Cómo resolver los conflictos con tus hijos
Pilar de la Torre
Cómo resolver los conflictos con tus hijos
Pilar de la Torre
Psicóloga y psicoterapeuta
Creando oportunidades
Cómo usar la comunicación no violenta en tu vida
Pilar de la Torre Psicóloga y psicoterapeuta
Pilar de la Torre
Pilar de la Torre es licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Psicoterapia Gestáltica, fundadora y directora del Instituto de Comunicación No Violenta, y principal exponente de esta metodología. “La Comunicación No Violenta corrige la violencia, que es todo aquello que hacemos o no hacemos, decimos o no decimos, que genera daño a la otra persona y hace que se sienta dolido y se aleje emocionalmente de nosotros”, explica la psicóloga, que ha sido la única discípula española formada con Marshall Rosenberg en Estados Unidos y certificada por el Center for NonViolent Communication.
Pilar de la Torre es también autora del libro ‘Fundamentos y prácticas de comunicación no violenta’, donde expone las pautas básicas para convertir desencuentros o conflictos en oportunidades de acercamiento y diálogo. “Para mí, las herramientas más poderosas en el proceso de comunicación no violenta son sus cuatro pasos: hechos, sentimientos, necesidades y acción. Es decir, cuando legitimamos la experiencia o vivencia interna de un niño estaremos reforzando su autoestima y esto se consigue a través de la escucha, compresión y aceptación”, concluye.
Transcripción
También es importante que tengamos una idea de a qué llamamos violencia. En este contexto, comunicación no violenta, vamos a llamarlo a todo aquello que hacemos o no hacemos, que decimos o no decimos que genera daño para la otra persona, mucho o poco, que lleva a que la otra persona, en el caso de nuestra familia, nuestros hijos, se sientan dolidos, se pongan a la defensiva, se cierren, se alejen emocionalmente de nosotros. Marshall Rosenberg señala la importancia de la palabra y del lenguaje en nuestras relaciones. Las palabras, cómo nos expresamos y la energía que ponemos en esa expresión pueden alimentar el desencuentro con nuestros hijos. O a la inversa, pueden hacernos vivir proximidad y cercanía.
Te puedo poner un ejemplo. En una situación cotidiana, un hermano que está pinchando al otro continuamente, podemos utilizar expresiones como: «Siempre estás igual», «No hay quien te aguante», «¿Cuántas veces te digo lo mismo y no haces caso?». Eso genera daño. Queremos solucionar una situación de conflicto en la familia con elementos que dañan al hijo que lo escucha y que le va a llevar a alejarse. Luego nos dificulta mucho más la relación y resolución de conflictos. En cambio, si le decimos: «¿Qué está pasando? ¿Qué te preocupa? ¿Estás molesto con algo? Me importa lo que te está pasando, quiero entenderlo, vamos a pararnos a hablar». Igual necesita atención, igual necesita una conversación contigo, igual necesita estar seguro ese niño de que tiene un lugar en la familia. Y todos satisfacemos nuestras necesidades de la mejor manera que sabemos. Muchas veces, de manera torpe.
Todas las personas, en cualquier situación de nuestra vida, en situaciones de problema o en situaciones felices, lo que queremos en un primer momento de la persona que está a nuestro lado es que nos mire y nos acompañe con calidez. La comunicación no violenta nos enseña a encontrar esa energía de calidez y a podernos expresar desde ahí.
Tú decías: «Danos herramientas». Para mí, la herramienta más poderosa es el proceso de comunicación no violenta con sus cuatro pasos: hechos, sentimientos, necesidades y acción. Imaginemos que un adolescente llega a casa con cinco suspensos. No esperábamos que suspendiera tantas asignaturas. Parece ser que él tampoco. Pero nos encontramos con un boletín de notas con muchas asignaturas suspensas. Tiene cinco, las más importantes. Ahí estamos, en cualquier situación de conflicto en la familia, estamos en un cruce de caminos. ¿Para dónde elijo tirar? ¿Elijo el camino de los obstáculos, los muros en la relación para conseguir, con un desgaste de energía enorme, lo que yo quiero que ocurra? ¿O elijo el camino del encuentro, de la profundidad, del diálogo, de ver qué está pasando, de la empatía, de la honestidad?
Podemos amenazarle, directamente castigarle, chantajearle con un premio, podemos enjuiciarle. Enjuiciarle como vago o como irresponsable. Podemos darle una charla bastante larga de por qué es importante aprobar, con 14 años que tiene, las asignaturas, sobre su futuro, sobre las salidas profesionales. Darle consejos. Los consejos están también en la lista de Thomas Gordon, por varias razones. La primera es porque el 99% de las veces que damos consejos a nuestros hijos en situaciones positivas o difíciles, no nos lo han pedido. Y no solo no nos lo han pedido, sino que no es lo que ellos necesitan de nosotros. Ellos necesitan escucha, comprensión, aceptación. En muchos casos, no el consejo. Y en las poquitas situaciones en las que quieren nuestros consejos, antes de ese consejo, les viene muy bien sentirse comprendidos y escuchados. Podemos ironizar e incluso quedarnos en silencio desde ese chantaje emocional. Podemos hacerle sentir culpable del disgusto que tenemos.
Puede que nos sintamos preocupados, con temor, enfadados, porque a lo mejor no nos lo esperábamos, sorprendidos, confundidos, porque queremos entender qué es lo que pasa, dónde está el bloqueo, y no somos capaces de entenderlo. Necesitamos comprensión mutua, poderle entender, que él entienda también que para nosotros es una preocupación. Podemos necesitar tranquilidad, no estar siempre pendiente de si estudia, de si no estudia. Podemos necesitar también cercanía con él, porque nos duele este desencuentro que puede haber en la relación. Y ahí bajamos… Digo «bajar» porque es lineal este proceso. …el cuarto escalón: ¿Qué acciones y qué voy a pedir para cuidar de manera eficaz de estas necesidades?
Voy a ir desde el diálogo, voy a tratar de profundizar en su dificultad, voy a tratar de descubrir junto con él o con ella cuáles son sus necesidades, porque sé que si llego a la raíz de sus necesidades, ahí tengo la clave para iniciar un proceso de desbloqueo de esta situación. Tiene 14 años, sé que si voy por la confrontación, posiblemente la relación pague un precio caro, por la edad y por las circunstancias. No quiero correrlo, me quiero agarrar a un diálogo sincero y honesto. Las acciones que voy a desarrollar, por un lado, es estar atenta a no perder la confianza.
¿Cómo se siente él? Luego lo voy a chequear con él. ¿Se siente agobiado? ¿Estará triste? Estará también confundido o confundida de no entender qué le pasa para suspender, que necesita apoyo, necesita comprensión, necesita calidez, necesita paciencia y necesita, sobre todo, valoración. Porque creo que mi hijo o mi hija, con cinco suspensos, es muy fácil que crea que su entorno no le valora. Y si cree que su entorno no le valora, él o ella tampoco se va a valorar. Cosa que va en dirección contraria para que encuentre la motivación y el impulso para estudiar.
La solución tiene que ser trabajar ahí, en recuperar su valía, en recuperar la idea de que él o ella es tan inteligente como el resto de su clase, independientemente de las notas. Y podemos, poquito a poco, ir haciendo un trabajo para recuperar esa autoestima respecto a la inteligencia. A lo mejor es que le faltan conocimientos de base y está perdido y no entiende nada. Ahí ya tengo el lugar para poner la solución. A lo mejor es que no encuentra ningún sentido a lo que estudia. Y ahí también podemos hacer un trabajo para encontrar sentido y también le podemos dejar espacio a él. Es necesario, tiene 14 años. ¿Qué se te ocurre a ti que puedes hacer para ponerte al día en estas materias que llevas tanto retraso y que ahora no entiendes lo que tienes que estudiar? Si necesitas apoyo. ¿O qué se te ocurre a ti para descubrir que vales tanto como los demás, que la valía no está en los logros, está en el ser intrínseco de la persona?
Bueno, en el momento en el que en ese compartir podemos llegar juntos a descubrir cuáles son las necesidades, insatisfechas en este caso, que le han llevado a suspender, van a pasar muchas cosas importantes. Primera, que los padres le podemos comprender. Ya no es un vago, ya no es un caradura. Ahora lo hemos cambiado por: hay cosas importantes que le está bloqueando. Y él o ella también, en la mirada que tiene sobre sí mismo. «Algo me pasa para suspender, no es que sea tonto o tonta, no es que no valga, no es que sea un desastre. Es que hay necesidades insatisfechas que me están bloqueando, que me están impidiendo centrarme para estudiar». Y juntos, en equipo en la familia, vamos a poner atención ahí. Y juntos vamos a ir dando pasos. Al ritmo que se pueda, al ritmo que sea posible.
Entonces, pasamos de la opción uno, donde lo que ponemos es más peso, más dificultad, más desencuentro, más tristeza y más sufrimiento, a la opción dos, con acciones concretas. La cuarta etapa del proceso de comunicación no violenta me parece fundamental. Las otras tres nos llevan a la acción. La vida es acción, la evolución es acción. Y gracias al proceso de comunicación no violenta, en esta cuarta etapa, en esta situación de los suspensos, pasamos a acción para evolucionar, para caminar, para aprender, para desarrollarnos. La diferencia es muy grande.
“Los cuatro pasos de la comunicación no violenta para resolver conflictos son: hechos, sentimientos, necesidades y acción”
Con los hijos, este es un camino de por vida, no termina nunca. Es trabajo, trabajo, trabajo. Y fruto, fruto, fruto. Requiere pararse y poner energía en tratar de ver lo que le pasa a nuestros hijos. ¿Qué le puede estar pasando? ¿Qué puede estar necesitando? ¿Qué puede ser importante para él o para ella? Y cuando hacemos ese esfuerzo de pararnos, de contener el impulso que nos lleva a veces a dejarnos dirigir por la mente, conseguimos entrar por la otra senda. Y el resultado es maravilloso. Y cada vez que entramos y el resultado es maravilloso, más fácil se nos pone, más motivación tenemos, porque nos damos cuenta que más merece la pena.
Hay una palabra clave, que es «acción concreta», agendada, que podamos evaluarla, saber si sí o si no. Y cuando de cualquier situación difícil que no nos satisfaga pasamos a una acción positiva, ahí la culpa se diluye y hay evolución. Y lo podemos compartir con nuestros hijos. «Mira lo que estoy haciendo para que no me vuelva a pasar». Y es un modelo, yo creo, muy bueno para ellos. Porque les enseñamos, primero, que no somos perfectos. Segundo, que somos honestos con nosotros mismos y con ellos. Y tercero, que ponemos fuerza para evolucionar y cuidarles más y mejor.
También otra consecuencia de la exigencia es que desarrollamos un mecanismo de autoexigencia propia. En nosotros mismos como padres y en nuestros hijos. La autoexigencia, cuando pasa de unos límites, a donde lleva emocionalmente a nuestros hijos es a un lugar de: «No soy suficientemente bueno. Tengo que exigirme más y más, y más». Y es una vida sin descanso. La alternativa a no exigir no es el caos, no es decir: «Bueno, como no te quiero exigir, como sé que la exigencia, en muchas ocasiones, tiene consecuencias negativas y es violencia, porque no respeta la libertad de la persona, como no quiero exigirte, ahora haz lo que quieras». No. Yo creo que tan malo es un camino como otro. El «haz lo que quieras», el caos para los niños, psicológicamente, emocionalmente, es de lo más inconfortable. Porque el niño no se puede contener a sí mismo, no es capaz de poner los límites, necesita al adulto que le cuida y dice: «Por aquí sí y por aquí no. Esto sí, esto no».
¿La alternativa a la exigencia? El diálogo. ¿La alternativa a la exigencia? Límites. Límites claros, estructurados, amorosos. Y cuando pasamos de la conexión a la que nos lleva el diálogo… ¿Qué necesitas tú, qué necesito yo, y qué podemos hacer juntos para cuidar de ambas necesidades? La exigencia ya no es necesaria y sí hay evolución, y sí hay motivación. Que es, en el fondo, lo que va buscando la exigencia. Y, por supuesto, en momentos determinados, pondremos los límites que nosotros, como padres o madres, consideremos. Y desde acciones que permitan evolucionar en eso que estamos viviendo y unos límites que contengan, la exigencia deja de ser necesaria.
¿Cómo podemos poner un límite de manera lo más suave posible sabiendo que en mitad del proceso hay frustración? Lo primero que quiero aclarar es que los límites no los necesita la otra persona, esté en la situación que esté. Los límites son acciones que nosotros elegimos poner para cuidar de una necesidad nuestra. Pongo el ejemplo de un niño pequeño que va a meter los dedos en el enchufe. Ese niño no necesita que le ponga un límite para no meter el dedo en el enchufe. El límite lo necesito yo, como padre o como madre, para estar segura de que cuido de él, de su integridad física. El niño pequeño que va a meter los dedos en el enchufe, ¿cuál es su necesidad? De descubrir, de experimentar, de aprender, de divertirse. Esas son sus necesidades.
Si yo pongo el límite… «No, no te acerques a ese enchufe, que es peligroso», para cuidar de algo mío, y al mismo tiempo veo sus necesidades y busco otras maneras de cuidar de sus necesidades, ese niño va a estar frustrado porque quiere tocar el enchufe y no le dejo, le pongo un límite firme, incuestionable. «No metas los dedos en el enchufe, no te voy a dejar. Ahora, si quieres explorar, por qué no, coges una caja de cosas que no tengan peligro», que sea un descubrimiento para él o para ella, o le dejo que investigue y que aprenda, y que se divierta, o que estimule sus manos de otra manera. Le puedo proponer. Y puede que, desde su frustración, acepte mi propuesta o no. En cualquier caso, aunque no la acepte, le esté llegando mi interés y mi deseo de cuidar. Y eso ya hace una diferencia importante a la hora de poner límites.
Imaginemos que uno de nuestros hijos quiere irse a jugar y tiene un examen mañana. Nosotros sabemos que tiene un examen mañana. Está claro que dentro de mí tengo una necesidad de cuidar de él, de favorecer que no coja retraso en el estudio, para que los estudios le vayan lo mejor posible. Y teniendo esta necesidad de aportar como madre ahí, en sus estudios y en su organización de vida, tengo claro que hay un límite y es que no baja al parque a jugar. ¿Cómo voy a poner este límite a este hijo o a esta hija de la manera más empática posible? En primer lugar, ver sus necesidades. ¿Qué necesita mi hijo o mi hija cuando quiere bajar al parque? Compartir con sus amigos. A lo mejor les quiere contar cosas, a lo mejor quiere que le cuenten cosas, a lo mejor se lo quiere pasar bien porque son amigos que aprecia un montón y que se lo pasa genial.
Al mismo tiempo, tiene el examen mañana. Yo voy a tener en cuenta sus necesidades y voy a poner el límite. Y le puedo decir: «Mira, entiendo que quieres bajar al parque, estar con tus amigos, porque quieres verles, porque quieres pasar un rato con ellos, y eso es importante para ti. ¿Es así?». La empatía que tengo en mi corazón, la convierto en una hipótesis para chequearla, porque solo él, solo ella, solo nuestros hijos saben lo que les pasa de piel para adentro. Y si me dice: «Sí, mamá, es esto». «Bueno, pues lo entiendo, hijo, entiendo que quieras… que esto sea importante para ti». Y luego, hay una palabra que yo digo que en comunicación es mágica, que es la palabra «al mismo tiempo». Eliminando el «pero». El «pero» resta, el «al mismo tiempo» suma. El «pero» anula, barre lo anterior, y el «al mismo tiempo» incluye. «Al mismo tiempo, hijo, yo estoy preocupada porque tienes examen mañana y yo, como madre, me importa mucho que no cojas retraso en tus estudios y no voy a permitir que bajes al parque ahora». Abro un espacio donde le aseguro a mi hijo o a mi hija que veo sus necesidades. Y que no solo las veo y me importan, sino que paso a la acción para cuidar de ellas.
Y ahí, cuando acompañamos a nuestros hijos a poner límites empáticos y cuidadosos de sus necesidades, encuentran fuerza y pierden el miedo a ponerlos. Porque, en general, los niños tienen miedo a poner los límites porque quieren cuidar de la relación con sus amigos. Si les decimos: «Puedes poner este límite claro, firme, inamovible y al mismo tiempo cuidar de la relación con tu amigo, porque sabes ser empático con él y propones otras alternativas», es mucho más fácil.
Proponemos los acuerdos nosotros: «¿Qué os parece, chicos, si hacemos los deberes el viernes por la tarde y así tenemos todo el fin de semana libre para jugar y divertirnos?». En principio, si somos nosotros los que proponemos ese acuerdo es porque nos interesa a nosotros. Y está bien que nos interese a nosotros, lo único que, sin darnos cuenta, lo forzamos, y sin darnos cuenta no chequeamos y no nos aseguramos al 100% de que esa acción es cuidadosa de las necesidades de ellos. Entonces, nuestros hijos nos quieren, quieren que estemos contentos con ellos y nos dicen: «Sí, mamá, de acuerdo, hacemos los deberes el viernes». Llega un viernes, se termina el viernes y los deberes no los han hecho porque no les apetece, porque tienen otros planes, por lo que sea. Al viernes siguiente, lo mismo. Al tercero, ya puede que esté en zona roja, que si no me paro me voy a ir a culparles o a reprocharles.
Y si miramos en profundidad, cuando un acuerdo no se respeta, ¿qué es lo que ocurre? Que alguna necesidad de la que no hemos sido conscientes cuando fijamos ese acuerdo no está siendo cuidada. ¿Qué está pasando a nivel de necesidades para que ellos no tengan ganas de hacer los deberes los viernes? A lo mejor no hemos tenido en cuenta una necesidad de descanso, de evasión. Llevan toda la semana trabajando, el viernes también colegio. A lo mejor el viernes por la tarde necesitan desconectar, pasar a otra actividad, olvidarse del tema de deberes para hacerlo otro día. Y cuando propusimos esto, solo desde el punto de vista de los padres, no tuvimos en cuenta esa necesidad.
Tenemos dos alternativas cuando no se respeta un acuerdo: utilizar esa falta de respeto del acuerdo para alimentar desencuentro y confrontación o, a partir de un acuerdo que no es respetado, llegar, pasando por explorar qué necesidades se han quedado en el camino, a un nuevo acuerdo diferente y enriquecido, porque este nuevo acuerdo cuida de más necesidades que el anterior.
Al mismo tiempo, entiendo que si él quiere comer entre horas, él o ella, pues tiene hambre. Ahí ya tengo ingredientes para que el «no» no caiga como una pata de elefante y sea un no cuidadoso. Puedo decirle: «Mira, hijo, sé que tienes hambre y quieres comer y quieres picar algo, y te cuesta esperar a la hora de comer. Al mismo tiempo…». En lugar de «pero». «Al mismo tiempo, me importa mucho que se respeten los horarios en la comida y me importa mucho también que haya un orden en el día a día de la casa. ¿Sería posible para ti, en lugar de picar esto, comerte una pieza de fruta?». Fíjate que yo no he dicho la palabra «no». Y sin embargo es un «no picas». Una forma es: «Ni hablar, no se pica entre horas». Y otra forma es: «Me importa mucho el cuidado de las normas, que se respeten los horarios, que se respete la comida que se pone en la mesa, entiendo que tienes hambre». Y pongo algo de cuidado que sea posible para mí, a lo mejor una pieza de fruta.
O simplemente no propongo y le digo: «Bueno, sé que es difícil para ti. Falta media hora, si quieres adelantamos un poquito la hora de la comida». Siempre hay un margen de cuidado. Es importante que no vayamos con rigideces. ¿Cómo nos ayuda la comunicación no violenta a escuchar su no? Es importante que nos demos cuenta, Óscar, que nos han enseñado a tomarnos el no como un no a nuestra persona. Como algo personal. «Me ha dicho que no se viene conmigo a tal sitio. No quiere ir conmigo. Me dice no a mí». Y eso duele, hace daño, y la mayor parte de las veces, por no decir todas, no es real. Para confirmar esto, recordar las situaciones en las que en tu vida, da igual a quién, hayas dicho que no. A ver si encuentras una sola a la que le hayas dicho que no a la persona. «Te digo que no a ti». Has dicho que no a su acción, has dicho que no a su propuesta, has dicho que no al planteamiento que hay en esa situación.
Y si nuestros hijos nos dicen que no, y sin darnos cuenta nos lo tomamos como algo personal, vamos a reaccionar en consecuencia. Luego vamos a hacer crecer la tensión, el conflicto y el desencuentro. Muy fácil. «Espera, me ha dicho que no. ¿A qué está diciendo que sí mi hijo o mi hija cuando me dice que no? ¿A qué está diciendo que sí cuando me dice que no se quiere lavar los dientes?». A lo mejor está diciendo que sí a una necesidad de afirmarse, de elegir. Porque si me paro y veo el día a día, es verdad que tiene el día a día todo cronometrado, todas las normas muy marcadas, su padre y yo diciéndole lo que tiene que hacer. Si yo veo que está diciendo que sí a eso, inmediatamente dejo de poner el foco en que se lave o no los dientes, pongo el foco donde está la raíz de su no, y en el momento en que en la vida familiar haya acciones concretas para cuidar de su autonomía, de su libertad, de su necesidad de afirmación, de su necesidad de reconocimiento de la edad que tiene, por sentido común llegará un momento en que no necesitará oponerse para lavarse los dientes.
Y luego, también es nuestra responsabilidad como adultos, como padres, el decir: «¿Cómo voy a hacer con mis estrés, cómo voy a hacer con mi cansancio para no penalizar a mi familia, para no penalizar a mis hijos?». Y ahí, de nuevo, acción concreta, Óscar. Porque muchas veces somos conscientes de lo que nos pasa y ahí nos quedamos. Estoy de mal humor en mi casa, no me aguanto ni yo porque estoy superestresada o cansada. Sí, y ser consciente de eso, ¿de qué nos sirve? Pasamos a la acción. A lo mejor es llegar a casa, y aunque tenga que hacer mil cosas, no hacerlas y sentarme un rato, a lo mejor es acostarme antes, a lo mejor es tomarme un día libre. Si yo no cuido de algo que es importante para mí, a quien le voy a pasar la factura de eso va a ser a mi familia.
Imaginemos que uno de nuestros hijos tiene la habitación completamente desordenada y tenemos visita en casa. Nos gustaría que esa habitación estuviese ordenada. Puedo ir por la acusación, el reproche, el chantaje, el castigo o el premio. «Si ordenas tu habitación, te doy equis». Hay una consecuencia que utilizo para manipular la situación y conseguir lo que yo quiero. Esa es una vía. Otra vía es: «Vale, ¿cuál es mi necesidad?». Que la casa esté ordenada, que esté acogedora para las personas que van a venir, para la visita. Si es un hijo nuestro, podemos contactar con una necesidad de contribuir, de aportarle en su organización de vida, en su estructura de vida. Esas son mis necesidades. Y si me paro, antes de ir al diálogo, ¿cuáles son las necesidades de mi hijo o mi hija, que tiene esa habitación desordenada?
Muchas veces, nuestros hijos, el orden que quieren no tiene nada que ver con el nuestro. Bueno, pues vamos a buscar un tipo de orden que, en su habitación, cuide de su necesidad de autonomía, su necesidad de comprensión. No es que sea sucio, no es que sea un desordenado, sino que su vida y su mente, a lo mejor con 14, 15 o 16 años, para nada está ni un ápice en ordenar los pantalones. «Al mismo tiempo, para mí es importante que haya cierto orden. Vamos a ver cómo podemos hacer con lo tuyo y con lo mío». Y llegar a acuerdos, ver si los acuerdos se cumplen, si no se cumplen, volver al diálogo. Y no es fácil. Ahora, si lo planteamos como proceso, no como varita mágica… Un proceso en el que hacemos equipo para cuidar de ambas necesidades, poquito a poco, al ritmo que sea posible, del conflicto, porque el inicio fue un conflicto, puedo enriquecer la relación con mi hijo o con mi hija. Y de una manera realista, ir avanzando a formas que cuiden de ambos.
Podemos cuestionar, si acaso, la forma que eligen nuestros hijos de expresar estos sentimientos. Por ejemplo, cómo eligen expresar la rabia insultando. Pero esa es la forma de expresar, lo que podemos poner en cuestión. Ahora, el sentimiento de rabia forma parte de la naturaleza humana. Es como cuestionar que tenemos cinco dedos o dos orejas. No hay un ser humano que no conozca el sentimiento de rabia, de tristeza, de miedo. Condenar o negar, o no aceptar esa emoción y ese sentimiento de nuestros hijos significa no aceptarle a él en su totalidad. Si vamos con la comunicación no violenta reconociendo y acogiendo los hechos que le han estimulado, sus sentimientos, sean los que sean, y lo acepto, lo acojo, lo valido, lo legitimo. Y veo sus necesidades, su necesidad de seguridad, su necesidad de confianza en él mismo y en los demás, su necesidad de cariño… Esas son necesidades universales, fundamentales, de todo ser humano. Y a veces las cuestionamos en nuestros hijos. «No sé por qué no tienes confianza en ti, no sé por qué necesitas tanta seguridad si tal, si cual. No sé por qué necesitas tanta atención. No sé por qué necesitas tanto». Es como cuestionar el ser profundo de nuestros hijos.
Cuando legitimamos, cuando validamos, cuando aceptamos, y más aún, cuando ponemos acciones para cuidar de esas necesidades legítimas, genuinas, profundas, la autoestima está ahí. Porque nuestro hijo aprende que es importante. Aunque tenga miedo, aunque tenga rabia. Las formas… Estamos aquí los padres para enseñarles a expresar esas emociones de una manera positiva también para el entorno. Previo aprendizaje nuestro también.
Tú necesitas seguridad, necesitas confianza, necesitas sentirte importante entre tus amigos, valoración. Ahora, en equipo, o a ti primero. ¿A ti qué se te ocurre que puedes hacer para cuidar de esa necesidad? Tu forma preferida es que estos dos amigos quieran ir contigo, pero parece que no es posible. Luego también podemos enseñar a nuestro hijo a buscar otras acciones. No serán las preferidas, pero cuidarán de su necesidad de sentirse valorado, de sentirse querido y de sentirse importante ante los ojos de sus iguales.
Si pasamos al tercer modo de comunicación, comunicación asertiva, ahí hay varios enfoques también. A veces se habla de comunicación asertiva, una comunicación que se centra en la forma de expresarse, en dar recursos a la persona para conseguir afirmarse, para conseguir convencer. Sería algo así como recursos muy hábiles para salirse con la suya, para ganar en una situación. Y hay enfoques que a eso lo llaman «asertividad». En comunicación no violenta, eso lo subimos al primer grupo de comunicación violenta. La asertividad, desde el enfoque de la comunicación no violenta, es conexión, es empatía, y ahí tenemos la asertividad.
La asertividad no está en la acción que queremos conseguir. No ponemos la fuerza, la firmeza en esa acción. Somos asertivos en comunicación no violenta cuando la fuerza vital la ponemos en proteger y en cuidar de nuestras necesidades. Marshall Rosenberg decía… Yo le escuché una frase que me encantó, decía: «Nos agarramos a nuestras necesidades como un perro a un hueso». Agarrados a nuestra necesidad como un perro a un hueso, deja todo el espacio necesario para ir a ver también las necesidades de la persona con la que tenemos una relación. Y la asertividad, en comunicación no violenta, estaría ahí: la fuerza para proteger y cuidar de nuestras necesidades, como adultos que somos, y la fuerza para que haya un cuidado mutuo también de lo que le importa a la otra persona.
Puede darse una situación en la que tenemos distribuidas las tareas de casa, y a uno de nuestros hijos le pedimos que baje la basura y nos dice que no, que no quiere. Ahí tenemos recorrido para las cuatro alternativas que hemos visto. La agresiva: con amenaza, con castigo. La pasiva: callándonos, en formato víctima, en formato distancia, en formato «ya me las vas a pagar». La asertiva que pone atención solo a la forma, y entonces hago la estrategia del disco rayado o vuelvo a reformular, o pregunto… Bueno, pues todos esos recursos que dan en esos modelos de asertividad. O bien podemos ir a la asertividad con este enfoque de comunicación no violenta: ¿Cuál es mi necesidad? Estoy cansada, necesito descanso, necesito apoyo, necesito colaboración. Me da tranquilidad que cada uno asuma sus responsabilidades y se respeten los acuerdos.
Y decirle: «Mira, te he pedido que bajes la basura, me dices que no. Habíamos acordado esto, te pido por favor que hoy bajes la basura y mañana vemos realmente qué normas de las que hemos visto en casa te convienen y cuáles no, para que tú sientas que eliges, que no hay imposición y que hay un reparto justo de todas las tareas. Para mí es muy importante que nos paremos a mirar una para una las que te corresponden a ti y las que corresponden al resto de la familia».
Yo tengo una frase guía en la relación con mi hija, en la relación con jóvenes con los que trabajo, y que me ayuda enormemente y que la cojo así, con mucha rapidez, que es: «Conexión antes de educación». El modelo social educativo lo hace a la inversa. Bueno, es educación primero. Primero lo que se puede hacer, lo que no, lo correcto, lo incorrecto. Y luego, si acaso, conexión. Que en el momento en que ponemos la educación antes de la conexión, la conexión es muy difícil que llegue. En cambio, si pones el foco en la conexión antes de la educación, luego la educación fluye. Podemos explicar desde el compartir, desde la complicidad. Conexión antes de educación.