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Da Vinci: no hace falta ser un genio para ser genial

Christian Gálvez

Da Vinci: no hace falta ser un genio para ser genial

Christian Gálvez

Presentador y divulgador


Creando oportunidades

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Christian Gálvez

Pocos saben que el popular presentador de televisión, Christian Gálvez, es además un apasionado del Renacimiento y de la figura de Leonardo da Vinci. Comenzó a investigar al genio renacentista tras visitar ‘La última cena’ en Milán. Una experiencia que prendió la mecha de su curiosidad para siempre. Según explica: “Gracias a la curiosidad, la perseverancia y la pasión, todas las personas podemos convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos”.
Como profesional de la comunicación desde 1995, Gálvez defiende firmemente la divulgación de aquello en lo que cree: “Solo soy un intruso, apasionado por Da Vinci, que intenta acercarse con rigor a la cultura. Y también acercar esa cultura a la gente”.
Christian Gálvez forma parte del proyecto internacional ‘Leonardo DNA Project’, cuyo objetivo es completar un perfil genético de Leonardo da Vinci.
Además, es miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias de Televisión, del ICOM España (Consejo Internacional de Museos), de la AEM (Asociación Española de Museólogos) y de la AAM (American Alliance of Museums). Como escritor de ficción, es autor de la saga de novelas históricas ‘Crónicas del Renacimiento’ y coautor de la colección de cuentos infantiles ‘El pequeño Leo Da Vinci’. En 2017 publicó el ensayo ‘Leonardo da Vinci: cara a cara’, por el que fue galardonado con el Premio Especial de los 'Premios de Periodismo Científico Concha García Campoy'. En la actualidad, compagina su trabajo como presentador con el comisariado de la exposición ‘Leonardo da Vinci: los rostros del genio’.


Transcripción

00:13
Christian Gálvez. Siempre me ha hecho mucha gracia y me ha dado mucha vergüenza esta parte, porque digo: «¿Por qué aplauden si todavía no he hecho nada, no?». Digo: «Bueno dadme algo de cuartelillo». Muchísimas gracias. Bueno, solo voy a empezar a introducir un poco mi biografía, porque a mí la parte que más me interesa de todo esto es la curiosidad que podéis llegar a mostrar a través de vuestras preguntas, ¿no? Soy Chris, soy un tipo normal al que le gusta hacer cosas que le apasionan. Yo soy de Móstoles. Hice EGB, normal, BUP, normal, me apasionó muchísimo la manera en la que mis profesores transmitían sus conocimientos. De hecho, todavía mantengo amistad con parte del profesorado. Gracias al trato que me dieron mis profesores, quise hacer Magisterio. Cuando estuve en Magisterio, surgió la oportunidad de poder hacer televisión. Después de ese programa de televisión Desesperado club social, surgió uno de los grandes palos de mi vida. Porque después de ganar un premio Ondas, pues resulta que, cuando terminó aquel programa, por motivos políticos, no pude continuar en la televisión. Pensamos que nos iban a llamar de todas partes y no llamó absolutamente nadie, con lo que empecé a trabajar en una juguetería. Después de la juguetería, llegó la oportunidad… Porque sí que es cierto que una llamada te puede cambiar la vida. Durante mi periodo en Desesperado club social, hubo un compañero que trabajó una vez conmigo y, de repente, años después, decidió que: «Oye mira, para Caiga quien caiga, yo conozco a un tipo con el que trabajé una vez». Me llamó y, efectivamente, me cambió la vida, ¿no? Hice Caiga quien caiga durante un par de años también y, al final, bueno pues desde el verano de 2007, me dedico a hacer roscos en televisión. Como habéis podido comprobar, el resumen de mi vida, efectivamente, sí, lo digo con todo el orgullo del mundo y quizá con una leve sonrisa, soy un intruso. Pero un intruso con rigor, con objetividad, con respeto y, por encima de todas las cosas, con pasión. Entonces, quiero hablar de esa parte más bonita, la parte pedagógica, la parte de la democratización de la cultura, ¿no? Me cuesta mucho observar a la cultura en determinados círculos cerrados, yo los llamo los sanedrines, que no permiten democratizar esa cultura, ¿no? Y precisamente de eso me gustaría hablar con todos vosotros, ¿no? Cómo conseguir rescatar de una de las épocas que más me apasionan en esta vida, que en este caso es el Renacimiento, el respeto a la multidisciplina, el respeto a la polimatía.

02:31
Christian Gálvez. Entiendo que, más o menos, la mayoría de los que estéis aquí conocéis la figura de Leonardo da Vinci, ¿no? ¿Podéis levantar la mano? Sin miedo, eh. Creo que el noventa y nueve coma nueve periódico puro conocéis la figura de Leonardo. ¿Cuántos de los que conocéis a Leonardo consideráis que es un genio? Casi el cien por cien de los que habéis levantado la mano al principio, ¿no? ¿Cuántos de vosotros podríais definir la palabra genialidad? ¿Cómo definiría usted la genialidad?

Da Vinci: no hace falta ser un genio para ser genial. Christian Gálvez
Gonzalo. Como curiosidad. Como una curiosidad exponencial.

Christian Gálvez. Una curiosidad exponencial. ¿Cuántos sois ahora mismo aquí? Unos cuantos, ¿no? Lógicamente, el primer motor de estar aquí es la curiosidad. Con lo que igual tengo que aplaudir yo, porque veo muchos genios, entonces, en potencia, ¿no? Es decir, por lo menos se ha atrevido. Es decir, aparte de curiosidad, tiene la valentía. Según nuestra RAE la curiosidad, o sea, la genialidad es aquella capacidad extraordinaria que tenemos cada uno de nosotros en hacer cosas diferentes y dignas de admiración, ¿no? Leonardo era capaz de hacer cosas diferentes, cosas digna de admiración, ¿no? ¿Pero cuántos de vosotros sois capaces de hacer cosas diferentes gracias a la curiosidad? Y es curioso, además, que Leonardo ni se consideraba un genio ni era considerado un genio en la época. Solo Miguel Ángel, Michelangelo Buonarroti, era considerado un genio en la época. Y cuando le llamaron genio, cuando colocó la estatua del David en la Piazza della Signoria en Florencia, le dijeron: «Sois un genio», él respondió: «Si supierais la cantidad de horas que me ha costado hacer esto, no me llamaríais genio». Por lo tanto, estamos hablando de curiosidad, de observación, de sacrificio, de perseverancia… En definitiva, de pasión. Y yo abriría directamente el turno de preguntas, porque creo que me puedo extender mucho más en relación a lo que podáis querer preguntar. Así que, directamente.

04:20
Ángela. Hola, Christian. Me llamo Ángela y soy una estudiante de cuarto de la ESO. Y me gustaría preguntarle por qué se le da tanta importancia a esta etapa de la historia y qué supone el Renacimiento para el conocimiento humano.

Christian Gálvez. Te voy a contar primero lo que no es el Renacimiento, ¿vale? El Renacimiento no es una época de luces que deja atrás, entre comillas, lo que comúnmente se ha denominado el oscurantismo de la Edad Media, ¿no? No es eso sin más. No es un periodo de la historia en el que, de repente, en Florencia dicen: «Vamos a pintar y vamos a esculpir y vamos a diseñar edificios superchulos». Mira, si tenemos en cuenta la historia del universo, de la historia la humanidad, digamos que el Renacimiento es ese periodo de la historia del hombre donde nos sentimos adolescentes. ¿Y por qué digo que nos sentimos adolescentes? Igual te sientes identificada. El Renacimiento es el periodo histórico del ser humano en el que ya no se le hace caso a papá. ¿Quién es papá? Dios. Ya es: «Ha caído un rayo. Uy, papá está enfadado», como en la Edad Media. No, igual hay una explicación científica. Bueno, ¿por qué surge el Renacimiento? Hay muchos factores, porque el Renacimiento, como te digo, no es una época de luces, sin más, en la que se desarrollan las artes. ¿Por qué se desarrollan las artes? Pues suceden un montón de cosas, desde la no celebración del Concilio de Basilea, por culpa o gracias a la peste, que termina celebrándose en Florencia, la invención de la imprenta en 1440 con Gutenberg, la llegada, por ejemplo, de Lorenzo de Médici al poder en Florencia. Eso supone, no sólo un mecenazgo para los artistas, también supone, por ejemplo, la apertura de las primeras bibliotecas públicas. Es decir, que la gente tiene acceso a la lectura. Se traduce, con ello, gracias a Mirandola, gracias a Marsilio Ficino, se traduce a Platón. Hasta entonces, Aristóteles era el único aceptado por la Iglesia católica. Entonces, claro, a la hora de traducir a Platón, surgen las escuelas neoplatónicas, con lo que se amplía ese conocimiento. También surge la parte científica, ¿no? Se empieza a desarrollar y se empieza a valorar la polimatía y la multidisciplina, es decir, la capacidad múltiple que tenían ciertas personas de hacer cosas diferentes, sin ningún tipo de prejuicio. También recordemos que es una época en la que la guerra está muy presente. No solo Francia con el norte del Milanesado. También, desde un punto de vista bélico, se intenta unificar los Estados Italianos por primera vez. España, Francia e Inglaterra ya lo habían conseguido, y los Estados Italianos tardarían trescientos años, ¿no? La guerra también está muy presente. El arte como propaganda económica y política, por ejemplo en Florencia, o también religiosa, como es el caso de los Estados Vaticanos, ¿no? 1492, es que se provoca un cisma en la sociedad y en la religión. Tú ten en cuenta que, claro, a nosotros nos cuentan: «Llegó Cristóbal Colón con la Pinta, la Niña y la Santa María, llega allí, vuelve y dice: “Nueva ruta comercial”». Hasta Colón, unos creían que allí estaba la India, y otros creían que allí había dragones. Sin embargo, cuando vuelve Colón, cuenta que ha visto flora, fauna, territorios y razas de personas que no aparecen en la Biblia. Esto provoca un cisma. ¿Y si Dios no sabe todo? Y empieza el pensamiento, también, científico.

07:23
Christian Gálvez. Está Copérnico, pero recordemos que Leonardo, no es para barrer para casa, pero Leonardo se adelanta veinticinco años a la teoría heliocéntrica. Entonces, surge ese pensamiento crítico. Luego, Carlos I, Carlos V, el saco de Roma… Todo eso es el Renacimiento. No es que la gente practicara arte sin más. Y, dentro de todo ese maremágnum de cosas, surgen los polímatas, surgen los artistas, surge la curiosidad, la autoformación, en qué se quiere especializar cada uno jugando con la transversalidad de conocimientos. Tú me has dicho que estás en cuarto de la ESO, ¿no? ¿Qué edad tienes?

Ángela. Quince años.

Christian Gálvez. Tienes quince años. Yo con catorce tuve que tomar una de las decisiones más importantes de mi vida. Con treinta tuve que tomar otra, pero con catorce tuve que decidir: letras o ciencias. «¿Ya? ¿Va a marcar mi vida ya esa decisión?». Sí, sí, sí, sí. Yo era un zote en matemáticas, pero un zote brutal. Yo recuerdo que, en el último examen de matemáticas, saqué un cero. Cero, pero cero. Además, vino el profesor a pedirme perdón. Sí, sí, no os riais. En plan: «Gálvez, he intentado hacer todo lo posible, pero es que no hay manera». Yo le rogué y le rogué: «Por favor, voy a ir a letras puras, yo voy a hacer latín, griego, historia del arte». «¿Me lo jura?». «Se lo juro, se lo juro, se lo juro. No voy a hacer nada de matemáticas». Me pasó de curso y, efectivamente, hice latín, griego, historia del arte… Pero cuando uno empieza, no a amar el arte, amar a los artistas, la psicología de los artistas, por qué los artistas hicieron lo que hicieron, en el caso, por ejemplo, de Leonardo, se da cuenta de que no se puede estudiar historia del arte sin matemáticas. No solo el Renacimiento, la perspectiva, Alberti, el número pi, proporción áurea… Hablamos del Partenón, hablamos de las pirámides, todo es matemáticas, incluso la música. Entonces, claro, empecé a pensar: «Esta transversalidad de conocimientos, ¿por qué no? ¿Por qué tendemos a ciertas especializaciones? Pero, en ese período, lo que más rescato, y lo que deberíamos rescatar todos en este siglo XXI, es el respeto a la polimatía, el respeto a la multidisciplina. Lógicamente, yo, sobre todo, porque soy una persona que trabaja en televisión. Claro, los que trabajamos en televisión, por ejemplo, no podemos escribir libros. Es curioso ese prejuicio, a veces. A mí, cuando me preguntan: «Bueno, ¿tú a qué te dedicas?». «Bueno pues yo presento y escribo». «Pero, elige una. ¿A qué te dedicas?». «No, a las dos». «Anda ya». O tengo amigos que llegan y dicen: «¿Tú a qué te dedicas». «No, yo soy actor o actriz». «Ya, ya. Pero el trabajo de verdad». «No, me dedico a eso». Entonces, claro, hemos llegado a un momento en el que, fíjate, se nos exige la especialización pero, sin embargo, ya te tocará, todavía tienes quince años, cuando te hagan un contrato, se te exigirá una especialización, pero te pedirán multidisciplina y además no te pagarán por ello. En el Renacimiento uno llega y dice: «Mira, yo soy pintor, escultor, arquitecto, poeta, filósofo, botánico…». Y decían: «Demuéstralo». Y si lo demostrabas, te respetaban para toda la vida. Esa es la grandeza del Renacimiento, esa sincronía de conocimientos, esa transversalidad de las artes y las ciencias.

10:37
Lucía. Hola, Christian. Me llamo Lucía y estudio bachillerato. Tú que eres un apasionado de Leonardo da Vinci y has dedicado muchas horas a estudiarle, ¿qué podemos aprender hoy, quinientos años después, de él?

Christian Gálvez. En el caso de Leonardo, deberíamos, primero, desaprender. ¿Y por qué digo desaprender? Porque hay ciertos conceptos que están instalados en nuestra cabeza por el peso de la tradición, por la psicología de masas, pero que, de repente, deberíamos plantearnos si es verdad. Si es cierto todo lo que nos han contado, sobre todo, porque hay un período romántico en el que se reinterpretan muchas cosas, en el siglo XIX, sobre todo con Leonardo. También con los vikingos, también con los romanos, pero el caso de Leonardo, no solo Leonardo, sino más la productividad suya, La Gioconda. En el caso del romanticismo, en el siglo XIX, surge un cambio demasiado brusco. Ya hemos hablado de la genialidad. Es decir, nosotros le consideramos un genio, pero en siglo XV, en el Quattrocento, Cinquecento, no era considerado un genio, era considerado un bicho muy raro. ¿Qué podemos desaprender? Tenemos ciertos prejuicios, también. Por ejemplo, la longevidad en el Renacimiento. Cuando Leonardo muere, a los 67 años, siempre hay un leitmotiv, que dice la gente: «Y bastantes son para la época, ¿no?». Bueno, es curioso que, por ejemplo, Leonardo murió a los 67 años. No fue noticia por ello. Michelangelo Buonarroti murió a un día de cumplir 89 y tampoco fue noticia por ello. Sin embargo, sí fue noticia Rafael, que murió con 38, porque murió demasiado joven. Segundo, también parece que, destilando un poco la higiene de la Edad Media, también solemos pensar que en el Renacimiento todavía eran un poco cochinos. Es curioso que, en el caso de Leonardo, todas las biografías coetáneas de la época, hablamos del Anónimo Gaddiano, de Paulo Jovio, de Antonio Billi o de Giorgio Vasari. Todos coinciden en algo con Leonardo, que era alto, fuerte, guapo, que se peinaba muy guay y que olía muy, muy bien. Con lo que, también, hay otro prejuicio con respecto a la higiene. Otro es la sexualidad. Cuando hablamos de la sexualidad de los artistas del Renacimiento, automáticamente, nos lleva a pensar: si cogemos al Triunvirato o a la Santísima Trinidad del Renacimiento, que está considerada como tal, a Leonardo, a Miguel Ángel o a Rafael, el sesenta y seis coma seis por ciento de esos tres personajes eran gays. Tenemos un problema, también, en nuestro país. Es decir, por ejemplo, en la figura de Leonardo, hasta el año 75, Leonardo era católico y hetero, según la bibliografía. Desde el 75, Leonardo se vuelve homosexual y ateo. Ninguno tiene la razón. Tenemos que tener en cuenta que, aunque muchos de vosotros consideráis la genialidad como el elemento diferenciador de Leonardo da Vinci, estamos hablando de un tipo que fue iletrado, ilegítimo, disléxico, bipolar y con déficit de atención, y eso no nos lo cuentan. Yo creo que, a la hora de desaprender y volver a aprender, creo que es mucho más fácil, a cualquiera de vosotros que os acerquéis por primera vez a una figura histórica y, en este caso a la figura Leonardo, creo que es mucho más guay arrancar la pátina de genialidad, desbancarle del pedestal y presentar un hombre en carne y hueso, un tipo que fracasó mucho por ser tan raro. En el caso de la sexualidad, pues recordemos que Leonardo practicó el celibato desde los 24 años. Leonardo es acusado injustamente y anónimamente de sodomía, pasa dos meses en su cárcel, su padre vivía a 150 metros como notario de los Médici y no movió ni un pelo para sacarle de allí. Por culpa de ese episodio, Leonardo sufrió dos cosas. Una, la práctica del celibato durante toda su vida. Otro, debido a ese episodio de la acusación de sodomía, la ausencia de la figura paterna en toda su obra. Pero, si nos alejamos un poco de Leonardo y nos vamos a Miguel Ángel… «Pero Miguel Ángel era homosexual. Claro. Escribió poemas de amor a Tommaso Cavalieri». Pero, a veces, la historia nos llega sesgada. Porque, durante la segunda mitad de su vida, escribió poemas de amor a Victoria Colonna. Nada más y nada menos que la mejor poetisa de todo el Renacimiento.

14:24
Christian Gálvez. Claro, es que desde el Renacimiento, también llegan las fake news. Entonces, ¿de Leonardo qué podemos aprender? Gracias a no sé qué, Leonardo, por ser hijo ilegítimo, es decir, nacido fuera del matrimonio, no pudo ni obtener el apellido del padre, de la familia de los da Vinci Fruosino, ni tampoco pudo ejercer la profesión de su padre, la notaría. Al no poder ser notario, claro, empezó con la práctica en el taller de Andrea del Verrocchio. Pero es gracias a ese niño, a ese niño que nunca dejó de preguntarse por qué y para qué, a ese niño que era extremadamente curioso, se convirtió en este tipo que hoy en día, en el 2019, estamos celebrando su quinto centenario. Fíjate, disléxico, bipolar y con déficit atención. Que, a pesar de lo que nos han contado, fue un tipo que se tuvo que marchar de Florencia porque no le querían. Claro, Leonardo cambia el paradigma de la representación de la mujer. Hemos hablado que el Renacimiento también es un periodo de adolescencia humana, pero también es un periodo en el que, gracias a la recogida de las tradiciones griegas y romanas, la mujer se masculiniza un poco. Es decir, tiene cierto acceso al poder, como Lucrecia Tornabuoni en Florencia o en el arte, como, más tarde, Sofonisba o Artemisa. Y el hombre se feminiza un poco. Digamos, la sensibilidad a la hora de generar arte. Pero, en este proceso, Leonardo también busca, desde un punto de vista científico, el alma. Se buscaba desde un punto de vista teológico, pero Leonardo comienza a buscarlo desde un punto de vista científico. Leonardo estaba convencido de que el alma existía, pero no el alma teológica, el alma que residía donde residía el juicio, y el juicio residía donde residía el sentido común, el sensus comunis, aquí. Es aquello que nos permitía estar en perpetuum mobile, en constante movimiento. Entonces, para él, el alma, el anima residía aquí. De hecho, por eso podía vislumbrar el estado anímico de cada una de las personas. Claro, pero Leonardo dice: «Bueno, este chico tiene alma, pero la chica también. ¿Por qué no?». Hasta ese momento, las mujeres eran retratadas según marcaba el Decor Polorum un libro de finales del siglo XV.

16:33
Christian Gálvez. La mujer siempre tiene que estar retratada de perfil, siempre y cuando represente a una mujer, a ella misma. Si interpreta un papel desde un punto de vista teológico o mitológico, ya la mujer puede mirar, pero no es una identidad individual. Claro, el Renacimiento yo creo que es una época en que se le da mucho valor al objeto y, ojo, de vez en cuando, las mujeres, por desgracia, eran objetos. Entonces, cuando un padre entregaba a su hija en santo matrimonio, también entregaba un retrato de esa mujer. Como una especie de dádiva matrimonial, de perfil. Leonardo, cuando le hacen un primer encargo, un primer retrato, es curioso que marca un cisma un retrato en la vida de Leonardo, y marca un cisma al final de la vida de Leonardo, con La Gioconda. Cuando le encargan el retrato de Ginebra de Benci para un matrimonio, él está convencido de que Ginebra también tiene alma, y que no la va a retratar como marca el Decor Polorum, de perfil y con las manos como La Gioconda, indicando que es una mujer casta, noble, pura. No, no. Leonardo lo que hace es que gira directamente la mirada del espectador. Posición tres cuartos, contrapposto y presenta a Ginebra de Benci mirando a su interlocutor, a ese espectador, a quien iba dirigido ese regalo. Claro, esto supone dos cosas: un cisma en la creación artística, pero también que los Médici digan: «Te has pasado de frenada». Claro, porque empezarían a copiar los artistas. Entonces, cuando el Papa le pide a Lorenzo de Médici que le mande a los mejores pintores florentinos para pintar las paredes de lo que será la futura bóveda la Capilla Sixtina, manda a Perugino, a Ghirlandaio y manda Botticelli, pero no envía a Leonardo. Leonardo fracasa en Florencia. Leonardo llega a Milá y se pone a las órdenes de los Sforza y se vende como ingeniero militar. Y Francia invade Milán, y Leonardo no le hacía ascos a los franceses, a los Sforza no les gusta, y se tiene que ir a Venecia. En Venecia llega tarde, porque ya a la caída de Constantinopla, no sirven sus instrumentos subacuáticos de guerra y vuelve a Florencia y compite contra Miguel Ángel, y pierden los dos. Y se van a Roma y en Roma fracasa, porque está Miguel Ángel y está Rafael, y termina huyendo a Francia. Los tres últimos años de su vida. Hoy en día, a eso lo llamamos fuga de cerebros. Fijaos, de lo que nos han contado a lo que te estoy contando yo. No es mi punto de vista, es lo que cuenta Leonardo. Muchas veces, cuando nos apasiona por un personaje histórico, leemos sobre ese personaje histórico, pero no leemos al personaje histórico. Y, en el caso de Leonardo, es una de las personas, una de las cinco personas que más páginas ha escrito en la historia de la humanidad. Fracasó en Florencia, en Milán, en Venecia, en Florencia de nuevo, en Roma y triunfó al final de su vida. Es la historia de un fracasado y la historia de un perdedor. Constante, apasionado y que, al final, a pesar de todo eso, seguimos disfrutando y celebrándolo. Entonces, yo rescataría la historia de un tipo, de un niño, que, a pesar de que murió con 67 años, nunca dejó de ser ese niño que se preguntaba por qué y para qué, por qué y para qué.

19:28
Raúl. Buenas, me llamo Raúl y me gustaría preguntarte sobre los inventos que se le atribuyen a Leonardo, como el paracaídas, el tenedor, la servilleta… Quería saber, pues eso, qué parte es de realidad y qué parte es leyenda.

Christian Gálvez. Ahora es el momento en el que uno tiene que explicar la diferencia entre el Leonardo inventor y el Leonardo científico. ¿Y por qué te digo esto? Porque es que el cincuenta por ciento de las cosas que dicen que inventó Leonardo, no los inventó. Y las otras las inventó y no terminaron de funcionar muy bien. Esta es la parte negativa, pero me gusta deconstruir para volver a construir. Es decir, porque hay una imagen ya asentada en nuestro imaginario, por decirlo de una manera. En el caso de Leonardo, ¿por qué digo esto? Porque Leonardo dominó catorce ramas del saber. Una era el arte. Y, sin embargo, se estudia en historia del arte solo. ¿Y las otras trece? Y, además, un tipo transversal. Es decir, hablamos de un Leonardo que estudiaba hidráulica y el movimiento de las aguas para poder representar mejor el pelo ensortijado de una mujer. Siempre buscaba esa esa transversalidad. Os voy a poner un ejemplo. Entre Leonardo y Miguel Ángel, nos encontramos con los dos tipos, a grosso modo, de inteligencia: inteligencia expansiva e inteligencia concentrada, ¿vale? Una no es mejor que la otra. Son dos maneras diferentes de hacer las cosas. Voy a empezar con Miguel Ángel, inteligencia concentrada. ¿Por qué? Porque los dos eran polímatas: pintores, arquitectos, escultores, poetas, etcétera, etcétera, etcétera. En el caso de Miguel Ángel, nos encontramos con un claro ejemplo de inteligencia concentrada. ¿Por qué? Porque todo su saber iba enfocado a una misma cosa, a la fuerza. En su obra, lo vemos. Cuando hablo de la fuerza, no hablo de la fuerza física, no hablo de vigorexia. Hablo también de la fuerza intelectual y de la fuerza psicológica. Miguel Ángel cambia la historia porque decide cambiar el cómo. Una cosa es el qué y otra cosa es el cómo. ¿Tenéis en mente el David de Miguel Ángel más o menos? Más o menos, ¿no? La tradición escultórica de principios del Quattrocento, si nos remontamos a Donatello, nos remontamos al maestro de Leonardo, Andrea del Verrocchio, encontramos con que el David siempre se representa de la misma manera: un joven, imberbe, con un casco, con una espada y, normalmente, se representa con la cabeza de Goliat bajo sus pies. Es decir, representan al Rey David, al David victorioso. Miguel Ángel cambia el cómo. Es decir, va a representar al que se convertirá en el símbolo de la ciudad de Florencia. Además, es curioso porque, hoy en día, está la réplica. El original está en la Galería de la Academia, pero la réplica está donde estuvo realmente el verdadero David, y mira en una dirección muy concreta, mira hacia Roma, el enemigo. Cuidado, vosotros sois Goliat, pero acordaos de David, ¿no? Lo que él cambia es cómo se cuentan las cosas, esa inteligencia concentrada. Y, en este caso, lo que representa es el momento en el que David tiene que tomar una decisión: ¿se enfrenta con el bicharraco o no? Que nunca antes nos lo habían contado así. Esa es la inteligencia concentrada. En el caso de la inteligencia expansiva de Leonardo, sucede todo lo contrario. Es decir, él cuando estudia cosas, lo que hace es ampliar el abanico, pero busca la transversalidad de los conocimientos. Leonardo se tiró entre quince y veinte años estudiando el vuelo de las aves. ¿Para qué? Porque estaba convencido de que el hombre podía volar. Hasta que, definitivamente, se dio cuenta de que la fuerza motriz de nuestros brazos nunca podría llegar a imitar el aleteo de los pájaros y cambió de idea. Se fue a los murciélagos y dijo: «Oye, que igual podemos planear». Inventó el ala delta. Quinientos años después, Bob Kein, siendo un niño, vio la película de El Zorro, vio el ala delta de Leonardo y se inventó a Batman. Ahora bien, ¿inventó el ala delta Leonardo o lo inventó Ibn Firnas en el siglo XIX en Córdoba? ¿Por qué? Porque Leonardo era científico, y una máxima de la ciencia es trabajar a hombros de gigantes. Es decir, yo miro lo que han hecho los demás, recojo los fallos, recojo los aciertos y continuamos esa investigación. Y eso es lo que hacía Leonardo. Paracaídas ya existían, pero que funcionaran no. Sin embargo, mira, te voy a dar una buena noticia. Si entras en YouTube y pones «Leonardo Parachute 2000», vas a encontrar con que un paracaidista profesional, en el año 2000, tuvo el valor de lanzarse con ese paracaídas. Recordemos: cuerda, lino y madera; y se lanzó y funcionó.

23:50
Christian Gálvez. Los tanques o los carros armados ya existían en la Edad Media, tampoco llegaban a funcionar, pero el de Leonardo tampoco. Porque uno, siguiendo los planos de construcción de ese carro armado, se da cuenta de que el tanque solo giraría trescientos sesenta grados, nunca avanzaría en línea recta. Y, así, un montón de cosas. Hasta el hombre de Vitrubio lo copió como diseño. Sí que es verdad que él, estudiando a Vitrubio, siglo I antes de Cristo, el arquitecto de Julio César. Sí que es verdad que encontró la solución al problema, pero el dibujo es una copia. Pero la mejoró. Entonces, encontramos con que es un Leonardo, no inventor, un Leonardo científico que utiliza sus conocimientos científicos para aplicarlos a la invención, que es diferente. Ahora, te daré una buena noticia: inventó la servilleta. Claro, hasta Leonardo, sí que es verdad que la corte, por ejemplo, de los Sforza se limpiaba las manos con las pieles de conejos en las mesas. Y Leonardo llegó a escribir: «Se debería inventar un trozo cuadrado de tela reutilizable para poder limpiarnos, porque parecemos unos cerdos, aquí, con la piel de conejo». Entonces, ¿hace eso menos grande a Leonardo? No, para nada. Porque, si uno observa el imaginario u observa la mente poliédrica de Leonardo, se da cuenta de que el tío da igual, el tío lo intentaba una y otra vez. Claro, Leonardo también decía: «Los tipos geniales inventan grandes cosas, los trabajadores las terminan». Entonces, claro, él diseñaba bocetos espectaculares que luego no se podían llevar a la práctica, pero es muy grande. Para uno de mis últimos trabajos literarios, encargué un análisis grafopsicológico de Leonardo. Solo te voy a decir el resumen: una gran olla a presión de creatividad. Eso es lo que dice su letra quinientos años después, pero mola. Bueno, a mí me mola mucho.

25:37
Pilar. En tu último libro, nos hablas sobre La Gioconda. ¿Quién era esa mujer? ¿Sonreía, no sonreía? Estamos siempre con esa duda que siempre está latente. ¿Nos podrías hablar sobre ello?

Christian Gálvez. Lo importante es conocer por qué es importante el retrato. La cara, el rostro, los rasgos faciales se estudian desde los tiempos de Aristóteles. Digamos que Aristóteles ya escribe un tratado de fisonómica, lo que más tarde se conocería como fisonomía, que luego quedaría con Lavater, en el siglo XVIII, bastante obsoleta, porque surgiría la morfopsicología. Luego llega la psicología facial, luego llega la sinergología y luego el estudio de las microexpresiones. Todo esto desde un punto y desde un ámbito científico barra psicológico, ¿no? ¿Por qué es importante el rostro, reconocer esas facciones? Ya hemos hablado de Leonardo. La búsqueda científica del alma, que estaba aquí, y gracias a ese anima, el estado anímico de las personas. Por lo tanto, es muy importante el estudio de la cara. Lógicamente, ya hemos hablado de cómo Leonardo provocó un cisma en la historia del arte girando a la mujer, cómo representa a la mujer mirando de frente al espectador. De hecho, Leonardo es un leitmotiv en toda su obra. Hemos hablado de la ausencia de la figura paterna, pero también de los estudios fisonómicos. Leonardo otorga personalidad a cada uno de los personajes que representa. Y, en el caso de La Gioconda, es la sublimación de ese inicio. Es decir, empieza su vida artística, su gran vida artística, con el retrato de mujer y termina con el retrato de una mujer. ¿Qué pasa con La Gioconda? Lo que creo que deberíais conocer es que La Gioconda no es la gran obra de Leonardo o, al menos, así lo consideran los escritores en la época. Cuando hablamos de Anónimo Gaddiano, de Paulo Jovio, de Antonio Billi… todos coinciden en algo: la gran obra maestra de Leonardo era La última cena. Es decir, cuando contratan a Leonardo para combatir con Miguel Ángel, después de plantar allí el David, es porque viene de hacer La última cena, que es la que todo el mundo avala. Es decir, el rey Luis de Francia, cuando invade Milán, dice: «Oye, ¿podemos recortar esta pared —cinco metros por ocho— y llevárnosla Francia?». No, hombre, no, rey, no podemos. Al final, se terminarían llevando a Leonardo. En este caso, Francisco I. La Gioconda no era nada, era un retrato sin más.

27:56
Christian Gálvez. ¿Qué pasó con La Gioconda? Que existen cinco evidencias históricas, cinco piezas que, además, no se ponen de acuerdo. Tenemos, desde Antonio de Beatis, a Vespucci, tenemos a Cassiano dal Pozzo, Giorgio Vasari o Antonio Billi. Cinco evidencias históricas que demuestran que Leonardo pintó a una mujer. Unos dicen que era Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo. Otros dicen que nunca pintó a Lisa Gherardini, que a quien pintó fue el marido, a Francesco del Giocondo. Otros dicen que pintó a una dama florentina de cuya identidad no sabemos nada. Otros dicen que pintó a una tal Gioconda, una jocosa, una dama que sonríe. Y, ya, en el siglo XVII, Cassiano dal Pozzo la lía parda directamente, porque dice: «No, no. Leonardo pintó a Lisa Gherardini, pero también pintó a una tal Gioconda». Cinco evidencias y ninguna vinculante, todas discrepantes. ¿Qué pasa con La Gioconda? Que La Gioconda no era un cuadro famoso. Es decir, La Gioconda es fruto de una campaña de marketing cuando no se conocían las campañas de marketing. ¿Esto qué quiere decir? Estábamos hablando del siglo XIX, el Romanticismo. ¿Qué sucede en el siglo XIX? Ya lo hemos comentado, la unificación de los Estados Italianos, el Risorgimento. ¿Y esto qué conlleva? Sentimiento patriótico, anhelo nacionalista y la recuperación de los seres patrios: Dante, Petrarca, Miguel Ángel, Rafael. «Oye, ¿y Leonardo? Pero Leonardo no está, ¿dónde está?». «Está en Francia. Es que, más o menos, le echamos». «Ya, bueno, pero era italiano». «Pero está en Francia». «Pero tenemos La última cena. Todos los biógrafos coetáneos alaban La última cena». Ya, pero, dicen los franceses: «Nosotros tenemos La Gioconda». «No, La última cena». «No, La Gioconda». «No, La última cena». Y los poetas románticos franceses e italianos generan un duelo intelectual artístico para ver quién es más leonardista. En este caso, La última cena vuelve a convertirse en obra suprema. Pero La Gioconda vuelve convertirse en femme fatale, y a Leonardo lo convierten en un genio. ¿Cuándo se provoca ese cisma? En 1911. En 1911, Vincenzo Peruggia, un antiguo trabajador del Louvre, decide que, al pasar por delante de La Gioconda, La Gioconda, que estaba en un pasillo y que nadie iba a verla, dice: «No, yo miré —declaración a la policía— no, yo miré a La Gioconda, y La Gioconda me miró y me dijo: “Por favor, sácame de aquí y llévame a Italia”, y yo, claro, me lo pide La Gioconda, y yo me la llevo». Miró, miró, cogió La Gioconda, se la metió debajo del abrigo, y hasta nunqui. Él, cuando llega a Florencia y se la entrega a la Uffizi, los directores de la Uffizi dicen: «Esto no es ni legal ni moral. Devolvemos La Gioconda a Francia». Y gana Francia. Claro, La Gioconda no termina siendo depositada donde estaba. Se le da una sala porque han ganado la guerra intelectual y artística. Habrá gente que diga: «Bueno, lo que estás contando es pura ciencia ficción». A los futboleros, ¿quién ganó el último Mundial? Francia. ¿Cómo celebró Francia el Mundial? Con una imagen de La Gioconda con la camiseta de Francia. ¿A quién le molestó? A los italianos. ¿Qué ha pasado cuando el Museo del Louvre ha pedido alguna obra a la Uffizi, de Leonardo, para conmemorar el quinto centenario? Que le ha dicho: «Hasta nunqui». O sea, la guerra sigue vigente hoy en día, sigue vigente. De hecho, los franceses generaban colas para ver el vacío que había dejado La Gioconda. O sea, iban a ver el vacío de un cuadro que nunca habían ido a ver. El psicoanálisis estudia esto, ¿no? La añoranza del objeto perdido. Fijaos, es decir, la fama de La Gioconda se la inventan. Todo esto, sin saber a quién representa. Es decir, por las anotaciones que nos llegan, podría ser Lisa Gherardini o Isabela Gualanda, Isabella d’Este, Pacifica Brandano, incluso Caterina da Vinci. Podría ser cualquiera de ellas.

31:45
Christian Gálvez. Lo importante es que sepáis que, ya lo he comentado al principio de la charla, que el peso de la tradición y la psicología de masas deposita sobre nosotros determinadas cosas que, automáticamente, damos por verdaderas. Ya sabéis que los vikingos no tenían cuernos, al menos en los cascos. Los romanos no jugaban con los pulgares, se inventa en el XIX, se potencia con Gladiator. o se hacían «yugular», ese tipo de cosas. Porque, en definitiva, quién es la Gioconda qué más da. Creo que lo importante es, no La Gioconda ni a quién representa La Gioconda, sino la giocondolatría, qué genera La Gioconda. Hablamos de la sonrisa, ¿no? Me has dicho: «¿Sonrisa o no sonrisa?». ¿Sonríe La Gioconda o es un defecto de la no restauración? Porque nosotros no observamos La Gioconda que pintó Leonardo. Leonardo no pintó una Gioconda ocre, marrón, amarillenta… Pintó una Gioconda de vivos colores. Pero, claro, si restauras y limpias La Gioconda, uno: pierdes mucha pasta. Todo el periodo que está fuera de exposición pierdes dinero, y hay gente que paga solo la entrada para ir a hacerse un selfie con los doscientos turistas que delante de La Gioconda y largarse. Y luego matas al mito, matas al icono, matas a la femme fatale. ¿Sonríe o no sonríe? Si sonriera, hay que tener en cuenta si es una sonrisa de felicidad o una sonrisa de postureo, eso que tanto se lleva ahora. En IG, en Instagram, es muy fácil saber si ríen. Es decir, cuando se estudia comunicación no verbal, cuando se estudia sinergología o las microexpresiones, si tú tapas la boca a tu interlocutor y sonríe con los ojos, estás viendo una sonrisa sincera, una sonrisa de felicidad. Si no, puede ser una mueca de cortesía, de protocolo. ¿Te haces una foto? Sí. «No me apetece», o «Sí, claro que me la hago», ¿no? O si sonreímos solo de un lado, estamos indicando desprecio y soberbia, ¿no? «Yo no sé si sonrío o no», no. Lo que es importante es lo que provoca la giocondolatría y todo el espíritu leonardiano. Y que, cada vez que miremos algo de él, espero que ojalá después de esta charla, cada vez que miréis algo de él, por lo menos, os provoque cierta sonrisa, pero porque os ha inspirado algo de curiosidad. Creo que eso es lo más bonito. Pero la identidad me la guardo para mí, de momento. Porque sería una opinión demasiado subjetiva y, como estamos hablando de educación y, sobre todo, de transversalidad de conocimientos y de la curiosidad como ese motor de pasión, te invito a que seas curiosa.

34:03
Sofía . Hola, Christian. Mi nombre es Sofía y me gustaría hacerte una pregunta. Cuando hablamos del Renacimiento, nos vienen siempre a la cabeza imágenes de hombres. Sin embargo, nos cuesta muchísimo recordar figuras femeninas. ¿Nos podrías hablar del rol de la mujer en el Renacimiento?

Christian Gálvez. No es que nos cueste recordar figuras femeninas, es que no nos las cuentan. El problema es por qué no nos las cuentan. Yo suelo decir, en este momento, que, al final, la historia la cuenta los hombres, ¿no? Voy a poner de ejemplo a Giorgio Vasari. Giorgio Vasari, conocido como el primer cronista o historiador de arte, más o menos, eso dicen. Este hombre lo que hace es recoger, de la tradición oral, de la gran tradición oral y de la breve tradición literaria, las vidas de los grandes personajes que hicieron grande el Renacimiento. Él no lo llama Renacimiento, lo llama Rinascita. La palabra «Renacimiento» surgiría siglos después. Este tipo lo que hace es alabar a todos y cada uno de los hombres que fueron grandes como artistas en el Renacimiento italiano, en el Quattrocento y en el Cinquecento. Si son florentinos, espectaculares, de entre los centenares de vidas que tiene, una mujer, Propercia de Rossi. Si tú lees la biografía de Leonardo, de Miguel Ángel, de Rafael, de Botticelli, del Verrocchio… grandes dones llueven del cielo, por parte de los dioses, para otorgar la genialidad a cada uno de los maestros del Renacimiento. Cuando lees la biografía de Propercia de Rossi, lamentándolo mucho, dice algo así, no son palabras textuales, pero el resumen es: casi era tan buen artista como en las labores de casa. Y, gracias al esfuerzo, consiguió hacer arte. Es complicado. Es complicado. Te está molestando, pero es lo que dice Vasari, no lo digo yo. Lo que creo que hay que hacer es justicia. He nombrado, por ejemplo, a Lucrecia Tornabuoni, desde el punto de vista del poder. Pero, aparte de Tornabuoni, aparto aparte de Sofonisba Anguissola, que llegó un poquito después, Artemisia Gentileschi… Hubo un montón, Nogarola. Hubo un montón de mujeres, Vitoria Colona, el amor platónico de Miguel Ángel. ¿Por qué no se cuentan? Cuando hablamos de la Reforma, de la Contrarreforma, siempre hablamos de hombres. Pero, claro, una gran líder fue Victoria Colona. Pero, claro, las mujeres hicieron grande el periodo conocido como Renacimiento, hicieron grandes a los artistas, como Isabella d’Este, hicieron grandes, como musas, a los artistas. Hubo un montón de mujeres que hicieron grande ese Renacimiento. Y te he mentido, siempre viene un nombre a la mente, uno, Lucrecia Borgia, puta y envenenadora. Siempre que leemos sobre Lucrecia Borgia, siempre, dicen lo mismo. Bueno, es un punto de vista, igual y más, ¿no? Pero, sí, creo que es una gran injusticia. A día de hoy, todavía sigue siendo una gran injusticia. Repetimos los mismos errores.

37:03
Esther . Hola, Christian. Me llamo Esther y soy estudiante. Fui estudiante de Bellas Artes, ya he terminado. Y siempre me ha llamado la atención del arte contemporáneo que se ha perdido esa interacción entre la obra artística y el espectador sin ningún mediador. ¿La opinión propia del arte del Renacimiento nos falta un poco, hoy en día?

Christian Gálvez. Claro que falta, pero los objetivos son diferentes. Es decir, cuando hablamos de arte contemporáneo, existen espacios expositivos que se llaman museos. Existe un público que tiene la necesidad de culturizarse, mediante pago de entrada o no, pero que tiene esa necesidad de saciar su apetito intelectual visitando un museo, ¿no? Aprendiendo, no solo arte, historia, técnicas, conservación, restauración, etcétera, etcétera, etcétera. Pero, ¿qué sucede en el Renacimiento? Que no hay museos públicos. Recordemos que, con la llegada de Lorenzo de Médici, se abren esas primeras bibliotecas públicas. Es decir, la gente, no todo el mundo, pero la gente ya empieza a tener acceso a la cultura, la literatura. En el caso de los museos, sin ir más lejos, Florencia, claro, es Giorgio Vasari el que se encarga de la galería de los Uffizi. Giorgio Vasari tiene ocho años cuando Leonardo se muere. Y lo comentado al principio, es decir, el arte se utiliza como propaganda. Es decir, el arte existe porque existen los mecenas. El que paga, exige. Ya puede ser en un contrato matrimonial, ya puede ser como símbolo de una ciudad o ya puede ser para deleite personal en una colección privada. De hecho, en el Renacimiento se estudian las figuras de la anamorfosis, que en el caso de Leonardo está muy presente. Cuando disfrutábamos, en la Galería de los Uffizi, de La Anunciación, la que esta considera la primera obra en solitario de Leonardo cuando abandona a Andrea del Verrocchio. La Anunciación, el ángel que aterriza y le da la buena nueva a la Virgen, en este caso. Leonardo ya, de repente, la parte teológica se la pasa por las narices. Es decir, prescinde de las típicas alas de ángel y le pone unas alas de un pájaro. Pero en el caso de, digamos, si hablamos de la morfología o de la anatomía de la Virgen, está mal construida desde un punto de vista realista. Es decir, el brazo derecho de la Virgen tiene una posición que, anatómicamente, es incorrecta. Pero, claro, tú, en la Galería Uffizi, estás mirando de frente ese cuadro. ¿Ese cuadro está diseñado para mirarse de frente? Entonces, nos tenemos que plantear desde dónde, ¿cómo sabemos lo que Leonardo quería representar en ese cuadro? Leonardo, Miguel Ángel, Rafael… Si los que mandaban eran los que pagaban. Es decir, habría que preguntarle a los que ordenaron la obra de arte. Sin embargo, la anamorfosis consiste en colocarnos en un punto de vista muy determinado, y la obra coge la forma que debería tener. Es decir, cuando uno se pone de manera diagonal, con la obra en un lado o en otro, la obra, desde un punto de vista anatómico, cobra sentido. Entonces, eso nos lleva a pensar: ¿esa obra estaba pensada para estar colgada en un pasillo? Digamos, es un punto en el que no podemos admirar el conjunto de la obra de frente, sino que, o cuando vamos o cuando venimos, podemos disfrutar de esa obra. Por lo tanto, el discurso, es que no es un discurso del artista, es un discurso del que paga. Leonardo, cuando intentó, en este caso, ser libre, no se lo permitieron. O Miguel Ángel. Recuerdo que cuando… Esto viene en las crónicas. Cuando Piero Soderini, gonfalonero vitalicio de Florencia, encarga esa figura del David, y van a colocar el David, antes va al taller de Miguel Ángel, mira, la está mirando, y dice: «Tiene una nariz un poco judía, ¿no?». Sí, sí, esto es real. Claro, tened en cuenta que Miguel Ángel, en el jardín de San Marcos de los Médici, estudió el Midrash, la Cábala, etcétera. Y si nos fijamos en la bóveda de la Capilla Sixtina, en la bóveda, no en El juicio final, no aparece ninguna figura cristiana, son todas judías. Luego, ya, con El juicio final, incluiría, no sólo figuras cristianas, también a Caronte, por ejemplo, en la laguna Estigia. Entonces, claro, la nariz del David es judía. ¿Qué hizo Miguel Ángel? Subió y, como estaba muy alto, cogió un poquito de polvo de mármol, hizo que tallaba un poco la nariz, soltó el polvo, cayó al suelo y, cuando bajó, le dijo Piero Soderini: «Ahora sí. Ahora es una nariz cristiana». Se había quedado igual que estaba. Es una anécdota muy curiosa, pero que nos permite conocer quien lanzaba el mensaje. Si el artista o el patrón o el mecenas.

41:38
Marc. Hola, Christian. Soy Marc. Has comentado que Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, parecen ser los tres ases del Renacimiento. ¿Para ti cuál sería el cuarto as de la baraja?

Da Vinci: no hace falta ser un genio para ser genial. Christian Gálvez
Christian Gálvez. Es que no tengo claro que sean los tres ases. Es decir, se les conoce como tal. El Tríptico, la Santísima Trinidad, el Triunvirato del Renacimiento, pero, claro, es que no juegan en la misma liga. Por ejemplo, Botticelli fue redescubierto muchos siglos después. Y, luego, las Tortugas Ninja se equivocan. Donatello no tenía que estar ahí, tendría que estar Botticelli, no Donatello. Ahí se equivocaron y metieron la pata. Además, los roles están cambiados. Pero, no lo sé, no lo sé. Es que, fíjate, si hablamos solo de arte, me quedaría con Miguel Ángel y con Rafael. No me quedaría con Leonardo., ¿sabes? Es que a Leonardo lo ubicaría en otro lado. Entonces, me cuesta mucho decir. Pero, voy a rehuir la pregunta, sobre todo, porque vivimos, ahora, en una sociedad en la que, constantemente, nos obligan a decidir. Y cuando decidimos y nos quedamos en un lugar neutro, significa que estamos a favor del contrario siempre. Es decir: «¿Tú qué eres, de derechas o de izquierdas? ¿Pero de la nueva o de la antigua? ¿Del Madrid o del Barça? ¿Eres ateo o eres creyente? Desinteresadamente, muchas veces, se busca el conflicto cuando nos posicionamos. Lógicamente, aquí no vamos a tener ningún tipo de conflicto si yo digo que prefiero a Andrea del Verrocchio antes que a Donatello. Pero, ¿por qué no incluir a Brunelleschi? ¿Por qué no incluir a los grandes maestros, a Giotto, a Piero della Francesca, a Fra Angélico? Es que hay tantos. Claro que, sin ellos, no hubiesen existido los otros. Entonces, es muy difícil, así que te diré que no tengo ni idea, no me quedaría con ninguno y no acotaría. Creo que mi opinión es tan válida como cualquier otro. Me quedaría con Leonardo pero como prototipo de hombre universal, como prototipo de hombre transversal, no como artista. Como artista creo que pintaba mejor Rafael, pero es tan subjetivo.

43:39
Ignacio. Hola, Christian. Yo me preguntaba cuál es el trabajo u obra de Leonardo da Vinci que más te atrae o más llama tu atención.

Christian Gálvez. Dos, es que te voy a decir una, directamente, que es La última cena, pero comienzo por otra y termino con La última cena. Porque, claro, con el tema de la exposición y tal, analizando las pinturas que yo quería contar y bajo las cuales yo podía contar episodios biográficos de Leonardo, me encuentro con La Virgen de las rocas, que no sé si la ubicáis, sí hay gente que sí ubica La Virgen de las rocas, que hay dos versiones. La primera versión me llama mucho la atención por varios motivos. Primero, lógicamente, por la ausencia de la figura paterna, que ya lo hemos comentado. Bueno, partiendo de la base de que Leonardo no hace absolutamente caso al encargo que le hacen que es Virgen, niño, un tríptico y dos ángeles a los lados. Pinta lo que le da absolutamente la gana. En este caso, pinta a la Virgen, al arcángel Uriel, Gabriel, el Louvre no se pone de acuerdo, el niño Jesús y el niño San Juan Bautista, ¿no? Prescinde de la figura paterna. Vemos otro de los leitmotiv de Leonardo, la androginia en el ángel. No sabes muy bien… De hecho, el dibujo preparatorio es una mujer. O sea, no sabes si es hombre o es mujer. Pero lo que me llama mucho la atención es que ese episodio no aparece en la Biblia. Es decir, la escena representada en La Virgen de las rocas no aparece en la Biblia, aparece en los evangelios apócrifos, descubiertos en 1945, escritos en copto. Entonces, me llama la atención desde un punto de vista teológico. Porque, claro, le encargan algo que no se llegó a descubrir. Entonces, no sé de dónde proviene la información para que Leonardo pinte eso. Y, en el caso de La última cena, que es la verdadera obra de Leonardo que más me llama la atención. No es por la tradición bibliográfica que ya hemos comentado con nuestra compañera maestra, sino porque, gracias a un episodio que yo tuve en noviembre del 2009, yo me acerqué a Leonardo por primera vez. Mira, recuerdo que yo estaba en Milán realizando unos anuncios para una marca de sofás. Entonces, yo me fui con mi representante para allá y rodamos unos anuncios. Los rodamos demasiado pronto y teníamos tiempo como para poder disfrutar de la ciudad. Entonces, dijimos: «Bueno, vamos a ver qué hacemos. Porque no voy a volver en la vida a Milán. ¿Qué se me ha perdido en Milán? Ahora claro que sí, trabajo constantemente entre Florencia y Milán. Pero eso yo entonces no lo sabía. Entonces, todavía destilaba en el ambiente Dan Brown, El código da Vinci. Ahí estaba el cenacolo en Santa María delle Grazie, La última cena de Leonardo. «Uy, ¿y si vamos allí y vamos a ver si de verdad está María Magdalena pintada allí?». «Venga vamos». Claro, no sabíamos, por aquel entonces, te estoy hablando de noviembre del 2009, que para entrar en el cenacolo en Santa María delle Grazie, en el refectorio, hay que comprar la entrada con, más o menos, dos meses de antelación. Pero no lo sabíamos. Entonces, llegué allí chapurreando en inglés, no hablaba, por aquel entonces, italiano. Intenté convencer a la persona encargada de las entradas, por favor, que me vendiera una. Pero, me decía, vamos, muy firmemente que no se vendían entradas. Llegué a un punto, hasta que quise sobornarla. No lo conseguí. Al final, de tan pesado que me volví, me dijo la encargada muy cortésmente: «Mira, la única oportunidad que tienes de entrar a ver esto sin entrada, es que ahora, a las seis y cuarto que viene el último grupo, les haya fallado alguien y te vendan la entrada». Dije: «Bueno, pues espero. Si no queda tampoco mucho». Total que me quedé. Entonces, vi llegar al último grupo y vi a la guía que está dando indicaciones con las entradas. Y me acerqué y le dije: ¿No te sobrará alguna entrada, tal?». Empezó a mirar: «Pues me sobra una». Total que dije: «Vale, entro». ¿Habéis estado en el refectorio? ¿Alguien ha estado viendo La última cena? Tú llegas a la plaza de Santa María delle Grazie, entras al refectorio. Entonces, hay un hall. Entonces, el hall, aquí está la, digamos, no la taquilla, es la oficina donde está la persona que te encarga las entradas que tú hayas comprado previamente. Giras a la derecha, hay un pasillo, una sala de espera, una persona en una puerta, en unas rejas, que te pica la entrada, giras a la izquierda, se abre una puerta de cristal blindado, entran veinticinco personas, se cierra la puerta, se abre la siguiente puerta, entran veinticinco personas, se cierra esa puerta, giras a la izquierda y está la última puerta. Todo este recorrido, yo, como buen español que no me conoce nadie, dando codazos para colocarme el primero. Ya que se van a abrir las puertas, ya que he conseguido entrar, que no podía entrar, digo: «Yo entro el primero». Claro, miro a la izquierda tenía a la guía. Y hay un momento que le digo: «Perdona, que no te he pagado la entrada. Dime cuánto es y te lo abono», y dice: «No, no te preocupes». Yo: «Insisto, por favor». Y me dice: «No, de verdad, si es que nos ha costado un euro». Y digo: «¿Un euro?». Y dice: «Sí, sí, claro. Es que somos un grupo de educación especial». Hago así, y me doy cuenta de que de las veinticinco personas que íbamos a entrar, veintitrés tenían Síndrome de Down. Tres personas en silla de ruedas, y yo como un auténtico capullo, me he dedicado a dar codazos a todo el mundo para poder entrar primero. Y, en ese momento, se abren las puertas. A la izquierda, la guía, a la derecha, una niña rubia, así alta, italiana, con Síndrome de Down que me miraba sonriendo. Me da la mano, da el primer paso, y en el refectorio, giras a la derecha… a la izquierda hay otra pintura a la que nadie hace mucho caso. Y tenemos La última cena, cinco metros por ocho. Se acerca conmigo y, durante los quince minutos que duró la visita, la niña ni me soltó las manos ni me dejó de mirar sonriendo. Y, durante esos quince minutos, no dejé de mirar a esa niña. Y la primera vez que entré a ver La última cena, no vi La última cena. Yo no había tenido oportunidad de ver si está María Magdalena o no está María Magdalena. Yo estaba enamorado de aquella niña, me había quedado prendado de ella. Entonces, empecé a leer a Leonardo. No sobre Leonardo. Quería formarme mi propia opinión y empecé por el Leonardo anatomista. Hoy en día, en mi exposición, hay dos personas con Síndrome Down trabajando como jefes de sala. Yo nunca digo «discapacitados», di «capacitados».

49:29
Darío. Hola, Christian. Mira, me preguntaba… Tengo tres niños en casa que te admiran, entonces, no se pierden tu programa y han escuchado mucho tus vivencias de en torno al estudio que has hecho sobre Leonardo da Vinci. Mi pregunta es más qué te ha aportado a ti Leonardo da Vinci en tu vida personal, en tu vida diaria por decirlo así y que me permita a mí llegar a mi casa hoy y decirle a mis hijos: «He conocido a alguien que vosotros admiráis y es una persona que aplica esto en base a un estudio que ha realizado sobre un personaje muy grande en la historia de la humanidad».

Christian Gálvez. En primer lugar, no soy nadie que te pueda dar un consejo. Es decir, no puedo cargar con la responsabilidad de tener que decirte a ti cómo tienes que educar a los chavales. Si tengo la autoridad pertinente, que no la tengo, pero si la tuviera, te diría que no te quedaras con lo que yo he estudiado, que te quedarás con la experiencia. Para mí, la educación reglada es imprescindible. Pero, a partir de ahí, lo que marca la diferencia es la autoformación, la curiosidad. Y que no le cuentes a tus chavales que ese tipo al que admiran porque ven en la tele, se dedica durante mucho tiempo a estudiar la figura de Leonardo y es muy listo y sabe mucho. No. Quiero que te quedes con que es un tipo que ha fracasado mogollón, que le han llamado intruso un montón de veces, que no por eso se rinde y que, a pesar de eso, no deja de hacer cosas que le apasionan. En definitiva, que es un tipo como ellos, de carne y hueso, y que disfruta muchísimo con lo que hace. Pero no sé si tengo el derecho a decirte eso. Así que diles lo que tú quieras. Pero creo que si te alejas de: «Mira cuánto sabe», a «Mira cómo lo sabe», creo que es mucho más bonito. Porque lo importante, también, es cómo se lo digas. No es que de igual el qué le vayas a decir a tus hijos o no cuando llegues a casa, sino cómo se lo vayas a decir. Y, entonces, como aquí hay profesores, me gustaría rescatar un experimento que se hizo en los años 60 para contar la importancia del cómo, desde un punto de vista educativo a unos niños que admiran o no a determinados personajes.

51:37
Christian Gálvez. En la década de los 60, recordemos que en la década de los 60 está el movimiento hippie, surge Kennedy, mueren un montón de personajes históricos desde Walt Disney a Marilyn Monroe, al Ché Guevara. Supuestamente, el hombre llega a la Luna. Llega a la Luna. Están los Beatles, con esos cortes de pelo. Pero, sin embargo, también está el auge del racismo, Ku Klux Klan. Matan a Martin Luther King. Claro, era la noticia: han matado a Martin Luther King. Y uno de los niños, en este caso una niña, sois más curiosas, pregunta por qué han matado al rey. Por qué han matado a King. Y claro, en ese momento, Jane Elliot decide arriesgarse. No tiene por qué hacerlo, pero, a pesar de que algunos sectores de la Academia, esos sanedrines que no permiten democratizar la cultura, podrían haberla señalado, como señalaron a Leonardo en su tiempo, decide hacer un experimento, decide ser transgresora, decide cambiar el cómo, el qué es. Señoras y señores el racismo es malo, es sentido común, somos iguales. Pero, claro, decide cambiar el cómo, y hace un experimento: ojos marrones y ojos azules. Divide la clase en dos y decide que aquí se van a sentar los niños y niñas con los ojos marrones, y aquí los niños y niñas con los ojos azules, y les dice a los niños de los ojos marrones que se ha descubierto que, genéticamente, son superiores, que son mucho más listos que sus compañeros de los ojos azules. Hasta hace unos minutos, habían jugado juntos, se habían abrazado juntos, habían hecho deberes juntos, y, sin embargo, con esa frase —un experimento seguido por los padres al otro lado de un espejo, de un cristal— los niños con los ojos marrones empezaron a mirar con aires de superioridad a sus compañeros. Acababan de estar jugando, hicieron un examen y sacaron mejores notas. Disfrutaron de más tiempo de recreo, y ellos bajaron las notas. Al día siguiente, la profesora, con esa transgresión, con ese cambio del cómo se dicen las cosas, decidió pedir perdón, porque decía que se había equivocado el día anterior, que los niños y niñas de los ojos marrones no eran superiores, que eran los niños y niñas de los ojos azules. Ellos se venían abajo. Ellos, de repente, empezaron a mirar con aires de superioridad a sus compañeros, cuando el día anterior habían sacado peores notas y habían disfrutado de menos recreo. El último día, llegó y dijo: «Tengo que pediros perdón», «¿Por qué?», «Porque me equivoqué. Porque ni los niños y niñas de ojos marrones ni los niños y niñas de ojos azules sois superiores los unos a los otros, sois todos iguales». Se levantaron y se fundieron en un abrazo. Años después, Jane Elliot visitó a ciertos alumnos de ese experimento, y había desaparecido cualquier rastro de racismo. Tú decides, no solo el qué le quieres contar a tus niños, sino también cómo se lo quieres contar.

53:59
Pilar. Cuando estudiamos a los grandes genios del Renacimiento, a Rafael, a Leonardo, siempre nos fijamos en sus grandes obras de arte, pero nos acordamos, casi nunca, de sus fracasos. ¿Nos podrías hablar sobre alguno de estos fracasos de estos grandes genios?

Christian Gálvez. Si no me equivoco eres maestra.

Pilar. Sí.

Christian Gálvez. Nos vamos a Historia del Arte, facultad, Renacimiento, asignatura, un semestre. Es muy complicado hablar de todo el Renacimiento en un semestre. Entonces, claro, para hablar de Leonardo, de Miguel Ángel y de Rafael, lo que podemos hablar es de sus aportaciones artísticas. No da tiempo a contar todo. No da tiempo a contar la situación política, económica, religiosa, etcétera. Porque qué se está hablando de arte, pero creo que cuando se habla de arte, no se puede hablar de arte, sin historia. No se puede hablar de arte sin economía, sin matemáticas, sin religión. No se puede hablar de arte sin religión. ¿Y por qué estoy constantemente defendiendo esa transversalidad de conocimientos en la pedagogía? Porque hace más de treinta mil años, cuando nacíamos como especie, hacíamos arte, pintamos bisontes en las cuevas. Y, cuando miramos hacia arriba, hace seis mil años, y veíamos el espacio e intentábamos comprenderlo, qué había allí y qué no había, ¿qué es lo primero que hicimos? Dibujar constelaciones, que no existen. Pero para comprender lo que había más allá, para comprender la ciencia, utilizábamos el arte, dibujábamos figuras. Entonces, desde el principio de los tiempos está la transversalidad de los conocimientos, está la incesante curiosidad del ser humano. Y, dentro de esa curiosidad, el fracaso es lo que nos forma como personas. No el fracaso, sino también cómo afrontamos ese fracaso. Y estamos acostumbrados a que… Voy a recoger algunos titulares. «Nadal pierde contra Djokovic. ¿Está acabado Nadal?». «Carolina Marín no gana el Mundial, ¿está acabada?». Es la segunda mejor del mundo, es que es plata. Pero es que somos especialistas en ensalzar, y luego, usar y tirar. Creo que no se enseña a gestionar el fracaso. Creo que no se enseña. Creo que hay un punto de humillación y, muchas veces, el ser humano, desde un punto de vista psicológico, creo que pierde más tiempo en utilizar sus energías en señalar y criticar lo mejor y lo peor de los demás, antes que utilizar esa energía en hacer cosas que le provocan satisfacción, y la satisfacción está en el camino. Siempre está en el camino, no está en la meta. Pero se nos enseña que es la meta. «No estudias eso, que no hay salida», «¿Pero y cómo lo sabes? Si faltan cinco años». Yo recuerdo cuando le dije a mis padres: «Quiero ser profe». «Pero, bicho raro. ¿Profe? Si hay un excedente de profesores. Estudia telecomunicaciones que es el futuro». «Pero yo quiero ser profesor. Me encantan los peques. Quiero hacer Magisterio, primaria». No llegué a terminar la carrera, pero todo el conjunto de mis compañeros, mi promoción, acabó la carrera. Justo tres años después, había sobresaturación de ingenieros en telecomunicaciones y faltaban profesores. No podemos saber lo que va a pasar. Lo que hay que hacer es lo que nos apasiona, porque en eso marcamos la diferencia. No estudies lo que te digan, estudia lo que tú quieras. Y si en mitad del camino te das cuenta de que eso no es de lo que quieres ejercer, déjalo. «Ya, es que he perdido…». No, has ganado, al revés. Te has dado cuenta de lo que no quieres hacer, y seguro que algo de ese conocimiento puede generar la suficiente sinergia con otro para ser mejor. Entonces, el fracaso es un paso y un elemento fundamental para ser mejores personas, para ser mejores profesionales y, por encima de todas las cosas, para ser más felices.

57:50
Gonzalo. Hola, Christian. Soy Gonzalo. Nos has retratado un Leonardo da Vinci con TDA, bipolar… Entonces, en esta educación actual donde ya empieza a ver el sistema español que empieza a ir hacia las competencias. ¿Qué crees que nos diría a los profesores, al sistema educativo, Leonardo da Vinci para potenciar que no se pierdan esos Leonardos da Vinci en el camino?

Christian Gálvez. Claro, hoy en día, no hacemos con los chavales lo que hacían con Leonardo: «Sal al campo y juega. Sal campo y disfruta. Sal al campo y observa, experimenta, fracasa. Permítete el fracaso. Permítelo». Y yo creo que eso es lo que nos diría, que disfrutemos de la experiencia, que sin la experiencia no somos nada, que si sólo nos quedamos en lo que nos cuentan, matan o podan o seccionan nuestra capacidad de ir un poco más allá. Que la clave está la pasión, tanto del que enseña, como del que aprende, y en la curiosidad por encima de todas las cosas. Y fruto de esa curiosidad, hay una frase maravillosa, que con esa cerró su último códice Leonardo da Vinci: «Yo creo que aquí lo dejo, porque se me enfría la sopa». Y, fíjate, a raíz de esto, para terminar, fíjate, Leonardo, cuando no es aceptado por los Médici, en 1481, decide enviar una carta a Ludovico Sforza. Estamos hablando de 1481, en unos Estados Italianos en los que cambiar de Florencia al Ducado de Milán era como cambiar de país, hoy en día. Al final, terminan contratándole como músico y como organizador de eventos. Leonardo llega a Milán y le encargan una boda, una boda en el Ducado de Milán para los Sforza, a pesar de que era artista. Os cuento esto por la importancia del cómo, desde el punto de vista pedagógico. Leonardo decide que, en la boda, lo que va a realizar es la tarta más grande del mundo en el Castello Sforzesco, una gran plaza abierta en el Castello Sforzesco, y decide que va a hacer la tarta más grande del mundo. Claro, Ludovico Sforza le dice que la tarta tiene que ser muy grande, cuidado, que son trescientos los invitados que van a asistir a esa boda. Y dice Leonardo: «No, no, no. No me habéis entendido. La tarta va a ser tan grande, que la boda se va a celebrar dentro de la tarta. Y cuando termine la celebración os vais a comer la polenta endurecida como postre». Le tildan de loco. Contrata a los mejores arquitectos, a los mejores pasteleros, a los mejores cocineros, a los mejores artistas para diseñar esta tarta. Se pone a trabajar sobre ella, y la termina. Al día siguiente, justo el día que se va a celebrar ese enlace nupcial, Leonardo llega el primero. Y, cuando llega a ese palacio del Castello Sforzesco, encuentra que el banquete ya ha tenido lugar. «¿Pero cómo es posible si las boda es esta tarde». Todas las alimañas de la ciudad se habían zampado la tarta. Había ratas, pájaros, todo lleno de polenta endurecida por ahí tirada, esparcida. ¿Qué hizo Leonardo para solventar ese episodio? Se piró, se largó. Lo dejó todo allí, tenía miedo. No tenía plan b, y lejos de hundirse ante el fracaso, se pone a trabajar, se pone a investigar, se pone a curiosear. Y se pone a trabajar, a trabajar, a trabajar, y cuando termina el trabajo, convoca otra vez de nuevo a la ciudad de Milán. Ludovico Sforza mosqueado, el grueso de la ciudad de Milán: «Mira, mira», le señalaban por la calle: «Mira, mira. Por ahí va Leonardo, ese genio de Florencia que, cuidado, que no sabe dar de comer a trescientas personas». Y cuando va a presentar su último trabajo, dice: «Ciudadanos de Milán, todos aquellos que me señalabas por la calle diciendo: “Mírale, por ahí va, que no sabe dar de comer a trescientas personas”, os digo ahora: “¿Cómo no voy a ser capaz de dar de comer a trescientas personas, si soy capaz de dar de cenar al hijo de Dios?”», y presentó La última cena. ¿A vosotros que os han contado? ¿Que está María Magdalena en La última cena, o que Leonardo fracasó, fracasó y fracasó y que, gracias al fracaso, no solo obtuvo un éxito, sino que ese éxito fue tan grande que eclipsó el fracaso? Nos han contado otra cosa. Nos han contado que hay personajes tan excelentes que son inalcanzables, y yo pienso que no es verdad. Pienso que, a través de la curiosidad, la observación, el sacrificio, la perseverancia y la pasión, podemos ser como Leonardo o Leonardo como nosotros. De hecho, fijaos, curiosidad, habéis venido. Observación, habéis atendido. Perseverancia, seguís conmigo. Sacrificio, igual a estas horas tendríais algo que hacer. Pero creo que algo nos une a todos hoy aquí, y es la pasión por ser mejores personas y, por encima de todas las cosas, por ser más felices. Gracias.

Da Vinci: no hace falta ser un genio para ser genial. Christian Gálvez