Cómo puedes ayudar a tu hijo a mejorar su inteligencia emocional
Daniel J. Siegel
Cómo puedes ayudar a tu hijo a mejorar su inteligencia emocional
Daniel J. Siegel
Psiquiatra y profesor
Creando oportunidades
Por qué la adolescencia es una etapa maravillosa de la vida
Daniel J. Siegel Psiquiatra y profesor
Desmontando mitos sobre los adolescentes
Daniel J. Siegel Psiquiatra y profesor
Daniel J. Siegel
Daniel J. Siegel es doctor en Medicina, profesor de Psiquiatría Clínica en la Facultad de Medicina de la Universidad de California en Los Angeles, codirector del UCLA Mindful Awareness Research Center y director ejecutivo del Mindsight Institute. Siegel es autor de bestsellers como ‘Ser padres conscientes’, ‘Mindsight’, la nueva ciencia de la transformación personal y de uno de los libros más aclamados internacionalmente ‘The Developing Mind’, cuyas propuestas se han aplicado a programas educativos de todo el mundo. En su obra ‘Tormenta Cerebral’, Daniel J. Siegel aporta las claves para acabar con algunos de los mitos y falsas creencias más extendidas sobre la adolescencia. Desde una visión positiva, Siegel afirma que la adolescencia es una etapa muy especial, una chispa emocional, un momento de conexión social, de búsqueda de lo nuevo y con esencia creativa: “Los adolescentes tienen pasión, un sentimiento de que todo importa. Tienen una capacidad profunda de colaboración entre ellos, y el valor de probar cosas nuevas”, destaca.
Transcripción
Así que un padre, en vez de pensar que debe controlar solo el comportamiento, debería darse cuenta de que su tarea es enseñar a su hijo la habilidad que llamamos “Mindsight”, que es observarse a uno mismo. Los estudios muestran que cuando los padres enseñan esto, los niños aprenden a regular su comportamiento. Los padres que no lo entienden acaban muy centrados en repetirle a sus hijos pequeños lo que deben hacer y controlar su comportamiento sin que el niño tenga la habilidad para regularse a sí mismo.
Así que, cuando tienen ocho o diez años y no han aprendido esas habilidades, estamos ante otro problema porque los niños están a punto de convertirse en adolescentes y esta es una época en la que se producen muchos cambios. Si no han aprendido estas habilidades para observarse a sí mismos la preparación para la etapa adolescente será muy diferente. Cuando el niño sea adolescente, se le debe explicar continuamente de qué manera está cambiando su mente en función del crecimiento de su cuerpo, basándose en los cambios de su cerebro y en la forma en la que también cambian sus relaciones.
Es parte natural de ser padres. Cuando los padres aprenden sobre esta habilidad como forma de educar a sus hijos, es relativamente fácil verlos coger a sus hijos pequeños y enseñarles a regular su comportamiento desde dentro hacia afuera. Y contestando a tu pregunta, por ejemplo, con un niño de ocho años, estarías desarrollando estas habilidades que le has enseñado. Así que la pregunta sería: “¿Qué han estado haciendo sus padres durante los últimos ocho años?” o “¿Qué le ofrece la escuela? ¿Qué añade a esta capacidad de aprender sobre la naturaleza de nuestra mente?”. Es decir, el “Mindsight” es la base de la inteligencia social y emocional.
Los padres podrían decirle: “Espera, ¿qué has sentido al quitarle el juguete a tu hermano?”. Y el niño de cuatro años diría: “¿Qué?”. Y los padres, en vez de castigarle mandándole a su habitación, le invitan a usar esta pregunta para que aprenda lo que está pasando dentro de él, ¿por qué su mente, en este caso, le estaba diciendo que le quitara el juguete? A este tipo de interacciones se les llama “Diálogo reflexivo”. Los padres miran al niño y el niño de cuatro años les mira a ellos y les dice: “Quería el juguete”.
Y la madre le contesta: “Sé que querías el juguete, pero ¿qué sentimiento te ha llevado a querer el juguete?”. Y finalmente se descubre que tenía celos porque los padres le prestaban más atención al niño de dos años, por eso le quiere quitar lo que no tiene. Entonces él aprende a decir: “Me sentía muy mal porque tú y papá le estáis prestando más atención a Joey que a mí”. Entonces los padres saben que el niño necesitaba más atención y que sentía que le faltaba algo.
El niño llora, los padres le abrazan y con la misma acción el niño ha conseguido aprender que su mente le ha llevado por un camino que no era el adecuado; que puede aprender a comunicar cómo se siente a otras personas y también a conocerse a sí mismo. Lo tercero que aprende es que sus padres son una fuente de conocimiento y un “refugio de conexión”, en vez de solo una fuente de castigos. Son dos formas completamente diferentes de enfrentarse al mismo comportamiento, la segunda forma enseña la habilidad que llamamos “Mindsight” para que el niño aprenda inteligencia emocional, es decir que conozca sus propios sentimientos.
Ahora sabrá que sus sentimientos son importantes a la hora de manejar su comportamiento. Que él tiene sentimientos y el resto de personas también, eso es la inteligencia emocional. La inteligencia social aparece cuando el niño se da cuenta de que su comportamiento tiene un impacto en otras personas y necesita entender que sus acciones tienen importancia. En eso consiste enseñar habilidades de “Mindsight”, que repito son la base de la inteligencia emocional y social. Por otra parte, el castigo, a corto plazo puede limitar el comportamiento, lo que el niño aprende es: “Nunca debo quitarle el juguete delante de mis padres, pero lo haré en secreto”.
Entonces, cuando crezca y tenga ocho años en vez de cuatro, o cuando tenga 15 años, el niño será un adolescente que, si tiene estas habilidades, se comportará de una manera muy diferente que aquel niño que solo actúa en base a sus sentimientos y que ni siquiera es consciente de ello. Es una manera diferente de dar a todos los niños esa brújula interior que necesitan para moverse por el mundo y que será una herramienta fundamental que les guíe a través de un mundo muy complejo, mucho más allá de la familia y de su clase.
Hacen todo tipo de cosas en público y en privado cuando sienten que tienen el derecho a hacerlo, incluso cuando les han castigado por ello. Cuando ese niño al que han enseñado esas habilidades se adentra en el mundo, establece conexiones sociales con otros niños o cuando accede al mundo laboral, tiene unas capacidades totalmente diferentes para la resiliencia y para la colaboración afectiva. Mientras que alguien que ha crecido a base de castigos ve el mundo como una serie de transacciones empresariales. Todo va sobre mí y voy a intentar ir al margen de la ley, intentaré evitar las preguntas y mientras pueda seguir haciéndolo todo irá bien porque consigo lo que quiero. Un mundo así es aterrador.
Cuando construyes el mundo con las habilidades para comprender tu mundo interior, las habilidades del ‘Mindsight’, construyes compasión, empatía y conocimiento. Y la capacidad de decir: “Tú tienes una perspectiva y yo otra, vamos a colaborar y a respetar nuestros puntos de vista y así llegaremos a un acuerdo que sea bueno para todos”. La perspectiva del castigo es la de: “¿Cómo me salgo con la mía?”. Si ese es el mundo que quieres, adelante, cría a tu hijo de esa manera.
Yo oía eso y les tiraba de la bata y les decía: “Perdone, ¿no quiere hablar con esa persona sobre cómo se siente?”. Y estos profesores tan inteligentes contestaban: “¿Por qué? Les he contado la realidad física de lo que está pasando con su cuerpo, ¿qué más tengo que decirles?”. Tras dejar la facultad de Medicina durante un tiempo para volver después, aprendí que hay algo llamado “mente” que incluye nuestras experiencias subjetivas. Si un médico te dice que te estás muriendo, eso tendrá un significado para ti, sentirás algo, pensarás algo, no es solo que tu cuerpo sea un contenedor de químicos.
El motivo de dejar estos estudios fue porque consideraba que apartar la mente de la comunicación era una violación de la dignidad humana. Más adelante algunos estudios mostraron que incluso si un médico dedicaba unos minutos a decirte: “Siento que tengas un resfriado, debe ser molesto porque estás estudiando para los exámenes finales, así que quiero que hagas X, Y, Z”, eso fue con un grupo. Con otro grupo fue: “Tienes un resfriado, haz X, Y y Z”.
Las mismas sugerencias, solo que una de ellas introdujo un momento de empatía muy breve, que mostró que se establecía una conexión con la parte subjetiva, con la mente, el significado, los sentimientos o los pensamientos de ese ser humano. En ese grupo, a los individuos se les pasó el constipado un día antes y su sistema inmunitario, su cuerpo, estaba preparado para luchar contra el virus con mucha más fuerza. Solo por un mínimo comentario empático. Esta capacidad de sentir empatía se basa en el “Mindsight”.
La capacidad de ver que solo es un constipado, pero que puede ser frustrante, dar miedo o lo que sea porque esa persona quiere que su examen vaya bien. Y cuando mostramos esas habilidades conectamos mucho más con las personas y les mostramos que la vida interior importa. Eso ocurre en la facultad de Medicina, durante las interacciones con pacientes, así que puedes llevarlo al nivel de un niño que tiene un berrinche.
Si tú eres un padre que solo tiene lo que yo llamo “visión física”, dirás: “Tu cuerpo está haciendo esto, tu voz hace aquello, ¡para! ¡Para, me estás avergonzando!”. ¿Qué le enseña eso a un niño? Que todo lo que existe es una acción física. Si alguien dice que estaba enfadado porque su hermano obtenía toda la atención, como el niño de nuestro primer ejemplo, eso es enseñarle a un niño que su comportamiento durante un berrinche al robar un juguete se basaba en un sentimiento, en un deseo y en una interacción que tiene un significado.
Que se sentía desplazado por sus padres porque tenía un hermano de dos años en casa. Eso es lo más difícil de ser padre y de educar, enseñar sobre la importancia de la mente. Y cuando tienes una escuela, una casa o una nación que ignora la mente, los recuerdos de la gente, el significado de las relaciones, la moralidad, entonces te encontrarás ante un mundo aterrador que se basará solo en la visión física y en la adquisición de objetos. Querrán simplemente acumular cosas. ¿Quién tiene más que quién? No se basarán en el significado de las cosas ni tendrán una conexión más profunda.
El siguiente paso es mirarlos y darse cuenta de que están angustiados y tener empatía, lo que significa sentir el estado interior del otro y entender su punto de vista e incluso tener un mayor punto de vista cognitivo de cuál es el contexto más amplio, de por qué está sucediendo este comportamiento. Tu responsabilidad como adulto es tener empatía. Desde ese momento, la preocupación empática abre una puerta a la compasión.
Cuando sientes compasión ante una rabieta, tu visión de ese niño con esa rabieta es totalmente diferente que si piensas: “Tengo que enseñarte disciplina”, “Esto me avergüenza, ¡para de comportarte así!”. En realidad, eso no enseña nada y muestra que tienes bastantes limitaciones como padre. En vez de eso, si te das cuenta de que eres una fuente de empatía y compasión y que puedes tener una visión del interior de tu mente y de la de otros, de eso trata el “Mindsight”, los resultados son increíbles, son totalmente diferentes. Así que, si intentas enseñar un enfoque de rabietas basado en el comportamiento, lo que estás enseñando es a tener control del comportamiento y eso no hace que el niño aprenda las habilidades profundas que necesita para observar la mente, según el “Mindsight”.
Eso es un mito. La adolescencia es una etapa maravillosa de la vida, pero si los adultos lo vemos como algo horrible, puede acabar siéndolo. Un segundo mito es cuando te dicen que es una etapa terrible y al preguntar a los padres por qué creen que es tan terrible, ellos me responden: “Porque las hormonas van a apoderarse de mi hijo”. “Mi hijo estará repleto de hormonas en ebullición”. Entonces yo les contesto: “Bueno, el nivel de hormonas sube, pero si le preguntas a los expertos en endocrinología, la ciencia que estudia las hormonas, no existe nada llamado ‘hormonas en ebullición’, esto es mentira, se trata de un mito extendido por todo el mundo”.
Las hormonas en ebullición que dominarán la vida de un adolescente no existen. El tercero, es que si eres un adolescente y escuchas a los adultos decir: “Dios mío, va a pasar algo terrible, estas pequeñas moléculas se apoderarán del cerebro de mi hijo y no podré hacer nada”. Aparece el tercer mito: que los adolescentes están indefensos.
Porque si tienen estas pequeñas hormonas en ebullición que se han apoderado de su cuerpo, ¿qué se supone que pueden hacer? ¿Sacarse sangre para quitárselas? Están completamente indefensos… Los estudios son muy claros. Digamos que tienes algunos niños en clase y te han dicho que los de la izquierda son muy listos, pero que los de la derecha no lo son tanto y les haces un examen, los resultados reflejarán tus creencias.
Pero si después alguien te susurra al oído: “Ay, nos habíamos equivocado. Los de la derecha eran los inteligentes y los de la izquierda no lo son tanto”. Las puntuaciones cambiarían. Tu actitud como profesor o padre hará que el desarrollo del niño se adapte al nivel más bajo de tus expectativas. Así que el motivo por el que escribí mi libro Tormenta cerebral fue para acabar con estos mitos que se apoderan de las creencias que tienen los adultos y los adolescentes y que están creando la peor de las pesadillas.
¿Cuál es la verdad? Lo primero es que no son hormonas en ebullición, lo que afecta a su cerebro es un aumento del nivel de hormonas, afecta a su cerebro y también a su cuerpo, y por supuesto, a su maduración sexual. Segundo, no es una etapa terrible que tengan que superar, en realidad es una etapa muy importante. Es una oportunidad increíble. Y tercero: los adolescentes para nada están indefensos, porque lo que ocurre, puede que ya lo hayas escuchado, es que su cerebro se está remodelando.
Está eliminando circuitos y neuronas, células básicas del cerebro, que no necesita al principio de la adolescencia. Más adelante, en una etapa posterior de la adolescencia, se producirán una serie de conexiones muy intensas llamadas mielinización. El proceso final de la remodelación del cerebro adolescente será podar las áreas del cerebro que están volviéndose más especializadas, e intensificar las conexiones entre el resto de los circuitos.
Ese proceso de diferenciación y conexión se llama integración. La integración es el objetivo final de los cambios del cerebro adolescente y ocurre entre los 25 y los 30 años. Otro mito es que la adolescencia termina al cumplir los 20 y eso no es cierto… ¿Por qué debemos tener tanta esperanza en la adolescencia? Porque la adolescencia tiene su propia esencia, tiene su propio significado: es una chispa emocional, un momento de conexión social, una búsqueda de lo nuevo y tiene una esencia creativa. Cuando miras en todas las culturas, estas funciones de la adolescencia son universales. Lo que significa es que hay pasión, los adolescentes tienen pasión, un sentimiento de que todas las cosas importan. Tienen una capacidad profunda de colaboración entre ellos. Tienen el valor de probar cosas nuevas.
Y tienen la suficiente imaginación para aprender, no como los niños pequeños que aprenden cómo es el mundo; también imaginan cómo podría ser el mundo y puede que incluso cómo debería ser. Y cuando observas algunas de las contribuciones más importantes que se han hecho a la ciencia, a la tecnología, al arte y a la música, muchas de esas contribuciones vienen de un cerebro adolescente. Pero si observas lo que muchas escuelas hacen, básicamente enjaulan todas estas funciones esenciales de la adolescencia y las apagan.
Por ejemplo, interpretan que la pasión de un adolescente es algún tipo de desorden. Interpretan que los adolescentes deberían competir entre ellos, en vez de colaborar como un grupo. Hacen las cosas igual en los exámenes que les dan a los adolescentes, en vez de hacer algo novedoso o usar formas nuevas de hacer las cosas. Y en vez de profundizar en la capacidad de resolver problemas, fruto de su inspiración creativa, les atosigan con un sistema educativo que parece una fábrica. Eso hace que los adolescentes se rindan, cuando el futuro del planeta depende de la inventiva del cerebro de nuestros adolescentes.
Intenta mantener la esencia de la adolescencia y serás un adulto mucho más sano. Cuando estuve enseñando en un instituto un adolescente me dijo: “Creo que ya lo he entendido”. Entonces le pregunté: “¿Qué has entendido?”. Y dijo: “La razón por la que nos odian los adultos es que están celosos de nuestra esencia, porque ellos ya la han perdido”. Y estaba en lo cierto. Muchos adultos, si no la mayoría, han perdido la esencia clave de la adolescencia y deben mantener vivo ese espíritu.
Para algunos adolescentes que no han adquirido esas habilidades, es agotador que las olas les golpeen continuamente, es estresante y el estrés crea emociones más intensas, por lo que no aprenden a regularse a sí mismos. Voy a ponerte un ejemplo de un chico de dieciséis años que tenía unos cambios emocionales muy intensos y la gente estaba muy preocupada sobre lo que iba a pasar con él porque algunas veces estaba muy feliz y otras tan triste que no quería vivir. Era algo muy serio.
A sus padres les preocupaba y también a él. Así que le enseñé esta habilidad básica que es la reflexión, así sería capaz de separar la sensación que le provocaban esas olas de emociones de su consciencia. Si te imaginas una rueda, el exterior de la misma es la llanta, allí puedes ser consciente de tus emociones, tus pensamientos, y tus recuerdos que podrían ser puntos sobre esa llanta. Pero la forma en la que eres consciente de ellos es a través de su eje central.
La consciencia, en esta imagen visual de la rueda, está situada en su eje central, y las cosas de las que eres consciente, como de tus emociones, son puntos en la llanta. Este joven practicó con esta “rueda de la consciencia” sobre la aparición de las emociones. Según sus palabras: “Como ahora puedo sentarme en el eje, ya no me llevan de un lado a otro”. Voy a darte un ejemplo: si se enfadaba mucho con sus padres, antes les gritaba e insultaba, se agitaba mucho.
Y, por supuesto, sus padres le contestaban a gritos también. Le decían: “Eso no es apropiado, jovencito. No puedes actuar así”. Y todo se agravaba. Pero ahora, lo que pasa es que él siente el impulso de gritar e insultar, pero lo ve como “un punto de su llanta”, pero desde su eje ha conseguido la libertad de ser consciente de ello y de no convertirlo en una acción.
Cambió completamente, porque el ciclo de gritar e insultar a sus padres y que ellos le contestaran gritando, provocando que sus emociones se intensificaran, era una pesadilla para todo el mundo. Pero ahora, gracias a esta habilidad interna de reflexión, puede no gritarles y decirles: “Ahora mismo estoy muy triste”. Y ellos le contestan: “Vamos a dar un paseo”. En ese momento va notando cómo la tristeza disminuye. Voy a darte otro ejemplo de cómo usar esta “rueda”, no en una práctica reflexiva como en el caso de este joven, sino en el caso de un niño de cinco años.
Pegó a un niño en la escuela, en infantil, le expulsaron de esa escuela y le mandaron a otra. En esa otra escuela, la señorita Smith, por ejemplo, enseñaba a todos sus alumnos a dibujar esta rueda. Les decía que como ya tenían cinco años, tenían la capacidad de saber qué ponían en el eje de la rueda, pero no podían ser conscientes de lo que había en la llanta. Entonces, este niño de cinco años, en su segundo día de clase se dirigió a ella durante el recreo y le dijo: “Señorita Smith, debe darme un respiro. Estaba en el patio, Joey ha cogido mi caja y estaba a punto de pegarle, me he perdido por mi llanta. Así que debe darme un tiempo para que vuelva a mi eje”.
Y ella lo hizo, él volvió a salir sin pegar a Joey y meses después ella confirmó que el niño estaba perfectamente integrado en la clase. Incluso un niño muy pequeño con unas emociones muy intensas y al que nunca le habían dado la habilidad de regular sus emociones ni su comportamiento, ahora, con este simple dibujo y la ayuda de la señorita Smith, pudo separar lo intencionado de lo conocido, de la consciencia, con la simple imagen de una rueda de que le dio fuerza para cambiar su comportamiento. Así que, tanto si tienes cinco años como 15, o incluso 50, tener esta habilidad lo cambia todo. Integrar la consciencia, así lo llamo, para controlarte, porque te estás dando la oportunidad de ser consciente de algo sin que ello, un sentimiento o impulso, tome el control.
Es una habilidad que se puede enseñar completamente. Los estudios lo muestran claramente: cuando lo enseñas, cambia el comportamiento. La segunda es relacionarse. En el colegio no se enfatiza lo importante que es conectar con personas. Se enseña en infantil y después nos olvidamos. Somos criaturas muy sociales y debemos enseñar el arte de la conversación y la colaboración, especialmente en esta época donde los niños y los adolescentes no se despegan del móvil y no tienen contacto visual. Las habilidades sociales se pueden enseñar y son esenciales, aunque no se está haciendo.
La tercera “erre”, de estas tres nuevas, es la resiliencia. Cuando le enseñas a un niño o adolescente que tiene las capacidades para superar todo tipo de interacciones, reparar o modificar cómo les gustaría que hubiera sido, y decir: “Lo siento, lo que hice no estuvo bien”. Todos hemos hecho cosas que no deberíamos haber hecho. Con la resiliencia aprendes que la cosa más importante que puedes hacer es mantener las relaciones con otros, mantenerte conectado, mantener mi capacidad de entenderme, aunque a veces no lo haré.
Y esta resiliencia hace que aprenda que está bien darse cuenta de cuándo he cometido un error para reparar lo que he hecho y así superarlo. Las personas perfectas no existen, la resiliencia te ayuda a aprender que debes ser amable contigo mismo y con el resto de personas. Podemos enseñar estas habilidades: resiliencia, relacionarse y reflexionar. Pero, normalmente, la mayoría de las escuelas no hacen nada de esto, así que los niños se ven en medio de un mundo muy complicado sin estas habilidades que son aspectos esenciales de lo que necesitan para desarrollarse bien en su vida.
Ahora tenemos niños del siglo XXI y estamos usando estrategias de educación muy antiguas. Es como un barco muy grande que va en una dirección, es muy difícil cambiarla. Lo primero es que no se lo enseñaron a los profesores. Lo segundo es que los profesores se sienten superados, sienten que hay demasiadas cosas que enseñar y el tiempo que ellos creen que tienen para enseñar esto es muy limitado. En Estados Unidos creen que los van a juzgar por las notas que saquen los niños en los exámenes.
Cuando observas los exámenes ves que enfatizan si el estudiante sabe la respuesta. ¿Pueden conseguir las suficientes respuestas correctas? Esa mentalidad del sistema educativo es un grave problema, porque lo que necesitamos son niños y adolescentes que puedan hacerse preguntas que les ayuden a abrirse para explorar diferentes aspectos a la hora de responder preguntas, sintiéndose cómodos con la idea de que puede que no haya una sola respuesta correcta.
Quizá haya muchas formas de hacer cambios en la sociedad o en la sanidad mundial, en muchas cosas. Pero vienen de la habilidad de mantenerse curioso y de sentirse cómodo en la incertidumbre, y darse cuenta de que puedes cooperar y hacer florecer las habilidades de otras personas para poder trabajar juntos. En vez de eso, lo que hacen las escuelas es: “Tú, tú eres el estudiante”, “Tú necesitas saber la respuesta correcta”, “Tú vas a conseguirlo solo”.
Y nada de eso va a ayudar a que el mundo vaya mejor, ni siquiera ayudará a que a esta persona le vaya bien. Esas son algunas de las razones que pienso. Algunas de las habilidades más importantes, como reflexionar, puedes decir: “Siento mucha curiosidad por esto”, pero no se cultiva. En las relaciones: “Quiero colaborar”. “No, no, no, debes resolverlo tú solo”. O la resiliencia, cómo vas a superarte y saber que puedes afrontar los desafíos y darles la bienvenida como oportunidades para aprender más, algunas personas lo llaman “mentalidad de crecimiento”. En vez de eso les decimos: “No, tienes que hacerlo así o de aquella manera”, y mantienes una mentalidad cerrada. Muchas de estas cosas son todo lo contrario de lo que necesita un niño.
Pero en todas ellas encontramos que en la adolescencia se empieza una relación más fuerte entre iguales y se alejan de los adultos de su vida. Eso pasa en todo el mundo y también se ve en otros mamíferos. ¿Por qué sucede esto? La forma en la que pensamos en ello es que cuando un niño está en casa, idealmente es un hogar cómodo, es un hogar seguro, está a salvo, ese niño siente que todo le es familiar y cómodo, es predecible y seguro. El niño crece y conforme se acerca a la adolescencia el cerebro se va remodelando, la naturaleza necesita seguir su curso. Esto se lo digo a los padres y a los adolescentes.
La naturaleza necesita seguir su curso. ¿Cómo hace la naturaleza para conseguir que este niño que está en un hogar cómodo, seguro, predecible y familiar, donde todos le cuidan, se prepare para enfrentarse al mundo exterior? Que será desconocido, impredecible, que será inseguro e incierto. Entonces les digo a los padres: “Si fuerais la naturaleza, ¿qué haríais?”. Normalmente los padres me miran pasmados: “No lo sé”. Y les digo: “Tenéis que hacer algo, porque este niño no puede quedarse en casa hasta que tengáis 90 años, tiene que abandonar el hogar. Habéis creado un hogar fantástico para él, ¿cómo va a irse?”. Si observas la estructura del cerebro y observas cómo se remodela, podrás entender que la chispa emocional y la pasión alimentan a este niño, porque la emoción lleva a la acción. Y queremos que estén preparados para abandonar el hogar.
La conexión social también surge al mirar a otras especies de mamíferos. Si un antílope adolescente no se relaciona con otros antílopes adolescentes, cuando salga se lo comerán. Existe cierta seguridad al conectar con otros y los adolescentes lo saben. Y en lo más profundo de su ADN está programado que este cerebro de mamífero cambie para asociarse con sus iguales para mantenerse a salvo, no con los padres.
Esa es la colaboración social, la conexión social. La novedad. Los adolescentes cambian esencialmente en dos cosas: en su sistema de recompensas, que procesa la dopamina, y tienen un cambio en lo que se llama el circuito de evaluación del cerebro, encargado de lo que llamamos “pensamiento hiperracional”. Esto, básicamente, significa que los adolescentes solo piensan en las partes emocionantes de una elección, no en los peligros. La combinación de estos dos factores permite que un adolescente haga cosas que ningún adulto haría nunca, ni tampoco un niño.
Un buen ejemplo es volver a pensar en el antílope. Cuando un antílope abandona el rebaño, los antílopes adolescentes correrán directos hacia un grupo de leones, los mirarán a la cara, respirarán profundamente, verán cómo huelen mientras los leones los miran pensando: “Vamos a comerte”, y entonces el antílope huye. Puede que te preguntes: “¿Por qué la naturaleza hace que un bebé antílope no haga eso y que un antílope adulto tampoco lo haga, pero uno adolescente sí?”. La razón es que ellos han aprendido a afrontar los peligros de la vida y así es cómo aprendieron. Así que la búsqueda de novedades está producida por estos cambios en el cerebro que hacen que un adolescente se prepare para los peligros del mundo, en lugar de estar siempre protegido.
Y finalmente, la exploración creativa. En algunas culturas, por ejemplo, donde los adultos tejen de arriba abajo, el reto más importante de la adolescencia es tejer de abajo arriba. Puedes preguntarte cuál es el objetivo de hacerlo. Bueno, para el individuo el objetivo es: “Puedo aprender a hacer las cosas por mí mismo, no necesito estar en este entorno conocido”.
Es muy importante. Pero en las especies más grandes, en nuestra especie, los humanos, para bien o para mal somos la especie más adaptable de todo el planeta. Hemos conquistado cada aspecto de la tierra y hemos descubierto cómo sobrevivir. Y una de las formas en las que hemos descubierto cómo sobrevivir es porque hemos tenido adolescencia. La adolescencia te dice: “Vale, esto era así en casa, pero tengo una mente creativa que se imagina cómo podría vivir allí y voy a empezar mi viaje”.
Si observas algunos aspectos de las redes sociales, los estudios dicen claramente que para la mayoría de los adolescentes incluso ha aumentado su tiempo de relacionarse en persona. Por ejemplo, cuando mi hijo adolescente estuvo viajando por todo el mundo e iba a un nuevo país, ponía en las redes sociales: “Voy a llegar a este país, ¿conocéis a alguien allí?”. Y entonces alguien le contestaba: “Claro, Jane está allí”. Y Jane decía: “Estoy aquí, puedes quedarte en mi casa”. Y ahora ella es mi nuera. No, es mentira. Pero podría haber pasado.
Esa es la idea que muestran los estudios y que puede ser muy útil. No deberíamos decir: “Las redes sociales son terribles”. Necesitamos entender el contexto. Ahora, también hay una parte negativa. Cuanto más usan las redes sociales los jóvenes, aparecen más casos de ansiedad, depresión… Ante el aumento de la ansiedad, la depresión y los suicidios debes preguntarte: “¿Qué nos está llevando hasta este punto?”. Así que, como terapeuta y como padre, me he dado cuenta de que las presentaciones en redes sociales son imágenes visuales muy cuidadas de momentos muy felices. Crean la falsa imagen de cómo es la vida de esa persona. Falsa, es artificial.
Y si soy un joven que veo eso y sé cómo me siento, no me siento bien. Me siento al margen, siento que no tengo una vida como esa, así que intento ser consciente de lo que ocurre ahí, veo estas imágenes de vidas falsas donde todo es felicidad en todo momento y me siento miserable. Tengo ansiedad por no estar haciendo lo suficiente. Estoy deprimido, no hay esperanzas para mí, nadie puede ayudarme, voy a suicidarme. Tenemos que hacernos esa pregunta: “Estadísticamente, ¿están aumentando las experiencias negativas en la adolescencia relacionadas con aspectos que ocurren en el mundo digital?”. Otra cosa que puedes observar y que ha apoyado la ciencia, pero que puedes ver en todo momento, es que los adolescentes están perdiendo la capacidad de conversar, de conectar de verdad entre ellos, de sentarse cara a cara como tú y yo ahora mismo y mantener el contacto visual, ver tus expresiones faciales, tu postura, el tono de tu voz, tus gestos, los momentos, la intensidad de tus respuestas… A eso se le llaman señales no verbales.
El registro de esa parte de mi cerebro está profundamente conectado con cómo se siente mi cuerpo, y por eso sentimos esta sensación de unidad, en las conexiones directas. Cuando mandamos mensajes, chateamos o subimos fotos, sufrimos el retraso temporal de las redes sociales. Puede que piense que tengo 1000 amigos, pero no tengo ninguna conexión real. No me involucro en actividades persona a persona de comunicación no verbal, en grupo. Mi preocupación, y creo que es parte de tu pregunta, es la superficialidad de lo que la gente llama “amigos”.
Está tan vacío de significado y si te sientes angustiado se convierte en una combinación alarmante. Hubo un día en el que la hija de un amigo fue a una cita con alguien que había conocido en línea, fueron a cenar, y después vino a contarme lo que pasó. En la cena su teléfono sonó, no quería usarlo, pero como él estaba mirándolo ella también lo hizo. Y vio un mensaje, pero era un mensaje del chico. Estaban sentados en la mesa. Ella le escribió: “¿Por qué me mandas mensajes?”. Y él respondió: “No me siento cómodo hablándote directamente”.
Hablar directamente, estar con alguien implica que en cinco o siete segundos tienes que contestarle. Requiere que observes todas mis señales no verbales, implica que tu cuerpo sentirá cosas que no podrás controlar porque estás en sintonía con otra persona y no puedes controlarlas, así que no puedes controlarte. Estás formando un “nosotros” que para algunas personas es aterrador porque están acostumbrados a estar solos.
A este joven, escribir un mensaje le permite controlar la situación. Se tiene a sí mismo, a su cuerpo, le da la espalda a ella, le escribe por el teléfono lo que quiere decirle… No tiene ni que mirarla. Todo lo que está haciendo, en una parte diferente de su cerebro es recibir símbolos lingüísticos, que son muy diferentes de las señales no verbales producidas por el cuerpo.
Y cuando vives en el mundo de los símbolos lingüísticos, la vida es muy superficial. Y esa es mi mayor preocupación sobre las generaciones venideras, es que están tan acostumbrados a experimentar la realidad de una forma tan superficial, que incluso las formas más profundas de experimentar tu vida interior, así como las de otras personas, van a suponer un gran problema. Y ese es un cambio muy preocupante.
Hay estudios que demuestran que cuando las personas utilizan mucho los términos “yo, mi y mío” tienen peor salud. Sin embargo, se puede pensar en una forma colectiva de conectarse. Cómo nos unimos con la naturaleza o el resto de la humanidad da una sensación de propósito que se ve, en estudios sobre la determinación, como los de Angela Duckworth por ejemplo, el observar a los que llamamos “otros” te enseña a ser persistente y a construir sobre tus pasiones, sobre tu determinación.
Pero, lo que realmente debemos intentar alcanzar como una familia humana no es una visión colectiva de “todos nosotros” y abandonar la importancia del “yo”. Quiero decir: “Tengo que dormir bien”, “Tengo que comer bien”, “Tengo que hacer ejercicio”, “Tengo que conocer la historia individual que construye mi cuerpo”. Pero hay que combinar ese “yo”, el sentido individual de lo que somos, con el sentido relacional de lo que somos, nuestra conexión con otras personas y el planeta. Cuando he enseñado esto en diferentes países, la forma en inglés de integrar “yo” y “nos”, integrando los dos, pero a la vez combinándolos, es decir “me” más “we”, te da una palabra de tres letras, “mwe”. Al hablar con gente de habla hispana, se inventaron la palabra “yonos”, tenemos una docena de países que han inventado su propio término. Pero la importancia del “mwe”, o del “yonos”, es que nos permite decir, si nos comparamos con una vela: “Yo puedo ser la cera de la vela”. “Estoy a cargo de este cuerpo en forma de vela y tengo unos cien años para vivir en esta vela de cera”.
Pero, si pienso que soy solo cera, y veo que tú estás encendida o aquella está encendida, voy a apagar vuestra llama porque quiero ser la vela que más alumbre. Si solo somos cera, y todo es “yo, yo, yo”, esa es la vida que voy a llevar: competiré, me sentiré incompetente, tendré ansiedad, depresión… eso es lo que nos hace la cultura moderna. Pero, si la cultura moderna dijera: “No eres solo tu “yo”, eres la luz que va más allá de la cera”. Entonces, al salir al mundo, dirías: “De acuerdo, mi mecha está encendida y voy a encenderte a ti y a encenderle a él”.
¿Qué es lo que he perdido de mi mecha, de mi llama, para darte luz a ti? ¿He perdido algo? No. Al revés, vemos que podemos aportar luz al mundo cuando nos damos cuenta de que somos un “yo”, la cera, y un “nos”, la luz. De eso se trata el “yonos”, podemos hacer que los niños, adolescentes y adultos se den cuenta de que están en este planeta para crear una visión más integrada de sentir lo que son, aportando salud y bienestar a otros humanos, a todos los seres vivos de la tierra. Así es como podemos dar más luz al mundo.
Tenemos que pensar que lo que hemos estado haciendo en los siglos XIX y XX no es adecuado para preparar a los niños y adolescentes para el futuro. El futuro es ahora, y ahora tenemos que cambiar nuestro acercamiento hacia la crianza de los hijos y la forma en que nos acercamos a la educación, para tener niños que estén cómodos con la incertidumbre, y que les entusiasme la curiosidad, la idea de saber hacer las preguntas que hay que hacerle al mundo. Por ejemplo, qué es el ser, quién eres de verdad, si eres solo la cera de tu vela o si también eres la llama. Si lo hacemos, esa forma integrada de vivir emergerá naturalmente y creará un mundo más amable y compasivo. Eso es algo que todos nosotros podemos crear.
Muchas gracias, Dan.
Gracias.