“El racismo es una invención del ser humano”
Jordi Serrallonga
“El racismo es una invención del ser humano”
Jordi Serrallonga
Arqueólogo y naturalista
Creando oportunidades
Un viaje al pasado para entender quiénes somos
Jordi Serrallonga Arqueólogo y naturalista
Jordi Serrallonga
Jordi Serrallonga se define como arqueólogo, naturalista, escritor, guía de expediciones... Y un “primate domesticado por la cultura”, que lleva más de 25 años viajando por el continente africano y otros lugares del mundo para descubrir los secretos sobre el origen, la evolución y el comportamiento humano. Es director del HOMINID Grupo de Orígenes Humanos, proyecto por el que recibió el Premio de Investigación de la Sociedad Geográfica Española, trabaja como docente en la Universitat Oberta de Catalunya y colabora con el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. Además, Serrallonga ha sido coordinador de numerosos proyectos y expediciones en África, América y Australia sobre arqueología, antropología, primatología y evolución, con investigaciones científicas que ha publicado en ‘Journal of Human Evolution’, ‘Current Anthropology’, ‘Folia Primatologica’ y ‘Human Evolution’.
Su tiempo se divide entre las expediciones que rememoran a los naturalistas del siglo XIX y las clases donde transmite su pasión por el origen y evolución de nuestros antepasados. Ha publicado, entre otros, los libros ‘África en 10 palabras’, ‘Regreso a Galápagos: mi viaje con Darwin’, ‘Dioses con pies de barro’ y ‘Mito, vida y extinción: Animales invisibles’, junto a Gabi Martínez, donde Serrallonga recuerda el papel del hombre como una especie más y la necesidad de conservar y proteger no solo la biodiversidad, sino también la memoria y la cultura de todos los pueblos.
Transcripción
Y allí me quedaba totalmente extasiado con el gran esqueleto de la ballena, con los esqueletos de grandes mamíferos, como por ejemplo la jirafa y otros muchos seres que formaban parte de nuestro… Que forman parte de nuestro contexto, de nuestro hábitat, de nuestro planeta. La geología también me interesó muchísimo, los fósiles, y ya pronto empecé a hacer mi propia colección de fósiles, mi propia colección de minerales, e incluso empecé a interesarme por algo que es lo que me ha llevado hacia mi profesión, que es dedicarme a la evolución humana. Y es el hecho de intentar encontrar el por qué nosotros somos como somos, el viajar hasta los orígenes. Y ahí me quedé prendado rápidamente de la arqueología y, con un compañero, José Luis Serrano, empezamos a desarrollar unas excavaciones arqueológicas piratas en un parque de allí, de Hospitalet, el parque de Can Buxeres, y nuestro objetivo era ir a buscar una antigua civilización, encontrar los mismos materiales que veíamos en el Museo de Arqueología y que a nosotros nos parecían objetos superextraños porque veíamos piedras talladas de los primeros humanos que vivieron en la prehistoria y decíamos: “Pero ¿cómo los especialistas pueden saber que esto no es una simple piedra a la que le daríamos una patada, sino que es algo transformado?”. Pues bien, esto es lo que nosotros quisimos encontrar allí en el parque de Can Buxeres.
También íbamos muy influidos por las películas de aventuras en busca de grandes civilizaciones y, finalmente, hicimos un gran agujero. Siempre que pasaba por ahí la policía nos escondíamos, éramos muy pequeñajos, y, cuando acabamos el agujero, nos dimos cuenta de que teníamos montones de piedras que llevábamos al Museo de Zoología y al Museo de Geología para que las analizasen, para que al final nos dijeran: “Mira, esto es un trozo de ladrillo, esto es un trozo de granito vulgar o esto es un guijarro de río”. Por lo tanto… Y ya nació ahí esa gran fascinación por la naturaleza, pero también el intentar, de esa naturaleza, buscar el origen de los orígenes. En esa curiosidad por la naturaleza y por su origen… Claro, en aquel momento, en el colegio todavía no habíamos tocado demasiados aspectos sobre la evolución. Y recuerdo que en una de las visitas que hicimos con la asignatura de Ciencias Naturales al Zoo de Barcelona, que está en el mismo parque de la Ciudadela, donde el vecino Museo de Zoología y Geología estaban allí, resulta que vamos al parque zoológico y mala suerte. Empieza a llover de una manera brutal. Y no fue mala suerte, sino muy buena suerte, porque, en aquel momento, el parque zoológico no tenía unas instalaciones educativas, no tenía unas aulas como tiene ahora, y esto nos obligó a que el monitor, que era el biólogo que nos hacía la visita guiada, nos tuviese que esconder en cualquier reducto que hubiese cubierto. Así descubrimos una colección osteológica que estaban montando poco a poco los propios trabajadores del zoo con los animales que morían de forma natural.
Descubrimos también lugares como eran los dormitorios de varios de esos animales que nosotros siempre veíamos fuera expuestos, pero que por la noche pasaban las horas de más frío a cubierto y nos llevó a un lugar que existía antes en el Zoo de Barcelona, que era lo que se llamaba el pabellón de primates. El pabellón de primates era el lugar donde la gente, los turistas y los visitantes podían contemplar una de las atracciones, entre comillas, del zoo en aquel momento, que era Copito de Nieve. Copito de Nieve, el único gorila albino por ahora conocido, era entonces la estrella mediática del zoo e incluso a veces se pagaba una entrada aparte para entrar en el pabellón de los primates. Y allí estaban los chimpancés, los gorilas y los orangutanes. Y Esteba, que era el monitor que nos estaba llevando, al meternos ahí dentro, nos hizo sentar en el suelo y nos empezó a explicar cosas sobre nuestros primos más cercanos, sobre los grandes primates. Y en estas que yo estaba sentado contra el cristal de una de las instalaciones y noté que estaban picando al cristal. Y ese que picaba era un pequeño gorila llamado Urko, que era el hijo primogénito de Copito de Nieve, precisamente. Era el primer hijo que había nacido de él. Un macho, pero era muy pequeñito.
Entonces, resulta que Esteba y otros trabajadores del zoo lo habían estado cuidando con biberones, porque en aquel momento… Ahora ya las cosas han cambiado muchísimo y en los dos son las madres gorilas las que tiran adelante a la descendencia, pero, en aquel momento, todavía no se conocían muchos aspectos sobre cómo tener animales en cautividad. Eran animales que habían venido de estado salvaje desde África y en este caso las hembras no sabían cómo cuidar de los pequeños. Por lo tanto, eran los humanos los que los criaban como en plan ‘nursery’, como a biberón. Y en ese momento a Urko lo habían destetado, por decirlo de alguna manera. Le habían dejado de dar biberones y ya le estaban obligando a convivir con otros pequeños gorilas. Claro, al ver a Esteba en aquel momento, él empezó a picar los cristales porque quería ir con él, pero estaba la barrera del cristal. Yo lo tenía tan cerca y tenía su cara tan cerca que en ese momento, en su mirada, vi tristeza. Vi que lo que todo el mundo nos decía que aquello eran animales, que eran diferentes a nosotros, que tenía una mirada muy parecida a la nuestra. O al revés, la nuestra era muy parecida a la suya. Y ahí me hice la pregunta: “¿Por qué, si dicen que los seres humanos somos algo especial, algo diferente, por qué se parecen tanto a nosotros?”.
Sí que es cierto que en el caso de chimpancés, en el caso, por ejemplo, de algunas aves, esa fabricación de herramientas, fue la gran aportación de Jordi Sabater Pi, es cultural, por lo tanto hay animales que tienen culturas. Pues yo, totalmente fascinado por este campo, dije: “Quiero ir a encontrar las primeras culturas de los primeros prehumanos, de los que todavía no eran humanos, de esas formas que eran medio simias, medio humanas, que vivieron en África”. Y para ello tenía que formarme académicamente y es cuando entré en la universidad. Y en la universidad descubrí que no había ninguna carrera en aquel momento… Estamos hablando de mediados de los 80, finales de los 80. No había ninguna carrera sobre evolución humana. Yo, que pensé que a través de Biología podría encontrar una especialización, no la había. Y claro, ¿qué decidí? Acogerme a un plan antiguo que había en la universidad, que era el plan Bosch Gimpera, que me permitió coger asignaturas, seleccionar asignaturas, de diferentes carreras. Por ejemplo, hice asignaturas en Geografía e Historia sobre prehistoria y sobre arqueología. Hice asignaturas en Biología sobre antropología biológica y evolución humana. Hice asignaturas en Geología sobre tafonomía. Escogí cosas también en Medicina, también sobre anatomía. Y encontré a Jordi Sabater Pi, a ese ídolo mío de la bibliografía, que estaba dando clases en Psicología, en la facultad de Psicología. Y es porque Primatología en la Universidad de Barcelona se impartía ahí, en Psicología.
En ese momento, Jordi Sabater Pi estaba jubilado, se acababa de jubilar, pero encontré que en su despacho había una nota de que volvería en un mes porque estaba en el Zaire estudiando bonobos, una especie de chimpancé muy peculiar que hoy… Él fue al Zaire, pero que es actualmente la República Democrática del Congo. Viven allí estos chimpancés, los bonobos. Y ocurre que, el día que regresaba, yo estaba allí esperándole, montando guardia para conocerle. Y es cuando le planteé que estaba estudiando varias carreras, varias asignaturas, pero que yo lo que quería realmente era trabajar en esas culturas de los materiales que él había visto que fabricaban los chimpancés, para intentar compararlo con las primeras herramientas o culturas que debieron tener nuestros primeros ancestros. Y, finalmente, después de una primera criba donde me estuvo preguntando varias cosas, finalmente sacó un papel con membrete del cajón de su despacho y me hizo una carta de recomendación para que pudiese entrar en el Zoo de Barcelona, que es ese lugar que me dio la inspiración, para que pudiese hacer trabajos de observación conductual de los chimpancés. Y a partir de ahí, seguí con la carrera y esto me llevó, al acabar la carrera y formarme en el campo de la evolución humana, a empezar a hacer excavaciones, primero por Cataluña. Excavaciones como en el Abric Romaní, en el Abric dels Colls y otros lugares.
Pero mi objetivo estaba en ir a África y finalmente surgió la posibilidad y, junto con un equipo de la Universidad Complutense de Madrid, del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid y de la Universidad de Barcelona, marchamos a la región de Peninj, en el lago Natron, en Tanzania, para trabajar en uno de los lugares más maravillosos del mundo, que es a los pies del Ol Doinyo Lengai, que es la montaña sagrada de los masái, y trabajar excavando yacimientos de más de un millón y medio de años, que fueron seguramente realizados por personajes fósiles como es el Homo ergaster, que otras personas conocerán con el nombre de Homo erectus, unos humanos que ya aprendieron a sobrevivir en las sabanas de África rodeados de unos animales enormes, unos mamíferos absolutamente gigantes, y que nosotros también encontrábamos sus restos faunísticos, las herramientas que fabricaron. Y de hecho, incluso pudimos hacer descubrimientos muy importantes, que es que las hachas de piedra que aparecían allí asociadas en estos yacimientos, había lugares donde aparecían hachas de piedra, pero no había restos de fauna. Y empezamos a pensar que lo mismo esas hachas habían sido utilizadas para cortar madera. Hasta ese momento, nadie lo había podido demostrar. Pudimos… Pedí permiso a Manuel, que era Manuel Domínguez Rodrigo, el director de las excavaciones. Me llevé unas cuantas hachas, con el permiso también de Tanzania, a la Universidad de Barcelona. Hicimos unos estudios y pudimos demostrar que esas hachas tenían restos de fitolitos. Los fitolitos son partículas minerales que están en las plantas y que nosotros podemos encontrar incrustadas en nuestros dientes, en nuestras heces, pero que también pueden quedar en los sedimentos arqueológicos y pueden quedar también en las herramientas que se han utilizado para cortar o manipular vegetales.
Y ahí pudimos demostrar que las hachas se utilizaron para cortar madera. Incluso estaban enmangadas, lo cual nos hacía ver que individuos muy anteriores al Homo sapiens eran ya muy inteligentes, eran capaces de fabricar herramientas muy complejas e incluso dotarlas de un mango para ser utilizadas de forma más eficiente. Esto fue maravilloso porque no solo hicimos y hemos hecho descubrimientos muy importantes en África, sino que, a la vez, en esa pasión mía de ser naturalista, estaba rodeado de animales actuales, pero también de gente actual, los masái y otros pueblos, como los sonjo. Después estuve trabajando y sigo trabajando con otros pueblos, como los hadzabe’e de Tanzania, que son personas que viven en unos ambientes que ecológicamente se parecen mucho al de nuestros ancestros. Pero ellos son tan Homo sapiens como nosotros, son tan inteligentes como nosotros y tan actuales como nosotros. Por lo tanto, jamás les podemos llamar pueblos primitivos o pueblos del pasado, como se les ha llamado a veces en algunos documentales, libros o museos. Ellos son absolutamente contemporáneos, pero son un museo viviente de muchos de los aspectos que nosotros deseábamos encontrar de lo que hacían nuestros ancestros. Cómo se fabrica una flecha, cómo se fabrica una lanza, qué vegetales utilizas con fines medicinales en esa región, cómo se caza ese animal determinado, etc. Es decir, África ha sido, podríamos decir, antes de que no llegase a otros continentes, ha sido, podríamos decir, mi enciclopedia, mi fuente de conocimiento, pero, además, es mi segunda casa.
¿Y qué ocurre? Que te das cuenta de que el viaje es una de las formas que tenemos más maravillosas de ampliar nuestros conocimientos y de romper viejos tópicos y añejos tópicos que están enquistados en nuestra sociedad. Y cualquier persona que haya viajado y que haya podido estar en contacto con países donde sus religiones son muy diferentes, sus culturas gastronómicas son opuestas o las costumbres sociales son también divergentes a las nuestras, se da cuenta de que eso que criticamos o que criticábamos desde casa por puro desconocimiento, cuando conoces a esas personas en su contexto, te das cuenta de que aquello es tan valioso o tan interesante o más que lo tuyo. Los humanos somos una pandilla de antropocéntricos, de etnocéntricos, de egocéntricos. Siempre nos miramos el ombligo e incluso llegamos a decir que éramos el centro del universo con la teoría geocentrista. Todo giraba alrededor nuestro hasta que nos aparecen personajes como quizás Hipatia, que, desgraciadamente, por ser mujer y por vivir la época que vivió, fue asesinada, fue torturada y fue eliminada porque una mujer, para según qué religiones, como pasó con ella, no se le podía admitir que accediera al conocimiento científico. Pero quizás Hipatia, si se hubiesen podido conservar sus trabajos, si esas hordas salvajes de, podríamos decir, fanáticos, no hubiesen quemado la famosa antigua Biblioteca de Alejandría, es posible que Hipatia, como matemática y astrónoma, hubiese llegado a la conclusión; antes que personajes como Copérnico, como Kepler y Galileo, de que nosotros no vivíamos en un sistema geocéntrico universal, sino en un sistema heliocéntrico donde nosotros giraríamos alrededor del Sol.
Por lo tanto, cuando rompimos la barrera del geocentrismo, aparecieron otras barreras. Es la barrera del antropocentrismo. Es decir: “Somos la especie más importante”. Y personajes como Darwin, Sabater Pi y Jane Goodall ayudaron a romper esa visión. Pero después nos aparecen otras barreras, que es la del etnocentrismo y el egocentrismo, que nos llevan a aspectos como lo que es el racismo. Yo siempre digo que aspectos como el racismo… Estamos invirtiendo mucho dinero en intentar educar para luchar contra el racismo. Y es algo, podríamos decir, muy necesario. Pero siempre le digo cuando tengo la oportunidad de hablar con alguna autoridad, que dentro de esa formación para luchar contra el racismo, en la que tendríamos que incidir más es en la visión científica. Porque la ciencia es la que tiene la respuesta más clara para demostrar que el racismo es una invención, desgraciadamente, nuestra. De algunos de nosotros. Y es porque el racismo, desde un punto de vista científico, no tiene ningún tipo de vigencia, no existen las razas humanas. Esto que nos enseñaban en los atlas, en los libros, de la raza negra, la raza amarilla, la raza blanca… Eso es una falacia. Eso es un invento de los políticos, de la clase bienestante de Europa y de Norteamérica y de países desarrollados, que llevaron a cabo con el apoyo de ciertos científicos para intentar justificar que, si vendías a una persona de color negro, la podías vender como un animal porque no era como nosotros.
Hoy la ciencia ha demostrado con los trabajos de Cavalli-Sforza, por ejemplo, que las razas no existen. Todos somos iguales. Y, si incidiésemos más en esos trabajos científicos, quizás nuestros más jóvenes aprenderían a ver que esto no es real. No todo el mundo tiene el privilegio de poder viajar lejos. Pero yo viajo lejos porque voy a buscar esas respuestas en esos lugares lejanos. Pero cuidado, es que los viajes pueden ser muy cerca. Cada vez que cogemos un metro, cada vez que cogemos un autobús, que andamos por la calle, si vamos con la mentalidad de observar, veremos cosas maravillosas. Esos viajes son apasionantes. Y todavía queda un viaje, que es el viaje de la literatura, el viaje de los libros. Hay personas que, por su condición física, por su condición económica, no pueden viajar lo mismo, pero sí que pueden realizar estos viajes. Incluso yo mismo, cuando cojo un libro, en esos sueños que tenía de infancia de llegar algún día a África, primero llegué a África a través de los libros. Incluso personajes como Julio Verne o como Emilio Salgari, que, casi sin viajar, nos describieron mundos que ellos mismos no conocían o que incluso inventaron. Por lo tanto, siempre diré que el viaje va asociado directamente a la aventura. A la aventura de viajar, pero también va asociado a la aventura de la ciencia, porque viajando ampliamos miras, ampliamos horizontes. Y yo siempre diré que, para la ciencia, el viaje es básico. De hecho, para mí ha sido absolutamente básico en mi aprendizaje. Y lo sigue siendo.
Es decir, nosotros sospechábamos, muchos científicos, que había un origen de tipo más biológico, no mítico. Y esto lo propuso Darwin. Nos plantea un origen común, para toda la vida, pero un ancestro común para todos los primates. Por lo tanto, chimpancés, gorilas y orangutanes no son abuelos nuestros, sino que son primos nuestros. Están tan evolucionados como nosotros. Pero lo siguiente que planteó Darwin y esto ya creó, podríamos decir, una repulsa absoluta en su época, que es el siglo XIX, hacia la teoría de la evolución y sobre todo lo que era nuestro origen, él planteó que esos ancestros, esos fósiles, los teníamos que ir a buscar al continente africano. Por lo tanto, esos medio humanos, medio simios, nuestros ancestros, vivieron en África. Claro, nosotros nos creíamos descendientes, o bien de un origen divino como he comentado, el de Adán y Eva, o, si pensábamos en un origen biológico, un origen planteado en Europa de personas que en aquel momento se empezaban a encontrar en algunas excavaciones, como son los famosos cromañones de Francia, que son Homo sapiens, que tienen absolutamente nuestro aspecto, pero que vivieron en la prehistoria, a lo que diría la gente trogloditas. Estos que vivían en la entrada de cuevas o de abrigos, etc.
Pero no. Darwin lo que nos estaba planteando es que ese origen africano es el auténtico origen de nuestra humanidad. ¿Cómo lo dijo si él no visitó jamás el continente africano? Durante el viaje del Beagle, que duró cinco años, de 1831 a 1836, él solo hizo dos escalas técnicas en África. Su trabajo se centró básicamente en América. ¿Cómo dedujo esto? Lo dedujo a nivel de la lógica. Dice: “En África hay chimpancés y hay gorilas que se parecen muchísimo a nosotros y además hay humanos. Por lo tanto, es en África donde hemos de buscar sus ancestros”. Y, claro, para mí fue eso una revelación. Decir: “Ostras, yo quiero irme a África a buscar esos ancestros de la humanidad, de quiénes somos”.
Se ha de decir que en buena parte porque me ha acogido siempre muy bien la población local de allí. Desde mis primeras excavaciones en Tanzania, tuve mucho contacto cercano con los masái. Pero, ampliando mis investigaciones, también he tenido contacto con los pokot en Kenia, con los sonjo, también de Tanzania, pero, además, sobre todo con los hadzabe’e del lago Eyasi, que están en el sur del Ngorongoro, en Tanzania, que es la última de las poblaciones que sobrevive allí en África todavía como estrictamente cazadores-recolectores. Por desgracia, solo quedan unos 300 que viven de forma tradicional. Viven en pequeños grupos de 20, 24 personas y son cazadores-recolectores. Es decir, su dieta es el día a día. Es decir, ellos no tienen un concepto de futuro porque el ayer es como el hoy y el mañana es como también el presente. Es decir, lo mismo que estás haciendo hoy es lo que hiciste ayer y lo que vas a hacer mañana. De ellos he aprendido muchísimo, porque, de alguna manera, aprendes cómo el vivir en contacto con la naturaleza no es esa imagen que nos habían dado de que los que vivíamos bien éramos los que vivíamos ya con el Neolítico, con la agricultura y la ganadería. Por supuesto que, como explico en el libro ‘Dioses con pies de barro’, publicado por Crítica, nosotros somos… Ese título, ‘Dioses con pies de barro’, es por decir que nosotros somos una especie que tenemos que ir con cuidado, que en cualquier momento nos podemos tambalear.
No somos una especie especial, valga la redundancia. Somos una especie más. Y este “ser una especie más” me lo han enseñado, sobre todo, los hadzabe’e. Me lo han enseñado los chimpancés. Me lo han enseñado los gorilas. Me lo han enseñado los pájaros que observo cuando estoy por África, por América, por Asia o donde sea. Me lo enseñan los fósiles. Me lo enseñan museos como el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona o el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Es decir, todo ese patrimonio me enseña a saber que soy una especie más. En África, resulta que llegas allí y, de repente, te das cuenta de que somos dioses con pies de barro. Somos individuos que, cuando llegamos allí, tenemos que ir con un GPS. Tenemos que ir con un sombrero para no… Ahora que he perdido ya mi melena, para no destrozarte el cráneo, tienes que llevar un sombrero. Tienes que protegerte con cremas solares. Tenemos que utilizar antipalúdicos para no enfermar. Vamos con botas para que las púas de las acacias no nos destrocen los pies. Y resulta que hay allí un pueblo, que son los hadzabe’e, que son tan contemporáneos como nosotros, son tan inteligentes como nosotros, son tan Homo sapiens como nosotros, pero que viven todavía siguiendo la vida que tenían los cazadores-recolectores del Paleolítico. Cuidado, no son paleolíticos. No son ni tan siquiera primitivos. No son salvajes. Aunque hubo épocas en que los europeos se iban a África, se iban a los polos, se iban a Asia, se iban a otros lugares y secuestraban a miembros de estas etnias y los llevaban a Europa y los exhibían en los famosos zoos humanos. Los exhibíamos como algo propio de que no eran como nosotros. Eran elementos exóticos.
Ellos son tan contemporáneos como nosotros, son tan Homo sapiens como nosotros y, por supuesto, tan inteligentes como cualquiera de nosotros. Pero, cuando estás con un hadzabe’e, resulta que, cuando está fabricando una de sus flechas para ir a cazar, está empleando las técnicas que se utilizaban hace seguramente miles de años atrás. ¿Qué ocurre? Que cuando yo estoy excavando un yacimiento prehistórico de la época del Paleolítico superior o de una época donde ya haya puntas de flecha, yo encuentro la punta de flecha de piedra, pero no encuentro el cuerpo de la flecha porque estaba hecha en madera. Y, salvo excepciones, la madera no se conserva en una excavación prehistórica. No se conservan tampoco las plumas que he de deducir que utilizaban para estabilizar. Claro, nosotros decíamos: “Las flechas de los pueblos del Paleolítico debían parecerse un poquito a las que se utilizaban en la época medieval, o que nos han llegado hasta nosotros con el tiro olímpico y tal”, pero no estábamos seguros. ¿Qué ocurre? Que tú ves a un hadzabe’e y ves cómo está utilizando las plumas de las gallinas de Guinea para hacer los estabilizadores. Cómo las corta, cómo las dobla, cómo las ata con tendón de Aquiles de, por ejemplo, un antílope, de un eland, que es uno de los antílopes que viven allí. Por ejemplo, cómo utilizan, cómo fabrican la punta de la flecha y la insertan, la enmangan, en ese cuerpo de la flecha que han sacado a partir de una rama y que van doblando al fuego o mordiéndola, y que van de alguna manera trabajándola, tallándola, con un cuchillo de piedra o un cuchillo metálico.
Te das cuenta de que el arco lo barnizan con miel o que incluso, para hacerlo más fino, cogen hojas abrasivas como si fuera papel de lija, papel de vidrio, y lo empiezan a rascar. La propia cuerda del arco está hecha con tendón también de antílope. Claro, todas esas cosas es como tener un museo viviente. Igual que estamos muy preocupados en protegernos a nosotros como especie, en no extinguirnos, hemos de proteger también al resto de las especies que nos rodean porque, sin las especies vivas que nos rodean en el planeta, nosotros no podríamos estar aquí. Por lo tanto, ocurre que, cuando nos damos cuenta de toda esta influencia, de toda esta conexión que hay entre diferentes especies, ahí están también los hadzabe’e. Igual que hemos de proteger a especies biológicas, hemos de proteger también culturas. Hemos de proteger también memorias. Hemos destruido muchísimas memorias, muchas culturas y muchas lenguas. En África han desaparecido miles de lenguas sin que hayan quedado registros. En Australia, los aborígenes durante mucho tiempo fueron considerados como parte de la flora y la fauna naturales, no como personas. Entonces, ¿qué ocurre? Que esta memoria, estos patrimonios que tenemos humanos, los hemos de conservar porque resulta que ellos tienen la clave muchas veces de cómo podríamos sobrevivir a muchos de nuestros problemas. Y una población africana como los hadzabe’e, ¿qué te explica? Que ellos forman parte de la naturaleza como uno más. Y lo definiré de una manera. Los hadzabe’e, como os he dicho, tienen una tradición de miles de años.
Ellos antes cazaban y recolectaban también dentro del cráter del Ngorongoro y en la zona del Ngorongoro. ¿Qué ocurre? Que, cuando, por suerte, nos dimos cuenta de que había que preservar la naturaleza de todo el planeta, en África lo hicieron incluso mejor que nosotros. Hubo un presidente en Tanzania, el primer presidente de la Tanzania independiente, Julius Nyerere, con una visión, podríamos decir, muy progresista, con una visión muy enfocada hacia el pueblo. Lo primero que les dijo a los tanzanos es que, por encima de las diferentes etnias, ellos eran tanzanos. Eran africanos. No tenían que pelearse por ser de pueblos diferentes. Y eso fue muy importante porque además les dijo: “Y tenemos que preservar nuestra naturaleza”. Tanzania no tenía industria, no tenía grandes empresas, pero sí que tenía un patrimonio natural maravilloso, que estaban diezmando la caza mayor, el furtivismo, la agricultura desmadrada y la ganadería. Entonces, se decidió que lugares como el Serengueti se convirtiesen en parques nacionales o la zona del Ngorongoro. Claro, y se prohibió la caza. Eso fue bueno para preservar la naturaleza, pero fue malo para los hadzabe’e. Los hadzabe’e eran y son cazadores. Pero ellos cazan lo mismo que caza un león y cazan para comer. Pero era muy difícil decir “unos sí, unos no”. Por lo tanto, ahí salieron ellos perjudicados. Se les expulsó de ciertas zonas o se les dijo que no podían cazar ahí y tenían que cazar en otras zonas aledañas, que son, podríamos decir, más áridas, que son más estériles en cuanto a fauna. Y lo pasan peor para sobrevivir.
¿Qué ocurre? Una vez un cazador hadzabe’e me explicaba: “Jordi, hay una cosa que no entiendo. ¿Por qué no podemos ser como un leopardo?”. ¿Y cómo iba la historia? Ellos tienen unas flechas que son directamente para matar algunos animales. Flechas de madera que les permiten cazar algún pájaro. Tienen flechas con unas puntas que permiten matar a pequeños primates, pero un gran eland, que es un antílope enorme, para matarlo, igual que una jirafa o un elefante, cuando los cazaban, necesitan flechas envenenadas. Y utilizan unas flechas que tienen veneno, pero es un veneno que actúa muy lentamente. Entonces, cuando hieren a un animal con una flecha envenenada, tienen que perseguirlo durante muchos días. Y él me explicaba: “Nosotros, cuando herimos con una de nuestras flechas a un eland y lo vamos siguiendo, si realmente él se introduce en el área de conservación de Ngorongoro, nosotros no podemos entrar allí porque los ‘rangers’ nos dicen que ahí nosotros no podemos cazar, pero, si viene un leopardo, él se puede comer a ese eland. ¿Por qué leopardos sí y nosotros no? Si nosotros somos como el leopardo”. Es decir, ellos se consideran animales. “Somos animales. Somos una especie más”. Por lo tanto, a veces te planteas: “Décadas y décadas en ambiente universitario y realmente tiene que venir un hadzabe’e para resumirte en una simple anécdota por qué nosotros somos una parte más de la naturaleza”.
¿Por qué? Porque nos dimos cuenta de que, al no volar los aviones con tanta asiduidad como antes, al no haber grandes barcos mercantes o de trasatlánticos surcando los océanos, al no tener coches prácticamente por las ciudades con el confinamiento, cuando llegamos a las fases de confinamiento más estricto, se producía una especie de rebelión animal o de rebelión de la naturaleza. Y en muchos titulares de diarios nos decían: “Delfines en el litoral, donde no se veían nunca”. “Un oso se ha presentado en casa de Pepito”. En ciudades grandes, pájaros que no veíamos nunca y mamíferos que no veíamos nunca empezaron a aparecer. Es, para mí, el símbolo de esa rebelión animal. Esa rebelión animal que era ficticia. ¿Por qué? Porque los animales simplemente estaban recuperando ese espacio que nosotros les habíamos invadido. Nosotros dejábamos de verlos como en un zoo, sino que ellos nos estaban viendo a nosotros como en un zoo. Nos veían a través de nuestras ventanas y tal. Pero ¿qué ocurre? Que todos sabíamos que, cuando volviésemos a la vida normal, los delfines desaparecerían otra vez, el puma volvería a ser invisible y los pájaros volverían otra vez a los pocos bosques que les quedan. ¿Por qué? Porque volveríamos nosotros con los coches, con el ruido, con la bulla, etc. Claro, nosotros dejamos una marca sobre el territorio. Somos una especie más y lo único que hemos de aprender es a intentar coexistir de la mejor manera posible.
Por supuesto que no podemos reducir las emisiones a cero. Por supuesto que vamos a tener que encontrar siempre fuentes de energía. Por supuesto que ocupamos el planeta, que vamos a ocupar cada vez más territorios, pero tenemos que aprender a hacerlo mejor. Es decir, cuando estamos diciendo los científicos que hay que conservar el medio, es porque eso nos va a permitir a nosotros vivir mejor. Nos hemos apropiado esa frase de: “Salvemos el planeta”, y nuestras autoridades dicen: “Estamos haciendo campañas para salvar el planeta”. Oye, no digamos trolas. El planeta se salvará. El planeta, si nosotros desaparecemos como especie, continuará. Que desaparezcan muchas especies es un mal para nosotros. Pero, como comentaba de las abejas polinizadoras, a especies que puedan alimentarnos, etcétera. Pero cuidado, si desaparecemos un día como especie, la vida continuará en el planeta de otras maneras. Y el planeta continuará. De hecho, el planeta Tierra continuará hasta que el Sol exista. ¿De acuerdo? Entonces, ¿qué ocurre? Que nosotros como humanos, como dioses con pies de barro, que diríamos: ”Somos dioses. Siempre encontraremos una solución a todo”.
Oye, yo no considero que haya ninguna solución a cuando el Sol se apague. Que a esto le faltan muchísimos millones de años. Es decir, tú no puedes ir en contra de todo el sistema cósmico, ni puedes ir en contra de todas las leyes de la vida. Pero sí que podemos aprender de lo más inmediato. Y de la pandemia podríamos haber aprendido que tenemos que volver a nuestra vida normal, pero de una manera más parsimoniosa. Tenemos que intentar reducir el número de desplazamientos, el número de vuelos, y, si llega un momento en el que hemos de decir que viajar no tiene que ser algo tan común, pues no pasará nada. Nos vamos a cargar un planeta que es la parte de las especies que no van a poder vivir a nuestro lado, pero la vida en el planeta en sí continuará. Lo que pasa es que nadie habla de las especies que nos van a seguir porque no son muy atractivas, pero las ratas nos van a sobrevivir, los escarabajos nos van a sobrevivir y muchas otras especies. Solo hace falta ver Chernóbil. En el Chernóbil actual, hay vida allí. Para nosotros es un lugar poco habitable, pero para otras especies vivas se ha convertido en un paraíso.
Los hielos llegaban hasta mucho más abajo de lo que es el Polo Norte actual y mucho más arriba de lo que es la Antártida, el Polo Sur actual. Eso hacía que los océanos bajasen incluso más de 100 metros, 150 metros incluso, y que las líneas de costa cambiasen absolutamente. Después de esos periodos glaciales, venían interglaciales, que era cuando las temperaturas volvían a subir, se deshacían parte de estos polos y entonces aumentaba otra vez el nivel de las aguas. Todos estos son cambios climáticos y a lo largo de la historia de la Tierra, que tiene 4.800 millones de años, 5.000 millones de años, pongamos, la historia de la Tierra… Y de la historia de la vida, que tiene 3.800 millones de años o 4.000 millones, ha habido muchos cambios climáticos que han producido el fin de muchos grandes grupos de especies, etc. Por ejemplo, los dinosaurios. Los dinosaurios dominaron la Tierra. No los aires, porque los reptiles que volaban no eran dinosaurios, ni los del agua porque no eran tampoco dinosaurios, pero sí que podemos decir que hubo una gran época de los grandes reptiles. ¿Qué ocurrió? Que sí que ese fragmento de asteroide que impactó contra la Tierra hace aproximadamente 66 millones de años provocó un cambio climático que acabó con buena parte de esas especies que, per se, ya estaban empezando también a decrecer, que ya iban… La vida… Las especies no son eternas, no son inmortales. Llega un momento en que pueden desaparecer y aparecen otros grupos de animales.
La desaparición de los dinosaurios hizo posible que sobreviviesen unos pequeños animalitos que eran los primeros mamíferos, que eran nada, los últimos por los que hubiésemos apostado. Y en cambio se convirtieron, al cabo de nada, en los primeros primates. Tenemos primates coincidiendo con la caída de ese fragmento de asteroide. Hace 70, 69, 66 millones de años, cae el fragmento de asteroide y tenemos el surgimiento ya de los primeros primates. Y esos pequeños bichitos que parecían casi como musarañas son los que han dado lugar a nosotros. Pues bien, ¿qué ocurre? Que los cambios climáticos han sucedido siempre. Ha habido grandes extinciones muchas veces. Nosotros, como humanos, formamos parte de la naturaleza y nos podríamos equiparar a ese asteroide que cayó de fuera. Somos una especie tan vasta, tan extendida por el planeta, que hemos provocado efectivamente un cambio climático, el cual la mala noticia es que no podemos detener porque ya le hemos pegado tanto empujón que está ahí. Pero la buena noticia es que, si tomamos las medidas oportunas, podemos poner mucha gente delante de esa gran bola, tipo Indiana Jones, para intentar frenarla un poco y que, de alguna manera, el impacto sea el menor posible. Pero negar el cambio climático es un gran error. ¿Qué problema tenemos? Que somos tan sofisticados que resulta que ya hay gente que está empezando a hacer negocio con el cambio climático. Porque, por ejemplo, van a haber rutas marítimas nuevas. Cuando se deshaga el Polo Norte, que ahí no hay tierra continental, los barcos tendrán un camino más corto. Hay gente que está comprando ya zonas en las zonas de glaciar de algunas montañas porque serán buenos viñedos. Bueno, si ya vamos pensando simplemente en esta óptica, pues evidentemente es aquello de: “Aprovecha ahora y que se fastidien los demás”. Pero hemos de actuar. Se ha de actuar, por supuesto.
Por eso tenemos que proteger las culturas. Pero existen también toda una serie de animales invisibles en este libro que son animales vivos. Pero que, debido a la acción humana, están muchos de ellos en peligro de extinción. El gorila de montaña, con el que tengo el placer de poder trabajar en Uganda, los leones de muchas zonas de África, los elefantes, que vuelve otra vez el elefante africano a un peligro de extinción terrible, y, por supuesto, muchas especies pequeñitas que resulta que se están extinguiendo en este momento que estamos hablando tú y yo, Anabel, y que no las conocemos todavía. Cada vez que subimos con un globo y se posa con una red en lo alto de los bosques del centro de África, de Sudamérica, etc., se encuentran cientos de especies nuevas, por ejemplo, de insectos. Hemos encontrado, algún año que otro, alguna especie nueva de primate. De hecho, hace un par de años, se encontró una nueva especie de ballena y las ballenas no son precisamente pequeñas. Es decir, que hay muchas especies que se están extinguiendo, que todavía lo triste de la historia es que no las conocemos. Por eso la importancia del proyecto ‘Animales Invisibles’ que desarrollamos Gabi y yo, porque lo que queremos es que todo el mundo, los alumnos, alumnas de primaria y secundaria, de universidad, de todos los países del planeta, se conviertan en buscadores de animales. Porque la única manera de proteger lo que nos rodea es conociéndolo. Fijaos que uno de los animales más grandes que existe en el planeta es el calamar gigante. Pero no sabemos prácticamente nada de él porque vive en las fosas abisales. De hecho, cuando se hizo la película ‘Megalodón’, de este tiburón que existió, que era un tiburón fósil muy grande, de más de 15 metros, el megalodón, en una de las escenas, aparece al lado de un calamar gigante.
Y, de hecho, los cachalotes se alimentan de calamares gigantes. Y lo poco que sabemos de los calamares gigantes es de los cadáveres que nos han llegado varados en las playas, de los que hemos encontrado muertos en superficie o de los que encontramos fragmentados en el estómago de los cachalotes. Y son tan grandes que su ojo es el ojo más grande de la naturaleza. Tiene el tamaño de una pelota de fútbol reglamentaria. Y además, lo que os voy a decir, los calamares y los pulpos sabemos que son muy inteligentes. Son capaces de utilizar instrumentos. Son capaces de resolver problemas. ¿Qué debe pasar por la cabeza de un calamar gigante de estos que viven en las fosas abisales? Tenemos pocas fotografías de alguno vivo con cámaras trampa. Imaginaos la primera vez que, bajando con un batiscafo a una fosa abisal, podamos observar a un calamar gigante. ¿A que ya os he metido la curiosidad en el cuerpo? Eso todavía nos falta por investigar. Nos falta investigar muchos lugares. Imaginaos, ahora con el nuevo telescopio espacial, estamos observando cosas del espacio que no se habían observado todavía. Y ya os digo, simplemente haciendo un ‘bioblitz’, que los ‘bioblitz’ son campañas que se hacen en las ciudades donde se incita a partir de museos… Nosotros en el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona lo hacemos mucho, de incitar a la gente a que vaya a un parque de su ciudad, donde quedamos todos a intentar recuperar biodiversidad. Se han descubierto especies que pensábamos que no vivían en una determinada ciudad todavía, que se habían extinguido o que han vuelto a aparecer, o algunas que creíamos que ni tan siquiera habían estado ahí jamás. Por lo tanto, tenemos todo un mundo todavía por explorar. Os invito a seguir viajando, seguir conociendo y seguir protegiendo.