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Cuatro ingredientes en mi mochila de la vida

Edurne Pasaban

Cuatro ingredientes en mi mochila de la vida

Edurne Pasaban

Alpinista


Creando oportunidades

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Edurne Pasaban

La vida de Edurne Pasaban contiene dos historias: la de una infalible mujer alpinista, capaz de escalar las catorce montañas más altas de la Tierra; y la de una niña tímida, poco sociable y enfermiza. Dos caras de una misma moneda que encontraron la solución en las montañas: “El alpinismo me hizo sentir libre, me enseñó el valor de la amistad y me permitió elegir mi propio camino”, explica.

Pasaban fue la primera mujer del mundo en escalar los 14 ochomiles. Un hito deportivo que significó la conquista de una cumbre tras otra, pero que en la vida real significó encontrar muchas piedras en el camino: perdió a grandes amigos, tenía la sensación de no encajar y cayó en una depresión que le cambió la vida.

Su historia va mucho más allá de sus impresionantes hazañas deportivas, es una historia de superación frente a los miedos y dudas que todos podemos tener en la vida. Tal como ella misma explica: “Al final, he escrito yo cada página del libro de mi propia vida”. Se considera afortunada, porque añade: “Creo que eso es lo más grande que le puede suceder a una persona”.


Transcripción

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Edurne Pasaban. ¡Gracias! Bueno, hola a todos. Soy Edurne Pasaban, soy alpinista, soy la primera mujer en el mundo que consiguió las catorce montañas más altas de la Tierra, lo que le llaman los catorce ocho miles, y vengo a contaros un poco el viaje de mi vida. El viaje de aquellos diez años que duró escalar las catorce montañas más altas de la Tierra. Fueron diez años muy intensos en los que creo que me formé como alpinista, seguro, pero sobre todo me formé como persona. Al principio fui miembro de muchas expediciones, luego lideré mis propias expediciones y así fueron pasando los diez años. Puede haber algún paralelismo entre la vida de Edurne Pasaban como alpinista en aquellos diez años y nuestras vidas, y sí que hay. Hay muchísimo paralelismo, seguro, y lo veréis, con vuestra vida diaria, como vida personal y como profesional también, seguramente, ¿no? Bueno, yo siempre digo que yo tuve un sueño. Me planteé un reto en mi vida que era intentar escalar e intentar vivir de lo que me apasionaba, que era el himalayismo y el alpinismo. Y siempre, quizás, podría decir que lleva una mochila detrás mía, cargada con una serie de ingredientes que creo que me han llevado a tener éxito, no solamente para subir los catorce ocho miles, sobretodo éxito de hacer lo que a mí me apasionaba, escalar montañas.

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El primer ingrediente es la ambición. Creo que tenemos que tener ambición en la vida, en el buen sentido de la palabra ambición, pero hay que tenerla. A veces nos suena la palabra ambición como un poco fuerte. ¿Por qué digo que nos suena un poco fuerte? Porque… por lo menos donde yo he crecido, en el ambiente que yo he crecido en mi casa, parece ser que el ser ambicioso sonaba mal o era malo ser ambicioso. O sea, yo creo que no es malo tener ambición. No es malo pensar en los catorce ocho miles. No es malo pensar: «¿Por qué no? Algún día quizás pueda vivir de esto», pero sí que es verdad que vivimos en una sociedad que a veces nos cuesta, y creo que no es malo ser ambicioso. El segundo ingrediente que iba en mi mochila era el afán de superación, el querer hacerlo cada vez mejor o, por lo menos, superarme. Para hacer catorce montañas de 8.000 metros hice veintiséis expediciones en diez años. Lo cual, haced cálculos, de esas 26 expediciones muchas veces llegué a casa sin haber hecho la cumbre, cuando hacías la cumbre y llegabas con éxito aquí a casa, en el aeropuerto, te esperaba todo el mundo. Los medios de comunicación, la tele y hacían eco de tu éxito. Cuando volvías y no habías hecho cumbre, no te esperaba nadie, nadie. Bueno, no miento, me esperaba mi madre, que siempre esperaba incondicional con su ramo de flores, haya hecho cumbre sí o no.

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Pues volvías a casa, y digo: «Pues algo tendré que hacer, ¿qué puedo aprender de esta experiencia que no he hecho cumbre?», ¿no? ¿Sabes lo que nos cuesta a todos? Nos cuesta mucho ponernos enfrente a un espejo y decir: «¿Qué es lo que puedo cambiar o qué es lo que puedo mejorar para la próxima vez?». Yo tenía una lista con catorce montañas de 8.000 metros. Si yo de una volvía sin la cumbre, sin haber llegado a la cumbre, decía: «La próxima vez tengo que volver a escalar esa montaña y si no cambio algo, si no lo hago mejor, si no entreno más, si no soy capaz de darme cuenta qué es lo que ha fallado en esta expedición, no voy a aprender», pues eso es el afán de superación. El tercer ingrediente que va dentro de mi mochila es tener hambre por el éxito. ¿Qué quiere decir esto? Que nos tenemos que creer, que nos lo tenemos que creer, que somos capaces de hacer y esto nos cuesta, nos cuesta muchísimo. La primera vez que fui al Himalaya a intentar escalar una montaña de 8.000 metros era en el año 98. Aquella primera vez que fui al Himalaya yo no subí a aquella cumbre, no subí a aquel ocho mil. Y volví al año 99 e intenté otra vez otro ocho mil y tampoco subí. Y volví el año 2000 y tampoco subí. Tres veces al Himalaya, con todo lo que aquello suponía, y no hacía cumbre. La gente de mi entorno me decía: «Venga, ya está. Bueno, Edurne, ya lo has intentado y ya está. Ahora céntrate y haz otra cosa. Pero ya lo has intentado». ¿Sabéis por qué volvía?

¿Cuál es la montaña más difícil de tu vida? Edurne Pasabán, alpinista
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Volvía porque cuando yo me daba la vuelta a veces siete mil, otras veces a ocho mil metros, cuando estaba allí y me daba la vuelta, yo ya sé, y nosotros ya sabemos la sensación que tenemos. Ya sabemos que esforzándonos un poquito más, seguramente, vamos a poder llegar la próxima vez a esa cumbre. Por eso volvía, porque yo ya sabía que podía conseguirlo. Por eso pienso que nos lo tenemos que creer. Y la parte más importante de la mochila creo que tiene que ir cargada de una cosa que creo que es imprescindible, es la pasión. Creo que sin pasión difícilmente hubiera escalado los catorce ocho miles, y sin pasión seguramente muchas de las cosas que hacemos no las haríamos. Os decía, en el año 98 fue la primera vez que pude ir por primera vez al Himalaya, pero yo empecé a escalar a los catorce años en un club de montaña en mi pueblo. A los quince años ya estaba yendo a los Alpes a escalar el Mont Blanc. A los dieciocho o diecinueve había ido a los Andes a escalar montañas de seis mil metros, y así. Yo siempre digo, y doy las gracias, y entonces no me di cuenta, a mis padres. Yo me acuerdo que a los catorce años, no, a los quince años, cuando pedí a mis padres para ir a los Alpes, no os penséis que fui con mis padres, en mi casa no había alpinistas, me fui con cinco chicos del club de montaña en una furgoneta y aquellos no les conocían tanto a mis padres.

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Digo yo: «Qué valientes mis padres que dejan ir a una hija con quince años a los Alpes, quince días con cinco tíos». Por eso creo que siempre les doy las gracias a mis padres, porque ellos fueron de alguna manera los que me brindaron la oportunidad de hacer algo que me apasionaba. Mi madre nunca se arrepiente porque yo hasta los catorce años era una niña supertímida. Era una niña que tuve muchos problemas al nacer. Estuve enferma hasta los seis años, muy dependiente de mis padres. Muy. Luego muy dependiente de mis profesoras y dependiente de dos amigas que tenía. No me relacionaba con nadie. Y en la montaña encontré algo muy importante: la libertad. Encontré la libertad de tomar las decisiones por mí y dice mi madre que a los catorce años cambiaron a su hija, que no es aquella hija que tuvo hasta los 14 años. Así empecé a hacer alpinismo, empecé a hacer montaña, se me abrió un mundo nuevo y allí me fui en el año 98, con apenas veintitrés años, por primera vez, a pisar o a intentar pisar la cumbre de una montaña a ocho mil metros. Para cualquier alpinista, para cualquier persona que amamos el monte, ir a conocer los Himalayas es lo más, lo más, el sueño. Año 2001, por fin, en mi cuarto intento a una montaña de ocho mil metros, hago cumbre en el Everest. Mi primer ocho mil fue la montaña más alta de la Tierra, el Everest.

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En aquel momento yo tenía veinticuatro años, veintipocos, y trabajaba en una empresa, en una empresa familiar. Yo estudié Ingeniería, de profesión soy ingeniero industrial, trabajaba la empresa familiar y siempre, cada vez que iba a una montaña a ocho mil metros, tenía que pedir dos meses de vacaciones. El primer año, el año 98, cuando a mi padre le dije que quería dos meses de vacaciones, me dijo: «¡Qué bien!», orgulloso el señor. El segundo año, cuando le volví a pedir otros dos meses, ya no le pareció tan bien. Y el tercer año, pues para nada le pareció bien que pidiera otros dos meses para irme al Himalaya. Y cuando subí al Everest, en el año 2001, mi padre me dijo: «Edurne, tienes que decidir qué es lo que quieres hacer en tu vida, si quieres trabajar en la empresa familiar o si quieres dedicarte a la ingeniería, o quieres dedicarte al alpinismo y escalar montañas». Obviamente sabéis lo que elegí, ¿no? Pues eso, escalar montañas. Siempre digo lo mismo, hay un proverbio antiguo que dice: «Quien tenga que elegir entre dos caminos, que escoja siempre el camino del corazón». Y eso es importante. Es importante que os escuchéis aquí, que escuchéis qué es lo que queréis hacer, porque esto nos va a guiar, porque cualquier camino que elijáis no va a ser fácil, porque trabajar en la empresa familiar y como ingeniero no era fácil. Pero dedicarse a un deporte tan minoritario como el alpinismo y dedicarse profesionalmente a eso tampoco iba a ser fácil. Pero si la decisión la habéis tomado desde aquí, el camino va a ser mucho más llevadero, con todas sus dificultades y sus buenos momentos. ¿Y sabéis qué es eso? Eso es la pasión. Por eso pienso que la mayor parte de nuestra mochila tiene que ir llena de pasión hagamos lo que hagamos.

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Os decía, el año 2002 fue un año muy bueno. Dos ocho miles, dos cumbres. Año 2003 un año muy bueno. Tres ocho miles en el mismo año. Pero no os engañéis, o no nos engañemos, la vida no es así de fácil. Hay momentos buenos y hay momentos no tan buenos. En el año 2004 yo tuve la gran oportunidad de ser miembro de una expedición muy importante, una expedición de ‘Al filo de lo imposible’, que entonces era un programa donde se hacían muchas cosas de aventura y me invitaron para ser miembro de una expedición de ‘Al filo de lo imposible’, a una montaña que creo que es, hoy en día después de haber hecho los catorce ocho miles, la más difícil del mundo, el K2. No fue una expedición fácil, y tampoco fue una decisión fácil, porque realmente si os digo la verdad, en aquel año 2004 yo había hecho seis montañas de ocho mil metros, pero el K2 no entraba dentro de mis planes. ¿Por qué no? Porque yo había leído que era la montaña más difícil del mundo. Yo había leído que la gente que iba allí, de cuatro personas que llegaban a la cumbre, solamente bajaban con vida tres al campamento base y decía: «Yo no estoy preparada para esto. Es verdad, me gusta el Himalaya, hago ocho miles, pero yo no tengo el nivel para ir al K2». Pero cuando te dicen que puedes tomar parte de una expedición tan buena como la de ‘Al filo’, con los mejores alpinistas que teníamos entonces en España, algunos ahora todavía activos, digo yo: «Es una gran oportunidad».

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La vida nos da oportunidades. Algunas las vamos a tener que ir a buscar nosotros y otras nos van a venir como en esta ocasión. Cuando yo me enfrenté al K2 en el año 2004, por supuesto que tenía miedo, muchísimo. Me acuerdo un periodista dos días antes de salir, ¿sabéis lo que me dijo? «Edurne, ¿tú ya sabes que no hay ninguna mujer viva que haya subido a la cumbre del Everest y haya bajado con vida?». Y digo: «Muchas gracias por la información, te la podías guardar, que esto me anima mucho para ir a esto que me enfrento en los próximos tres meses». Yo fui al K2 en el año 2004. Os puedo decir que hay un antes y un después en mi vida desde el K2. Estoy segura que todos tenemos un K2 en nuestra vida. Y al enfrentar montañas como el K2 podemos coger dos roles, ¿sabéis? Un rol es el rol de víctimas, ¿y cómo somos las víctimas? Somos personas, y me meto dentro del saco, que decimos: «No, cómo voy a ir al K2, pero si todo el mundo que va al K2 tiene problemas y encima con aquella gente que eran tan buenos alpinistas, ¿cómo voy a ir con estos?». Podemos coger otro rol, el de protagonistas y el de decir: ¿Por qué no voy a intentarlo? Voy a entrenar más que los años anteriores, pero yo voy al K2 porque esto es una oportunidad». Por eso creo que al enfrentar montañas como el K2, al enfrentar nuestros K2, tenemos que tener ese rol de protagonistas.

¿Cuál es la montaña más difícil de tu vida? Edurne Pasabán, alpinista
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Es decir, aquella expedición no fue fácil. Yo de aquella expedición volví con congelaciones. La bajada se complicó muchísimo, el descenso de la cumbre, y como consecuencia de aquel descenso a mí me amputaron dos dedos en los pies. Yo tenía 31 años y me empecé a plantear muchas cosas y muchas preguntas en mi vida. A los 31 años me preguntaba: «Edurne, ¿qué estás haciendo con tu vida? Alpinismo, pero de esto no vives. No te puedes dedicar profesionalmente a esto porque en esto no se gana dinero para vivir. Tienes 31 años, acabas de perder dos dedos en los pies», y empezaba a mirar mi entorno y decía mis amigas con 31 años, estaban casadas, tenían hijos, habían estudiado una carrera y todas tenían más o menos su vida orientada. Y yo no, yo escalaba, iba a ocho miles, trabajaba en la hostelería cuando volvía de las expediciones cuando estaba en España, y al año siguiente organizaba otra expedición y volvía. Entonces empecé a hacerme un montón de preguntas y no tenía respuestas para aquellas preguntas a los 31 años. Y caí en el agujero más negro que una persona puede caer, un agujero que no conocía, en una enfermedad que es muy complicada. Sufrí depresión, estuve enferma por depresión durante un año.

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Si veis mi carrera deportiva, empieza con la primera cumbre en el año 2001, termina con la última cumbre en el año 2010, pero el año 2006 no hay ningún ocho mil dentro de mi carrera deportiva. ¿Por qué? Porque Edurne Pasaban está cuatro meses en un hospital y si alguien me dice cuál es mi montaña más difícil, la respuesta ya la sabéis: el salir de una depresión, de una enfermedad que para mí era tan desconocida. Para mí y para mi entorno. No fue fácil salir de ahí. Fue un año muy complicado. He visto la muerte más cerca aquí que en el Himalaya. Pero creo que de todo se sale con ayuda. Creo en los médicos, que son los que me ayudaron a salir en el año 2006 de allí. Creo en la medicación y, sobre todo, en la familia y los amigos, que al final la gente que te quiere es la que te saca y te ayuda a salir de allí. Aunque para ellos también era tan desconocido y tan sorprendente que yo estuviera donde estaba. Así, en aquel proceso, año 2006, tirando para adelante como podía y en el año 2007 mis compañeros de expediciones, que siempre diré que lo mejor que he tenido en mi vida es la gente que he tenido alrededor.

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Sí, mis equipos eran todos gente profesional que se dedicaba al alpinismo y muy buenos alpinistas, pero sobre todo sabéis lo que eran, eran buena gente, buenas personas y en el mundo hay que rodearse de buena gente y de buenas personas. Gente que cuando estás en esta situación te saque de donde estás, y eso yo lo tenía. En el año 2007 mis compañeros dijeron: «Déjate de tonterías y vamos a volver al Himalaya». Imaginaros en la situación que estaba, volver al Himalaya era lo último. ¿Por qué? Porque yo culpaba a la montaña de mi situación. La culpaba de que yo no tenga una vida como los demás. Yo no soy como mis amigas. A mí me gusta la montaña, pero claro, cuando vengo aquí no tengo nada de lo que tienen los demás. Un amigo mío me dijo: «Edurne, tú igual no eres como todos los demás. Tú eres diferente, pero yo ya sé dónde eres feliz y tenemos que volver al Himalaya». Y así me organizaron una expedición en el año 2007 para ir a una ocho mil al Himalaya, y costando pero me fui. Me fui al Broad Peak, es uno de los catorce ocho miles, con amigos de verdad, con amigos con los que había empezado a escalar a los catorce años. Y allí vi la luz. Allí me di cuenta que aquello era lo que a mí me gustaba, que yo no era como todo el mundo, pero que yo era feliz haciendo lo que hacía. Y es entonces cuando vuelvo en el año 2007 del Broad, es el momento que pienso en los catorce ocho miles. Hasta entonces no había pensado en terminar las catorce montañas. Por eso siempre digo que los catorce ocho miles para mí no son solamente catorce montañas, son mucho más. Son aquel camino que yo elegí, aquel camino que elegí desde aquí, que era diferente a los demás, sí, pero era el que me hacía feliz.

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Si alguien, después de todo esto me preguntara ahora: «¿Ha merecido la pena?». ¿Mi respuesta sabéis cuál es? Sí, claro que ha merecido la pena. He hecho lo que me apasionaba. He conocido gente increíble, hay momentos difíciles y momentos muy bonitos, pero sobretodo he escrito yo mi libro de vida y he elegido yo cada capítulo de ese libro, y creo que es lo más grande que le puede pasar a una persona. ¿Cambiarías algo? No, seguro que no. ¿Habré hecho cosas mal? Sí, pero he tenido la capacidad de aprender de ellas. Por desgracia me ha tocado perder a gente muy cerca y lo que he aprendido es que la vida pasa muy rápido, muy, muy rápido. Nunca sabes qué va a pasar mañana y mi objetivo es que ese tiempo que estemos aquí seamos felices. Y esa es la clave. Ser felices y vivir la vida intensamente. Gracias.

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Paula. Hola, Edurne. En tus expediciones seguro que has vivido momentos en los que has sentido miedo, incluso que has visto que te estabas jugando la vida. ¿Cómo te has enfrentado al miedo en esas situaciones?

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Edurne Pasaban. Gracias. Bueno, el miedo es un sentimiento que está constante cuando vas a escalar una montaña, ¿no? Siempre he dicho que el miedo no es mal compañero, es muy buen compañero si sabes gestionar ese miedo bien, porque el miedo que tenía a escalar un ocho mil como puede ser el K2 o el Annapurna, unas de las dos montañas más difíciles de los catorce, te hace estar atento de las avalanchas, de lo que va a pasar, de cómo vas a planificar su vida y muchas cosas. Creo que puede ser muy buen compañero. Pero por supuesto que el miedo hay que saber gestionarlo, porque ese miedo te puede bloquear, y te puede bloquear y te puede paralizar. Y lo importante es que ese miedo no se convierta en pánico. Yo recuerdo el año 99, estaba en una expedición al Everest. Entonces no iba al Everest toda esa gente que va ahora. Y recuerdo perfectamente estar a ocho mil trescientos metros donde está el último campamento del Everest. Y yo y mi compañero italiano estábamos a ocho mil trescientos pasando la noche para poder salir a la mañana siguiente a la cumbre del Everest. Aquella noche, aquel día anterior a esa noche, habían hecho cumbre dos personas en el Everest y solamente aquella noche, aquel atardecer, había llegado una de ellas al campamento tres, a los ocho mil trescientos. La otra se había quedado por el camino. Por la noche nos llaman desde el campamento base por «walkie talkie» y nos dicen: «Esta persona no llega, mañana a la mañana, por favor, cuando amanezca…», estoy hablando de las cinco o cinco y media de la mañana, «…¿podéis salir para arriba por encima de ocho mil trescientos metros a buscar a esta persona?», yo y mi compañero italiano dijimos que sí. Amaneció y tiramos para arriba, subimos nada, cien, ciento cincuenta metros, y allí, a lo lejos, a unos doscientos metros nuestra, vemos a esa persona bajar.

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Le hicimos señales que estábamos aquí, que veníamos a ayudarle y en un momento dado, en cuestión de segundos, esa persona desapareció. Cayó dos mil metros. Yo era la segunda vez que iba al Himalaya. Era la primera vez que me encontraba a ocho mil trescientos metros y era la primera vez que veía una cosa como esta en el Himalaya. En aquel momento, todavía se me ponen las manos así, el miedo que te produce… Me acuerdo que me empecé a bloquear y a llorar como una histérica a ocho mil cuatrocientos metros. Cogió mi compañero y ahí donde estaba me dio dos buenas tortas y me dijo: «Ahora no es momento de esto. Ahora nosotros tenemos que bajar. Ahora nosotros tenemos que llegar hasta el campamento base». Ahí aprendí que había que saber hasta dónde y cómo gestionar aquellas cosas.

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Mario. Buenas, Edurne, hace tiempo vi que en una entrevista hablabas sobre la fuerte depresión que tuviste y me pareció muy valiente que lo mencionases y que lo hayas mencionado antes. A raíz de ello me gustaría, si te parece bien, que nos comentases qué aprendiste en esa depresión y qué consejo le darías a las personas que están pasando por una situación similar a la que tú pasaste. Muchas gracias.

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Edurne Pasaban. Gracias a ti, Mario. Dices que soy valiente porque lo cuento, ¿no? Y mucha gente me dice también que a ver por qué lo cuento, sobre todo gente quizás muy cercana me dice esto. Primero, porque pienso que puede ayudar, porque pienso que puede ayudar, porque es una enfermedad que es un tabú y ese tabú está haciendo que perdamos mucha gente, porque no hablamos de la depresión y creo que es una enfermedad más que está presente en nuestra sociedad, que nos toca, por desgracia, muy cerca, muy cerca a mucha gente. A mucha gente. Y cuanto menos hablamos de ello es mucho más desconocida y no vamos a saber cuándo llega. Porque cuando yo caí en la depresión en el año 2006, mi madre pensaba que estaba triste, que estaba triste simplemente porque en aquel momento me había, que es verdad, el detonante fue una ruptura sentimental, pero mi madre nunca se imaginaría a lo que llegó aquello. Entonces, si tú hablas con naturalidad de la depresión y de la enfermedad, quizás, tengamos más conocimiento para identificar más casos como el mío. Yo y estoy aquí, pero yo he intentado quitarme la vida tres veces. ¿Qué aprendí? Aprendí a no tener vergüenza. Aprendí a contar las cosas como son y poner las cosas encima de la mesa y la realidad, porque todo el mundo puede pensar que Edurne Pasaban era una «superwoman» porque escalaba montañas, porque ya empezaba a estar en la prensa, pero Edurne Pasaban era como todo el mundo.

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Edurne Pasaban era una persona que cuando volvía del Himalaya y se ponía los domingos a la tarde en su sofá de su casa haciendo zapping, llorando como una loca, decía yo: «Todo el mundo pensará que yo soy la pera, y mira cómo estoy». Entonces, que aquí todo el mundo somos iguales, iguales. Y nos puede pasar esto a todo el mundo. Aprendí a no tener vergüenza, a pedir ayuda. A pedir ayuda. Y eso es importante en esta enfermedad y en todo. Que no nos avergoncemos, que digamos: «Estoy mal» o «Tengo esto» porque creo que nos puede ayudar mucho. Lo que pasa es que en la sociedad que tenemos, decir que tengo una depresión o que estoy enferma, o que a mi hija la han ingresado en un psiquiátrico, pues nos cuesta, pero no. A mí me dolía aquí algo en la cabeza y el alma. Aquí. A otros, les duele el pie, a otros otra cosa. A mí me dolía aquí, ¿por qué este dolor tiene que ser diferente al que tienen otros en otras partes del cuerpo? Es el mismo, es el mismo. Aprendí a eso, aprendí a pedir ayuda y a no tener vergüenza.

26:33
Tina. Hola, Edurne. Hace un par de años fuiste madre por primera vez. Me gustaría que nos contaras, como madre, qué valores del alpinismo te gustaría inculcar a tu hijo.

26:46
Edurne Pasaban. Gracias, Tina. Pues sí, es verdad. Hace tres años cumplí, creo que uno de mis sueños que tenía o una cosa que tenía superclaro que quería ser y vivir la experiencia de ser madre. Siempre digo que es mi decimoquinto ocho mil y, además, es para siempre, porque los catorce ya se quedaron en el Himalaya. Y si quiero vuelvo o no, pero este está en casa todos los días y que sea así. ¿Y qué valores me gustaría inculcar a mi hijo del alpinismo? Pues bueno, lo primero es que para conseguir las cosas hay que esforzarse y que no tire la toalla. Hay que tener tesón. Es verdad que a veces, por la sociedad que vivimos y por los momentos que vivimos, a veces da ganas de dejarlo todo no tirar para adelante. Pero que sea constante y que tenga tesón. Y que si tiene algún sueño, que lo persiga, que lo persiga hasta el final. Y la mayor cosa, o el mayor valor que creo que quiero que aprenda mi hijo, es que sea humilde y que sea buena persona, y que respete a la gente y que sea buena gente.

¿Cuál es la montaña más difícil de tu vida? Edurne Pasabán, alpinista
28:04
Alexis. Edurne, ¿podrías darnos algunos consejos de cómo mejorar la autoestima en los jóvenes?

28:11
Edurne Pasaban. Creo que tenemos que aprender más a ser nosotros mismos, a creer en nosotros, a mirar más dentro de nosotros y no mirar tanto al exterior, porque a veces hacemos cosas, y me incluyo, por agradar a todos los demás o por ser como nos lo piden. Y cada humano, y cada persona, y cada individuo, es un individuo independiente, con sus sentimientos, con sus emociones, y creo que hay que respetarlo. Entonces, yo siempre digo a los jóvenes que se escuchen a ellos, que se escuchen a ellos cuál es su camino, qué es lo que quieren hacer, con qué son felices que se hagan la pregunta: «¿Qué es lo que me hace feliz?», y que intenten encontrar esas respuestas. Y detrás de esas respuestas estará un poco la fuerza para tirar para adelante. Os decía antes, hasta los 14 años creo que no es interesante mi vida porque creo que no me he querido lo suficiente. Es difícil, también, sobre todo creo que la juventud de la adolescencia es una época difícil de gestionar. Muy, muy difícil, porque nos hacemos una serie de preguntas que no tenemos respuesta y creo que yo hasta podría decir que en algún momento es un poco cruel las cosas que pasan ahí. Entonces esto puede producir mucho dolor en mucha gente joven, en mucha gente joven.

29:47

Y a estas personas les diría que se quieran más, que se quieran más, que se hagan preguntas de crecer, o sea, diciendo qué es lo que quiero ser y por qué, pero sobre todo porque yo quiero ser así y que no intenten ser lo que no son. Y es un poco lo que yo he hecho también. O sea, yo cuando caigo en la depresión en el año 2006, caigo porque no respondía a un prototipo de persona de 31 años normal, qué es normal en esta vida. Yo me veía que estaba fuera de esa sociedad, ¿no?, y de ese entorno que me rodeaba. Y ahí es cuando tú te caes en el agujero más grande y tu autoestima va al suelo porque piensas que no vales para nada. Y bueno, al final, para mí es encontré el camino en el alpinismo, encontré el camino en las montañas, el darme cuenta de que las montañas eran mi vida y que quizás no eran la de los demás, pero sí la mía. Entonces, yo el consejo que les diría lo he dicho antes, que seamos valientes cada uno de nosotros para escribir nuestro propio libro de vida.

31:02
Elena. Hola, Edurne, ¿qué cualidades mentales y físicas consideras que debe tener un deportista de élite y, en particular, en el alpinismo y la escalada?

31:14
Edurne Pasaban. Gracias, Elena. A ver, es difícil de decir, ¿no? A ver, cualidades físicas… se pueden preparar para ir a una montaña y para ser alpinista. Al final, es como cualquier deporte, si lo entrenas y lo preparas, pues lo puedes conseguir. Es verdad que el alpinismo y las grandes montañas que he hecho yo, los ocho miles, tienen un «hándicap» que es la altura. Escalar por encima de ocho mil metros cuesta muchísimo. Cuesta porque hay una falta de oxígeno y porque cuesta mucho. Yo he tenido la suerte que me adapto muy fácil, muy fácil, a la altura y respondo bien enseguida. Me cuesta, pero cuando haces un buen periodo de aclimatación, poco a poco, tu cuerpo va… no es un día que te pones ya a ocho mil metros, vas cuatro mil, cinco mil, vas adaptándolo y el cuerpo responde de una manera y, pues bueno. Pero si no físicamente, pues yo he entrenado como cualquier deportista profesional y he seguido un entrenamiento que me han puesto. El entrenamiento a nivel mental y las cualidades que tiene que tener. Mira, el alpinismo es un deporte en el que la mente es difícil de prepararla, para mí. Tú no sabes a lo que te vas a enfrentar. Tú te puedes conocer mejor o peor, pero tú no sabes a lo que te vas a enfrentar mentalmente y difícilmente tampoco nadie te puede ayudar a prepararte a eso, como en otros deportes que se puede ayudar porque hay más conocimiento y porque son aquí, pero ahí arriba lo que pasa… yo no he encontrado ni psicólogos ni nada que me ayude a preparar mi mente para enfrentarme a aquello.

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Entonces, creo que somos personas que hemos ido adaptándonos poco a poco y que hemos ido aprendiendo de la montaña y a preparar nuestra mente poco a poco, a medida que hemos tenido experiencias. Yo siempre pensaba: «Yo quiero escalar» y estas cosas que yo no estaba preparada para enfrentarme a la muerte. Y la muerte en el alpinismo es una cosa que está muy presente, muy presente, y una cosa que hablamos muy poco de ella. Entonces, prepararse para eso es muy difícil y no encontrarás aquí a nadie que te prepare para enfrentarte a esa situación. Y lo único que piensas cuando empiezas a hacer esto es que no te pase a ti. Entonces, al final tu mente y tú te vas preparando poco a poco con la experiencia, que la vida te hace vivir experiencias que te hacen enfrentarte luego a la realidad.

33:53
Sofía. Hola, Edurne, tú fuiste una de las pioneras en el alpinismo femenino y a mí me gustaría saber si te has encontrado con alguna dificultad a lo largo de tu camino por el simple hecho de ser mujer.

34:10
Edurne Pasaban. Gracias, Sofía. La verdad es que, a ver, no me he encontrado dificultades, pero sí he encontrado algunos obstáculos que a los que me he tenido que, bueno, que he tenido que superarlos. Siempre diré, esto sí, que la gente que ha estado o la gente que he tenido dentro del equipo y la gente que ha escalado conmigo me han considerado un alpinista más, era una más del equipo. También, antes decía las montañas no entienden, no entienden de géneros, no saben si quien está escalando es una mujer o un hombre, lo cual, aquello es así. Pero sí he encontrado cosas, sobre todo al principio. Tú te puedes imaginar, al principio, cuando en un deporte tan de hombres, o muy masculino, en el que en una expedición o en un campamento base muchas veces era la única mujer que estaba en aquel campo base. Cuando tienes veintitrés años, veinticuatro años, y te plantas en una montaña de ocho mil metros, con gente mucho mayor que tú, con gente que tiene unas experiencias de alpinistas y, de repente, ven a una niña: «¿Qué hará esta chavala aquí? ¿A qué ha venido?», y te empiezan a observar de diferente manera. Sí he tenido que escuchar comentarios como preguntarme: «¿Cuánto tiempo has tardado a subir hasta los siete mil metros?», y decirle: «He tardado cinco horas», y escuchar por detrás cosas como: «Si esta tarda cinco horas, yo mañana cuatro y media». Yo digo… me parece muy, muy estúpido, porque quizás hoy yo estoy mucho mejor que tú, o he entrenado más, o por qué dices esto. Mi pregunta es: «¿Por qué has dicho esto? ¿En qué te basas?». Eso sí que he tenido que escuchar, pero si no, la verdad es que mi equipo conocía muy bien, o sea, era una persona más del equipo y allí no había diferencias de nada.

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Pero sí que te tengo que decir que cuando terminé los catorce ocho miles sí que tuve que escuchar de cierta gente comentarios como: «Esa chavala ha terminado los catorce ocho miles porque ha ido en expediciones con hombres». Mi pregunta sería a esa persona o personas, no soy la única española que han terminado los catorce ocho miles. Es verdad que los otros españoles que han terminado los catorce ocho miles son hombres, pero esos hombres también han tenido en expediciones a otros compañeros y, ¿se hacen el mismo planteamiento con ellos?, seguramente que no.

36:41
Juan. Hola, Edurne. A mí me gustaría saber si crees que se le presta suficiente atención al deporte femenino en general.

36:50
Edurne Pasaban. Gracias, Juan, por la pregunta. Para mí no, creo que podemos hacer muchas cosas más. Creo que hay mucho camino por recorrer todavía. Cuando hablamos de igualdad y cuando hablamos de que las cosas están llegando a ser al mismo… bueno, a estar pareadas, creo que no es así, pero ya no hablo desde solamente el deporte profesional, hablo desde el deporte base, que es al final lo que importa, el deporte base, que de allí van a salir nuestros grandes deportistas que vayan a competir. Creo que desde el deporte base hay mucho trabajo para hacer todavía con las mujeres y con las niñas. Yo lo veo, tengo una sobrina de diez años y un chico de catorce años y las oportunidades que tienen los dos para practicar el deporte no es la misma. De hecho, curiosamente, en la situación que estamos viviendo y que hemos vivido de todos estos meses, los entrenamientos de los chicos han comenzado y de las niñas no van a comenzar. Mi pregunta es ¿por qué?, ¿por qué, no?

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Entonces, creo que hay mucho recorrido todavía para hacer. Es un trabajo que estamos haciendo y que creo que todavía vamos a tener que hacer en esto. Luego ya no hablemos del deporte de élite y el deporte profesional. Yo siempre digo que soy una gran privilegiada, ¿vale?, soy una gran privilegiada porque fui la primera, pero es que las que han venido por detrás de mí no lo tienen tan fácil. Y esto es una pena, porque detrás hay mejores alpinistas que yo, mejores escaladoras que yo seguro, y que seguramente, por desgracia, no van a tener la misma oportunidad que yo he tenido. Y hay un gran recorrido desde los medios de comunicación que va cambiando poco a poco, va cambiando poco a poco, y desde los consumidores, desde los consumidores, que creo que todavía, aunque pensemos que no, seguiremos trabajando porque el camino es largo.

39:00
Juan. Hola, Edurne, he leído que tienes una fundación y que has puesto en marcha diferentes expediciones solidarias en Nepal. ¿Podrías contarnos un poco más el trabajo que realizas?

¿Cuál es la montaña más difícil de tu vida? Edurne Pasabán, alpinista
39:10
Edurne Pasaban. Gracias, Juan. Mira, durante todos estos años siempre digo que Nepal y los Himalayas han sido como mi segunda casa. Y estas personas me han dado muchísimo, sobre todo el pueblo de Nepal, me han enseñado a valorar la vida de diferente manera, de valorar las cosas pequeñas, me han ayudado mucho, mucho, y siempre pensé que podíamos, de alguna manera, o que me sentía que teníamos que darles algo de tanto que ellos nos habían dado y por eso nace la fundación con el objetivo de ayudar, sobre todo de ayudar a la educación. Creo que en países como Nepal y países del tercer mundo, en el que solamente un diez por ciento de los niños terminan la escolarización, y para que esos países crezcan, creo que la base está desde abajo, desde la educación, desde que los niños puedan ir al colegio y tengan conocimiento. Entonces, ahí surge la Fundación Montañeros para el Himalaya Edurne Pasaban, con el objetivo de ayudar y dar educación a muchos niños. Muchos niños a los ocho o diez años, en Nepal, dejan de ir al colegio.

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Muchos de ellos para ir a los colegios tienen que caminar hora y media todos los días porque el colegio más cercano a su pueblo está a hora y media y entonces no los llevan los padres, o a los ocho o diez años, cuando ya pueden empezar a llevar peso en la espalda, empiezan a trabajar como porteadores y a traer unas rupias a casa. Entonces, para ellos es, teóricamente, más rentable un niño que trabaje con ocho o diez años que ir al colegio. Entonces, nos hemos dedicado a poder ayudar a niños a que tengan una educación. Tenemos en Katmandú un hostel con cien niños, que son niños de pueblos diferentes de todo el Nepal, del Dolpo, del Makalu, en diferentes valles y con el permiso de familiares, porque muchos de ellos son huérfanos, les damos la oportunidad de bajar a Katmandú a estudiar desde que tienen tres o cuatro años hasta que van a la universidad y terminan la carrera. Creemos que ese es el futuro del país. Y en el año 2018 tuve la oportunidad de tomar parte en una expedición para mí muy especial, en una zona muy remota de Nepal, lo que le llaman el Far West. Es una zona que tiene mucha influencia con la India. Fuimos a esa zona porque era una zona en la que hay grandes montañas, pero muy desconocidas. No va nadie. Entonces nos propusimos ir allí a escalar una montaña de siete mil metros con cuatro mujeres. ¿Y por qué cuatro mujeres? Porque en esa zona, en el Valle de Saipal, hay una tradición que se llama Chhaupadi y el Chhaupadi es una tradición hinduista que dice que las mujeres cuando tenemos el periodo somos impuras y tenemos que salir de casa. Entonces, las niñas y las mujeres durante toda su vida, cuando tienen el periodo, los cuatro días o cinco días que les dura el periodo, son expulsadas de sus hogares.

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Entonces, queríamos encontrar cuatro chicas que pudieran escalar un siete mil en el valle con nosotras, conmigo y con otras cinco chicas. Y fue bastante difícil encontrar cuatro chicas porque imaginaros que cuando se iba a plantear este asunto las familias no quieren que sus hijas escalen porque van a traer malos augurios para el pueblo, para la familia y estas cosas. Y así, en el año 2018, fuimos a escalar el monte Saipal con ellas. Curiosamente fue una experiencia superbonita y, curiosamente, también lo que más me llamaba la atención es que al principio pensaba que íbamos a encontrar mucha gente del pueblo en contra, en contra de aquello. Pero no fue así. No fue así. Hubo de todo. Os tengo que decir que vivimos una experiencia muy desagradable en un momento dado porque íbamos documentando todo esto y en un pueblo a cuatro días caminando, donde había una escuela, pasamos por allí para ir a lo que era el monte caminando y nos encontramos con una persona, una persona que estaba… el alcoholismo es un gran problema en esa zona, entonces estaba borracho completamente y nos empezó a gritar y a pegar a los cámaras a ver para qué estábamos allí, que esto no sé qué y no sé cuántos. Y, curiosamente, esa persona sabes quién era, era el profesor del pueblo. Entonces nos dimos cuenta que el cambio iba a ser muy difícil. Nosotros no pretendemos cambiar a la gente la cultura que tiene, y no creo que podamos ir allí a decir esto está bien o está mal, pero sí podemos ir a comunicar y a decir de qué manera vivimos los demás.

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Y cómo hay otras vidas y otras culturas y estas cosas, y que sean luego ellos los que elijan. Entonces, después de aquella expedición decidimos poder dar educación a las niñas de aquel valle a las que podíamos y querían, y a día de hoy hay siete niñas estudiando en aquel valle en Katmandú con el objetivo y el futuro, porque obviamente esas niñas a los catorce años les casan y se quedan embarazadas a los quince, por lo cual no van a la escuela. Y en el futuro pensamos que esas niñas pueden ser el motor de cambio de aquella zona y, ahora mismo, pues una de ellas quiere ser enfermera, otra quiere ser profesora y así, poco a poco, poniendo el granito de arena para por lo menos para poder ir haciendo algo.

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Andrea. Hola, Edurne, soy Andrea. Últimamente he visto imágenes muy impactantes de colas turísticas para subir al Everest. También se habla cada vez más del cambio climático y del impacto que tenemos los seres humanos en la naturaleza. ¿Qué opinas tú de todo esto? Gracias, Andrea.

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Pues sí, es verdad. Últimamente estamos viendo fotos en las que hay grandes colas en la cumbre del Everest. La gente habla de masificación y habla de todo. A ver, a mí me han preguntado muchas veces esta pregunta, si no ha perdido el romanticismo, si… estas cosas. El Everest es la montaña más alta de la Tierra. El Everest es una montaña que no solamente parece que los alpinistas quieren escalarla, sino que yo he encontrado gente que va al Everest que, por desgracia, no aman el alpinismo. Yo, con mis propios ojos, he visto en el campamento base del Everest a gente que no se sabe poner los crampones, que son los hierros que nos ponemos aquí para ir en el hielo. No saben ponerse. Y mi pregunta es: ¿qué es lo que te atrae a ti para ir al Everest? O sea, que en esa lista de cosas que hacer en tu vida está el Everest y lo tengo que quitar de ahí y lo tengo que borrar, ¿o porque quieres contar en tu gimnasio que un día subiste al Everest? Porque por desgracia cada vez estamos viendo más en el que hacemos las cosas para contar que hemos estado o que hemos hecho. Y eso a mí me da pena. Me da pena. ¿Eso cómo gestionarlo sobre todo en el caso del Everest? Eso tendrían que hacerlo desde el mismo país, sobre todo desde el país, de gestionar los permisos que dan allí.

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Pero es que es una pena. ¿Sabes lo que pasa? Que por cada persona que va al Everest hay diez mil dólares por detrás que quedan en el gobierno de Nepal por un permiso, porque solo el permiso para el papel firmado cuesta diez mil dólares. Podéis imaginar la generación de dinero que puede ser eso para un país. Luego eso genera muchas cosas más por detrás, genera basura, genera residuos, genera impacto en la montaña. Entonces, todo esto yo creo que el mismo gobierno lo tendría que gestionar porque es una realidad. El cambio climático está ocurriendo, es una realidad. A mí que no me cuenten gente que lo quiere ocultar, yo lo he podido vivir y lo veo. Recuerdo el año 98, cuando fui al campo base del Dhaulagiri y al glaciar del Dhaulagiri, y diez años después, en el año 2008, cuando volví, no había glaciar, no estaba y era la misma época que había ido diez años después, cómo yo, en diez años puede ver este cambio. Entonces, creo que tenemos un planeta que si no nos lo cuidamos vamos a tener muchos problemas como humanidad y como personas aquí. Entonces creo que tenemos que concienciar a las personas y tiene que venir como hechos que estamos viendo en el Everest o en otros, que si esto no lo cortamos, qué vamos a dejar a nuestros hijos.

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Muchas gracias. Gracias por estar aquí, por las preguntas. No sé si encontráis interesante lo que os he contado. Yo os he contado la experiencia de mi vida que hoy yo estoy aquí, pero seguramente que cualquiera de vosotros podría estar aquí sentado contando vuestra vida, porque espero que os hayáis sentido identificados en muchas cosas. Yo he estado subiendo montañas de ocho mil metros, vosotros tendréis vuestras historias por detrás, vuestros ocho miles. Los míos tenían forma de montaña, los vuestros van a tener otra forma, pero realmente no hay nada diferente porque al final en esta vida no hay mucho más que vivir lo mejor posible. Y en ese camino que recorremos, ser felices. O sea, que os deseo lo mejor para vuestra vida, para vuestros proyectos, para lo que estáis viviendo y, sobretodo, encontrar las cosas que os apasionan y vivir la vida con intensidad y siendo o intentando ser lo más felices que podáis. Muchas gracias.