Arte y viajes, caminos inseparables
Óscar Martínez
Arte y viajes, caminos inseparables
Óscar Martínez
Profesor de Historia del Arte y escritor
Creando oportunidades
Historia del arte: la creatividad en el tiempo
Óscar Martínez Profesor de Historia del Arte y escritor
Óscar Martínez
Almansa es un pequeño municipio de la provincia de Albacete, al suroeste de España. En sus barrancos hay pinturas rupestres, su casco histórico está coronado por un castillo árabe, un palacio renacentista alberga el ayuntamiento y sus calles fueron el escenario de una de las principales batallas durante la guerra de sucesión española. Un territorio serigrafiado por la historia y los movimientos artísticos en el que creció el profesor Óscar Martínez.
Amante de la lectura, el dibujo y la arquitectura, Óscar Martínez incorporó en su forma de ver el mundo lo que la tierra le inoculó. Estudió Bellas Artes en la Universidad Politécnica de Valencia e Historia del Arte en la Universidad de Valencia. Probó como artista plástico, pero decidió tomar el camino de la docencia impulsado por profesores que, dice, “contaban la Historia del Arte y la transmitían con entusiasmo”. Durante más de una década impartió clases de Historia del Arte y del Diseño en la Escuela de Arte de Albacete y actualmente es profesor en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Valencia. Defensor de la importancia de las humanidades en las escuelas, Martínez es autor de artículos de investigación, libros sobre arquitectura, libros infantiles y, además, imparte talleres y conferencias sobre diseño, arte y arquitectura. Su afán por compartir la historia del arte le llevó en 2020 a escribir ‘Umbrales. Un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas’, un ensayo narrativo en el que, con las puertas como excusa, ofrece un periplo histórico a través de la cultura y el arte. El profesor y escritor recurre a San Agustín para revelar su pasión viajera: "Si la vida es un libro, quien no viaja solo lee la primera página”.
Transcripción
Pues gente como Felipe Jerez, Joaquín Bérchez, Amadeo Serra, María José López Terrada, Luis Arciniega… No solo porque supieran mucho de Historia del Arte, sino porque la contaban y la transmitían con entusiasmo. Y bueno, pues al final abandoné las posibilidades de artista, porque no habían sido nunca reales, y acabé siendo profesor de Historia del Arte en una escuela. En una escuela de arte en Albacete, un sitio maravilloso donde he estado 13 años trabajando con unos compañeros geniales y una cantidad de alumnos a los que guardo un cariño muy especial. Y hace relativamente poco, estando allí en Albacete, después de muchas clases, muchas charlas, muchos viajes, pues se me ocurrió escribir un libro. Ese libro se publicó, ‘Umbrales’, de Ediciones Siruela, en el que yo he intentado verter ese entusiasmo que aquellos profesores tenían en sus clases. Yo he intentado, dentro de lo posible, convertirlo en también ese entusiasmo escribiendo ese libro, que es el que me ha traído aquí. Empecé en una escuela hace mucho tiempo. Acabé en otra escuela tiempo después. El arte siempre ha estado alrededor de mi vida. Yo al final no me convertí en artista, pero tengo que decir que como historiador del arte soy muy feliz y esa es la pequeña historia que quería contaros antes de empezar. Y una vez presentado, me gustaría responder a las preguntas que tengáis que hacerme.
Yo si solo les ofrezco información, si solo les ofrezco datos, soy un inútil, no vale de nada. Les tengo que ofrecer otra cosa. ¿Y qué les ofrezco? Un relato, una narración, una historia que realmente conecte… Sí, todas esas obras, todos esos artistas, todos esos movimientos. Pero que les genere, como digo, una narración que intente fascinarles. Si el arte es el producto, quizá, de los más maravillosos que el ser humano ha dejado, la historia de esos productos, la historia de esas obras, no deja de ser la historia de nuestra civilización. Y creo que el arte es una manera maravillosa de acercarse a esa historia. Los libros de historia muchas veces son arduos, son difíciles. Y a mí me encanta ser profesor de Historia del Arte, porque creo que la gente, los alumnos, son muy receptivos a contarles una historia a través de imágenes, a través de obras, de edificios, de esculturas. Y a mí me gusta imaginarme en las clases como una especie de juglar o de chamán de los que hace siglos alrededor del fuego hablaba con la tribu y hablaba con el grupo, con la familia, contando historias de sus antepasados. La historia del arte es eso. Entonces, claro, fíjate, que te estoy contando que la historia del arte es un poco como nuestra propia historia. Yo creo que a todos nos gusta conocer la historia de nuestras familias. Yo creo que cualquiera recordamos sobremesas, pues no sé, en fiestas navideñas o en celebraciones en las cuales nos quedamos después de comer con nuestros mayores, con nuestros padres o con nuestros abuelos. Y en ese momento empiezan a surgir anécdotas, empiezan a surgir historias de tiempos pasados. Yo creo que eso a todos nos gusta. Escuchar a nuestros mayores. Y luego lo echamos de menos cuando… Cuando ya no están echamos de menos no haber pasado más tiempo con ellos y haberles preguntado cosas.
Y piensa que, muchas veces, cuando estamos contándonos esas historias de nuestras familias, recurrimos al álbum de fotografías en el cual está la foto de la boda de los abuelos o la foto del viaje que hicimos toda la familia juntos hace 25 o 30 años. Utilizamos las imágenes, utilizamos esas fotografías que son las imágenes que tenemos más a mano a día de hoy para contarnos nuestra historia. De hecho, la historia del arte, cuando uno visita a un museo como el Prado o la National Gallery, o cualquier gran museo, esos cuadros, esas pinturas, nos están contando parte de lo que somos. ¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Qué hemos hecho bien? ¿Qué hemos hecho mal? Porque hay cuadros que hablan sobre guerras. Hay cuadros que hablan sobre descubrimientos. Te pongo un ejemplo. Por ejemplo, hay unos cuadros muy curiosos del siglo XVI/XVII que muestran paisajes holandeses, de los Países Bajos. Todos nevados, absolutamente todo nevado, todo helado. Como si hoy en día está, no sé, el norte de Finlandia o Laponia. Esos cuadros nos están hablando de un momento histórico muy concreto, que hoy en día está muy estudiado, pero que durante épocas no se conoció, que fue la Pequeña Edad de Hielo. La Pequeña Edad de Hielo fue un periodo que va desde finales de la Edad Media hasta prácticamente comienzos de la Revolución Industrial, en la que hubo una caída generalizada de las temperaturas, sobre todo en Occidente. Se helaban los ríos. Pero se helaban los ríos no en Estocolmo. Se helaban los ríos en Londres. Hubo años sin verano. En uno de esos años sin verano se cree que surgió la idea de Frankenstein, por ejemplo. Entonces el arte nos está hablando de eso. El arte nos sirve como puerta de entrada a esa historia. Y yo intento utilizar, como digo, las obras de arte como esas herramientas que me permitan construir ese relato con el que atrapar la atención de mis alumnos y mis alumnas. En ese sentido, yo creo que sí que valdría un poco esa expresión de casi que: «Una imagen vale más que mil palabras». Pues bien, igual que utilizamos fotografías para contarnos la historia de nuestra familia, pues utilizamos los cuadros, las esculturas o los edificios que el tiempo nos ha dejado para contar la historia de nuestras civilizaciones, de nuestros antepasados, de la historia que durante miles de años nos ha llevado a este momento y que confiemos en que nosotros sigamos dejando también esas obras para las generaciones que tienen que venir.
“Hay que enfrentarse al arte sin prejuicios”
Voy a intentar explicarme. Vivimos en un mundo obsesionado por la utilidad. Un mundo absolutamente obsesionado por la tecnología y la instantánea aplicación de cualquier cosa que aprendamos al sistema económico en el que, nos guste o no, estamos inmersos. Yo estoy a favor de los saberes, mal llamados, inútiles. Hace años hubo un historiador, un pensador italiano, Nuccio Ordine, que hizo un libro defendiendo la utilidad de esos saberes. Para mí son fundamentales. Mirad, los romanos, a los que debemos tanto y que era gente que… Que eran igual de inteligentes que somos nosotros ahora. El ser humano no ha mejorado en inteligencia. El ser humano lo que tiene es un bagaje tremendo detrás. Pero no somos más inteligentes que los antiguos romanos o que los antiguos egipcios. Pues bien, los romanos diferenciaban… Entre sus actividades diarias, diferenciaban entre el ocio y el negocio, que yo no sé si alguna vez os habíais parado a pensar que estas dos palabras son antónimas. Ahora ya no las usamos en el mismo ámbito. Pero ellos hablaban del ocio y del negocio, la negación del ocio. El negocio era lo que ellos hacían por un, digamos, buscando una satisfacción económica, un provecho económico. Y el ocio era lo que hacían sin un provecho económico. Pero para ellos era muy importante el ocio. El «otium», que ellos llamaban. Había romanos que dedicaban muchas horas a esas actividades aparentemente inútiles, las del ocio. Se construían villas en el campo, cerca de Pompeya, por ejemplo. O también aquí en España.
Villas en las cuales dedicarse a la literatura, a la poesía, a la retórica… Porque ellos sabían que esas actividades son fundamentales, porque son el pan del pensamiento, son el pan del espíritu. Y la historia del arte es una de esas actividades aparentemente inútiles, pero sin las cuales yo creo que el ser humano no sería ni la mitad de lo que es. Y además, ampliando un poquito la respuesta, hay que decir que la historia del arte se puede incluir dentro de lo que se conoce y se llama día de hoy humanidades, que están tan desprestigiadas y tan atacadas desde muchos puntos de vista. La filosofía, la historia, la historia del arte… Y para mí son fundamentales. Son fundamentales porque, de verdad, que si pensamos en la Antigüedad y en el pasado, esos saberes humanísticos han sido realmente la base de lo que somos hoy en día y de la civilización que somos hoy en día. Pensad, por ejemplo, que los sabios, los que conocemos como sabios de la Antigüedad, combinaban tanto lo tecnológico como lo humanístico. Aristóteles era científico, pero también era filósofo. Se interesaba por cómo funcionaba el mundo desde un punto de vista físico, astronómico, biológico, pero a la vez tenía tratados dedicados a la poesía, a la ética, al arte, a la estética. Entonces, esos saberes humanísticos creo que son claves que defendamos y que potenciemos. Y por supuesto que creo que la historia del arte es una parte más de ese gran abanico de saberes y que hay que defenderlo, porque, insisto, si los perdemos, pues perderemos lo que yo creo que realmente hace que la civilización y que el ser humano merezca la pena desde muchos puntos de vista.
‘Guerra y paz’ de Tolstói sería un ejemplo. Pero ya si me vengo a un campo más cercano a mí, como es la pintura, pensad en los cuadros de Goya del 2 y el 3 de mayo. Esos cuadros son una manera fabulosa para conocer una parte fundamental de nuestra historia. Podemos, insisto, leer tesis, artículos de investigación, podemos asistir a conferencias, pero lo que Goya consigue con esos dos cuadros es que conozcamos esa historia de una manera increíblemente directa. Yo creo que es fundamental conocer la historia. Mark Twain dijo que: «La historia no se repite, pero a veces rima». Y si no queremos caer en los mismos errores que muchas veces han ocurrido, pues es importante conocer de dónde venimos. Y la historia del arte es otra faceta más que nos permite conocer esa historia. Y aparte, como ya os he dicho, a la gente, las imágenes, al ser humano nos encantan, nos atrapan las imágenes. Somos consumidores de imágenes y de historias. Y la historia del arte es un canal fantástico para divulgar conceptos que de otra manera quizá serían difíciles que llegaran a cualquier persona, a un público normal y corriente, como somos todos los que estamos aquí. Eso por un lado. Y ahora te voy a intentar dar una vuelta total de tuerca a lo que me has preguntado. Me hablas de la tecnología. Me hablas de este mundo tecnológico en el que vivimos. Eso es fundamental, está claro. Pues mira, piensa en una cosa: la base de la tecnología actual son los algoritmos, es el análisis de datos… Pues bien, la base de la tecnología es la matemática. Pues mira, el arte, durante buena parte de su historia, ha tenido una raíz común: las matemáticas.
Desde los antiguos griegos, desde Pitágoras, que aprendió matemáticas en Egipto y en Mesopotamia. Pitágoras defendió que la belleza del mundo, que la belleza del universo y del cosmos tenía que ver o estaba absolutamente relacionada con las matemáticas, con la proporción. Él usaba una palabra preciosa que hoy en día casi no se utiliza, que es «euritmia». El buen ritmo, la buena proporción. Él pensaba que ahí estaba la clave. La clave de todo. La clave de que los planetas giraran alrededor unos de otros sin chocarse. La clave de que la vida floreciera en la Tierra. Y también la clave del arte. Si el arte imitaba la naturaleza, tenía que imitar esa proporción y esa geometría y esa matemática. Eso fue así desde los antiguos griegos. La idea de que las matemáticas están en el núcleo mismo de la belleza es una de las ideas más potentes de toda la historia del pensamiento y del arte. Ejemplos de esta relación entre las matemáticas, la geometría y el arte es que hay tantos que es difícil ponerte algunos concretos. Pero todos habéis oído hablar del canon. ¿No? Siempre nos explicaban el canon de Policleto, el canon de la escultura griega. Y normalmente los profesores antiguos, los maestros, nos decían: «No, el canon de las siete cabezas». ¿No? «Y el canon de las nueve cabezas». Es una manera muy básica de explicar que realmente no es siete cabezas de alto o nueve. Es toda una serie de proporciones que los antiguos griegos creían que existía dentro del cuerpo humano. Los griegos creían que el cuerpo humano era un microcosmos, que las mismas reglas proporcionales eurítmicas que había en la naturaleza existían dentro del cuerpo humano. Y cuando Doríforo talló su Policleto o esculpió su Policleto, las intentó representar. Las fachadas de los templos griegos como el Partenón están hechas en base a esa geometría.
Las catedrales góticas estaban todas resueltas mediante módulos proporcionales. Proporciones muy sencillas. No penséis en proporciones muy complejas. No penséis en raíces cuadradas, integrales… Qué va, qué va. Son cosas mucho más sencillas. Pitágoras estudió las matemáticas y la proporción a partir de un instrumento de una sola cuerda. El monocordio. Y él se dio cuenta de que una cuerda suena de manera armónica en no todos los puntos, en unos cuantos puntos concretos. La octava, la quinta y la cuarta. Las notas básicas de la música occidental. Él habló entonces de la música de las esferas. La música, la armonía, el arte relacionado. Te comento: las catedrales góticas, todos los cuadros, los cuadros de Leonardo da Vinci, los grandes cuadros del Renacimiento en los que la perspectiva lo domina todo. Esa perspectiva tiene una base matemática, una base geométrica. Eso es así desde la Antigüedad. En la Academia de Platón había, se dice, un letrero encima de la puerta que ponía: «Que no entre quien no sepa geometría». Pues eso pone hoy en día prácticamente en cualquier gran empresa tecnológica. «Que no entre quien no sepa matemáticas». Todo está relacionado con las matemáticas. El arte, la música y ahora me dices también la tecnología. La raíz es la misma. Seamos originales. Vayamos al origen. Eso lo decía Gaudí. «Sed originales, id al origen». El origen son las matemáticas. Lo comparte todo eso. Y además, para terminar, como bien dices, vivimos en un mundo tecnológico. Los algoritmos van a dominarnos. Ya nos dominan, aunque no nos demos cuenta. Pero los algoritmos, por lo menos a día de hoy, por suerte, los programamos seres humanos. Hay que tener mucho cuidado. Estamos en un momento clave de la historia. Es un momento fundamental. Hay que programar esos algoritmos de una manera ética, de una manera moral, de una manera estética también. Y ahí las humanidades, en las que entra la historia del arte, son fundamentales y son claves. Entiendo que mi respuesta no es pragmática. Entiendo que mi respuesta es, digamos, abstracta, pero creo que de verdad estos saberes son claves y son fundamentales y, si los perdemos, la base de la civilización desaparecerá y viviremos en un futuro tecnológico, pero sin alma. Y hay que cultivar esos saberes del espíritu, ese «otium» del que hablaban los romanos. Y esa creo que es la utilidad de la historia del arte.
“La capacidad de asombro y de sorpresa es el mejor ingrediente para el aprendizaje”
Luego es muy interesante, esto es otro tema, pero deciros que la evolución de la cultura europea se puede analizar viendo la evolución del Grand Tour. En el siglo XVIII van a Italia, en el siglo XIX van a empezar a venir aquí, porque durante el romanticismo la fascinación por lo clásico se va a sustituir por la fascinación por lo exótico, por lo oriental que llamaban en aquel momento. Y España se convirtió en un lugar de moda. Ahora, no venían aquí a ver Mérida ni las ruinas romanas. Para ruinas romanas ya hay en Roma. Venían a ver ¿qué? La Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada… Lo que para ellos era exótico. Venían a buscar Oriente en Occidente. Así que el Grand Tour está en la base misma de la historia del arte y de la cultura. El viajar. Ahora, me preguntas que si se puede viajar ahora o es imprescindible con tantos medios tecnológicos. Yo los uso. En mis clases los utilizo, porque son fundamentales. O sea, yo desde que existen algunos de estos medios, Google Maps, Google Earth, eso es una locura. Clases de Historia de la Arquitectura… Puedes hacer prácticamente viajes, pero son un apoyo. Todo lo digital, todo lo virtual, es un sucedáneo. El ser humano es un animal social que necesita el contacto, el tacto. Esto también lo decía mucho Ordine, este pensador y profesor que os digo. Nada sustituye al contacto de las personas, de un docente o una docente con su clase, con su grupo. Nada lo sustituye. Y lo mismo ocurre con la experiencia artística. Hoy en día te metes en… Hay webs fundamentales. Hay webs maravillosas. La web del Museo del Prado, la web del MoMA, del Metropolitan. De hecho han sido utilísimas. Durante la pandemia, la cultura, el arte, ha sido una tabla de salvación para muchos de nosotros.
Mientras que la ciencia ha encontrado una vacuna en un tiempo récord y salvaba nuestros cuerpos, la cultura, el arte, las humanidades han salvado nuestras almas. Nos han alimentado el espíritu. Las estadísticas de visitas a las páginas web de museos se multiplicaron. Se ha leído más que nunca. Se había oído más música que nunca. Necesitábamos ese pan para nuestro espíritu. Ahora, también hemos viajado virtualmente, pero el contacto es fundamental. Yo creo que nada sustituye esa experiencia directa con la obra de arte. Yo he visto alumnos llorar delante del Guernica. Yo lo he visto. Y se me ponen casi los pelos de punta a mí de acordarme. Yo he llorado delante de algunas esculturas de Bernini. He llorado de emoción. Hace muy poco leí una frase muy bonita que decía que: «Llorar de alegría es como cuando llueve con sol». Yo he llorado de alegría y de emoción. He visto llorar a mi padre dentro de la catedral de Monreale o dentro de un dolmen en Antequera. Esa emoción nada la puede sustituir. La arquitectura. La arquitectura no se puede experimentar por mucho 3D o por mucha, a día de hoy, realidad virtual. La arquitectura se huele, se toca con los pies, se oye, se ve, prácticamente se siente, y eso no se puede sustituir. Además, creo que hay algo muy importante. Un poco para terminar. El ser humano, según vamos envejeciendo, vamos perdiendo la capacidad de asombro. Esto es una pena, pero eso ocurre. Y la capacidad de asombro y de sorpresa es el mejor ingrediente para el aprendizaje. Los niños, decimos: «Es que son esponjas».
Claro, porque los niños se maravillan con todo y como todo les maravilla, todo lo aprenden. En el momento en que dejamos de maravillarnos por las cosas y de sorprendernos por las cosas, empezamos a morir realmente. Empezamos a dejar de aprender. A mí uno de los refranes que menos me gustan es: «La curiosidad mató al gato». La curiosidad es fundamental. O sea, yo si pudiera, si tuviera un hijo, ¿qué le quieres dejar a tu hijo? Yo la curiosidad, la capacidad de asombro. ¿Y cómo hilo esto con los viajes? Porque mira, en el día a día normalmente esta capacidad de asombro no la tenemos. Pero en los viajes, si nos gusta viajar, y a casi todos nos gusta, nos ponemos como… Cambiamos el chip. Y cuando viajamos, de repente entramos en modo asombro. Viajamos y nos abrimos un poco la mente, el espíritu. Entramos un poco como en una infancia de dejarnos asombrar y de dejarnos sorprender. Y eso es maravilloso, porque lo que aprendemos así, lo que experimentamos así, no se nos va a olvidar jamás. De hecho, yo creo que eso, insisto, el viaje nos predispone para eso. Claro, yo en mis clases no puedo. A mí me encantaría dar mis clases viajando. Ese sería lo ideal, ¿no? Que existiera el teletransporte y poder explicar a Caravaggio en la iglesia de San Luis de los Franceses de Roma. Para explicar allí, pues, la capilla suya, en San Luis. Eso sería una maravilla. Pero yo en mis clases las mejores que consigo son las que convierto como en un viaje. Casi con un planteamiento, un nudo y un desenlace. Porque una narración también es un viaje, una historia. Entonces, cuando consigo eso y soy capaz de atrapar a la gente que tengo delante y soy capaz de intentar abrirles la mente para que entren en una especie de modo asombro, como os he dicho, yo sé que de esa clase concreto no se van a olvidar de ella. Y lo que hayan aprendido, más allá de datos que, como comentábamos antes, están en todos los sitios, tendrán una experiencia de ese arte que se va a quedar grabado en sus espíritus. Y por eso creo que el viajar nada puede sustituir. Yo lo que más he echado de menos durante esta pandemia, aparte evidentemente de ver a seres queridos que estaban lejos, ha sido viajar. Y yo creo que a muchos nos ha pasado eso, porque el viaje nos pone en ese camino del asombro, de la maravilla y de la fascinación. Y creo que es fundamental.
Muchas veces hay que pensar que consideramos que la arquitectura no tiene esta relación mimética, pero en ocasiones sí la ha tenido. La arquitectura contemporánea no tanto. La arquitectura a la que estamos acostumbrados a día de hoy, es más abstracta, podemos decir, pero a lo largo de la historia ha habido momentos en los cuales el ser humano ha diseñado edificios que tenían una especie de relación mimética simbólica con la naturaleza. Os pongo dos ejemplos. Hay muchísimas obras y construcciones muy conocidas que intentan ser microcosmos, imágenes en pequeña escala de la inmensidad del universo. La idea es muy directa. Se habla de la bóveda celeste. Pues ha habido muchas bóvedas a lo largo de la historia que han hecho eso: intentar imitar el cielo, el firmamento. Las catedrales góticas. Hoy en día vemos muchas de ellas con la piedra al aire libre, pero realmente lo que había era pintado generalmente un cielo, un fondo azul con estrellas, y era una imitación del cielo. Pero voy más allá. Pensad un edificio maravilloso como es el Panteón de Roma. El panteón de Roma, lo que hay dentro de esa gigantesca cúpula no deja de ser una especie de imitación arquitectónica de la idea que aquellos antiguos romanos tenían del universo. Es circular como ellos ideaban o creían que era el mundo y el universo, porque el universo es eterno y el círculo es ese símbolo de eternidad. Pero además tiene una serie de casetones, de filas de casetones, relacionados con los cinco planetas que ellos conocían. Luego hay otras hileras de casetones relacionadas con el ciclo de la luna. En el centro hay un óculo que lo podemos simbolizar con el sol. Toda esa idea está ahí. En esta misma idea, un salón de la Alhambra, el Salón de Embajadores o de Comares en la Alhambra, tiene esa misma metáfora.
En este caso musulmana. Esa cúpula de madera originalmente pintada de colores y con hileras de estrellas eran los siete cielos del islam. O sea que la relación del arte con la naturaleza es básica. Piensa que el ser humano lo ha utilizado. Y para acabar con esta idea de la arquitectura, me gusta siempre… Otra relación mimética de la arquitectura y la naturaleza que muchas veces, por lo menos yo, cuando la descubrí, me llamó la atención, porque casi nadie me la había explicado. Y es la del peristilo de los templos griegos. El «peristilo» es una palabra un poquito rara, significa la hilera de columnas que hay alrededor de un templo griego. Tenéis todos en la cabeza el Partenón de Atenas, que es el más famoso, bueno. Pues esa idea la tenemos tan asimilada, estamos tan acostumbrados a ver edificios con columnas alrededor, que no nos paramos a pensar que fue revolucionaria en su momento. Y que realmente no tiene una explicación simplemente funcional. La columna la habían desarrollado los egipcios, pero los egipcios las habían utilizado para meterlas dentro de habitaciones. La gran sala hipóstila de Karnak, que a lo mejor alguno la conocéis. Metros y metros cuadrados, con cientos de columnas, para sujetar un techo. ¿Y los griegos que hacen? Sacan las columnas al exterior. Y esto, que le damos carta de normalidad, fue extraordinario. Los templos griegos no se caen si les quitamos las columnas. Las columnas, entonces, tienen una función de otro tipo: simbólica. Mirad, los antiguos griegos, cuando empezaron a adorar a sus dioses hace miles de años, mucho antes de la Acrópolis, mucho antes de Pitágoras, adoraban a sus dioses en mitad de la naturaleza.
Cada dios y cada diosa tenía un árbol asociado. Apolo tenía el laurel. Quizá conocéis la historia de Apolo y Dafne, esa ninfa que en un momento determinado, justo antes de que Apolo la agarre, se convierte en laurel. Por ejemplo. Hades, el dios del inframundo, tenía como árbol simbólico el ciprés. Ah, por eso está en los cementerios, entre otros motivos. Zeus tenía el roble o la encina. Atenea el olivo. Cada dios y cada diosa tenía un árbol. ¿Dónde estaban los primitivos santuarios griegos? En bosques. ¿Qué mejor lugar para adorar a Atenea que un olivo milenario en el centro de un bosque de olivos? ¿Qué mejor sitio para crear un altar a Zeus que una encina o un roble enorme en el claro de un bosque de robles? Ahora bien, cuando los griegos empiezan a construir ciudades, empiezan también a levantar templos. Pero quieren llevarse esa idea y empiezan a construir edificios en los cuales meten las estatuas de los dioses, que al principio eran realmente trozos de madera de esos árboles con forma humana. Y para recordar el bosque que rodeaba a aquellos primitivos santuarios, rodean ese edificio de un bosque de columnas. Al principio de madera y luego de piedra. Ahí tenéis la relación. La próxima vez que estéis delante del Partenón o que veáis un templo griego, esa hilera de columnas no deja de ser la metáfora arquitectónica del antiguo bosque sagrado que rodeaba al santuario. Una mímesis, una imitación tan abstraída que hemos perdido la clave. Pero bueno, estas son las historias que de vez en cuando me gusta contar y espero haber respondido a tu pregunta.
Yo estoy ya en la cuarentena y ahora es típica la nostalgia de los 90. Yo no añoro la moda de los 90 ni las series de televisión de los 90. Me añoro a mí en los 90. ¿Vale? Porque tenía veintipocos años. Es eso lo que añoro, pero no realmente lo que ocurría entonces. En el mundo del arte te diría lo mismo. ¿Qué ocurre? Que desde el presente tenemos una visión panorámica del pasado. Y esa es una ventaja enorme. Todo lo que nos ha llegado como historia del arte ha pasado el filtro. Entonces lo mediocre del pasado, pues se ha eliminado y solo tenemos lo mejor, el mejor residuo, la esencia de lo mejor de cada época. Pero había arte mediocre en el pasado. No ha quedado. Ahora en nuestro tiempo lo vemos todo sin filtro. Y el arte, hay arte bueno y hay arte malo. En eso yo insisto mucho a mis alumnos y a mis alumnas. No todo porque tenga el calificativo de arte, tiene que ser bueno, no es así. Hay historiadores del arte buenos, historiadores del arte malos. Hay artistas buenos y artistas malos. Ahora, ¿quién decide eso? Bueno, pues en el momento, pues los museos, las galerías, el mercado artístico… Pero el mejor filtro es el tiempo. Entonces hay que pensar una cosa. A lo largo de la historia, lo que hoy consideramos grandes maestros, muchas veces fueron los raros, los modernos y los apestados de sus presentes. Caravaggio fue una persona a la que le devolvieron cuadros y causó polémica con algunas cosas que hacía. Goya tuvo que pedir protección real cuando publicó ‘Los caprichos’. ¿De acuerdo?
Porque se metía con todo el mundo y generó polémica. Las pinturas negras de Goya estuvieron a punto, a punto de ser destruidas. Su nieto no las valoraba y estuvieron a punto de desaparecer. ¿De acuerdo? Pero ya en el XIX, más adelante, Manet. Hoy vamos al Museo de Orsay y vemos la ‘Olympia’, ‘El desayuno sobre la hierba’. Esas fueron unas obras absolutamente polémicas en su momento. La gente en aquel momento pensaban que eso era un desastre. Que el mundo se iba al apocalipsis. Y hoy en día es el canon. Hoy en día es lo correcto. Entonces, ¿qué ocurre? El propio Picasso. ‘Las señoritas de Avignon’, de Picasso, 1907, fue un cuadro tan moderno para su época que Picasso, que lo sabía, no lo enseñó hasta prácticamente años después. Y un compañero como Braque, su compañero y su colega inventando el cubismo, cuando vio ‘Las señoritas de Avignon’, dijo: «Pablo, te has pasado. Esto es como comer alquitrán. Este cuadro es desagradable». Y hoy en día está en el MoMA en el mejor sitio. ¿Qué ocurre? Que no tenemos esa perspectiva, no tenemos ese filtro del tiempo. Eso es muy peligroso. ¿Por qué? Porque los Picassos, los Manet del futuro están aquí, entre nosotros. Están. Y normalmente no serán los que aparecen en los telediarios ni los que aparecen en las ferias de arte más conocidas. Son los que están en los márgenes, los que están explorando la novedad. La verdadera vanguardia está ahí, en esos límites. Y es muy difícil captar eso. Los artistas de verdad, los buenos, tienen una especie de radar. Los buenos. No solo son buenos técnicamente, que también hace falta, sino que tienen una especie de radar, una antena para captar lo que los alemanes llaman el «Zeitgeist», el espíritu de los tiempos.
Cada espíritu de los tiempos nosotros lo vivimos, pero no nos damos cuenta realmente de que lo estamos viviendo. Y los cambios que van a ocurrir en el futuro inmediato muchas veces los pensadores y los filósofos van por delante, pero luego son los artistas. Eso está pasando a día de hoy. ¿Qué ocurre? Que hasta que no pase el tiempo no nos daremos cuenta. Y además hay que decir una cosa y hay que pensar una cosa. Durante siglos, el arte se basó en muy pocas técnicas. La pintura se estuvo pintando al óleo 500 o 600 años. La escultura o modelabas en barro o tallabas escayola o tallabas mármol o fundías bronce. Poca cosa más. Y llegamos al siglo XIX y XX. Aparece el cine, la fotografía. La fotografía cuando aparece es un desastre. Hay pintores que escriben cartas en contra de la fotografía. El propio Ingres escribe una carta, porque creía que se iba a quedar sin trabajo. Ante cualquier novedad técnica… El gran Umberto Eco, del que ya hemos hablado, escribió un libro hace mucho tiempo que se llamaba ‘Apocalípticos e integrados’. Son los dos extremos. Novedad técnica o el apocalipsis. Novedad técnica, el integrado que lo coge todo. Seguramente en el término medio, como decía Aristóteles, está la virtud. A lo que voy. El cine, la fotografía, el cómic. Cuando nacen son pasatiempos. A día de hoy están considerados arte. Y de hecho, yo creo que una de las manifestaciones artísticas que está ocurriendo ahora, que todavía no se considera arte, pero que le falta poquísimo, son los videojuegos. Los videojuegos son el verdadero arte del futuro. ¿De acuerdo? En el videojuego entran guionistas, entran pintores, dibujantes, decoradores, animadores, músicos… Es como una especie de cine llevado a un extremo superior. Eso en años será considerado arte. Así que lo que yo creo es que los nuevos procedimientos lo que permiten es abrir las posibilidades a los buenos artistas. También a los malos. ¿Y qué ocurre? Que a día de hoy tenemos un bombardeo de información tal que nos llega lo bueno, lo malo, lo regular, lo muy malo y lo muy bueno. Y muchas veces es difícil filtrar. Pero de verdad que, retomando lo que has dicho, cualquier tiempo pasado solo fue anterior. El problema es que lo bueno de hoy tendremos que dejarle a las generaciones futuras que lo analicen. Os animo a que intentéis estar sensibles a las novedades, a cualquier cosa que aparezca y que filtréis también, y que tengáis espíritu crítico. Porque, de verdad, que ni todo lo que se hacía antiguamente era bueno, ni todo lo que se hace actualmente es malo. ¿De acuerdo? Solo que al tiempo tenemos que dejarle trabajar.
Bueno, pues es una pregunta complicada. Hay que decir una cosa. El arte abstracto es un invento prácticamente del siglo XX. La historia del arte a lo largo de los siglos ha fomentado casi siempre el arte figurativo. Y de hecho, si a día de hoy algunos signos de las pinturas paleolíticas o del arte prehistórico nos parecen abstractos, es seguramente porque hemos perdido el código para identificarlos. Pero por lo general, como ya hemos dicho, el arte ha sido casi siempre mimético. Pero llegamos al siglo XX. A finales del XIX, siglo XX. Y ahí llegamos a las vanguardias, a la explosión de la modernidad, a la obsesión por ser originales de lo que hemos hablado antes. En ese momento fue interesante. ¿Por qué? Porque mujeres y hombres de toda Europa, sobre todo, empezaron a intentar explorar las fronteras del arte, a ampliar lo que hasta ese momento se había considerado arte. Y claro, ahí entró en juego el llegar a la abstracción. No todos los artistas de aquel momento estaban a favor. El caso más famoso puede ser Picasso, del que ya hemos hablado varias veces, porque Picasso, en una entrevista en los años 30, llegó a decir una frase que es: «El arte abstracto no es más que pintura. ¿Dónde está ahí el drama?». En este sentido, a Picasso le gustaba contar historias con el arte y él consideraba que el arte abstracto no es un arte narrativo, no cuenta historias. En ese sentido a él no le interesaba. Ahora podríamos preguntarnos: ¿Tenía Picasso razón o no tenía? Desde mi punto de vista sí que tenía razón. El arte abstracto no es narrativo desde mi punto de vista. Pero eso no significa que no pueda ser creativo y extraordinariamente interesante.
A principios del siglo XX, como os he dicho, gente como Kandinsky, como los supremacistas rusos, con Malévich a la cabeza, como los neoplasticistas holandeses, Piet Mondrian, empiezan a experimentar con la abstracción que, como hemos comentado, es un tipo de pintura sobre todo. Porque la pintura en este caso va por delante. Un tipo de pintura que rompe las barreras, la relación con la realidad. Uno está enfrente de un cuadro abstracto y es incapaz de reconocer si ahí eso es una naturaleza muerta, es un paisaje, es un rostro o es una escena mitológica. Entonces, en este caso me gustaría intentar valorar el arte abstracto haciendo una relación con la música. La música instrumental es abstracta también. La música instrumental son armonías de notas que nos emocionan y son capaces de mover nuestro espíritu. Pues bien, muchos pintores de aquella época y muchas pintoras, porque también hubo pintoras muy importantes como Hilma af Klimt, que también está considerada a día de hoy una de las pioneras de la abstracción. Pues intentaron que la pintura pudiera conmover al ser humano de una manera similar a como lo hacía la música. Si la música instrumental, simplemente con armonías, con ritmo, con diferentes melodías, es capaz de emocionarnos, ellos pensaron que también la pintura, con formas geométricas o expresivas, con diferentes composiciones, con ritmos, y sobre todo con el color, podía también mover nuestro espíritu. Y es a lo que se dedicaron durante unas décadas. Como todo, no es fácil. El arte abstracto, de hecho, es para mí de los artes y de las pinturas más complicadas que hay, porque aspira a algo muy difícil. Pero estos artistas lo intentaron y yo creo que fue una empresa interesantísima.
¿Lo consiguieron? En ocasiones sí, en ocasiones no. Como todo, hay arte abstracto bueno y arte abstracto malo. Y yo lo que os animo a ti y a todos es que os enfrentéis al arte abstracto sin prejuicios. Porque yo siempre intento decir a mis alumnos que hay que enfrentarse a cualquier tipo de arte sin ningún tipo de prejuicio, ni negativo ni positivo. Primero, ved mucho arte abstracto. Id a muchas exposiciones si tenéis la inquietud. E intentad dejaros emocionar por lo que estáis viendo, por esos trazos, por esas pinceladas, por esas armonías de colores. Intentadlo. Id generando una cultura visual de ese tipo de arte. Piensa que en el arte abstracto no hay que comprender tampoco nada. Y apela a tu emoción. ¿De acuerdo? No hay una iconografía que haya que estudiar, no hay una historia mitológica que haya que contar. Te está intentando emocionar. Evidentemente, si conoces la historia de los estilos artísticos, si conoces la técnica, vas a poder tener un nivel de lectura más profundo. Pero exactamente igual que el que toca un instrumento o es conocedor de música clásica, pues va a un concierto y lo disfruta de una manera distinta. Pero cuidado, se puede emocionar a una persona sin ningún tipo de conocimiento musical con una gran pieza de música. Entonces, no tengáis el prejuicio negativo. Pero cuidado. A mí también me gusta decir que no hay que tener tampoco prejuicios positivos. ¿En qué sentido? Pues porque una cosa esté en un museo no significa que eso tenga que ser ya de por sí extraordinario, una obra maestra y que os tenga que entusiasmar. No. Fomentad el espíritu crítico, fomentad la apertura mental y pensad una cosa: a lo largo de la historia los cánones, lo que estaba considerado como, digamos, el culmen o la cima del arte ha ido cambiando.
Y eso va a cambiar también en el futuro. Hay casos muy conocidos. Hasta el siglo XVIII, XIX. Al principio del XIX, el artista… El pintor español más valorado en el extranjero era Murillo. Un pintor que a día de hoy no está ni de lejos al nivel de un Goya o de un Velázquez. Pero Murillo era el pintor que más apreciaban en toda Europa. ¿Por qué? Pues porque coincidía con el rococó. Esas piezas de Murillo algo más edulcoradas entusiasmaban en la época del rococó. Cuando el rococó se acaba y avanzamos hacia una pintura más realista, de repente, Velázquez empieza a maravillar. Y Velázquez sustituye a Murillo en ese canon de grandes pintores. Pero es que luego, cuando llegamos a finales del XIX, principios del XX, es el Greco el que entusiasma a los artistas de todo el mundo. Cuando el Greco durante mucho tiempo, pues hombre, estaba, no os digo que apartado, pero era considerado una rareza. Incluso recordaréis que se explicaba que el Greco pintaba así porque tenía un defecto de visión. Una cosa tremenda. ¿Vale? Entonces, esos cánones van cambiando. Por lo tanto, cuando entréis a un museo, pensad que no todo lo que hay en un museo es absolutamente extraordinario. Es el filtro de siglos. Y, sobre todo, cuando entréis a un museo de arte contemporáneo, pensad que en cualquier lugar puede haber una joya. En cualquier lugar puede haber una fantástica pieza que vaya a pervivir en el tiempo. Pero no es fácil encontrárselas. No es sencillo encontrárselas. Pero mantener siempre ese espíritu, como digo, de esa capacidad de asombro que hemos hablado para poder intentar que ese arte, sea abstracto, figurativo o de cualquier tipo, pueda emocionaros y llegaros. Y sobre todo, ante el arte abstracto, hay que enfrentarse con la misma idea, digamos, y el mismo espíritu abierto que sería ante una pieza de música. Intentan emocionaros. En un caso con notas y con melodías; en otro con color, con composiciones y con texturas.
Bueno, pues los museos, tal y como los entendemos, están ahora en revisión, el concepto de museo. Tenéis que pensar que el museo como tal es hijo del siglo XIX, del colonialismo también, del expolio de obras de arte… Y es un tema candente a día de hoy. Ahora, más allá de eso, creo que los museos, en su momento, fueron una de las grandes ideas de la historia. Y lo pienso de verdad así. Y lo pienso por tres factores: por la difusión, por el conocimiento y también por la conservación. Voy a empezar a contarte un poco cada una de esas. ¿La difusión en qué sentido? Mirad, a día de hoy se dice, y hay una frase que habréis oído que es: «Que los museos son cementerios de obras de arte». Eso lo habréis oído. Es una frase que, como todas estas frases tan redondas, pues algo de verdad deberá tener. Claro, hay quien dice: «No, es que los museos, sobre todo de arte más tradicional, pues están llenos de obras de arte religioso que están fuera de su lugar». Cierto, pero todo el mundo no tiene la suerte de vivir en Roma, donde no hace falta ir a ningún museo para ver el mejor arte religioso de la historia. En Roma tú quieres hacer una ruta por Caravaggios y prácticamente menos dos o tres que están en alguna galería particular, pues el resto están en su sitio, en su iglesia, desde hace 400 años. Entonces, claro, la idea de coger unas obras de arte, reunirlas en un sitio y ponerlas a disposición de la sociedad, es una idea fantástica, si lo pensáis. Tened en cuenta una cosa: hasta el siglo XIX, prácticamente, el arte, las imágenes, la pintura, la escultura eran únicamente posesión de los poderosos. La Iglesia tenía casi el monopolio de las imágenes y también los ricos, la monarquía, la nobleza…
Entonces la gente del común, la gente normal, como cualquiera de nosotros, para ver esas obras o iban a la iglesia o prácticamente ya no las podían ver. Cuando llega la Ilustración y empieza la idea del museo más contemporáneo, eso es una gran ventaja. En principio, cualquiera puede acceder a un lugar en el que ver lo mejor de nosotros como civilización. Y desde ese punto de vista me parece maravilloso. Insisto, yo he sentido y he pasado momentos espectaculares y maravillosos en algunos museos. Cierto que a lo mejor estoy delante de un cuadro que no está en el lugar para el que fue pensado, pero es que ‘Las Meninas’ fueron pensadas para que solo las viera Felipe IV. Si no estuvieran en el Museo del Prado, pues fijaos la cantidad de millones de personas que no hubieran tenido el privilegio de verlas. Entonces, yo creo que, desde ese punto de vista, la difusión es muy importante. La otra pata, el conocimiento. Mirad, también cuestionado a día de hoy, y os voy a decir por qué. La historia del arte se ha escrito desde los museos prácticamente y sobre todo en el siglo XX. Mirad, lo que llamamos el canon, lo que pensáis y todos pensamos que son los artistas más importantes, es lo que los museos han programado y que los museos han, digamos, redactado durante décadas. Lo que hay en el Museo del Prado es la historia del arte, digamos, occidental. ¿Quién ha organizado eso durante siglos? Hombres occidentales. Eso a día de hoy está en revisión, lógicamente. Sabéis que hace poquísimo se ha inaugurado la nueva sistematización del Reina Sofía, el MoMA de Nueva York está proponiendo nuevas lecturas. Se intenta enriquecer los museos con obras de mujeres que durante siglos han estado olvidadas, con obras de otras latitudes no occidentales…
Pero la historia del arte hasta este momento se ha escrito desde los museos. El propio MoMA de Nueva York, el Museo de Arte Moderno, la historia de las vanguardias la escribió prácticamente Alfred Barr, que fue un señor que en el año treinta y pico hizo un catálogo y en la portada del catálogo hizo especie de diagrama. Y ese diagrama es con el que se han explicado las vanguardias durante décadas. ¿Vale? O sea, que realmente los museos son fuente de conocimiento. Han sido de un conocimiento sesgado durante siglos. Ahora van a ser de un conocimiento, esperemos, que más abierto. También son claves. Yo os tengo que decir que, como amante del arte, los mejores, o muchos de los mejores libros sobre historia del arte que yo me compro, muchas veces son catálogos de exposiciones. Una buena exposición no es solo coger los cuadros y ponerlos de una manera bonita, no. Es una exposición vacía. Lo importante es una exposición que lleva años preparándose, que se ha encargado a restauradores, a historiadores, a investigadores que analicen todo eso y que den un paso más en el conocimiento de ese artista o de ese escultor, o de lo que sea. Los mejores catálogos de arte son los que escriben la historia del arte, y son las exposiciones las que tienen esa posibilidad. Por lo tanto, difusión y conocimiento. La tercera pata es fundamental, es la conservación. Si no hubieran existido los museos en un momento determinado, hubiera habido muchas obras de arte que se hubieran perdido. Cuando se intenta atacar a una cultura, muchas veces se ataca a su arte. Hay casos flagrantes y casos dramáticos. Pensad en los budas de Bamiyán, que los talibanes hace años reventaron. O pensad en el ISIS, que en Irak ha destruido cientos de obras en museos importantísimos. Y en Siria también. Pero no hay que irse tan lejos. Aquí, hace cerca de 90 años, tuvimos un caso parecido. ¿De acuerdo? El Museo del Prado estuvo en peligro durante la Guerra Civil.
La aviación franquista bombardeó Madrid, ¿de acuerdo? Y el Museo del Prado estuvo en peligro. ¿De acuerdo? No digo que fuera un objetivo específico, pero hubo que proteger esas obras. Y en primer lugar, las obras se bajaron a los sótanos, pero luego al final se decidió que seguían en peligro y se llevaron a Valencia. El gobierno republicano ya estaba en Valencia y entonces se montaron en camiones y en varios viajes, durante meses, se llevaron, pues, ‘Los fusilamientos del 3 de mayo’, ‘La carga de los mamelucos’, ‘Las Meninas’, cuadros de Tiziano, de Tintoretto… Se llevaron a Valencia. Allí se conservaron, sobre todo, en las Torres de Serranos. Y después, cuando la guerra avanzaba, pues salieron hacia el norte por la carretera. Y en Benicarló, en una ciudad, en un pueblo de Castellón, tuvieron un accidente. Hubo una piedra o un balcón que cayó y se rompieron. Los cuadros se rompieron. Tuvieron un importante daño. Los cuadros acabaron siendo devueltos al Museo del Prado y, durante décadas, sobre todo ‘La carga de los mamelucos del 2 de mayo’, en la parte superior izquierda tuvo una zona que no se repintó. Que se dejó en gris. Se decidió dejarle un tono neutro porque se cayó un buen pedazo de cuadro. Y el restaurador de hace décadas decidió dejarlo en un tono gris. Hace unos años, con motivo del bicentenario de 1808, se restauraron esos cuadros y se decidió repintar esa zona. Para mí eso fue un error. Esa es mi opinión personal. ¿Por qué? Porque ese cuadro contaba una historia. Una historia dramática. ¿De acuerdo? La historia de unos cuadros que tuvieron que huir. La historia de una guerra y la historia de un accidente que estuvo a punto de destrozar la obra.
Al tapar esa cicatriz, esa historia deja de ser visible o es mucho más difícil. La próxima vez que vayáis al Museo del Prado lo podéis ver. Os ponéis un poco así, de refilón, y en la parte de arriba, a la izquierda, justo donde uno de los mamelucos tiene una cimitarra, una de estas espadas curvas, ahí veréis que así, con la luz rasante, se nota que ahí hay como un… Como un remiendo. Bueno, pues esa historia, como digo, se ha perdido con esa restauración. Enlazo. Los cuadros han vuelto al museo. Los cuadros están seguros. Los museos son también cajas de seguridad y la conservación de las obras de arte es fundamental. Así que, con todo lo que haya hoy en día que revisitar y reformular la idea de museo contemporáneo en el siglo XXI, creo que como concepto han sido fundamentales para la conservación y lo que hay que hacer es no dejarlos anclados en el pasado. Y, además, os comento. Hay museos que el continente y el contenido son maravillosos. Hay museos que uno visita por el contenido, por las obras de arte que hay dentro. Pero hay museos que el continente, el propio edificio, es una maravilla. Y eso hay que valorarlo como tal. ¿De acuerdo? El Museo Arqueológico Nacional, desde hace décadas ya no entra ninguna pieza en el Museo Arqueológico Nacional. Las piezas que se descubren se quedan en los lugares donde se descubren. El Museo Arqueológico Nacional ya es una pieza en sí patrimonial. ¿De acuerdo? Pero tenéis el caso de Berlín. En Berlín hay una zona que es la Isla de los Museos, que son Patrimonio Mundial de la UNESCO los edificios de esa zona. O sea, es una maravilla. La Galería Doria-Pamphili, y la Galería Borghese en Roma. El propio edificio es una maravilla. Y a nivel contemporáneo, el Guggenheim de Bilbao, pues uno puede visitar simplemente el edificio. O el Guggenheim madre, digamos, el Guggenheim de Nueva York. O el Maxxi de Roma, de Zaha Hadid, o tantos otros edificios. O sea, que realmente yo creo que a mí me entusiasma visitar museos y creo que es una gran idea del ser humano y creo que han sido fundamentales para la historia del arte.
“Los museos han sido una de las grandes ideas de la historia por la difusión, el conocimiento y la conservación”
Te diría que eso va cambiando, que lo ideal es no tener una única obra. Lo ideal es que uno va creciendo, va evolucionando y va modificando esa respuesta. Vamos, hoy te voy a contestar, pero si mañana me la volvieras a hacer, a lo mejor te contestaba otra. Si me permites, te voy a intentar diferenciar entre grandes manifestaciones artísticas. A nivel de arquitectura, eso lo tengo claro, es el Panteón de Roma. Creo que es un edificio perfecto, una auténtica maravilla de la civilización romana, que yo creo que muchos conoceréis. Creo que una visita al Panteón es una auténtica experiencia que cualquiera que visite Roma tiene que experimentar. Yo recuerdo con emoción vocar esa plaza, la Piazza della Rotonda, por una de las calles que hay frente al Panteón, girar a la derecha y encontrarte esa fachada es espectacular. Y aunque sepa lo que me voy a encontrar dentro, esa rotonda, esa cúpula de 43 metros de altura por 43 metros de diámetro, esa cúpula que es un microcosmos en sí mismo, yo me sigo emocionando. Ese óculo que tiene arriba el Panteón, que está abierto. Es un vínculo entre la arquitectura y la propia naturaleza. Y de hecho hay mucha gente… ¿Y cuando llueve? Pues se moja, no pasa nada. Cae la lluvia, que es una preciosidad ver caer la columna de agua en el centro del panteón, y hay un sumidero en la piedra que hay justo debajo. Eso es mármol. Tiene 2.000 años y el mármol lo aguanta. No hay problema. Y el agua se va. Y el Panteón se queda perfectamente limpio. Yo he leído en un libro de Enric González, un gran periodista y corresponsal, que se llama ‘Historias de Roma’, que en las pocas ocasiones que nieva en Roma se produce un fenómeno maravilloso. Que es que cae como una especie de columna de nieve dentro del panteón y que en ocasiones, si el interior está caliente, porque sabéis que el interior está más templado, en ocasiones la nieve no llega a tocar el suelo y la nieve empieza como a subir y se produce un efecto que debe ser una cosa absolutamente mágica. ¿Vale?
Por otro lado, escultura: Bernini. ‘El rapto de Proserpina’, de Bernini, tallado en mármol, con veintipocos años. Está en la Galería Borghese de Roma. No podéis dejar de verla. ¿Veis? Otra vez Roma. Es una auténtica maravilla. Ese brazo de Plutón, de Hades, del dios de los muertos, apretando el muslo de Proserpina, de Perséfone, es una auténtica delicia. Perséfone o Proserpina, son la misma. Era una joven, una diosa. Y el dios de los muertos un día se enamora de ella y la rapta y se la lleva al mundo de los muertos, al inframundo. La madre de esta joven era la diosa Ceres, o Deméter para los griegos, que es la diosa de la agricultura, la diosa de la naturaleza. ¿Qué ocurre? Pues que esta madre cuando no encuentra a su hija entra en una auténtica depresión. Se pone a buscarla por todo el mundo, pero su hija no aparece. Su hija no está. Y al final acaba encontrándola en el mundo de los muertos. Va a rescatarla, pero, según la versión del mito, porque hay varias versiones, su hija Proserpina, Perséfone, había comido algo en el reino de los muertos. Hay quien dice que un grano de granada. Y al comer en el reino de los muertos, ya no puede volver por siempre a la superficie. Pero claro, la diosa de la naturaleza y de la agricultura está triste. El mundo está a punto de morir. El dios mayor, Zeus, el gran dios Zeus, Júpiter, llega a una solución salomónica. Obliga al dios de los muertos, a su hermano Hades, Plutón, a dejar que Perséfone, Proserpina, vuelva con su madre durante seis meses y que otros seis meses los pase en el inframundo. Los seis meses que están madre e hija unidas, primavera y verano, los seis meses que madre e hija están separadas, otoño e invierno.
Así explicaban los griegos, de manera mítica, el paso de las estaciones. Es el paso del mito al logos, lo habéis estudiado. Y luego ya se dan cuenta de que esto es por otras cuestiones. Pero la historia es preciosa. Y pintura. Pues te podría decir muchísimas, pero hay una a la que le tengo un especial cariño, que es ‘El descendimiento de la cruz’ de Rogier van der Weyden, un pintor flamenco, que está en el Museo del Prado, en Madrid. Es una pintura maravillosa. Es una pintura gótico flamenca, con una virgen que está derrumbada de dolor justo por su hijo, que está acabado de bajar de la cruz. Es un tema religioso, pero yo creo que es una pintura emocionante creamos o no creamos. Creo que eso tiene que quedar más allá. Y me entusiasman los colores, el color. El manto de esa virgen es un manto de un azul inolvidable. Ese azul está hecho con lapislázuli molido, una piedra preciosa que en aquellos tiempos solo venía de unas minas de Afganistán. El pigmento con el que está pintado esa túnica azul, que era más caro que el oro, vino hace siglos desde Afganistán. ¿De acuerdo? Se montó en una caravana, llegó seguramente a Constantinopla, allí fue comprado y fue vendido luego, quizá en Venecia, y fue llevado a los Países Bajos, a Flandes, para que este hombre pintara ese manto de esa auténtica diosa que es la Virgen María. Es un cuadro que me maravilla. Y, aparte, pues esto ya es una anécdota personal, pero bueno. Cuando hace 14 años, 13 o 14 años, en el examen de oposición para ser profesor de Historia del arte, que es a lo que me dedico, y la primera diapositiva en el examen, en Guadalajara, ‘El Descendimiento’ de Rogier van der Weyden. Y dije: «No puede salir mal». Digo: «A partir de aquí, esto es una señal. Mi cuadro favorito, la primera imagen que me preguntan en este examen que me va a cambiar la vida». Y a partir de ahí fue como un poco el camino que me guio a lo que soy ahora, profesor. Así que esas serían las obras: el Panteón de Roma, ‘El rapto de Proserpina’ de Bernini y ‘El Descendimiento’ de Rogier van der Weyden, del Museo del Prado, de Rogier van der Weyden.
Evidentemente no se va a inspirar el cristianismo en la lejana China, pero sí en el antiguo Egipto. La idea de cuatro animales representando a los cuatro evangelistas, pues eso está en los vasos canopos, donde los egipcios metían las cuatro vísceras principales de las momias. Pero es que a Cristo, cuando hay que empezar a representar a Cristo, se le representa o como un dios, como Apolo, como Júpiter, o con las vestiduras, los ropajes y la apariencia de un emperador romano. A Cristo se le empieza a vestir de púrpura, de violeta, se le empieza a poner una aureola dorada… Así están representados los emperadores romanos anteriores a Cristo. Vestidos de púrpura imperial, de oro y con los mismos atributos. ¿La Virgen con el Niño? Pues Isis con su hijo Horus. Prácticamente las iconografías se pueden rastrear, se puede bucear. Lo que demuestra que eso lo hizo el cristianismo. Pero mira, me vengo mucho más a la actualidad. Ya no se inventan nuevas religiones. No aparece una nueva religión cada lunes por la mañana, pero sí que se inventan nuevos arquetipos y sí que se inventan nuevos personajes. Ahí tenéis los superhéroes. El siglo XX es el siglo de los superhéroes, que son la imagen actual, contemporánea, de los antiguos grandes héroes de la mitología. Aquiles, Hércules, Teseo… Esos héroes semidivinos se convierten en superhéroes.
Y la historia de Superman es muy curiosa. Superman, que se inventa en los años 30, tiene muchas características que vienen de esas culturas iconográficas y religiosas. El arquetipo de, digamos, el superviviente a una catástrofe. ¿No? Su planeta, Krypton, se destruye, él viaja, es el último de su especie. Eso nos recuerda un poco al arca de Noé al final, ¿no? Una familia que salva y que es la única que sobrevive. Y también a la historia de Gilgamesh en la tradición mesopotámica. Pero también el extranjero entre extraños, también es un arquetipo. Pero mirad, Superman, el nombre original en Krypton era Kal-El. Ese es el nombre original. Bueno, pues «El» es la partícula que se utiliza en las lenguas semíticas para definir lo sagrado, lo divino. Los arcángeles se llaman Miguel, Rafael. Los creadores de Superman recogen eso. En algunas historias de Superman, cuando empieza la historia, Superman tiene 33 años, como Cristo. Si os fijáis, la historia de las imágenes está basada en este constante reciclaje de cuestiones anteriores, porque, insisto, prácticamente la originalidad total es imposible. Las vanguardias en el siglo XX lo intentaron. Las vanguardias intentaron en lo posible romper con lo anterior, pero no pudieron. Al final siempre se crea sobre un sustrato inferior, y además creerse totalmente original, pues conlleva y conduce al adanismo, que es creerse que uno ha inventado la pólvora y que es un error tremendo. Que por desgracia lo podemos ver constantemente en la vida pública, social y política y también en el arte. No os creáis, por supuesto. Así que creo que es fundamental tener en cuenta que ese sustrato, esa base, está ahí y es fundamental. Por lo tanto, la originalidad es casi imposible. Ahora, no hay que confundir originalidad con creatividad. Se puede ser creativo sin aspirar a la originalidad total. ¿De acuerdo? Los artistas tienen que ser creativos, tienen que aportar un punto de vista ligeramente novedoso, reinterpretar a lo mejor lo que ya está hecho, captar ese espíritu de los tiempos del que hablábamos.
Hubo un modernismo más floral, más Art Nouveau, lleno de plantas, de vegetales. Pero esta gente no. Estos austriacos hacen un Modernismo austero, algo sobrio, pero con un dominio de la geometría, de la proporción, maravilloso. Y, además, esa puerta, ese edificio, tiene tres inscripciones, tres textos. El primero encima de la puerta es: «Malerei, Architektur, Plastik». «Pintura, arquitectura, escultura». Significa que ellos intentaban unir todas las artes en un movimiento global para intentar conseguir lo que los alemanes llaman «Gesamtkunstwerk». A los alemanes les encanta juntar palabras. «Obra de arte total». ¿De acuerdo? A la izquierda de la puerta pone: «Ver Sacrum», que significa «primavera sagrada». Ellos querían que una nueva primavera llegara al mundo del arte. Pero la frase que a mí me entusiasma es la que pone arriba. Me voy a animar a leérosla, a recitárosla en alemán. Ahí dice: «Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit». Que quiere decir: «A cada tiempo su arte, a cada arte su libertad». Parece una frase maravillosa que yo cada vez que la digo casi que se me erizan los pelos. Cuanto no seré pesado yo con esta frase… Porque vosotros aquí me aguantáis un rato, pero mis alumnos imaginad un año entero: «Bla, bla». Y a esta frase le doy una importancia tremenda, porque me parece una frase que tiene… Es de 1898, tiene 120 y pico años, pero es una frase que podría valer para la actualidad. Pues bien, el último día que yo trabajé en Albacete, en la escuela de arte, se acercó una alumna a la que yo le había dado clase tres años en varios estudios… Patricia, Patricia Borges, y me enseñó un tatuaje.
Se había tatuado: «Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit». Así de grande, ¿vale? Yo dije: «Ostras, Patricia». Me quedé flipado por dos cosas. Primero, porque dije: «Bueno, algo les he llegado, algo he conseguido. De alguna forma he conectado con esta gente». Pero también me pareció muy interesante una cosa, y es que una frase de gente de hace 123 años en Centroeuropa todavía moviera a una adolescente del siglo XXI en España para tatuársela en un lugar tremendamente visible de su cuerpo. Y eso me demostró que la Secesión es un movimiento, es un espíritu, que conecta incluso con lo más joven que hay ahora en la actualidad, en la sociedad, en mis alumnos. Y por eso desde hace un tiempo yo tengo a la Secesión en un pedestal, y siempre que voy a Viena visito ese pabellón, que os animo a que visitéis y os animo a que descubráis este movimiento porque tiene obras absolutamente maravillosas. Bueno, pues muchísimas gracias por haber estado aquí. Me lo he pasado muy bien. Para mí va a ser un momento inolvidable y no me queda nada más que lanzaros un abrazo enorme y repetiros las gracias por haber compartido este rato.