Cómo enfrentarse a los absurdos de la vida
Farid Dieck
Cómo enfrentarse a los absurdos de la vida
Farid Dieck
Filósofo y psicólogo
Creando oportunidades
La búsqueda del sentido de la vida
Farid Dieck Filósofo y psicólogo
Cómo superar la pérdida de un ser querido
Farid Dieck Filósofo y psicólogo
Farid Dieck
Farid Dieck es un pensador contemporáneo que desafía las nociones tradicionales del sentido de la vida desde un enfoque filosófico disruptivo basado en su propia experiencia y en un episodio que marcó su concepción de la existencia humana.
La pérdida de su hermano mayor en un accidente cambió de forma radical su forma de entender la vida y la muerte, haciéndole replantearse por completo su significado y reflexionar sobre la discrepancia entre las expectativas y la realidad y sobre lo absurdo. Con una formación en producción musical y psicología, Dieck combina estas disciplinas para explorar en profundidad la complejidad de nuestras vivencias y la necesidad de construir un sentido personal en nuestras vidas en vez de buscarlo.
Según propone, la muerte, aunque dolorosa, es lo que da valor a la vida, ya que su finitud nos obliga a encontrar sentido en nuestras acciones y relaciones. A través de sus reflexiones, Dieck invita a las personas a aceptar lo inaceptable y a construir un sentido propio, enfatizando la importancia de la comunidad y las relaciones humanas como fuentes de significado, explicando que el ser humano está intrínsecamente ligado a los demás y que sus acciones del día a día tienen un impacto en la sociedad entera.
Su enfoque innovador sumado a una admirable capacidad para articular complejas ideas filosóficas de manera accesible lo han convertido en una de las voces más influyentes en el ámbito del desarrollo personal y la reflexión existencial.
Transcripción
Cuando esperas construir una vida con una persona en quien confías completamente, con quien te abres por completo, esperas que no te destruya porque le has entregado ese poder, pero esta persona desafortunadamente utilizó ese poder. En esa discrepancia entre esperar un sí de la vida, pero que la vida te entrega un no, es donde surge el absurdo. Y de repente surgen estas preguntas que seguramente muchos de nosotros nos hemos hecho, que son, insisto, revelaciones del absurdo. ¿Por qué a mí? ¿Cómo me pudo haber pasado esto? ¿Por qué está pasando esto? No puede ser. Porque lo que esperábamos de la vida no fue así. Y entonces nos demanda la construcción de un sentido. Pero bueno, esa es solo una introducción de lo que vamos a hablar el día de hoy.
Me considero un caminante que construye su camino al andar, como dice la canción. Soy un constante buscador de la pregunta no hecha. Y por eso también creo que estoy aquí, porque estoy ansioso de escuchar todas las preguntas que ustedes están por hacerme. Estudié producción musical, soy psicólogo también. Y soy un aficionado a la filosofía. Y es interesante ver cómo estas tres cosas se relacionan, porque la filosofía pregunta, la psicología explica y el arte expresa. Y creo que esas tres cosas me constituyen. En mi caso en específico, el absurdo se asoma con la pérdida de mi hermano. Yo tenía 19 años cuando mi hermano mayor fallece en un accidente.
Él estaba estudiando un doctorado en Hong Kong. Y recuerdo que cuando llego a mi casa, recuerdo esa escena como una fotografía nítida en mi cabeza. Llego a mi casa y uno de mis hermanos me dice que lo acompañe al cuarto de mis padres. Al llegar al cuarto de mis padres, recuerdo a mi mamá en un estado de profunda tristeza, esperando una llamada. Yo no sabía qué es lo que estaba pasando y tenía miedo incluso de preguntar. Sabía que algo andaba mal, pero de esas veces que te da miedo preguntar porque no quieres saber, prefieres no saberlo. Y recuerdo que justo en ese momento es cuando suena el teléfono y mi mamá contesta y recibe la noticia de que su hijo mayor, su primogénito, mi hermano mayor, había muerto en un accidente. Y se ha quedado muy plasmado dentro de mí, como una cicatriz emocional muy, muy profunda, el ver a mis papás recibir esa noticia. Y justamente me hizo cuestionarme muchas de las cosas. Se asoma justamente en mi vida este absurdo, cuál es el sentido de todo esto.
Y es interesante notar cómo no existe una palabra para describir a una madre o un padre que pierden a un hijo. Como que nadie se atrevió. No creo que haya una palabra que le pudiera hacer justicia a dicho dolor. Y por eso mismo es que no existe una palabra para nombrarlo. Pero tenemos, por ejemplo, la palabra huérfano para un niño o una niña que se han quedado sin padres. Tenemos la palabra de viudo o viuda. Pero no hay una palabra para explicar o describir a un padre o una madre que pierden a un hijo. Y, pues, ahí como hermano es bien interesante cómo vive el duelo un hermano. Porque experimentas el dolor por tus padres, pero al mismo tiempo tu propio dolor. Y estás en una posición bien interesante porque a la vez también te sientes un poco culpable de experimentar un dolor porque piensas que no mereces experimentar ese dolor porque tus papás son los que lo merecen.
Ellos perdieron un hijo. Pero entonces tú estás navegando entre el dolor de tus padres y el dolor de haber perdido un hermano. Entonces, es una posición sumamente complicada y única. En sí el duelo es único para cada quien. Y justamente a raíz de este absurdo es que me empiezo yo a cuestionar todo lo que he vivido, mis concepciones del mundo. Empiezo a navegar por una espiral existencial, a hacerme preguntas sobre la muerte. Es bien interesante cuando te preguntas sobre la muerte porque he pensado que la muerte es aquello que sabemos, pero que no sabemos que sabemos. Porque vivimos como si fuéramos eternos. La muerte es quizás lo que está en el fondo de nuestros actos. Porque si empezamos a desmembrar las motivaciones de todo lo que hacemos y llegamos al meollo, pareciera que la motivación al final de cuentas es la muerte.
Es lo que mueve todo lo que hacemos. Incluso la construcción de un sentido está movida por la muerte. ¿Por qué? Porque si estamos aquí para después no estar, esa conciencia, nuestra propia finitud, pues nos obliga o nos exige a tener que encontrar o construir un sentido a esta vida. De otra forma, sería insoportable. Y justamente es interesante observar y reflexionar sobre la muerte porque hay una relación cognitiva directa entre la escasez de algo y su valuación. Entre más escaso se perciba algo, pues más influye en la valuación. Lo que representa la escasez de la vida es la muerte. Lo que hace que la vida sea escasa es la muerte. Lo que hace que sea temporal la vida es la muerte.
Entonces, es interesante observar la muerte desde ese sentido porque creo que nuestra relación con ella en la actualidad pasa a ser como una condena, como algo necesariamente terrible, negativo. Pero cuando empezamos a analizar y examinar desde este punto, nos damos cuenta que realmente hay una parte amorosa y bella de la muerte que es la responsable de que encontremos cosas por las que vale la pena vivir. ¿Cómo podríamos valorar nuestras actividades? ¿Cómo podríamos valorar a las personas que están con nosotros si fuéramos para siempre, si fueran eternos? ¿Cómo valoraríamos un momento, una conversación con nuestros seres queridos, un abrazo, si siempre hubiera un mañana? No hay escasez en ese sentido. Y si no hay escasez, no hay valoración. Entonces, en este sentido cobra algo, un valor interesante la muerte, como la posibilitadora del sentido, como aquello que posibilita que encontremos cosas por las que vale la pena vivir. Y siempre he pensado con esto sobre lo que le llamo la paradoja de la muerte. Que la gran paradoja de la muerte es que quisiéramos ser eternos, quisiéramos ser eternos para poder experimentar para siempre todas estas cosas que nos dan sentido, nuestros seres queridos, nuestras actividades y demás quisiéramos ser eternos, que ellos fueran para siempre.
Pero surge la paradoja de que si fuéramos eternos, nada tendría valor. Y si nada tuviera valor, entonces nos enfrentaremos a la encrucijada de desear morir. No, ¿sabes qué? Muerte, no. Regresa. Mejor que sí haya muerte, porque si no, no hay sentido. Y esa es la paradoja de la muerte. Es bien interesante observar a lo largo de la historia de la humanidad cómo nuestra relación con la muerte ha cambiado. Y hay una relación entre el mundo material y el mundo psíquico. ¿Por qué?
Porque lo que estamos viendo en el mundo material se instaura. Y se incrusta en nuestra cabeza. Y es bien interesante cómo antes la muerte convivía con los vivos. De hecho, podemos ver muchas civilizaciones en las que incluso se construían de mejor manera y con mayor resiliencia las casas de los muertos que la de los vivos. Por ejemplo, vemos Petra, esta ciudad milenaria. Y lo único que ha quedado de esa ciudad de piedra son como estas chozas que parecieran que son casas. Pero cuando tú vas ahí y te explican un poco, te das cuenta que no son casas, son tumbas. Lo único que sobrevivió de esa civilización fueron tumbas. Lo que nos dice que esa civilización le daba le daba más empeño a la casa de los muertos porque son las casas eternas. Las de los vivos son pasajeras.
Era su forma de pensar. Pero estas casas estaban conviviendo con los vivos. Y es bien interesante observar eso. ¿Por qué? Porque quiere decir que la muerte convivía con el día a día. Todos los días había un recordatorio material, físico, de que tú también vas para allá. Incluso en las ciudades, en los inicios, en los centros, como pueden ver en muchas ciudades antiguas, los cementerios estaban en los centros de las ciudades. Si tú vas a ciudades antiguas, ves que hay cementerios en los centros. Es una forma de convivir con los vivos. Pues todo el tiempo tienes un recordatorio tangible de la muerte.
¿Pero qué ha pasado con el tiempo? Hemos excluido a la muerte. La hemos excluido de las ciudades, del mundo físico. Pasa a las periferias. El fenómeno de la muerte pasa a ser un fenómeno privado. La gente no vemos ya la gente morir. Mueren en los hospitales, a puerta cerrada. Y todo esto, aunque no pareciera, tiene una repercusión en el mundo psíquico. ¿Por qué? Porque entre menos referentes de la muerte tengamos en el mundo material, conviviendo con nosotros, menos pensamos en la muerte.
Y creemos que somos eternos y vamos a estar para aquí para siempre. Decía Marco Aurelio, recuerda que morirás y deja que eso dicte lo que digas, pienses y hagas. Y si la contemplación de la muerte significa la posibilidad de una mayor valuación de nuestra propia existencia, entonces a la hora de recordar la muerte constantemente, podemos darle un mayor sentido a nuestras decisiones, a nuestra vida y a lo que hacemos y lo que tenemos. Entonces, esa es una de las primeras realizaciones que tengo a raíz de la muerte de mi hermano. Yo también me voy a morir. No es ninguna revelación realmente. Todos sabemos que nos vamos a morir. Pero hay una diferencia entre entender algo intelectualmente y entenderlo emocionalmente. Es muy diferente. ¿Cuántas cosas no entendemos intelectualmente?
Ah, pues sí, yo sé que eso me hace daño. Yo, yo sé. Pero ahí estamos. Porque no lo hemos entendido emocionalmente. Y yo entro en este suceso entendiendo, o más bien salgo de este suceso entendiendo emocionalmente que yo también me voy a morir. Y pues cambian las cosas, cambian las decisiones que tomas, cambian cómo disfrutas de las personas que tienes, de los momentos que vives. Experimentas una vida más auténtica. Gracias.
Y cambié hacia una perspectiva que me hizo sentir mejor. Y creo que es mucho más ad hoc a mi forma de ser y a mi forma de ver el mundo. Que es cambiar la búsqueda de sentido por la construcción de sentido. Y para reforzar lo que voy a, lo que estoy tratando de decir, me recargo mucho en la lingüística. Porque la herramienta por excelencia que nosotros los seres humanos tenemos para significar la realidad es el lenguaje. O sea, nosotros al hablar de lo que vivimos o al tratar de describir la realidad, lo hacemos a través de palabras. Las palabras tienen un sentido. Entonces, es interesante cuando analizamos ciertas leyes de la lingüística. Porque al analizarlas, nos podemos dar cuenta de cómo nosotros en nuestro día a día damos sentido a las cosas. Y ahorita vas a ver cómo todo esto va a tener sentido para contestar tu pregunta.
Por ejemplo, analicemos cómo articulamos un sentido de una oración de palabras. Si yo te digo, te quiero, tiene un sentido. Afectivo, romántico. Pero, ¿qué pasa si ese te quiero le agrego una nueva palabra y le agrego la palabra matar? Órale, va. ¿Qué pasó con el pasado te quiero? Cambió completamente de sentido. Te quiero es diferente a te quiero matar. Pero, ¿qué pasa si ese te quiero matar le agregamos más palabras y lo cambiamos a un te quiero matar a besos? Se vuelve poético.
Volvemos al romance. Pero es algo bien interesante lo que está sucediendo aquí. Lo que nos estamos dando cuenta es que esta oración de palabras, el sentido no está fijo, sino que está esperando una nueva palabra para resignificarse. Incluso, por completo, como un te quiero a un te quiero matar. Es una resignificación radical. Y entonces, me gusta ver la oración de palabras como una analogía de nuestra vida. En donde cada palabra de la oración es como una nueva experiencia de vida. En donde mientras no hay un punto final y mientras la oración de palabras esté abierta, mientras haya vida en otras palabras, existe la posibilidad de añadir nuevas palabras a nuestra oración de vida que resignifiquen lo que nos ha tocado vivir. Pero esta comprensión cambia por completo la idea del sentido como algo inherente. ¿Por qué?
Porque el sentido muta con el tiempo, con cada experiencia nueva que vivimos. Entonces, no se trata ahora de que las cosas pasan por algo en sí, sino de que pasan para algo. Y para eso, yo voy a construir para qué pasa con mi día a día. Y es algo interesante porque entonces eso me convierte a mí en el sentido. Si yo soy el agente que con mis actos del día a día voy a producir las consecuencias en un futuro que me van a hacer resignificar mi oración de palabras en el pasado, entonces yo me convierto en el sentido. Con cada acción que hago en mi día a día. Porque eso, insisto, es lo que va a producir las nuevas palabras que van a resignificar las palabras anteriores. Entonces, para mí eso es mucho más esperanzador. Porque, bueno, tiene que ver con mi estructura, mi personalidad. Yo soy una persona que le gusta asumir con la responsabilidad de las cosas.
Y esta percepción me hace sentir responsable de mi propio sentido. Y también es consoladora y esperanzadora si comprendemos que no pasa nada, que no podamos articular un sentido en el momento. Porque muchas veces he notado que esperamos poder articular un sentido de algo que acabamos de vivir para poder seguir. Si no, no podemos seguir. Que no puedo seguir porque no sé para qué pasó esto. No sé por qué pasó esto. No tiene sentido. Entonces, nos estancamos hasta no ver un sentido. Pero desde esta perspectiva de la construcción del sentido, ya no se vuelve tan importante tener que articular un sentido en el momento. Porque si el sentido se construye con las experiencias que vivo, entonces no tengo que entender por qué pasó algo ahorita.
No tengo que articular, ni ver, ni saber en qué me va a servir esto ahorita. Yo confío en que con cada acto de mi vida nuevo, cada experiencia nueva, voy a mirar atrás y voy a ver un sentido articulado a partir de este suceso. Entonces, ya nos podemos abrir al mundo. Porque la apertura del mundo está ligada a la suma de nuevas palabras y nuevas experiencias de la vida. Y se vuelve un acto de fe también. Porque, pues, si no sabes qué es lo que va a pasar, Porque, pues, si no sabes qué es lo que va a pasar, pero se vuelve un acto de fe en que confías en lo que sea que estás haciendo con tu vida el día de hoy, va a producir esas consecuencias en el futuro que te van a hacer resignificar lo que pasaste por algo que valió la pena pasar. Eso es lo que a mí me ayuda a poder enfrentar los absurdos de la vida. No sé por qué pasó esto ahorita, no tengo que saberlo. En un futuro lo voy a saber. Lo único que me queda es abrirme a nuevas experiencias, abrirme al mundo, seguir adelante, construir.
Claro, doler no quiere decir que no vayas a doler. Tienes que doler. Es parte de la vida doler. Voy a vivir, sentir lo que me toca sentir. Y una vez, después del luto, seguir. Darle una oportunidad a lo que sea que siga. La muerte es el punto final de la posibilidad. Es decir, mientras haya vida, hay posibilidad de ser cosas distintas, de hacer cosas distintas, de construir nuevas cosas. Pero la muerte marca ese punto final de la posibilidad. Decía Heidegger, la muerte es la imposibilitadora de cualquier posibilidad.
Porque después de la muerte ya no eres, ya fue. Y en este sentido, todo lo que hizo uno con su vida se totaliza. Pero es algo interesante aquí porque si bien la muerte marca el punto final de ese yo físico, de esa posibilidad de ser o hacer cosas diferentes, no marca el final del yo simbólico, si así lo quieres ver. ¿Cuál es el yo simbólico? Lo que dejas. Lo que dejaste en las personas con las que conviviste, lo que dejaste en el mundo. Es ese legado que uno deja con todo lo que le tocó vivir. Y a final de cuentas, para muchos es lo que nos da sentido estar por aquí. Querer dejar el mundo mejor, querer hacer algo con nuestra vida que pudiera ayudar en la vida de los demás, tener una familia, dejar algo. Es algo interesante porque es una forma de vencer o trascender la muerte.
Pero si bien la muerte es el punto final de la posibilidad, no marca el punto final de nuestro impacto en el mundo. Y por eso creo que muchas veces pareciera que nuestros actos no tienen un sentido más allá de nuestro círculo. O incluso si lo vemos desde arriba, pareciera que nuestros actos son insignificantes y nuestras vidas en sí mismas son insignificantes. Pero yo pienso en que si lo vemos solamente desde un píxel de una fotografía, pues así pareciera. Pero de repente existe este concepto del efecto mariposa, en donde los cambios pequeños en las condiciones iniciales de un sistema producen a largo plazo cambios radicales en los resultados. Creo que lo mismo pasa con nuestros actos del día a día. No tenemos la capacidad para dimensionar cómo nuestros actos del día a día se entrelazan como telarañas con los actos de la gente que está a nuestro lado cómo esos actos se entremañan con los gente que está a su lado. Y de repente se crea toda una telaraña en donde la suma de todos estos píxeles, que por sí mismos solo parecieron insignificantes, forman toda una fotografía. Y esa es la fotografía del mundo. Es la fotografía de la sociedad como es, del país.
Entonces, creo que debemos de creer en la eficacia de nuestros actos, creer que por más insignificantes que parecieran desde arriba, realmente tienen el impacto de causar grandes impactos a largo plazo. Porque si creyéramos lo contrario, creo que el mundo sería muy diferente. Y creo que eso es lo que más le falta al mundo. Lo que más le hace falta al mundo es lo que cada uno de nosotros ha venido a darle.
Pareciera que no podemos permitirnos experiencias displacenteras. Pero la realidad de las cosas es que, en este caso, por ejemplo, la muerte de los seres queridos es que el amor y el duelo vienen en par. No puedes tener uno sin el otro. El duelo es una respuesta natural a la pérdida de un ser amado. Y uno tiene que pasar por ese proceso para poder, entonces, salir renovado, diferente, con un nuevo sentido. O no. Hay gente que desafortunadamente nunca logra salir de algo tan poderoso y difícil como algo así. Pero se me viene a la mente algo bien interesante aunado a lo que hemos dicho sobre esta construcción de sentido, que es que justamente creo que el absurdo o estas experiencias o encuentros con el absurdo nos demandan la aceptación de lo inaceptable. O sea, todo proceso de reconstrucción de sentido inicia con la aceptación de lo inaceptable. ¿A qué me refiero con esto?
Si estamos diciendo que los absurdos y estos encuentros en donde la vida parece no tener sentido aparecen cuando nosotros tenemos una expectativa de la vida y la vida nos entrega lo contrario, quiere decir que lo único que merece aceptación es lo inaceptable. Porque si solamente estuviera dispuesto a aceptar aquello que considero dentro de los confines de lo que espero de la vida, entonces no hay nada que aceptar. Ya lo aceptaste. Eso no te carcome por dentro, pues ya lo esperabas. Ya lo veías venir. Era parte de lo que creías que podías vivir. Entonces, no hay nada que aceptar. Pero en cambio, aquello que sale de ese marco aceptable, la muerte de un hijo, eso es lo que requiere aceptación. Porque eso es lo que te carcome por dentro. Eso es lo que no te deja avanzar.
Eso es lo que hace que pienses o que creas o que sientas que la vida no tiene sentido. Y entonces la aceptación se vuelve un acto radical. Es un acto radical porque requiere de la aceptación de lo insoportablemente doloroso. Aquello que nunca, nunca pensaste o imaginaste que podías vivir. Eso es lo que requiere aceptación. Pues claro, si yo solamente estuviera dispuesto a perdonar lo que considero dentro de lo esperable que alguien me puede hacer, no hay nada que perdonar. Ya lo habías perdonado. Ya esperaba que me hicieras eso.
Eso, pues, ¿qué? Está dentro de mis expectativas. No Lo único que merece perdón es lo imperdonable. Aquello que nunca pensaste que podía suceder. O incluso contigo mismo, aquello que tú nunca pensaste que podías hacer. Eso es lo que requiere perdón. Y cuando hablamos de aceptación, no hablamos de una aceptación pasiva, no de como aceptar la realidad y resignarse y listo. Sino al contrario, reconozco la realidad como es, acepto como es la realidad, porque entonces puedo hacer algo al respecto. Puedo construir sobre eso.
Porque si yo no reconozco la realidad como es, a ver, de entrada, a la realidad no le importa. Aunque tú no la reconozcas, la realidad es. De hecho, siempre digo, y me encanta esta, lo hablo en mi libro, esta como dualidad de significado en la palabra duelo. O sea, porque el duelo significa tanto un duelo, un combate, como duelo de un proceso psicológico y emocional que pasas a raíz de la pérdida de un ser querido. Pero es bien interesante cuando las tratamos de entrelazar, porque justo, o sea, creo que el inicio, ¿verdad? de esta construcción o reconstrucción de sentido ante este tipo de sucesos como la pérdida de seres amados, se inicia mediante un duelo con la realidad en donde paradójicamente este duelo se gana rindiéndote. Es el único duelo que se gana rindiéndote. Porque la realidad es. Por más que luches contra la realidad por querer cambiar lo que ya es, lo que es un hecho, nunca vas a ganar. Quitamos energía que luchar contra lo que no puedes cambiar.
Entonces, en este duelo se gana rindiéndote. Y esa es la aceptación de lo inaceptable. Pero es una aceptación activa en donde, como decíamos ahorita, estoy dispuesto a darle una oportunidad a lo que sea que siga. Lo que sucede en el duelo justamente también es como una… uno se cierra al mundo externo, ¿no? Porque, pues, estás experimentando todas estas cosas y hay un proceso interesante en el que cuando el ser querido que muere ya no está en el mundo, hay un proceso interesante de introyección. Estamos introyectando al ser querido dentro de nosotros. Y mientras tanto, mientras pasamos por este duelo, hay una– uno se cierra al mundo, se cierran las relaciones, a las experiencias y demás. No quieres experimentar el mundo. Eso es como una melancolía. Y justamente por eso hablo de la aceptación como necesaria para la reconstrucción de sentido.
Porque cuando uno se da cuenta, uno de los síntomas o señales de que se da cuenta de que uno ha logrado integrar la pérdida en sus vidas, viene cuando uno se rehabilita al mundo, cuando uno se abre al mundo de nuevo, a nuevas experiencias, a nuevas relaciones. Esas son las señales que existen o que podemos notar cuando uno ha integrado exitosamente la muerte. Y creo, volviendo a lo que estábamos diciendo, que una de las maneras de llegar o por lo menos encaminarnos a esa reapertura del mundo es mediante la aceptación de lo inaceptable. Porque cuando uno acepta lo inaceptable, se vuelve a abrir al mundo. Entonces, en esa apertura, podemos experimentar nuevas experiencias que se convierten en nuevas palabras que se agregan a nuestra oración de palabras que resignifiquen lo que hemos vivido. Y creo que, bueno, a mí en lo personal, hablando de mi situación en particular con la pérdida de mi hermano, me gusta mucho la poesía. Y hay un poema que me fascina de Celan que dice, el mundo ha partido, yo debo cargarte. Y esto interpretándolo en el duelo y la experiencia de la pérdida de un ser querido, diría algo como, el mundo ha partido. Es decir, el mundo que te sostenía, el mundo en donde tú podías ser ha partido, porque tú ya no puedes ser en el mundo. Ya no estás aquí, ya no hay un mundo que te sostenga, ya no está, ya no hay mundo para ti.
Y cuando no hay mundo que te sostenga, yo tengo la responsabilidad de cargarte. Yo te cargo. Entonces, pasas de ser un ser en el mundo, así con atado, con ligazones, con guiones, porque ser en el mundo, o sea, el ser está atado al mundo. Pasas de ser un ser en el mundo a ser un ser atado en atado mí. Ser en el mundo a un ser en mí. Y yo me vuelvo tu mundo. Vives dentro de mí. Con cada enseñanza que replico, con cada recuerdo que pienso, vives a través de mí. Y creo que es una linda forma de ver la muerte también de un ser querido. Nosotros nos volvemos los responsables de cargarlos.
Y de esa forma, conforme en nuestra vida podamos construirle un sentido, pues la vida de nuestro ser querido que nos ha marcado, porque uno nomás llora a aquellos por los quienes son. Uno llora a aquellos gracias a quienes es. A medida en la que nosotros vivamos, ellos viven.
¿Cómo sabes qué es la felicidad si no sabes lo que es la tristeza? Normalizamos nuestro estado. Y es algo bien interesante que sucede. Es como muchas veces lo puedes ver en la clínica. Yo lo veo mucho en la clínica. La gente normaliza su estado, cree que de su día a día es la normalidad y en realidad está en una depresión. Han normalizado el síntoma. Normalizan la depresión. Y de repente experimentan un cambio y es como, wow, ¿cómo podía creer yo que estaba bien? Entonces, lo mismo sucedería con la felicidad, entre comillas.
No puede ser perene. Nada puede ser perpetua. Porque si no, no entendemos las cosas. Nuestra capacidad de poder experimentar toda toda la amalgama de emociones que tenemos nos ayuda a poder experimentar más felicidad. Incluso en los reportes de investigación, las personas que reportan experimentar más felicidad son personas que reportan experimentar también todo el espectro de emociones. A diferencia de las personas que dicen que nada más experimentan una sola emoción. ¿Por qué? Porque si una persona te dice que es feliz todo el tiempo, realmente pudiera sugerir que está reprimiendo muchas de las demás emociones. Entonces, podemos llegar a la formulación de la siguiente frase que me gusta mucho, que diría algo como, no necesitas ser feliz para tener sentido, pero sí necesitas tener sentido para ser feliz. ¿Por qué?
Porque si no tienes sentido, imposible experimentar felicidad. Al contrario, la vida solamente se vuelve insoportable cuando carece de sentido. Pero, en cambio, sí puedes tener sentido, soportar las vicitudes de la vida, soportar las adversidades de la vida, aunque no experimentes felicidad en tu día a día. Un padre de familia, una madre de familia que son padres o madres solteros y tienen que sacar adelante a sus hijos y tienen cuatro trabajos para poder hacerlo, pues yo no creo que necesariamente la pase tan bien necesariamente en su día a día, pero tiene sentido. Y eso es el reto, creo yo, de la existencia, poder articular y construir un sentido lo suficientemente poderoso para poder enfrentar las vicitudes de la vida. Ese es el gran reto, a mi parecer. Pues creo que, desafortunadamente, a veces se promueven prácticas o se instrumentalizan cosas para poder fomentar el consumo. Y me parece que, desafortunadamente, la felicidad es una de esas cosas que se instrumentalizan. Porque vivimos en esta época en la que la felicidad se individualiza. Es decir, tú eres el único responsable de tu felicidad.
Y tú puedes decidir cuándo eres feliz y cuándo no. Es una decisión. Y eso es un poco problemático porque uno quita por completo la responsabilidad de la estructura social en la felicidad de las personas como individuos. Y, entonces, ante la incapacidad de nuestro sistema, tal vez, de poder otorgar oportunidades de trabajo, de poder satisfacer estas necesidades de las personas, pues las personas tienen mayor dificultad en experimentar felicidad. Pero si individualizamos la felicidad, entonces dejamos de ver todo esto que influye y decimos no, es tu culpa. Tú eres el único responsable. Es tu culpa. Y, entonces, en un mundo en donde si tú eres responsable de todo, entonces no nada más eres responsable de ser feliz o no, también eres responsable de estar triste. Y, entonces, se produce un doble efecto en donde estoy triste por estar triste. ¿Por qué?
Porque no– ¿cómo? Pues es que porque me siento triste no debería sentirme triste porque yo tengo el poder de dejarme de sentir triste. Entonces, estás luchando contra la emoción y, de repente, se produce un doble efecto. Porque las emociones tienen un mensaje detrás. El dolor tiene un mensaje detrás. Si lo reprimimos, pues no se desahoga, no se integra, sino se acumula. Hace que te carcome por dentro. Por supuesto que sí hay un componente importante, responsabilidad personal detrás de la felicidad, por supuesto. Pero no lo es todo. No eres 100% responsable de tus posibilidades de ser feliz.
Por supuesto que no. Hay una configuración de posibles en las que el mundo, el exterior, el mundo material, la sociedad, la organización, el Estado, te otorga. Tu realidad, dónde naciste, tu familia, te otorga. Ya tú eliges dentro de esas posibles opciones. Pero ¿quién puso las opciones? Entonces, creo que el poder estar conscientes de eso, irónicamente, para muchos discursos, te empodera para tu felicidad. Porque entonces ya sabes qué es lo que te hace, qué es lo que repercute o no. Entonces, pues sí, dicho todo esto, creo que la felicidad es un subproducto. Es una consecuencia de actividades que experimentamos en nuestro día a día, que nos llenan de sentido. La felicidad es eso que surge de una conversación con una persona que quieres, que no sabías que iba a surgir.
Pero de repente, en lo espontáneo de la actividad, encontraste cierto sentido y de repente surgió un momento en donde te sentiste feliz. En el encuentro y el abrazo del ser querido, ahí de repente surge una felicidad. Pero son estos pequeños subproductos que surgen en nuestra cotidianidad y que también es bonito que sean, que no sean comunes. ¿Por qué? Porque cuando surgen, entonces nos aferramos a ellos, les damos más valor. Y creo que eso también es algo lindo de la vida.
Eso nos habla de nuestra condición humana como seres sociales. Y luego, si nos ponemos a desmarañar o a desmenuzar un poco lo que le da sentido en la vida de cada persona, vemos que normalmente aquellas cosas que llenan más de sentido a la gente siempre tiene que ver un otro. Por ejemplo, los cuidados dotan de sentido a sus cuidadores. Es impresionante eso. Tanto a los padres y madres de familia, para la mayoría, los hijos, aquellos que cuidan, los dotan de sentido porque los dotan de responsabilidad. Y el sentido está directamente ligado a la responsabilidad de uno. Pero también una relación de pareja. Uno se hace responsable del otro, las necesidades del otro, se entrega al otro. Y en ese entrelazamiento amoroso se produce sentido. Y son las fuentes más importantes de sentido, más que cualquier cuestión material.
También, incluso en los trabajos, en las causas que uno realiza, que se convierten en la fuente de sentido más grande, esos trabajos suelen estar ligados a un otro, al beneficio social, a algo que impacta la humanidad. Siempre pareciera que lo que hacemos está ligado a un otro. Y eso es, de cierta forma, algo bonito de la condición humana. Que estamos irremediablemente, insisto, conectados a los demás. Y que a lo mejor también hay un mensaje ahí que pudiera ser necesario recordarlo. Y más ahora en que a veces pareciera que nos estamos yendo por un camino de sumo individualismo. Hay una correlación con mayor enfermedad mental, mayor depresión, mayor soledad. No me parece coincidencia. O sea, creo que a lo mejor ahí hay algo que debemos de recordar sobre nuestra condición. Y empezar a volver a los lazos comunitarios, a volver a entrelazarnos a recordar cómo el darnos a los demás, pues nos produce sentido.
Entonces, pues ese es nuestro rol como individuos en un colectivo. Ver cómo podemos con lo que hacemos aportar algo más grande que nosotros mismos. Aportar en la vida a los demás positivamente. Y crear como esta cadena, ¿no? En donde imaginemos un mundo, imaginemos un mundo en donde cada uno vea por el otro. Yo creo que el mundo sería muy diferente, las sociedades serían muy diferentes. Serían más unidas, menos divididas, en búsqueda de un bien común. Que creo que al final de cuentas, en el fondo todos quisiéramos, nomás no nos ponemos de acuerdo. Pienso que la empatía también juega un rol importante en la destrucción de estas barreras que nos hemos impuesto con los demás. Pues la empatía para mucha gente podemos verla como un espectro, ¿no?
Como la capacidad de cada persona de poder entender lo que está detrás de lo que las personas dicen, de entender las condiciones o la historia de la persona que está del otro lado. A veces es muy complicado porque requiere de esfuerzo, requiere de salir de ti, requiere de ver más allá de tus concepciones del mundo. A veces somos muy cuadrados en nuestra forma de ver el mundo y cualquier cosa que pudiera atentar con esa visión que nos da seguridad para poder navegar con este mundo que a veces parece caótico, pues requiere de un esfuerzo grande. Y por ello a veces la empatía suele ser muy difícil. Pero creo que si logramos sobrepasar ese obstáculo, podemos encontrar que muchas veces en el fondo, insisto, lo que queremos es lo mismo. Contraintuitivamente o más bien para muchos no es tan obvio, pero el lenguaje no es algo que se construyó en donde un día alguien se puso de acuerdo y puso todas las palabras habidas y por haber en un diccionario con sus significados fijos y listo, ya está, con esto nos comunicamos, ¿no? Sino que el lenguaje es demasiado impreciso, sumamente impreciso. Sirve mucho como herramienta para poder comunicar cosas simples. Como, por ejemplo, no sé, ¿quiere ser mi novio? No.
OK, entiendo. Tengo hambre. Ah, OK, tráeme comida. Listo, vamos a cocinar. Para cosas muy sencillas es muy, muy útil el lenguaje. Pero el lenguaje se empieza a complicar cuando tratamos de explicar cosas más abstractas y complejas. Por ejemplo, ¿cuál es el sentido de la vida? Es que– o, ¿qué es la belleza? O, ¿por qué me amas? O, ¿por qué te sientes triste?
O sea, cuando empezamos a utilizar el lenguaje para hablar de estas cuestiones más complejas y abstractas, se vuelve más de menos, encontramos con la realidad de que el lenguaje realmente es impreciso, es imperfecto. ¿Y por qué estoy hablando de esto y cómo lo ligo con la empatía? Que esto, esta imprecisión del lenguaje, la experimentamos en nuestra forma de comunicarnos con los demás. Eso es a lo que Wittgenstein llamaría también los juegos de lenguaje. O sea, no hay un significado fijo, un sentido fijo en las palabras, sino que hay juegos de lenguaje en donde los contextos y el uso de las palabras determina su significado, no la definición que está en el diccionario. Y eso produce muchísimos malentendidos, muchísimos. Seguramente los han experimentado. Es que, ¿te pasa algo? No, no, no. Pues no significa no.
Pero no, ese no no significa no. En ese juego de lenguaje, ese no significa pregúntame otra vez. Y entonces uno se lo toma literal y es como que, ah, OK. Y pues sigues en tu onda. Y luego la otra persona es como, pues claramente me pasa algo. ¿Por qué no dejas de preguntar? Etcétera, ¿no? Entonces, no estoy diciendo que para esto deberíamos justificar el no ser claros en el lenguaje, para nada. Para esto justamente estoy tratando de justificar el por qué debemos de ser muy, muy claros con lo que decimos. Y también, por otro lado, entender que lo que se dice no siempre es lo que se dice.
Porque también nos tomamos muy literal las cosas. Y a veces es, no, tal vez yo lo estoy malinterpretando. Entonces, esto es muy importante a la hora de hablar de la empatía. ¿Por qué? Porque muchas veces nos creamos nuestras imágenes del otro con base en lo que nosotros interpretamos de lo que el otro dice o cree. Esto es particularmente importante hoy en día en el mundo de las redes sociales, ¿no? Vemos que alguien pareciera que cree algo o que tiene una postura sobre algo. Entonces, nosotros agarramos eso y listo, creamos como una imagen del otro cuando realmente ni siquiera, a ver, 240 caracteres, ¿los que tanto conoces del otro? De sus ideas. Incluso de a lo que se refiere con lo que está diciendo.
Prácticamente nada. Pero nosotros nos creamos como todos estos concepciones del otro, los enjuiciamos, nos sentimos divididos, nosotros contra ellos y se bloquea la empatía. Pero creo que entender esta imprecisión del lenguaje nos abre la puerta para poder intentar entender más del otro. Entender que el lenguaje es impreciso, que a veces lo que yo interpreto, lo que el otro está diciendo, no es lo que el otro está tratando de decir en el fondo. Y entonces, cuando entendemos eso y nos abrimos a la conversación, intentamos ser claros con lo que uno dice y el otro también entendiendo que a lo mejor no es necesariamente aquello que dice. Y entonces, se hace más preguntas porque dice, oye, con lo que tú estás diciendo, yo interpreto esto. ¿Estoy en lo correcto o no es eso lo que estás tratando de decir? Ah, no, fíjate que no, no, no, me expliqué mal. Fíjate, lo voy a tratar de explicar de otra forma. Ah, bueno.
Entonces, entendiendo esa imprecisión del lenguaje, podemos abrir las puertas para comprendernos más a nosotros mismos y a los demás. Y esto no solamente a nivel empático con personas extrañas o personas de nuestro día a día, sino también con nuestras parejas, nuestros seres queridos, familias. ¿Cuántas veces por la imprecisión del lenguaje terminamos en ciclos de malentendidos que nos empiezan a dividir cada vez más y más y más y pareciera que todo es literal y pareciera que el otro no te entiende, pero tú tampoco eres claro, pero es que me dijiste esto, pero es que no me refería al otro? Porque creemos que las cosas necesariamente significa lo que son. Y no es cierto. Así no funciona el lenguaje.
Pues tiene una explicación, a lo mejor. A lo mejor muchas explicaciones, pero pues hay una causa. Hay muchas causas, tanto internas como externas, que nos condicionan y nos hacen ser la persona que somos. Pero mientras no estemos conscientes y no tengamos este reconocimiento de todo esto, estos factores internos y externos que nos influyen en nuestro comportamiento, entonces dejamos que nos determinan. Y entonces actuamos de manera automática. Hacemos las cosas, pues, simplemente de forma automática. Pensamos de forma automática y creemos que son nuestras ideas. Realmente no. Te has puesto a pensar por qué te gusta cierta cosa, si es realmente tu idea o realmente simplemente fue porque te estuvieron Diciendo todos los medios de comunicación y las redes sociales que debería gustarte esta serie, por ejemplo. Pues a lo mejor no fue tanto tu idea y simplemente fue alguien que te la instauró.
Entonces, a lo que voy es que en este sentido el autoconocimiento es libertad. ¿Por qué? Porque cuando te vuelves consciente de todas estas causas que te condicionan, tanto internas como externas, entonces puedes ejercer control. Cuando reconoces un problema social, por ejemplo, pues lo puedes cambiar. Si no lo reconoces, no existe. De la misma forma a nivel interno, si reconozco que hay un problema en mí, entonces puedo hacer algo por cambiarlo. No se puede modificar la conducta de quien no ve ningún problema en ella. Entonces, el autoconocimiento es libertad. Es control sobre mí mismo. Si yo sé que tengo el potencial de ser agresivo en cierto tipo de circunstancias, entonces cuando estoy experimentando esas circunstancias, sé de lo que soy capaz y por eso me controlo.
Pero si no, pues me dejo llevar y listo. Es como una analogía, ¿no? Reconozco que tengo colmillos para no usarlos. Pero si no reconozco que los tengo, de repente me voy a encontrar mordiendo a alguien. Entonces, en ese sentido, digo, recapitulando, el autoconocimiento es libertad. Y creo que hay muchas formas diferentes de las que uno puede llegar a conocerse. Para mí, digo, como psicólogo, pues claro que voy a promover un tercero. El psicólogo funge como un tercero porque estás limitado a tus propios sesgos, a tus propias perspectivas e ideas. Pero, pues, a veces es necesario que haya un otro, un externo, un tercero que te enfrente con las cosas que no quieres ver, que te enfrente con perspectivas y teorías que tú no estás consciente de. Que haya una dialéctica, antítesis.
Tú presentas una percepción del mundo y el terapeuta, el externo, te dice, oye, ¿sabes qué? ¿Has pensado en esto? Pero, pues, si no te lo dicen externo, ¿cómo tú vas a llegar a pensar en eso si no está en tu sistema? Entonces, es interesante cómo se produce esta dialéctica con un otro porque se produce una tesis, una antítesis y se llega a una síntesis. Y es interesante cómo surge eso, hermoso, en el proceso terapéutico. Entonces, para mí es una forma de autoconocimiento importante o que yo promovería. Pero, claro, entiendo que para muchos también eso puede ser un lujo en un país como el nuestro. Es un problema también. La salud mental se vuelve un lujo. Pues, bueno, también habría que ver cómo podemos hacer que la salud mental también llegue a todos los lugares, pero también de calidad.
Porque el futuro, la proyección que yo tengo de mi futuro influye en lo que yo hago el día de hoy. Por ejemplo, cuando yo estudié psicología, ese acto de estudiar psicología en el presente, estaba sujeto a una proyección de un futuro como psicólogo. Y entonces, si no soy lo que soy, soy lo que no soy, ¿qué soy? Pues Heidegger hablaría de que somos posibilidad. Es decir, que mientras haya vida y mientras tengamos presente, podemos elegir ser algo distinto de lo que hemos sido. Podemos cambiar lo que hemos sido. Y eso es esperanzador, a mi parecer. ¿Por qué? Porque si en el pasado a lo mejor no hemos estado a gusto o no nos ha encantado las cosas que hemos hecho, no estamos orgullosos de lo que hemos sido, pues el presente nos otorga la posibilidad de algo diferente, de redimirnos, de reparar, de cambiar. Y de hecho, tengo un poema que escribí inspirado en esto, que se llama Posibilidad.
Y dice así, no soy lo que soy y soy lo que no. No soy mi pasado, pero sí lo soy. Mi ayer me construye, pero no me ata. Soy mi mañana, aunque aún no lo soy. El mañana guía mis pasos hoy. No soy lo que soy y soy lo que no. Entonces, ¿qué soy? Nada, pero en la nada estoy. Pues la nada es todo lo que puedo ser. Soy posibilidad, siempre listo para crecer.
Se ha demostrado que el procesamiento lingüístico de un fenómeno afectivo ayuda a la regulación emocional. Esto en palabras más bonitas, ¿qué quiere decir? Seguramente lo han experimentado. Que cuando nosotros estamos experimentando un episodio o cierta intensidad emocional, el procesamiento lingüístico, es decir, hablar de lo que estamos sintiendo, eso es un procesamiento lingüístico, ayuda a la regulación emocional. Seguramente lo han experimentado. Que están pasando por algo, hablan con su mejor amigo o amiga o su papá o mamá o con el psicólogo. Articulan, procesan lingüísticamente lo que están sintiendo y dicen, ah, ya me desahogué. Pero esto es bien interesante, porque ahorita hablando de lo que estábamos diciendo, de esta dimensión del futuro y el pasado y cómo se entrelaza en el presente, retomando la pérdida de mi hermano, surge un cuestionamiento sobre una vivencia no articulada lingüísticamente. Hay una palabra, así como hablamos de la palabra que falta para los padres que pierden a un hijo, también había encontrado una ausencia de palabra para describir algo que yo estaba experimentando, muy en línea con lo que estamos diciendo del pasado y el futuro. Y mi tesis de la carrera fue sobre duelo, justamente la pérdida de un hermano.
Y al estar reflexionando sobre la experiencia y del duelo en sí, me di cuenta de algo bien interesante, que el duelo surge necesariamente ante la pérdida de la certeza futura. Pero bueno, entonces yo decía, tenemos una palabra para describir la añoranza de un pasado que quisiéramos que fuese, un pasado que ya no es, es la nostalgia. Sentimos nostalgia al recordar momentos o experiencias en las que fuimos felices o las recordamos con dicha y quisiéramos que fuesen en el presente. Pero, ¿cómo le llamamos a la pena o a la tristeza por la pérdida de una certeza futura? Pero, ¿qué pasa con las certezas que nos constituían, que sumaban de sentido nuestro ser, hacia los cuales nos dirigíamos, que le daban encanto a nuestro caminar? El creer que iba a ver a mi hermano crecer, formar una familia, que nuestros hijos convivieran, esa certeza futura, constitucional, parte de un futuro esperanzador de mi vida, ya no es. La única certeza es que no será. Para mi mamá y mi papá, la certeza de ver crecer a sus hijos, esa certeza futura, ya no hay, ya no es. ¿Cómo le llamamos a eso? Y entonces es cuando llego a la futuralgia.
Algia significa dolor. Hablando de nostalgia, nostos significa un regreso, un retorno al pasado. Nostalgia es un dolor por un regreso al pasado, pero, ¿cómo le llamamos al dolor, a la pena por ese futuro que ya no será? Y así surge la concepción y, de hecho, mi último libro se llama Futuralgia y hablo mucho de esta tristeza, esta pena por la pérdida de una certeza futura. Y justo relacionado a lo que estamos hablando, escribí un poema que les quiero compartir sobre la futuralgia.
«Duelo por un futuro que no será, por las risas que no resonarán, por los abrazos que no se darán, por un caminar juntos que no pasará. Es la futuralgia profunda y certera, una tristeza por lo que no espera. Por cada plan que se desvaneció, por cada parte de mí que se perdió. No es nostalgia, pues no hubo pasado, es dolor por un futuro arrebatado. Una melancolía por lo que pudo ser, una pena que persiste al amanecer. Así vive el corazón en su lamento, añorando un tiempo que fue llevado por el viento. Futuralgia, un nombre a la medida, para el dolor de una vida no vivida».
La esperanza de que si bien he perdido este futuro que era, significaba mucho para mí, no pierdo la esperanza de que puedo construir otros futuros diferentes, pero igualmente deseables. Y, en este sentido, la esperanza, citando a la película, una de mis películas favoritas que se llama Sueños de Fuga, en inglés se llama The Shawshank Redemption, al final, Andy Dufresne, cuando lee la carta de Morgan Freeman, el personaje, dice, quizás la esperanza sea lo mejor de las cosas y no podemos dejar que la esperanza muera nunca. Porque, insisto, sin esperanza no hay razón para seguir. Y el personaje tuvo esperanza de salir de la cárcel, la esperanza de verse con su amigo en el bote, la esperanza de ver el mar azul. Esa esperanza que le mantuvo de ese futuro, de un futuro diferente, deseable, fue lo que lo mantuvo caminando en su día a día.
O sea, explorar todas mis potencialidades para, a través de ellas, poder contribuir en un mundo mejor, de alguna forma. Creo que es el sentido que estoy tratando de construir con mi vida. Es el sentido que me hace seguir adelante, que me motiva. Y pues que me llena descubrir cómo puedo aportar a que este mundo sea, por lo menos, un poco mejor de cómo lo encontré. Algo que en lo personal, y me imagino que ha pasado por la mente de muchas personas, es lo absurdo, volviendo al punto de la injusticia que pareciera que es la vida. Como que hay gente que nace en ciertas condiciones. Tú naces en unas, en cierta época, en cierto tiempo, con ciertas bondades, pero otras que no. Y pareciera, ¿no? Como si fuera algo injusto, porque pareciera algo arbitrario. Como que, pues, ¿quién o qué decidió arbitrariamente que a ti te tocará esto y a ti la otra persona?
Y dicho esto, es algo que a mí me sensibiliza mucho y me rompe el corazón. Como el ver muchísimo sufrimiento arbitrario. Cómo sufre mucha gente por cuestiones que ni siquiera eligió. Y a mí me rompe el corazón. Hasta me dan ganas de llorar. Y por eso trato de ser un agente, de tratar de mejorar un poco esto. Desarrollarme, aprender, educarme. Porque si creo que tengo esta potencialidad y estos dones que la vida me dio, pues, creo que al utilizarlas para construir un mundo mejor, pues, creo que entonces tuvo un sentido haber nacido con esto. Entonces, pues, eso es lo que me da esperanza. Yo lo que diría sería que busquemos crear significado con nuestras vidas.