El cuento del guerrero que descubrió la paz interior
Mónica Esgueva
El cuento del guerrero que descubrió la paz interior
Mónica Esgueva
Experta en desarrollo personal
Creando oportunidades
El bienestar mental en la era de la distracción
Mónica Esgueva Experta en desarrollo personal
Mónica Esgueva
¿Cuáles son los secretos de la paz interior? ¿Cómo alcanzar ese bienestar mental en un mundo con tanto ruido y distracciones? Mónica Esgueva, experta en desarrollo personal y escritora, ofrece algunas claves para conseguirlo. Desde su experiencia y aprendizajes, Esgueva habla de temas tan fundamentales como la serenidad, la aceptación, el altruismo, la atención, el desapego y el silencio. Pilares para una vida con más sentido, más consciente y con una adecuada gestión emocional.
Desde hace más de 15 años, Mónica Esgueva se dedica a la transformación de las personas. Ella misma afrontó un cambió profundo cuando decidió renunciar a “una vida llena de todo, pero que me hacía sentir vacía”, explica. Admiradora del monje budista Matthieu Ricard, a quien conoció personalmente, Mónica Esgueva estudió con los lamas en Nepal para entender sus enseñanzas y lograr inspiración, con el objetivo de vivir una vida más plena y de ayudar a otros a conseguirlo. Está considerada un referente en el mundo hispano por aunar las mejores enseñanzas de las corrientes oriental y occidental. Es pionera en la introducción del Mindfulness en España y experta en meditación, desarrollo espiritual y conciencia. También es autora de nueve libros de desarrollo personal, entre los que destacan los best-sellers ‘Mindfulness: una guía práctica’ (Ed. Planeta) y ‘Cuando sea feliz’ (Ed. Urano). En 2024 publicó su primer libro en inglés, ‘The 7 levels of Wisdom’ (Ed. John Hunt Publishing). Apasionada de otras gentes y culturas, ha recorrido más de 110 países y ha residido en Asia, Tanzania, París y Londres.
Transcripción
También se está llevando mucho a creer que el «mindfulness», lo que perseguimos con el «mindfulness» es ser más productivos o tener más rendimiento. Tampoco este es el buen foco. Digamos que el «mindfulness» como efecto secundario sí que nos va a dar más concentración, incluso más rendimiento, más productividad, más calma, menos reactividad, menos inclinación a proyectar fuera nuestras cosas. Pero, básicamente, es estar en el presente con presencia. Estar en lo que uno está haciendo. Y esto lo podemos llevar a las cosas sencillas. Si, en el día a día, estamos preparándonos la cena. Estamos con presencia preparándonos esa cena. Rompemos el huevo con el bol y estamos escuchando y viendo como lo estamos haciendo. Estamos viendo como la sartén está empezando a estar con el aceite caliente. El ruido que hace el huevo cuando lo echamos en la sartén. Estamos con todos nuestros sentidos y nuestra cabeza en lo que estamos haciendo. Es verdad que, hoy en día, con el ritmo tan acelerado que llevamos de vida y la tecnología, nos cuesta mucho mantener esa concentración, esa presencia en el presente, porque tenemos todo tipo de absorciones externas que nos llevan la atención y que nos distraen. Yo creo que estamos en los más bajos mínimos de concentración de toda la historia y esto es debido a todos los dispositivos y la tecnología.
Entonces, ¿qué sucede? Es muy fácil, está muy a mano y es muy fácil, está a un clic el ponernos a mirar cualquier cosa. Desde una cantidad ingente de información que hay a nuestro alcance, hasta ese vídeo de YouTube, de TikTok. Me pongo a mirar Instagram, Facebook y, cuando me quiero dar cuenta, llevo minutos y minutos ya totalmente despistado. Esto es un problema para poder hacer lo más mínimo con concentración. Desde escribir un informe y que ya te has despistado y te cuesta un horror, hasta estudiarte algo para hacer una presentación o, incluso, leer un libro. Hay personas que se acercan a mí y me dicen: «Yo era un gran lector, pero es que ahora no puedo leer más de dos o tres páginas porque no me entero del contenido. No sé lo que estoy leyendo». Todo esto se va acumulando y, si además tenemos notificaciones, por ejemplo, en el teléfono, esto ya es todavía más complicado. Hay un estudio de la empresa Benchmarking en el 2021, que mostraba que, en la media, las personas tienen 46 notificaciones al día. Esto es como si tuviéramos una persona detrás que nos está tocando el hombro continuamente y haciéndonos despistar.
Entonces, todos estos elementos que nos rodean, y que están tan presentes en nuestra vida, hacen que no podamos concentrarnos. Sin un entrenamiento en «mindfulness» y en meditación, no podemos controlar nuestra mente por mucho que queramos. Bueno, esto nos lleva a que hay que entrenar la mente.
Y aquello lo necesitábamos para ver, escanear todo nuestro alrededor y las posibles amenazas y poder sobrevivir. Pero, hoy en día, sales de casa y no se te hecha un león a la yugular. Y, sin embargo, el mismo mecanismo está con nosotros. Ese mecanismo siempre va a ir, naturalmente, hacia lo negativo. Y una manera muy fácil es: piensa en cuando te despiertas a las cuatro de la mañana, ¿dónde va tu cabeza? ¿A todo lo que va estupendamente o a los problemas, las preocupaciones, lo que se puede torcer? Entonces esta es la dificultad de cuando nuestra mente no está centrada porque se va naturalmente hacia lo negativo. Y otra vez las conclusiones que sacaban en este estudio era que era menos importante la actividad que estábamos haciendo que el que estuviéramos centrados, que estuviéramos con la mente donde estábamos, lo que estábamos haciendo. Creo que aquí hay una gran enseñanza para todos, que creemos que tenemos que buscar pasiones, algo que nos apasione para poderlo disfrutar y, en realidad, lo que deberíamos hacer es interesarnos por la experiencia de estar vivos, porque es, cuando ponemos ese interés, cuando realmente lo disfrutamos y estamos mucho más en paz, tranquilos, más felices.
Y, cuando lo llevamos al día a día, lo primero es ser conscientes de que los pensamientos son como como caballos salvajes. Si no somos capaces de dominar nuestros pensamientos, nos van a llevar muy lejos y nos van a perder. ¿Y qué tenemos que hacer? Darnos cuenta de que somos los jinetes. Somos la conciencia que piensa esos pensamientos, con lo cual los podemos, y los debemos, traer de vuelta a la granja, de vuelta al redil, calmarlos lo primero. Y luego ya los podemos amaestrar, los podemos domesticar. Esto solo lo puedes hacer cuando no te identificas con los pensamientos y cuando tienes esa consciencia de la que hablaba Buda y estás presente y lo recuerdas lo más a menudo posible. ¿Cómo lo podemos llevar en el día a día? De muchísimas maneras. Empezando por la mañana, en la ducha, en lugar de estar repasando las cosas que vamos a hacer y que tenemos que hacer durante el día, estamos duchándonos, estamos con la atención en cómo cae el agua, en cómo la diferencia de temperatura de la más fría, más cálida nos va rozando la piel, las gotas, el olor del champú o del jabón, la crema cuando nos la damos en el cuerpo. Esto nos va ayudando a podernos centrar.
Por ejemplo, las personas que tienen perros. Cuando paseas al perro, estás con la atención dónde va el perro, estoy en el jardín o estoy en un parque. Me fijo en las flores, en los árboles, en donde se va mi perro, con quién se comunica, con qué otro perro, en lugar de estar pegado al móvil, como yo veo mucha gente que va tropezándose. Y esto cuando se lo enseño a los ejecutivos les gusta mucho aplicarlo cuando hacen deporte, cuando van nadando, de repente empiezan a estar mucho más atentos y empiezan a disfrutar de ese estar en el agua, de cada movimiento, de lo placentero que puede llegar a ser cuando tenemos esa atención. Cuando estás corriendo, en lugar de estar escuchando un pódcast, estás en las sensaciones, en la respiración, en cómo el corazón bombea, en donde estás pisando, en el parque o en el campo que te rodea. Y lo mismo cuando vas en la bici, por ejemplo. Entonces se puede llevar a todas y cada una de las actividades que hacemos durante el día.
Tenía una vida social estupenda, buenos viajes, pero me sentía vacía. Me sentía que no estaba en esa plenitud a la que yo aspiraba y que tenía una especie de ansiedad existencial, podríamos decir. En un momento dado, fui al norte de la India, a Dharamsala, al pie de los Himalayas, y quería hacer una investigación sobre la situación de los tibetanos en exilio y que allí hay muchos y las circunstancias de la vida hicieron que perdiera el vuelo de vuelta y me quedara en lugar de tres semanas, que era para lo que iba, tres meses.
No sabía muy bien cómo me iba a ganar la vida, pero sí sabía cómo no quería perderla. Lo que sabía a ciencia cierta era que quería contribuir a un mundo mejor. No sabía cómo hacerlo, pero quería hacer eso. Y empecé a prepararme en diferentes ramas de terapia y psicología; sobre todo, en Estados Unidos. Y, al mismo tiempo, estuve yendo diez años a Nepal y al Tíbet y a la India y seguí estudiando cada vez que iba en dos o tres meses. Seguía estudiando con los lamas y haciendo retiros de meditación. Y esto me ha llevado a estar aquí.
No va por ahí porque esa insatisfacción interna solo se puede llenar desde dentro. ¿Y cómo llegamos a eso? Pues primero dándonos cuenta de que no está afuera, con lo cual no vamos a crear esas expectativas a las que luego nos aferramos, nos apegamos, y cuando las cosas nos van bien, no queremos que cambie nada. Pero todo está destinado a cambiar. Es importante aprender a soltar, a darse cuenta de que la libertad viene cuando sueltas todo eso, cuando sueltas lo que tienes sin aferrarte a ello y sueltas tus expectativas y tus deseos. Si no trabajamos el desapego, nos es imposible estar en el aquí y en el ahora. Tengamos mucho, tengamos poco, no podemos disfrutar este momento. Lo que tenemos ahora es perfecto. Este momento no va a volver nunca. Es único. Si nuestra cabeza está deseando otras cosas, apegándose a otras cosas, no lo vamos a disfrutar. Y este momento no va a volver. Yo me di cuenta cuando estaba escribiendo mi primer libro. Lo escribí una gran parte mientras vivía en la «guest house» en el monasterio de Shechen, en Nepal. Y, en el monasterio, conocí a Matthieu Ricard, que ha sido invitado en este programa. Matthieu Ricard es un budista, francés, tibetano, del budismo tibetano, de esa rama. Pero él viene con una formación científica. Hizo un doctorado en biología molecular en el Instituto Pasteur con un premio Nobel, y su padre era un gran filósofo de la Real Academia Francesa.
Su madre, una famosa pintora y él estuvo en un ambiente donde siempre estaba en contacto con grandes personas, intelectuales, artísticas, pensadores, músicos muy importantes de la época. Y un día conoció, por diversas razones, a los lamas tibetanos y se dio cuenta de que no había conocido a nadie con esa paz, con esa alegría de vivir, con esa felicidad que emanaban. Ni siquiera ninguno de esos personajes y personas que él había conocido en su casa debido a su familia. Y él decidió dejarlo todo y hacerse monje. Tuve la suerte, cuando estaba en ese monasterio, que ese era su monasterio y él en algunos momentos estaba allí, con lo cual su ejemplo me sirvió de mucho. Realmente podríamos decir que, con nuestros estándares, vive en un estado de pobreza porque tiene apenas una habitación con lo mínimo, una choza donde va a hacer retiros de vez en cuando. Todo lo que gana con sus libros lo destina, absolutamente todo, a una asociación que formó para ayudar a tibetanos nómadas, para darles sanidad y educación. ¿Y cómo puede ser que una persona, con tan poco, pueda ser tan feliz? No es que yo tuviera solo esa sensación de esa felicidad que él emana, sino que se hizo un estudio en la Universidad de Wisconsin con Richard Davidson durante 12 años y estuvieron estudiando el cerebro de las personas para comprobar si se podía medir la felicidad en el cerebro.
Entonces se dieron cuenta de que había unos mínimos, y ellos establecieron unos mínimos y máximos en función de la activación del neocórtex frontal izquierdo, que se asocia a emociones positivas en comparación con el derecho. Y una de las personas a las que estudiaron fue Matthieu Ricard. Cuando llegó su turno, se quedaron impresionados porque no habían visto a nadie que tuviera unos altos tan grandes. Es decir, los máximos que habían establecido los superó con creces. Los periodistas lo denominaron el hombre más feliz del mundo, algo que a él no le gusta nada que le digan. En algunas de nuestras conversaciones, cuando yo estaba allí, yo le pregunté: «¿Qué es lo que hace que puedas tener esta inmensa, inamovible, casi estable, paz interior?». Y él decía: «La clave está en el altruismo. Cuando uno está obsesionado con el yo y lo mío, estamos estresados siempre. Estamos siempre con ansiedad, con miedos y al final terminamos agotados. La mejor manera de poder estar en esa paz es no preocuparse tanto por uno mismo».
Con lo cual, las decisiones que vayamos a tomar en esos momentos van a ser malas decisiones y estaremos en la reactividad. Pongamos, por ejemplo, que tenemos un accidente de coche. Tienes un accidente y no te pones a pensar: «¿Por qué he tenido yo este accidente? ¡Qué desgraciado soy! ¡Qué injusta es la vida! Si yo no me hubiera ido a la derecha, si este coche no se hubiera cruzado, no estaríamos aquí». No, estás en la aceptación. Has tenido un accidente, ¿ahora qué hacemos? Llamo al seguro, llamo a la grúa. Si tengo que llamar a la policía, llamo a la policía. Saco los papeles. Hablo con el otro conductor. Esta es la aceptación. Es totalmente activa. Y es cuanto antes acepte la situación en la que estoy, antes podré tener la cabeza clara para tomar decisiones. Y lo voy a hacer desde un lugar de serenidad. Tenemos que aceptar muchas cosas en la vida. Nunca tendremos esos padres maravillosos que nos dieran amor incondicional con los que soñábamos o nuestra hermana no va a ser nuestra mejor amiga. No podemos proteger a nuestros hijos del sufrimiento, por ejemplo. No podemos asegurarnos que nunca vamos a contraer una enfermedad o que no nos van a echar del trabajo. Si esto no lo aceptamos, vamos a estar en esa lucha interna y esa lucha interna nos va a llevar a perder el 100 % de las veces. Nos va a generar mucha ansiedad, nos va a generar muchísimos miedos, decepciones, frustración, rabia.
No nos lleva a un buen sitio. Yo creo que es importante que aceptemos las vicisitudes de la vida, porque forman parte de la vida. Y, cuando estamos en esa aceptación y ponemos nuestra visión en lo que sí podemos controlar, da igual las circunstancias externas, o al menos no son tan determinantes, para que puedas estar en serenidad. También aceptar que no estamos en control de la vida. La vida tiene sus propios planes. Y esa aceptación del no control de la vida hace que podamos estar mucho menos reactivos, mucho menos en la pataleta interna, a veces externa, y en la rabia. Y nos evita tener que estar en esos tiovivos o en esas montañas rusas, incluso emocionales, que tanto mal nos hacen. Yo diría que, mientras pongamos esas expectativas fuera, mientras creamos que mi sufrimiento se debe a los de fuera, vamos a estar en una situación muy crítica porque vamos a ser siempre víctimas.
La mente va creando esas historias, esas imágenes, que nada tienen que ver con la realidad. Que lo importante no es lo que sucede de verdad, sino cómo nosotros interpretamos lo que sucede. Las conclusiones a las que llegamos. Epicteto decía: «No es lo importante lo que te está ocurriendo, sino cómo reaccionas ante lo que te ocurre». Y Buda decía: «La felicidad no es un conjunto de circunstancias, sino un conjunto de actitudes». Somos excelentes directores, protagonistas y guionistas de nuestras propias películas. Y esas películas están muy distorsionadas, están llenas de envidias, de frustración.
Nos cuesta estar a solas con nosotros mismos. Precisamente por eso, porque esa voz interna, esa radio, nos lleva, como veíamos antes, con ese sesgo negativo, hacia todo aquello que no está bien. Y, como nuestra mente nunca está en el presente, se remite a rumiar el pasado. A todas esas cosas pendientes en el pasado, aquellos rencores que no están todavía perdonados, a las heridas no sanadas o a preocuparnos por los posibles futuros que pueden venir y que me pueden afectar, la inseguridad que tengo. Por eso no nos gusta estar con nosotros mismos, porque, como no tenemos ese dominio de la mente, nos pierde. Hay un estudio que hizo el profesor Wilson de la Universidad de Virginia. Lo realizó creo que fueron 11 veces este experimento con personas, con voluntarios, de edades entre 20 y 80 años e iban a una habitación nítida donde no había nada con lo que distraerse. No tenían ni móviles, ni ordenador, ni tabletas, ni podían hablar con nadie y les dejaban ahí y les decían: «Vais a estar entre seis y 15 minutos».
Pues las personas lo llevaban fatal. Les resultaba muy incómodo estar con ellos mismos. Preferían estar haciendo algo. Y el doctor Wilson lo que hizo en los siguientes experimentos es dejarles 15 minutos con una sola posible distracción. Y era un botoncito. Y les contó: «Si dais a este botón, os va a caer una descarga eléctrica leve, corta, pero dolorosa». ¿Tú crees que alguno tocaba el botón?
Cuando estamos en la naturaleza, en lugar de repasar las cosas que tenemos por hacer o dar vueltas a lo mismo una y otra vez, procurar estar en el presente mientras caminamos, observando cómo las nubes pasan en el cielo, cómo el sol nos calienta la piel. Darnos cuenta de los diferentes verdes de los árboles, los arbustos, si hay flores, cómo está el terreno. Todo eso nos va a conectar con nuestro silencio interno. Y, poco a poco, cuando vamos practicando, esto nos será cada vez un poco más fácil. Pero, ojo, hay que practicarlo y esa práctica la podemos llevar a cabo todos. Pero, es verdad, es una elección. Y hay que hacerlo muy regularmente. No vale con hacerlo una vez cada mes.
Esto no significa que se vayan a cumplir. Cuidado con el pensamiento mágico. Tenemos que tener cuidado con esto. ¿Por qué? Porque lleva a mucha decepción, a mucha frustración, a mucha rabia y a culpabilidad. Las personas terminan sintiéndose culpables porque no logran sus deseos y se supone que los deberían lograr. Y los demás lo logran. Y me han dicho que se consigue. Y esa obsesión con nuestros deseos, con nuestras expectativas, creyendo que es que nos lo merecemos y que esto tiene que suceder como nosotros queremos cuando nosotros queremos, lleva a tomar atajos. Y eso ¿a qué lleva? Pues a falta de honestidad, a falta de ética, a estar dispuestos a pisar a otros para conseguir nuestros fines. En inglés llaman «cortar esquinas», que es cortar esas esquinas para poder yo conseguir lo que yo quiero. Esto no creo que sea muy positivo. ¿Lo mejor? Darnos cuenta de que la vida tiene luces y sombras. La vida tiene momentos maravillosos y momentos más difíciles. Que no puede haber luz sin oscuridad. Que vivimos en un mundo dual, y que esa oscuridad, esas dificultades, nos llevan, nos dan la oportunidad, por lo menos, de poder trabajar la parte más luminosa. La vida es un «yin yang» y no se puede pretender que solo esté lo positivo, lo bonito, lo maravilloso. Viene en el conjunto, en el «pack».
Y el sentirse bien no es suficiente. Estamos hablando de un equilibrio, de un florecimiento. Va mucho más allá de eso. Si fuera solo sentirse bien, las personas que toman drogas serían las más felices del mundo. Y claramente no lo son. Entonces estamos hablando de otra cosa. Estamos hablando de algo mucho más profundo. Yo creo que es importante darnos cuenta de que esa persecución del hedonismo, o tener el hedonismo como filosofía de vida, ese creer que la vida es un viaje de continuos placeres lleva mucho sufrimiento. Porque ¿qué pasa cuando llega el dolor? Y el dolor siempre llega. Zygmunt Bauman decía que corremos sobre fino hielo en su libro «Modernidad líquida». Tenemos que aceptar, asumir que los retos siempre llegan. Puede llegar que pasemos por una separación o un divorcio complicado, que una persona querida muera, que nuestra madre tenga alzhéimer, que descubramos que a nuestro hijo le están haciendo «bullying». Todas estas circunstancias son los retos normales de la vida. Que si no es uno, es otro, pero nos van a llegar.
No podemos creer que estamos y que nos podemos salvar o proteger de eso. Porque esa búsqueda del total blindaje de los retos lleva a mucho sufrimiento. La gente entra en la rabia, en la pataleta, en esa aversión a lo que está sucediendo. Tenemos que asumir que los retos, los desafíos, forman parte de la vida, porque solo así podemos mantener el equilibrio cuando esto sucede. Y podemos trabajar en esas herramientas que nos van a ayudar a establecer unos cimientos que nos puedan facilitar la serenidad, aun en los momentos más complicados.
Tenemos ojos para ver. Tenemos un organismo que funciona solo y que, para lo complicado y lo complejo que es, funciona muy bien. El poder tener esa gratitud, ese agradecimiento hacia la vida, hace que nuestra mirada sea más sensible a nuestro alrededor, que esté más abierta a lo que nos sucede y lo miremos desde una manera muy positiva. Y también nos ayuda a que bajemos nuestras necesidades excesivas, banales, y nuestras exigencias. Yo creo que hay quizá tres prácticas que podría recomendar llevar a cabo. Una sería el escribir en una libreta, ponerla al lado de la mesilla de noche, por ejemplo, para no olvidarnos y escribir tres cosas, porque escribiendo todavía tiene más fuerza. Tres cosas que queremos agradecer de ese día y durante unas cuantas semanas intentar que no sean cosas que ya hemos dicho. Y eso nos va a hacer que, en el día a día, nos estemos fijando en multitud de detalles que los pasaríamos por alto: desde lo simpático que es el conductor del autobús, hasta el abrazo de mis hijos, el beso de mi pareja, la conversación tan interesante con mi amigo. Todo eso hace que estemos fijándonos en todas las cosas que podamos agradecer.
En la psicología positiva siempre recomiendan el escribir una carta de agradecimiento y a ser posible darla en mano. Esto es muy interesante. Yo lo hice dos veces con mis padres cuando yo vivía en el extranjero y se la traje y se la di y se la leí delante de ellos. A veces, la verdad es que me quebrantaba un poco porque se me caían las lágrimas, porque era muy impresionante, muy emocionante. Yo creo que nunca olvidaremos, ni mis padres ni yo, todos esos momentos, cuando les leí esas cartas. Porque nuestros padres han hecho tanto por nosotros y no nos damos cuenta, lo damos por sentado. Y la visita de gratitud es algo que Martin Seligman, padre de la psicología positiva, también recomienda. Yo, antes de saber todo esto, recuerdo una vez que estaba en el instituto y estaba con mi mejor amiga, habíamos elegido ciencias. Una de las asignaturas era Química, que no nos gustaba nada, pero había que hacerlo. Y tuvimos un profesor excepcional. Era tan entusiasta de la química que hizo que nos gustara la clase, cosa que era casi imposible. Cuando terminamos el año y habíamos aprobado, decidimos ir al despacho a darle las gracias por lo que había hecho, porque realmente había tenido un impacto muy positivo en nosotros. Creo que tenemos tantas oportunidades de estar agradecidos.
A mí me ayudó mucho… Cuando estuve de voluntaria en África, me fui a Tanzania unos meses y estuve trabajando como cooperante en un orfanato y en una escuela. Ahí me di cuenta de cuántas cosas que tenía y daba por sentado y no me daba cuenta. Cosas tan sencillas, aparentemente, como que, en nuestro primer mundo, abres un grifo y sale agua caliente y te puedes duchar todo el rato que quieras. Cuando yo vivía en África, teníamos que ducharnos con cubos de agua fría. ¡De cuántas cosas nos quejamos! De cuántas cosas nos quejamos y tenemos millones de bendiciones. Somos unas personas tan afortunadas. Yo me acuerdo de que muchos niños de los que estaban en el orfanato los habían abandonado en la puerta de una iglesia. Hoy todavía se me pone la carne de gallina. Y los habían dejado en un campo de maíz, esperando que alguien los encontrara. ¿Se puede nacer en condiciones más difíciles? En el orfanato teníamos para darles de comer. Pero, a veces, no teníamos el personal. Me acuerdo una vez que faltaba personal y era la hora de la comida. Y no sabía muy bien… Pensaba: «bueno, voy a dar de comer primero a los más bebés y luego a los que son un poquito más mayores y así puedo dar de comer a todos».
Pero los más mayores, que tenían tres o cuatro años, al ver que yo daba de comer a los bebés, se ponían a llorar porque también querían que les diera de comer. Al final, les alineé todos y les ponía la papilla a los que podían ya comer solos y a los otros les iba dando una cucharada a cada uno y hacía otra vuelta, porque no sabía qué hacer. ¿Cuántos de nosotros hemos tenido que pasar por esto? Nosotros hemos tenido la suerte de que un padre, una madre o un abuelo ha cuidado de nosotros. Lo hemos tenido ahí, siempre, dándonos de comer, dándonos amor. Cambiemos esa perspectiva, esa visión. Estemos en el agradecimiento, porque ahí es donde vamos a estar en armonía. Otro de los cimientos o de los pilares que podemos considerar en esa búsqueda de la serenidad, o en esa construcción de la serenidad, para mí es el perdón. El perdón, decía Gandhi, no es para los débiles, solo es un atributo de los fuertes. Creo que es importante darnos cuenta de que el perdón no condona los hechos acaecidos, no los justifica, no los exime de responsabilidades. Si tiene que hacerse justicia, se tiene que hacer. No significa que borremos los hechos. Y no es una dádiva que hacemos a otros. Lo hacemos por nosotros mismos. Si no hacemos las paces con el pasado, es una losa que vamos arrastrando y que nos impide vivir en el presente, porque estamos todavía atados al pasado.
Yo creo que el resentimiento, el odio, son como gotitas de veneno que nos vamos tomando en dosis homeopáticas, pero que terminan destruyéndonos. El rencor nos carcome por dentro. Y eso va dañándonos, va minando nuestras fuerzas, nuestra energía. Hay un filósofo que decía: «Perdonar es liberar a un prisionero y darte cuenta de que el prisionero eras tú». Y hay un monje benedictino que dice: «¿Quieres ser feliz un instante? Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la vida? Perdona». El perdón nos ennoblece, nos aligera, nos libera. Y, a la postre, el perdón es lo que nos permite vivir en armonía. No hay otra manera. Otro pilar que podemos nombrar es tener una motivación adecuada. Nos tenemos que preguntar cuáles son las intenciones que hay detrás de nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras acciones. Y hacer una revisión de lo que hay detrás. Cuando hay rencor, cuando hay envidia. Cuando hay mala voluntad. Cuando hay hostilidad. Todo eso nos remueve por dentro. No estamos con esa tranquilidad interna, estamos siempre atacando, luchando por dentro, aunque los demás no se den cuenta, pero estamos atacando aquí en la cabeza a otros.
Estamos justificando cosas que no deberíamos justificar, estamos criticando, enjuiciando. Todo eso es muy destructivo. Mirémonos de cerca. No nos justifiquemos, no nos excusemos. Hay que hacer una limpieza. Y no nos podemos quedar detrás de una máscara de anonimato, por ejemplo, que hay en las redes o que estamos detrás de una pantalla y en el otro lado no hay una persona. Hay personas que están, que tienen sentimientos. Esa limpieza es necesaria. Cuidemos cuál es nuestra intención y que sea una intención siempre, en la medida de lo posible, de no dañar y, si es posible, de ayudar, de contribuir, de echar una mano. Y quizá otro pilar que podemos nombrar, porque creo que es muy importante, es el altruismo. Desde pequeños nos han inculcado que estamos en un mundo feroz, cruel, que estamos en competición, que estamos en competencia; que, si no nos adelantamos, el otro se va a adelantar y nos va a quitar lo que queremos, lo que deseamos. Con lo cual los demás se convierten en una especie de enemigos potenciales y eso hace que siempre tengamos que estar con la armadura puesta, con la lanza subidos al caballo.
La vida es una guerra. Y los demás son los potenciales enemigos. Y si estamos en esa lucha permanente, eso es lo que vamos a emanar consciente o inconscientemente, y vamos a buscar gresca. ¿Por qué? Porque estamos todo el rato en esa carencia y, por tanto, no vemos que podemos dar la mano al otro. Antes yo nombraba a Matthieu Ricard. Matthieu Ricard es un gran ejemplo de altruismo en la vida, pero hay tantas y tantas personas. Y el altruismo, la cooperación, la contribución, es lo que nos libera de esa cadena de la lucha permanente. El creernos que tenemos que estar defendiendo nuestro terreno porque si no, alguien nos lo va a quitar. El altruismo muchas veces es la respuesta a no entrar en estados depresivos, en estados de ansiedad, de miedo, de espirales negativas. Tengo el ejemplo de una conocida mía cuyo hijo se mató en un accidente cuando tenía 19 años. Él y su novia. Y ella, con un gran coraje, decidió que, en lugar de hundirse en un pozo, lo que iban a hacer como familia era irse todos juntos, el padre y los hijos que quedaban a hacer voluntariado en sus vacaciones de verano.
Y todos se fueron a trabajar con una ONG en Camboya. Creo que es un gran ejemplo. Hay tantas personas que han pasado por momentos, por traumas difíciles, y que han sacado esas fuerzas de flaqueza. Y es el dar, el pensar en dar a los demás, el compartir, el construir, el echar una mano de manera totalmente… Sin esperar nada a cambio al final es lo que te da un beneficio. Precisamente porque no quieres ese beneficio, no lo buscas. Yo creo que el altruismo es la respuesta a muchos de nuestros males en este mundo. Y empieza por cada uno de nosotros.
Fue Matthieu Ricard el primero que me habló de este concepto y me dijo: «Cámbialo en tu libro». Porque en mi primer libro al principio iba a hablar de la autoestima como uno de los pilares de la felicidad y me dijo: «No, es la autocompasión». ¿Cuál es la gran diferencia? Que la autoestima para tenerla alta, necesitamos logros, necesitamos consecución de metas. Si no logramos cosas que nos hemos propuesto, si no logramos esas metas, si no conseguimos superarnos, tener éxito, nuestra autoestima hace «pa, pa» y baja. Para mantener la autoestima alta nos tenemos que comparar. A ver, yo estoy mejor que tú. Pero estoy peor que tú o estoy mejor que yo mismo hace un tiempo. Siempre depende de la comparación. Con la autoestima, el gran problema es que dependes de lo externo continuamente y es una presión impresionante para mantenerla alta. Insisto, la autocompasión es tratarte como tratarías a alguien a quien quieres mucho. Con el mismo cariño. Con el mismo apoyo. No porque consigamos algo o no lo consigamos, sino, simplemente, por el mero hecho de existir. Y, para que quede de manera práctica, yo daría tres elementos en los que podemos tener en cuenta cómo llevar a cabo esta autocompasión.
Uno sería la amabilidad. Ser amables con nosotros mismos cuando fallamos y cuando no lo hacemos bien. El segundo sería la humanidad compartida. No somos los únicos que nos equivocamos. No somos los únicos que sufrimos. Todos los seres humanos pasan por dolor en esta tierra. Somos uno más. Y, quizá, la tercera parte es tener una visión, una perspectiva saludable en cuanto a las emociones negativas, no reprimirlas y no dejarse arrastrar por ellas, sino ser capaces de verlas con una cierta distancia para poderlas trabajar. Si nos damos ese apoyo incondicional, desde ahí podemos trabajarnos, podemos cultivar nuestra mente, nuestro corazón, para convertirnos en las personas que queremos ser, pero solo desde el apoyo incondicional.
Y así estuvieron horas, hasta que en un momento dado, ya exhausto, frustrado, cayó en el suelo el joven guerrero. Y, entonces, se acercó el maestro, le dio la mano y le dijo: «¿Te das cuenta? Las grandes batallas no se libran ni se ganan en el exterior. Se ganan en el interior». Tu ira, tu arrogancia, te van a llevar a sufrir muchísimo y te van a perder justamente tus emociones negativas. Trabaja la paz interior en cualquier circunstancia y tendrás un poder mayor que cualquier espada.
Uno de ellos es el celibato y, es más, ni siquiera mirar a las mujeres y mucho menos tocarlas. Entonces el joven dijo: «No, yo no te puedo ayudar, lo siento». Y el mayor, sin mediar palabra, se la subió a la espalda, nadó en el río y la dejó en la orilla. Y siguieron caminando los dos. Pasa una hora, dos, tres, y el joven no podía más, le carcomía, diciendo: «Pero ¿cómo te has atrevido?». Y al final se lo espetó. Y el monje mayor le miró y le dijo: «Yo dejé a la mujer al otro lado del río, ¿tú todavía la llevas?». Creo que es una grandísima lección de lo que hacemos cuando la mente no la tenemos entrenada. Nos llevamos las cosas que han ocurrido hace un montón de tiempo o ayer, pero que ya han pasado. Ya hemos cerrado el capítulo, ya no están aquí y las seguimos rumiando. ¿Cuánto daño nos hacen así?