¿Damos demasiada importancia a las notas de nuestros hijos?
Sonia Díez
¿Damos demasiada importancia a las notas de nuestros hijos?
Sonia Díez
Educadora
Creando oportunidades
“Los niños merecen y necesitan que cambiemos la educación”
Sonia Díez Educadora
Sonia Díez
Licenciada en Psicología y Ciencias de la educación, Sonia Díez es fundadora de varios centros educativos y autora del libro “Educacción”. Su obra es una llamada urgente para mejorar la educación. Díez pide un cambio para mejorar el sistema educativo uniendo a familias, maestros e instituciones para trabajar juntos y lograr una educación que responda a las exigencias y a los importantes cambios sociales que están viviendo las nuevas generaciones de estudiantes: “El mundo está pidiendo a gritos que exista un cambio de paradigma educativo, empecemos a vivir en la incertidumbre asumiendo que en algo nos equivocaremos, pero que merece la pena intentarlo”.
¿Damos demasiada importancia a las notas de nuestros hijos? Sonia Díez reclama una evaluación que vaya mucho más allá de una simple calificación: “Cuando decimos quiénes somos no mostramos un ‘currículum mortis’ que dice todo lo que hemos hecho, sino que presentamos un ‘currículum vitae’ que dice cuál es nuestro potencial, qué somos capaces de hacer”.
Transcripción
Y bueno, pues ahí uno comprende que, realmente, las expectativas de las personas con las que convivimos también influyen en nuestro comportamiento. Es después cuando aprendemos que realmente ya no necesitamos a nadie más para decirnos qué expectativas debemos de tener sobre nuestra vida, nos convertimos en verdaderos domadores de hábitos, costumbres, objetivos que queremos conseguir. Yo, sinceramente, creo que aprendí lo suficiente como para sacar dos carreras, una en psicología, otra en educación, un máster, un doctorado… Tuve hasta la suerte, desde el punto de vista personal, de tener tres hijos maravillosos, y eso yo creo que completa una carrera educativa en la que puedo decir que como madre, profesora y directora de centros escolares, que después también tuve ocasión de fundar alguno, salvo la parte política, había hecho casi de todo. Quién me iba a decir a mí que, precisamente en ese momento cuando todo parecía bajo control, a mí se me iba a regalar una beca que yo llamo Fulbright. Y la llamo Fulbright porque es una beca de pura luz, que es la traducción literal.
En mi caso la beca Fulbright vino con un diagnóstico similar al que tuvo Steve Jobs, Pavarotti, Rocío Jurado… Un diagnóstico que decía que tenía un cáncer de páncreas y que, probablemente, todas esas cosas que había hecho durante toda mi vida iban a tener un recorrido muy cortito a partir de ese momento. No hace falta que os diga lo que significa enfrentarte a la propia mortalidad, es darte cuenta de que, realmente, la vida se vive en primera persona del singular y en tiempo finito. Es en ese momento cuando uno dice: “Espera un segundo. ¿Qué sentido tiene que haya vivido todo este tiempo, que tenga 47 años, que me den esta noticia y que haya cumplido tantas expectativas de tantas personas tan diversas? ¿Cuáles son las mías, realmente?” Y lo que más miedo te da no es que la vida se acabe, todos sabemos que la vida se va a acabar, sino que no hayas vivido suficiente contigo misma, en suficiencia. Quiero decir, la vida de Sonia solo la puede vivir Sonia, el resto de los puestos están ocupados. Y es en ese momento en el que uno se da cuenta de que incluso en aquellas cosas por las que siente pasión, como es mi caso con la educación, hay formas de hacer las cosas mejor. Se pueden hacer cosas muy bien y se pueden hacer cosas muy bien por las razones correctas.
La verdad es que, cuando sucedió aquello, me pregunté: “Quiero más tiempo, pero ¿para qué quiero más tiempo? ¿Para qué quiero más tiempo?”. Y ahí es cuando empecé a hacer una lista, no de las cosas que me quedaban pendientes por hacer, que es de lo que casi todo el mundo habla, empecé a hacer una lista de cómo quería, a partir de este momento, empezar a afrontar las cosas que eran importantes en mi vida. Me di cuenta de que, por ejemplo, en el caso de mis tres hijos, se me habían quedado en el tintero muchísimas cosas que compartir con ellos y no habíamos hablado de cosas fundamentales, me había centrado muchísimo en ayudarles y enseñarles a cumplir las metas y objetivos, igual que a mí me habían enseñado a cumplir esas expectativas, y se me quedaba en el tintero hablar de lo realmente importante. Lo mismo me sucedía en el ámbito de la educación; a partir de ese momento, si se me daba una segunda oportunidad, iba a querer hacer las cosas de forma diferente. Aprendí, durante el tiempo del cáncer, que hay mucha vida durante el cáncer. No solamente hay vida antes y hay vida después, sino que hay mucha vida durante, y en esa vida durante yo aprendí tres cosas fundamentales: una, que a mí me salvaron la vida personas que eran ajenas a mí, es decir, que todos estamos hermanados y que mi función en la vida, hiciera lo que hiciera después, iba a tener necesariamente que tener una conexión con el mundo de los demás. La segunda cuestión que aprendí es que vivimos en unas expectativas de control y que esas expectativas de control no tienen ningún sentido. Lo importante es vivir en la certeza de que uno está invirtiendo su esfuerzo en aquello en lo que cree.
Y la tercera cuestión, que es fundamental, es comprender que la vida tiene un tiempo y que no hay tiempo que perder. Así que, con todo esto, volví a empezar, di un paso adelante y le dije a mi madre: “Mamá, a mí me encantaría cambiar la educación. Me encantaría que yo pudiera ser testigo, pudiera ver algún día, que la educación en mi país tuviera una oportunidad de cambio, que fuera mejor y que los niños en nuestro país tuvieran unas condiciones que mejoraran las actuales”, y me dijo las dos preguntas que nos hace siempre la madre ¿no?: “¿Qué necesidad tienes?” y “¿Por qué tú?”. Y “¿Por qué ahora?”. Estas son dos preguntas que estoy convencida que se ha hecho muchísima gente buena que ha querido cambiar la educación anteriormente, y son dos preguntas trampa, son dos preguntas que tienen una salida de emergencia para no hacer las cosas. Nos permiten una excusa, pero la enfermedad me enseñó que la pregunta fundamental no es “¿por qué yo?”, o “¿por qué a mí?”, ni “¿por qué ahora?”, sino: “¿y por qué no?”. “¿Y por qué no?” es una pregunta mágica, porque “¿y por qué no?” hace referencia a lo de antes, hace referencia a los anhelos que tú puedes tener, los horizontes que puedes desear, pero hace una referencia fundamental, que es a la acción, es al “ahora”: “¿y por qué no?”. Y entonces empecé a ver la realidad de una forma que yo llamo “posibilista”. No creo que sea una persona especialmente optimista, pero sí soy una persona posibilista. Ya he explicado que, durante los últimos 30 años, he sido testigo de excepción de los cambios educativos en nuestro país. He tenido la suerte de vivirlo como madre, como profesora, como directora y fundadora de centros escolares y también como investigadora.
Eso me ha hecho poder ver muy de cerca dónde pueden estar aspectos que son mejorables. Lo primero que he visto es que cada uno de los dedos acusadores hacia “¿por qué falla la educación?”, de alguna manera, los estaba encarnando yo. Los padres culpan a los profesores, los profesores a los directores de centros, los directores de centro al sistema y así sucesivamente, nos vamos señalando unos a otros con el dedo. Así que, al encarnar en mi persona todos esos roles, no tenía ninguna escapatoria. Y me di cuenta, me di cuenta de que había una parálisis generalizada del sistema por un factor fundamental, un factor de metástasis social que se llama miedo. El miedo había colonizado todos y cada uno de los aspectos que podrían haber supuesto una posibilidad de cambiar las cosas en el sistema educativo. Los padres tienen, o tenemos, pavor ante un futuro incierto en el que no podemos garantizar a nuestros hijos una seguridad, una estabilidad, una profesión, un trabajo. Hay un montón de riesgos, un montón de amenazas, que nos hacen pensar que deberíamos estar protegiendo los mejor para un futuro que no sabemos cómo va a ser. Los profesores tienen un miedo terrible, porque su profesión, la razón por la que ellos hicieron maestros, era para intentar mejorar la vida de los de los alumnos y se dan cuenta de que los alumnos están llegando con unos patrones de conducta y con unas circunstancias que a veces no son reconocibles por ellos, que les falta formación, pero también les falta mucho apoyo. Los administradores de centros están divididos entre tantas funciones tan complejas que no pueden afrontar, en el día a día, las cosas importantes en educación.
Están gestionando, simultáneamente, la gerencia, el presupuesto, la dirección de personal, la dirección académica… Una verdadera locura y la administración, mientras tanto, mira todo este berenjenal y se pregunta: “¿Por dónde le puedo meter mano?”, porque esto es como un castillo de naipes: toque donde toque, algo se me va a caer. Bueno, pues está bien que hablemos del miedo, pero ojo. Ojo, el miedo no puede ser una excusa, porque el miedo, cuando afecta a un grupo de población grande y, sobre todo, cuando es una población vulnerable, como son los niños, hace que, no hacer nada con respecto a algo que es necesario, suponga casi un delito de lesa humanidad. Tengamos en cuenta que tenemos ocho millones, según los datos del Ministerio de Educación de España, ocho millones de alumnos escolarizados hoy en las aulas, de los cuales, según las mismas fuentes, tenemos entre un treinta, veinte, treinta por ciento, depende de la zona, de fracaso escolar. Eso da unas cifras de un millón seiscientos mil niños que, teóricamente, están fracasando en nuestras aulas. Si tenemos en cuenta eso, eso viene a significar un grito aterrador de una población muy grande que nos está diciendo: “Por favor, mírame, préstame atención”. Si, además, sabemos que el ochenta y cinco por ciento de nuestros alumnos, de nuestro público, al finalizar sus estudios declaran que ellos, si no fuera obligatorio, no seguirían estudiando, tenemos un problema enorme.
Imaginaos lo que es una empresa en la que sus clientes, al finalizar un proceso de una relación profesional, dijeran que en un ochenta y cinco por ciento no seguirían con nosotros. Sería dramático. Y, sin embargo, todos estos son datos reales. Yo, en lo que estoy involucrada, y que espero llegar a verlo en mi país en el tiempo que me queda, es una transformación de todo el paradigma educativo en el que está asentado el sistema educativo español. ¿Por qué creo que esto es necesario? Lo creo necesario porque el sistema que tenemos fue creado para un mundo que ya no existe. Los colegios de hoy son colegios que se crearon hace dos siglos aproximadamente. La humanidad ha estado formándose y ha tenido educación a lo largo de toda su existencia y, sin embargo, las estructuras escolares tal y como las conocemos solo tienen aproximadamente dos siglos de historia. ¿Cómo es posible que sigamos teniendo niños en un sistema educativo en el que la sociedad anterior preveía que había un proceso, era una sociedad industrial, un proceso en el que había un input, es decir, los niños entraban al colegio, había una serie de una sucesión de hechos que producían unos cambios y, finalmente, se producía un producto final, que era la titulación de ese niño con unos conocimientos determinados? Era un mundo previsible en el que había familias muy extensas en comunidades muy pequeñas y en el que los niños acudían a la escuela con un maestro al frente y un libro de texto, porque era la forma de abrirse camino hacia unos horizontes que, de otra forma, serían imposibles.
El mundo en el que vivimos actualmente es todo lo contrario: tenemos familias muy diversas, muy diferentes a las que han venido existiendo a lo largo de la humanidad. Tenemos familias pluriparentales, monoparentales, homoparentales, familias muy pequeñas, con un índice de divorcio que se ha duplicado en los últimos diez años y, además, en una comunidad muy grande que está hiperconectada, que es el mundo entero. Los niños están yendo al colegio muchas veces para hacer el proceso contrario al que reciben en la sociedad en la que viven, es decir, para encapsular ese conocimiento que está abierto en un referente, en un espacio y en una persona. Es decir, en cuatro paredes donde agrupamos a los niños por edades, por fecha de nacimiento, con un maestro al frente y con un libro de texto. Efectivamente, todos somos conscientes de que esto es anacrónico. Es decir, si queremos, realmente, construir, o sembrar, para un futuro esperable, que es un futuro de cambios, que es ya un presente, pero un futuro de cambios, de un mundo de incertidumbres, de un mundo en el que la creatividad, la capacidad de colaborar con otros y la posibilidad de tener espíritu crítico o decidir qué es lo correcto y lo que no es correcto, es necesario ¿cómo es posible que lo hagamos con las herramientas que lo estamos haciendo? No es ninguna quimera, lo hemos hecho cuando hemos tenido buenas razones y, desde luego, hemos hecho inversiones, como sociedad, mucho más grandes, para hacer soterramientos o creación de infraestructuras en nuestro país.
Así que, sinceramente, creo que este es el momento de la acción, es el momento de crear esas posibilidades entre todos. No se puede hacer de forma aislada, tiene que haber un compromiso por parte de todos y, desde luego, lo que sí tengo muy claro es que no se empieza de ninguna otra manera que no sea dando el primer paso en primera persona de singular, como decía. Es decir, poniendo por delante la voluntad de que ese cambio se produzca y no la confrontación. Así que, creo que entre todos lo podemos hacer posible, dar ese primer paso de acción, ese primer paso de “educacción”.
Los padres quieren, demandan, el bilingüismo. ¿Sobre quien ha recaído la exigencia de que existan centros bilingües? Sobre el profesor. No está mal, ahora, ¿cuáles son las condiciones que se han creado para que ese bilingüismo pueda tener la certeza, o la tranquilidad, de que se esté haciendo con garantías de éxito? Pues, ciertamente, no podemos estar, por un lado, pensando que la excelencia educativa está basada en la calidad del profesorado y, por otro lado, no prestigiar o poner en valor cuáles son las necesidades de ese profesorado para llevar a cabo las exigencias que nosotros mismos ponemos. La única manera que podemos tener de contrarrestar los efectos negativos que puede tener ese grado de amplitud, de necesidad, de todos esos docentes en el aula es, precisamente, teniendo grandes apoyos y acompañamientos para ellos
Es decir, si lo que nosotros estamos transmitiendo no va a permitir que los niños, los chicos, los jóvenes, se enfrenten a los grandes retos que tenemos actualmente la humanidad, que son retos complejos, que son retos que requieren de soluciones creativas e innovadoras, son retos que requieren de la colaboración. Fijaos lo que está pasando en las ciencias: las ciencias ya están moviéndose en espacios casi de cruce, ya no son zonas estancas. Es decir, estamos hablando de biotecnología, neurociencia, es decir, el desarrollo está precisamente en ese intercambio. Luego, si queremos formar para el mundo de mañana, va a tener que haber una flexibilidad en el ámbito de la educación para que los niños también puedan permitir estudiar materias con otros y con proyectos que realmente sean complejos y que haya que resolver de manera práctica para otros. Otra definición sería: “La educación es un acto de amor. Un acto de amor sostenido y sostenible en el tiempo. Es un proceso que ofrece…”, es decir, que da, “…y que recibe”, que toma. “Es movimiento, intercambio y acción”. Es decir, ciertamente, querer mucho a un alumno o a un hijo, porque educamos todos, no es lo único, no va a conseguir que ese alumno triunfe en la vida, pero os puedo asegurar que, sin ese amor, sin esa parte emocional, no va a suceder. Es decir, hay una parte que es fundamental para que la buena educación exista, y es el vínculo emocional. En los colegios, en las instituciones educativas, en las aulas, debe existir vínculo emocional. Los neurocientíficos están diciéndonos continuamente que la emoción es fundamental para que uno aprenda.
Es necesario que exista gozo intelectual. En la educación tradicional el placer parecía que estaba reñido con el hecho de aprender, había que aprender desde el dolor, desde el sufrimiento, y ahora estamos conectando con todo lo contrario. Sin embargo, la última definición yo creo que es la que sintetiza más la función, y que es la que coincide un poco con la visión de Sir Ken Robinson, que es un gran maestro y un gran profesor en la materia. Dice: “La educación, etimológicamente, proviene del latín ex-ducere, encaminar de dentro hacia fuera. Se refiere al que aprende los medios de abrirse al mundo…”, es decir, al que aprende, no habla del que enseña, la educación es del que aprende, “…de abrirse al mundo, de sacar lo mejor de sí, de encaminarse hacia el pleno desarrollo de sus posibilidades”. Probablemente, esta sea la más completa y la que sintetiza de mejor manera, y viene en el diccionario. Es decir, ahí está, creo, el gran reto que tenemos que vivir actualmente, es decir: ¿cuánto de educación destinamos a que sea el aprendizaje y aprendiz la primera figura de lo que sucede o la enseñanza? Y fijaos que dicho aprendiz, no he dicho el estudiante, porque aprender es mucho más que estudiar.
Es decir, todo lo que tenga que ver con la curiosidad y que permita que los niños se hagan preguntas y que se cuestionen cualquier realidad que tengan delante, va a ayudarles a tener espíritu crítico, un pensamiento crítico. A pensar se aprende y a llegar a tomar decisiones se aprende también. Luego, conseguir que nuestros niños tomen decisiones y se hagan responsables de las decisiones que han tomado, es una forma de, precisamente, desarrollar esa potencialidad. Porque, como hemos dicho al principio, la capacidad de aprender está dentro de cada uno de nosotros. Es decir, sin que el alumno quiera aprender es imposible que aprenda, pero, por otro lado, a un alumno que quiere aprender no hay manera de pararlo.
Dentro de las minorías, dentro de los colegios que son diferentes y que optan por hacer las cosas de manera distinta, he podido ver cosas maravillosas en muy diversas partes del mundo, en los cinco continentes. Y lo he podido ver en colegios de alto standing y con grandes recursos, y en escuelas muy, muy humildes. Pero ha habido un factor que a mí me ha llamado siempre muchísimo la atención: lo más bonito, lo que más genera el clima que realmente debe producirse en un aula es, precisamente, un buen profesor al frente de un proceso de exploración o aprendizaje de los alumnos, independientemente del lugar. Esto lo he visto suceder. He tenido la suerte de estar dentro de las aulas desde Singapur, que ahora está número uno en el informe PISA, o Finlandia, o Estados Unidos, o Canadá, pero también en Ruanda, en una escuela donde había solamente niños huérfanos de aquel genocidio que existió, y estaban ahora, precisamente, haciendo un esfuerzo importante por rehacer sus vidas de la mano de maestros, aprendiendo un oficio como era el de la cocina. O, por ejemplo, en un pueblo muy remoto en las Quirimbas, en Mozambique, donde los padres se negaron a seguir el programa del ministerio, porque decían que qué sentido tenía que los niños aprendieran a escribir y a leer, si cuando tenían muy pocos años se los llevaban ya a la isla principal y no aprendían el oficio con el que ellos iban a tener que vivir después.
Es decir, he visto y he vivido muy de cerca iniciativas maravillosas. Dalton School, por ejemplo, en Estados Unidos. Es decir, hay colegios en el mundo entero que optan por hacer cosas de manera diferente. En Dinamarca hay un colegio, por ejemplo, que acaba de apostar por abrir 24 horas al día. Es decir, que los colegios no se conviertan en espacios cerrados y donde, de alguna manera, todas esas medidas que aparentemente son fijas y que crean un sistema homogéneo de enseñanza, se pueden flexibilizar. Hay un colegio que me apasiona especialmente, es un colegio que viaja por el mundo entero y que ha conseguido, precisamente, desestructurar todas esas presunciones de lo que es un colegio. Si partimos de que podemos quitar las aulas, podemos quitar el ratio profesor-alumno, podemos quitar o reagrupar los alumnos de diferentes edades, podemos incluso deslocalizar el colegio para que el colegio pueda viajar de un sitio a otro y siga siendo un colegio, que produzca resultados que permitan que los niños llegan a la universidad, entonces podremos preguntarnos: “¿Y por qué no?”. La pregunta que nos hacíamos al principio. ¿Por qué no lo hacemos? Porque, realmente, es posible que suceda, cambiando todas las variables que parecen, o que se supone, que son fijas y estables. Así es como ha ido evolucionando la ciencia y así es como ha ido evolucionando la sociedad, progresivamente, en todos los sectores productivos. Y yo creo que ahora le toca a la educación. Creo que este es el siglo de la educación, donde vamos a ver un cambio de paradigma absoluta y radicalmente diferente al que vivimos.
Si, además, a esto le unimos que dentro del aula podemos aportar conocimientos de estilos diferenciales de aprendizaje, es decir: los niños tienen, según la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, que ha sido Premio Príncipe de Asturias en nuestro país y que también ha sido profesor mío, los niños tienen distintos estilos de aprendizaje. Es decir, las personas, de forma natural, tenemos ciertas tendencias que nos permiten absorber o retener mejor un tipo de contenidos u otros. Entonces, una de las cuestiones que tendremos que conocer siempre muy bien y muy de cerca, es cuáles son las características o estilos diferenciales de aprendizaje de nuestros alumnos. El currículum en nuestros colegios debería tener dos vías muy diferenciadas: una vía, que es la académica, y otra vía que es la experiencial. A los chicos y chicas hay que darles oportunidades de que tengan experiencias, experiencias donde ellos se enfrenten a esas incertidumbres que después van a tener que afrontar en la vida, a esos cambios, a esa necesidad de investigar, indagar, cuestionarse, elegir, a esa necesidad de crear soluciones ante problemas que quizás no vienen en el libro, porque nadie los ha planteado. Ni siquiera vienen, y fijaos si es importante Google, pues probablemente ni siquiera vienen en Google, porque lo que el profesor te está pidiendo es tu decisión con respecto a un acto o un hecho determinado.
Ya no se crían entre otros niños, entre otros iguales y entre otras familias extensas, porque empiezan a ser núcleos muy reducidos, tienen el tiempo demasiado ocupado en actividades que les exigen un rendimiento equis, el que sea, y hay unas expectativas, y tienen demasiadas pocas posibilidades de moverse con libertad. Los padres no somos guardianes de nuestros niños, estamos llamados a querer, amar profundamente a nuestros niños, acompañarlos y estar a su lado, para que cuando ellos den un paso en falso siempre tengan alguien a quien acudir, pero no estamos llamados a poner los peldaños sobre los que ellos tienen que transitar. Son ellos los que tienen que ir encontrando progresivamente su camino. Las estadísticas lo dicen, los índices de estrés en nuestra infancia, los índices de patologías asociadas a esos estados de ansiedad, como la depresión, son cada vez mayores y nosotros solos, los padres, no podemos ponerle remedio. Tiene que ser una actividad y una acción conjunta.
¿Tú cuánto crees que sabes? Defiende lo que tú crees que has aprendido, y defiéndelo con cariño y con respeto hacia ti mismo. ¿Por qué es importante o relevante lo que estás estudiando? ¿Cómo te ha llegado? ¿Qué impacto ha tenido en tu vida? La otra cuestión que hay que valorar es, objetivamente, ¿cuál ha sido el resultado de todo ese proceso? ¿Cómo lo estás documentando? A mí me parece que es fundamental que, cuando estemos evaluando a un niño y cuando estemos viendo el resultado académico o experiencial del niño, tengamos un documento de referencia que se parezca más al personal portfolio que tienen los profesionales. Cuando nosotros vamos a presentar quiénes somos, da igual el sector en el que estemos, no llevamos nada más el DNI, ni llevamos, desde luego, el expediente académico. “Mire usted, es que yo soy ingeniero y tengo unas notas excelentes de final de selectividad”. No. Llevamos una serie de avales, de garantías, de evidencias que muestran exactamente qué somos capaces de hacer. No llevamos un curriculum mortis que dice todo lo que hemos hecho, sino que llevamos un curriculum vitae que dice cuál es la potencialidad de lo que yo voy a poder aportar en este proceso. Cuando hablamos de evaluación con los niños es muy importante que incluyamos también toda esta parte experiencial. Es verdad que a muchas familias les da mucha seguridad tener la referencia de una nota. No solamente es verdad eso, sino que, además, suele ser un arma arrojadiza para tranquilizar los ánimos de quien no tiene muy claro cómo va el niño. La nota me marca el escalón, o el escalafón, especialmente con respecto al vecino, de dónde está mi hijo. Y eso es lo que no puede ser.
No es baladí, ni es solamente una parte actitudinal, que una persona sepa trabajar o colaborar en equipo, no lo es. No es baladí que una persona haya venido con una solución creativa, no lo es. No es simplemente una anécdota que un alumno haya venido con una propuesta que, aunque no sea la respuesta correcta, es una respuesta original que abre un campo de desarrollo de investigación para que descubra, como lo hizo Edison en su día, que quizás esa no es la forma de hacer una bombilla, pero es su proceso, y eso tiene que estar valorado en el proceso de evaluación. Así que, sí, probablemente hablamos demasiado de notas, y hablamos demasiado de notas generando un estrés absolutamente innecesario, tanto en los padres, en el colectivo de padres, como en los alumnos.
Es decir, ahora mismo hay niños que, voluntariamente, acceden a lugares o espacios en Internet donde están aprendiendo de profesores que están muy lejos en la distancia. Podemos desmontar casi todo, menos el vínculo afectivo. Luego, la gran innovación es volver a acudir a ese vínculo absolutamente natural y necesario para que exista aprendizaje. Mirad, quiero daros las gracias por acompañarme en este día tan especial. La verdad es que ha sido un verdadero privilegio teneros a mi lado y me gustaría compartir con vosotros una reflexión: creo firmemente que ese cambio de paradigma educativo es posible. Creo que un cambio de paradigma que pase de una visión, digamos, industrial, en la que nos esforzamos por cambiar cada una de las piezas, sin llegar jamás a convertirla en algo diferente, porque ¿cómo convertir una máquina de escribir en un procesador de texto? No es posible ¿verdad? Entonces, creo firmemente que ese cambio de paradigma se va a producir, y se va a producir porque, de hecho, ya está sucediendo. Pero está sucediendo entre padres, profesores, alumnos, personas que quieren que suceda, y ahí estáis vosotros. Yo quisiera que el día de mañana, cuando nuestros alumnos estén ya en el momento de ejercer su profesión, puedan decir que nos equivocamos en algo, pero también que acertamos en algo y, sobre todo, que no nos dimos por vencidos, que lo intentamos y que, gracias a ese intento, algo habrá cambiado.
Hay un pequeño escrito que me gustaría compartir con vosotros, es de Pablo Picasso y habla, precisamente, de cómo esa posibilidad de crear nuevos horizontes sucede cuando las personas que estamos dispuestas nos unimos y queremos que suceda. Mirad qué bonito texto, dice: “Yo no busco, encuentro. Buscar es partir de hechos conocidos y querer encontrar algo conocido en lo nuevo. Encontrar, eso es lo totalmente nuevo, también en el movimiento. Todos los caminos están abiertos y lo que se encuentra es algo desconocido, es un riesgo, una sagrada aventura. La incertidumbre de tales riesgos solo la pueden asumir quienes se sienten protegidos en la desprotección, quienes en la incertidumbre o en la desorientación se sienten guiados, quienes en la oscuridad se abandonan a una estrella, a una estrella invisible, y se dejan atraer por su destino en lugar de fijarlo a partir de sus limitaciones humanas. Esta apertura ante todo nuevo conocimiento, hacia toda nueva vivencia interior y exterior, esa es la esencia del ser humano moderno, quien, a pesar del miedo de ser arrasado, experimenta, sin embargo, la gracia de sentirse amparado en la manifestación de nuevas posibilidades”. No hay vuelta atrás. El mundo ya está pidiendo a gritos que exista un cambio de paradigma educativo y por mucho que finjamos que no escuchamos, o que nos quedemos paralizados, no va a haber ningún cambio, ningún avance. La única posibilidad es que, realmente, empecemos a vivir en la incertidumbre que nos sobreviene con absoluta naturalidad asumiendo que en algo nos equivocaremos, pero que merece la pena intentarlo. Muchísimas gracias, de corazón, por haber compartido conmigo, ya os digo, este día tan especial. Gracias. Gracias a vosotros.