“El humor es muestra de sabiduría”
Pilar Sordo
“El humor es muestra de sabiduría”
Pilar Sordo
Psicóloga y escritora
Creando oportunidades
¿Qué da sentido a tu vida?
Pilar Sordo Psicóloga y escritora
“Decir estoy triste o estoy cansada es un derecho básico”
Pilar Sordo Psicóloga y escritora
Pilar Sordo
“Hoy existe una moda del no sentir, del no involucrarme demasiado, de medir todo lo que digo y lo que hago… un juego muy estratega alejado de la humanidad y de lo que el ser humano debe desarrollar. Yo creo que el espacio de la vulnerabilidad, del arriesgarme a perder en ese sentir, del arriesgarme al dolor y decir estoy triste o estoy cansada es un derecho básico que hay que recuperar”. Para la psicóloga y escritora Pilar Sordo, la vida es un viaje en continua remodelación desde la pausa, la honestidad y la observación. Permitirnos ser y reconocer cómo estamos es un desafío en una sociedad en la que se positiviza todo demasiado, y a su vez, un requisito fundamental para aumentar los niveles de conciencia.
La experta siente que la psicología como ciencia ya no da abasto para explicar lo que le pasa al ser humano, “quedó chica”: “Los psicólogos tenemos que estudiar algo que en la facultad no nos enseñaron, que es agregar a la psicología como ciencia el tema del propósito de la vida. Reencontrarnos con la espiritualidad como una forma de conocimiento es reencontrarnos con nosotros mismos. Es volver al ser y dejar de mirar solo el tener y el hacer que son las grandes dos fuentes que nos enseñaron como causas de identidad”, afirma.
Pilar Sordo es psicóloga clínica, divulgadora e investigadora y a lo largo de su prolífica carrera se ha adentrado en temas como la educación, la familia, la sexualidad, los estereotipos de género o la crisis de valores entre otros. Además, es autora de una extensa obra, imparte charlas por todo el mundo y colabora con diversos medios de comunicación. Sordo fue elegida una de las cien mujeres líderes de Chile y es creadora y presidenta de la Fundación Cáncer Vida que da soporte y visibiliza la realidad de la enfermedad.
Transcripción
Gracias. Muchas gracias. Bueno, me llamo Pilar Sordo. Soy chilena. Antes que nada mujer, mamá de un hijo de 31 y una hija de 28, ambos viviendo no hace mucho tiempo en España, psicóloga de profesión, peregrina de vocación. Me he dedicado a caminar por todo el mundo hispano, ya hace 35 años. Hago investigaciones de campo que son las que fundamentan mis trece libros, trece libros que hablan desde la relación de pareja, la educación de los hijos, la salud, los duelos y otros temas del amor propio. Y puedo contarles que he tenido una vida muy acontecida. Creo que me ha pasado de todo, lo que puede transitar un ser humano y soy muy agradecida de todo aquello, independientemente de que los momentos desafiantes han sido muy desafiantes. Tengo la sensación de que he tenido un camino desde el deber ser al ser durante mi vida. Fui educada por una familia de abuelos asturianos, por un lado, y, por el otro lado, riojanos. Muy conservadora, muy rígida. Durante toda mi infancia soy la mayor de tres mujeres. Y yo siempre siento que la vida consiste en que nos programan durante cierta cantidad de años y después el resto de la vida es trabajar en desprogramarse. Y entonces siento que estoy en remodelación permanente. Estoy quedando muy linda, pero estoy en remodelación.
Y también en ese camino del deber ser al ser, del tengo al elijo o del tengo al quiero no debo llevar demasiados años. Pensaba cuántos eran, como trabajándome conscientemente desde el amor propio, que creo que es un tema que además para lo femenino, y no hablo de las mujeres, sino de lo femenino, es muy difícil de trabajar, porque hay que traspasar un montón de barreras, y pensaba que no deben ser más de ocho o nueve años. A mí hace ocho o nueve años más o menos me sacaron todos los naipes de la vida, todo lo que un ser humano se puede apoyar, desde lo afectivo, lo económico y un montón de otras cosas. Y esa reconstrucción desde ese lugar ha producido una Pilar Sordo muy distinta a la que se hubiera sentado aquí hace 20 años. Ni siquiera sé si soy la misma de ayer, digamos. Pero si bien mantengo lo que yo llamo «habilidades tronco», que son las habilidades que una recuerda de niña y dice: «Sí, yo de niña era así y ahora también sigo siendo así», hay un montón de habilidades y cosas mías que se han ido modificando. Por eso siento que hoy yo estoy en un momento de mi vida en el que estoy empezando de nuevo. Tengo la sensación de que se me abren caminos que me tienen muy seducida. Yo siempre digo que hay que cambiar el miedo por curiosidad, porque, si uno no cambia el miedo por curiosidad, uno no avanza. Y cuando uno se coloca en actitud curiosa, se coloca en actitud de niño. Por lo tanto, todo se transforma en una fiesta. Y creo que estoy en un muy buen momento de mi vida, muy en paz, muy deseosa de todo lo que siento que se me va a venir encima o que me va a llegar. Así que esta es la mujer que tienen al frente, a la que le pueden preguntar lo que quieran.
Y a mí me pasa hoy que siento que la psicología como ciencia ya no da abasto para explicar lo que le pasa al ser humano, quedó chica. Entonces, los psicólogos, que es lo que yo vengo haciendo ya hace un año y medio, vamos a tener que girar y empezar a estudiar algo que en la facultad no nos enseñaron, que es lo que tiene que ver con la psicología espiritual, que es agregar a la psicología como ciencia el tema del propósito de la vida. Hoy día, la cantidad de gente que tiene 40 años y que está como recién saliendo de secundaria, preguntándose qué quiere hacer los próximos 40, es enorme, enorme, enorme, enorme, así como la gente que está a lo mejor dejando Madrid o Barcelona para irse a vivir a pueblos más chicos y está dejando ciudades grandes porque quiere una vida distinta. Ahora, para eso se requiere mucho coraje, pero tiene que ver con entender que el sentido de la vida es descubrir tu propósito, que puede cambiar también. Mi propósito… Yo tengo un propósito tronco, digamos, que tengo desde los siete años, que es ayudar a la gente. Mi capacidad de servicio está desde los siete años marcada en mi vida y tengo hasta una imagen que lo recuerda, que es yo vendiendo a los siete años, afuera de mi casa, en una mesita, vasos con jugo a unos deportistas que salían de hacer deporte, porque al frente de mi casa… Yo nací en el sur de Chile, en una ciudad que se llama Temuco. Estaban estudiando. Tenía una universidad al frente, y entonces a ellos les daba, les regalaba jugo o a veces les vendía, y ese dinero se lo llevaba un asilo de ancianos que quedaba a 15 cuadras de mi casa. Desde los siete años. Entonces, ese es mi propósito tronco. Pero, claramente, ese propósito tronco, hoy a mis 57, es muy distinto cómo lo vivo a cómo lo viví a los 30.
Entonces, creo que estamos todos invitados a descubrir nuestro propósito en este instante, en este momento de la vida, que a lo mejor no es el mismo propósito por el cual me eduqué. A lo mejor fui a la facultad, me recibí de algo y descubro que mi propósito es otra cosa. Y por eso hoy día se exige tanta honestidad con uno. Yo siento que hoy es un tiempo en la humanidad donde lo más importante es no traicionarse y no mentirse. Creo que eso se paga muy caro en esta humanidad hoy. Muy, muy caro. El autoengaño tiene alto precio, a diferencia de lo que podía haber sido hace años, donde se podía convivir con el autoengaño sin demasiado costo, ni psicológico, ni emocional, ni mental, digamos. Entonces, creo que el propósito de la vida hay que buscarlo. Hay que entender cómo queremos y por qué queremos ser recordados. Creo que llegó el momento de pensar en el legado. ¿Qué vamos a dejar? Incluso en términos de la educación con nuestros hijos hoy día es súper clave, porque la respuesta es lo que me determina la forma en que los voy a educar. Me parece que es un tema central. ¿Qué vamos a dejar? Me parece que hoy día ese sentido de trascendencia pasa a ser relevante.
De esas habilidades o cosas tuyas, vas a encontrar lo que yo llamo habilidades tronco, aquellas que evocas hacia los siete años y hoy día a los 57 y las tienes igual. Van a aparecer seguramente en esa lista. Pero, como no todo puede ser tan simple, esas listas tienen dos dimensiones que hay que descubrir, que es el aspecto luz y el aspecto sombra de esa característica. Te pongo un ejemplo conmigo. Una de mis habilidades tronco es la generosidad. Todos ustedes están pensando, diciendo: «¡Qué linda, la Pilar!». Porque todos ubicaron esa característica en el lado positivo, automáticamente. No tengo que decirlo yo. Sin embargo, en el aspecto luz, la generosidad es una muy linda característica, porque evidentemente me coloca al servicio de los otros y eso tiene muchas consecuencias positivas. Pero en el aspecto sombra, la generosidad casi me mata hace un año, porque, producto de la pandemia, yo llevo 25 años acompañando gente a morir, que yo le llamo «cruzar el puente». Producto de la pandemia y un reconocimiento que me dio la Fundación de la Felicidad, que depende de Naciones Unidas, llega un momento en el que yo contuve 800 muertes en 15 días, preparando ritos de despedida, acompañando a gente que estaba en el proceso… A eso agréguenle además la dimensión de los cambios de horario. Por lo tanto, mucha gente estaba en Chile durmiendo, yo estaba despierta porque estaba acompañando a alguien en Tokio, por ejemplo, que no se me olvida más esa persona, que era un venezolano. Bueno, y eso me produjo dos alteraciones cardíacas supercomplicadas, por ser muy generosa, por no tener la capacidad de decir que no. La generosidad tiene un aspecto luz y un aspecto sombra.
Te nombro otra característica mía, que es ser obsesiva. En el aspecto luz, me ha permitido escribir 13 libros, esa característica. Y en el aspecto sombra me ha hecho sufrir un montón. Cuando yo empiezo a trabajar en autoconocimiento, desde esa mirada ya no hay características positivas o negativas. Hay características. Y yo tengo que descubrir si voy a elegir sacar la luz de esa característica o me voy a caer en el aspecto sombra de esa característica. Y eso es para cualquier habilidad que ustedes descubran de sí mismos. Una vez que yo trabajo este autoconocimiento, paso a la segunda, que es la autoaceptación, donde acepto eso que acabo de, entre comillas, conocer o descubrir en mí. Y eso podría parecer sencillo, pero la verdad es que, dados los mandatos que nosotros tenemos, hay mucha gente que tiene muchísima dificultad para descubrir sus luces, y sobre todo para poderlas decir. Porque, si yo digo, por ejemplo, que soy generosa, hay gente que podría pensar que yo estoy siendo vanidosa. «¿Cómo ella dice así, tan libremente que es una buena persona?», por ejemplo. Yo siento que soy una buena persona. Trabajo todos los días para eso. Pero eso puede ser catalogado socialmente como prepotencia, como soberbia, sobre todo en las mujeres, mucho más que en lo masculino, por lejos. No es tan fácil aceptar las luces. Y aceptar las sombras a veces es más fácil todavía que aceptar las luces, porque estamos entrenados para saber lo que nos cuesta, lo que hacemos mal. Todo el mundo nos educa en el no. «No te caigas». Los niños saben mejor lo que hacen mal que lo que hacen bien. Autoaceptar parece simple, pero no es tan simple. Hasta ahí, con el autoconocimiento y la autoaceptación, yo estoy en la autoestima, y ahí yo puedo decir: «A mí la Pilar Sordo hoy día me cae bien». O me caigo mal, digamos, dependiendo de esa conclusión.
Para pasar al amor propio necesito dos variables más, que son el autocuidado y la autoprotección. Y el autocuidado… Probablemente, si yo les preguntara a ustedes si se cuidan, a lo mejor muchos me van a decir que sí, porque me van a decir: «Sí, Pilar, yo como saludable, voy al gimnasio, me arreglo el pelo, me afeito cada cierto tiempo». Claro. Y eso es autocuidado, sin duda. Pero nosotros tenemos que cuidar los cuatro cuerpos que tenemos. Así que si pensaban que tenían problemas con uno, están en el horno porque tienen tres más. Primero está el cuerpo físico, al que yo tengo que hacer descansar, sentir que es como el templo de mi alma. Por lo tanto, lo cuido, lo alimento sano, lo hago descansar, lo mimo en la medida de lo posible, intento verme lo mejor posible. Después está el cuerpo mental y el emocional, que están en un solo cuerpo. En el mental están todas las creencias que nosotros aprendimos, todos los eslóganes que conducen o dirigen nuestra vida, que a veces ni siquiera son conscientes y que yo tengo que aprender a observar, preguntarme si me quitan paz, y si me quitan paz tengo que modificarlos. Y está mi cuerpo emocional, que tiene que ver con que yo todas las noches me debiera preguntar: si hoy tuve ganas de reírme, ¿reí? Si tuve ganas de llorar, ¿lloré? Si tuve miedo, ¿dije que tuve miedo? Si me enojé con algo, ¿pude expresar ese enojo? Ese es un mínimo chequeo emocional que uno debiera hacer todas las noches antes de dormir, porque el cuerpo habla lo que la boca calla. Por lo tanto, si me contuve, no dije o no expresé, en algún momento mi cuerpo físico va a ser el que lo va a tener que manifestar de una u otra forma.
Después está el tercer cuerpo, que es el energético, que es esa sensación de llegar a un lugar y decir: «Aquí hay mala energía». Ese cuerpo energético las mujeres lo podemos percibir mucho más fácil. Y les pongo un ejemplo cotidiano que es un clásico. Supongamos que yo estoy acá y estoy con mi pareja, y aparece un tercero. Ese tercero lo conoce mi pareja, yo no lo conozco. Se conversa entre los tres. Se va ese tercero. Mi pareja me pregunta: «¿Qué te pareció?». Y yo le digo: «Simpático». Y él me mira extrañado y me dice: «Pero ¿cómo? Si es un tipo superconfiable. Estamos pensando incluso contratarlo dentro de la empresa, porque, no sé, tiene unos antecedentes increíbles», y ahí viene la clásica frase femenina: «Mira, no me preguntes qué es, pero hay algo, hay algo que a mí no me termina de cerrar». Y cuando ese personaje liquida a mi pareja con algo, la clásica frase femenina de «yo te lo dije». Ahora, esa intuición a las mujeres nos funciona mucho mejor con lo externo que con lo interno. Porque una de las consecuencias del modelo patriarcal es que nos cortaron la intuición, nos cortaron el cable y nos dijeron: «No, cada vez que ustedes escuchan el alma están locas. Nosotros les vamos a decir, los masculinos, les vamos a decir cuando ustedes estén bien». Yo digo: «A mí me están siendo infiel. Aquí, lo siento aquí. Aquí. Aquí hay algo que me pulsa y me dice que algo está pasando en mi pareja». Por lo tanto, el gran trabajo de lo femenino en estos tiempos es volver a conectar con ese cable, volver a conectar con la intuición, volver a no dudar de lo que yo, aquí, en el centro de mi pecho, que es donde se supone que se deposita el alma, siento. Y por lo tanto tengo la obligación de cuidar esas energías, lo masculino y lo femenino.
Si yo voy a un lugar y cada vez que salgo de ahí tengo la sensación de estar como si me hubiera pasado un camión por arriba, o voy a ver una tía y cada vez que veo a esa tía termino con dolor de cabeza, yo tengo que entender que eso es un daño a mi cuerpo energético. Después está el cuarto cuerpo, que es el astral, que es el que me permite el contacto con lo superior. Por lo tanto, yo tengo que cuidar esos cuatro cuerpos. Y después está la autoprotección, que es la cuarta dimensión, que tiene que ver con la capacidad para poner límites. Aprender a decir que no, habilidad que cuesta mucho más en el mundo de lo femenino que de lo masculino, por un exceso de definición de lo que nos enseñaron que era ser noble. Y parece que el ser noble implica nunca decir que no. Si yo empiezo a decir que no me vuelvo egoísta. Por eso desarrollar amor propio tiene un costo alto. Desarrollar amor propio y aprender a amarse implica mucho coraje, porque hay un montón de gente que me va a dejar, que me va a encontrar loca, que me volví egoísta, que me transformé, y a veces incluso trabajar el amor propio implica un camino bastante solitario, pero a mi juicio, si uno trabaja esas cuatro dimensiones, vale la pena vivirlo.

Y también me gusta mucho visualizar a la psicología más receptiva o abierta a lo que psicólogos antiguos como Viktor Frankl, que hablaban del trauma del nacimiento y otras cosas, ya venían hace rato hablando, de espiritualidad. Y en algún momento, por los modelos económicos y políticos de nuestra vida, eso se fue cercenando y cortando. Creo que el reencontrarnos con la espiritualidad como una realidad o forma de conocimiento es reencontrarnos con nosotros mismos. Es volver al ser y dejar de mirar solo el tener y el hacer, que son las grandes dos fuentes que nos enseñaron como causas de identidad.
De ahí intento hacer algo de meditación. Aprendí a meditar, o sea, estoy aprendiendo a meditar. En realidad, «aprendí»… Nadie aprende nada, nadie se recibe ni se titula de nada en la vida, pero estoy aprendiendo, estoy en ese proceso. A veces he intentado armar una rutina de ejercicios que me ha costado un mundo, porque, por mi tema cardíaco que tuve el año pasado, cada cierto tiempo parto con entrenamiento y me lo suspenden y parto. Estoy aprendiendo, en la clase número uno, menos cuatro, a hacer yoga, o sea, a hacer posturas de yoga, porque la yoga tiene muchas cosas, la meditación, la respiración, las posturas, las afirmaciones, todo eso es yoga. Independientemente de lo que yo pueda hacer o decirte, yo creo que lo importante es tener conciencia de qué hago durante esos primeros 20 minutos, en términos de rutina diaria, pero sobre todo qué pienso durante esos 20 minutos. El ir observando los pensamientos es asombroso. Yo lo único que puedo decir es que yo me asombro de mí. En el cómo uno se sabotea, aparecen frases que yo digo: «¿Por qué estoy pensando esto? Si yo sé que además me hace mal, ¿por qué me conecté con esa sensación?». Parte todo de una cosa que yo llamo «exceso de futuro» en el manejo del tiempo, que es no estar donde estamos. Cuando te duchas, no estás en la ducha, no estás sintiendo el agua, porque ya estás pensando en qué te vas a poner. Cuando ya te estás vistiendo, tampoco estás pensando en qué te vas a poner, sino en qué es lo que vas a hacer. Cuando estás desayunando, estás pensando en qué vas a hacer cuando salgas. Nunca estamos donde estamos, y trabajar esos 20 minutos para aprender a estar en el presente a mí me parece que es un tremendo ritual.
Cada persona tiene que encontrar su propio sistema para poder estructurar estas rutinas a la realidad de lo que cada persona puede practicar, digamos. Es distinto también alguien que tiene niños, que tiene un bebé recién nacido, ¿cómo hace? Al final yo lo que propongo es que se tenga conciencia de que los primeros 20 minutos determinan tu día, y qué vas a elegir hacer en esos primeros 20 minutos, independiente de la realidad que tú tengas, pero, sobre todo, qué vas a elegir pensar en esos 20 minutos.

Todo el rato, porque siento que me falta aire, que efectivamente me falta porque tengo apretado mi sistema respiratorio. ¿Qué genera esa angustia? Es mi pensamiento futurista. ¿Cómo se manifiesta la angustia? Quieta, en absoluta rigidez corporal. Te pongo un ejemplo. Hay un acto… Nosotros, seres humanos, tenemos muchos actos, pero les voy a contar dos que son autogenerados y que deben ser las autotorturas más idiotas que somos capaces de generar los seres humanos. El primer acto autotorturante es que suena tu despertador y tú dices cinco minutos más, que es absolutamente elegido, se supone que consciente. Ahora, si alguien de ustedes me dice que ha dormido esos cinco minutos, que esos cinco minutos han sido relajadores y que no han pensado, mientras están en esos cinco minutos, en todo lo que tienen que hacer durante el día, o sea, viven el día antes de levantarse, por favor, avísenme cuando esto termine, porque los voy a nombrar hijos ilustres de mis investigaciones. Esos cinco minutos son absolutamente torturantes. Lo único que uno hace es planificar todo lo que va a venir en el día y, como ya te quedaste cinco minutos más o diez, entonces empiezas a eliminar cosas. «No me voy a lavar el pelo hoy. No, porque ya no alcanzo, porque, como estuve diez minutos, el café, que yo tenía planificado tomármelo tranquilo en mi casa, no, me lo voy a tomar en el trabajo». Entonces ya no tomé café, tampoco me lavé el pelo, ya salí malhumorada porque el pelo lo tengo sucio… Y eso sigue estando en no movimiento. Yo sigo acostada mientras hago todo esto, sigo acostada, rígida. Por eso digo que con la angustia no se come nada, no entra ni el agua.
La otra versión del exceso de futuro es la ansiedad, que sería absolutamente en forma inversa. Se vive en absoluto movimiento, con mucha inquietud motora, donde se te olvida y se te pierde todo, tienes la sensación de tener un hoyo dentro de la panza que tienes que llenar con algo. Entonces vas al refrigerador, lo abres, dices: «Quiero comer algo», luego: «No tengo hambre». Lo cierro. Después no sabes cómo, pero tienes un pan dentro de la boca que no tienes idea de cómo entró, porque no te acuerdas de que lo fuiste a buscar. Preguntas: «El celular. ¿Dónde lo dejé? ¿Alguien ha visto el celular?». Porque tu cabeza está en el futuro y al perder contacto con el presente te dispersas. La ansiedad siempre se va a vivir en movimiento, a diferencia de la angustia que se vive en absoluta rigidez corporal. Para salir de la angustia hay que moverse, porque eso es lo que hace que el pensamiento negativo o futurista se te desbloquee. Y para salir de la ansiedad hay que respirar y mantenerse quieta, para volver al presente. Ambas dos son acompañadas por el miedo. Las dos te generan o van… Uno transita con el miedo en ese proceso. El exceso de pasado tiende a generar dos síntomas que son la melancolía y la tristeza, que es la gente que supone que antes era más feliz que hoy. Y eso también se hace en rigidez corporal, también se hace generalmente sentado, o tirado, como acostado en un sillón, pero siempre sin movimiento, que es esta cosa del excesivo recuerdo. Y desde ahí es de donde surge también la depresión, en esa situación, cuando hay exceso de pasado.
Entonces, la única posibilidad de transitar el día en armonía es estando en el presente la mayor cantidad de tiempo posible. Y ahí la lentitud es una habilidad que te sirve mucho como recurso, porque, como es un expansor de conciencia… Lentitud consciente, porque hay gente lenta que no es consciente. Estoy hablando de una lentitud consciente que te permite poder estar en el aquí y el ahora. Y hay otra cosa que me gustaría mencionarte que es entender, pero entender desde la emoción, no entender desde lo cognitivo, que tu mundo interior define tu mundo exterior. El cómo estás define lo que te va a pasar. El cómo eres define lo que te va a pasar. La vida no es de ninguna manera objetiva. La vida es de acuerdo a como yo la veo y a como la leo, el cómo yo expando esa conciencia de que mi mundo interno determina y que no voy a permitir, que eso es algo muy clave, que nadie me quite la paz. Y en eso soy consciente durante el día para transitarlo. Puedes empezar a transitar el día de una manera más armónica, sorprendiéndote de lo que te vaya a pasar, aprendiendo de las experiencias que puedan ser desafiantes durante el día. Porque al final de lo único que se trata la vida es de tener conciencia. Teniendo conciencia todo, todo, todo, todo es mucho más fácil. Cuando uno funciona en piloto automático es cuando se entrampa y la gran mayoría de la humanidad está en ese piloto.
Ese segundo de coraje… Generalmente, la gente a mí me plantea dos excusas para no tomarlo. La primera es: «No es el momento, Pilar. Voy a esperar a que mis niños crezcan. Hace frío. Viene Navidad. Después de Reyes». Nunca es el momento para tomar una decisión, una decisión de las difíciles en la vida. Nunca el momento. Uno nunca está preparado, para nada. Y la segunda excusa que me dan es: «Es que tengo miedo. Voy a esperar a que se me pase el miedo». Y hoy se te va la vida. O sea, las decisiones… Si yo les pregunto a ustedes qué decisión importante de sus vidas, de las importantes, han tomado sin miedo, me van a decir que ninguna. Todas han sido un vértigo. Ahora, ¿por qué las toman? Porque están convencidos de que al otro lado del miedo está la plenitud para ustedes. Y eso se siente. Eso es intuitivo 100 %. Porque alguien podría decirte: «Pero, si estás asustada, espera un poco». No, pero si el miedo va a estar en el tránsito de toda la decisión. No me va a dejar ni un solo segundo. Pero es como lanzarse en «bungee» o hacer «canopy». Como… Y de ahí salgo y lo tengo que tomar. Ahora, ¿qué me hace tomarla? La certeza absoluta de que al otro lado está mi paz interna. Entonces, sí, yo creo que la intuición… Y creo que además estamos en tiempos históricos, por llamarlo así, o sociológicamente hablando, en los que la intuición está teniendo mucho poder y está siendo creída, que es lo que a mí más me gusta. Me parece que está siendo una fuente de información importante que acompaña a la razón y a las emociones y al cuerpo. Me parece que ni siquiera está separado de eso. En realidad, habla todo junto al mismo tiempo.
Digo: «Tienes el pelo maravilloso». «Ay, sí, pero tengo las puntas supersecas». Porque si yo asumo y te digo: «Sí, tengo el pelo maravilloso», es como: «A la Pilar se le fueron las nubes a la cabeza». Yo tengo que siempre bajar un peldaño. Y esa falsa humildad, que se traduce como queja, hace que nos saboteemos, porque nunca terminamos de creernos de verdad lo que somos, porque frente al discurso social tenemos que mostrarnos dos peldaños más abajo, en lo que sea, en lo que de alguna manera me elogien desde afuera. A ver si ustedes me dicen: «Pilar, en realidad esta camisa te queda increíble». Yo puedo decir que en realidad me la regalaron o que tiene cualquier cantidad de tiempo. Está vieja, vieja. Yo tendría que ser tarada para colocarme una camisa que a mí no me guste. Por lo tanto, cuando yo me puse esta camisa en la mañana, yo sé que me veo bien. Obviamente. Ahora, si tú me dices a mí: «Pilar, te queda increíble esa camisa», yo no puedo decírtelo. A no ser que haya roto esa creencia y te diga: «Sí, de verdad, ¿cierto? A mí también me encanta, me encanta como me veo». Y para eso tengo que bancarme el costo social de que me encuentren engreída. Entonces me empiezo a autosabotear. Eso es un estudio hecho en todo el mundo hispano, incluidos algunos países de acá, de Europa. Por lo tanto, el autosabotaje parte de mis propios pensamientos. Parte de como yo me defino y me tengo que parar frente a un mundo que me educó para ser buena niña. Y ese «buena niña» implica ser complaciente, culpable de ciertas cosas, no aprender a decir que no y ser muy decente, aburrida, pero buena niña.
Y eso genera mecanismos… Ahora, eso ha ido cambiando con las generaciones. Por eso te decía que generacionalmente tu pregunta tiene distintas respuestas dependiendo de la generación. En las generaciones más jóvenes han jugado un poco al revés, que es a conectarse, que es un poco la base de los «millennials». La generación «millennial» se forma porque se cansó de ver a una generación, la mía, que nunca descansó, que se quejó de todo, que trabajó todo el tiempo y que tuvo pocos espacios de disfrute. Los «millennials» dijeron: «Nosotros no seguimos con esa fórmula, vamos a ir al revés. Tenemos la sensación de primero conectar con el placer…». Estoy hablando como «millennial». «…y el deber es relativo, digamos. Si me da placer, sí. Si no, no». Por eso se cambian tan seguido de trabajo. Por eso tienen un montón de otros motores que son como reacción… Porque no nacieron de un repollo. Son reacción de una generación que estaba estructurada al deber y que aprendió a conectarse con el placer a lo largo de la vida. Si bien partieron conectándose desde el placer, el viaje lo tienen que hacer igual de vuelta. O sea, se van a tener que conectar con el deber igual. En algún minuto… Hay un sector de los «millennials», que son los que tienen a veces más recursos, que, cuando veo que plantean esta cosa como de irse al sudeste asiático como para encontrarse a sí mismos, yo digo: «¿Por qué tan lejos? Si uno se puede encontrar a sí mismo en el baño, en la casa». O sea, ¿por qué hay que irse tan afuera? Y eso es una muestra de muchos de los aprendizajes que esa generación tiene, que es buscar mucho afuera para después retornar hacia dentro.
Y, por lo tanto, el circuito de lo que van a aprender ustedes de la vida, con lo que aprendí yo, a la larga es más o menos lo mismo, llegamos a los mismos puntos. Pero sobre todo yo siento que lo femenino tiene la obligación de trabajarse a sí mismo para romper estos mandatos, para volver a creer en la intuición, para aprender a soltar, para aprender a decir que no, para conectarse con su femenino sin perder la capacidad de hacer. O al revés, que hay un grupo enorme de mujeres que están solo centradas en el hacer y se olvidaron de su femenino, y van a tener que volver a encontrarse con su femenino para poder hacer una integración más completa. Porque si no nos volvemos a polarizar. Como humanidad creo que se está requiriendo otra cosa que tiene que ver con el ying y el yang, con la integración absoluta de lo femenino y de lo masculino, de la luz y de la sombra, como lo planteaba Jung en el tema de los arquetipos. Creo que necesitamos eso y la única manera de no sabotearse de lo femenino es aprendiendo a soltar, dejando la culpa, dejando todo enemigo de lo femenino, que son el ser complaciente y el ser culpable. Y asumir los costos de mis decisiones íntegramente, incluyendo mis aspectos femeninos y masculinos al mismo tiempo, cosa que no es nada fácil para el mundo de lo femenino. Porque o nos dedicamos a ser mujeres muy guerreras, muy de resolver, muy de trabajar el amor propio y qué sé yo o estamos en el tema de lo femenino pero sin el hacer. El hacer tiene que estar metido dentro de lo femenino. El hacer estuvo más ligado hacia lo masculino históricamente, por eso lo divido, pero en el fondo tampoco está dividido, pero sí internamente estamos llamadas o invitadas a trabajar eso.
Ya no se debiera hablar de hombres y de mujeres, sino poder estudiar dentro de nosotros, dentro de mí, cuáles son mis elementos femeninos y masculinos. Por ejemplo, en mi caso, yo he tenido que desarrollar por mi trabajo, por mi vida, por mis dolores, por mis errores, un sinfín de aspectos que son considerados masculinos, digamos, e incluso muchísimos ratos de mi vida he tenido que dejar de lado elementos femeninos porque he tenido que mantener a mis hijos, porque he tenido que salir mucho hacia lo público, etc. El rescate de mi femenino es algo que incluso en este momento yo te podría decir que es un trabajo personal en mí, y tú, como varón, también tienes que descubrir en ti qué elementos femeninos o masculinos tienes. Y creo que esa es una visión un poco más íntegra de lo que de verdad somos. Y más conciliadora también, porque yo amo mis características masculinas y me encantan y amo mis características femeninas. Ahora, el cómo las mantengo en equilibrio… Yo además soy libra, entonces me paso la vida en la balanza, tratando de equilibrarlo todo, y, por supuesto, no siempre me resulta. El cómo voy integrando esos dos aspectos de mí o cómo cada uno de nosotros lo hace dentro de su trabajo va siendo como un espejo de lo que tengo que desarrollar o trabajar en mi vida. Creo que la integración de esos dos elementos y el autoconocimiento con relación a eso, darme cuenta, es un espacio y es un «upgrade» de conciencia y de autoconocimiento importante.

Lo maravilloso que tiene el olor a comida en una casa, por ejemplo. El que un cojín esté aplastado y no parezca una casa de decoración donde la persona se para automáticamente, como si viniera un periodista de la revista «Hola» a sacarme una fotografía en mi casa y está todo como una maqueta. Casas poco vividas, celulares que se colocan en las mesas… Cuando yo coloco el celular en la mesa frente a un niño, le estoy diciendo al niño que es importante hasta que esa cosita no suene. Porque, si esa cosita suena, él deja de ser importante. Y, por lo tanto, el ejemplo lo tengo que dar yo. El valor de lo imperfecto, de eso que está mal hecho, pero que es delicioso porque se vive entre todos y que nos hace reír incluso, justamente por lo imperfecto. Es como las fotos antiguas. Las fotos que se mandaban a revelar, que uno iba a Agfa o a Kodak. Uno salía en la foto con el ojo rojo, las piernas torcidas, y esas pasaban al álbum. Y uno mira hoy día una foto mía de niña, con los ojos rojos, toda torcida, y se muere de la risa, pero porque la foto es imperfecta. Y la otra cosa que me parece que es importante entender es que hoy la autoridad se gana, a diferencia de lo que pasaba en mi generación. Yo a mi papá lo obedecía porque era mi papá, solo por eso, y porque además había una cuota importante de miedo. Hoy ese miedo no existe. Por lo tanto, ese padre tiene que hacer que su hijo lo respete, lo valore y lo obedezca, pero porque ese padre es congruente entre lo que dice y lo que hace. Entonces ya la autoridad se gana. Y eso es algo que los papás y mamás modernos no han entendido. Siguen con la pauta del grito, de la sanción, de quitarle todo. «Pilar, es que ya no tengo nada que quitarle. Le quité el celular. Le quité la computadora, le quité la televisión, ya no puede salir, le quité todo».
Sí, pero sigues sin cumplir lo que dices. Si tú le dijiste que el sábado ibas al cine y después le dices que no quieres ir porque estás cansado, que lo van a dejar para el próximo fin de semana, ¿con qué derecho ese hijo te cree? Y si no te cree, ¿por qué te va a respetar? Hoy es importante que los hijos nos crean y que lo que yo diga sea lo que haga. Por eso no puedo poner el celular en la mesa, no solo por el significado que le doy a ese hijo, sino porque no tengo ninguna autoridad, en el mismo instante en que coloco el celular en la mesa, para decirle a él que no lo coloque. No puedo, aunque yo le diga: «Bueno, pero es que es mi trabajo». Pero estamos comiendo. De alguna manera hay que volver a recuperar ciertos rituales familiares de comunicación y de unión. El juego de naipes o juegos de mesa que nos saquen de la tecnología, que los saquen del iPad, del celular, de la televisión, de la pantalla. Que se apague todo. Es algo que te permite asegurarte, porque hoy día está 100 % probado que los niños y niñas que tienen buena comunicación familiar, espacios dentro de la familia para comunicarse, para poder decir lo que sienten, son niños que están protegidos automáticamente frente a la droga, frente a la delincuencia, frente a cualquier otro tipo de entre comillas trastorno social al cual pudieran, entre comillas, también caer. La familia es una unidad protectora. Pero la familia, no gente viviendo junta en una casa, que es distinto, que se puede querer mucho, pero es gente viviendo junta en una casa que se quiere. Eso no es familia, no alcanza. Implica el desarrollo de un vínculo, implica el desarrollo de la conversación, implica trabajo.
Hoy día, sobre todo en las familias de mayores recursos económicos, a mí me impresiona cómo los papás y las mamás trabajan todo el día para pagar un «staff» de profesionales que se hagan cargo de sus hijos en las cosas que ellos tendrían que hacer. Trabajan para pagar al psicólogo, trabajan para pagar al fonoaudiólogo, trabajan para el terapeuta ocupacional, para que vaya a clases de piano, para que además haga clases de gimnasia o de deporte y trabajan para que todos los seres humanos se hagan cargo de algo que… Ese papá o esa mamá tendría que sentarse a conversar en el comedor y decirle: «Hijo, ¿tú eres feliz? ¿De verdad yo como mamá lo estoy haciendo bien? ¿Te hace falta algo?». Ese tipo de conversaciones son necesarias porque es otro espacio de conciencia. Es distinto a la conciencia que tenían mi mamá o mi papá cuando me educaron, que era la básica. Que la niña tenga buenas notas, que le vaya bien en el colegio, que no esté enferma, que medianamente sea contenta, que tenga amigos, chao. No había más preocupación. Hoy hay infinitas preocupaciones, porque hay infinitos cuestionamientos de esos niños que necesitan ser, si no son respondidos por nosotros, por lo menos contenidos sí, pues tenemos que tener la obligación. Lo que pasa es que hay papás y mamás que no quieren hacer ese trabajo. Es como la frase de Einstein que me encanta, la frase de locura, que dice: «Ser loco es querer obtener resultados distintos haciendo lo mismo». No puedo. Para tener un resultado distinto y educar a estos hijos que son distintos, tengo que hacer cosas distintas. No puedo hacer lo mismo que hacía mi mamá porque no me va a servir. Insisto, porque la autoridad se gana hoy, a diferencia de lo que pasaba antes. Y perderla no cuesta nada. No cuesta nada porque el mundo de hoy es tremendamente incongruente.
Yo puedo tener el discurso, por ejemplo, de que quiero que mis hijos se ganen las cosas. Y ese es mi discurso familiar. Pero les compro todo lo que me piden. Porque me da terror a que se frustren y que se enojen conmigo y me digan que soy mala madre. Por lo menos la generación sobre 50… Yo les dije un millón de veces a mi mamá y a mi papá que eran los peores de todos, y que los papás de mis amigas eran increíbles y ellos no. Y yo no me morí y ella tampoco, ni siquiera está en el recuerdo de la familia, nos reímos, de hecho, con eso. Pero creo que hay que trabajar la congruencia y entender que tienen de todo menos a nosotros.
Porque no había acceso a eso. Hoy día yo tengo posibilidades de acceder a todo tipo de información sin estudiar nada. Puedo aprender de lo que quiera y por lo tanto va a pasar algo en el mundo de lo laboral, que es que se va a volver a reconstruir el valor del oficio, ese oficio que tenía el zapatero, que arreglaba los zapatos, o que uno llevaba a arreglar algo a un zurcidor japonés que arreglaba la ropa o qué sé yo. Eso va a empezar a tener otro valor distinto hoy día, porque de verdad yo puedo aprender lo que yo tenga ganas. ¿Cómo yo reconozco a un buen líder? ¿Cómo seduce un líder o cómo va a ser permanente en el tiempo ese líder? Por su honestidad emocional, por la congruencia que tiene entre lo que dice, lo que piensa, lo que siente y lo que hace, entendiendo que para llegar a ser ese buen líder casi prácticamente necesita solo habilidades mal llamadas «blandas», porque las técnicas no le van a ayudar. Si yo tengo dos médicos, que de hecho trabajaron conmigo en una investigación, los dos estudiaron la misma técnica de endoscopía, los dos en la misma universidad tuvieron el mismo nivel de calificaciones. ¿Por qué uno, que fue lo que pasó en el estudio, estaba lleno de pacientes y tenía lista de espera y el otro no? Porque el que estaba lleno de pacientes se levantaba a saludar a los pacientes, los iba a buscar a la sala de espera, les respondía todas las preguntas que el paciente tenía, les pasaba su teléfono móvil para que en caso de emergencia lo pudieran llamar, apagaba su teléfono celular y no lo miraba mientras estaba en el proceso de atención y no miraba a la pantalla computacional para anotar todo lo que el paciente decía, haciéndole sentir que era el caso o el paciente número cinco o seis del día.
Todas esas habilidades primero se aprenden en casa. En la facultad no te las enseñan jamás. Y son habilidades blandas, que son las que al final te sostienen un desarrollo laboral o profesional. No sacamos nada con tener profesionales que sepan y hagan 400 másteres, si no van a tener la habilidad humana de relacionarse con equipos de trabajo. Hoy día cada vez es más importante cómo se configuran esos equipos de trabajo, cómo dentro de una empresa se arma… Que no es lo mismo un grupo de trabajo que un equipo. El equipo requiere confianza, y, para que haya confianza y haya «feeling» en el cómo se genera el engranaje comunicacional, se requieren puras habilidades que no son medibles y que tienen que ver con habilidades intrínsecamente humanas que nunca se les ha dado, hasta hoy, creo, el peso y la importancia necesarias pare sean educadas también dentro de las facultades y en cualquier profesión. Así sea que digito computadores, no importa, pero tengo que aprender a relacionarme con el que está al lado, digamos. Y eso hoy se necesita educar. Es como suponer que la bondad se autoeduca por sí sola. La bondad es algo que hay que entrenar y se entrena dentro de esa unidad básica, también dentro de la escuela y en todas las subunidades educativas que ese niño o adolescente o ser humano vaya desarrollando. Si dejamos de lado eso, entonces solo vamos a tener el tecnicismo, lo práctico, lo funcional. Bueno, y estamos como estamos un poquito por eso, porque esa habilidad humana de cercanía, de mirar a los ojos, de decir «gracias», de aprender a decir «por favor», de cosas mínimas, hoy día parece casi exclusiva de algunas personas, cuando debería ser casi lo más común. Y esas son puras habilidades internas, intrínsecas. O sea que de verdad, a mi juicio, tienen que ser educadas a que sean educadas también dentro de las facultades y en cualquier profesión. Así sea que digito computadores, no importa, pero tengo que aprender a relacionarme con el que está al lado, digamos. Y eso hoy se necesita educar. Es como suponer que la bondad se autoeduca por sí sola. La bondad es algo que hay que entrenar y se entrena dentro de esa unidad básica, también dentro de la escuela y en todas las subunidades educativas que ese niño o adolescente o ser humano vaya desarrollando. Si dejamos de lado eso, entonces solo vamos a tener el tecnicismo, lo práctico, lo funcional. Bueno, y estamos como estamos un poquito por eso, porque esa habilidad humana de cercanía, de mirar a los ojos, de decir «gracias», de aprender a decir «por favor», de cosas mínimas, hoy día parece casi exclusiva de algunas personas, cuando debería ser casi lo más común. Y esas son puras habilidades internas, intrínsecas. O sea que de verdad, a mi juicio, tienen que ser educadas.
En ese concepto me parece que sí, que es una obligación, pero, quizás más que una obligación, porque eso tiene como como un mandato de sufrimiento, me parece que es una decisión, es algo que yo decido todos los días. Y te quiero contar una anécdota. El último terremoto grande que nosotros tuvimos en Chile fue en el 2010 y a mí me tocó liderar como la reconstrucción emocional de muchos lugares, porque además de terremoto hubo tsunami en Chile en ese momento, y llegar a un campamento donde había, no recuerdo ese momento la cantidad exacta, pero deben haber sido alrededor de 50 familias que habían perdido todo, no solo por el terremoto, sino que después el agua terminó de destruir lo que el terremoto no había dañado. Y dentro de este campamento yo empecé a trabajar el tema del miedo, porque había mucho miedo a dormirse, todos teníamos mucho miedo a dormirnos, porque el terremoto había sido de madrugada, como a las 03:50 de la mañana, y en la noche había siempre más réplicas. Había mucho susto a dormir, siempre dormíamos con la luz prendida, incluso hasta vestidos. Estaba haciendo talleres de miedo, y en estos talleres aparece una mujer que se llama Marta, que empieza a participar de los talleres y yo doy un taller sobre una conferencia que se llama «Terremoto del alma», en la que yo explicaba que el ser feliz es una decisión. Personas que habían perdido absolutamente todo, cuando yo digo que es una decisión, me miran como con cara… Diciendo: «O sea, entiéndame, acabamos de perder todo. Estamos con la ropa que nos trajeron de regalo porque ni siquiera nos quedamos con eso». Y yo les planteo más o menos lo que yo entendía por decisión.
Y en este grupo, por supuesto, estaba la Marta, que llega la madrugada siguiente a mi carpa, donde yo estaba durmiendo, y entra tipo a las siete de la mañana. Me dice muy apasionada: «Pilar yo tengo serios problemas con tu charla. Tengo serios problemas con el tema de que ser feliz es una decisión». Yo le digo: «¿Por qué?». Me dice: «Porque yo la puedo tomar la decisión en la mañana. O sea, de verdad, yo me puedo levantar en la mañana y yo puedo decir ya, hoy día, sin nada, que yo voy a decidir ser feliz, voy a tener una buena actitud, voy a sonreír, voy a trabajar la gratitud dentro de las cosas que me van llegando de regalo. Pero a mí esa decisión no me dura todo el día». Yo le digo: «Bueno, ¿y qué haces con eso?». «No, lo que pasa es que te traigo la solución». «Okey. ¿Cuál es la solución?». «Que la decisión de la felicidad se tiene que tomar igual que los remedios. Hay remedios que se toman cada ocho horas. Yo cada ocho horas no puedo tomar la decisión porque no alcanzo. Empecé a pensar cuánto tiempo me duraba la decisión de ser feliz hasta que se me acaba y yo empiezo a llorar desesperada porque me doy cuenta de que perdí todo y de que el terremoto no me dejó nada, y llegué a la conclusión de que yo aguanto cuatro horas. Yo tomo la decisión cuatro horas y a las cuatro horas y un minuto yo ya empiezo a desesperarme, porque se me acaba la gratitud de que no se me murió nadie en el tsunami, se me acaba. Cuatro horas. Y funciona como un medicamento». Y yo creo que la Marta tiene toda la razón. Hay veces y hay situaciones en la vida que son tan desafiantes que a veces la decisión se tiene que tomar a cada hora. La decisión de ser feliz es algo que se toma instante por instante. Me refiero a cuando uno está viviendo situaciones difíciles, cuando estás en un duelo.
Yo, cuando perdí a mi pareja, yo me acuerdo de que tenía… Todavía no pasaba lo del terremoto. Él se fue el 2009. Pero yo ya estaba haciendo el tema de la investigación de la felicidad como decisión y me acuerdo de que él, antes de irse, porque él tuvo una partida muy consciente, me decía: «Prométeme que vas a decidir ser feliz». Yo le decía: «Sí, te lo prometo». Y cuando él se fue yo decía: «¿Cuánto rato aguanto cumpliendo esa promesa?». Porque había un rato en el que no tenía ninguna gana de cumplirla. Cuando uno está en situaciones armoniosas en la vida, o con menos ruido, con ruidos menos dolorosos, porque todos tenemos situaciones que nos irrumpen en la vida, probablemente sea más fácil tomar esa decisión, pero creo que la vida es una decisión completa de búsqueda de paz, de trabajo, de armonía, de estar centrado conscientemente en lo que tienes, en el conectar con la alegría en forma permanente, en dejar atrás mandatos de sufrimiento, en esta sensación de que todo lo que vale es porque costó demasiado, porque lo que fácil viene, fácil se va. Estamos llenos de cosas que nos impiden tomar contacto con esa decisión.

Porque la superficializaba automáticamente. Entonces, la sacaba de la academia. Y claro una es considerada, si se ríe mucho y tiene muy buen sentido del humor y es muy positiva, como livianita. Y yo que toda mi vida trabajé y estudié y siempre he sido como ustedes me ven, era considerada como «linda, la Pili». Esa frase yo la escuché mucho mientras estudiaba psicología. «Linda ella. Ella, siempre tan positiva, siempre creyendo lo bueno de la gente». Y claramente eso estaba mandatado por un tema cultural que nos enseñó que lo difícil es lo que vale, que la contractura es lo que tiene valor intelectual, y eso tiene que ver con nuestros prejuicios y con nuestra profunda ignorancia. Yo siempre he creído que la inteligencia abunda en la gente que se ríe. Porque es la gente que trabajó el sentido del humor, que para mí ha sido una salvaguarda tremendamente importante de mi desarrollo mental y emocional, de todas las situaciones dolorosas que me ha tocado vivir en la vida. A mí el humor me ha salvado de muchísimas cosas. La persona que tiene la capacidad de trabajar desde el humor o de vivir desde el humor es porque está trabajando desde su propio conocimiento, donde me río de mí y me río un poquito de la vida y no me la tomo tan en serio. Y eso implica también desarrollar muchas conductas relacionadas con la gratitud. El humor tiene mucho que ver con la gratitud, con el agradecer el momento, con la revitalización del «ja, ja, ja» y de la sorpresa frente a cualquier detalle, por mínimo que parezca. Y a veces esa condición de humor es muestra de… O sea, la gran mayoría de las veces, en realidad, es muestra de mucha sabiduría, mucho más que la seriedad, la contractura y la complejización de las situaciones.
Todo un juego que es muy estratega y que es tan alejado de la humanidad y lo que el ser humano tiene o debe o debiera desarrollar. Yo creo que el espacio de la vulnerabilidad, del arriesgarme a sentir, del arriesgarme a perder en ese sentir, del arriesgarme al dolor, pero no querer perder la dimensión de conectarme con la vida, me parece que es algo que hay que recuperar. Y siento que de repente, en este positivismo tóxico de no permitirte estar triste, o en esta competencia que a mí me asombra mucho, como la competencia de dolores que tenemos… Si tú me llamas y me dices: «Pilar, estoy con un dolor de espalda gigantesco», yo te digo: «Uy, ¿te mueres? Yo. No, yo tengo una jaqueca… De hecho, acabo de llegar del médico porque me tienen que hacer un examen, porque tengo todo este lado medio dormido», tu dolor de espalda pasó a pérdida, porque esta competencia de quién sufre más y quien lo está pasando peor es algo que nos encanta hacer hoy. El otro está esperando que yo cuente mi tragedia para poder contar la de él, digamos. Pero si yo lo invalido desde mi tragedia y yo no tengo tragedia, o si la tengo no la sé valorar como tragedia y la veo como aprendizaje y no voy a sobreexagerar en eso, y te digo: «¿Cómo estás?»… «Superbién». ¿Cómo va a estar bien? O sea, nadie está bien. Es como esa sensación, y eso tiene mucho que ver con esta tendencia que se ha ido generando de positivizar todo demasiado y sentir que claro, es verdad, todo depende de la actitud. Es cierto y es verdad que todo se puede, si tienes un plan y lo haces y entiendes que sueño más voluntad es igual a logro, que es una fórmula básica de la vida. Pero tiene pausa. O sea, en la vida hay que aprender a parar para seguir. Es como aprender a descansar, pero nunca renunciar al sueño. Pero ese descanso es válido.
Entonces, si yo quiero estar triste o necesito decir que estoy triste, tengo permiso para decir que estoy triste. Y déjenme estar triste. Y creo que ese autorrespeto por la tristeza y además por carnalizar la tristeza, porque también está la otra tendencia que es espiritualizar la tristeza… Encuéntrale el sentido. ¿Por qué estás triste? ¿Para que te ha llegado esta tristeza? Encuéntrale el sentido y entrégate a la tristeza, suelta la tristeza. Sí, perfecto, yo espiritualizo la tristeza, pero yo estoy triste. Después puedo aprender. Es como cuando se muere alguien. Primero hay que llorarlo, después podré encontrar el aprendizaje que tuve con él o recordarlo con alegría. Además, cuando uno llora, uno llora por uno, no por el que se fue. Llora porque uno lo va a extrañar, no por el otro. El cómo yo me permito ser vulnerable o tener todos estos matices emocionales dentro de mi vida y decir: «Hoy estoy mal. Estoy mal y tengo todo el derecho a estar mal»… Ahora, como soy positiva, sé que ese mal va a pasar y que es transitorio. Ahí me sirve ser positiva, porque me da el indicador de que es transitorio y yo sí me puedo permitir estar… Ahora, si llevo 15 días en cama ya tengo que empezar a pensar que tengo otra cosa, no es que solo estoy triste. O sea, la tristeza se pasa cuando me la permito. El cansancio se pasa cuando me lo duermo. Si digo los 365 días que estoy cansada, hay algo que tengo que revisar. La gente no puede vivir cansada. La transitoriedad de la situación es lo que me permite evaluar o darme el permiso para decir: «Hoy me voy a quedar en cama, no tengo ganas de hacer nada». O «quiero estar sola, tranquila». «Pero ¿cómo? Levántate. Tú tienes que estar bien, depende de ti». Y no siempre.
Lo que tengo que tener claro es que, si no puedo yo con eso, tengo que pedir ayuda. Y, si puedo con eso, me tengo que permitir el «break» para después continuar. Pero ese «break», a mí me parece que es un derecho básico. El descanso, la pausa, el observarme, el darme cuenta de cómo estoy, el tomar contacto con eso es requisito fundamental para aumentar los niveles de conciencia. Si no, no se puede. Yo aprovecho ahora para darles las gracias por todo este tiempo. Gracias por las preguntas, por la participación, por la atención, por sus ojitos así, atentos, escuchando todo. Quedo a disposición de ustedes para lo que pueda ser necesaria. Muchas gracias.