y, entonces, es cuando he empezado a trabajar el tema del medioambiente para… Porque yo sí que creo que sois vosotros, además de los políticos y las grandes empresas, los que podéis luchar. Pero yo sí que creo, primero, que estamos a tiempo, y que muchos pequeños gritos pueden hacer un gran grito. Y, luego, de lo que sí que me he dado cuenta es de que la naturaleza es tan bella, como os decía, que para que tú te sientas… A veces, yo he sentido esa belleza, pero como una distancia. Cuando la ves en un cuadro, cuando la ves en una imagen lo más bella que te puedas imaginar, tú no estás dentro, el ser humano… Entonces, lo que a mí me gusta hacer es acercar y que ese ser humano esté dentro de esa historia que voy a contar, porque ese ser humano puedes ser tú. Entonces, a mí me gusta que ese ser humano esté representado. Y, luego, mostrarlo a través de la belleza, porque tú no puedes defender algo o amar algo que no conozcas.
Yo soy mediterránea y, cuando yo era pequeña, yo podía ver en la Costa Brava, aunque el mar tuviera tres o cuatro metros, el camino que dejaban las estrellas de mar en la arena, debajo del agua. Ahora, imaginaos… En todo el Levante, los invernaderos, que se cubren con plásticos, todos esos plásticos, cuando están viejos, acaban en el mar. Y, de hecho, ya hay una autopista que recorre todo el Mediterráneo, pasa debajo, por Gibraltar, y sube por Galicia hasta el Ártico. Y, bueno, todas esas cosas que vosotros sabéis con el plástico. Y yo necesito trabajar con personas. No me gusta trabajar con modelos, porque necesito que las personas sientan lo que están contando, de alguna manera, porque eso se traduce en las imágenes. Si tenemos tiempo de mirar, eso se ve. Y me presentaron a Ai Futaki, que tiene dos récords Guinness de apnea, y que es embajadora del medio ambiente de Japón. Y lo digo siempre, pero Ai tenía y tiene algo muy especial. Como ella no lleva botella, cuando se mete y se sumerge en el mar, los peces y los mamíferos la toman como uno más. Y tiene una relación con el mar muy especial. Y desde este momento, tanto ella como yo, seguimos trabajando y dando voz a ese mar que nos lo da todo sin pedir nada a cambio. Entonces, para mí es importante no solo denunciar, sino mostrar también esa parte positiva: que hay esperanza, que la esperanza sois vosotros, los jóvenes, y que todavía estamos a tiempo, yo creo, de poderos, por lo menos, dejar un mar lo más parecido al que nos dejaron a nosotros. Muchas gracias a todos y seguid luchando, porque vale la pena. Gracias.