Cómo aplicar el sentido del humor a la crianza
Anna Manso
Cómo aplicar el sentido del humor a la crianza
Anna Manso
Escritora y guionista
Creando oportunidades
Consejos de la 'peor madre del mundo'
Anna Manso Escritora y guionista
Anna Manso
Afronta la maternidad y la escritura desde una perspectiva gamberra. Sin filtros. Anna Manso es madre de tres hijos y, a título propio, ‘la peor madre del mundo’. Así se presenta en la columna semanal que escribe desde hace una década en el periódico Ara. Una credencial que también da nombre a su último libro: ‘La peor madre del mundo, manual para convertirse en una madre o un padre imperfectos’, donde reivindica los defectos y los errores en la crianza desde el sentido del humor. Su lema: “La perfección mata y el humor salva vidas”.
Anna Manso estudió en la Escola de Mitjans Audiovisuals de Barcelona y se especializó en escritura de guión de cine y televisión en la Universidad Autónoma de Barcelona. Inició su carrera profesional como guionista de series y programas infantiles de entretenimiento, como Barrio Sésamo o Club Super3. Es, además, autora de casi medio centenar de obras de literatura infantil y juvenil - entre las que destacan ‘Lo del abuelo’,’ Canelones fríos’ o ‘Leandro el niño horrible’ - y ha ganado en dos ocasiones el prestigioso Premio Gran Angular.
Es habitual ver a esta escritora y guionista visitando los colegios, volcada en la animación a la lectura. “La educación es uno de los pilares de nuestra sociedad y los profesores no tienen el reconocimiento que se merecen”, concluye.
Transcripción
Pues porque ellos los valoran, los exportan, creen que son algo maravilloso para compartir en el mundo. Pues aquí también tenemos muchos autores y mucha gente que tiene grandes creaciones que podrían celebrarse exactamente igual. Tan solo hace falta que nos lo creamos los editores, los lectores, la sociedad en general, de verdad, que tenemos una literatura infantil y juvenil de olé, de bandera. Y también he reflexionado mucho sobre el tema y pensar: ¿por qué? ¿Por qué no tiene esta importancia que tiene en otros países? Una cosa que tengo muy en cuenta es el respeto por el público al que voy dirigida, al que van dirigidos mis libros. Porque tengan menos de dieciocho años no significa que sean tontos, que no puedan entender determinadas cosas, que no deba cuidar el lenguaje. El lenguaje es la gran herramienta de la literatura y yo le doy muchísima importancia, no solo a las historias, y de qué van, sino también al lenguaje. Pienso que tenemos el deber de regalar palabras a los lectores y que parece que no las entenderán, pero sí, pueden llegar. Una vez Lolo Rico, la creadora de ‘La bola de cristal’, me dijo algo maravilloso: «Los niños son niños, pero no son nada tontos», y eso me lo quedé. Justamente me lo dijo antes de empezar a escribir y no lo olvidaré nunca. Fue un gran, gran, gran aprendizaje. Creo que hay que tener una conexión especial con aquel niño o niña que tú eras, con esas ganas de jugar pero siendo adulto, sin perder la perspectiva. Y otro tema del que me gustaría también hablar es el respeto por la cultura en general, no solo en la literatura infantil y juvenil. Es una pena, pero no siempre se reconoce el valor de los trabajadores de la cultura. En eso pienso que hacemos un gran trabajo. Se ha visto en el confinamiento, el trabajo de la cultura acompañando y también la polémica sobre si debería ser gratis o no. Yo pienso que en eso estamos equivocados. Todas las personas que trabajamos en la cultura trabajamos, tenemos familias y podemos mantenernos, debemos mantenernos. Y que ahí yo reivindico, pues eso, un paso adelante y que sea… que haya una valoración económica de nuestro trabajo.
El lenguaje es la gran herramienta de la literatura y tenemos el deber de regalar palabras a los lectores
Las historias también las cuento sobre todo para divertirme yo. Es de una forma egoísta. Pienso que si no me divierto yo, si no me entretengo yo, si no me interesan a mí como lectora, ¿a quién van a interesar? Creo que eso se nota. Yo tengo que disfrutar muchísimo escribiendo. No soy una escritora del sufrimiento. No, no, las cosas tienen que estar un poquito bien. Los libros pienso que tienen que conectar con la vida del lector. Y ahora aún más. En que la lectura tiene tanta competencia y que tiene sentido en el sentido de que nos dice algo sobre nosotros mismos y nos habla y nos hablamos. ‘Corazón de cactus’ sería otro ejemplo. Me interesaba mucho también hablar al público juvenil sobre las relaciones sentimentales, sobre el romanticismo. Hay tantos libros que se venden tanto, tantísimo, que nos venden el estereotipo en el que resulta que las mujeres solo estamos interesadas en enamorarnos, no en nuestra vida profesional, no en la amistad, no en viajar, en hacer cuarenta mil cosas… no, se ve que ese es nuestro objetivo en la vida: enamorarnos. Y a mí me divirtió escribir una novela que aparentemente pareciese una novela romántica, incluso con la editorial jugamos al rollo de la portada de color rosa, pero que dentro hubiese una bomba de destrucción o de cuestionamiento, más bien que de destrucción, de cuestionamiento, de cómo nos enamoramos, cómo queremos. ¿Hay una sola forma? Pensar exactamente qué lugar ocupa en nuestra vida. Que enamorarse es maravilloso, no soy de la brigada antiamor ni muchísimo menos.
Pues ese es mi planteamiento a la hora de escribir también. Es que realmente como adultos prescriptores somos muy injustos cuando le estamos pidiendo a la literatura infantil y juvenil eso, porque no se lo pedimos a la literatura de adultos. A la literatura de adultos le pedimos que sea literatura que tenga calidad y ya damos lo otro por supuesto. Pero con los niños sí, yo creo que nos dan miedo los niños. Miedo en el sentido de: «Van a pensar por sí mismos, a ver qué van a pensar». Van a pensar cosas maravillosas, tan solo hay que suministrarles material de calidad. Pero lo que decía Lolo Rico ¿no? «Los niños no son tontos, los niños piensan por sí mismos». Yo creo que a veces nos olvidamos como adultos de contar la verdadera razón por la que queremos que sean lectores. Al menos yo pienso que quiero que sean lectores para que aprendan a pensar por sí mismos, además de divertirse, porque tú hablas cuando estás con un libro, hablas contigo mismo. No hay un altavoz Bluetooth que cuente lo que tú estás pensando, con lo que puedes pensar lo que te dé la gana. Eso es un gran valor, y en silencio. No piensas lo que te dicen, piensas lo que tú quieres. Puedes pensar: «Este libro de Anna Manso es maravilloso». «Este libro de Anna Manso está fatal» o «Esta tía está loca», pero vas pensando y te vas posicionando, lo quieras o no, y eso creo que es el gran, gran, gran valor de la literatura.
Hay muchísimas actividades que se pueden hacer a partir de un libro. Yo tengo un blog en el que he recopilado todas las actividades que yo he ido encontrando en escuelas e institutos, actividades maravillosas a partir de mis libros. Y está ahí escrita desde hace muchos años y la voy actualizando para dar ideas, porque muchas veces es verdad, los maestros en las escuelas y los profesores tienen una gran carga de trabajo y hay muchas veces en las que una ayuda así es muy valiosa. Yo me he encontrado experiencias maravillosísimas. Vamos a empezar, por ejemplo, por una que me encanta que es el Congreso de Jóvenes Lectores que se realiza en todas las islas de Canarias, en el que los niños y niñas se encuentran con los autores y hacen un pequeño trabajo, una pequeña dinamización, que no trabajo, ¿eh?, no hacen trabajos escritos, una pequeña dinamización a partir de alguno de estos libros. Es un congreso que como autor es una maravilla, tú te sientas y ellos dan. No es como cuando vas a hacer una convención, no, no, ellos te devuelven a través de dramatizaciones, canciones, rap… A mí me han hecho un Pasapalabra sobre libros, sobre libros míos. Y este es un ejemplo que me gustaría que se difundiesen, que se celebrasen congresos de jóvenes lectores en todos sitios. Después hay otras actividades que son muy sencillas y muy, muy potentes. Yo en casa conservo un regalo que lo tengo como un tesoro que lo guardaría en una caja fuerte, como de Fort Knox para que nadie me lo robe, que es un álbum que me regalaron en una escuela de Palafrugell de Mont-Ras, cerca de Palafrugell, en el que es el abecedario de Anna Manso, en el que cada letra es una palabra que empieza por la inicial de la letra del abecedario, con un concepto de uno de mis libros: un nombre de un personaje, un título, una emoción que se trabaja… ilustrado y un poco contado. Y es una maravilla. Yo lloré a lágrima viva cuando me lo regalaron, me emocioné.
Y después, por ejemplo, hay un libro que se llama ‘El último violín’, que habla sobre el trabajo de un lutier. Me han recibido en muchos colegios con conciertos de violín. Te das cuenta que entonces el libro ha traspasado las páginas impresas y ha impregnado la vivencia de esos niños y niñas, ¿no? Y con ‘Leandro, el niño horrible’, también tengo una experiencia que me gustaría compartir. Fui a una escuela cerca de Berga y habían hecho una exposición de fotografías. Cada niño había decidido retratarse una parte de su cuerpo que le gustaba especialmente y una parte que rechazaba especialmente. Y entonces colgaron las fotografías de tal forma que por una parte estaba la parte que a los niños les gustaba y por la otra, la que ellos rechazaban de su cuerpo. Y me preguntaron: «¿Tú cuál crees que son las fotografías de las partes más bonitas del cuerpo? ¿O cuáles son aquellas en las que son partes muy feas?». Evidentemente todas las encontré maravillosas porque es una visión subjetiva de nosotros mismos. Y fue una demostración muy potente para los propios niños eso, que el cerebro nos gasta malas pasadas, que la visión del físico es algo muy subjetivo y que depende también de la visión externa. Y más ahora desde que existe Instagram donde los niños y niñas tienen aún más presión sobre la imagen. Y nada, eran dos fotografías. Punto. Ya está. No podría parar de citar experiencias porque la verdad es que hay un montón. Cuando te encuentras con equipos, con equipos docentes que se lo creen, es un gustazo. Y tengo que decir que eso me lo he encontrado por todos sitios, en Cataluña, viajando por España, hice una formación en Lima con maestros que también me contaron cosas que hacían allí y la verdad es que yo me doy cuenta de que la pasión por la lectura es una pasión universal.
Como la peor madre del mundo. Bueno, claro. A ver, vamos a ponernos así un poco más en modo terrenal. Todos sabemos, vamos a confesar, todos sabemos que las pantallas nos solucionan esos grandes momentos en los que tenemos que hacer las cenas, ¿no? Y no sabemos qué hacer con los niños que ya están un poco pasados de vueltas y les decimos: «Te voy a poner este vídeo de YouTube». También otra cosa sería cuestionarnos la cantidad de horas, ¿no? A veces digo: «Les he dejado, les he llegado a dejar tantas horas que la cabeza se les ha quedado en formato 16:9», haciendo una broma. Pero es decir, es un recurso y también es un valor cultural, es un valor cultural. Hay que educarles. Yo intento educarles, me pongo a ver la televisión con ellos y se ponen nerviosos, empiezan: «A ver qué va a decir, ¿no?». «Ya sabemos que esto que estamos viendo es muy malo, pero nos lo pasamos muy bien». Digo: «Vale, vale, pero lo sabéis y están diciendo una cosa que es horrorosa de machista y esto tal y cual ¿no?», dicen: «Mamá, te puedes ir, ¿por favor?». Pero está bien. Ellos al final, aunque sea de esta forma, creo que es interesante hacerles cuestionar lo que están viendo, no de una forma castradora e incluso saltándote la barrera de lo políticamente correcto, porque es que siempre estamos ahí como el guardia urbano con el pito: «Esto sí, esto no». Pero sí que hacerles pensar y reflexionar, que sepan escoger, que sepan escoger, y decirles: «A ver, ¿por qué he escogido esto?». Cuando me dicen eso: «Es muy malo, pero ya lo sé», digo: «Bien, trabajo hecho».
Falta educación audiovisual en las escuelas
Y a partir de ahí empecé a pensar muchas cosas. Por ejemplo, que cuando escribo y me invento personajes de ficción que son padres y madres, nunca los hago perfectos. Uno porque no me los creo y dos porque si no me caerían muy mal, ¿de acuerdo? Y pensé: «¿Por qué a ellos los creas así? ¿Por qué les perdonas todos los errores, es más, te encantan sus errores y a ti misma no? ¿Por qué eres tan dura contigo misma?». Y en fin, me lancé a escribir lo que primero fue un blog, luego unos artículos y después el libro ‘La peor madre del mundo: el manual’, como terapia para mí misma fue una forma de terapia, de salir del armario y decir: «Pues sí, yo intento hacerlo muy bien, os lo juro, os lo prometo, pero al final todo sale como sale. Pero la intención es muy buena. Os lo prometo. Os lo prometo». Yo pensaba: «No sé, me van a caer chuzos de punta». Pues no, la reacción fue muy buena. Fue empezar a recibir mensajes de: «Esto también me sucede a mí». «Menos mal que no soy la única cutre». Y que sufro tanto por cosas que en verdad nos hacen sufrir mucho pero a lo mejor no son tan importantes, o sí. O a lo mejor son muy importantes. Y a mí la verdad es que me ha curado. Me ha salvado este humor. Pienso que es también un gran aprendizaje desdramatizar sobre nuestros problemas, que no minimizar, sino desdramatizar. Y ha sido un auténtico gustazo crear este personaje que soy yo. De verdad, todo lo que cuento es cierto. Yo no cuento miserias de nadie, solo mías, esa soy yo, y ha sido una gran alegría.
Tengo un lema que es «La perfección mata y el humor salva vidas». Y me lo creo. El tema del humor, además, es muy importante, porque cuando empecé a escribir los artículos, piensa que era hace diez años, no había tantos blogs, no había tanta gente que contaba cómo lo pasaba y muchísimo menos desde la experiencia personal y desde el humor. Y yo estaba muy preocupada porque quería que la gente entendiese que mi propuesta iba de reírse de uno mismo y de ahí ponerse las gafas. Y pensé: «Si me ven haciendo el patético con las gafas, lo van a pillar». Y también mi temor era que la gente se lo tomase mal, porque yo pienso que en la maternidad y en la paternidad nos falta humor. Eso también me lo aplico a mí. Es una cura que me aplico a mí misma. Somos muy «drama queen» y «drama kings», cualquier cosa pequeña, a veces nos hundimos, nos ahogamos en un vaso de agua. Ya lo digo, porque a lo mejor no hemos dormido y eso hay que entenderlo. Solidaridad. Solidaridad con los padres y madres que duermen poquito, porque eso trastorna. Eso trastorna. Pero sí que es cierto que al aplicarte en la cura del sentido del humor, todo se rebaja. Y yo me lo aplico a mí misma. Incluso te voy a decir una cosa, cuando sucede algo gordo en casa ya no estoy hablando de algo pequeño, algo mínimo, algo doméstico aunque irritante y legítimo que te irrite, cuando está pasando algo importante y gordo, yo me pongo deberes y me digo: «Mira, esto, esto me lo voy a contar como si hiciese diez años que hubiese pasado». Eso es un truquillo que me contó un psicólogo y esto gordo que ahora no sé cómo hacer que pase me lo digo a mi misma intentando reírme o sonreír un poquito. «¿Te acuerdas cuando hace diez años…?». Y también son tareas que me pongo para minimizarlo, digo: «Esto a lo mejor ahora no voy a poder reírme de ello, pero dentro de un tiempo sí». Dentro de un tiempo tengo que hacerlo. Sea un mes, sea una semana, sea un año, porque sé que cuando pueda reírme de ello lo habré cerrado y lo habré sanado.
"La perfección mata y el humor salva vidas"