Cómo educar sin miedo en la adolescencia
Ángel Peralbo
Cómo educar sin miedo en la adolescencia
Ángel Peralbo
Psicólogo
Creando oportunidades
"Hay que quitar a los adolescentes el miedo al fracaso"
Ángel Peralbo Psicólogo
Ángel Peralbo
Licenciado en Psicología y postgrado en Psicología Clínica del Niño y del Adolescente, Ángel Peralbo lleva 20 años analizando los cambios sociales y biológicos que se producen en la adolescencia. Como experto en programas de intervención familiar, dificultades del aprendizaje y de conducta en el entorno educativo, Peralbo aporta pautas y claves para que la “revolución adolescente” sea una experiencia positiva. “Sin darnos cuenta educamos en el miedo, porque anticipamos los problemas de la adolescencia antes incluso de que ocurran. Y del miedo pasamos a la sobreprotección, que deja a los adolescentes sin capacidad de autodisciplina, control de impulsos y tolerancia a la frustración”, explica el psicólogo.
Tanto en su experiencia clínica como en sus libros ‘Educar sin ira’ y ‘De niñas a malotas’, Peralbo transmite un mensaje de tranquilidad: menos estrés ante los exámenes o calificaciones y más apoyo a la curiosidad por aprender, el entusiasmo y la confianza en sí mismos. “Es verdad que los adolescentes viven una etapa difícil en la que deben tomar decisiones clave. Pero esta experiencia de estrés vital, de desorientación, lo que puede dañar es mucho más importante: su autoestima. Cuando los jóvenes llegan con sensación de "fracaso" es porque han asumido el miedo a no ser nada en la vida. Debemos eliminar esta presión y fomentar su seguridad”, concluye.
Transcripción
Es una etapa rompedora con lo que hay. Y que anticipa, de alguna manera. Parece que, por otro lado, les estamos pidiendo como adultos, no sé si te da la sensación, aunque son muy pequeños todavía tus hijos, te da la sensación de que les estamos pidiendo que se definan. Es decir, que dejen de ser unos niños y que empiecen a ser unos adultos. Bueno, yo entiendo que lo que requiere es que les prestemos atención. Que posiblemente está muy de moda, hemos hablado muchísimo de ellos y de ellas, pero quizá no estamos profundizando en cuáles pueden ser sus auténticas necesidades.
Es decir, disponen de más medios para hacerse notar. Y tienen, quizá, también más necesidad desde más temprano de llegar a esa etapa. Esa etapa que, por muy pronto que empiecen, yo creo que no van a llegar. De hecho, tendríamos que hablar de que empiezan antes, como bien dices, pero ¿acaban antes o quizá acaban después? Porque yo me estoy encontrando que es una etapa que cada vez se amplifica más. Entonces, yo sí que creo que hay aspectos sociales que quizá debíamos de considerar. Porque están haciendo que se estén encuadrando entre dos etapas que sí que están mejor definidas.
No tanto el tema del sexo, el tema de las conductas precoces, porque es la edad en la que se tienen que dar. Yo diría que el elemento de preocupación es cuando lo sumamos a esas otras conductas de riesgo, donde nos estamos encontrando que si hubiera algo que se pudiera hacer con naturalidad y siempre con ese elemento también rompedor, está generando mucha preocupación entre los padres. Porque se da en situaciones de auténtica falta de control. De hecho, cada vez vemos más críos y crías que lo hacen y después se sienten mal. Porque no han tenido ese control para, realmente, hacerlo. Algo que como adultos, como padres, podríamos ver como algo que se ha escapado completamente a su control. Ellos cuando están en esas situaciones, obviamente, fruto del alcohol y demás, no… Esos son dos de los grandes problemas que yo entiendo que hay que atender.
Otro gran problema está relacionado con los trastornos de la conducta alimentaria. Es uno de los grandes problemas, en este momento, que sigue creciendo. Y sigue creciendo porque al final, realmente, se fragua en un estilo de vida. Se fragua en un estilo de aprender a comer pero también de aprender a vivir. Pensemos que no solamente los adolescentes, sino mucho antes, ya empiezan a funcionar por modelos, ¿no? Y los modelos son muy potentes porque son los que al final ayudan a los críos a situarse, a crecer. De alguna manera, a hacer también una proyección a futuro de sí mismos y de sí mismas. Y esos modelos que hoy se están fijando son modelos tremendos. Desde el punto de vista de la estética, son muy precoces, con unos estilos y con unas tallas a veces absolutamente inviables. Por lo tanto, ya se fragua desde bien pequeños, en algunas ocasiones, unos elementos que se ven. Se ven, de alguna manera, estilos demasiado atrevidos para la edad que tienen. Se ven conductas de manipulación con la comida. Porque además descubren que a los padres, de manera muy temprana, les puede preocupar eso. Y en cuanto un menor descubre algo que te puede preocupar… Son tremendamente buenos observadores.
Muy posiblemente ahí carguen las tintas y al final consigan también chantajear. Por lo tanto, tenemos que atender a ese tipo de dificultades que además, yo lo diría, con tintes de anticipación. Podemos realmente observar muy bien y podemos intervenir cuanto antes. Antes hablaba de esas problemáticas que no se ven. Esas problemáticas que, realmente, solamente vamos a ser capaces de poder abordar en la medida en la que seamos buenos observadores y en la medida en la que establezcamos un proceso de comunicación con nuestros hijos que nos permita acceder a ellos. Si no, es inviable. Es decir, desde un estilo… Por ejemplo, a mí me gusta mucho hablar de los estilos educativos porque al final es lo que a los padres les centra sobre cómo podemos hacerlo. Bueno, desde un estilo educativo tremendamente distante, frío, que vaya muy marcado de arriba a abajo, que sea muy autoritario, va a ser muy difícil que podamos acceder a ese tipo de cuestiones. También podríamos decir que desde un estilo absolutamente nada marcado, tremendamente flexible, y que casi más que padres podamos parecer sus iguales, tampoco. Porque nos vamos a perder a veces esa rigurosidad. Entonces, aunque sea un encaje difícil, pero entiendo que es un equilibrio perfectamente conseguible.
Que los padres se posicionen en ese punto en el que no se pierdan. En la adolescencia, los adolescentes, por un lado siempre decimos que están deseando esa especie de límite de esos padres porque sus amigos no se los van a poner, pero también están deseando un proceso de escucha activa por parte de los padres y que realmente se interesen. Aunque a veces, paradójicamente, no lo parezca. Algo que hemos visto… Y lejos del tremendismo, pero algo que hemos visto en los últimos años es muchos adolescentes que utilizan la autolesión para llamar la atención, para autorregularse, para bajar esos niveles de activación y de ansiedad que tienen. Y para nada asociados a problemas, en muchas ocasiones, muchos más tremendos. No estamos hablando de… No necesariamente ligado al suicidio, vaya, para que nos entendamos. Y muchas veces, cuando trabajamos con esos chicos y esas chicas… Se da más en chicas, es cierto, el tema de las autolesiones. Pero ni mucho menos exclusivamente. Cuando trabajamos con ellos y con ellas vemos a veces que son cosas muy del día a día, muy cotidianas, ligadas a sus presiones con sus novietes y novietas, con sus amigos y amigas.
Y sin embargo los padres, aparte de que se han perdido el proceso y la autolesión está tapada, no se ve, no la han visto, quizá, a veces durante meses, cuando vienen, en realidad no tienen ni idea de por qué puede ser. Creo que esto es importante y de alguna manera hay que tenerlo en cuenta. Observar, fijarse muy bien en lo que dicen y lo que no dicen. Y el cambio de hábitos. Es decir, es verdad que los adolescentes son rompedores, y rompen con muchas de las cuestiones que venían haciendo, pero si estamos un poquito atentos veremos los cambios que son normales y que sustituyen unas actividades por otras, de aquellos que lo que denotan es un estado de ánimo muy bajo, una apatía tremenda, o una rebeldía impropia de la adolescencia que tiene su parte, su cota y su porcentaje.
"Los adolescentes esperan atención, límites y escucha activa por parte de sus padres"
Me estoy acordando ahora de uno de los muchos casos. Porque aunque a veces no vengan con la demanda fundamental de esto, acaba saliendo. Y me estoy acordando ahora de unos padres que se encuentran alarmados porque descubren fotos de alto contenido de este tipo. Claro, lo primero es cuestionarnos hasta qué punto. Los padres te preguntan: «¿Esto lo hago o no? ¿Lo puedo hacer?». Pero yo lo primero que les diría, y lo que les decía, es: «No es necesario para que nos demos cuenta de ciertas cosas que son evidentes». Era una adolescente, en este caso una chica, que ya su forma de vestir era especialmente provocativa. Y esto, en principio, aislado, puede no significar nada. Pero esa especie de necesidad constante que tenía, sobre todo en los últimos tiempos, de estar, primero, conectada constantemente. Y segundo, empezar a llegar tarde y a no contar donde realmente estaba, empezar a cambiar de amigos. Había una casuística de características que son indicadores. No hace falta estar como policías, investigando, para saber…
Entre otras cosas, porque si en cuanto empezamos a observar venimos… En este caso vinieron un poquito tarde, vinieron cuando ya había una trayectoria. ¿Qué me encuentro en un caso como este y específicamente con esta chica? Unas necesidades de base, una autoestima muy dañada por ciertas situaciones que, de alguna manera, no suelen siempre compartir con los padres. En este caso sí que había filtrado información, pero al final tampoco se le había dado tanta importancia. Y ahí estaban las claves. Una persona que no se encuentra a gusto en su grupo, una persona que va cambiando esa imagen constantemente. Esto se ve también en casa. No termina de acertar. Y siente una necesidad, y la red social le brinda la posibilidad de lanzarlo. Esto es importante, esa autoestima. Cuando tú refuerzas y analizas lo que subyace al problema y trabajas con esta chica el hecho de aprender a sentirse bien porque sí. Es decir, no porque seas rubia, morena, más alta, más bajita o porque tengas… No, hay otras cualidades. Lo curioso, cuando les preguntas y haces un análisis básico de tus fortalezas y tus debilidades y defectos: «Fortalezas no tengo ninguna». «¿Y defectos?».
Y empiezan, y empiezan, y empiezan, y te hacen una lista absolutamente tremenda. Todos tenemos fortalezas, virtudes, y todos tenemos defectos. El gran problema es quien no los ve. Y estas chicas, estos chicos, que están en este momento tan vulnerable en el fondo no lo ven y lo van buscando a través de algunas de las cuestiones más aparentes y más llamativas y que más impacto pueden tener entre sus iguales. Pero al final les deja en una situación de aún mayor desprotección. Hay que pararse a hablar mucho antes. Es decir, no es: «Nos paramos a tener una conversación seria». Antes de tener una conversación seria hemos tenido que tener infinidad de conversaciones no serias, que es donde el adolescente filtra, cuenta, donde se relaja y entonces nos puede contar un poco, no nos va a contar todo. Empecemos por ese proceso: estar cerca, observar, realmente conectar sin ningún tipo de preocupación que por añadidura haga que se replieguen mucho más y no nos cuenten. Y ahí ya vamos a ver ciertos indicadores.
Es decir, un estado de ánimo en los extremos. No siempre bajo. No siempre tenemos que ver a nuestro hijo o hija absolutamente… Porque ya se aíslan a veces sin que pase absolutamente nada. Pero sí más irascibles, con unos picos, muy cambiantes en la imagen, muy cambiantes en las necesidades, y muy poco regulados en comportamientos que hasta ese momento, quizá, no ocurrían. De pronto… Venían normalmente bien a casa. Empiezan a venir a veces un poco regular con alguna sintomatología, empiezan a fallar más de lo que fallaban con el horario, empiezan a ser menos… Esos hábitos que a lo mejor tenían establecidos… Es decir, observemos muy bien, porque esa desregulación ya es óbice para que intentemos, desde la cercanía, no desde el «tenemos un problema». De hecho, a la hora de venir a vernos, yo diría que un factor importante es no esperar tanto. Tampoco banalicemos y vayamos al psicólogo a la primera de cambio, pero entender que una persona ajena al contexto familiar tiene más ventaja para acceder con ese adolescente. Y eso se nota. A veces los padres tienen esa dificultad. No tiene por qué ser el psicólogo, puede ser alguien de la familia que pueda tener un cierto nivel de línea directa. Pero dar esos pasos antes de que se cronifique y genere unos problemas y tengamos que decirle: «Vamos al psicólogo», que van a decir que no quieren. Luego acaban viniendo, pero esa primera respuesta hagámosla un poquito más suave.
Vale, por un lado yo eliminaría esa, claramente. Y eliminaría otra que me parece muy perjudicial, que es la de a futuro, la de: «Así no vas bien. Como sigas así esto no lo vas a conseguir. Y por ahí vas por mal camino». Es decir, reforzar el comportamiento negativo con verbalizaciones a futuro, que hace que nuestro hijo mire y diga: «Ya me estás soltando el rollo como siempre», tampoco. Pero insisto, eso los padres lo hacemos desde la necesidad de que cambie, de la necesidad de provocar en ellos una reacción. Por ahí no vamos bien. De hecho, cuando nosotros les vemos… Además, en esto no falla, todos y todas te lo dicen: «Es que no creen en mí. Es que no hacen más que insistirme en que las cosas no van a ir bien». Y tú les dices: «No, vamos a ver, has entendido la comunicación de tus padres justo al revés. Lo que pretenden tus padres no es esto». Pero da igual lo que yo les diga, da igual que lo que sientan sus padres. Lo importante cómo ellos traducen esas frases. Y las traducen en sentido negativo.
Por lo tanto, salir de ese discurso es de las primeras cuestiones que a los padres les va a ayudar muchísimo a encajar. Y luego, evidentemente, hay dos elementos que me parecen vitales. Huir del enfado, que como emoción básica está bien, y que la tenemos que tener, no la escogemos, sale cuando algo no nos gusta. Pero con el adolescente se retroalimenta. Hay un efecto espejo en el que si los padres se enfadan el adolescente se enfada, los padres se enfadan más, y acabamos todos enfadados. Entonces, el enfado como emoción básica está bien, pero hay que aprender a regularla y quitarla del discurso, quitarla de la relación. Es decir, nos enfadamos, muchísimas de las cosas que no funcionan, pero que no se nos note tanto. Porque verdaderamente ahí les estamos mostrando, curioso, la debilidad. Les estamos mostrando, más que autoridad y firmeza, debilidad. Por lo tanto, los padres aquí harían bien… Haríamos bien en trabajarlo. A partir de ahí, con esas claves, podemos entrar por la puerta grande. Intentando, al menos, conectar con aquellas cosas que a ellos les pueda interesar. Cosa que a veces también, como adultos, nos cuesta cómo empatizar.
Queremos que ellos entiendan los que es la responsabilidad, lo que es un adulto, porque ya les consideramos adultos para muchísimas cuestiones, pero nos cuesta a nosotros entender que una etapa por la que hemos pasado y que podríamos perfectamente entender o al menos calibrar mejor, nos cuesta, de alguna manera, bajar. Y el segundo elemento, una vez que hemos gestionado el enfado ya nos podemos dar ciertos permisos. Y el gran permiso es acercarnos al adolescente. Es decir, ser capaz de escucharle, ser capaz de buscar cuáles son sus intereses. Una de las grandes dificultades, aparte de lo que decíamos, el enfado y los grandes temas de los que ya nos olvidamos, una de las grandes dificultades es ser capaz de entender qué hay en esa cabecita, qué le interesa, sin juicio crítico. Eso es fundamental: no criticar al adolescente, no estar diciéndole constantemente que esto lo hace mal o que esto que le debería de gustar no le gusta. Una vez que adoptamos un lenguaje mucho más empático, una vez que tratamos de ver cuáles son esos juegos que realmente tiene en la consola, o cuáles son esos temas que a lo mejor a nosotros no nos interesa absolutamente nada como adultos, pero ahí puede haber una conexión importante.
Porque al final, realmente, ellos lo que quieren es que sus padres también se interesen por sus cosas. Eso es fundamental. Aunque sus cosas nos resulten anodinas o directamente sean rompedoras con lo que desde peques pensamos, esa trayectoria, esos niños que hacen el deporte, que tocan esa música, que hacen esas extraescolares con las que los padres están de acuerdo. Y de pronto empiezan a querer hacer cosas, como el que quiere hacer boxeo. Y entonces los padres ya están pensando en peleas tremendas en vez de verlo, quizá, como… O el que quiere empezar a tocar un instrumento, y tocar con un grupo, y los padres ya se empiezan a asustar porque lo empiezan a asociar a esas conductas de riesgo que también a veces nos preocupan. Ahí hay que aterrizar un poquito y conectar con esos adolescentes que van a estar encantados. No de compartirlo todo ni de decir toda su experiencia vital, porque seamos realistas, todo no se lo van a contar a los padres, pero sí de empezar a filtrar. Sobre todo si entienden que, uno, cuando les diga algo mi padre y mi madre no se van a enfadar. Y dos, lo segundo que van a hacer, además del enfado, no es criticarme y decirme que lo que tengo en la cabeza es una barbaridad. Si esos dos elementos están bien manejados, va a ser todo mucho más fácil.
Y algo que me parece muy relevante: no confundamos esto con no ejercer de padres en cuanto a lo normativo, a la corresponsabilidad en casa, que ese es un área que tenemos muy descuidada a veces. Y por un lado pasamos de hacérselo todo cuando son peques, que no hayan hecho nada con 14, 15, 16 años y queremos que ya sean adultos y que lo hagan todo. No nos perdamos. Pero es verdad que también eso hay que ejercerlo.
Hay otro elemento que me parece vital. Cuando decimos que son poco empáticos o que son tremendamente insensibles. Y dices… La adolescencia es la edad de la empatía. Esto no es tener o no tener: «Deme un kilo de empatía». La tienen pero con determinadas personas y con determinadas temáticas y problemáticas. Si decimos que también es la etapa, y eso sí que no es un mito: son rompedores. ¿Con qué rompen? Con lo establecido. Y los padres y las madres y el entorno y las rutinas que haya podido haber, o ciertas actividades hasta ese momento, forman parte de la ruptura. Pero empatizar empatizan. Lo que ocurre es que no van a empatizar con aquello que nosotros… Hay muchos padres que te dicen: «Realmente, cuando me ven afectado parece que les da igual». Y dices: «Son fríos». Muestran una cara… Y además son capaces de decirte «te odio». Este tipo de cuestiones. Es curioso cómo es un patrón universal que se repite. No se copian y sin embargo lo hacen todos. Y lo hacen fundamentalmente porque les fastidia. Son tremendamente sensibles. Fíjate lo paradójico. Son sensibles a la reprobación, al afecto o al desafecto, a la crítica son tremendamente sensibles. ¿Cuál es el papel que fundamentalmente ocupamos los padres? Criticamos mucho, estamos muy pendientes de lo que no hacen bien y de lo que tienen que hacer bien. Aunque lo hagamos por necesidades propias de la familia y del rol que nos ha tocado.
Obviamente, ¿cómo van a estar cerca de nosotros en ese sentido? Pero sí, son tremendamente sensibles, muestran empatía, y por supuesto que tienen… Yo creo que esos son elementos que estamos hartos de decir. Por último, son irresponsables. La responsabilidad va muy ligada a lo que hablábamos del orden. La responsabilidad se adquiere, fundamentalmente, cuando descubres que o lo haces tú o no lo hace nadie. Cuando realmente no tienes ese soporte. Cuando el cerebro siente esa necesidad de… Pero es que la hemos cubierto durante mucho tiempo. Es que los padres ahí han proporcionado… Yo creo que tenemos una generación de adolescentes consumistas.
Pero son consumistas porque han nacido en el momento en que consumir era fácil. Y cuando tu cerebro aprende, que fundamental aprende por repetición, por un entrenamiento, y aprendes a eso, pues claro, tenemos muchos críos que ahora vienes y les pides que sean responsables. Y dicen: «¿Y esto qué es?». Pues la responsabilidad hay que aprenderla. De hecho, yo te diría que pienso que están deseando tener responsabilidades. Porque cuando nosotros trabajamos con estos críos, que al final son unos críos, y les vas otorgando esa posibilidad de responsabilizarse con diferentes asuntos, pero por ellos mismos y ellas mismas, crecen, maduran. Es como si estuvieran esperando que alguien, realmente, ni se lo diera ni se lo exigiera, sino que se lo facilitara, de alguna manera. Eso me parece fundamental y deberíamos reflexionar sobre esos mitos. Estamos muy equivocados a veces.
Ahí se han igualado, yo creo, desde mi punto de vista, esos roles, que han hecho que veamos cambios, efectivamente. A la hora de abordarlo es importante el primer factor que yo mencionaba. Es decir, la diferencia de cómo te han educado. Cuando a veces nos preguntan: «¿Y por qué sigue habiendo en los adolescentes y las adolescentes tantos problemas relacionados con violencia de género? ¿Por qué siguen teniendo relaciones tan patológicas?». Pensamos que esto ya lo habíamos solucionado. Y yo lo que me pregunto es: ¿Desde peques les hemos educado, a ellas especialmente, para que sean autónomas, independientes, tengan criterio, no sean sumisas y, por supuesto, no digan que sí a todo?». Porque a veces lo que queremos son críos que hagan lo que nosotros decimos. Y nos encontramos, una, con que quizá esa no sea la vía. Y dos, con que en el mejor de los casos, cuando llegan a la adolescencia y rompen de pronto generan problemas que nos alarman.
Cierta inflexibilidad con las normas que no dependen de ellos por muy mayores que sean, porque somos una familia, una tribu. Y además, les estamos dando un modo de aprendizaje adecuado. «Como yo sé que vas a tener tentaciones, vamos a sentarnos y a comprometer». Y, por supuesto, el tercer aspecto es… Primero hemos dicho que huimos de, luego priorizamos, y el tercero es: ponemos consecuencias que a él le van a parecer coherentes si las hemos puesto de antemano, ¿vale? Y empezamos a funcionar con un sistema previsible que podemos ir, de alguna manera, reformando. Hasta una vez a la semana nos podemos sentar. Pero que huimos de la improvisación, como decíamos. Esto no es «con lo que me vaya encontrando voy resolviendo», porque vamos a ir topando con esa dureza del adolescente que va a ser.
Te estoy pidiendo que controles el alcohol, pero a lo mejor, realmente, nosotros estamos dando por hecho que se puede beber a partir de cierta edad, ciertas cantidades. Es decir, no cuidamos mucho el ejemplo, a veces nada. Y sin embargo dices: «Hemos depositado toda la confianza en lo que yo te digo. Tú haz lo que yo te digo porque yo soy tu padre y soy el que realmente sé». Eso no llega al adolescente ni al preadolescente. Empiezan a observar. Desde bien pequeños son tremendamente observadores. Por lo tanto, yo me fijaría en eso: huir del miedo. Y, por lo tanto, no ir a la sobreprotección, que no nos asegura nada. Aunque a corto plazo parezca que sí, en el largo plazo nos genera personas sin esa capacidad de autodisciplina, control del impulso, tolerancia a la frustración, etcétera. Y, por supuesto, servir todo lo que podamos de modelo. Huyendo de los modelos de la perfección. Es decir, no tiene nada que ver, no lo confundamos. Sino entender que el mensaje que mejor llega a nuestros hijos es el mensaje de lo que realmente están viendo.
Si los aspectos que resumen que un crío de 17 o 18 años se pueda aventurar en una línea, en una hoja de ruta u otra son un buen análisis de sus capacidades, y hay años para observarlas, y sus preferencias, lo que le apasiona, lo que les hace sentirse bien, fomentemos eso. Con lo primero hay poco que hacer. Durante muchos años sabemos, entendemos cuáles son sus puntos fuertes. Pues fomentemos la otra parte. ¿Cómo se fomentan a estas edades sus preferencias? Pues interesándonos por lo que les gusta, resaltando aquellas cuestiones que sepamos que se les nota dónde fluyen y dónde no. Y todo eso hay que hacerlo, yo me centraría en esta idea, desde un discurso positivo, optimista, que refuerce esas sensaciones. Y no al contrario, huyendo del miedo… Es decir, estamos en un momento vital en el que tratamos de anticiparlo todo. No vivimos el momento, siempre estamos hablando de que tenemos que sentirnos seguros a base de controlar lo que va o lo que creemos que va a ocurrir en el futuro. Lo que va a ocurrir en el presente es lo importante. Que se sientan a gusto, seguros y seguras de sí mismas. Eso sí que es una clave. Que discurran por este mapa o por el otro mapa les va a augurar un buen futuro, y al revés. Podemos tener muy marcada una hoja de ruta porque nos da tranquilidad. Como nos olvidamos de esos aspectos vitales muchas veces, efectivamente, no llegan, se bloquean. Tenemos unos porcentajes muy altos de alumnos y alumnas que abandonan. Y que abandonan y no cambian en otra dirección, no saben hacia dónde irse.
Es una semilla que una vez está ahí, luego crece. Y a veces queremos saltarnos esos pasos otorgándoles los resultados, los recursos, todo ese soporte. Cuanto más soporte, más les estamos privando a veces de que por ellos y ellas mismas descubran cómo hacer las cosas. Valoremos el esfuerzo. Me parece que otro aspecto importante es: acompañemos. Esa especie de línea pedagógica del colegio donde estén, intentemos ese nivel de involucración con el centro y apoyemos, reforcemos. Porque es donde realmente nuestros hijos e hijas se van a desarrollar y realmente van a aprender todos esos mecanismos, esa metodología. Vayamos a favor, no vayamos en contra. Y dejémonos un poquito llevar por lo que ellos nos pidan. A veces estas exigencias internas de los padres, estas necesidades y estos miedos hacen que tomemos un poco el timón. Somos padres, no maestros. Y por último, tenemos unos aliados que a mí me parecen fantásticos y que quizá hemos descuidado en los últimos años, que es la alianza con los maestros, profesores y profesoras. No sé qué ha pasado para que dejemos de verles como un apoyo, como alguien que va en la misma dirección.
Porque tenemos un elemento común: que nos interesa nuestro hijo, que es su alumno o su alumna. Más allá de que nos caigan mejor o nos caigan peor, más allá de que puedan ser raros y nosotros también seamos raros. Todas las personas somos distintas. No necesitamos profesores a medida igual que no necesitamos padres a medida. Necesitamos entendernos. Y eso es fácil si ponemos el foco en ese triángulo, si ponemos el foco en sacar adelante a nuestros hijos. Estamos perdiendo ahí una alianza que yo creo que debe hacer cuestionarnos y, por supuesto, trabajar en ello.
Segundo: esos horarios, además, ligados a cierta disciplina y cierta responsabilidad. Yo entiendo que en verano es compatible con el desfase. Parto de la base de que se puede perfectamente, aunque se minimice, que no se evite totalmente. Aunque se trasnoche, que no se trasnoche todos los días, sino que se procure hacer un ten con ten. Con el adolescente va a funcionar mejor. Y luego la vuelta que esté cargada de optimismo, de control de ese estrés que a veces va asociado a la terminalización de curso y al inicio de curso. Vamos a evitar eso, porque entramos en un proceso… Vuelvo a decir, componente largo, sin prisa. El curso es muy largo. Entonces está bien empezar en septiembre planificando, organizando, pero con cierta sensación de calma que a veces perdemos en estos cambios, y lo único que hacemos es que los padres estén más estresados y que esos hijos que han estado de vacaciones con un nivel, a veces, de total dejadez, tengan que ponerse en marcha. Yo creo que ahí hay un proceso de adaptación. Si cuidamos las horas, cuidamos un poquito las actividades, quizá a la vuelta hacer deporte si no lo han hecho, que en muchas ocasiones sí que es de esas cuestiones que permanece. Y la toma de decisión sobre qué actividades hacemos o no.
No es solamente estudiar, el curso incluye extraescolares, incluye muchas cuestiones, y hay que hablarlas. Porque si hasta ese momento no hay que hablarlas, los hijos hacen prácticamente donde los padres los colocan: ajedrez, inglés, guitarra, danza o natación. De pronto, con los adolescentes ya no nos va a servir. Y aquí yo sí que diría que es un momento fantástico también para conseguir de ellos el compromiso de hacer algo. Algo que les guste. Por supuesto, que les guste a ellos. Ya no va a servir tanto que les guste a los padres o que cumpla ninguna función de retos para los padres, sino para los hijos. Pero una de las peores cosas que tenemos es esos adolescentes que rompen con todo y no quieren hacer nada. Entonces, es mejor darle opciones. Aunque no sean las opciones que más gusten a los padres. Pero que tengan otra motivación fuera del tema puramente académico y que también les ayude a un cierto nivel de disciplina. Puede ser algo del ámbito deportivo, o no necesariamente, pero sí creativo. Yo creo que septiembre es un momento fantástico para iniciarlo. Con ilusión, con motivación, y con el mínimo estrés posible.