¿Qué podemos aprender del mundo vegetal?
Stefano Mancuso
¿Qué podemos aprender del mundo vegetal?
Stefano Mancuso
Botánico y profesor
Creando oportunidades
El increíble viaje de las plantas
Stefano Mancuso Botánico y profesor
El superpoder del reino vegetal
Stefano Mancuso Botánico y profesor
Stefano Mancuso
“Para la ciencia el calentamiento global es el mayor problema al que se ha enfrentado la humanidad a lo largo de su historia, es preciso que todo el mundo tome consciencia de lo que está sucediendo y haga aquello que esté en su mano”. El científico Stefano Mancuso es profesor, escritor y botánico especializado en neurobiología vegetal. Su pasión por la naturaleza y su dedicación para comprender el mundo a través de ella le ha llevado a importantes descubrimientos y a entender que “deberíamos imitar su increíble capacidad para crear comunidades pues solo a través del trabajo en equipo y la solidaridad podemos superar los desafíos a los que nos enfrentamos”.
Un enfoque que desafía las ideas convencionales sobre la inteligencia y la conciencia de las plantas demostrando que son seres complejos y adaptables. Además de sus investigaciones, Mancuso es fundador del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal en Florencia, un centro líder en la investigación de las capacidades cognitivas de las plantas. Su trabajo se basa en la idea de que las plantas tienen sistemas sensoriales mucho más sofisticados lo que las convierte en una solución eficaz para campos como la salud, la sostenibilidad y la tecnología.
En sus libros y conferencias el experto nos invita a sentirnos parte del reino vegetal y a tener presente que no somos ajenos ni estamos por encima de ningún ser vivo: “La idea de ser mejor es una idea humana porque en el momento en el que piensas que eres mejor que otro ser vivo, deja de ser tu igual y se convierte en alguien a quien puedes usar para tus propios fines. La única manera que tenemos de prosperar es cooperar a través de la humildad”.
Transcripción
Así pues, en el 2005 fundé el Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal. Un laboratorio cuya sede principal se encuentra en la ciudad donde vivo, que es Florencia, y que tiene otras sedes por todo el mundo. En París, en Bonn, en Pekín, y también en una ciudad a la que amo, que es una ciudad del sur de Japón que se llama Kitakyushu. En todos estos laboratorios, nosotros estudiamos las capacidades de las plantas. Es decir, estudiamos las plantas como seres cognitivos. ¿Qué son capaces de hacer y cómo lo hacen? Son tan diferentes de nosotros, los animales, en materia de organización, comportamiento o vida social que a nosotros nos resulta imposible comprenderlas. Realmente imposible. Pensad… Cuando en las películas tenemos que representar a un extraterrestre, a un ser que tal vez sea inteligente, pero que procede de otro lugar del universo, por lo general lo representamos o bien con forma humana, y son humanos más o menos modificados, o bien como animales malvados. Insectos…
Sin embargo, todo se construye siempre a partir de nuestra idea de los animales. Ahora pensad en una forma de vida como las plantas. Viven y crecen en nuestro mismo planeta, y han evolucionado con nosotros, pero de una forma tan diferente que nos resulta inconcebible, casi imposible, comprender su inteligencia. Así que, en el laboratorio que dirijo, trabajo como científico en estos temas. Además, con los años también me he dado cuenta de una cosa, y es que no basta con hacer experimentos, o con escribir artículos científicos, porque los únicos que los leen después son otros científicos, que son cuatro gatos. Entonces, ¿qué importancia y qué interés tiene para el mundo todo lo que haces? Así que empecé a escribir ensayos y libros de divulgación en los que explicaba qué son realmente las plantas, qué son capaces de hacer. Y esta es otra parte de mi actividad que tiene mucho que ver con la divulgación.
Últimamente, en los últimos años, todo lo que se habla sobre lo que hacen las plantas y cómo lo hacen también se ha relacionado mucho con el problema del calentamiento global. Espero que vosotros tengáis claro este problema. Es un problema enorme, el mayor problema que la humanidad ha tenido a lo largo de su historia. Y yo estoy convencido de que un buen uso de las plantas, un uso sabio y dirigido a resolver este problema, podría ayudarnos mucho. Así que en los últimos años he combinado esta actividad de divulgación con el estudio de las capacidades de las plantas, es decir, cómo las plantas hacen las cosas. Supongo que hoy hablaremos de ello. Y también de cómo podemos utilizar las plantas y de las cosas que las plantas nos podrían aportar si las utilizáramos de la forma adecuada.
Porque, veréis, para amar una cosa de verdad es preciso entenderla. No puedes amar una cosa que no entiendes. Y para entender las plantas, inevitablemente hay que estudiarlas un poco, porque, de lo contrario, son tan diferentes de nosotros que no las puedes comprender. Si yo os hablo de inteligencia, de comunicación, de sensibilidad, alguien podría mirarme y decirme: «Pero, ¿eres tonto? ¿Cómo puedes decir que esta cosa verde e inmóvil es capaz de hacer estas cosas? Esas son cosas que hacemos nosotros, los animales». Por tanto, solo las puedes entender si las estudias. Aunque sea un poco, no mucho. Pero sí que hace falta un pequeño esfuerzo para entender este mundo que es completamente diferente al nuestro. Pero una vez empiezas a estudiarlo, entonces aparece un paisaje extraordinario, maravilloso.
En mi caso, yo empecé a apasionarme de verdad por las plantas porque, cuando estudiaba el doctorado, tuve que hacer un experimento que consistía en lo siguiente. Tuve que estudiar cómo una raíz que desciende bajo tierra superaba un obstáculo. No parece una cosa muy interesante, ¿verdad? En cambio, aquello empezó a apasionarme. ¿Por qué? En los libros se decía que la raíz tenía que tocar el obstáculo y luego tenía que hacer algo así, daba unos saltitos, hasta encontrar su camino rodeando el obstáculo. Y yo quería entender exactamente este fenómeno. Quería estudiar este fenómeno, así que puse en marcha un experimento para poder filmar la raíz tocando el obstáculo y luego dando esos saltitos, para así poder cuantificarlos. En cambio, lo que observé fue algo distinto, y es que la raíz, mucho antes de llegar al obstáculo, giraba.
Y aquello, al principio, me hizo enfadar mucho. Me preguntaba en qué me estaba equivocando. Yo quería ver los saltitos, así que repetía el experimento. Lo repetí cientos de veces y nunca llegué a ver esos saltitos. Llegó un momento… Lo sé, soy muy estúpido, pero llegó un momento en el que tuve una especie de iluminación. Me dije: «Nunca voy a ver los saltitos, porque la raíz sabe dónde está el obstáculo, por tanto no hace lo que yo intento observar, sino que gira antes». Y, en efecto, eso es lo que hace una raíz. No solo es que gire antes. Pero pensad, esto lo vi con el tiempo, que si la raíz llega aquí, es decir, cerca de esta parte, gira por esta parte. Si llega aquí, gira por esta otra. Elige siempre el camino más corto. No solo sabe dónde está el obstáculo y lo siente, sino que elige el camino más corto para superar ese obstáculo.
Si os tuviera que decir el momento justo en el que sentí el flechazo, en el que me enamoré de las plantas, sería aquel momento, cuando entendí que existía algo completamente diferente y que yo no había visto nunca. Y eso hacía que estos seres, que hasta ese momento incluso yo, pese a que me gustaban y los estudiaba, había percibido como organismos interesantes, aunque seguramente no al nivel de los animales, en aquel momento cambié de perspectiva. Empecé a mirar el mundo desde un ángulo diferente, y las plantas se convirtieron en el centro de mi vida.
Nuestra respuesta a los cambios, nuestra respuesta a cualquier alteración en nuestro entorno suele ser la huida. Una planta percibe a la perfección el entorno que la circunda, y no solo el entorno que la circunda, sino también todo lo que sucede en este entorno, con una sensibilidad de varios órdenes de magnitud superior a la de los animales. Ahora bien, nosotros solemos pensar que somos lo mejor que existe en el planeta. No pensamos que pueda haber otros seres vivos que tengan mejores capacidades que nosotros. Sí, claro que sabemos que el jaguar es muy veloz, que las aves vuelan y demás, pero cuando se habla de percepción, de sensibilidad, de resolución de los problemas, nosotros pensamos que no tenemos rival. En cambio, pensad únicamente en la capacidad que tienen las plantas de percibir… Es como si tuvieran 15 sentidos, no cinco. Imaginad ahora si vosotros tuvieseis la capacidad de percibir los campos eléctricos o los campos electromagnéticos, que es algo que ninguno de nosotros es capaz de percibir.
Sin embargo, vivimos inmersos en un mundo electromagnético. Del mismo modo que existen los colores o los sonidos, existen estos campos electromagnéticos que no vemos, y que las plantas sí ven. O pensad en los gradientes químicos. Me diréis: «¿Qué son los gradientes químicos?». Si aquí abajo hubiese dos toneladas de cobalto, que es un elemento químico muy, muy peligroso, nosotros no tendríamos ninguna percepción. Una planta es capaz de percibir, más o menos a la distancia a la que estáis vosotros, un microgramo de cobalto. Un microgramo es un milésimo de miligramo. Para que tengáis claro cuánta sensibilidad tienen las plantas.
Para las plantas, el nitrógeno es un nutriente importante, importantísimo. Nosotros no somos capaces de percibir nada parecido. Una raíz es capaz de percibir a varias decenas de metros la presencia de unos pocos átomos de nitrógeno. Es una capacidad sensorial que no tiene comparación en el mundo animal. Las plantas son mucho más sensibles que las personas. Ah, una última cosa sobre este tema. En casi todos los idiomas se dice «estar en estado vegetativo» para indicar la incapacidad de percibir el entorno. Cuando uno está en estado vegetativo, está desconectado del entorno. Eso es una insensatez. En realidad, las plantas son mucho más sensibles que los animales. Son capaces de percibir el entorno mucho mejor que los animales. Esta es una de las formas de nuestra incomprensión de este tipo de vida.
Para una planta, la única posibilidad de sobrevivir es percibir con mucha antelación que algo está cambiando para que esta pueda modificar tanto su fisiología como su anatomía, que es otra cosa que nosotros, los animales, no podemos hacer. Te pongo un ejemplo. Si no hay agua o si no hay suficientes nutrientes en la tierra, la planta se vuelve más pequeña, detiene su crecimiento y reduce sus dimensiones, cosa que nosotros no podemos hacer. Nuestra fisiología es siempre la misma. Siempre necesitamos agua, siempre necesitamos alimento. Las plantas no. Las plantas pueden modificar su organización, su construcción, su anatomía, siempre que tengan tiempo para hacerlo. Es por eso que deben sentir con mucha antelación.
La otra cosa que comentabas, que es muy interesante, es la organización de las plantas. Una de las razones por las que no entendemos las plantas y no podemos percibirlas es que no están construidas como nosotros. Solo podemos concebir y comprender lo que se parece a nosotros. Lo que nos es cercano, similar. Basta con que una persona tenga características, tradiciones o costumbres que difieran de las nuestras, y ya no la entendemos. Hagamos ahora un experimento para entendernos. Digamos que, de repente, aquí, delante de mí, se materializa una cosa procedente de otro lugar del universo, de Alpha Centauri. ¿De acuerdo?
Y esta cosa es algo que se materializa aquí delante. ¿Cómo reaccionamos? ¿Qué hacemos? Primero huimos, claro, pero luego, cuando volvemos, ¿cómo sabemos si está viva o si es inteligente? Supongo que lo primero que haremos al cabo de un rato será intentar tocarla, tal vez desde lejos con un palo. Si se mueve, si hace algo parecido a un movimiento, entonces ya entendemos que está viva. Después empezaríamos a mirar si encontramos algo que nos recuerde a nuestros ojos, las antenas, los órganos sensoriales, como aquellos que conocemos de los animales. Si vemos algo similar, entonces entendemos no solo que está viva, sino también que podría ser inteligente. Si no vemos nada de eso, entonces será casi como si fuera una roca. Por tanto, estos dos puntos, el movimiento y la construcción, son las dos cosas que rigen nuestra comprensión de las plantas. Como no se mueven, para nosotros están fuera de la vida, o casi.
Y como no están construidas como nosotros, no pueden ser inteligentes. Nosotros estamos construidos de una manera muy simple. Órganos únicos o pares. Pues nunca los encontraréis, porque en la planta un solo órgano único o par sería un punto débil. Nosotros pensamos, como de costumbre, que estamos construidos de la mejor manera posible, que somos los seres más evolucionados del planeta. Pero ¿de verdad creéis que estamos bien construidos? Es decir, ¿vosotros habríais pedido que os construyeran así, con un páncreas que si se rompe os morís? Por supuesto que no. Si me lo hubieran preguntado, yo habría pedido que, de algo tan valioso como es el corazón, me hubieran puesto cinco o seis, y ocho o nueve cerebros, y diez o doce pulmones. ¿Por qué iba yo a pedir tal abundancia de órganos? Porque si uno se rompe, los otros siguen funcionando. Y si una planta estuviera construida como nosotros, si tuviera dos pulmones, un cerebro, dos riñones, un páncreas…
Una secuoya. Imaginad una secuoya, un árbol de 120 metros. El organismo más grande que existe en el planeta. Aparece una oruga, hace un agujero en el cerebro, en los pulmones o en el páncreas y toda la planta muere. ¿Os parece posible? ¿A que no? ¿Y por qué no? Porque las plantas están construidas de una manera diferente. Ellas han extendido… Nosotros, los animales, hemos concentrado nuestras funciones en órganos únicos o pares, que son muy eficaces. Respiramos con dos pulmones, pero los pulmones son muy buenos absorbiendo oxígeno. Vemos con dos ojos, pero nuestros ojos son muy eficientes, muy buenos para percibir imágenes.
Una planta ve con todo el cuerpo, respira con todo el cuerpo, siente con todo el cuerpo, razona con todo el cuerpo, porque las funciones, en lugar de estar concentradas, están extendidas, están distribuidas por todo el cuerpo. Son menos eficientes que nosotros. De acuerdo, pero ¿qué tienen a cambio? Pues a cambio tienen una resistencia y una robustez inimaginables para nosotros. Así es, nuestro páncreas se rompe y morimos. A una planta le puedes extirpar el 80% de su cuerpo y seguirá viviendo. Yo no tendría ninguna duda sobre cómo ser construido.
¿Qué es la curva de aprendizaje? Pensad en cuando aprendéis a hacer cualquier cosa. Qué sé yo, cuando se aprende a tocar un instrumento. Al principio te pasas mucho tiempo… Por ejemplo, imaginemos que estáis aprendiendo a tocar la guitarra. Al principio, para tocar dos acordes, te pasas un día entero. Y luego, con el tiempo, sois capaces de hacerlo mucho más rápido. Esa sería una curva de aprendizaje. En cierto punto, tú puedes seguir practicando, pero te mantienes siempre en un nivel estándar. Has llegado al máximo. Bien, pero para que un organismo pueda aprender, necesariamente debe memorizar. Si tú no tienes memoria, es imposible aprender, porque cada vez cometes exactamente los mismos errores.
Así que, hace muchos años, surgió la cuestión de qué hacer para estudiar, o para demostrar, mejor dicho, que las plantas eran capaces de aprender y, por tanto, capaces de memorizar. Estudiamos la Mimosa pudica. No sé si vosotros la conocéis. La Mimosa pudica es esa planta que, cuando la tocas, cierra las hojas. ¿Por qué cierra las hojas instantáneamente? Cierra las hojas porque ese es su mecanismo de defensa. Imaginad que un insecto se posa sobre ella, las hojas se cierran y el insecto escapa. Pero el cierre de las hojas requiere de mucha energía. Por tanto, una especie inteligente debería ser capaz de discriminar, de entender cuándo es conveniente cerrar las hojas y cuándo no es conveniente cerrar las hojas porque no hay peligro. De modo que reunimos mil plantas de Mimosa pudica, las dividimos en dos grupos y a una especie le empezamos a enseñar que, si tú dejas caer una maceta a una altura de cinco centímetros, pum, la primera vez que cae, la planta se asusta y cierra todas las hojas.
Al cabo de un rato, se volvía a abrir. Nosotros volvíamos a tirar la maceta y de nuevo se cerraba. En cuanto se abría, volvíamos a tirarla. Después de cuatro o cinco veces, la planta entiende que ese estímulo no es peligroso y ya no se cierra. Ha aprendido a distinguir entre un estímulo peligroso y un estímulo no peligroso. Y ya no se cierra. Después de aquello, cuando aprendió que ese estímulo no era peligroso, nosotros cogimos las plantas y las dejamos en repisas durante dos meses. Volvimos al cabo de dos meses, la sometimos al mismo estímulo y la planta no se cerraba. Es decir, recordaba la lección. Y si tal vez vosotros pensáis que dos meses de memoria no son muchos, entonces debéis saber que, uno, los insectos tienen una memoria de 24 horas. ¿Conocéis esa película en la que un hombre se despierta y repite las mismas cosas cada día? La del día de la marmota, ¿cómo se llama? Pues los insectos son los actores de esa película. Hacen exactamente lo mismo. Cada día empiezan de nuevo, no tienen memoria más allá de 24 horas. O pensad en nuestra memoria. No es que nuestra memoria sea excepcional.
Pensad en cuando debemos coger un tren y buscamos el vagón y el asiento. ¿Cuántas veces lo miramos antes de subir? Diez veces, ¿no? Vagón nueve, asiento dos, de acuerdo. Pasa un minuto. «Espera, ¿cuál era? Vagón nueve, asiento dos». Luego, en el momento antes de subir, vuelves a mirar. Vagón nueve, asiento dos. Nuestra memoria no funciona mucho mejor que la de las plantas. Así pues, demostramos esa capacidad de las plantas para memorizar y aprender. Si luego me preguntáis dónde tienen las plantas la memoria, eso es un misterio. No lo sabemos, pero también es un misterio dónde tenemos nosotros la memoria, es decir, dónde está ubicada la memoria de las personas. No lo sabemos. Normalmente creemos que está en el cerebro. Pero hay un montón de casos. Hay muchos casos en la historia de la neurobiología que cuentan historias increíbles. Personas a las que se ha extirpado… O por un accidente. Hay un caso muy famoso. Es un caso que ocurrió a finales del siglo XIX en los Estados Unidos.
A un obrero que trabajaba colocando las vías de tren, una vía le atravesó la cabeza. Imaginad una vía de esas dimensiones. Pues le entró por un lado y le salió por el otro, y le arrancó de cuajo más de dos tercios del cerebro. Y, contra todo pronóstico, esta persona sobrevivió sin dos tercios de su cerebro y conservó inalterada toda su memoria. En realidad, lo único que había cambiado tras haber perdido dos tercios del cerebro era que ya no podía contener sus palabrotas cuando hablaba. Esa fue la única cosa que había cambiado. Así que también nuestro propio cerebro es un misterio. ¿Dónde tenemos la memoria? Lo más probable es que nuestra memoria no esté solamente en el cerebro, sino en nuestro cuerpo, en todo nuestro cuerpo. Hoy en día se habla mucho de estas nuevas visiones, y lo cierto es que, en las plantas, no sabemos dónde está, pero las plantas son conscientes. ¿Sabéis cómo se define la consciencia?
No sabemos qué es la conciencia, pero sabemos que es algo que se pierde cuando estamos bajo anestesia o cuando dormimos. En esas dos situaciones no somos conscientes. Es interesante saber que las plantas se pueden anestesiar, es decir, los mismos anestésicos que funcionan en los animales, funcionan en las plantas. Y duermen. Tienen un ciclo día y noche exactamente igual que el nuestro. Y no solo eso, también sufren algo parecido al jet lag. Si tú modificas ese ciclo, las plantas tardan un tiempo en reajustarse, igual que nos pasa a nosotros. Si no las dejas dormir durante mucho tiempo, luego cuando duermen lo hacen durante más tiempo, igual que nosotros. Las plantas jóvenes duermen más que las viejas, igual que nosotros. Se trata de fenómenos que afectan a todos los seres vivos.
En cuanto a los cuidados, bueno, esa es otra cuestión muy interesante. Creemos que somos los únicos seres que tenemos, por ejemplo, un largo cuidado de los hijos. Se llama cuidado parental. Ese es el nombre científico. Es decir… Y luego están los reptiles. Los reptiles o los peces, ¿qué hacen? Producen un millón, cien millones de huevos, los liberan en el medio ambiente y luego, estadísticamente, esperan que algunos sobrevivan. Las aves y los mamíferos, en cambio, tienen menos crías y se ocupan de ellas durante más tiempo. Y luego estamos nosotros, los humanos, que tenemos unos cuidados parentales que no terminan nunca. Nunca. Cuidamos de nuestros… No se van nunca de casa. En Italia nunca se van de casa. Hay que dispararles para que se larguen. Veinte, treinta años, cuarenta. Así que es un cuidado parental muy largo. Solemos pensar que somos los únicos con este cuidado parental. No. Las plantas tienen un cuidado parental de la misma duración que los humanos, y es algo extraordinario.
Pensad en una semilla que cae en un bosque. El bosque es un lugar oscuro. Es un lugar donde es imposible que una planta haga la fotosíntesis y crezca. Es decir, la semilla cae al suelo, pero antes de que la planta tenga la altura suficiente para poder vivir de forma autónoma, algunas veces tienen que pasar incluso 20 años. ¿Y cómo consigue esa planta vivir durante 20 años? Vive gracias al clan. Son las otras plantas cercanas las que proveen, a través de la red subterránea de raíces, todo lo que esa planta necesita. El alimento, el agua y la información llegan a esa planta a través de esta red de raíces que las une a todas. Para las plantas, la comunidad es increíblemente más importante que para nosotros, los humanos.
Yo mismo he hecho experimentos durante años en distintas clases, y he seguido lo que ocurría en estas clases en presencia o en ausencia de plantas. Y los resultados son increíbles. O también los días que los alumnos están enfermos. Los días de enfermedad en presencia de plantas disminuyen en un 45%. Por tanto, y volviendo a tu pregunta, sería fundamental que nuestras aulas estuvieran llenas de plantas, porque la presencia de plantas, la convivencia, nos daría la oportunidad de explicar cómo funcionan y de mostrar las características de las plantas, sobre todo hoy en día. Esto es fundamental porque, si tenemos una oportunidad de combatir el calentamiento global, es a través de las plantas.
Deberíamos cubrir de plantas todos los rincones de las ciudades. Todos. No solo en los bulevares o en los parques, en todas partes. Deberíamos imaginar ciudades completamente cubiertas de plantas, posiblemente eliminando una parte de las calles. El 40% de la superficie de nuestras ciudades está cubierto por calles. Hay muchas calles, demasiadas. Deberíamos quitar parte de ellas y cubrirlas de plantas. Para luchar contra el calentamiento global eso sería fundamental. Por tanto, desde el punto de vista de la educación, poder explicar y enseñar cómo funcionan las plantas y mostrar a los alumnos más pequeños lo que las plantas son capaces de hacer sería importante, fundamental.
En realidad, deberíamos pasar por una especie de conversión, una conversión ecológica, es decir, comprender que formamos parte de la naturaleza, que no somos ajenos ni estamos por encima de la naturaleza. Este es realmente el problema fundamental de nuestro tiempo. Y la idea de que somos mejores es una idea muy peligrosa creada por el hombre. Ni en la naturaleza ni en ningún grupo natural existe la idea de ser mejor que otro. Tenemos esa idea de que siempre gana el más fuerte, el más inteligente, el más astuto. Pero eso no es cierto, nunca se escribió… A Darwin se le suele asociar con esa estupidez, pero Darwin nunca dijo nada parecido. Darwin era un genio, no decía tonterías como esa. Darwin dijo que la evolución premia al más apto, no al más listo, al más fuerte ni al más inteligente. Y hay una gran diferencia, porque el más apto puede ser cualquiera. No hay una persona más apta que otra. Así que, en cierto modo, Darwin nos dijo que, para tener más probabilidades de sobrevivir, una especie tiene que sacar adelante a las demás, y que debe ser capaz de colaborar y de crear una comunidad con el resto.
La idea de ser mejor es una idea humana, y es una idea muy peligrosa porque en el momento en que piensas que eres mejor que otro hombre u otro ser vivo, este otro hombre, mujer, ser vivo o lo que sea, deja de ser tu igual y se convierte en alguien a quien puedes usar y utilizar para tus propios fines. Una cuestión interesante es que estamos seguros de que somos los mejores porque tenemos este gran cerebro que nos permite hacer cosas que ningún otro ser vivo es capaz de hacer. Y pensamos que eso es una ventaja, pero en realidad no lo sabemos. El pavo real, por ejemplo, tiene una hermosa cola, pero no es una ventaja evolutiva, no puede volar. Nuestro cerebro podría ser algo parecido. Es una cosa que nos permite escribir el Quijote, pero que, al final, no nos lleva a sobrevivir de la forma más eficiente posible.
¿Sabéis cuánto tiempo de media vive una especie en la Tierra? Una especie vive una media de cinco millones de años. Los seres humanos aparecimos en la tierra hace 300.000 años. Nuestra especie, el Homo sapiens. ¿Seremos capaces de vivir otros 4.700.000 años para llegar a la media? Por el momento parece muy improbable. Por el momento es muy improbable si piensas en lo que hemos estado haciendo solo en los últimos siglos. Por tanto, tenemos que esperar porque, si nuestra especie sigue aquí dentro de 4.700.000 años, querrá decir que daba igual tener o no tener este gran cerebro, y que éramos como el resto de especies. Si vivimos más allá de los próximos 4.700.000 años, quedará demostrado que nuestro cerebro es una ventaja evolutiva, pues nos habrá permitido vivir mejor y más tiempo que el resto de especies. Pero ¿y si nos extinguimos dentro de 100.000 años o dentro de un millón de años? Sé que parece muchísimo tiempo, pero, si nos extinguiéramos dentro de un millón de años, quedará demostrado que no somos la mejor especie, sino la más estúpida que jamás haya aparecido en este planeta.
Así es. Te preguntarás qué tiene que ver esto con tu pregunta. Tiene que ver en que la única manera que tenemos de poder interactuar, de comunicarnos, de crear una comunidad con el resto de seres vivos, es través de la humildad. La humildad de nuestra condición de especie nueva, recién llegada, y que tiene mucho que aprender de todas las demás.
La segunda razón tiene que ver con el impacto de la presencia de plantas en nuestra salud directa. Os daré algunos ejemplos. Hace unos años, varios estudios demostraron que la fractura de fémur es muy frecuente a partir de cierta edad. Y esos estudios demostraron que la mera presencia de plantas en las habitaciones donde la gente se recuperaba de esas fracturas era suficiente para acortar el tiempo de hospitalización en un 40%. Desde hace más de 50 años, sabemos que el simple hecho de observar las plantas desde una ventana puede mejorar nuestro estado de salud. Hubo un estudio extraordinario que demostró que bastaba con observar las plantas del exterior de un hospital para que la cantidad de analgésicos disminuyera, el estado de ánimo mejorase y la cantidad de días de hospitalización se acortase en un 30%.
También conocemos muy bien los efectos de las plantas sobre el estrés. Hace años, hicimos un experimento en la cárcel, que es un lugar donde la gente está sometida a mucho estrés, como podéis imaginar. Y los resultados fueron increíbles. Porque, veréis, este es un tema muy interesante. El estrés se puede medir de una manera muy sencilla, mediante análisis de sangre, pero también de otra manera más rápida, como sería la medición de la resistencia epidérmica. Podemos utilizar electrodos, que son muy sencillos, y que nos dicen cuál es la resistencia de nuestra piel, de nuestra epidermis. Y esta resistencia, este dato, está relacionado con el estrés, con la cantidad de estrés. Lo que resulta increíble es que, si utilizamos electrodos con personas a las que después dejamos en una selva, por ejemplo, o en un bosque, o también en un lugar donde haya plantas, en muy pocos segundos, que no minutos, en muy pocos segundos el estrés disminuye. Es una evolución que se aprecia con claridad, ya que baja en picado en cuestión de segundos. Así que, de nuevo, ¿por qué pasa esto? El estrés también es uno de los principales factores de la aparición de patologías. Una persona con estrés es más proclive a sufrir patologías. Esta es la razón por la que hoy en día se habla tanto de la medicina forestal.
He comentado al principio que una sede de mi laboratorio está en Japón, un lugar que me encanta. En Japón, los médicos de los centros de salud, los médicos de cabecera, cuando tú acudes a su consulta para que te hagan un examen, en la receta, además de los medicamentos, te piden que pases una hora cada dos días en ese bosque concreto como parte del tratamiento. La presencia de plantas en los lugares que habitamos mejora la capacidad de concentración. Así que no hay nada como las plantas para lograr tal cantidad de beneficios con un coste tan bajo. ¿Cuánto nos costaría poner plantas por todas partes? Nada. Y los beneficios que nos aportarían serían tan abundantes que compensarían con creces cualquier gasto.
Las plantas podrían ofrecernos un amplio abanico de posibilidades en todos los campos. Desde las organizaciones a los materiales, desde la comunicación a la vida en comunidad. Por ejemplo, hace 15 años llevamos a cabo un proyecto europeo muy grande, muy extenso, en el cual construimos el primer «plantoide». Es decir, un robot inspirado en el mundo vegetal. Alguno pensará: «¿Y para qué sirve un plantoide, si es una máquina inmóvil?». Pues no, un plantoide hace un montón de cosas. Por ejemplo, nosotros siempre hemos estudiado la naturaleza para imitarla. Hemos construido los aviones observando a los pájaros. Los barcos y los submarinos, observando a los peces. Entonces, ¿qué cosas puede hacer una planta mejor que un animal? Explorar la tierra, por ejemplo. Nosotros solemos pensar en las plantas de la tierra hacia arriba. Nos olvidamos de que, bajo tierra, una planta tiene la misma longitud que fuera de ella. Las plantas tienen raíces, y no hay nada mejor que las raíces para explorar la tierra.
Pues bien, ¿qué hacía aquel plantoide? El plantoide era un robot inspirado en las plantas y que crecía bajo tierra, exploraba el terreno y nos decía qué había en ese terreno. Si había compuestos químicos nocivos… Se utilizó, por ejemplo, para buscar minas, armas y demás. Y, además, aquel sistema de crecimiento de las raíces se utilizó después para muchas otras posibilidades y soluciones. Yo creo que las plantas pueden ser una extraordinaria fuente de inspiración. Pero si tuviera que quedarme con un solo aspecto de las plantas que deberíamos imitar sería su increíble capacidad para crear comunidades. ¿Y por qué las comunidades? Porque la comunidad, la verdadera comunidad, sin duda alguna es la estructura más eficaz para garantizar la supervivencia de la especie.
Cuando escasean los recursos y el entorno se vuelve variable, por así decirlo, justo lo que ahora nos está pasando a nosotros por primera vez en la historia de la humanidad, dados los condicionantes naturales que tenemos, la mejor garantía de nuestra capacidad de supervivencia son las comunidades. Soy consciente de que, a lo largo de la historia humana, la idea de comunidad siempre ha sido uno de esos impulsos utópicos, pero en las plantas es algo real, y deberíamos ser capaces de imitarlo.
Por eso tengo claro que cuesta mucho divulgar ideas, ya sea escribiendo libros o, más aún, escribiendo ensayos. ¿Qué se puede hacer hoy en día para divulgar una idea? Pues hay que utilizar, ya lo sé, las famosas redes sociales, pero yo no soy capaz. No quiero decir que no sean un buen medio de comunicación. Me encantaría saber cómo utilizarlas, pero no son lo mío. Y lo cierto es que, cuando veo a ciertas personas, a menudo incluso a compañeros míos, que publican en redes sociales, en mi opinión el resultado es doloroso. Y yo prefiero evitar hacer el ridículo utilizando medios que desconozco. No es como ir a jugar a… A mí me encanta jugar al tenis, pero no jugaría contra Nadal. Sería un disparate, así que por eso no uso estos medios. Lo que yo sé hacer es escribir libros. Por lo tanto, a eso es a lo que me dedico, y siempre procuro, dentro del ámbito de la literatura, divulgar de la mejor manera.
Entonces pensé que, al fin y al cabo, mis ensayos tenían dos lectores. Si intentaba escribir una novela, tal vez la leerían cuatro. Eso ya es un aumento significativo. Así que me dispuse a escribir una novela en la cual los árboles eran los protagonistas. Alguien me podría decir: «Ya me imagino que será una novela trepidante». Pues sí que lo es. En realidad, es una novela en la que pasan un montón de cosas, porque estos árboles son árboles especiales, que se mueven, que hablan… Y, claro, otro podría pensar: «Pero entonces ese libro no tiene que ver con la ciencia». Y sí que trata sobre ciencia, en el sentido de que los árboles se mueven, hablan y hacen cosas que un árbol no hace normalmente. Pero el comportamiento, toda la historia, aquello que subyace tras la narración, está muy relacionado con la forma en que las plantas se comportan y actúan.
Por ejemplo, hoy hemos hablado a menudo de comunidad, y en el libro hay una comunidad de árboles muy sólida. Todo lo que hacen estos árboles se desarrolla en un marco de comunidad. Y transmite una sensibilidad hacia ciertos temas, por ejemplo la luz, que solo para un árbol puede tener tanta importancia. Pensad en lo importante que es la luz para un árbol o para una planta. Y estos árboles, por ejemplo, nunca se pierden la puesta de sol. Al atardecer, todos se reúnen para contemplar el último rayo de luz antes de que se ponga el sol, y el libro narra cada una de estas puestas de sol. En definitiva, es una especie de fábula que escribí principalmente para trasmitir lo que son las plantas, pero, más importante aún, para intentar concienciar a la gente del problema del calentamiento global. Se trata de algo que yo considero un deber, un deber moral.
Porque, veréis, yo no había vivido jamás ni creo que jamás haya existido en la historia del hombre una época en la que haya habido tanta diferencia entre aquello que la ciencia percibe y manifiesta y aquello que los no científicos perciben del mundo. Para la ciencia, el calentamiento global es, sin lugar a dudas, unánimemente, el mayor problema al que se ha enfrentado la humanidad a lo largo de su historia. Insisto. Según la percepción de la opinión pública, de los políticos, de gente que no tiene nada que ver con la ciencia, ¿lo ven como un problema? Sí, pero ellos dicen que hace un poco más de calor, que llueve un poco menos, pero que ya lo solucionaremos. No. No se trata de eso. Es un problema enorme. Es preciso que todo el mundo tome consciencia, y que luego cada uno haga aquello que esté en su mano. Lo que yo puedo hacer es ser científico y escribir libros. Debemos hacer todo lo posible para dejar bien claro y difundir lo que está sucediendo. Es fundamental que seamos muchos los que sepamos qué está sucediendo. Y una vez que seamos muchos, podremos exigir acciones para el cambio.