“En la calle se aprenden antes las matemáticas que el lenguaje”
Sergio López / Haze
“En la calle se aprenden antes las matemáticas que el lenguaje”
Sergio López / Haze
Músico y profesor
Creando oportunidades
El niño sale del barrio, el barrio permanece en el niño
Sergio López / Haze Músico y profesor
Sergio López / Haze
En el barrio de Los Pajaritos (Sevilla), en los años 80 y 90, la heroína se llevó por delante a la mitad de una generación. La otra mitad sobrevivió como pudo. Allí vivía Sergio López, conocido artísticamente como Haze, icono del rap flamenco sevillano y autor de bandas sonoras que retratan la vida de la periferia, en películas como ‘Yo soy la Juani’ o ‘Siete vírgenes’.
Aquel escenario de penurias económicas, drogas, calle, delincuencia y prisión fue el caldo de cultivo para su música, que pasó de vender en maquetas a tres euros, a firmar grandes contratos con multinacionales discográficas. Después de abandonar los estudios en la adolescencia y recuperarlos con 31 años, Sergio López acaba de aprobar la oposición como profesor de Secundaria, que compagina con la escritura y la producción musical.
Su experiencia y lecciones de vida se reúnen en su reciente poemario autobiográfico, ‘El niño que salió del barrio’, y en su último disco, ‘Carne de cañón’. “A los jóvenes que están ahora en la ESO, en Bachillerato, que tienen las mismas dificultades o un entorno parecido al mío, les diría que nunca es tarde para estudiar, para formarse. Y a los padres de esos alumnos que, por el mero hecho de que vivan en la periferia, en un barrio pobre, en un sitio difícil, crean que sus hijos van a fracasar, les tengo que decir que deben apoyarlos, que deben fomentar la curiosidad, que deben avivar la llama del conocimiento, que deben convencer a sus hijos de que pueden conseguir lo que se propongan”, reflexiona el músico y profesor.
Transcripción
Todo eso se convertirá en un imaginario, en un caldo de cultivo para mi futura música. Entré ya en la adolescencia. Veía cómo amigos míos no tenían la suerte que yo tenía: una familia unida, un matrimonio, éramos cuatro hermanos. Veía cómo amigos tenían familias rotas por culpa de la droga, del alcohol, de la delincuencia. Y veía también lo pronto que empezaban a consumir todo tipo de droga. Y yo aguantaba y me daba miedo. «Yo no quiero eso». «No quiero eso». A los catorce, quince, dieciséis, diecisiete… Y con dieciocho años, un fin de año, me envalentono y digo: “Por qué no?”. Porque, al final, te puede la presión del grupo. Todos los que te rodean toman drogas. Tú no. Y un día dices: “Pues lo voy a probar”. Cada vez subiendo la dosis, subiendo la frecuencia. Luego, a lo mejor, era un sábado de Feria y al final acaba siendo una rutina de fin de semana y ya se convierte casi a diario. Y ese problemilla que tuve durante tres años, no fue más, mis padres lo vivieron de un modo silencioso. A mí me hubiera gustado que mi padre o mi madre me dijeran: “¿Qué te pasa?”. Porque yo llegaba ciego, se me notaba en la cara. Había una calma tensa. Estábamos cenando en el salón y yo notaba como ellos me miraban, no decían nada e incluso se les notaba el vidrio en los ojos, pero no se atrevían a hablar conmigo.
Supongo que eran otros tiempos. Estos chavales que os digo, mi entorno, pronto empieza a delinquir. Se empieza robando una moto, robando un coche. A mí no me atrae el mundo de la delincuencia, pero, sin embargo, un día discuto con mi padre y mi madre y, como acaban muchas discusiones, en las casas de todo el mundo: “¿Sí? Pues si no estás conforme, ahí tienes la puerta”. Y yo que me creía que iba a ser “el Vaquilla”, digo: “Pues voy a coger la puerta” y me fui. Un amigo de aquella época vivía en la calle, vivía en un coche abandonado, y yo ya me hice el plan. Intimido a unos chavales, un reloj, un chaquetón. Pasan las horas, duermo en el coche abandonado con este amigo. Se hace de día, por la mañana, miro por la manta y veo justo a mi padre con mi hermano pequeño pasar por delante del coche, que iban camino al colegio. Digo: “¡Qué vergüenza como me vea!”. Bueno, pues ese acontecimiento fue la primera vez, y la única, que hice un robo con intimidación. Nunca más lo he vuelto a hacer. Hizo que tuviera que ir cada quince días a firmar al juzgado. Era abril, le preguntaba a la persona donde firmaba: “¿Se va a celebrar el juicio en mayo?”, “Seguramente no, porque no sé quién está en busca y captura y seguramente no. Hasta que no se encuentre, seguramente no”. Me confié. Y seguramente sí. En mayo se celebró el juicio y yo iba tan tranquilamente en verano con mi moto y me paró la policía, me pidió el carné y estaba en busca y captura. Y yo me quedé asustado, digo: “En busca y captura, ¿por qué?”, “A la comisaría. Es que usted no ha ido a un juicio». Imaginad la cara de tonto que se me quedó. Bueno, pues del calabozo de la comisaría a la cárcel.
Por rebeldía, por no ir un juicio, pues un mes y un día en la cárcel de Sevilla. ¿Qué pasó luego? Pues que cambié radicalmente. Se acabaron los problemas. Digo: “Esto ya no me pasa más”. Ya salí y digo: “Una y no más, Santo Tomás”. Cambié un poco el círculo de amistades, me enamoré de una muchacha muy competente. Empezamos una relación. Empecé a hacer deporte. Empecé a centrarme en la música. Y en la música, todos aquellos acontecimientos del pasado, el mundo de la droga, las manifestaciones en contra de la droga, que se hicieron muchas en mi barrio… Cuando me pongo a escribir rap, porque es lo que me gustaba, pues me salían historias de ese tipo. Historias duras de barrio. Historias de Los Pajaritos, historias de Las Candelarias, de Madre de Dios… Y como rapero, puro y duro, estaba claro que no tenía futuro. Así que, como tenía mucho roce con muchos gitanos y con muchos payos flamencos, a mí me gustaba mucho el flamenco, me sigue gustando, pues un día se me ocurre hacer una canción de rap flamenco. Se la dedico a un amigo. A un amigo que estaba preso y que me daba mucha pena que estuviera preso. La familia estaba sufriendo mucho. Entonces hago una canción contando un poco su vida y dándole el consejo para que cambie como cambié yo. Y fue un regalo de Reyes. Estaba en la cárcel de Huelva y fue un regalo de Reyes. Y ahí empezó mi historia en la música. Ahí empezó el éxito, con esta canción que le hago a un amigo, «El Case, Vida y Obra». Se la pongo a gente que conoce a este hombre y que me conoce a mí.
Y veo que me dicen: “Mira, mira, mira, mira, Haze, mira, mira, mira. Los vellos de punta”. Y yo me quedaba flipado, digo: “Es verdad. Se le están poniendo los vellos de punta en mi cara. Que no es broma”. Se lo pongo a otro amigo, a otro colega e, igualmente: al que no se le ponían los vellos de punta, se le saltaban las lágrimas. Digo: “Este es el camino”. Yo lo vi claro, digo: “Este es mi camino”. Digo: “Esto no es fácil conseguirlo. Que una canción emocione a alguien no es fácil”. Bueno, pues, después de eso, me vuelven a salir oportunidades para contar historias de delincuentes, de gente que delinque. Y lo hago y tengo más éxito todavía. Tanto éxito que mi maqueta, que vendía por tres euros, en mi casa, con mi madre, con mi hermano. Que no tenía ni ordenador. Que me tenían que ayudar mis amigos, que tenían torres y grabadoras: yo compraba los CD vírgenes y ellos me hacían las copias y yo firmaba los CD, uno por uno, y los vendía por tres euros. Y en la segunda maqueta, puse mi teléfono y el de dos amigos y nos llamaban por teléfono. “Hola, ¿sí? Oye, ¿tú eres el de la maqueta de El Bola?”. “Sí, yo soy”. “Mira, escucha, que yo quiero seis maquetas, pero yo vivo en Dos Hermanas”. “No te preocupes”. Yo cogía mi Fiat Punto y me iba a Dos Hermanas con mis seis maquetas. Escucha, que en la calle se aprenden antes las matemáticas que el lenguaje. Seis por tres, dieciocho. ¿No? Escucha, que vendí tres mil seiscientas maquetas, y yo no tenía ni un pavo. Y me puse más contento, digo: “Qué alegría”. Claro, tuvo tanto éxito que acabó en el top manta. Entonces, claro, la discográfica dice: “Aquí hay un diamante en bruto”. Y uno empieza a negociar sin saber, pero me informo. Hablo con mi amigo Javi, El Arrebato, que ya, por entonces, había tenido mucha experiencia en el mundo discográfico. “Javi. ¿Esto cómo va?”.
Me dio consejos. Empezó el éxito en la música. Saqué varios discos con multinacionales. He hecho bandas sonoras, por ejemplo, para la película “Yo soy la Juani”, de Bigas Luna, para “Siete vírgenes”, de Alberto Rodríguez. Y mi entorno ha tenido mucho que ver. Era el tiempo en el que estaba de moda el mundo «cani». Mi música la escuchaban los «canis» a tope. Era el tiempo del mundo del «tuning», ¿no? Que bien aprovechó Bigas Luna en su película. Y claro, fueron ellos mismos, los directores y productores de esas películas, los que fueron a buscarme y a hablar conmigo. Porque querían retratar ese mundo que estaba ebullendo en los barrios, en las periferias… Y, de repente, había un representante musical que era yo. Que contaba las historias de todos esos chavales que tenían esa estética de chándal, de gorrita y de oros y demás. Y en ese momento, por esa época, la pareja que tenía en ese entonces, que estaba en una universidad privada estudiando Periodismo, me dijo: “¿Tú por qué no estudias? ¿Por qué no lo intentas?”. Digo: “Vale, pues lo voy a intentar”. La prueba de acceso de mayores de veinticinco años a la universidad. Después de quince años sin estudiar, me pongo a estudiar. Con treinta y un años, “vamos a intentarlo”. Horas, horas, horas, horas, horas, horas… Fui ahí a un instituto de gente adulta en Camas, en un pueblo de Sevilla, y me estaba preparando las diferentes asignaturas. Y llegó el examen, iba con un compañero de mi barrio, que me lo encontré allí, que vivía en Camas, y también estaba ahí y digo: “Cómo me alegro de verte”.
Los dos sacamos muy buena nota. Él sacó más nota que yo. Y yo digo: “Pues voy a estudiar Filología Hispánica”. Hice cursó por año. Me fue bien. Un empollón de treinta y dos años, en primero, rodeado de niños de dieciocho y de diecinueve. Muchos de ellos dirían: “¿Ese no es el cani de Los Pajaritos? ¿El de ‘Gasolina, sangre y fuego’?». Claro, imaginaos, ¿no? Que se pensaban que yo no sabía hacer la “o” con un canuto. Y allí levantando la mano el primero. “¿Quién tiene los deberes?”, y yo… Y yo preguntando, preguntas embarazosas. Los catedráticos se quedaban locos, decían: “Pero ¿cómo haces esta pregunta?”. Termino la carrera, con muy buena nota media, hago un máster de investigación, porque quería doctorarme, y saqué tan buena nota en el máster que me dieron un premio extraordinario en la Universidad de Sevilla. El mejor expediente de ese máster, el Máster de Estudios Americanos. Y me dieron la oportunidad, en la Universidad de Sevilla, de dar un discurso representando a los estudiantes de máster. Y ese día, para mí, fue muy especial, la verdad, porque no me imaginaba nunca estar rodeado de gente tan brillante, del rectorado, de los vicerrectores de mi universidad, en un sitio tan bonito y con un discurso escrito por mí. Fue algo mágico. Y, por fin, me embarqué en las oposiciones en tiempos difíciles. Y bueno… Estudiaba ocho horas diarias los primeros nueve meses y los seis meses siguientes apuré y estudiaba diez horas diarias. Mi horario era levantarme a las siete, tomarme una cafetera, empezar las siete y media a estudiar y terminar a eso de las ocho de la tarde. Acababa con la cabeza como un bombo. Y llegó el día del examen.
Me la estaba jugando. Y, bueno, como en Disney, hubo final feliz. Hubo final feliz. Saqué mi plaza, ahora soy docente en un instituto de un pueblo de Sevilla, y la verdad es que me siento muy orgulloso de formar parte de esta gran familia de profesores. Estoy aquí para que me preguntéis lo que queráis.
“Gracias a mi abuelo se me despertó el amor por la lectura”
Pero en la EGB, sexto, séptimo y octavo, debido a las circunstancias, al entorno, a las dificultades, a las carencias, empecé a vaguear, a estudiar menos. Empecé a catear exámenes. Claro, los profesores dirían: “Aquí tiene que haber un problema, porque este muchacho siempre ha sacado muy buenas notas”. Ahí fue cuando sentí lo que ahora llaman «bullying», y antes le podríamos llamar “la crueldad de los chavales”. Yo vestía con ropa de segunda mano que me daban mis primas, algún primo, alguna ropa que podían comprarnos nuestros padres. La ropa que podían comprarnos, en la mayoría de los casos, era ropa del mercadillo. Como yo iba a un colegio que no era exactamente de mi zona, sino de una zona colindante, había un nivel socioeconómico algo más alto y yo iba con la ropilla que podía tener y que podía calzar. Y ahí sentía ya a esos chavales riéndose de mí. Con la ropa del mercadillo, con la ropa vieja, las zapatillas rotas. O por un descuido, después de jugar toda la tarde a fútbol en el albero, que mi madre no se diera cuenta porque estaba trabajando y no me bañara, no me duchara y tuviera las piernas sucias de jugar al fútbol en la plazoleta. Y los chavales, aunque jóvenes, son crueles. Fuimos crueles.
Y a los padres de esos alumnos que, por el mero hecho de que vivan en la periferia, en un barrio pobre, en un sitio difícil, crean que sus hijos van a fracasar, les tengo que decir que deben apoyarlos, que deben fomentar la curiosidad, que deben avivar la llama del conocimiento, que deben convencer a sus hijos de que pueden conseguir lo que se propongan. Que no hay reto grande, sino personas pequeñas.
O sea: «Tú me tienes que dejar ver lo que hablas por WhatsApp y por Instagram y por Tik Tok, porque si no, no me quieres». Es como… Y eso es solo el principio. Y es que yo creo que el machismo está aumentando de una manera exponencial. Las circunstancias sociales lo están propiciando. Y yo, por ejemplo, en el instituto veo actitudes machistas… duras. Y sí, los jóvenes de hoy… El machismo está creciendo mucho en la edad adolescente. Y es preocupante, es preocupante.
“Ah, vale. Claro que sí, maestro”. Y me los encontré de sorpresa hace tres o cuatro días leyendo mi libro en dirección. Y la música para mí es muy importante. Los jóvenes escuchan música urbana, muchos de ellos escuchan mucha música urbana, y yo soy un referente de ella. Y, por tanto, tengo que aprovecharlo. Podemos trabajar la lengua y la literatura a través de la música, que creo que es mucho más entretenido, mucho más atractivo que hacerlo solo a la antigua usanza. En alguna ocasión, por ejemplo, trabajé la polisemia a través de dos canciones, “Galopa” y “Heroína”. Y sí que, por ejemplo, me marqué una a capela, y, quién sabe, lo mismo algún día enseño sintaxis con un rapeo.