¿Cómo usamos el móvil delante de nuestros hijos?
Adam Alter
¿Cómo usamos el móvil delante de nuestros hijos?
Adam Alter
Psicólogo y profesor
Creando oportunidades
Tu relación con la tecnología es el mejor ejemplo para tu hijo
Adam Alter Psicólogo y profesor
Adam Alter
Adam Alter es psicólogo y profesor del departamento de psicología de la Universidad de Nueva York. Colaborador habitual de prestigiosos medios de comunicación como The New York Times, The New Yorker, The Washington Post, Wired y Popular Science. Alter ha escrito numerosos artículos sobre psicología social y conocimiento humano, aspectos en los que centra su investigación.
Alter es autor del libro, éxito de ventas en EEUU, 'Irresistible', en el que de manera sencilla y a través de numerosos ejemplos, analiza el uso que hacemos de los teléfonos móviles y otros productos tecnológicos que consiguen atrapar nuestra atención.
¿Cómo podemos convivir con dispositivos tecnológicos, como los móviles, que desempeñan un papel tan importante en nuestras vidas? El profesor Alter, describe un comportamiento nocivo y adictivo para nuestros hijos a través de ejemplos con los que muchas personas se sentirán identificadas. “Si siempre les das una solución en forma de pantalla, los niños no aprenderán a regularse”. La interacción con la tecnología cuando los hijos están delante es el mejor ejemplo porque, tal y como advierte, “los niños consideran interesante aquello a lo que sus padres prestan atención”.
Transcripción
Quitando esto, mucho tiempo es entretenimiento, y eso está bien, pero ese entretenimiento solo está bien mientras no invada el tiempo que deberíamos invertir en otras cosas. Una de esas cosas que deberíamos estar haciendo y no hacemos es pasar tiempo con otras personas: seres queridos, amigos… ¡Hacer ejercicio! Hacemos menos ejercicio porque ya no tenemos tiempo. Dedicarnos a cosas que nos hagan crecer, que nos hagan más humanos, como las aficiones, actividades que son importantes para nosotros, que nos apasionan o deberían. Tenemos menos tiempo para hacer estas cosas porque pasamos mucho rato con el móvil. Es la vida moderna, siempre estamos cansados, trabajamos demasiado, así que cogemos el móvil para desconectar unos minutos, y eso está muy bien. Pero hay que saber dónde está el límite. Y es distinto para cada persona, no hay una recomendación única, y en gran parte es subjetivo. Hay que preguntarse: «¿Hasta qué punto creo que mi uso de la tecnología entorpece mi bienestar y está impidiendo que haga otras cosas?».
Pregúntate: “¿Hasta qué punto creo que mi uso de la tecnología entorpece mi bienestar y me impide hacer otras cosas?”
En segundo lugar, es muy fácil que la vida online sea perjudicial para el bienestar de un niño. Dado que la gente en Internet maquilla su vida, al final, lo que ocurre es que solo se publica el mejor cinco por ciento de la vida real y el otro noventa y cinco por ciento se queda oculto. Si eres un niño y crees que Internet es un reflejo preciso de cómo viven los demás, si solo has visto lo mejor, empiezas a pensar que tu vida es menos interesante, más mundana, que no es tan rica como la de otras personas. Es muy perjudicial porque entramos en un bucle constante de compararnos y de cuestionarnos nuestra vida: ¿Soy feliz? ¿Debería hacer las cosas de otra manera? ¿Tengo todo lo que necesito? ¿Tengo alguna carencia? Y si parece que todo el mundo tiene una vida maravillosa, y tú te sientes mal. Esto es preocupante.
Pero ese mismo proceso que te lleva a no aprender tan rápidamente a interactuar socialmente, significa que otras personas también pueden actuar y no llegar a ver las consecuencias que sus actos tienen en ti. Por eso el bullying está muy presente en Internet. Es facilísimo decir cosas horribles sin saber si está afectando a alguien. Muchos más adolescentes denuncian sufrir ese acoso que hace diez o quince años, porque es fácil ser la víctima sin que el acosador vea cómo afecta a alguien lo que hace. Potencialmente, hay muchas consecuencias negativas. Ahora, dicho esto, también hay algunas positivas. Puedes interactuar con mucha gente, de manera ágil, sin coste alguno, no quita mucho tiempo, y esto puede ser muy enriquecedor para muchas personas que son capaces de llegar a establecer relaciones de amistad sólidas. Se conectan todos los días a la misma hora, hablan con la misma gente y encuentran en ello algo genuinamente reconfortante. No es tan intensa como una interacción cara a cara, pero es una relación importante para mucha gente. Para los que sufren ansiedad social, ese parachoques que es Internet, representa una gran ventaja. No sufres la presión de tener que desarrollar toda una serie de habilidades sociales. Es agradable poder tomarte un minuto para responder y no tener que hacerlo inmediatamente. Muchos padres con hijos tímidos me han dicho que a ellos les ha salvado la vida, porque cuando interactúan por Internet no sufren la misma ansiedad que cuando están cara a cara con gente en el mundo real. Esto les salva porque llegan a tener esa conexión que quizá de otro modo no tendrían.
Y esto nos lleva al siguiente paso, que es decir: «Sí, esto es muy divertido, yo también jugaría ocho horas al día si no tuviera cosas que hacer, pero soy un adulto y las tengo, pero es que tú también las tienes. Así que vamos a hablar de lo que es el equilibrio. No podemos comer postre siempre, pues lo mismo pasa con aquello en lo que invertimos el tiempo: nuestro tiempo es limitado. Así que hacemos una cosa: estas horas del día jugamos al juego y estas otras horas, hacemos otras actividades. ¿Lo intentamos?». Simplemente abrir esa vía de comunicación ya hace mucho. No todos los niños dirán: «¡Ah, por supuesto! Yo encantado de jugar dos horas al día», pero sí que es un buen primer paso, porque esa voluntad del adulto abre la vía de comunicación y permite que el niño esté más dispuesto a hablar con sus padres de los problemas que pueda tener con la tecnología. Sin embargo, como decía antes, si ya has intentado hablarlo y comprender el proceso lo siguiente sería hablar con un psicólogo o un orientador, alguien que te pueda ayudar. Hoy en día, muchos psicólogos especializados en adolescentes entienden estos problemas porque son de lo más común, cómo no van a entenderlos. Si tratas a ese grupo de edad, no es nada nuevo. Tengo muchos amigos psicólogos de adolescentes y todos ellos saben del tema. Y, es más, todos juegan a estos juegos para entender lo que pasa.
Una de las preocupaciones que me trasladan los padres es: «¿Y si mis hijos no aprenden a usar la tablet o el smartphone , por ejemplo?». Esos dispositivos están tan bien hechos que te lleva unos cinco minutos aprender a usarlos. No creo que debamos tenerlos en los colegios durante años para que los entiendan. Se lo das a un niño de un año y sabe usarlo de manera básica. Por lo tanto, ese argumento de que hay que enseñar a los niños a utilizar la tecnología moderna porque es muy difícil solo se sostiene si se les enseña, por ejemplo, programación. Estoy totalmente convencido de que debería enseñarse programación en los colegios, en el instituto, sobre todo, y antes quizá también, porque es una manera muy interesante de interactuar con una pantalla. Pero muchos colegios las utilizan solo para dar contenido, es decir, de forma pasiva.
Yo creo que lo que hace falta ahora es un estudio que sea tajante, que coja aleatoriamente a niños y… No sé si es viable hacerlo… Coger a niños y asignarles de forma aleatoria que utilicen pantallas durante, digamos, cero horas, una, dos, tres, cuatro al día y monitorizar su vida ¿Cómo les afecta? ¿Cómo afecta usar Facebook una, dos o tres horas al día a cómo actúa como ser social? ¿O como padre? ¿O en el trabajo? No conocemos la respuesta, no se ha llevado a cabo este estudio y creo que es necesario. La logística es complicada, pero teniendo esa respuesta, esas pruebas a largo plazo, podremos afirmar de forma definitiva que, en caso de que aparezcan problemas, hay que cambiar nuestra manera de interactuar con la tecnología. Pero aún no hemos llegado ahí.