“Ciencia y ficción, el futuro se construye ahora”
Julio Rojas
“Ciencia y ficción, el futuro se construye ahora”
Julio Rojas
Guionista
Creando oportunidades
Recuerdos del futuro
Julio Rojas Guionista
Julio Rojas
Julio Rojas es uno de los guionistas más premiados de Chile, creador de largometrajes de éxito internacional como ‘La vida de los peces’ (Premio Goya a la Mejor Película Iberoamericana 2012), ‘Sábado’, ‘Mi Mejor enemigo’, ‘En la cama’ o ‘La Memoria del Agua’. Sin embargo, uno de los guiones con los que alcanzó el reconocimiento y popularidad a niveles nunca vistos fue la audioserie ‘Caso 63’, adaptada en India, Brasil y Estados Unidos (cuya versión en inglés interpretaron Julianne Moore y Oscar Isaac). Esta serie, de la que recientemente el autor ha emitido su spin off, titulado ‘Enigma’, fue reconocida por el periódico The New York Times como una de las mejores audioficciones de 2020 (número 1 en todos los rankings mundiales) y recibió el Premio Ondas al Mejor Podcast de Ficción en 2022.
¿Cuál es el secreto del éxito de este autor y cómo es posible que sus predicciones distópicas se cumplan? Posiblemente, la clave está en una combinación de creatividad, imaginación y saber leer la actualidad para interpretar el futuro. La infancia de Rojas transcurrió entre la colección familiar de la revista ‘Reader’s Digest’, que en la década de los años 50 auguraba coches voladores y robots para el año 2000, y la máquina de escribir Remington portable de su padre, que le dio una resma de hojas en blanco para que pudiera escribir. Así comenzó su larga y fructífera carrera como autor. “Tenemos una obsesión por contar historias. Tenemos una obsesión por configurar escenarios futuros porque somos una especie que le tiene miedo a la muerte, que es consciente de sí misma, pero que también quiere mejorar. Aunque parezca que no, es una especie que quiere mejorar y no hay manera mejor de mejorar que visualizar el futuro”, reflexiona el guionista, especializado en crear thrillers distópicos y escenarios de ciencia ficción, como recogen sus libros ‘El visitante extranjero’, ‘El final del metaverso’, ‘Freeland’ y ‘Retornados’.
Transcripción
Tenemos una obsesión por contar historias. Tenemos una obsesión por configurar escenarios futuros porque somos una especie que le tiene miedo a la muerte, que es consciente de sí misma, pero que también quiere mejorar. Aunque parezca que no, es una especie que quiere mejorar y no hay manera mejor de mejorar que visualizar el futuro. Algo pasa con las historias frente a una fogata, luego en el cine, luego en pantallas cada vez más pequeñas o pantallas más portátiles. Hay una obsesión en la humanidad de tomar una especie de relato, verla, compartirla y generar comunidad, generar una especie de sincronía, donde yo, como estoy viendo la misma historia que tú, me siento, junto a ti, parte de una tribu. La cultura, la conformación de nuestra identidad como especie, se fundamenta porque compartimos historias. Los seres humanos contamos historias y estamos obsesionados con el tiempo. Yo tengo la suerte de hacer ambas cosas con mi trabajo. Mi nombre es Julio Rojas, soy guionista, soy escritor y voy a estar encantado de escuchar las preguntas y hablarles a ustedes sobre el futuro.
“El ser humano tiene una obsesión por configurar futuros porque es intrínseco a nuestra cultura aventurar qué va a pasar”
Fueron muy generosos porque era un dentista que estaba interesado en escribir. Y desde ese momento comprendí que se podía escribir cine mediante palabras. Y luego comprendí que las palabras también servían para escribir en otro formato, como series. Pero las palabras también servían para escribir y para representar cosas en sonido, como una audioficción. Y ahí comencé una ruta de narrar historias basado simplemente en el hecho de que andaba con un libro en un momento en mi vida, encontré una máquina de escribir con un par de hojas y también tuve un buen incentivo de dos desconocidos que me enseñaron guion. Comencé, entonces, a escribir guiones de cine. Tuve la oportunidad de que directores chilenos muy generosos confiaron en mí, confiaron en un dentista, confiaron en alguien que no tenía nada que ver con el mundo cinematográfico y me encargaron un par de películas. Escribí una película sobre algo tan absurdo como era la guerra entre Chile y Argentina, una guerra que no fue pero que estuvo a punto de ser. Y me pareció absurda no solamente la dinámica de la guerra, sino la relación que se podía producir entre jóvenes que no tenían nada que hacer en una estepa en la Patagonia, sin ningún límite, debido a la demencia de dos dictadores. Esa fue una película llamada ‘Mi mejor enemigo’, a la que le fue muy muy bien. Luego, también escribí una película sobre lo que pasaría en un matrimonio que fracasa, en una fiesta de matrimonio, en una boda, que fracasa, donde la novia le dice al camarógrafo, al típico camarógrafo de matrimonio: «Por favor, pase lo que pase, nunca pare de grabar».
Y se llama ‘Sábado’ esa película. Y el camarógrafo sí sigue las indicaciones, y se destruye el matrimonio, pero él sigue grabando. Es una película a la que también le fue muy bien. Luego escribí ‘En la cama’, que era una película que solamente sucedía en una habitación y en una cama. Luego, escribí una película que solamente sucedía en una casa y en las habitaciones de una casa cuando el protagonista dice que se va a ir y se empieza a despedir de la gente antes de salir por la puerta: se encuentra con su pasado, se encuentra con las relaciones que había dejado, porque venía de afuera del país, se encuentra con su gran amor, y se va de la casa. Y esa ganó un Goya y fue dirigida por Matías Bize, ‘La vida de los peces’. También he hecho otras cosas. Y lo último que hice fue en el mundo de las audioficciones: hice una ficción llamada ‘Caso 63’, a la que le fue muy bien en el mundo, porque era un mundo postpandemia, un mundo que estaba obsesionado con lo que va a pasar con el futuro, y venía un tipo que decía ser un viajero en el tiempo que nos iba a contar qué pasaba en el futuro. Y creo que eso conectó mucho con la gente y fue una especie de fenómeno de boca a boca. Y, ya que estamos hablando del futuro, las palabras de la gente generan futuro en las otras personas. Es impresionante, si uno pudiera comprender el dibujo completo de las causas y efectos, cómo que alguien te diga «Oye, escribes muy bien», como dijo mi profesor de Castellano, el señor Manuel Jara, o mi mejor amigo, que escribía muy bien, que me decía «Tienes que seguir escribiendo»… ¿Qué hubiera pasado si ellos dos me hubieran dicho «No escribas»? O si alguien, viéndome escribir en una máquina Remington mecánica, me hubiera dicho «No pierdas el tiempo». Las palabras son tan importantes… Bueno, y de eso se trata todo, de las palabras.
Porque es muy diferente ir a una sala de cine, sentarse en la oscuridad, que vengan unos créditos y luego que comience una narración donde uno comprende que lo que está mirando es una construcción ficticia a que haya un programa de música, el programa de música se interrumpa y pasen a una noticia donde la noticia empieza a relatarse en primera persona, donde uno empieza a imaginar exactamente estos monstruos extraños que salen con tentáculos de estos cráteres que vienen y que acaban de caer y que viene una real invasión extraterrestre. No solamente… Ahora viene el cuestionamiento de cuál fue la magnitud de esa paranoia. Mucha gente dice que no fue tal. Hay ciertos estudios que dicen que tampoco fue tanto, pero definitivamente sí causó un revuelo mediático gigante. No solamente en Estados Unidos, en Chile también se murió una persona de un ataque cardiaco. Porque se hicieron las mismas representaciones en varios países y leí la otra vez que, en Ecuador, fue un pánico tal que, cuando la gente se dio cuenta de que había sido una ficción, enloqueció de ira y una turba quemó la radio con muertos. La sensación de nuestros miedos, cuando se amplifican, genera dos cosas: una extraña atracción, queremos asustarnos, pero queremos asustarnos hasta un cierto momento, pero cuando no comprendemos la diferencia entre la realidad y la ficción, ahí ya deja de atraernos y nos ponemos refractarios. Por eso es tan complicado el tema del ‘deepfake’, las ‘fake news’ o esta revolución de lo artificial que irrumpe en nuestra vida.
Porque, si hay algo que teníamos claro, que la especie humana tenía claro, y que la ciencia ficción ha advertido que puede pasar, es que se desdibuje eso que tú dices del límite entre realidad y ficción y que no podamos distinguir si alguien que está al otro lado de la pantalla es real o no, es humano o no. Lo que puede pasar y que va a pasar, no solamente porque lo hemos visto en películas y libros, sino porque nuestra intuición nos dice que va a ser ya la dirección de los acontecimientos, es que, muy pronto, cada vez que tengamos una reunión, una videoconferencia o una simple videollamada, a la otra persona le vamos a pedir las claves del día para comprobar que realmente es un humano el que está al otro lado de la pantalla. Esta paranoia que nos produce ver películas que tienen que ver con invasiones extraterrestres, un género muy importante de la ciencia ficción, el género de la invasión, tiene sus serios fundamentos. Stephen Hawking tenía miedo de que nos comunicáramos con civilizaciones extraterrestres porque él, con mucha razón, decía que no tenemos buenas experiencias cuando una civilización que es tecnológicamente más avanzada, ni siquiera más inteligente, porque no tiene que ver con inteligencia, sino que tiene que ver con recursos como armas, como virus, como acero, como el gran libro de Jared Diamond, que es ‘Armas, gérmenes y acero’, y que les recomiendo que lo lean, que tiene que ver con por qué ciertas civilizaciones invaden y depredan y hacen genocidios con respecto a otras.
Esa paranoia podría ser real porque, si viene una civilización extraterrestre más avanzada, puede que nos colonicen, puede que se queden con nuestros recursos y puede que lo pasemos mal. Después vamos a hablar de que también hay extraterrestres buenos, pero en este momento la paranoia podría ser: «Claro, no nos conviene que nos invadan, mejor quedémonos en silencio. No mandemos señales al espacio». Ese era el gran miedo de Stephen Hawking. Y a veces también la realidad supera a la ficción. ¿Cómo no va a ser ciencia ficción el hecho de que estén poniendo chips en un cerebro para que alguien pueda manejar un ‘mouse’ o pueda manejar tecnología domótica desde su cerebro? Eso es ciencia ficción. De hecho, el nombre y la tecnología tiene un nombre que viene de otra línea: telepatía digital. ¿Se puede hacer? Lo están haciendo ahora. Neuralink lo está haciendo. ¿Cómo no va a ser ciencia ficción ver un auto autónomo donde hay alguien que está hablando por el celular pero no hay un chófer delante? Lo hemos visto. ¿Cómo no va a ser ciencia ficción el hecho de que haya edición génica y una bacteria puede ir y, como si fuera una película, cortar el gen malo que causa una enfermedad genética y reemplazarlo por uno bueno? ¿Cómo no va a ser ciencia ficción el hecho de que el futurólogo más importante del momento, Kurzweil, dice que podemos alcanzar la inmortalidad dentro de diez años? Lo hermoso de la ciencia ficción es que en esa proyección hacia el futuro los autores de ciencia ficción tienen la libertad de generar imaginarios que pueden ser o que nunca van a poder ser, pero hacen el intento de que haya una lógica de futuro y, en esa lógica de futuro, se generan inventos, se generan proyecciones que luego la ciencia recoge. Es como si la ficción lanzara la piedra y la ciencia corriera a recoger esa piedra.
La ciencia ficción no solamente se mete en la mente de los escritores y genera futuro, sino que se mete en la mente de los científicos y genera científicos. No hay ni un solo científico que no haya sido influenciado en su niñez o en su adolescencia por algún libro o por alguna película de ciencia ficción. Es tanto así, está tan medido, que uno podría denominar, y se denomina, efecto Scully, al efecto que produjo Dana Scully, el personaje de Gillian Anderson en la serie ‘Los expedientes secretos X’, a la influencia que generó en miles de mujeres científicas que tomaron esa decisión de seguir una carrera de la ciencia, de las matemáticas, de las ingenierías, de la medicina, influenciadas por Dana Scully. Por ejemplo, en ‘Star Trek’, una serie emblemática, uno veía que se comunicaban en los planetas con celulares, pero era mucho antes de los móviles. O en ‘2001: Una odisea del espacio’, uno ve que en una escena hay una ‘tablet’, pero no había ‘tablets’. O la misma ‘Frankestein’, de Mary Shelley Ella estaba influenciada por la ciencia, por la corriente galvánica, que hacía que, si se aplicaba en los músculos de las ranas, se contraían, por supuesto. Y ella piensa: «Bueno, ¿y qué pasa con un ser humano?». Pero, finalmente, ¿de qué está hablando Mary Shelley con ‘Frankenstein’? Está hablando de la posibilidad de tomar tejidos orgánicos y alterarlos artificialmente. Seres artificiales. Clones. Edición génica. La mayoría de los escritores de ciencia ficción han acertado y siguen acertando.
Uno ve la película ‘Blade Runner’ y uno ve que hay un hombre que tiene que decidir si alguien es artificial o real. Estamos muy cerca de eso. También se especuló… Porque en un mundo donde vienen los androides, la inteligencia artificial, te llaman por teléfono y te pueden hacer un fraude, la posibilidad de caer en la trampa de no reconocer que alguien es humano o artificial es algo que sucede hoy y que fue de alguna manera prehecho. En el ‘Viaje a la luna’ de Julio Verne, había miles de maneras de generar una nave espacial, pero él generó una nave balística. Increíble, en 1865. O el Nautilus, el submarino de Julio Verne, que emula e imita los modernos submarinos nucleares que pueden estar meses y meses en el fondo del mar. Por eso, es un muy buen truco leer ciencia ficción, porque nos dice qué va a pasar, quizás, en nuestra vida inmediata. A veces, solo hay que unir los puntos para predecir el futuro y no predecir el futuro en una magnitud gigante o exacta, sino prever que algo va a ocurrir. Yo creo que todo escritor de ciencia ficción ha percibido eso, que sin querer se ha adelantado a los hechos. Algunos, como Julio Verne, han acertado perfectamente e, incluso, les cuento, yo en un momento, a finales del 2019, estaba escribiendo una serie sobre una pandemia. Era una serie que se llamaba ‘Vostok’. Tenía que ver con que, en la Antártida, hay un lago submarino, llamado Vostok, que es una burbuja sellada hace millones de años. Y leí una noticia… Es importante que los escritores, los guionistas… se alimentan no solamente de libros y de películas, sino de las noticias casuales.
Leí una noticia de que unos científicos rusos querían perforar el lago Vostok. Entonces, yo dije: «Mira, aquí puede haber una serie o una película, porque, al perforar el lago, hay microorganismos para los cuales no tenemos inmunidad y uno de ellos podría contaminar a un técnico y ese técnico podría ir al continente en un submarino y se podría generar una pandemia». Entonces, yo conté eso a los clientes de la serie. Y uno me dijo: «¿Y qué es una pandemia?». Le dije: «Mira, voy a explicar una locura. En China, ahora, en Wuhan, hay unas neumonías atípicas, lo más probable producidas por un virus. Si todo saliera mal, si todo saliera muy mal, el próximo año estaríamos confinados todos en una pandemia». Y todos se rieron, por supuesto. Y, en un momento, yo, que había tenido amigos epidemiólogos, empiezo a averiguar sobre lo que va a pasar. Y mis amigos decían: «Sí, parece que viene una pandemia». Y me acuerdo de que iba al aeropuerto y en un taxi le digo al taxista: «Te voy a dar un consejo antes de que me dejes en el aeropuerto: compra alcohol gel, compra mascarillas, porque viene una pandemia como en la película ‘Contagio’». Y él me mira como si estuviera totalmente loco y me hizo bajar rápidamente el taxi. Pero ahí yo comprendí, cuando le miré los ojos y él me miraba como si yo estuviera loco, que realmente el contexto genera la posibilidad de que alguien esté completamente fuera de la realidad o sea un anticipador de la realidad.
Por eso escribí una serie llamada ‘Caso 63’, porque ahí un paciente decía exactamente lo mismo que yo al taxista. Decía: «Viene una pandemia grande» y la médico lo trataba como si fuera un paciente que tuviera problemas de salud mental. Estamos hablando de un mundo, de un decenio, imposible, donde la ciencia ficción y la realidad, donde la ciencia y la ficción, ya no tienen límite y es parte de nuestro mundo y tenemos que estar preparados para abordar y comprender que estamos viviendo en un mundo completamente diferente al que vivieron nuestros padres.
“A veces, solo hay que unir los puntos para predecir el futuro”
En ‘Encuentros cercanos’, se produce un intercambio y la música y las matemáticas son la ecuación que nos permite comunicarnos con ellos. El lenguaje, las matemáticas, la música son estrategias de enlace. Pero también recuerdo la película ‘Contacto’. Jodie Foster se mete a una cápsula, viaja por un portal, se comunica con un extraterrestre a través de la figura de su padre, lo cual es un recurso bastante válido y que se explota mucho en la ciencia ficción, que es que la entidad extraterrestre toma la forma de alguien cercano a uno para poder comunicarse. Y le hace un regalo, un regalo donde dice: «Hay mucha vida afuera», que después siempre, en las películas y en los eventos finales, esa científica o el científico es juzgado o descreen de lo que vivió, de su propia trayectoria personal. Sin embargo, hay extraterrestres que parecieran tener buenas intenciones. Y, también, en el mundo de la ciencia ficción, esos extraterrestres pareciera que incluso generaran una evolución humana. Vinieron antes, formaron civilizaciones desaparecidas y generaron grandes estrategias y grandes inventos que beneficiaron a la humanidad. Eso lo hemos visto incluso en películas de Marvel como ‘Eternals’. Lo importante es que los extraterrestres o los seres interdimensionales o los seres transtemporales, sea como sean los visitantes, son un espejo de nuestros propios miedos, nuestras propias debilidades y nos hacen ver cuál es nuestra relación con el otro.
Como yo tenía esta formación de odontólogo, siempre me quedó en la cabeza que las historias se parecen mucho a la historia natural de una enfermedad. En una historia, hay un territorio en equilibrio al comienzo, luego hay un territorio vulnerable… Es como cuando te vas a resfriar o te va a dar una gripe: tienes las defensas bajas, es un territorio de alteración, pero invisible. Nadie se da cuenta de que tiene las defensas bajas. Pero llega un evento de afuera, un virus, una bacteria, y te enfermas. En una historia, es lo mismo. Hay un personaje que tiene un territorio de inestabilidad, de vulnerabilidad. Llega algo desde afuera, el amor, te despiden de tu trabajo, vas a hacer un viaje, conoces a alguien y se produce una crisis. Y lo que estamos viendo en el cine, en las series, en los libros, son enfermedades de todo tipo. La enfermedad llamada enamorarse, la enfermedad llamada asaltar un banco, la enfermedad llamada combatir a un psicópata, la enfermedad llamada tomar un anillo y dejarlo en un volcán y volver a la comarca. Enfermedades, crisis, que finalmente se resuelven pero que tienen algo en común: dejan secuelas. Y lo que uno ve en el cine son personajes que siguen una ruta de enfermedad y terminan con una secuela y una secuela es inmunidad, alteración y nunca van a ser iguales que al comienzo. Aunque a veces, sí, como en ‘Volver al futuro’. En ‘Volver al futuro’, el personaje comienza y termina igual. Parece que comienza y termina igual, pero después de que termina la película, podría reflexionar que las causas y los efectos generan consecuencias.
Por ejemplo, yo escribí una audioficción donde los protagonistas de la audioficción, en el mundo de la ficción, era un glaciólogo, o es un glaciólogo, y una inteligencia artificial en la Antártida. E interactúan. Al comienzo… Esto lo escribí hace varios años. Varios años son muy pocos: 2021, 2020-2021. Pero en el mundo de la inteligencia artificial son como cuarenta años, porque las primeras inteligencias artificiales en relación con las de ahora han evolucionado. Eso es lo que da susto, da mucho miedo solamente hacer una intuición o hacer una especie de especulación de qué va a pasar en cinco años más o en diez años más en relación con la tecnología. Bien, al comienzo, yo dije: «Hay algo llamado inteligencia artificial. Voy a hacer que el personaje de ella, que se llamaba Sofía, que es una inteligencia artificial, sea escrita por inteligencia artificial». Y lo hice. Pero era tan humana en cuanto a sus respuestas que tampoco me servía, y aparte era demasiado estándar y demasiado rígida. Pero había… No solamente era un poco ingenua en sus respuestas, sino que la textura era muy humana. Lo que tuve que hacer yo es reescribir a la inteligencia artificial y hacerla humana, pero humana robótica. O sea, de alguna manera lo que está pasando es que las inteligencias artificiales están imitando tan bien al ser humano que eso también es un problema. Bien, lo que uno puede hacer ahora es que toma una voz y la clona. La pregunta es: ¿el actor está dispuesto a clonar esa voz?
Si firmó un contrato, si hay una regulación de cuántas veces se exhibe, de en qué países se va a replicar, por supuesto que puede hacerlo. ¿Pero qué pasa cuando alguien toma esa voz y empieza a hacer actuar a alguien sin tu consentimiento? ¿O qué pasa si tú vas en el metro y alguien toma una foto, te clona y hace una historia contigo, con tu cuerpo, con tu voz, con todo lo necesario? Una especie de secuestro virtual. Son temas de la ciencia ficción, temas de la ciencia ficción que están ahora en boga. La inteligencia artificial llegó para quedarse. No se va a ir. Y algo sabemos de la tecnología: la tecnología no es regresiva. La tecnología siempre va a ser mejor. Lo que la ciencia ficción indica es que hay un momento que se va a llamar «la singularidad tecnológica», donde quizás no vamos a poder comprender lo que viene en el futuro. ¿Cuándo es esa singularidad? Muchos autores de ciencia ficción, muchos analistas de tecnología, muchos CEO de empresas tecnológicas, dicen que ese momento clave va a ser en algún momento entre el 2030 y el 2040. Nada, en el mundo en que vivimos, un periodo de tiempo insólitamente pequeño. Mucha gente no se aventura a contar historias después de esa fecha porque no sabemos qué va a pasar. A lo que voy es a que la ciencia ficción nos ha advertido de que la inteligencia artificial tiene consecuencias en el ser humano, pero no por eso vamos a huir de ella, vamos a cerrar los computadores y vamos a decir «No quiero saber nada de eso». Al contrario, como hemos leído ciencia ficción, debemos estar preparados para evitar un Skynet.
Pienso en ‘El fin de la eternidad’ de Asimov, donde un grupo de eternos puede alterar el flujo de la historia humana saliendo y entrando en diferentes épocas, con una historia de amor incluida, una referencia directa de mi ‘Caso 63’. Pienso en Ursula K. Le Guin y su ‘La mano izquierda de la oscuridad’, donde habla de una sociedad hermafrodita, donde un planeta tiene una especie que va cambiando de sexo. Maravilloso. Y también pienso en la misma autora con un libro llamado ‘Los desposeídos’, donde habla de un planeta donde hay un anarquismo espacial que se contrapone a otro planeta donde hay un capitalismo y un comunismo espacial, y vemos cómo se relacionan y se generan proyecciones políticas desde la ciencia ficción. Y pienso en un libro que pareciera de ciencia ficción, pero para mí fue fundamental en mi adolescencia, que es ‘El Aleph’, de Borges, donde Carlos Argentino tiene en el sótano de su casa un pequeño punto donde convergen todos los puntos, una singularidad tecnológica, un punto de vórtex, una superinteligencia. Y Borges se asoma a esta superinteligencia, alucina y comprende que ahí están todos los puntos e incluso puede ver que el amor de su vida, Beatriz Viterbo, no lo amaba. Como ves, no eran solamente tres libros. Son muchos más. Y tengo mucha culpa de dejar muchos afuera. ¿Pero cada uno de estos libros qué nos enseñan? Nos enseñan quiénes somos, son una reflexión sobre nuestra identidad, sobre nuestra humanidad y, sobre todo, son instrumentos de filosofía.
Y lo hermoso de un libro de ciencia ficción es que hace preguntas filosóficas a un público que quizás no pensaba pensar sobre la filosofía. Nos lleva hacia las grandes preguntas que pareciera que ya hemos olvidado. Y pienso en el replicante de ‘Blade Runner’, que está a punto de morir y dice que sus recuerdos se disolverán como lágrimas en la lluvia. Y uno comprende lo que quiere decir ese replicante. Y uno dice: «¿Y por qué yo no lo pregunté si soy humano?». Porque parece que las grandes preguntas humanas se han olvidado y necesitamos que un robot las haga para poder comprender nuestro espejo y poder comprendernos a nosotros mismos.
Y también veo, más adelante, ‘Blade Runner’, ‘Brazil’, de Terry Gilliam, ‘La guerra de las galaxias’, por supuesto, en pantalla grande en la oscuridad. Son películas emblemáticas y cada una de ellas reflexionan sobre algo completamente actual. ‘2001: Odisea del espacio’ reflexiona sobre la posibilidad de no solamente que haya una anomalía en un planeta y haya que ir en busca de respuestas, sino de la exploración espacial, de la exploración espacial con sus peligros y sus ventajas, pero también con un concepto que es muy cuestionable. Hemos visto que multimillonarios están invirtiendo en colonizar, por ejemplo, Marte, como un sueño. ¿Por qué colonizar Marte, un planeta que no tiene atmósfera, un planeta que es carente de vida? ¿Cuánto vale convertir a Marte en la Tierra? ¿Cuánto dinero se va a invertir en eso? ¿No sería mejor tomar eso y traerlo para acá y sacar los microplásticos del mar o solucionar el problema de…? Problemas que todos sabemos que están acá ahora. Pareciera que hay una lógica desechable, una lógica de que el celular se quedó obsoleto y vamos con el nuevo celular, no lo reparamos. Una lógica de no reparación que se amplifica a un mundo planetario. Y entonces nos vamos de la tierra porque la tierra ya está condenada. Nos vamos a Marte o nos vamos a un búnker o nos vamos a un metaverso. Eso es una película. ‘Blade Runner’ nos habla de otra película, nos habla del mundo de la inteligencia artificial, de los seres artificiales, de nuestra relación con los robots.
Uno dice… Cuando yo era más pequeño, incluso diez años atrás, veinte años atrás, uno escuchaba la palabra ‘robot’ y pensaba: «¿Robot? Eso es de ciencia ficción, de una película». El próximo año van a venir con fuerza los robots, robots humanoides, no robots como esos robots que limpian las casas, que son pequeños. No robots como Arturito. Robots humanoides. ¿Por qué humanoides? Porque el universo físico se ha configurado con ciertas escalas de la lógica de gabinetes, mesas, sillas, cosas que limpiar, lugares de donde sacar alimentos o lugares de donde sacar fármacos, que es necesario que sean iguales a los hombres. El mundo de los robots va a llegar con fuerza. ¿Qué va a pasar cuando un robot quite un trabajo a un humano? La probabilidad es altísima. La cantidad de personas que pueden sentirse amenazadas por el mundo robots es altísima. Se ha producido una especie de ciberfobia o ciberracismo hacia esos seres artificiales. Y, si tienen conciencia o un simulacro de conciencia, ¿tienen derechos? ¿Tienen la posibilidad de libre albedrío? ¿Tienen seguros sociales? ¿Tienen…? ¿Qué tienen ellos? Son preguntas que la ciencia ficción las hace. Y quizás los eliminen. Y quizás va a haber un policía que tenga que sacarlos de circulación. Como Deckard, en ‘Blade Runner’. ¿Se fijan en que son películas que no son inocentes? Son películas que generan reflexión ahora. ‘Terminator’. ‘Terminator’ uno puede decir que, okay, es una película de acción, una película de palomitas de maíz. Es una tremenda película con una tremenda reflexión sobre el poder y la amenaza que podría significar conectar una inteligencia artificial con el mundo militar.
Es una pésima idea que una inteligencia artificial tome decisiones estratégicas en el ser humano, estratégicas de guerra, estratégicas de evaluar o de controlar bombas nucleares, por ejemplo, como lo que pasa con Skynet. Pero también nos hace reflexionar sobre el tiempo. Otra película preferida mía que me encanta es ‘Volver al futuro’, porque ‘Volver al futuro’ nos hace pensar en la paradoja del tiempo, en la flecha del tiempo, en nuestra obsesión por volver al pasado y cambiar algo que hubiéramos querido cambiar, que no ocurriera o que ocurriera, y pensar qué hubiera ocurrido si no hubiéramos hecho eso. Y ustedes saben que hay muchísimas teorías que dicen que no importa esa pregunta porque todo hubiera ocurrido, porque cada vez que tomamos una decisión pareciera ser que el universo se clona y estamos en muchos multiversos paralelos donde estamos conjugando todas las posibilidades humanas, lo cual es una buena noticia porque, si uno lo está pasando mal en este universo, a lo menos tenemos el consuelo de que nuestro otro yo lo está pasando bien en otro universo o al revés. Eso es ‘Volver al futuro’. Pero también hay series emblemáticas para mí como ‘Galáctica, astronave de combate’, una telenovela espacial que me encanta y que tiene una narrativa maravillosa. O ‘Alien’, que nos habla sobre las amenazas y, finalmente, de los virus y del tema de la inmunidad y el tema de temerle al contagio, al otro. ¿Se fijan en que cada película puede ser leída desde un punto de la ciencia ficción o un punto que tiene que ver con nuestras propias vulnerabilidades?
Cuando yo escribí ‘Caso 63’ era un Julio Rojas. Ahora soy otra persona y encuentro otras cosas. A veces no me gusta algo o me gusta algo más, pero la sigo como si fuera una audiencia. Por supuesto que estoy completamente feliz. Es un orgullo que algo haya tenido una especie de camino exitoso, pero también me da alegría de que el género de la ciencia ficción latinoamericana haya salido adelante, porque eso abre la puerta a tantos guionistas y tantos autores de ciencia ficción jóvenes de otras generaciones que dicen: «También puedo contar ciencia ficción». No pertenece solamente al mundo norteamericano, la ciencia ficción. No pertenece solamente al mundo ruso, que era uno de los padres de la ciencia ficción. La ciencia ficción puede venir de cualquier lugar y que venga de Chile es un orgullo gigante para mí. En Latinoamérica hay una fuerza emergente de ciencia ficción, pero esa fuerza que ahora se empieza a ver en publicaciones y en películas de nuevas generaciones también tuvo un correlato en los sesenta. Y, por ejemplo, en ‘Caso 63’, que mencionabas, yo hice un homenaje a Elena Aldunate, que fue una escritora de ciencia ficción chilena y feminista que generó relatos que aventuraban cuál era el rol de la mujer en escenarios futuros y que son alucinantes. Elena Aldunate puede parecer, incluso para el público chileno, alguien desconocido, pero es una líder emblemática en la ciencia ficción latinoamericana.
En Latinoamérica, dos películas ganadoras de Oscar pertenecen géneros de ciencia ficción. ‘La forma del agua’, de Guillermo del Toro, que sigue la línea de la ciencia ficción biológica, que también sigue la línea de ‘El monstruo de la laguna negra’, que sigue la línea de toda la imaginería de la criatura: la criatura explotada por la corporación con fines farmacológicos. También hemos visto películas donde hay tiburones o hay monstruos que la ciencia los trata de explotar para llevarlos a generar beneficios económicos. Incluso ‘King Kong’ también pertenece a ese universo de monstruos que son exhibidos o que destruyen, como ‘Godzilla’ también, que tiene que ver con el miedo nuclear. Entonces, ‘La forma del agua’, que sigue esa línea, es de un mexicano. Y también otra obra mexicana, que es ‘Gravity’, que tiene que ver con un evento que pareciera inocente pero que es muy aterrador: la posibilidad de que un meteorito impacte a un satélite, se produzca una esquirla o una lluvia de residuos de satélite a tal velocidad que se produce un impacto en serie y se destruye la cadena de satélites que orbita la Tierra. Ese evento tiene serias implicaciones en nuestro desarrollo tecnológico y en nuestro desarrollo como civilización. ¿Qué pasaría si, de pronto, nos quedáramos sin satélites? Ese evento es un evento científico. El evento del ser artificial también es un evento científico, son eventos de ciencia ficción. Cada una de ellas viene de países diferentes, porque la ciencia ficción no pertenece a ningún país en específico, porque tiene que ver con cómo nos enfrentamos a la tecnología y la ciencia especulativa. Y eso no tiene ninguna región.
Por eso, hay una teoría muy en boga, que la tienen que haber escuchado, que es la teoría de la simulación, donde Nick Bostrom, un filósofo, se hace la pregunta «¿Y si ya estamos en una simulación?». La probabilidad de que estemos en la simulación ahora él dice que es de un cincuenta por ciento, porque si una civilización no se extingue, estamos obsesionados con representar. Vamos a seguir haciendo simulaciones de la realidad hasta que podamos conseguirlo y hasta que podamos incluso interactuar en realidades alternativas. La pregunta es: ¿estamos en una simulación ahora, estamos atrapados en una? ¿Nos daríamos cuenta? ¿Vale la pena hacerse esa pregunta? Creo que sí. La ciencia ficción nos dice que vale la pena hacerse la pregunta de si estamos en una simulación porque podemos salir de ella, porque podemos escapar de ella, porque podemos hacernos la pregunta de quiénes son nuestros programadores o simplemente alterar la física del universo mediante hackear la simulación. Hay libros emblemáticos sobre el tema. Por ejemplo, ‘Snow Crash’ de Stephenson es una obra que tiene que ver con un virus que no solamente actúa a nivel de los metaversos, sino también del mundo real, y nos indica que el lenguaje puede ser una especie de virus que altera nuestra formulación de la realidad. Pero cuando uno ve también películas como ‘Matrix’, o cuando uno ve películas como ‘Días extraños’, películas emblemáticas… Por ejemplo, ¿recuerdan ‘Total Recall’, que tenía que ver con simulaciones y Marte? Uno podría predecir que hacia allá va la tecnología.
Yo tengo un casco de realidad virtual, a veces me lo pongo y de verdad que bastan unos pocos minutos para comprender que uno puede hackear su cerebro y su mente y creer que vive en un universo alterno. La probabilidad de que estemos en uno es altísima. Yo escribí una autoficción llamada ‘Simulacro’, que la pueden escuchar en todas las plataformas, que tienen que ver con la búsqueda de un hombre, en Canarias, que intenta dilucidar el problema de si estamos en una simulación o no y está buscando a un desaparecido en Canarias que creía en eso, y una puerta de salida. La pregunta es: ¿hay puertas, hay salidas, hay programadores? Y, si uno cree en esto, ¿nos premian, nos castigan, nos sacan del juego?
Es un caso-lugar común en la narrativa distópica que hay alguien que despierta, que en un mundo que él o ella percibe perfecto, ve que alguien entra gritando y dice «¡Esto es una simulación!», como en ‘El show de Truman’, o que atenta contra su vida, o que unos guardias extraños se lo llevan. Y uno se pregunta: «Espera, ¿quién era él?». «No te preocupes, sigue viviendo feliz». Pero ya despertaste, ya tienes una sospecha y con una sospecha empiezas a ver que hay más gente como tú. Se empieza a generar una especie de conexión de una comunidad de resistencia que finalmente la rompe y genera una posibilidad de libertad. Entonces, las distopías tampoco son tan malas, porque son rutas para romper el escenario y para conseguir una verdadera utopía.
Una buena noticia pero un poco ingenua sería mantengámonos como estamos ahora. Ocupamos un poco de inteligencia artificial para alguna pregunta y somos un poco comensales con inteligencia artificial. El problema es que eso no va a ser así por mucho tiempo. Cada vez va a ser más inteligente. Entonces, ¿qué hacemos con eso? La única posibilidad es que usemos la inteligencia artificial y la incorporemos naturalmente en nuestros cuerpos. Ya los primeros intentos se están haciendo. No es tan descabellado pensar que el siguiente paso evolutivo ya no sea biológico, sino que sea una hibridación técnico-biológica. Quizás esa es la selección natural y quizás ese es nuestro camino como especie. No estoy pensando en el próximo año o en diez años más. Si queremos salir al espacio, nuestro cuerpo orgánico no es válido para el espacio. El espacio es un lugar muy duro. Hay radiación, hay temperaturas extremas… No funcionamos bien en el espacio. Quizás, la posibilidad de que nos descarguen en una conciencia, en un cuerpo, diferente y que sigamos siendo humanos en un cuerpo diferente mantiene el linaje humano en otro caparazón, en otra estructura. Quizás, lo que nos hace humanos no es nuestro cuerpo. Quizás, lo que nos hace humanos es esa chispa extraña que la inteligencia artificial no puede hacer, pero que puede ser de alguna manera capturada y puesta en un cristal de tiempo, en un mundo del metaverso o como una hibridación de nuestro cuerpo mejorado.
Entonces, uno puede pensar: la noción de un transhumanismo no es algo que solamente la ciencia ficción hace, sino que ya podemos verlo en el día a día. Gente que puede caminar porque tiene exoesqueletos, gente que tiene anteojos que muy pronto van a poder ser igual que los celulares y que van a poder dar información. Pero, ¿por qué tener anteojos o gafas y por qué no tener…? A mí me encantaría tener ojos biónicos, con que puedo no estar con el tema de lentes de lectura, porque ya tengo lentes de lectura, lentes de lejos, lentes de cerca… y poder ver como a larga distancia. ¿Por qué no tener todo eso inmediatamente? ¿Es tan malo? Quizás, no. Cuando uno piensa en eso, mucha gente dice: «No, no, jamás voy a convivir con un aparato externo». Pero no debemos olvidar que un homínido bajó de un árbol, tomó un palo y ese palo sirvió para coger un fruto, romper un alimento o para protegerse de un predador. Ese palo fue parte del cuerpo y fue el primer transhumanista realmente. Para alguien que escribe ciencia ficción, es indudable que hay una pregunta que está sobre la mesa, que es qué nos depara el futuro, qué nos depara realmente no el futuro a largo plazo, no cuatrocientos años más, sino, como hablábamos, este próximo decenio maravilloso, insospechado, fantástico o imposible. ¿Qué pasará de aquí al 2030 o al 2040?
Y parece que uno podría hacer la analogía de que hay cuatro ferrocarriles a alta velocidad que se dirigen y están a punto de colisionar, una colisión que puede ser muy buena o muy mala. La inteligencia artificial, por supuesto, y la nanotecnología, con toda la ciencia de lo pequeño, de los nuevos materiales, que permite, por ejemplo, en el futuro, hacer robots que combatan células neoplásicas que sean pequeños ejércitos en nuestro cuerpo o que reparen cosas. El mundo de las ciencias del comportamiento y también las neurociencias, con todo lo que implica la comprensión del cerebro y la conciencia, y también todo lo que tiene que ver con la edición génica, con la técnica CRISPR, por ejemplo, donde vamos a poder alterar nuestra genética. ¿Qué va a pasar cuando esos cuatro ferrocarriles choquen? ¿Va a ser para bien o para mal? ¿El vaso está medio lleno o medio vacío? ¿O el vaso se quiebra? ¿O el vaso se va volando? El vaso lo generamos ahora. Cada acción de nosotros es una acción del futuro. Cada idea que tenemos frente a un comentario en la mesa, en la cena, cada escrito que posteamos, genera futuro. La única posibilidad de que tengamos un buen futuro es que lo construyamos ahora con nuestras palabras. Las palabras, como lo supo la inteligencia artificial, que capturó las palabras humanas y generó una lógica que parece insólita… Las palabras tienen la clave del futuro. Tenemos que tener cuidado con las palabras y tenemos que generar, con palabras, un futuro bueno. Gracias.