El valor de la simplicidad
John Maeda
El valor de la simplicidad
John Maeda
Diseñador y educador
Creando oportunidades
Tecnología y diseño para un futuro humanista
John Maeda Diseñador y educador
John Maeda
John Maeda ha sido diseñador gráfico, artista visual, profesor, ingeniero de software en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y "tecnólogo humanista", aunque a él le gusta describirse como "un accidente". Fue de forma accidental como llegó al mundo de la innovación tecnológica, gracias a que uno de sus profesores acudió a la tienda de sus padres, donde él trabajaba, para instarles a que le permitieran estudiar. Su primera computadora, con la que diseñó un programa de contabilidad para el negocio familiar, supuso el comienzo de su carrera tecnológica y multidisciplinar, que va desde la ingeniería eléctrica a la informática, el arte y el diseño.
A mediados de los años 90 impulsó el Grupo de Estética y Computación del MIT, como equipo de investigación multidisciplinar, y años después dirigiría el MIT Media Lab y la Escuela de Diseño de Rhode Island. Su interés por la combinación entre el arte y el diseño computacional le han permitido una prolífica carrera como artista visual y divulgador.
Entre sus publicaciones destacan 'Creative Code', 'Design by Numbers', 'How to Speak Machine' y 'Las leyes de la simplicidad', donde John Maeda plantea una forma sencilla de abordar aspectos complejos de la vida, los negocios, la tecnología o el diseño. "Aprender lo hace todo más sencillo. Alguien que sea un experto que haya aprendido algo, puede enseñarlo a otra persona. Pueden hacérnoslo más sencillo, si son simplificadores natos. Pero la mayoría de las personas no son simplificadoras natas. Nos gusta hacer las cosas más complejas porque parecemos más inteligentes", reflexiona el autor.
Transcripción
“Debemos superar los límites a la creatividad en el sistema educativo”
Cualquiera que tenga hijos, o sobrinas y sobrinos, sabe que, cuando son pequeños, están dibujando sin parar. Están siendo creativos. Y lo hacen sin ceñirse a la forma correcta de dibujar algo. Si dibujan un caballo, es un óvalo morado con 20 patas. Y es un caballo y están muy orgullosos de él. Y como padre, o tío o tía, dices: “Qué caballo tan bonito”. Y cuando te lo dan, es como si fuese un tesoro. Así que el arte tiene un valor sentimental y es diferente. Sin embargo, una vez ingresan en el sistema educativo, les enseñan a dibujar un caballo correctamente. Un caballo es marrón, tiene cuatro patas y tiene cola. Le falta la cola. Y creo que es ahí cuando la creatividad se esfuma, por culpa del sistema educativo. Creo que el problema es que, cuando estos niños crezcan, en el fondo saben que la forma correcta de dibujar el caballo era con 20 patas y morado. Y se hacen artistas. Son creativos. Pero algunos se dedicarán a los negocios. Algunos se dedicarán a la tecnología. Y harán todo tipo de cosas que nadie podría inventar. El problema es que la historia de la creatividad está vinculada al arte. Y la cuestión es cómo extender esos límites.
El problema de la inteligencia artificial es que antes cualquiera podía decir: “Es una máquina”. “Se nota la diferencia”. Pero los mayores ya no notan la diferencia. Todo huele al mismo pan. Con los jóvenes es distinto. Pueden oler esa diferencia en la tecnología, entre lo que es inteligencia artificial y lo que no. Ese es un poder especial. He tenido la ocasión de pensar en ello. Estuve seis años escribiendo sobre cómo comunicarse con la máquina, porque quería entender la IA y el aprendizaje automático desde la base. Y me di cuenta de que el término “ley de Moore” se usa mucho en tecnología. Significa que, en los años 70, alguien apellidado Moore afirmó que la informática duplicaría su potencia cada 18 meses. Duplicar la potencia cada 18 meses no parece gran cosa. Dos pasa a ser cuatro, luego ocho, luego 16, y paras y dices: “Bah”. Pero, si retrocedemos a 1970, y ahora estamos en 2022, si vas duplicando la potencia de un ordenador, ahora es nueve quintillones de veces más rápido, un número muy grande. Como analogía, imagina un coche que compraste en 1970. Iba a 80 kilómetros por hora como máximo. Ahora, imagina el mismo coche en la actualidad. Puede llegar a la próxima galaxia en medio segundo. Es algo extraño que ha pasado. Pero, como es invisible, no lo reconocemos.
Y lo que pasará es que condenará a alguien que tiende a ser pobre y tiende a ser de color, porque viven en un código postal donde existe mucha criminalidad. El sesgo se incorporó en los algoritmos por culpa de los datos. Porque, como sabemos, quién tiene y quién no, o el nivel de salud de las personas, está determinado por su código postal. Las generaciones jóvenes se están cuestionando esto. Nos cuestionamos cosas como: “Vaya, hay una nueva tecnología de reconocimiento facial”. Puedes reír, sonreír y hacer de todo. Funciona bien, si tienes la piel clara. Si tienes la piel oscura, no te reconoce. Porque los algoritmos se escribieron en base a datos de personas de piel más clara. Dicho esto, una vez estaba hablando con un inventor de Kenia y había salido en las noticias que a los coches autónomos les costaba reconocer a personas de piel oscura, y eso era algo peligroso. Y él es un investigador de inteligencia artificial. Me dijo: “Habría que usar nuestros algoritmos, porque reconocen bien a las personas de piel oscura”. La cuestión de quién controla el negocio de estos algoritmos, qué personas pueden hacerlo, que exista imparcialidad, son cosas de las que están hablando las generaciones jóvenes, y están intentando que las cosas cambien.
Contrataron a asesores profesionales para asesorar a los estudiantes en lugar de a los profesores. Y los profesores, los Caballeros Jedi, siguiendo con la analogía de Star Wars, decíamos: “Dios mío, los estudiantes nos necesitan para que les demos consejo, somos los que podemos aconsejar mejor”. Y una de las estudiantes subió a la tarima, nos miró a todos y dijo: “¿Cómo que nos vais a ayudar con nuestras futuras trayectorias? Ninguno de vosotros tiene un trabajo de verdad”. Y yo pensé: “Vaya, lo que dice es totalmente cierto”. Solo somos profesores. Os estamos preparando para el futuro. Pero ¿qué sabemos del mundo real? Y esto fue sobre 2002, cuando el MIT tenía más ordenadores que ningún otro sitio del mundo. Pero las empresas estaban empezando a tener más ordenadores que el MIT. Y veía que las empresas se movían más rápido, como Google, que las instituciones académicas.
Cuando ella dijo eso, pensé: “Tiene razón. No conocemos el futuro tanto como la industria”. Entonces se me activó un resorte y planeé mi huida de la academia. Me saqué el MBA como pasatiempo. Me hice presidente de la universidad. Y después me escapé a Silicon Valley, para aprender todo lo que no sabía. Un día me di cuenta de que tenía que dar el siguiente paso. Y entonces trabajé en una empresa como líder de producto y diseño. Volví a aprender todo sobre habilidades en ingeniería. Aprendí de publicistas. Ahora soy líder de software en seguridad tecnológica, jefe de tecnología. Solo porque decidí ir a la inversa en mi carrera. La mayoría se vuelven importantes antes y luego se hacen profesores. Yo fui en la dirección opuesta. Y fue una lección de humildad. Estoy orgulloso. Porque, cada vez que le daba la mano a un estudiante, sabía que estaba al tanto de cómo era el mundo real.
En cierto sentido, todo el mundo sabe conducir, generalizando. Creen que es fácil porque fueron a clases de conducir. Nuestro iPhone es difícil de usar porque no fuimos a clases de iPhone. Dicho esto, alguien que sea un experto que haya aprendido a conducir o aprendido a usar su iPhone, o lo que sea, puede enseñar a otra persona, porque lo han aprendido. Pueden hacérnoslo más sencillo, si son simplificadores natos. Pero la mayoría de las personas no son simplificadoras natas. Nos gusta hacer las cosas más complejas porque parecemos más inteligentes. “Dios mío, 72 785”, o lo que sea. “Dios mío, no entiendo qué dices”. “Soy inteligente, por eso no me entiendes”. Por lo general, ese es un valor que pensamos que queda bien. Si eres más simple, dicen: “Es demasiado simple. Supongo que no le has dado muchas vueltas”. Así que tendemos a devaluarlo.
Una de mis historias favoritas es cuando fui al Foro Económico Mundial. Había una persona muy importante de una empresa de capital riesgo muy famosa. Yo pensaba: “Vaya, es increíble”. Y es una persona mayor. Pero lo que me chocó fue que dijera: “Sí, esto de Facebook se está haciendo muy grande. Tengo una hija adolescente. He visto que publica cosas en su página que no me parecen bien”. Y él quería hablar con ella sobre esto. Fueron a dar un paseo por la playa. No se habían visto en un tiempo, pero estaban estrechando lazos. Le dice: “Cielo, me preocupa que publiques esas fotos en Facebook, algún día querrás conseguir trabajo y los que te contraten podrían encontrar las fotos y podría ser un problema, creo que deberías borrarlas”. Y me contó que su hija se paró, se giró hacia él y le dijo: “Papá, no te preocupes, no voy a trabajar para alguien como tú. Voy a trabajar para alguien como yo”. Y dijo que todo su mundo cambió. Porque se dio cuenta de que viene un mundo nuevo. Como decía, creo que esa generación tiene un olfato para la IA y pasa saber cuál es la IA dura, fuerte y mala y cuál es la IA tal vez menos peligrosa. Tengo fe en que van a crear un sistema que se hará mejor, porque simplemente están más en la onda.
Así que entro a su casa, me invita a sentarme, tiene un Mac, un Macintosh muy viejo. Bueno, por aquel entonces, era nuevo. Y yo le estaba ayudando con su libro. Y después se hace el silencio, y se pone a darme pequeños consejos. Y señala un armario donde tiene todas las cartas de fans. Lee una carta muy hostil, está claro que no era de un fan. Como diciendo: “Hay gente a la que no le caigo bien”. Y después me enseña una carta radiante: “Estimado señor Rand, soy un admirador de su trabajo, el logotipo de IBM, el de Westinghouse, el de Cummins, el de la CBS”, y la lista sigue. Me estaba poniendo a prueba. Me dice: “¿Qué opinas de esta carta?”. Le digo: “Bueno, tú no diseñaste el logo de la CBS. Tú diseñaste el logo de la ABC”. Son dos cadenas de televisión de Estados Unidos. “Tú diseñaste el logo de la ABC. Lou Dorfman diseñó el logo de la CBS”. Me miró y me dijo: “Así es. Pero si has vivido tanto como yo, se piensan que lo has diseñado todo”. Es una forma larga de decir que la gente piensa que he hecho distintas cosas. Y paso la mayoría del tiempo corrigiéndolos y diciéndoles: “No, yo no hice eso. Lo siento”.
Creo que no sabía qué podría hacer, así que se lo conté a la gente. A mis profesores. Y algunos se rieron de mí. Pero un maestro me tomó en serio. Se llamaba señor Wakefield. Era un ingeniero de Boeing jubilado. Enseñaba Química. Un tipo corpulento. Y se interesó por mí. Y recuerdo decirle: “Quiero ir a un sitio genial, el MIT”. Y me dijo que nunca podría ingresar en el MIT porque me faltaban muchas cosas; no había estudiado en una facultad, todas las cosas importantes que necesitaba para acceder a un sitio así.
Y le dije que no podía hacerlo, porque, como todos los que trabajan en el negocio de sus padres, en la empresa familiar, no puedes irte de allí, debes trabajar en el negocio familiar. Así que dije: “No puedo hacerlo”. Y un fin de semana estaba trabajando en la tienda de mis padres y aparece el señor Wakefield. Quería hablar con mis padres. Les dijo a mis padres: “Si queréis que vuestro hijo vaya a esa universidad importante, tenéis que dejarle que no trabaje y que vaya aquí. Que vaya a la facultad para tener el expediente que necesita”. En retrospectiva, si él no hubiese ido a la tienda de mis padres, no creo que yo hubiera ido a ninguna parte. Todavía estaría en Chinatown, en Seattle. Respondiendo a tu pregunta, no podría aconsejarme nada. Pero espero que tenga la suerte de tener a gente buena que crea en él.