Patricia Ramírez. Yo creo que lo primero que hay que hacer es darles información, y hay que decirles que la sobreprotección que hacen con todo el cariño del mundo, pensando que tú estás evitando que tu hijo pase por una serie de emociones, como es el miedo, la frustración, la ansiedad, son importantísimas. Uno tiene que aprender a vivir con esas emociones y lo que hace la sobreprotección es evitar ese paso. ¿Qué pasa? Que cuando el niño es un adulto no sale de su zona confortable, no es valiente para emprender porque no quiere sentir la incomodidad de esas emociones. Cuando les damos información a los padres, porque yo lo veo cuando hago talleres, y les das información de que en su vida van a tener que enfrentarse a situaciones en las que hay que negociar, en las que se tienen que esforzar. Si tú eso no lo tienes entrenado, tendrás gente que no haga deporte, tendrás gente obesa porque no sabrá renunciar a la comida, tendrás gente que no se forme o que no estudie porque le supone un sacrificio. Cuando tú les hablas un poco de las consecuencias desastrosas en el futuro, los padres abren los ojos. Pero tienen que tener esa información, porque ellos creen que ahora lo están haciendo bien. ¿En qué tipo de cosas podemos fomentar esa autonomía? El niño tiene que prepararse su bolsa de deporte, y si no se la lleva y no se ducha, que se ponga la toalla de un compañero si se la quiere prestar, y si coge hongos en los pies porque no llevaba las chanclas para ducharse, es su problema, ya le pondrán algo. Tenemos que dejar que el niño sufra las consecuencias de no responsabilizarse de sus cosas. Pero hay padres que dicen: «Si no me pongo a hacer los deberes con él, suspende las Matemáticas», pues que las suspenda y que se enfrente a que el profesor le diga que va mal y que se enfrente a tener unas clases particulares durante todo un año o a estar un verano estudiando. Hasta que uno no vive la consecuencia de su comportamiento, la gente no sabe actuar, no aprende. Yo te pongo un ejemplo: yo tengo un niño de altas capacidades, el que tiene doce que ahora cumple trece, y el año pasado en primero de la ESO me dijo: «Mamá, ¿yo puedo jugar a la Play Station ente semana?», y dije: «Pablo, no lo sé. Quiero que sea algo de lo que te responsabilices tú. Tú eres el que tienes que decidir si tienes tiempo y organización para jugar a la Play Station», así que él lo decidió y al final del trimestre no suspendió nada pero me dijo: «Creo que no puedo jugar a la Play Station, porque ha bajado mi nivel». Si yo llego a decirle a principio de curso que no podía jugar a la Play Station, hubiese tenido a alguien todo el trimestre diciéndome: «¿Por qué? Si me da tiempo, déjame, ya he acabado los deberes». Creo que el aprendizaje que obtuvo él al darse cuenta de que no podía compaginarlo todo como quería fue mucho más efectivo que el haberle impuesto el no poder jugar. Así que tenemos que dejar que la gente viva sus consecuencias. Como pueden ser los ejemplos del chat, ¿cuándo un niño se ha olvidado los deberes qué pasa? Ahí hay una madre diciendo: «Fulanito no ha traído el libro de matemáticas», y doscientas madres contestando: «En mi casa no está», «espérate que le hago una copia». Los niños también tienen chat, si te has olvidado el libro, que pregunte a tus compañeros, pero no le saques las castañas del fuego. No podemos dejar que nuestros hijos se enfrenten a un peligro real que ponga en peligro su vida, pero sí tenemos que dejar que se enfrenten a una bronca con el profesor, a que le llamen la atención, a que se sienta frustrado, a que tenga un sobresfuerzo en verano que estudiar por algo de lo que no se ha ocupado. No, si tu hijo se ha olvidado la merienda que le habías dejado preparada y puesta ahí, es su problema. No tienes que ir tú corriendo con la merienda al colegio porque al chiquillo se le ha olvidado, aquí no se muere ninguno por no tomar merienda un día. Dejemos que se exponga a que llegue del colegio y te diga: «Mamá, he pasado un hambre», mañana se acordarás de llevarte la merienda.