El ayer y el hoy de la humanidad
José Mª Bermudez de Castro
El ayer y el hoy de la humanidad
José Mª Bermudez de Castro
Paleoantropólogo y biólogo
Creando oportunidades
Atapuerca, memorias de una excavación única
José Mª Bermudez de Castro Paleoantropólogo y biólogo
José Mª Bermudez de Castro
“La cura de humildad que te da el estudio de la evolución humana, es la mayor lección que un ser humano puede aprender”, explica José María Bermúdez de Castro, paleoantropólogo y codirector de los yacimientos arqueológicos de Atapuerca. Para él, estudiar a los seres humanos que vivieron miles de años atrás “es una muestra de lo pequeñitos que somos”, pero también nos permite ver en perspectiva lo que somos capaces de hacer como humanidad: “Tomando conciencia de nuestro pasado como especie, podemos proyectar hacia el futuro”, asegura.
Bermúdez de Castro formaba parte del equipo que comenzó las excavaciones del que hoy es uno de los yacimientos arqueológicos más importantes del mundo: la sierra de Atapuerca. Estudió Ciencias Biológicas en la Universidad Complutense de Madrid, donde también impartió clases y se doctoró. También ha sido profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el University College de Londres. En la actualidad, ejerce como coordinador del Programa de Paleobiología del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) y es covicepresidente de la Fundación Atapuerca. Su trabajo de investigación se ha centrado fundamentalmente en los ámbitos de la antropología física, la evolución humana y la prehistoria. Entre los principales premios obtenidos, destaca el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, otorgado en 1997 al equipo investigador de Atapuerca y recibido por el primer director (Emiliano Aguirre) y los tres codirectores actuales (Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell). José María Bermúdez de Castro ocupa la silla K de la Real Academia Española (RAE) desde 2022.
Transcripción
En la Facultad de Ciencias Biológicas encontré un ambiente muy bueno, que yo creo que iba conmigo, porque a la gente le gustaba la naturaleza como me gustaba a mí y ahí entré. Me gustó, me gustó aquel sitio y, cuando estaba en tercero de carrera, un buen amigo mío, que sigue siéndolo todavía, me comentó que había un profesor de antropología que daba unas clases magníficas. Entonces, dijimos: «Oye, ¿por qué no vamos de oyentes a estas clases?». Que se daban en cuarto de carrera, pero que yo en tercero tenía interés. Me acerqué a aquellas clases y había un profesor de antropología que estaba explicando justamente evolución humana. Claro, yo me quedé perplejo, me quedé perplejo. Tenía ya unos 20 años aproximadamente. Porque la evolución humana, aunque ahora mismo es algo que está muy de moda y, naturalmente, en el Reino Unido, por ejemplo, con Darwin, con Wallace y con otros investigadores muy famosos, la evolución humana ya era algo normal, era algo habitual, pero aquí en España no. Aquí en España, en aquellos años, era un tema tabú, por tanto, no se hablaba. Bueno, sí se hablaba: lo hablábamos en la pandilla que yo tenía cuando era adolescente. Pero claro, cuando un profesor, además tan fantástico como aquel profesor que tuve de antropología, hablaba de evolución humana, aquello me encandiló. Yo dije: «Bueno, esto es lo que yo quiero hacer: evolución humana». Me empezó a hablar de fósiles, de fósiles humanos muy antiguos que se conocían en China y en otros lugares del mundo, y aquello me pareció fascinante. Y a partir de ese momento dije que eso era a lo que yo me quería dedicar.
Y, bueno, pues cuando terminé la carrera me acerqué a una profesora que me caía muy bien de quinto curso y le pedí hacer una tesis doctoral. Me dijo que en España no había fósiles. Era cierto; era muy complicado. Había unos fósiles que habían salido en el año 1976 de un yacimiento desconocido completamente que se llamaba Atapuerca y que estaba en la ciudad de Burgos. Bueno, no sabía yo dónde estaba Atapuerca. Por Burgos había pasado una vez nada más en toda mi vida. Y, bueno, no pude entrar en el Proyecto Atapuerca todavía. Estuve haciendo otras cosas de antropología, pero finalmente me enrolé, o me enroló el profesor Emiliano Aguirre, que era la persona que llevaba el proyecto entonces, y, bueno, fantástico, aquí estoy, aquí estoy. Después de 40 años en ese proyecto, pues sigo en él todavía. Aún me quedan un par de años de dirección de las excavaciones y sigo disfrutando como el primer día de la evolución humana.
Esa es un poco mi vida profesional, dedicada fundamentalmente a eso, a la evolución humana, a la prehistoria y muy muy muy relacionado con la naturaleza, algo muy importante que desgraciadamente yo creo que se ha perdido, bueno, en parte porque la mayor parte de las personas pues viven o vivimos en las ciudades donde conocer a los animales, por ejemplo, no sé… Los niños, por ejemplo, cuando quieren conocer cómo es una gallina, se tienen que ir a una granja escuela, porque, naturalmente, en las ciudades no hay ni vacas ni gallinas ni nada. Y esto es una pena. Esa pérdida del contacto con la naturaleza me parece muy importante.
Somos territoriales, somos jerárquicos… Bueno, tenemos muchas características comunes con su comportamiento, aunque seamos bípedos y ellos son cuadrúpedos; pero te das cuenta de esas similitudes tan enormes que tenemos con los simios antropoideos y te das cuenta de cuál es tu papel naturaleza. Y, gracias a ello, puedes proyectar un poco hacia el futuro y, cuando proyectas hacia el futuro, te das cuenta de que muchas veces nos hemos equivocado. Nos hemos equivocado y tratamos de dar marcha atrás. Yo creo que la evolución humana sirve para eso: para ponerte en tu sitio, saber que eres una especie más de este planeta, una especie que sí, ha tenido mucho éxito evolutivo, pero también te das cuenta de que otras especies también han tenido éxito evolutivo y han desaparecido y que, por tanto, has de hacer un gran esfuerzo para poder seguir adelante y que ese futuro sea posible.
Darwin escribe «El origen del hombre» en 1871, pero ya en 1859, junto con Wallace, con otro autor, escribe también sobre evolución. Es decir, hace muchísimo tiempo que ya se conoce en este país la evolución y la evolución humana, en particular. Si este yacimiento estuviera en el Reino Unido, estaría la bandera de este país, porque es un yacimiento de bandera, un yacimiento que ya les gustaría a muchos países tenerlo, y nosotros, afortunadamente, lo tenemos. Toda la historia de la evolución humana del continente europeo está en Atapuerca, en muchos yacimientos que están juntos, que están separados por unos pocos cientos de metros. Están todos juntos y todos ellos en conjunto te cuentan la historia de la evolución humana de todas las especies que han pasado por Europa desde hace un millón y medio de años, te repito la cifra: un millón y medio de años, hasta la actualidad. De hecho, se encuentra incluso utillaje de la época de los romanos en algunos yacimientos. Pero, por supuesto, encontramos herramientas que fabricaron nuestros ancestros hace un millón y medio de años, que son muchísimas generaciones.
Claro, esto, si dices: «Bueno y esto, ¿en el mundo cuántos yacimientos puede haber con ese interés, con esa importancia?». Pues yo diría que como media docena y la mayor parte están en África. Y este, de Europa, yo creo que es el más importante que hay en Europa en este momento, pero no porque lo diga yo, sino porque lo dicen nuestros colegas, que tienen muchísimo interés en venir a trabajar en Atapuerca, en colaborar con nosotros, incluso durante años trataron de estar aquí trabajando como investigadores. Pero, afortunadamente, se han ido desarrollando las profesiones relacionadas con la evolución humana y la prehistoria y nuestros españoles pues trabajan allí y ahora mismo es un proyecto que es internacional, pero que, fundamentalmente, está formado por españoles.
Pero es que en 1994 aparecen fósiles humanos en el yacimiento de la Gran Dolina, de la cueva de la Gran Dolina, que ya sabíamos que tenían 800.000 años de antigüedad. Claro, esto era increíble porque la idea que se tenía entonces es que Europa había sido colonizada hace, como mucho, medio millón de años. Y, claro, nosotros estábamos retrasando ese inicio de la colonización europea 300.000 años nada más y nada menos. Con lo cual, aquello fue una pequeña revolución. Muchos investigadores no creían en nosotros, pero por una razón muy sencilla, y es que la ciencia española, como decía antes, no estaba bien valorada. No estaba bien valorada porque decían: «Bueno, los españoles no hacen mucha ciencia. Esto lo tendremos que comprobar nosotros. Los que venimos de fuera, los de otros países, tendremos que comprobar que esto es así». Bueno, no hizo falta porque, afortunadamente, las cosas estaban muy claras, un yacimiento muy claro, y esos fósiles encontrados en 1994 terminaron por convertirse en 1997 en una especie más de nuestra filogenia humana. «Homo antecessor», «Homo antecessor» en latín, que significa «el hombre explorador», «el pionero».
El nombre se puso porque, bueno, era cierto: eran los primeros europeos, los más antiguos, y aludía a que las huestes romanas, los ejércitos romanos, cuando iban a conquistar otros países desde la Península Itálica, enviaban a los «antecessor», una serie de soldados que eran los exploradores que miraban a ver cuáles eran las fuerzas del enemigo. Esto también fue otro hito, yo creo que muy importante, porque de pronto tener una especie nueva de la filogenia humana no es tan sencillo. No es tan fácil hacer crecer a la filogenia humana, a la filogenia, sobre todo, del género «Homo». Después hubo otro hito importante que fue el hallazgo en el yacimiento de la Sima de los Huesos, donde habían aparecido esos tres cráneos. Esto fue en el año 1998, cuando apareció una herramienta de sílex de un color muy curioso, un color rojizo muy bien hecha, no utilizada, muy bien formada, y era la única que se encontraba con un conjunto de esqueletos que en total han sido hasta 30 esqueletos, 7.000 fósiles porque estaban rotos y demás y se han ido recomponiendo. Nosotros suponemos, pensamos, que esta población, que tiene 400.000 años de antigüedad, es una de las primeras que tiene un pensamiento simbólico de proteger a los muertos, de dejar a los muertos en un lugar protegido de la descomposición al aire libre o de los carroñeros, etcétera, junto con una pieza de industria lítica que tiene, en nuestra opinión, un valor simbólico importante. Quizá se trata del primer ritual de la historia de la humanidad, por lo menos de Europa. Conocido. Seguramente se van a encontrar más.
Otro acontecimiento importante fue el hallazgo en 2007 de una mandíbula en el yacimiento de la Cueva de la Sima del Elefante, que, en este caso, ya no eran 800.000 años, era 1.200.000 años de antigüedad. Ahora sí teníamos el primer europeo, con mucha más antigüedad. Naturalmente, ese trabajo se publicó en la revista «Nature», fue portada, porque era muy importante. Pero bueno, no todo acaba ahí porque el año pasado, sin ir más lejos, hemos vuelto a encontrar otro primer europeo más antiguo todavía, que está todavía en estudio. Ya no sabemos la antigüedad, se está estimando, pero bueno, significa que, cada cierto tiempo, van apareciendo cosas que van cambiando el escenario de la evolución humana en nuestro continente. Lo van cambiando porque decimos: «Bueno, primera población humana hace 500.000 años y ahora estamos en 1.300.000 aproximadamente». Claro, todo esto cambia mucho las cosas, ¿no? Y, claro, esto hay que reescribir, volver a escribir la historia de Europa, y yo creo que eso es muy importante para Atapuerca. Va dándole a Atapuerca un prestigio internacional que, desde luego, se merece.
Bueno, pues los humanos, hace tres millones de años, fueron capaces de transformar la materia prima y ahí aparece la cultura. La cultura ahora se entiende casi como, bueno, las bellas artes, o sea, se identifica con las bellas artes: el cine, el teatro, la literatura, la pintura… Todo esto parece que es la cultura, pero, sin embargo, la cultura es todo. Es todo: nuestros vestidos, nuestros trajes, la propia televisión… Cualquier cosa que tenemos a nuestro alrededor forma parte de nuestra cultura. Cultura, si quieres llamarla «cultura material». Hay una cultura más etérea, que no es material, y otra cultura que es material. Bueno, pues la cultura forma parte de esa adaptación tan importante que ha hecho que seamos lo que somos, para bien o para mal. Nos podemos comunicar hoy día, por ejemplo, con un teléfono móvil, podemos hablar con nuestros seres queridos, con nuestros amigos, en la distancia, podemos hacer una llamada telefónica y podemos ver a la otra persona, ¿no? Esto es tecnología. Esto es cultura también y tiene un valor extraordinario para nuestra adaptación, en este caso social. Pero también hay problemas con la tecnología, por ejemplo, el armamento. Ahora que estamos viviendo una guerra en Europa, pues nos damos cuenta de que esa tecnología, esa parte de la cultura material también es mala, porque nos estábamos haciendo daño los unos a los otros. Así que, por tanto, la cultura tiene una doble vertiente, es una gran adaptación, pero para bien, por una parte, y para mal, por otra. Pero es importantísimo.
Entonces yo ahora mismo estoy trabajando una barbaridad intentando poner un poco de orden en toda esa cantidad de palabras que se definieron en el siglo XVII, XVIII, XIX o incluso también en el siglo XX. Hay que cambiarlas. Hay que cambiarlas porque no están bien. La ciencia avanza muy deprisa, se conocen muchas cosas que antes no se conocían y, por tanto, hay que trabajar, y yo lo estoy haciendo y bastante. Por otro lado, también es importante saber que, cuando escribimos sobre ciencia, lo estamos haciendo con palabras. Entonces, claro, hay una relación muy importante entre las palabras y la ciencia. Yo, por ejemplo, cuando escribo sobre ciencia, tengo que utilizar mi propia lengua y, si la utilizo, la tengo que utilizar bien para que se me entienda. Si no, no se me va a entender. Yo he tenido que escribir en español en muchos libros de divulgación porque a mí me gusta la divulgación. Entonces, tengo que hacerlo y lo tengo que hacer bien. Me pueden corregir las editoriales, pero lo intento hacer lo mejor posible para que se entienda. Y esto no es tan sencillo y, desde luego, ahora mismo es muy importante. Yo también estoy aprendiendo ahora. Es un momento muy bueno también para aprender algo más de cosas que ya había olvidado. Algo de gramática, por ejemplo.
La gramática yo la estudié cuando era escolar, pues lógicamente tuve que aprender gramática. Hay cosas que se van olvidando con el paso del tiempo y, sobre todo, si te especializas, se van olvidando. Es un buen momento para recordar ciertas cosas. Para utilizar bien las comas, los puntos, las tildes… Hay muchas cosas que se pueden aprender y yo creo que es muy importante que haya una interrelación importantísima entre ciencias y letras. Eso siempre lo voy a defender. Es una dicotomía que, en mi opinión, no está bien. Yo creo que esa frontera habría que deshacerla de alguna manera. Lo que ocurre es que hay mucha especialización en la actualidad. Hay tantas posibilidades universitarias para especializarse, que, finalmente, acabamos olvidándonos de que existe la gramática, de que existe el latín, por ejemplo, o cualquier otra cosa que, bueno, «esto es para las letras, esto es para la gente de letras». Hemos hecho una frontera, una frontera que para mí no debería estar. Es una pena. No tenemos tiempo en la vida para aprender tantas cosas y, bueno, es así. Pero bueno, no sé si te queda claro que en la Real Academia Española debe haber, no un científico o dos, debe haber más. Y ahora mismo, claro, hay un médico, hay una persona de la historia de la ciencia y estoy yo y no hay más. Y antes que yo hubo una persona, Margarita Salas, bioquímica, que también te planteaba: «Bueno, ¿qué hace esta persona aquí en la Real Academia Española?». Pues seguramente hizo una labor también muy importante.
Después hicimos jornadas de puertas abiertas para que las personas que había en los alrededores, Burgos y otros pueblecitos que había alrededor, pudieran visitarnos, pudieran conocer lo que hacíamos. Así llegó el tercer año de puertas abiertas que nos superó porque llegaron 3.000 personas y nuestro equipo, que lo hacíamos todo nosotros, fuimos incapaces de hacerlo, de conseguir que esa jornada llegara a buen puerto, porque al final era un caos. Era tremendo. Los coches no cabían por allí. Bueno, era muy complicado. Entonces, bueno, pues lo que empezamos es a escribir artículos, a hacer entrevistas, y, poco a poco, nos animamos ya con las publicaciones un poco más serias, ya en libros, y, al final, hemos hecho un programa de divulgación del conocimiento porque entendemos que es muy importante que la sociedad conozca lo que hacemos las personas que nos dedicamos a la ciencia. Nosotros creamos, cada especialidad, una serie de palabras que no están en el Diccionario de la lengua española, por supuesto, que no se entienden, son palabras técnicas. Es como una especie de código. Tenemos palabras extrañas, complicadas, con las que sí nos entendemos perfectamente entre nosotros. Pero, claro, todo esto no se lo podemos decir a la gente, porque cada uno tiene su propia profesión. Por tanto, lo que hay que hacer es una traducción de nuestra lengua, nuestro lenguaje científico, a un lenguaje asequible para todo el mundo, para que todo el mundo pueda comprender qué es lo que hacemos.
Y esto lo consideramos casi una obligación, porque ¿quién está pagando la investigación en España? Pues la estamos pagando entre todos con nuestros impuestos. Pues de la misma manera, por ejemplo, que podemos disfrutar de utilizar un transporte público que está pagado con el dinero de todos los contribuyentes, la ciencia también la pagan los contribuyentes y, por tanto, nosotros pensamos que todo el mundo tiene que tener esa información para que todo el mundo lo comprenda, lo entienda y, cuando haga una visita, salga de allí con un beneficio, un beneficio, en este caso, espiritual, si quieres. Porque, claro, naturalmente, luego está la tecnología, están las aplicaciones tecnológicas. Cuando vemos una aplicación tecnológica pensamos que es una cosa, no sé, que alguien se lo ha inventado y demás. No, detrás de esa tecnología ha habido muchos científicos que han estado muchas horas detrás de su escritorio, de su ordenador, de sus libros, etcétera, para conseguir que se haga una aplicación tecnológica. Bueno, en este caso, nosotros no tenemos grandes aplicaciones a la ciencia. No podemos hacer o construir un aparato que sirva para algo, pero sí podemos dar a entender lo que hemos aprendido sobre la evolución humana.
La primera pregunta que se me ha hecho es muy interesante: qué he aprendido yo sobre la evolución humana. Pues, entre otras cosas, a saber quién soy, a saber qué o quiénes somos, quién es nuestra especie y a bajarnos un poco de ese pedestal en el que estamos, en el que decimos somos la especie predominante del planeta o somos seres extraordinarios que no tenemos nada que ver con otras especies. No es cierto, no es verdad. Somos una especie más del gran ecosistema del planeta y tenemos que entender que ese es nuestro papel. Somos minúsculos en el gran universo. Somos prácticamente casi nada. Y lo que tenemos que hacer es tratar de hacerlo lo mejor posible, en primer lugar, para poder sobrevivir como especie. Esto no es ninguna tontería. Poder dejar a nuestros nietos, bisnietos, etcétera, un mundo que fuera mejor que el que estamos viviendo nosotros. Y todo eso lo podemos hacer gracias al estudio de nuestros orígenes. Y todo esto lo tenemos que contar a la gente. Si no lo contamos, entonces, no habremos hecho nada. Nos habremos dedicado nada más a pasar la vida contándonos entre nosotros mismos, entre nuestros colegas, cosas interesantes o no tan interesantes. Decirle: «Oye, mira, es que yo me he encontrado un fósil que tiene cinco dientes, que tiene esta morfología». «Ah, ¡qué interesante!». Mira, eso no es interesante más que para mí y para cinco o seis personas. Eso no tiene más interés. Pero yo lo que quiero contar es otras cosas, otras cosas mucho más importantes, que, al final, es filosofía de la vida.
¿Qué he aprendido yo? Después de 40 años investigando, he llegado a muchas conclusiones vitales para mí que quiero transmitir, que quiero que todo el mundo comprenda. Y lo hago lo mejor que puedo para que todo el mundo también se beneficie de eso. Conseguimos, después de muchos intentos, intentos que empezaron con nuestro propio maestro Emiliano, mi mentor Emiliano Aguirre, pero conseguimos hacer, finalmente, un gran Museo de la Evolución Humana en la ciudad de Burgos, que yo creo que todo el mundo debiera visitar. O sería interesante, si alguien va por la ciudad, que se acercara a este museo. Nosotros pensamos que podíamos hacer una cosa pequeñita, por lo menos algo para dar a conocer nuestros conocimientos. Y, finalmente, se ha hecho un enorme museo, un gran museo, un gran pabellón, donde se explica la evolución humana y donde hay una cosa muy importante y es la exposición de originales, de fósiles humanos y de industria lítica original, cosa que no se hace en ningún otro museo del mundo. Los fósiles originales normalmente no se exhiben porque son muy pocos los que hay. Bueno, es como en una pinacoteca, si uno entra, quiere ver «Las meninas» originales. Bueno, pues aquí pasa lo mismo. Hay originales de estos fósiles humanos. Está, por ejemplo, el cráneo de Miguelón. Es uno de los cráneos que apareció en 1993, como contaba antes. Y también están los fósiles de «Homo antecessor», de la especie «Homo antecessor». Los más importantes están allí expuestos y son originales. Yo creo que esto es muy importante y, si alguien tiene la oportunidad de visitar la ciudad de Burgos, yo recomiendo vivamente que se acerquen al Museo de la Evolución Humana, donde podrán ver esto. Hay otros lugares, en el Museo de Burgos también hay cosas muy interesantes sobre la historia reciente de nuestro país, pero hablando de prehistoria, desde luego, el Museo de la Evolución Humana de Burgos.
Bueno, pues en un momento determinado y en un lugar que me gusta identificar con la zona de unión entre el continente africano y el continente eurasiático… Naturalmente, ellos no sabían nada de geografía y, por tanto, dónde estaban no tenían ni idea, no tenían mapas ni tenían planos para saber dónde estaban. Pero es una zona muy interesante, porque es la confluencia entre las poblaciones africanas, que pueden ir saliendo o incluso entrando, y las poblaciones que viven en Eurasia. Y esa confluencia es importante tanto desde el punto de vista cultural, porque las culturas que se unen o confluyen enriquecen mucho más la cultura, como desde el punto de vista biológico. El hecho del mestizaje, por ejemplo, enriquece mucho la variabilidad biológica genética de una población. Y, en ese momento, cuando ocurre esto, y en una época que yo considero que fue hace aproximadamente un millón de años, se produce una escisión de una población de «Homo erectus» hacia una población que va hacia la modernidad, hacia nosotros, por decirlo de alguna manera. De esa especie que no conocemos, que, bueno, se habrán encontrado fósiles, pero no se ha identificado todavía, que muchos lo llaman la «especie X», por decirlo de alguna manera, pues surgen «Homo antecessor», la especie que encontramos en la Sierra de Atapuerca, surgen los neandertales, surgen los denisovanos, un grupo que se ha descubierto hace poco gracias a la genética, pero que todavía no se ha identificado como especie, y surgimos nosotros.
Eso es una especie como de grupo moderno que sale hacia delante y que de él hemos salido nosotros. Así que ese me parece un momento apasionante de la evolución humana para estudiarla. Es lo último que he estudiado yo. Prácticamente, cuando haya terminado mis estudios de evolución humana, ya me voy a retirar, pues es lo que he dejado pendiente como hipótesis de trabajo para las generaciones que vengan a continuación. He escrito varios trabajos sobre ello, he propuesto esa hipótesis y ahí se ha quedado, en el momento del surgimiento de la humanidad moderna. Ahí se ha quedado. Ahí se ha quedado, a la espera de que vengan otros científicos y que comprueben si me he equivocado o no me he equivocado. Insisto, hace un millón de años, una zona de transición o una zona común entre el continente africano, el este de África, por ejemplo, y la parte más oriental del continente eurasiático, lo que llamamos el Próximo Oriente, para que te hagas una idea. Que, por cierto, el Próximo Oriente es un lugar muy importante desde siempre, por ejemplo, para las culturas actuales. Nosotros, los actuales habitantes que vivimos aquí en la Península Ibérica, procedemos de una población neolítica venida desde Próximo Oriente. Somos herederos de ellos. No hace falta nada más que mirarnos al espejo y ver que tenemos mucha proximidad con personas que viven en el Líbano, en Israel, en Palestina, etcétera. Nos parecemos bastante, ¿no?
Bueno, pues para que te hagas una idea de la importancia que tiene ese lugar y que, en mi opinión, la ha tenido desde siempre, desde que el género «Homo» sale de África, en Eurasia. Es un lugar extraordinario. Extraordinario y, además, por una razón muy importante. Tú sabes que ha habido glaciaciones en el planeta desde hace bastantes miles de años y esas glaciaciones han afectado mucho al hemisferio norte, tanto que, por ejemplo, los neandertales se extinguieron precisamente por ello, precisamente por ese cambio climático tan importante que fueron las glaciaciones. Cuando había una glaciación, toda esa zona de Próximo Oriente se convertía en un verdadero vergel. Para que te hagas una idea, el desierto del Sahara, que hoy día lo vemos tan seco y que se corresponde con el desierto de Arabia Saudí, donde ahora se celebra el Dakar, por ejemplo, que vemos las dunas, bueno, pues en ciertos momentos de nuestra historia geológica, hace a lo mejor 50.000 años o 100.000 años, ha estado completamente verde, y eso se sabe, por ejemplo, haciendo sondeos geológicos y se ve que allí, por ejemplo, en ciertos momentos del pleistoceno, una época geológica donde hemos vivido nosotros, aparecen rinocerontes, aparecen hipopótamos… Un hipopótamo no puede vivir si no tiene agua, ¿no? Así que, por tanto, es una zona que se puede justificar, desde luego, como el lugar perfecto para la aparición de algo tan importante como esa humanidad moderna de la que nosotros somos herederos.
Con esto se puede ver la forma, pero, claro, lógicamente, no podemos saber nada del funcionamiento de ese cerebro. Pero sí que podemos saber algo sobre el cerebro gracias al registro arqueológico, a los elementos culturales materiales que nos han dejado nuestros ancestros y, de esa manera, podemos saber la complejidad que podían llegar a desarrollar. Bueno, en la actualidad nuestro cerebro en promedio son unos 1400 centímetros cúbicos y, desde luego, tenemos mucha más complejidad que la que tenían nuestros ancestros. Esta ha sido la evolución hacia un mayor tamaño y hacia una mayor complejidad. Por ejemplo, mira, si comparamos, por ejemplo, el cerebro de un chimpancé, sabemos que la formación completa de este cerebro, que se obtiene gracias a que los cilindroejes, que son las fibras largas de las neuronas, se van protegiendo por una sustancia, que se llama la «mielina», que hace que no solamente quede protegido ese cilindroeje, ese eje largo de las neuronas que conecta unas con las otras, sino que, además, hacen que la velocidad de transmisión de la información sea cien veces mayor que si no tienes esa sustancia. Bueno, pues mira, los chimpancés hacia los 15 años ya han terminado ese proceso de mielinización, de formación de mielina, de todo el sistema nervioso. Nosotros tardamos unos 15 años más, de manera que el cerebro humano, tu cerebro o el mío, están perfectamente ya preparados para todo hacia los 30 años. Tú fíjate lo que tardamos en desarrollarnos.
Si a los 18 años, somáticamente, ya somos prácticamente adultos, sin embargo, nuestro cerebro no alcanza su máximo potencial hacia el final de la tercera década de la vida, hacia los 30 años aproximadamente. Por tanto, lo que podemos inferir es: mayor tamaño, mayor complejidad. Esta es yo creo que la gran diferencia que existe entre nuestros ancestros que ha ido mejorando con el paso del tiempo. Ahora bien, si me preguntas, por ejemplo, qué diferencia podía haber entre un primer representante de nuestra especie «Homo sapiens» hace unos 200.000 años en África, yo te diría que las diferencias podían ser mínimas. Quizá alguna mutación, alguna mutación, alguna pequeña mutación, que hizo que fuéramos capaces de emplear el pensamiento simbólico de una manera mucho más compleja, mucho mejor, ¿no? Si me preguntas, por ejemplo, ¿podemos traernos a una persona de esta época, de hace 200.000 años a la época actual? Hacemos que nazca en una familia acomodada que permita que esa persona, ese hijo que van a tener, pueda ir a la universidad. Yo te diría que sí, que esa persona de hace 200.000 años seguramente podría ir a la universidad si recibe las enseñanzas normales que podemos recibir nosotros en la actualidad. Quiero decir, que ese cerebro ya estaba preparado. Cuando «Homo sapiens», cuando nuestra especie, aparece en el planeta, ya tenemos un cerebro que es prácticamente como el actual salvo pequeños detalles, pequeños matices. Muy pequeños. Realmente muy pequeños.
La pregunta, la cuestión es, bueno, ¿vamos a sobrevivir un millón de años? Este es un problema que hay veces que me levanto por la mañana y soy optimista y otras veces que me levanto por la mañana y no lo soy tanto, porque veo que, realmente, lo que decía antes, la cultura, la cultura que empezó hace tres millones de años como nuestra gran adaptación, de alguna manera no la estamos utilizando como debiéramos, pero no lo hacemos con mala intención en absoluto. Nuestro modelo actual de vida es el que hay. Lo hemos creado así, sin ningún tipo de mala intención en absoluto. Pensamos siempre que hacemos lo mejor para nosotros, ¿no? Pero, realmente, muchas veces nos damos cuenta de que a lo mejor nos hemos equivocado. No sé, por ejemplo, vivir en una gran ciudad, no sé, Pekín, 25 millones de habitantes, a lo mejor no es lo mejor. No sé, a lo mejor es mucho mejor tener a la población distribuida por todo el territorio. Esa España vaciada de la que tanto se habla, ¿no? Entonces, mira, el problema fundamental está en que la evolución biológica va muy despacito y, sin embargo, la evolución cultural va muy deprisa. Yo siempre digo que somos primates con armas de destrucción masiva, utilizando ese término que se utilizó hace algunos años cuando la famosa guerra de Irak. Y es cierto, es cierto, seguimos siendo primates, pertenecemos al grupo de los primates, tenemos una biología que es compleja, tenemos un cerebro muy complejo, pero nos parecemos, también lo he comentado mucho, a los chimpancés en nuestras acciones, en nuestro comportamiento. Insisto, la jerarquía, el territorio, bueno, pues otros muchos comportamientos que son muy similares entre ellos y nosotros.
Entonces, claro, a mí me da un poco de miedo que ese avance de la cultura se nos vaya de las manos. Y ya no me estoy refiriendo solo a bombas atómicas, que están ahí, las tenemos ahí y en cualquier momento puede surgir una guerra atómica y se acabó ya. Entonces ya sí que ya no quedaría nada de nosotros, ¿no? Pero eliminando ese peligro tan real que existe, yo me pregunto sobre lo que estamos haciendo en el planeta. Ese cambio climático que hemos forzado sin querer, porque, insisto, no hacemos las cosas queriendo. Nadie quiere que haya un cambio climático en el planeta y que desaparezcan muchas especies y que, de pronto, tengamos aquí en la Península Ibérica sequías y grandes inundaciones. Naturalmente, nadie quiere eso, ¿no? Lo que ocurre es que nuestro modo de vida es de una manera y no lo podemos cambiar de un día para otro. Es prácticamente imposible. Y yo me he desplazado desde otra ciudad a esta ciudad y he tenido que utilizar un transporte público que, obviamente, ha contaminado. O sea, yo formo parte también de ese modo de vida, de ese modelo, que contamina. No lo sé, me gustaría que las generaciones que venís ahora, que llegáis ahora, tengáis conciencia de todo esto y que pongáis remedio o el mejor remedio que podáis, sabiendo que esto es muy complicado, que es muy complicado.
Y me gustaría, no sé, que hubiera personas muy brillantes e inteligentes que nos dieran alguna solución. No sé si serían capaces, pero la única manera de hacerlo es que esas personas pudieran unir sus esfuerzos mentales para dar soluciones. Alguien que piense, grupos de personas que piensen, qué se debe hacer en el futuro para conseguir que la humanidad pueda tener una duración mucho mayor de lo que todos pensamos que realmente puede tener. Si podemos conseguir un millón de años de vida, sería fantástico para nuestra especie. Mira, las especies terrestres que se conocen en general en paleontología tienen una duración promedio de un millón de años. Y ya está muy bien. Está muy bien. Antes hablaba yo de la especie «Homo erectus», dos millones de años. Un gran éxito. Enorme éxito. Si nosotros conseguimos vivir un millón de años, será fantástico. Y, además, tenemos una gran ventaja, que la que también es la cultura. Antes decía la cultura tiene una parte buena y una parte mala. Utilicemos la parte buena para poder conseguir que nuestra especie tenga un futuro. Dentro de, imagínate, un millón de años, si nuestra especie continúa, seguramente nuestro aspecto no va a ser muy diferente del que tenemos en la actualidad. A mí siempre me han preguntado… Mira, es una cosa muy divertida. Me han preguntado, me decían hace algunos años: «Bueno, claro, dentro de un tiempo tendremos un cráneo, una cabeza así de grande, con un cerebro enorme, ¿no?».
Pero tú fíjate una cosa. ¿Tú sabes lo que consume el cerebro humano biológicamente? Una barbaridad. Consume aproximadamente el 25 % de toda la energía que utilizamos en reposo. O sea, cuando estamos durmiendo, nuestro cuerpo consume. El 25 % de lo que consume nuestro cuerpo en reposo mientras estamos durmiendo se lo lleva el cerebro. ¿Te imaginas un cerebro que tenga a lo mejor tres veces más de volumen? Se llevaría una cantidad de energía que no podríamos conseguir. Si ahora nos cuesta, que somos ocho mil millones de personas en el planeta, necesitamos una gran cantidad de energía, imagínate si fuéramos todos con una cabeza así de grande. Y luego hay otra razón muy importante: es que no podríamos nacer, porque, mira, somos bípedos y ahora mismo el nacimiento es un proceso muy complejo. Eso lo saben todas las mamás que han tenido bebés y saben que el parto, salvo excepciones, es muy complejo, muy complicado, porque el feto, cuando va a salir de la madre, ya tiene un cerebro que es prácticamente igual que el de un chimpancé y, por tanto, cuesta mucho trabajo que salga, y luego, encima, los hombros. Es un problema, ¿no? Es un parto con rotación, es un parto muy complicado. Entonces, tú imagínate un bebé que tuviera un cerebro de mil centímetros cúbicos. Es que no podría salir. Así que vamos a tener un cerebro muy parecido al que tenemos en la actualidad, seguramente más complejo, con mayor complejidad, y nuestro aspecto físico, probablemente, no sería muy diferente. Así que, biológicamente, yo creo, pienso, que no vamos a cambiar mucho, pero tecnológicamente sí. Ojalá dentro de un millón de años haya personas que estén por el planeta y que sigan viviendo y que sean muy felices. Ojalá.
Bueno, quería agradeceros vuestra presencia en este acto tan emotivo. Muchísimas gracias por las preguntas que me habéis hecho, todas realmente muy interesantes, por escucharme y, bueno, espero que sigáis tan interesados en temas de la evolución humana, la prehistoria y, quizá, algunos de los que estáis aquí, pues quizá algún día podáis ser profesionales de esta profesión tan bonita que es el estudio de la evolución humana. Gracias por asistir y, bueno, pues encantado de estar con vosotros. Gracias.