Cómo entrenar la inteligencia de tu cuerpo
Estanislao Bachrach
Cómo entrenar la inteligencia de tu cuerpo
Estanislao Bachrach
Doctor en Biología Molecular
Creando oportunidades
Lecciones de biología molecular para tomar buenas decisiones
Estanislao Bachrach Doctor en Biología Molecular
Estanislao Bachrach
Estanislao Bachrach, reconocido doctor en Biología Molecular de origen argentino, ha dedicado su carrera científica a investigar la relación entre el cerebro y el comportamiento humano, en busca de las respuestas que la neurociencia puede aportar para mejorar el bienestar de las personas. Además de su formación científica, Bachrach se ha especializado en liderazgo, innovación e inteligencia emocional, realizando un máster en Coaching Deportivo de Alto Rendimiento en Barcelona. Durante su etapa como docente en el Departamento de Biología Molecular de la Universidad de Harvard fue reconocido por sus alumnos, durante cinco semestres consecutivos, como el mejor profesor porque era el único que se atrevía a responder: "No lo sé".
Su pasión por la divulgación científica le ha llevado a publicar best sellers como 'Ágilmente' y 'En cambio', que describen cómo aprovechar el potencial del cerebro para desarrollar el aprendizaje y la creatividad. "Mi propuesta es que duden, porque la ciencia, si bien es muy interesante y tiene un método de estudio, está hecha por personas, y las personas, los científicos, somos normales y estamos sesgados cuando tomamos decisiones", afirma el doctor. En los últimos años, ha combinado su trabajo como docente e investigador con el asesoramiento de deportistas de elite, a los que ayuda a mejorar su rendimiento a través del autoconocimiento, la identificación de pensamientos limitantes y la gestión de las emociones.
Transcripción
Bien, pueden abrir los ojos. Luego de terminar mi tesis doctoral en el sur de Francia, en la Universidad de Montpellier, mi próxima aventura fue viajar a la Escuela de Medicina de Harvard, principalmente en el Hospital de niños. Los científicos tenemos una especie de limbo entre que terminamos una tesis doctoral y obtenemos algún cargo universitario o académico. Hay como un limbo que se llama el postdoctorado. El postdoctorado es una especie de trabajo con un sueldo muy bajo o una beca, y son dos, tres, cuatro, a veces cinco años, antes de ser contratado, si es posible, en alguna universidad, en algún hospital, incluso en algún laboratorio científico. Allí, en Boston, cuando llegué, año 2001 o 2002, tenía un sueldo bajo. Boston era una ciudad mucho más cara que Montpellier, en el sur de Francia. Y como yo siempre soy muy apasionado de dar clases y me gusta la universidad, me gusta la gente joven, busqué poder dar clases en la Universidad de Harvard. Tenía un contrato para ser investigador en el Hospital de niños, pero tenía, a partir de las seis o siete de la tarde, tiempo libre. Entonces, logré que me contratasen ahí, en el Departamento de Biología Molecular y Celular, y empecé a dar clases ahí. Tenía unos cuarenta o cincuenta alumnos de siete a diez de la noche. Y es costumbre en la universidad, y muchas universidades lo hacen, que los alumnos al final del semestre eligen al mejor profesor. Hay una encuesta y eligen. Y resulta que, bueno, me empezaron a elegir como el mejor docente del Departamento de Biología y las costumbres ahí, en la Universidad de Harvard, es que cuando uno gana ese premio… Está el Departamento de Psicología, de Arquitectura, de Biología, de Medicina… todas las distintas ramas de estudio.
Uno tiene un agasajo con el presidente de la universidad, en ese momento se llamaba Lawrence Summers, y en ese agasajo, que es tradición todos los semestres, hay fresas y champán. Nos encontramos todos los docentes de distintos departamentos y este presidente te estrecha la mano, te saluda y tú sigues caminando y te vas. Tuve la suerte y el orgullo de haber sido elegido cinco semestres seguidos por mis alumnos y, bueno, también era un orgullo para mí, porque claramente no soy bilingüe, si bien, obviamente, hablo inglés, y sentía que no era perfecto cuando daba las clases y, al cuarto semestre, este señor, Lawrence Summers, me mira… Nunca te habla, pero me miró fijo a los ojos y me dijo: «Otra vez por acá. Esta vez fui a preguntar por qué los alumnos te siguen eligiendo a ti, qué es lo que tienes diferente, qué es lo que hacés diferente». Y la verdad es que yo no lo sabía. Entonces, le dije: «Guau, qué interesante. ¿Y qué dijeron?». «Dijeron que Estanislao es el único profesor que dice “I don’t know”». «No lo sé». Y creo que es un gran comienzo para esta charla que tenemos juntos, porque muchas cosas no las sé y ustedes tampoco, nadie sabe todo., pero, a veces, cuando está un científico hablando o cuando uno está en un medio, o en la televisión, o en un medio gráfico, o cuando uno tiene un micrófono y habla a los demás, hay como una sensación de «Guau, debe de ser verdad lo que dice. Es científico, lo que dice funciona, lo que dice es verdad». Y mi propuesta para el día de hoy es que duden. Que duden, porque la ciencia, si bien es muy interesante y tiene un método de estudio, la ciencia está hecha por personas y las personas, los científicos, somos normales y estamos sesgados cuando tomamos decisiones.
Me ha pasado muchas veces interpretar un resultado en el laboratorio y tenía ganas de interpretarlo de una manera y no de otra. A veces los sesgos son conscientes, pero la mayoría de los sesgos son inconscientes. Y creo que también tiene que ver con las dos grandes enseñanzas de mi papá. Mi papá siempre me decía: «Cuando no sepas de algo, lo más importante es decir “no lo sé” y no sacar la guitarra y empezar a decir cualquier cosa». Y la otra enseñanza que también los invito a que tomen de mi padre, y probablemente algunos ya lo hacen, es dudar, dudar de todo, dudar de todos, ir en busca de sus propias experiencias. Muchas cosas de que vamos a charlar hoy quizás no les hagan sentido o sean contraintuitivas para ustedes. Y creo que la magia para que esto cierre es que lo atraviesen por su propia cabeza o por su propio cuerpo, depende de lo que vayamos a hablar, y vean si les parece OK o no. O sea, no voy a estar contándoles ninguna verdad, sino cómo un biólogo estudia el comportamiento humano, el cerebro, el cuerpo y veremos cómo nos va. Mi nombre es Estanislao Bachrach, soy doctor en Biología Molecular, argentino, con una tesis en Francia y un postdoctorado en Boston. Y durante diecisiete años viví en el mundo de la academia, laboratorios, hospitales, universidades y hoy me he convertido en esto que estamos aquí, más en un divulgador. Soy un investigador de investigadores, leo artículos científicos y mi pasión es, sin duda, traducir el lenguaje científico a un lenguaje más informal, más del día a día, más cotidiano, cómo la ciencia, con sus descubrimientos, nos puede impactar de manera positiva en vivir un poco mejor. De eso se trata y ojalá que les sirva para algo y que aprendamos juntos.
“El optimismo no es suficiente, pero es absolutamente necesario para avanzar”
Entonces, en biología hablamos siempre de que, cuando nos va en la vida de alguna manera, cuando hablamos del rendimiento en el trabajo, en la familia, en el hogar, depende siempre de cómo hacemos las cosas. Nuestros comportamientos, la forma de comportarnos, impactan en cómo nos termina yendo en el día. Y, para los biólogos, por lo menos, y otras disciplinas también, esos comportamientos, esas formas de actuar, dependen mucho de cómo nos sentimos. No es lo mismo ir a trabajar motivado que desmotivado. No es lo mismo tener una conversación difícil con tu pareja tranquilo o intranquilo. No es lo mismo conversar con tus hijos con energía o supercansado. No es lo mismo. Uno no se comporta igual dependiendo de cómo se siente. Por lo menos en biología, decimos que esas emociones que impactan en nuestros comportamientos y terminan impactando en nuestra performance dependen mucho más de qué estamos pensando y no tanto de qué está sucediendo. Entonces, si yo me estoy acercando a una conversación difícil pensando, como dices bien tú, negativo, «Uy, esto es muy complejo, no voy a poder, me va a terminar odiando, me va a echar, soy un fracasado», todos esos pensamientos van a contribuir a una emoción que llamamos ‘displacentera’. Vamos a sentirnos incómodos, quizás frustrados, con un poco de miedo por la conversación… versus, «Bueno, esta es una conversación difícil. Tenemos que tenerla, es importante para mí. Hace mucho que con mi jefe no hablamos del tema. Me voy a preparar lo mejor posible. Es lo que pude hacer». Entonces, como uno cambia la forma de pensar, se siente distinto y esa emoción impacta en cómo uno performa, por ejemplo, en esa reunión o en esa conversación.
Entonces, sí, no hay duda de que el pesimismo, llamémoslo ‘pensamientos negativos’, en biología hablamos de ‘pensamientos inoportunos’, tiene un impacto final en cómo nos va a ir en la vida versus el pensamiento más oportuno o más preciso, y después vamos a ver por qué la diferencia y por qué no los llamamos ‘pensamientos positivos’ u ‘optimistas’, tienen otro impacto. Entonces, sí hay una diferencia importante. Incluso en física, cuando uno estudia los pensamientos… Los pensamientos son energía, son eléctricos, tienen ondas eléctricas y los patrones energéticos de los pensamientos negativos son totalmente diferentes a los patrones energéticos de los pensamientos llamémoslos positivos, si quieren, u optimistas. Entonces, incluso la energía no es la misma cuando uno piensa de una manera o piensa de otra. Entonces, sí, hay una diferencia tremenda. Con el cuento de la India que les conté, lo que a mí me parece es que ser optimista no es suficiente para que te vaya bien, ¿no? Pero ser pesimista es suficiente para que te vaya mal. Ser optimista es necesario, pero después uno tiene que entrenar, trabajar, practicar, estudiar, fracasar y volverse a levantar, intentarlo de nuevo. Entonces, sí, el pesimismo te lleva a un mundo donde probablemente tu vida no sea divertida y lo pases mal y las cosas no te salgan bien, y el optimismo no es suficiente, pero es necesario.
Entonces, lo que hacemos con los deportistas es: «A ver, en todas las situaciones donde tú sientes que no estás rindiendo bien o tu performance no es la que quisieras alcanzar, ¿en qué estás pensando?». A muchos les cuesta, ¿eh? «¿Cómo que en qué estoy pensando? Está la pelota acá picando, yo estoy…». «No, no me cuentes lo que está sucediendo. Contame qué estás pensando». Y a alguno le llevaba entre uno o dos meses entender la práctica. Es pensar en qué estoy pensando. Y todos dicen lo mismo: «¡Guau, claro! Si pienso así, ¿cómo no voy a sacar mal? Lo que pasa es que, claro, hace quince, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta años… no sé, diez, cinco, que pienso siempre lo mismo». Entonces, ese es el entrenamiento mental: ¿en qué tengo que pensar para sentirme yo, deportista, bien para performar bien? «No, yo te voy a decir a ti qué tienes que pensar». Cada uno tiene que elegir y buscar sus pensamientos. Por eso hablamos de pensamientos precisos u oportunos. El deportista A y el deportista B necesitan pensar cosas distintas para sentirse bien. Incluso, me ha pasado que algunos deportistas me han dicho: «Descubrí con esto de que me haces pensar en qué estoy pensando que enojado juego mejor, que enojado compito mejor». Cuando, quizás, el sentido común diría que no, que enojado no vas a ver la pelota, vas a jugar mal. Entonces, es una búsqueda, y creo que la palabra que va a englobar la charla de hoy es ‘de autoconocimiento’, donde voy a buscar cuáles son los tres o cuatro pensamientos que van a reemplazar a aquellos negativos o inoportunos para yo sentirme bien. Quizás mi compañero de al lado necesita otra forma de pensar. Eso es trasladable a la vida cotidiana, que es lo que me preguntabas vos. Lo mismo. No hace falta ser deportista. Ante cualquier reunión que uno tiene o desafío o situación incómoda de la vida, ¿en qué estoy pensando que me siento tan mal y performo mal?
Y por el otro lado, los deportistas pueden, y nosotros también, entrenar el cerebro. Entonces, la mente es el ‘software’, los pensamientos. El cerebro son las neuronas. Gracias a las neuronas pensamos, o sea, tenemos mente porque tenemos neuronas y cerebro. Y ahí hay una gama de herramientas y de métodos para que el deportista mejore su performance o su rendimiento que también las podemos usar nosotros. Número uno, se me ocurre la concentración. Un deportista necesita no solamente al entrenar, sino también al competir, estar más concentrado. O se desconcentra por alguna situación y está buenísimo que se vuelva a concentrar lo más rápido posible. Entonces, las neuronas relacionadas con la atención, con la concentración, son entrenables. Entonces, uno puede entrenar estar más atento. Otro que seguro que vamos a charlar hoy es el estrés. Una cosa es entrenar y otra cosa es ir a competir. Una cosa es estar con tu equipo de trabajo y otra cosa es tener una reunión con el jefe del jefe de tu jefe. Quizás estás más estresado ahí, hay más presión. Entonces, uno puede aprender a gestionar el estrés. Otra que se me ocurre es las emociones. Unos descubren, algunos deportistas y personas no deportistas también, que yo, triste, actúo, performo, mal. Yo enojado me equivoco, me arrepiento o trato mal a los demás. Alguno empieza a descubrir que ciertas intensidades de emoción me hacen mal a mí y a los demás. Bueno, ¿cómo trabajo eso para regularlo y performar mejor? Entonces, todo lo que hacemos en el mundo del deporte de elite es exactamente lo mismo que podríamos hacer nosotros. Yo creo que la gran diferencia, y es por eso por lo que me dedico a los deportistas, es que ellos tienen cien por ciento claro que tiene un impacto directo en su performance. Quizá nosotros dudamos. Yo también enseño en la universidad y, bueno, en una reunión con mi jefe o con un cliente, no importa qué estoy pensando. Y yo te aseguro que importa muchísimo.
En un caso muy reciente tuve la oportunidad y diría la suerte, porque son grandes seres humanos también. Los deportistas son seres humanos, no sé si… A veces parece que no, pero son. Trabajé con los dos ganadores de la medalla de plata para la Argentina en vela en los Juegos Olímpicos de París 2024. Eugenia y Mateo se llaman. Y empecé a trabajar con ellos cinco o seis meses antes de los Juegos Olímpicos y el primer trabajo que hicimos fue ese, que ellos vayan a detectar qué situaciones de la navegación, del barco, del viento, del oleaje, de los rivales, de la temperatura, del traje, del casco… qué situaciones ellos tenían claro que los hacían performar peor, rendir peor. Si era una ola grande, si era un viento que cambiaba muy de repente, lo que sea. No me la tenían ni siquiera que contar a mí. Pero ya cuando estaba… Era por Zoom al principio, ellos estaban entrenando en Marsella, yo estaba en Buenos Aires. Y ellos enseguida ya dijeron: «No, yo sé cuál. Hay tres: esta, esta y esta». El deportista sabe qué situación lo pone mal. Y, entonces, los envié, como le contaba recién a él, los envié: «Bueno, cuando vayan a entrenar mañana, traten de pensar en qué están pensando. A ver si, cambiando la forma de pensar, podemos mejorar la emoción, que sea una emoción…». Nosotros lo llamamos ‘emociones performantes’, cómo me tengo que sentir para rendir bien, para estar en eso que los deportistas dicen «en el flow», que sea como «Guau, todo me sale bien hoy». Bueno, como son muy profesionales y son de elite, en muy pocas semanas los dos descubrieron que, claro, muchos de esos pensamientos en los momentos que les incomodaban no eran reales.
«Estoy pensando que no voy a poder, vamos a perder. Esto es muy difícil. El barco se va a caer», porque estos barcos flotan en el aire. «Con estas olas es imposible. El sol de frente…». Y decía: «Y nada es verdad, pero lo pienso hace años esto». Entonces, empezaron con el trabajo fino y sutil pero posible de reemplazar los pensamientos. Nosotros de ninguna manera les pedimos que dejen de pensar en eso. Porque cuanto más le pedís a alguien que no piense en el oso blanco que está ahí atrás, más está el oso blanco ahí atrás. ¿Lo están viendo o no? No hay. No hay osos atrás. Es un señor disfrazado. Pero no piensen en eso. Entonces, Mateo y Eugenia me contaban: «Hemos aprendido a veces a no pensar en algo». Bueno, es una herramienta, es una técnica. Como biólogo, me parece que es compleja, porque, claro, cuanto más me esfuerzo en no pensar en algo, en general lo pienso más. Entonces, acá el trabajo es, yo siempre hago esto con las manos, reemplazar un pensamiento por el otro. Y realmente… Bueno, después viajé a entrenar con ellos en el agua y a entender un poco más el barco y todo, y ellos lograron cambiar su forma de pensar en esas situaciones y lo cuentan en la prensa y lo hablan y dicen que finalmente no es tan complejo. O sea, no es fácil porque hace muchos años que pienso de esta manera, pero no es complejo, es simple. Es entender en qué estoy pensando y, la próxima vez que ocurra esa situación, tratar de pensar distinto. Al principio no sale porque en general tendemos a pensar siempre lo mismo de manera inconsciente. Pero, bueno, en este caso de Juegos Olímpicos, preparación… necesitaban cambiar esos pensamientos para performar mejor. Entonces, es un ejemplo claro y que lo puedo contar porque ellos me dejan. Incluso, Eugenia contaba que ella necesitaba muchísima tranquilidad para performar bien y tenía las pulsaciones muy arriba, a ciento cuarenta o ciento cincuenta pulsaciones.
Cuando uno tiene más de ciento veinte, ya empieza a tomar malas decisiones. Y a ciento cincuenta en un barco que va a sesenta kilómetros por hora flotando arriba del aire, una mala decisión puede ser una fractura o un esguince, o una rotura de ligamentos, porque el barco se mete en el agua así, es peligroso. Entonces, ella necesitaba mucha tranquilidad para bajar las pulsaciones, para tomar buenas decisiones. Mateo se dio cuenta, era un ejemplo que contaba antes, de que un poquito enojado y con bronca no se equivocaba nunca en la navegación. Ahora, cuando estaba demasiado tranquilo, cometía más errores. Eso es autoconocimiento. Ahora, cuando Mateo le cuenta esto a Eugenia y Eugenia le cuenta esto a Mateo, se genera otra cosa increíble, que es el famoso trabajo en equipo, colaboración, comunicación. Ahora, cuando Eugenia lo ve a Mateo enojado, está tranquila porque dice: «No, vamos a navegar bien». Y cuando Mateo la ve a Eugenia demasiado zen, él se ponía nervioso. «Eugenia, movete». «No, no, yo necesito así». Entonces, tiene un impacto no solamente en la performance de uno. Cuando hablamos de un equipo, tiene un impacto en la performance de todo el equipo.
Entonces, vamos a empezar por el de todos los días. Activar los dos significa equilibrio. Cuando vos tenés el sistema simpático y parasimpático activos más o menos de manera pareja, estás en una situación de equilibrio en tu día, en los desafíos de tu día. A mí me gusta mucho compararlo con un vaso de agua. Nunca es malo tomarse un vaso de agua, nunca es malo tomarse un vaso. Bueno, nunca es malo respirar de esta forma que te voy a decir ahora. Todo lo contrario: siempre te permite equilibrar tus sistemas de activación y relajación. Y es tan sencillo como inspirar en cuatro segundos y espirar en cuatro segundos. Inspiro en cuatro y espiro en cuatro. Y por nariz. Ahora voy al tema de la nariz. Entonces, un cuatro-cuatro permite equilibrio en tu día. Entonces, tú estás en el auto o en el metro o en la oficina o estás escuchándome a mí en este momento, por ejemplo, o estás viendo una serie o estás charlando con tus hijos y estás escuchando qué te cuentan, y tú puedes decidir respirar cuatro-cuatro mientras escucho qué me dice. Al principio, la gente cuenta o mira el celular, pero después uno lo hace automático. Si es tres coma cinco no pasa nada. Y si es cinco, tampoco. No tiene que ser exacto cuatro. Digo para los ingenieros, para los que todo tiene que ser perfecto. No pasa nada. Entonces, ese cuatro-cuatro activa los dos sistemas y estás en una situación de equilibrio. El cuatro-ocho, que sería inspirar en cuatro y espirar en ocho de la forma que hicimos al principio, vamos a volver a eso en algún momento, lo que permite es la relajación, porque lo que activa el espirar en el doble de tiempo que inspirar es el parasimpático. Entonces, ahora quiero que te imagines… Hay un nervio muy famoso que está muy de moda que se llama el ‘nervio vago’, que es uno de los pocos nervios que van del cráneo a los distintos órganos. La mayoría atraviesa la médula espinal. Este va directo. Y arriba de la parte de arriba de este nervio vago, se llama el ‘vago ventral’, es parte del sistema parasimpático.
Entonces, imagínense esta situación: cuando yo inspiro, entra aire al cuerpo, no entra oxígeno. Oxígeno es solo el veintiún por ciento del aire. No estamos respirando cien por ciento oxígeno. Cuando yo inspiro, entra el aire, el oxígeno va a hacer intercambio con el dióxido carbono en la parte de abajo de los pulmones y, cuando espiro… Imagínense que la espiración es el doble. Entonces, el aire que empieza a salir es como… Literal, es linda la imagen. Está como acariciándome el nervio vago porque sube y voy espirando… en ocho segundos es como que lo toquetea el nervio vago, lo acaricia, las partículas de aire lo van tocando y eso lo activa y me voy relajando. Por eso la espiración tiene que ser el doble que la inspiración. ¿Y por qué por nariz? Porque cuando yo espiro por boca… No es malo espirar por boca, cuando uno hace deporte, en general, espira por boca. Pero, ahora, mientras me escuchan, podrían estar todos tratando de respirar por la nariz. Cuando yo espiro por nariz, el caudal del aire, el volumen del aire, es mucho más finito… que si espiro por boca. Entonces, esa finitud, ese caudal pequeño, lo que permite es más tiempo para el intercambio gaseoso, que es lo que quiero, que haya más oxígeno, y también permite esa caricia suave en el parasimpático para relajarme. ¿Se entendió? Ese es el cuatro-ocho. Y después está el que en general nosotros no queremos usar, en general, porque estamos demasiado activos en el día, pero a veces estamos como medio caídos y queremos activarnos… Los deportistas lo pueden usar mucho porque a veces van a salir a competir y se sienten demasiado relajados. No es bueno para un deportista. Y eso es una respiración que se llama ‘del fuelle’ o ‘del fuego’, que es… Como el parasimpático estaba arriba… Imaginate que el simpático, que es el que activa, el que te deja activado, está como más abajo, más cerca del abdomen, en el nervio.
Entonces, en el fuelle, la respiración es simplemente controlar la espiración. Ahora voy a hacer un ejemplo. Soy malísimo, pero lo voy a hacer. Y es como apretar el ombligo contra la columna vertebral. Con la nariz espiro y meto el abdomen para abajo, trato como de tocar la columna con el abdomen. La inspiración no la controlo, va a entrar el aire. Una vez que espiro, entra siempre el aire. Y ahí es como que es de vuelta. Lo estoy masajeando al simpático y le estoy diciendo «Despertate, despertate, necesito activación». ¿Se entendió? Entonces, cuatro-cuatro, equilibrio. Cuatro-ocho, antes de dormir, relajación. Abdomen o fuelle o fuego, activación. Y después está, en biología, algo que me encanta que se llama la ‘respiración perfecta’. ¿Qué es la respiración perfecta? Cuando nosotros inspiramos aire, veintiún por ciento compuesto de oxígeno, el propósito de respirar es que entre la mayor cantidad de oxígeno posible y que se quede el oxígeno. Yo quiero que el oxígeno vaya a todo el cuerpo, porque casi toda reacción química del cuerpo necesita oxígeno. Entonces, cuando uno respira normal, que en general es doce, trece, catorce veces por minuto, más o menos tres cuartas partes del oxígeno que inspiras vuelve a salir. ¿Se entiende? Yo estoy respirando normal, donde el propósito de la respiración es que el oxígeno se quede, y yo lo estoy sacando. No quiero que se vaya. Es como una respiración en vano. ¿Para qué estoy respirando oxígeno si después lo escupo de vuelta? Entonces, la respiración perfecta es en la que los biólogos y otras disciplinas demuestran, gracias a la tecnología, que casi todo el oxígeno que inhalo queda en el cuerpo. ¿Quién sabe esto perfecto? Los deportistas olímpicos. Ellos necesitan cansarse lo menos posible. ¿Qué es cansancio? Falta de oxígeno.
Entonces, esa respiración perfecta es inspirar en cinco coma cinco segundos y espirar en cinco coma cinco segundos. Lo pueden ir practicando mientras yo sigo hablando y contando con los dedos o la memoria. Y no tiene que ser una respiración brutal. Es con mucha tranquilidad como hicimos al principio. Que entre el aire. A veces uno no llega a… en cinco segundos se traba porque tiene una baja capacidad pulmonar. Entonces, eso se practica. Los pulmones se expanden, crecen. Y espirar en cinco coma cinco segundos por la boca, no necesitan probarlo ahora, pero lo pueden hacer, van a ver que es complicado, porque cuando yo escupo por la boca todo el aire a los dos segundos ya no hay más. Pero, si yo voy tranquilo con el famoso vidrio empañado, a empañar el vidrio, como que el aire va finito y pasan los cuatro segundos, los cinco segundos. Esa es la respiración perfecta y lo que se observa científicamente, y los deportistas te dicen «Guau», es que en quince o veinte días de practicar esto, quince minutos por día, te cansas la mitad en tu día. Tienes el doble de energía o te cansas la mitad. Increíble. O sea, es fácil de hacer, es gratis, que es importante, lo puedes hacer en cualquier lado y es tener esta costumbre de que cada tanto paro y respiro cinco coma cinco y cinco coma cinco. Y lo que es más lindo filosóficamente de esto que estoy contando, y cierro, es que unos científicos italianos estudiaron que todo tipo de rezo, mantra, canto chamánico, ritual de pueblos originarios desde los indios navajos hasta el Ave María pasando por todos los pueblos originarios que quieras… El ‘Om’, que está bastante de moda en la gente que hace yoga. Inspiras en cinco coma cinco y espiras en cinco coma cinco, como de manera natural. Entonces, de vuelta, la ciencia viene como a decir: «Estos sabían. Hay que hacerlo». Ahí te expliqué la importancia de la respiración. Última: nariz y no boca. La nariz realiza tres cosas que la boca no puede hacer. Filtra el aire, importante por los patógenos y los virus y las bacterias. La boca, no. Cuando vos inspirás por la boca, te entran todos los bichos. Humedece el aire y calienta el aire. Y este aire humedecido y calentito, que la boca no hace, permite un mejor intercambio gaseoso. Entonces, por eso es tan importante respirar por nariz.
Cómo te movés en el día, en qué posiciones estás, va a tener un impacto. No es que va a cambiar tu vida para siempre, pero sí tiene mucho impacto cuando estás bajón, cuando estás mal, cuando estás incómoda… la apertura, la espalda derecha, el abrir está más relacionado con sentirme un poco mejor. No resuelve tus problemas, pero por lo menos al sentirte un poco mejor también puedes pensar con más claridad. Y el cerrarse, el quedarse en la cama, el tirar los hombros para abajo, el fruncir el ceño, también va a generar una emoción. En biología, llamamos ‘emociones placenteras’ o ‘displacenteras’. Entonces, sí, claramente hay un impacto. Ahora, me hablabas de que el cuerpo da información. Porque cuando el cerebro informa algo al cuerpo, a los órganos, a las vísceras, da una información, porque para eso están los nervios, que van a dar información. El cuerpo le devuelve al cerebro nueve informaciones, es decir, de cada autopista que viaja del cerebro al páncreas o al intestino, o al pulmón, o al corazón, o a la piel o a la sangre, vuelven nueve autopistas. O sea, hay mucha información que el cuerpo le está dando al cerebro segundo a segundo. Y esa información se llama, en biología, ‘sentidos internos’, ‘interocepción’. Y, en un lenguaje informal, lo conocemos como ‘sensaciones’. Uno tiene como sensaciones en el cuerpo. Alguno de ustedes seguro que puede percibir, sentir… no pensar, sentir el cuerpo de una manera más sutil. Otros logran sentir cosas pequeñas, ahora doy ejemplos, y la mayoría, y me incluyo hace tres años, solo sentimos las cosas brutas, evidentes: dolor de panza, contractura, me pica… Eso es evidente. Después está lo pequeño: cómo estoy respirando, qué estado de energía tengo, qué está pasando con la digestión… Uno lo puedo aprender a sentir y vamos a ver cómo.
Y después está lo sutil. Lo sutil, esas sensaciones que son información que el cuerpo te está dando. Se llama, para algunos autores, ‘inteligencia somática’ o ‘inteligencia del cuerpo’. A mí me gusta llamarlo ‘inteligencia sensorial’. Y cuando uno aprende a sentir las sutilezas del cuerpo, empieza a tomar mejores decisiones y empieza a generarse mayor bienestar. Porque son las famosas, en inglés, ‘gut feelings’. Cuando uno dice: «No lo voy a llamar. Voy a esperar». «Pero ¿por qué? Tienes que llamarlo ahora. Hay que decidir». «Hay algo…». ¿No? Y uno se toca. «No, me parece que no es bueno llamarlo ahora». «Pero ¿de dónde se te ocurrió esa idea?». «No lo sé». Ese es el cuerpo hablando. Y, a diferencia de la mente, que, como les conté en los pensamientos de los deportistas y los nuestros, la mayoría del tiempo estamos exagerando y diciéndonos cosas que son inoportunas o negativas o catastróficas, el cuerpo no tiene la capacidad de mentirnos. Lo que el cuerpo dice, dice. Después está en nosotros entrenar la capacidad de escucharlo. Incluso el verbo ‘sentir’, que creo que viene del latín ‘sentire’… que, en una época, ‘sentir’ era ‘escuchar’, solamente ‘escuchar’. Después vinieron los otros sentidos. Entonces, mediante la meditación, lo que se observa es que una de las áreas que más se desarrolla, en aquellas personas que suelen meditar de manera habitual o rutinaria, son estas áreas interoceptivas. Son las áreas que reciben la información del cuerpo para contribuir a la inteligencia racional, a la inteligencia social, a la inteligencia emocional, y se integra a la inteligencia del cuerpo. Entonces, nos conocemos mejor, estamos más integrados. En biología, decimos que las redes se coactivan. Uno no toma solo decisiones racionales o solo decisiones emocionales o solo decisiones del cuerpo. Están todas juntas.
Entonces, quizás en la escuela o en la cultura, diría, occidental, fortalecemos mucho esto: la razón, el análisis, la lógica, el pensar… y no aprendemos, en la escuela, a sentir. Entonces, sí hay una relación directa entre el cuerpo y las emociones, como dijiste bien vos. Sí yo puedo modificar mi cuerpo para sentirme distinto. Una son los gestos, la apertura… otra es el movimiento. Seguramente a muchos de ustedes les gusta bailar, la música. Pero eso sería como lo evidente. A mí me gusta acá llevarlos al mundo de lo pequeño y lo sutil. Y la gente, cuando se entrena en esto, Djokovic lo hace desde 2011 y todos los deportistas de elite lo hacen, cuando meditan para aprender a escuchar el cuerpo… Me ha pasado con deportistas que me dijeron: «No sé si hoy voy a entrenar». «¿Cómo? A las ocho hay entrenamiento». «Hay algo que… No, hoy me voy a quedar en casa. No puedo explicarlo». Eso es escuchar al cuerpo. O al revés: «Hoy no voy a poner la pierna dura. Hoy voy a ir más tranqui al entrenamiento. Hay algo que…». Es que no se puede describir porque es sentir, no son palabras. Y en la gente más normal, no en los deportistas de elite, lo primero que uno siente distinto en la vida, cuando uno se entrena en esto, es que se encuentra menos reactivo frente a situaciones ante las que antes reaccionaba mucho. Y en general es la pareja o el conviviente, o el jefe o el colega del trabajo el que se da cuenta. «¿Qué pasa? Estás gritando menos ahora». «Ah, bueno, es que estoy meditando desde hace un año y estoy… ¿Para qué gritar? Si no te hace bien a vos, no me hace bien a mí, me enferma…». «¿Qué pasa? Antes me contestabas de esta manera y ahora estás en silencio». «Bueno, quiero pensarlo». En biología hablamos de reacción y respuesta. La reacción es un impulso, es más emocional y no siempre es malo. Muchas veces puede ser muy bueno.
Pero en este entrenamiento de los sentidos internos uno empieza a descubrir, sin la lógica, que ciertas reacciones no van más. Esto no es bueno para mí, no es bueno para mi pareja, no es bueno para mis hijos, no es bueno para mi jefe, no es bueno para mi cliente. Cada uno lo pone en el mundo que quiere y empieza a reaccionar menos. Y es muy gracioso que… En la universidad donde enseño mis alumnos tienen entre veintiocho y cincuenta y cinco años, o sea, gente parecida a nosotros. Y algunos, yo diría el diez o veinte por ciento, hacen la tarea, los demás me mienten y no la hacen porque es una tarea larga, y realmente cambian y les pasan cosas. ¿Y empiezan a notar diferencias quiénes? Las parejas de mis alumnos. «Guau, no. No grita más, o está más tranquilo, o duerme mejor o está yendo a buscar a los chicos al colegio y nunca los iba a buscar». Y empiezan a sospechar. Siempre hay sospecha primero. «¿Qué está pasando, que estás más tranquilo?». «No, mi amor, estoy trabajando en estar más tranquilo porque es bueno para todos». «No, no, no. Yo te conocí gritón. Yo quiero que grites. No cambies». Porque uno de los grandes riesgos de empezar a sentir lo que uno siente y a estar menos reactivo en la vida y a darse cuenta de que el noventa y nueve por ciento de los desafíos, algunos les dicen ‘problemas’, que tenemos en el día a día no son graves, no son urgentes, no son dramáticos… En general, el noventa y nueve por ciento, diría yo… Y cuando uno entrena la inteligencia del cuerpo empieza a suceder eso.
¿Y qué estás cultivando cuando uno medita? Estás cultivando tu conciencia. Estás agrandando tu conciencia. Estás entendiendo más todo lo que está sucediendo afuera y adentro, que es un poco lo que veníamos hablando de la inteligencia del cuerpo. Y lo que observan los estudios, fundamentalmente de Estados Unidos, con grandes meditadores o con meditadores que meditan desde hace muchos muchos años, es que empiezan a ver muchos cambios en la función y la estructura del cerebro. Fundamentalmente, como le dije a María Eugenia hace un ratito, en las áreas interoceptivas, uno empieza a tener muchísima más información del cuerpo y a tomar otras decisiones en la vida, se hace más inteligente. Otras de las grandes áreas del cerebro que se modifican muy rápido cuando uno medita mindfulness son las áreas de la atención y la concentración. Por eso los deportistas meditan tanto, porque necesitan estar más concentrados o más tiempo concentrados, que también nos viene bien a nosotros. Y un área que en particular me gusta mucho, que se fortalece un montón, es el córtex prefrontal izquierdo, que es esta parte de atrás de la frente, de la parte izquierda de la frente, que tiene muchas responsabilidades en nuestra vida, pero una de las principales es sostener las emociones placenteras: el sentirse bien mucho tiempo, el estar bien, el hablarse bien. Y otra de las funciones que tiene este córtex prefrontal izquierdo, que se fortalece cuando uno medita… Es decir, estoy diciendo sin decirlo que cuando uno medita es más feliz por más tiempo, se siente mejor con lo mismo exacto que tenía antes. Porque acá no hablamos de «bientener», hablamos de bienestar. Se siente mejor. Pero este córtex prefrontal izquierdo tiene una autopista directa a un pedazo de cerebro, de que seguro escucharon, que es la amígdala.
La amígdala es la que se pone nerviosa cuando pasa algo, sea algo real o algo inventado por nosotros. La amígdala se pone nerviosa igual, se activa decimos en biología. Y, cuando uno medita, lo que empieza a pasar es que el córtex prefrontal izquierdo engrosa esa autopista hacia la amígdala y la acaricia. «Amígdala, tranquila. Amígdala, ya está, no pasa nada, te lo estás imaginando, no te van a echar». Siempre hablo de las caricias. Acariciamos el nervio vago, ahora acariciamos la amígdala. Y eso, traducido al español, se llama ‘resiliencia’. Uno se repone más rápido de los eventos desafiantes de nuestra vida por haber meditado. Uno se da cuenta rápidamente sin usar la lógica, es como que se repone más rápido. En biología, la resiliencia está definida con la velocidad a la que te reponés de un evento difícil o traumático o desafiante de tu vida. Los meditadores se reponen más rápido, son más resilientes. Entonces, más concentración, más inteligencia del cuerpo, más resiliencia, mejores y más profundas emociones placenteras. ¿Por qué no meditar? Guau. Es gratis. Se puede hacer en un montón de lugares. No hace falta estar sentado así, trabado en flor de loto. Uno puede meditar de distintas maneras, en movimiento, caminando. Pequeñas recomendaciones mías rápidas, porque me preguntan mucho sobre el mindfulness: una es que creo que está bueno aprender con un instructor. Si bien existen las aplicaciones y muchas están buenísimas, un instructor te lleva, te trae, te acompaña. La mayoría de la gente normal, entre comillas, dice «Yo no puedo meditar porque no paro de pensar». Bueno, ¿quién dijo que meditar es no pensar? Es mentira. No se puede no pensar casi. Entonces, el instructor te va acompañando en ese camino hacia que encuentres la técnica y nunca tiene… Una de las cosas lindas de la meditación que nos cuesta mucho a nosotros es que no hay que hacerlo bien, hay que hacerlo.
En general, siempre lo que hacemos tenemos que hacerlo bien. Hay que hacerlo, punto. Un día va a ser mejor, un día peor, pero no importa, hay que sostenerlo en el tiempo. Otra de las cosas que recomiendo mucho para aquellos que se quieran iniciar en la meditación y que rápidamente tome lugar en sus vidas es practicar en grupo. Ir con un instructor y con gente. Diez, veinte, treinta personas. Cinco, no importa. Se genera otra energía, se genera otro ambiente, otras… Uno está como motivado por los demás también para quedarse quieto o a veces también para ese movimiento. Y, por último, esta disciplina tan importante, que para algunos es una forma de vida… Cuando uno medita mucho tiempo y después deja de meditar, es como la dieta o como ir al gimnasio: vuelve para atrás. No es que quede. «Ya medite tres años, ya está». No, es un hábito que hay que incorporar para que realmente tenga beneficios en nuestra vida mental y física.
Entonces, creo que, de vuelta, lo primero es: «Bueno, a ver, estoy estresada. ¿Qué siento? ¿Estoy enojado, enojada? ¿Estoy con miedo, estoy con pánico, estoy con ansiedad, estoy evitando algo, estoy nervioso?». Cuando uno ya descubre esa gama de emociones o emoción… Si es una, es mejor porque es más fácil. Ahí podemos empezar a trabajar cómo regulo esa emoción. Porque, si regulo esa emoción, baja el estrés. Porque el estrés empuja a la emoción. Lo otro, para contestarte, que me llamó mucho la atención y me parece práctico y fácil de hacer, es que cuando uno está estresado muchas veces tiene que ver con la mente preocupada por algo, ¿no? Del trabajo, del cliente, de si llego a fin de mes, del dinero. Y esa mente preocupada genera un cuerpo tenso. Porque en biología, no lo dije todavía, mente y cuerpo es lo mismo. Mente preocupada, cuerpo tenso. Y al revés, cuerpo tenso, me empiezo a preocupar. «Uy, ¿qué tengo acá, hace doscientos años, que me duele? ¿Qué será?». Y me empiezo a preocupar: «¿Tengo que ir al médico o no? ¿Será algo grave, no será algo grave? No, lo voy a dejar». Evito. «No, no hago nada. No pasa nada». Mucha gente hace eso. Y ese círculo de mente preocupada, cuerpo tenso y cuerpo tenso, mente preocupada, uno puede intervenir para romper ese círculo y bajar el estrés. Paréntesis: cuando dije que la mente en biología son los pensamientos, y hace un rato les conté que los pensamientos son energía, electricidad, ¿se acuerdan?, el cuerpo es materia: tenemos mente, energía y cuerpo, materia. Pero, cuando uno habla con un físico y le pregunta de qué está hecha la materia, te va a decir sin dudas que noventa y nueve coma noventa y nueve de energía y cero coma cero cero uno de masa. Es decir, la materia está compuesta de energía casi toda. Y la mente es energía, es decir, somos energía. Entonces, en ese estrés, mente tensa, cuerpo tenso y mente preocupada, uno puede intervenir.
Y la gente decide cómo quiere intervenir. Les doy ejemplos. Alguna cosa ya la nombramos, pero les doy ejemplos para que piensen cuando están estresados. Yo puedo intervenir el cuerpo para relajar la mente. O puedo intervenir la mente para relajar el cuerpo. Puedo ir por cualquiera de los dos caminos, depende de lo que me sea más fácil a mí o lo que me guste más. Una manera de intervenir el cuerpo para bajar la rumiación y los pensamientos preocupantes es nuestra amiga la meditación. Cuando uno está meditando está en el cuerpo. Estoy en la respiración o estoy en los sonidos o estoy en… Y, de repente, cuando el cuerpo baja… Porque el efecto secundario de meditar es relajarse. No es relajarse, pero es un efecto que ocurre en la meditación. Pero también puedo intervenir con la mente. Yo con la mente puedo decir: «Voy a cambiar mi patrón respiratorio para que el cuerpo se relaje. Entonces, en vez de estar preocupado por todas las cosas por las que estoy preocupado, porque estoy estresado, voy a respirar cuatro-ocho». ¿Se acuerdan? Entonces, el cuerpo se va a empezar a relajar y yo no voy a estar pensando porque voy a estar respirando, porque mi atención va a estar en la respiración, no en el pensamiento. Entonces, de vuelta, cambio la respiración, se relaja el cuerpo y la mente. Medito, se relaja el cuerpo y la mente. Y una muy conocida en el mundo del deporte y poco conocida quizás para nosotros… Porque tengo muchos alumnos que me dicen: «A mí meditar no me va. No me creo estas cosas, no me gusta». Okay, es aceptable. Cada uno, lo que quiera. Es lo que decía al principio, cada uno tiene que ver qué de todas estas herramientas le cierra y quiere probar. Y hay un método que se llama ‘relajación muscular progresiva’, que es una forma de relajar el cuerpo, ahora les cuento. Y, de vuelta, siempre que relajen el cuerpo van a relajar la mente.
Y es acostarse en el suelo o en la cama, o sentado donde quieran, en una silla, y van a ir… cadenas musculares grandes, por ejemplo, el cuádriceps, después el abdomen… van a ir contrayendo muy fuerte la tensión de los músculos diez segundos y suelto. Aprieto los cuádriceps con mucha fuerza y suelto. Después voy al abdomen, aprieto la panza con mucha fuerza y suelto, y así hago como un viaje de abajo hacia arriba, que lo puedo hacer dos o tres veces, y se van a quedar dormidos algunos. Eugenia, que la nombré hace un ratito, me decía que esa técnica… A ella no le daba meditar. «Creo… Es espectacular». «No, no quiero. ¿Tienes otra cosa?». «Sí, relajación muscular progresiva». Le cambió la vida. Antes de dormir o antes de una regata, no cinco minutos antes porque no puede salir así a la regata, pero la noche anterior, que le costaba dormir, ella hacía este trabajo y se dormía en paz y relajada y se levantaba con ánimos. De eso se trata. La clave de esta técnica, que por ahí es poco escuchada, porque hablamos mucho de meditación y respiración, pero no hablamos de los músculos, es que cuando uno contrae los músculos fuerte, la mayor parte del otro pedazo de cuerpo esté relajada. Entonces, que realmente vaya cadena muscular por cadena muscular. Otra forma de bajar los niveles de estrés. Gracias.
«No, a mí me gustaba siempre la literatura griega, pero nunca leí nada». «Bueno, mañana le traemos un profe de literatura griega y se va a meter con los libros». Y empiezan. Uno dice: «Bueno, a mí siempre me gustó el ‘kitesurf’». «No, abuelo, ‘kitesurf’, no. ‘Kitesurf, no porque su cadera está delicada. Pero ¿hay otra cosa?». «Sí, piano». «Profe de piano. Mañana vamos a traer un piano al geriátrico y va a tocar el piano». ¿Vamos bien? Es divertido. Entonces, los abuelos a la tarde… Estos están mirando la televisión y estos están aprendiendo algo. Seis meses más tarde, viene el dueño, el presidente, el director del geriátrico. Obviamente, todo esto con los científicos. Y les dice a estos abuelos: «A partir de mañana no les vamos a cocinar más. No les vamos a hacer más las habitaciones. No los vamos a bañar más. Se van a tener que arreglar solos». Salvo aquel que realmente no puede. Y se organizan y, bueno, se preparan la comida, tienen otro horario de la cocina, se organizan para arreglar sus camas, hacer sus habitaciones… Están como más autónomos. Lo único que cambiaron es esto: uno aprende chino, el otro aprende piano, el otro aprende sushi… No están haciendo actividad física distinta. Al año, que termina el experimento… Por ahí alguno se anima a pensar qué van a medir los científicos. Van a ir a medir la edad cerebral. ¿Estas personas pueden tener neuroplasticidad? ¿Puede su cerebro, a los noventa años, seguir aprendiendo? Y no solo que sí, y es emocionante ver al abuelo, al año, tocar el piano para su familia o al otro hablando en chino, y vos quedás así, sino que además tienen setenta años en el cerebro. O sea, rejuvenecieron veinte años, solo por el hecho de proponerse, con ganas, ahora va, importante, con intención y con ganas, a aprender algo.
Entonces, las noticias son estas. No importa la edad. La plasticidad está. Ahora, sentido común: la de un niño de seis y un señor de noventa claramente no la misma, pero el de noventa, ochenta, setenta, sesenta, cincuenta puede seguir aprendiendo. Lo que los experimentos demuestran es que, lo digo con cariño esto, cuanto uno más viejo es o cuanto uno más grande se pone, lo que impacta en la neuroplasticidad tiene que ver más con las ganas. A un señor, una señora, de noventa años sin ganas de aprender piano le ponés un profe de piano todos los días y probablemente no aprenda, pero uno de veinte, sí, o uno de diez. ¿Vieron cuando los papás dicen «Mi hija tiene que hacer piano»? Le ponés el profesor y aprende aunque no tenga ganas. Entonces, es eso. Neuroplasticidad es esta capacidad que tiene el cerebro de seguir aprendiendo, seguir creciendo, que no tiene mucho que ver con la edad. Después, lógica, sentido común, va perdiéndose con la edad, pero les acabo de decir que con noventa años se puede. Y esto, entonces, como recomendaciones, bueno, siempre que estoy aprendiendo algo que me cuesta, que me es difícil, estoy rejuveneciendo. Y la otra herramienta, obvio, sin ninguna duda, es la actividad física. En esta no hay ningún tipo de duda. La actividad física genera un rejuvenecimiento en el cerebro y en las funciones cognitivas, etc. Pero eso sería como el corolario, el mantra. Si yo quiero aprender algo nuevo y me cuesta, estoy haciéndome más joven. ¿Cuál creo que es una linda diferencia con los de quince, veinte, veinticinco y los de treinta para arriba, no lo sé? Es que cuando uno ya es adulto… A ver, yo tengo cincuenta y tres. Quiero aprender tocar el piano. No quiero ser Mozart, no necesito ser perfecto. Quizá cuando era chico quería ser muy bueno en algo. Esto es para pasarlo bien, para divertirme, para desafiarme o para tocarle a mis hijos, para aprenderme una canción. Pero en el momento en que me esté costando algo, tengo que pensar: «Qué bueno, estoy siendo más joven en mi vida».
Y lo otro es lo que a veces conocemos como el cambio de ‘mindset’, que está muy de moda también. ¿Cuál es mi actitud frente a las situaciones de la vida? ‘Mindset’, actitud, formas de pensar. Casi nunca estamos pensando en qué estamos pensando frente a una situación desafiante. Entonces, en momentos donde vos te encontrás… «Uy, me gustaría ser más resiliente, esto me está costando mucho, no puedo avanzar, ¿por qué?», de vuelta, tiene que ver con una de las respuestas anteriores. Decir: «Bueno, a ver, ¿en qué estoy pensando que estoy tan trabada? ¿Cuáles son esos pensamientos y tienen un impacto en esta no resiliencia? ¿Tiene un impacto en que yo no me pueda sentir bien y salir adelante y volver a intentarlo?». Y yo, de vuelta… Por una cuestión más estadística que científica, por mis años de experiencia, el ochenta por ciento descubre: «Claro, estoy trabado aquí, no puedo salir, no soy resiliente, porque tengo todos estos pensamientos que están como contaminando mi emoción. Están diciéndome que no vas a poder, que no eres bueno, no eres fuerte». Con respecto al equipo, trabajé con muchos equipos de deporte y, según la ciencia, hay dos formas de motivarse. Está estudiado en la Columbia University de Nueva York. Una es: hay gente a la que le motiva ganar. Hay gente a la que le motiva ir a más. Hay gente que cuando tiene cero, quiere uno. Y esa es una motivación bastante instintiva. Bastante de: «Voy a entrenar más fuerte hoy. ¿Por qué? No lo sé. Lo siento así. Quiero más». Pero hay otra forma de motivarse, que mucha gente de aquí seguramente la tiene, que es no perder lo que ya tengo.
A mí lo que me motiva es todo lo que logré cómo hago para no perderlo. Es decir, si tengo cero, a mí me motiva cómo no ir a menos uno. Uno se llama ‘modo promoción’ y el otro se llama ‘modo prevención’. Todos los seres humanos tenemos esas dos áreas en el cerebro y ahí, en Nueva York, descubrieron que algunas personas usamos mucho más el promoción, siempre estamos con un lenguaje y un comportamiento de ir a más, y a otras personas las motiva más el cómo me cuido de lo que ya logré, de lo que ya tengo, de lo que yo ya soy, de lo que yo ya siento. Y eso es otro lenguaje. Entonces, ahí tengo un ejemplo muy lindo. Entrenaba a un jugador de tenis, Guido Pella, lo puedo decir, argentino. Y a Guido Pella yo solamente lo escuchaba en las conversaciones con su entrenador, Gustavo Marcaccio, que hoy es el director de la academia de Nadal, y Guido… Yo decía: «Este chico cuando habla siento que lo que quiere es no perder». Que no es lo mismo que ganar. Parece que es lo mismo, pero para el cerebro no es lo mismo, porque el cerebro le hace mucho caso al lenguaje, a lo que tú le dices. Y Gustavo, Cachito le decimos, se va a poner contento de que lo esté nombrando acá, es una persona extremadamente promoción. Cómo mejoro, cómo gano, cómo meto la bola adentro, cómo saco mejor… Claro, yo los veía interactuar y algo estaba trabado en esa relación. Entonces, lo que hice fue hacer los estudios en Nueva York sobre sus modos, porque es un estudio que se hace sencillo, una encuesta muy larga, y claramente a Guido le dio prevención, a Gustavo le dio promoción y ahí había como un lugar donde no se podían entender ‘coach’ y ‘coachee’, ¿se entiende? Entonces, cuando les muestro esto… De paso yo hice el mío. Ya mandé a Nueva York y pagué por todos.
Cuando les muestro esto, lo ven, y adivinen quién tiene que cambiar para que esa relación mejore. ¿El tenista o el entrenador? ¿Qué piensan? El entrenador. Claro, yo tengo a un discípulo o a un tenista o a una persona a cargo, al que, si yo le sigo hablando y motivando como yo creo que se va a motivar, no voy a lograr mucho. Ahora, si yo me adapto a su estilo de motivación, probablemente haga muchos cambios. Bueno, Guido pasó de ochenta a treinta del mundo, ganó a Argentina la Copa Davis por primera vez en su historia. Guido jugó todos los partidos menos la final y lo ganó. Y cuando lo entrevistan y le preguntan «Guau, cómo ha mejorado tu tenis, ¿qué has cambiado?, él dice: «Mi tenis es el mismo. Yo no cambié nada del tenis. Cambié la cabeza». Entonces, muchas veces en los equipos, el entrenador o la entrenadora o los líderes de los equipos, que son los que empujan un poco hacia adelante, tienen una forma de motivarse que sus compañeros, quizá, no. Entonces, eso es lo que hace un ‘coach’ mental cuando trabaja con un equipo. Un equipo pueden ser dos o pueden ser treinta, como puede ser en el ‘rugby’ o en el fútbol. Es tratar de entender los estilos de los jugadores y del cuerpo técnico, del ‘staff’, y ver si podemos conciliar el discurso o la forma de motivarlos para que todos vayamos hacia el mismo lugar. Alguno se perderá en el camino, otro estará más motivado… pero, por lo menos, cuando charlamos de esto, nos sentamos el equipo así como estamos nosotros y charlamos de esto, empezamos a conocernos. «Claro, a mí me motiva más cuando pateo un penal…». Esto se hizo en un equipo de segunda división de Alemania. «Cuando pateo un penal y el ‘coach’ me grita cuando estoy yendo a patear el penal “¡Metela adentro, pegale, al ángulo, hacé el gol!”, no siento nada. Ahora, cuando me dice “Asegurala, fuerte al medio”, mejor para mí». Cómo, cambiando la forma de hablar, me motivo más o me motivo menos.
Son muy emocionales. Y la razón, los pensamientos, la lógica, el análisis que todos usamos, lo utilizamos mucho más para concluir o para justificarnos que para decidir. Esto puede sonar un poco contraintuitivo, porque muchos de nosotros decimos: «No, un momento, yo estoy pensando qué hago con el cliente, yo estoy pensando cómo encaro esta relación o cómo le hablo a mis hijos. Yo estoy pensando, pensando, pensando». Bueno, pero aparentemente… En biología decimos que la razón está sobrevaluada. No la usamos tanto para decidir, sino para concluir, para justificar lo que ya emocionalmente decidimos. Aquellas personas que tienen alta inteligencia emocional tienen más claro esto, que están decidiendo desde la emoción y también se apoyan en la razón para buscar cierta justificación, concluir. Ahora vamos a ver por qué sucede eso. Pero la respuesta es que decidimos mucho más con las emociones que con los pensamientos o con la razón. Entonces, ¿cómo usarlas a nuestro favor, como preguntabas vos? Tiene que ver con eso, con cuáles son las emociones que yo necesito sentir o en qué estado emocional yo siento que, guau, estoy tomando buenas decisiones en mi vida. O lo que medimos mucho en el laboratorio, yo no lo hago más, es gente que se arrepiente menos de las decisiones que ha tomado. No se mide la calidad de la decisión tomada, sino si cada vez me arrepiento menos de la decisión que tomo. Y esta gente que va fortaleciendo su inteligencia emocional. Ahora, ¿qué sucede? Al cerebro no le interesa ser feliz. Al cerebro no le interesa estar bien y pasarla bien y disfrutar de la vida, de los amigos, de la comida, de las experiencias. El cerebro se ha formado a lo largo de muchos años, hablamos de más o menos dos millones de años de evolución, con un solo propósito. ¿Cuál? Estar vivo, no estar feliz.
Al ‘homo sapiens’ de la sabana africana que estaba oliendo una flor para ser feliz porque el olor es… venía el leopardo y se lo comía. Ahora, el ‘homo sapiens’ que estaba todo el tiempo estresado y atento a ver que el trueno, que dónde está el agua, que cómo me abrigo, que el refugio… Ese ‘homo sapiens’ son nuestros abuelos. Entonces, hay una tendencia natural, evolutiva, a estar más estresados que no, o con más pensamientos… Le prestamos más atención a lo negativo que a lo positivo. Entonces, para el cerebro, lo número uno es sobrevivir. Para sobrevivir, volvemos a la sabana africana hace cien mil años, algunos antropólogos dicen doscientos mil años, para sobrevivir eran muy importantes pequeñas cosas: comer, abrigarse cuando hacía frío, cuidarse de problemas como un leopardo, la falta de agua, etcétera, no comer comida envenenada o tóxica… No mucho más. Eso era sobrevivir. Reproducirse, obviamente. Y fíjense en que todas estas cosas que acabo de nombrar, la comida, el agua, el sexo, el estar bien con el cuerpo y no tener frío y no tener calor, lo que genera no es felicidad, genera placer. Y muchas veces confundimos en el mundo occidental el placer con la felicidad. Entonces, el cerebro encontró que, para sobrevivir, está buenísimo el placer: comerse ese fruto, o ese roedor, o tomarse ese vaso de agua, o dormir bien, o estar abrigado con alguna piel o no sé qué habrá en esa época para no tener frío. Eso da placer. Y el placer tiene un condimento muy particular en todos los seres humanos: siempre es corto, siempre es corto plazo, siempre es un ratito pequeño. Me como esa torta y ya se pasó, no sigo sintiendo el placer de la torta. Una vez que lo tragué, se terminó.
Y otra de la forma de sobrevivir que el cerebro encontró es casi lo opuesto al placer, que es evitando el dolor. Si yo evito al leopardo, si yo evito la falta de comida, si yo evito el sol en la cara, que me duele, que me pica, sobrevivo más. Entonces, la función del cerebro es estar vivos y para estar vivos busca placer y evita el dolor. En esa búsqueda de placer, que en esa época eran pequeñas cosas como el agua, la comida, el sexo y no mucho más, hoy confundimos esa búsqueda de placer con ser felices. Entonces, lo que la biología muestra es que ese placer lo que nos otorga a nivel neurotransmisor es la famosa y hoy muy conocida dopamina. La dopamina, esta sensación de placer. Lo hago así con el cuerpo, porque realmente es una sensación que se siente en el cuerpo. Sin embargo, biológicamente, el estado de contentación o de bienestar, o de alegría, o de felicidad está producido por otro neurotransmisor que se llama ‘serotonina’. Entonces, la dopamina genera ese placer. Es corto plazo. La dopamina tiene mucho más con el tomar de algo, comerse el chocolate, comportarse de una manera particular, y la felicidad tiene que ver más con el dar, con las experiencias, con el compartir con los amigos, con la familia. Este es más tener para mí, sustancia, comportamiento, y este es más dar hacia otros y experiencias. Dos neurotransmisores diferentes que solemos confundir. «Estoy feliz». No, no estás feliz, estás sintiendo placer porque estás comiéndote esta pluma, que es ese cerdo riquísimo que comí ayer. Eso es placer, no es felicidad. Ahora, lo estoy comiendo con Víctor y con mi novia y con Migue y también siento felicidad porque estoy con mis amigos y lo estoy pasando bien.
O sea, se puede ser feliz y tener placer al mismo tiempo, pero creo que acá el gran desafío, sobre todo para los más jóvenes con esto de las tecnologías y los estímulos, es que la búsqueda permanente de placer no lleva nunca a un mundo de ser feliz. Y uno cree que, bueno, cuando tenga esto, cuando logre tal cosa en el juego o cuando llegue a este momento en la serie… como que va a venir un momento en que va a haber tanto placer que voy a ser feliz, y eso no va a suceder nunca. Y no porque lo dijera Buda, sino porque, biológicamente, cuanta más dopamina fabricás, que es ese placer que buscamos permanentemente… La dopamina es un inhibidor de la serotonina. Entonces, a mayor búsqueda de placer, más dopamina. A mayor dopamina, menos serotonina. Cuanto más placer buscás, menos feliz sos. No hay ninguna duda para la ciencia.
«¿Podés aprender inglés o no?». «No, yo para los idiomas no soy buena». Ya está, no vas a poder. Va a ser muy difícil. «Pero ¿quién dijo que eres mala para los idiomas?». «No, porque cuando iba a la escuela primaria, la profesora me hizo ‘bullying’ y decía que hablaba mal inglés». Y uno esas experiencias se las va creyendo y, químicamente, en el cerebro las creencias son neuronas unidas por sus axones y dendritas de manera muy muy conectada. Y esas son las famosas creencias limitantes. Yo creo que no puedo tal cosa o que no podría tal cosa… Pero, en realidad, lo dijimos con el experimento de los chicos de noventa años, no es verdad. Seguramente que puedes. No sé si vas a ser Nadal o Picasso o Mozart, pero ¿por qué no? Si la neuroplasticidad, como preguntaba Manu, está ahí, está esperando, está esperando a que la empieces a moldear, aprendiendo cosas nuevas, motivándote, que te dé ganas. Entonces, el experimento más potente, y con esto te cierro la pregunta, que se ha hecho a lo largo de muchos años, más de cuarenta, es, esto de genética o contexto, el impacto que tiene en los niños cuando los adultos los reconocemos en algo. Cuando los padres o los maestros solemos reconocer a nuestros hijos o a nuestros alumnos por lo bien que hacen algo, esto se llama en biología su talento o su inteligencia. «Qué bueno que eres jugando al fútbol. Me encanta cómo juegas al fútbol. Increíble. Vas a ser jugador de fútbol». «Qué bueno que sos con los números. Matemática. Mi amor, qué genio. Diez otra vez. Te sacaste una A en Matemática. Vas a ser ingeniero, vas a ser contador. Te van a ser fáciles los números». O lo que sea. La pintura. «¡Qué creativo que es mi hijo! Mi hijo es un creativo. Le encanta dibujar. Es buenísimo dibujando. Hace unos dibujos hermosos».
Cuando uno refuerza eso todos los días, padre, madre, tutor, abuelo o lo que sea, el niño aprende de manera subconsciente «A mí me aman por eso, porque me están todo el tiempo reconociendo en lo que soy bueno». Subconsciente, no es consciente lo que estoy diciendo. «Entonces, si me aman por eso, ¿qué debería hacer de mi vida para no dejar de ser amado? Mucho de eso». Y eso se llama ‘fixed mindset’ o ‘actitud fija’ o ‘pensamiento fijo’. Son adultos que, cuando de niños hemos sido reconocidos solamente por lo que hacíamos muy bien, tenemos una tendencia a no cambiar. «Yo soy así, me quieres como soy o no me quieres. ¿Para qué me voy a esforzar si yo en los deportes ya soy malo? Ya lo aprendí de pequeño que no soy bueno». Y eso en biología se dice que es mentira. Eso es algo que tú has aprendido con tus creencias, pero que lo has aprendido porque te lo han transmitido tus padres. Y, después, tenemos los otros padres, madres, tutores, maestros, que no fortalecen tanto el reconocimiento de los niños en lo que hacen bien, sino que ponen más énfasis en el esfuerzo cuando hacen las cosas y en el progreso. En vez de decir «Qué bien que dibujas», le dicen «Guau, antes hacías palitos, ahora haces triángulos. Guau, has progresado un montón. Esto te debe de haber costado muchísimo trabajo. Te felicito». Entonces, cuando un niño empieza a aprender de pequeño, de uno a diez sobre todo, que el esfuerzo, el progreso, que se va observando en cómo uno va mejorando las cosas, es donde yo estoy siendo reconocido, «A mí no me aman por dibujar bien o mal, a mí me aman porque yo sigo aprendiendo, me esfuerzo, voy mejorando». Entonces, cuando uno es adulto piensa lo mismo. «Puedo mejorar, puedo seguir progresando, tengo que tener disciplina o entrenamiento»
Y ahí están las dos grandes, digamos, miradas de la biología sobre adultos que creemos «Yo soy así, no me pidas otra cosa» y otros dicen «¿Por qué no? Tengo que intentarlo. No sé si voy a ser excelente, pero lo puedo intentar». Y en general los primeros, los fijos, son adultos o niños que quieren demostrarle algo a alguien. Yo viví muchos años queriendo demostrarle a mi papá algunas cosas. Después, mi papá se murió y pasé a querer demostrarles a otras personas. Y en un momento, dije: «No, pará. Estoy estudiando esto, hablando de esto, tengo que incorporarlo a mi propia vida. Yo no tengo que demostrarle nada a nadie. Yo me quiero desarrollar. Yo quiero mejorar algo para mí». Para mí, Messi, perdón que sea muy argentino, es un gran ejemplo de esta actitud de… Messi tiene… ¿Cuántos tiene, ochenta años ya? ¿Noventa años? Sigue jugando al fútbol y Messi sigue haciendo cosas que antes no hacía. Sigue mejorando él, a pesar de que su físico ya no es el mismo, pero es como algo increíble. Entonces, ¿estás queriendo demostrarle algo a alguien o estás queriendo desarrollarte? ¿Estás queriendo ser bueno en algo o estás queriendo mejorar en algo? Pequeñas preguntas que hacen la gran diferencia en esto de que todos podemos seguir aprendiendo, según la biología, y mejorando. Lo conté con los chicos de noventa. Pero a veces el impacto que tiene el condicionamiento de los padres nos hace creer que no. Y termino con esto: ya somos grandes, no importan nuestros padres. Hicieron lo que pudieron, probablemente lo hicieron con mucho amor. Ahora uno puede cambiar y, si es una actitud más fija y cree que no puede, biológicamente vengo a decir que se puede. ¿Cómo? Creyendo que se puede. Si uno tiene ganas, mucho mejor. Y, después, como toda cosa que uno quiere aprender, practicar, practicar y practicar. De eso se trata la vida.
Entonces, en esta búsqueda de mayor bienestar barra ser más feliz, estoy convencido, porque aparte lo he incorporado en mi vida personal y profesional, de que el poder desarrollar esta inteligencia del cuerpo, estos sentidos internos, produce mayor bienestar. Pero en ese proceso me han pasado cosas feas, he cambiado cosas, he tenido que darme cuenta de cosas que no me gustaban de mí. En esta búsqueda, en este buceo, en esta curiosidad interna, mucha gente aborta porque descubre cosas que no le gustan y se empieza a sentir incómodo. Y en esa incomodidad que produce el actualizar estos sentidos, como dices tú, creo que está bueno el trabajo con una terapia o con alguien que te permita entender qué te está pasando y te ayude con esa incomodidad. Y yo hago esto porque acá estás trabajando con tu cuerpo y descubres cosas que no te gustan, que quieres cambiar, quizás te has arrepentido muchas cosas, y una persona puede desde arriba, desde la cabeza, ¿se acuerdan?, ‘top-down’, empezar a acomodar eso y también a bajar mucho el tema de la culpa, una de las pocas emociones que según la biología no sirven para nada. Entonces, creo que, de vuelta, todo lleva a este mundo de abajo hacia arriba, de arriba hacia abajo. Creo que ahí es donde encontramos mayor bienestar. No tengo dudas. De vuelta, no solo porque lo veo en los estudiantes, sino porque lo he aplicado a mi propia vida.
Y esas tres, sumadas, producen mejores relaciones. Las relaciones con los demás, con las personas que queremos y con las que no queremos, porque muchas veces tenemos que relacionarnos con un cliente fastidioso o con un jefe que no nos gusta o con una persona que nos atiende mal en un restorán, en un bar. Bueno, todo eso es mejorable a través de conocerse las emociones, regularlas. Y, bueno, la ciencia tiene mucho para aportar ahí. Hay muchos métodos y técnicas para regular las emociones que te permiten tomar mejores decisiones. Creo que tiene que ver un poco con lo que hemos hablado hoy: como yo pienso siento. Entonces, si yo cambio mi forma de pensar, voy a sentir distinto. Puedo regular mis emociones. Y también cómo yo me muevo y cómo yo conozco mi cuerpo, la famosa inteligencia sensorial, me permite también regular mis emociones. Entonces, a veces hay que trabajar las emociones sin trabajar las emociones. Estoy trabajando los pensamientos o estoy trabajando mi cuerpo, pero estoy afectando a cómo me siento. Y ese es un trabajo. El desafío más grande de esto es que no hay una forma de estandarizarlo. «Tenemos que hacer esto». No, es un trabajo muy personal. Como les decía hace un rato con Eugenia y Mateo, los chicos de vela, Eugenia tiene que estar muy tranquila para tomar buenas decisiones. Mateo puede estar un poco enojado y toma buenas decisiones. Por eso también es un lindo mensaje para los padres y para los jefes. Mucha gente tiene gente a cargo. Cómo tú te sientes cuando tomas buenas decisiones no significa que tus hijos o tu pareja o tu equipo sienta lo mismo. A veces decimos: «Como yo, cuando estoy así, decido bien, todos tienen que ser iguales a mí». Entonces, la empatía no es haz por el otro lo que tú quieras que hagan por ti. La empatía es haz por el otro lo que el otro quiere que hagan, que a veces es distinto a lo que tú quieres. Entonces, todo el mundo de las emociones, que es muy subjetivo, es muy desafiante. Pero sin duda vale la pena meterse en ese mundo para conocerse y, de nuevo, siempre vamos al mismo lugar, tomar mejores decisiones y generarnos mayor bienestar.
Entonces, acá, como englobando lo que venía contando hace un rato, no está mal quejarse, ni echar la culpa, ni tener razón, pero hay que tener claro que eso no genera felicidad, no genera bienestar y también que es una forma de no responsabilizarse de su propio bienestar. Entonces, una vida… La cantidad de gente que se ha muerto teniendo razón y siendo infeliz. Y un poco la invitación es esa, decir… Muchas veces, tener razón y ser feliz, las dos cosas al mismo tiempo, no se puede. A veces, sí, pero muchas veces, no. Entonces, el cerebro va a elegir siempre tener razón. Prefiere tener razón que ser feliz, porque esto es dopamina y esto no, pero ahí está Germán, que dice: «No, un momento, ¿es tan importante tener razón en este momento? Basta, ya está, suelto un poco. Y soy un poco más feliz». Por ahí va el trabajo que me parece que está bueno para hacer.
Entonces, en esta intersección de placer y energía, los humanos, según la biología, construimos una emoción. Un instante de emoción. Son ochenta o noventa segundos. Cien segundos. Estamos alegres. Estamos tristes. Estamos enojados. Frase extremadamente contraintuitiva porque «¿Cómo? Si yo estoy enojado hace dos semanas. Yo estoy triste hace dos horas. O yo estoy feliz hace un año. ¿Cómo me vienes a decir que la biología te dice que eso dura segundos?». Porque lo que sostiene la emoción en el cuerpo no es tu pareja, no es tu club de fútbol si ganó o perdió. Son tus pensamientos y tu cuerpo. En el bocata, ¿se acuerdan?, la emoción que está en el medio es sostenida por cómo estoy pensando en lo que me está pasando en este momento. Ya están pensando que va a terminar, ya están pensando qué van a comer, cómo va a ser la noche. Eso por ahí genera un poquito de ansiedad, un poquito de frustración… «¿Cuándo va a cerrar? ¿Falta mucho?». Y también el cuerpo. Si de repente se van como hundiendo en la silla porque están cansados, bajos energía y todo, eso va a sostener ese rango o esos colores emocionales que tenemos. Entonces, de nuevo, la meditación es la herramienta más potente para fortalecer el sentir lo que sentimos. Y me permite, creo que no fue casualidad, cerrar la conversación que tuvimos hoy con el experimento del corazón. ¿Se acuerdan de que hablamos del corazón? Le dije que si, por favor, podían cerrar los ojos, no los cierren, si podían escuchar su corazón, sentir el corazón sin tocarse el corazón o en general la yugular. ¿Quién pudo escucharse? Que levante la mano quien realmente sintió el corazón. Bueno, bastantes. Hay gente que no lo puede sentir. No son peores, no se preocupen, no les va a pasar nada.
Pero un investigador en Nueva York lo que hizo fue seguir durante varios meses a los famosos agentes de bolsa de Wall Street que están todo el tiempo frenéticos invirtiendo dinero, acciones y los bonos. Bueno, mucha gente de ustedes sabe de qué estoy hablando. Y lo que hacía con estos chicos y chicas que trabajaban como agentes de bolsa es, en distintos momentos del día, los paraban… Tenían como un científico al lado todo el tiempo que decía: «Un momento, ¿puedes sentir tu corazón?». Y de repente estaba gritando «¡Compro, compro, vendo! Sí». «A ver, demuéstramelo». Entonces, lo medía para ver si tenía razón. Historia larga corta, aquellas personas que podían sentir su corazón en distintos momentos del día, alterados, tranquilos, antes ir al trabajo, en el medio del trabajo, yendo a su casa… eran aquellos que entendían mejor dónde tenían que invertir el dinero. Entonces, esto es como una demostración muy sencilla de lo que venimos hablando hoy todo el tiempo. Esto de conocer y escuchar y sentir el cuerpo se integra a la otra inteligencia, que es nuestra inteligencia más conceptual, la inteligencia más racional. Entonces, creo que la magia o la fórmula nadie la tiene, pero, si tengo que proponer una, es esto: es estar atentos y escucharnos y entender qué nos decimos y cómo nos hablamos. Y a veces poder pedir ayuda, que alguien nos ayude a cambiar la forma de pensar, porque nos damos cuenta de que, si sigo pensando así, lo sigo pasando mal en la vida. Pero también lo que decía recién, estar atento, fortalecer, incorporar esta inteligencia del cuerpo. Juntas se hacen una inteligencia integral. Se coactivan estas redes neuronales.
Y esto lleva al final, a las dos cosas que dije ya cinco o seis veces, pero creo que es mi propósito hoy, por lo menos cuando estoy conversando con gente como ustedes y también en mi vida personal y profesional: ¿cómo hago para tomar mejores decisiones en mi vida para que me lleven a un estado de mayor bienestar? Para no depender tanto de las personas que me rodean o de las cosas que tengo o no tengo para sentirme bien. Creo que tiene que ver más mucho con el adentro y mucho menos con el afuera. Así que espero que les haya gustado. Muchísimas gracias por la atención y por haber venido.