«Kem Kang Noi»: la lección de un tsunami
María Belón
«Kem Kang Noi»: la lección de un tsunami
María Belón
Médico y psicoterapeuta
Creando oportunidades
Lo que el tsunami me enseñó
María Belón Médico y psicoterapeuta
“El sentido de la vida es amar”
María Belón Médico y psicoterapeuta
María Belón
María Belón disfrutaba con su marido y sus hijos de unas vacaciones paradisíacas en Khao Lak, Tailandia, el 26 de diciembre de 2004, en un día de sol, juegos y lectura tranquila junto a la piscina. Cuando los pájaros comenzaron a volar despavoridos y se empezó a escuchar un ruido atronador supo que algo iba mal. Un “monstruo negro”, tan alto como un edificio, se alzó ante sus ojos, mientras los turistas y trabajadores del hotel corrían y las palmeras caían a su paso. No sabía que se convertirían en la familia española que sobrevivió al terrible maremoto de Sumatra-Andamán, con más de 280.000 víctimas mortales y cerca de un millón de personas sin hogar.
Su historia fue inmortalizada en la multipremiada película ‘Lo imposible’, dirigida por J.A. Bayona. A pesar de las heridas físicas y psicológicas que su familia ha ido sobrellevando con el paso del tiempo, María Belón describe aquella experiencia como un “regalo” de la vida: “Hay un momento donde tú tienes que decidir si ese dolor complicado, situaciones que no has vivido nunca, el shock postraumático… Hay un momento, como una "Y" en tu vida, donde dices: '¿Qué hago? ¿Me quedo como víctima? ¿Me victimizo el resto de mi vida? ¿O escojo la otra vía?'. No hay medios caminos. Y esta otra vía es decir: '¿Qué hago para aprender lo que la vida me quiere enseñar?'".
Transcripción
“Ante el tsunami sentí el profundo dolor de no poder despedirme de mis hijos”
Porque era definitivamente como la sensación de que se estaba acabando el mundo. «Entonces debe de ser algo que está en mi cabeza, que no lo tengo registrado». Y, poco a poco, empecé a escuchar gritos. Todo el mundo medio paralizado, medio sin saber qué hacer. Los animales, sumamente agitados. Y ahí fue cuando me di cuenta de que sí que estaba pasando algo, porque los animales no pierden el tiempo. Y lo siguiente que vi fue… Pues palmeras cayendo y justo lo que ves en la película, ¿no? Una señora con su toalla corriendo, que yo pensé: «Bueno, debe de ser que hay una ola un poco más grande de lo normal». Y cuando vi lo que vi detrás, ¿en ese momento sabes lo que pensé? «Qué absurdos somos los seres humanos». O sea, lo que venía detrás era un muro negro. Un muro negro de unos diez o doce metros. Era de una dimensión como un edificio y esa mujer se preocupaba por salvar su toalla, por que no se le mojara la toalla. Claro, que acto seguido, lo que yo hice fue coger mi libro, para que ese muro negro no se lo llevara. Y ahí fue cuando dije: «Pues nadie me lo había dicho. Nadie me había contado que la muerte era física, era un muro negro. Y hasta aquí llegó la función, esto se acabó». Son milésimas de segundo, pero de repente el tiempo se para, es largo y es corto a la vez. Y en ese momento me cogió el profundo dolor de no poder despedirme de mis hijos. Yo grité…
Es que es algo muy muy común. Hay mucha gente que ha pasado por situaciones mucho más difíciles que la nuestra. No hay comparación en situaciones difíciles, ni más ni menos, pero situaciones muy difíciles. Yo tengo la suerte de poder compartir experiencias con mucha gente y prácticamente todo el mundo que escoge esta vía de «quiero aprender de esto» te dice: «Es que es lo mejor que me ha pasado en la vida». ¿Sabes por qué, Ignacio? Porque te permite despertarte. Despertarte. O sea… Yo leí una vez una frase sufí que… No la entendí. Esa frase decía: «La humanidad vive durmiendo». Y yo dije: «Estos sufís son un poco raros». Y luego la entendí. Claro, es que se pueden vivir diez, veinte, treinta, cincuenta, setenta años. Se puede vivir durmiendo o se puede despertar. Entonces este es el regalo que te da esta experiencia. Te da la oportunidad de despertar en la vida.
Lo primero para mí fue darles un espacio de seguridad. Una seguridad controlada y que ellos pudieran sentir que de alguna manera su vida no estaba en peligro. El siguiente paso, yo te diría que es ayudarles y acompañarles, sobre todo. Acompañarles a que ellos encuentren sus propios recursos de fuerza, porque muchas veces por suplirle una dificultad, un dolor, tú se lo quieres solucionar. Pero si tú le solucionas, no le ayudas a que él encuentre sus propios recursos. Y otro paso que yo también he hecho mucho con mis hijos ha sido ser sincera en compartir mis sentimientos con ellos. Una vez está establecida esa seguridad donde saben que mamá y papá me van a cuidar, cuando ya es el momento, tú les puedes compartir: «Yo también tengo miedo. Yo también he tenido miedo». Lo dejas en el cole el primer día, en la guardería, y llora. Está bien que tú le digas: «Yo también tuve miedo el primer día, ¿pero sabes qué? Encontré una amiga maravillosa que me ayudó. Encontré…». Entonces, ir compartiendo la sinceridad de tus emociones. Así el niño consigue no sentirse un extraño frente a ti, ¿no? «Yo tengo miedo a la oscuridad, pero mi mamá no la tiene». Porque entonces el niño esconde sus miedos. Y yo he sido una persona muy miedosa. No me ha sido difícil compartir los miedos con mis hijos.
“Hemos intentado educar a los hijos para que sean conscientes de su fuerza interior”
Y lo más fuerte, Ignacio, es que esa gente no nos venía a buscar a nosotros. Estaban en búsqueda de sus hijas, de sus madres, de sus hijos, y cada vez que nos veían a uno de nosotros, hacían suya la causa de nuestra vida. Y fue brutalmente conmovedor, emocionante, gratificante. Y ahí… A mí, ahí la vida me dio vueltas completamente. Yo no tenía ni idea de que la solidaridad es hacer tuya la causa del otro. También es verdad que, cuando despiertas, a todo esto, la vida es un poquito más difícil. Es un poquito más difícil, porque hacer tuya la causa del otro te hace que sea muy difícil ver un telediario. Muy difícil. No abarcas a todo, no lo puedes hacer todo, pero… Creo que a cada quien nos toca poner nuestro granito de arena para ayudar a la persona que te está pidiendo ayuda. Cuando sientes ese llamado es… Es que sin ti no van a poder seguir adelante. Y somos algunos tan privilegiados, tan privilegiados. Y hay gente que tiene vidas tan difíciles y tan duras, que si no estamos ahí los demás, pues nada, ¿no? Y luego es tan bonito sentir cómo alguien es capaz de hacer suya tu vida. Una vida tan desconocida, tan insignificante, tan… Que, además, no te preguntaban nada. No les daba… No les importaba nada. No les importaba si coincidías en ideas políticas, en sexo, en religión… No les importaba nada. Eras un ser humano e iban a darlo todo para ayudarte. ¿No? ¿Cuánto discurso escuchas hoy en día? Que me duele en el alma, me duele en el alma. De si vale la pena ayudar o no ayudar porque no tienen determinado pasaporte, determinado… Cuando tú te encuentras ahí y recibes la solidaridad del otro, te das cuenta de que ser egoísta es tener demasiado miedo a la vida.
Es mucha, porque un trauma no es un tsunami. Esto es algo excepcional y difícil. Son inundaciones, son actos terroristas, son agresiones sexuales, son maltratos familiares, son privaciones en la infancia. Todo esto deja una herida en el cuerpo, la deja en el alma, la deja en la mente. Hay estudios recientes importantísimos de cómo el trauma deja un daño cerebral y esto hay que cuidarlo. Hay que cuidarlo, hay que darle su tiempo, darle su atención profesional, su atención familiar, su atención de amor, su atención de paciencia. Pero todo se cura. Todo se cura. Esto también es una experiencia tan bonita. El ser testigo de cómo vi a mis hijos, de cómo estuve yo en algunos momentos y de cómo estoy ahora, a mí me genera mucha esperanza de decir: «Es que todo se cura si tienes ganas de curarte». Por ejemplo, en nuestro caso, la manera de ir superando la situación complicada… Bueno, de irla sobrellevando, de irla sanando, de irla curando, de irla cicatrizando, fue muy individual. Fue… Cada uno tuvo sus ritmos. Para mí fue importantísimo que se respetaran nuestros ritmos. Cada quien tiene un ritmo. Y es muy importante respetarlo. Porque si una persona quiere hablar de esa situación es porque ya está lista. Si una persona o un niño dice: «Yo no quiero hablar». En mi caso, uno de mis hijos, que dijo: «Yo no quiero hablar más de esto».
Por algo sería. Habló. Diez años después, habló. Pero necesitó esos diez años de respeto y de entendimiento para que le ocurrieran cosas dentro. Entonces, tener muy claro que no hay recetas generales. Cada persona es distinta, cada ritmo es distinto, cada pasado es distinto, los recursos son distintos. Yo tengo un hijo que… Pues mira, doce años después, ha sacado situaciones de estas, las hemos podido hablar, le hemos podido poner nombre, porque esto es importantísimo. Saber lo que te está pasando, poderlo comunicar, poder ponerle nombre, darle la importancia que corresponde. Muchas veces, por miedo a tocar el dolor, mucha… «Mamá, papá…». «Ah, déjate, esto es una tontería, no pasa nada». A veces hace que obvies cosas que son signos muy importantes. Entonces, hay que ponerle nombre, hay que buscar ayuda y hay que respetar los tiempos. Y hay que probar, porque a veces un tipo de ayuda te sirve, hay que seguir adelante. A lo mejor un tipo de ayuda tiene un tiempo y sientes que hasta aquí has llegado y hay que dejarlo y hay que probar otra cosa. Es como que hay que ser muy respetuoso con lo que tú te sientes a gusto, lo que te ofrece. Pero el punto fundamental es ponerle nombre a lo que te está pasando, darle importancia y pedir ayuda.
Entonces pensamos que era el momento adecuado. El 26 de diciembre de 2005 decidimos, a la misma hora en que se hacía la ceremonia en Tailandia, volver al mar. Volver al mar no de cualquier manera, era un 26 de diciembre, hace frío en España. Entonces volvimos a una playa donde Quique y yo habíamos sido sumamente felices, donde habíamos pasado largos ratos de nuestro noviazgo, donde habíamos llevado a Lucas como bebé. Y dijimos: «Bueno, pues como el mar es el mismo mar, porque el mar es el mismo mar, pues vamos a hacer un ritual». Entonces lo preparamos entre todos. Todos pusimos ideas, todos quitamos. Y lo que decidimos fue comprar un poquito de barro… Poner dos trozos de barro en nuestras manos. En la mano derecha y en la mano izquierda. Y apretar fuerte esas dos figuras, muy fuerte. Y la idea era que en esas figuras quedara la fuerza que nos había regalado la experiencia. La fuerza y los regalos que nos había dado la experiencia.
Una se la devolvimos al mar. Nos metimos al mar todos y le devolvimos una de las figuras como agradecimiento al mar y también para reconciliarnos con él. Y la otra la secamos y la guardamos. Y la tengo en casa, en una cajita, y a veces, cuando algunos de nosotros, por las circunstancias que sean, flaquea un poquito, que todos flaqueamos de vez en cuando en la vida o vuelven, regresan, tsunamis complicados, yo siempre abro esa caja. Y la enseño. Y yo miro muchas veces esa caja. Porque ahí simbólicamente están la fuerza y el aprendizaje que en estas experiencias se dan. Y yo desde aquí invito mucho a que la gente vuelva a recuperar los rituales. Chiquititos, sencillos, pero que lo que te dejan es un símbolo al que volver y que te rememore de nuevo esa tentación de olvidar los aprendizajes. Que haya un recuerdo. Que digas: «No, yo esto ya lo aprendí. Lo tengo que seguir usando». Así que esa fue la vuelta al mar. Hoy en día, bueno, qué te cuento yo, lo forofos que somos, porque nos fascina el mar. Nos fascina el mar. El mar es un lugar maravilloso. Maravilloso. Al que regresamos continuamente. Mis tres hijos son surferos tremendos. Yo lo intenté, pero me dijeron: «Mamá, por favor, ya no queremos pasar más vergüenza en la playa». Pero, bueno, nadamos en el mar, visitamos el mar. Nos encanta el mar en verano, en invierno, en primavera. Y ahí están los tres chavales acercándose continuamente al mar, siendo mis maestros de vida y tirando adelante con sus travesías.