Arte para un futuro sostenible
Kike Labián
Arte para un futuro sostenible
Kike Labián
Artista
Creando oportunidades
"El arte nos enseña a amar, morir y ser lo que somos"
Kike Labián Artista
Kike Labián
Las primeras formas de expresión simbólica, de arte, se remontan a los neandertales, pero el Homo Sapiens elevó ese simbolismo a manifestaciones como la poesía, el teatro, el cine o la música. Es probable que los primeros golpes a un tambor de Kike Labián sonaran a ruido ancestral. Comenzó a tocar la percusión con tan solo cuatro años y hoy es un referente del impacto social a través del arte en España. “El arte y la educación se pueden utilizar para cambiar realidades”, asegura el artista.
Su instrumento: la marimba. Un curioso artilugio de gran belleza sonora cuyo dominio le ha valido, entre otros, el prestigioso premio Intercentros Melómano. Kike Labián es un joven talento formado en el Conservatorio ‘Marcos Redondo’ de Ciudad Real y en el reconocido Centro Superior de Música del País Vasco ‘Musikene’. Crítico con el sistema educativo musical y con el concepto de artista tradicional, Labián dirige la compañía de artes escénicas e innovación social Kubbo. “Nos dedicamos a cambiar el mundo a base de dar golpes a bidones, música electrónica, danza y acrobacias”, explica con acento posmilenial. Además, es tutor en el programa de Emprendimiento e Innovación de la Escuela Superior de Música Reina Sofía.
Convencido del potencial del arte y de la autoridad de los jóvenes para transformar el mundo, este experto en nuevas narrativas apela a la curiosidad y al espíritu crítico como motores de cambio. Y evocando aquellos orígenes del arte, sentencia: “Todo es susceptible de ser mirado con gafas de artista, porque allá donde haya personas siempre habrá arte”.
Transcripción
Esto se ha medido muy poco, pero en concreto hay uno que es más o menos representativo de AISGE, que es una entidad dedicada a gestión de artes escénicas, que dice que tan solo el 8,17 % de artistas escénicos, actores, actrices, bailarinas, lo que sea, puede vivir de su trabajo, puede vivir de su arte. Es un dato gravísimo y por lo general no se habla mucho de él. Es cierto que el resto del porcentaje, la mayoría, puede vivir gracias a ser profe. Entonces, bueno, cuando vi esta situación con unas compañeras que son artistas también, psicólogos educativos, como gente muy rara, nos juntamos y dijimos: “Vamos a ver qué podemos hacer para darle la vuelta a este dato, porque hay algo que está ocurriendo mal, hay algo que estamos pensando como sociedad si los artistas y las artistas tienen esa precariedad”. Y una de las conclusiones principales a las que llegamos es que la sociedad se ha imaginado que los artistas son eso que vemos en el escenario, en este escenario. Suben, termina el ‘show’, aplaudimos y para casa. El artista como producto, como una herramienta más de una caja de herramientas, que en función de la producción que haga falta la utilizamos o no la utilizamos. Y nosotras intentamos dar una vuelta más. Vamos a ver qué se puede hacer con el arte más allá del escenario. Toda esa gente que tiene tantísimo potencial para emocionarnos, para trasmitirnos historias, para cambiar realidades… Vamos a ver qué ocurre si llega a otros sitios. Y montamos una compañía. Una compañía que se llama Kubbo, que nosotros siempre decimos que es de artes escénicas y de innovación social porque suena muy bien, pero en realidad damos golpes a cosas para intentar hacer al mundo un lugar un poco más apañado y hacemos experimentos como ver qué ocurre si soltamos a un productor musical dentro de unos centros de formación profesional o ver qué ocurre si soltamos a una actriz o un actor en un evento de migraciones para que lo que se cuente sea un poco más atractivo, se entienda mejor, nos llegue mejor. Hacemos todo ese experimento para intentar demostrar que el problema en realidad no está en ese 8,17 %, que haya que estirarlo. El problema está, en realidad, en que la sociedad no ha sabido aprovechar o entender el verdadero potencial transformador que tiene el 91 % restante.Entonces intentamos darle la vuelta a ese dato y crear experiencias para experimentar cómo el arte puede cambiar un poquito el mundo. Pero sí que es cierto que después de esta chapa quedado, después de tocar y aplaudir y todo esto, que está muy bien, pues en teoría yo venía aquí a responder preguntas sobre todo este tema de arte, educación y música, en concreto.
Se nos ocurrió hacer un curso de verano en el que otros jóvenes, otros colegas del pueblo, nos proponían una canción y teníamos cinco días para enseñársela. Teníamos que enseñarles a tocar la canción que eligiesen, a cuál más hortera, porque eso teníamos quince años, y la verdad es que fue uno experiencia preciosa, porque a lo largo de los años hicimos ocho ediciones y de repente una cosa que hacíamos como cuatro frikis del pueblo fue creciendo, fue creciendo, venía gente de fuera, trajimos a profesores que tenían un Grammy Latino, que era productor de Bisbal, o sea, gente que decíamos: “Esto se está yendo de las manos por todos sitios”. Pero sí que es cierto que la experiencia funcionaba muy bien porque al final era un espacio horizontal donde unos jóvenes enseñábamos a otros jóvenes a aprender música con unos patrones, unas reglas y unas líneas rojas que poco tenían que ver con lo que yo había vivido en el conservatorio. Esa presión de: “Tienes que ganar, tienes exámenes, tienes pruebas, tienes un curso, tienes todo”. Pues de repente aquí no Éramos unos chavales echándose una mano, aprendiendo de manera diferente y que, luego, en la plaza del pueblo, se lo pasaban muy bien. Las familias funcionaban y además se generaba un sentimiento de comunidad que luego trascendió ese programa. De hecho, se generaron muchos vínculos muy importantes que a día de hoy siguen vigentes. Y ahí me di cuenta de que en realidad lo que yo había creído que era la educación musical, pues igual no era eso. Había otra manera de entender el arte, la música, sin tanta competición y prestando atención y poniendo el foco en otras cosas. Y ahí decidí que, bueno, pues igual no soy músico… Puedo ser músico, pero además puedo hacer otras mil cosas. En este caso es la educación, es romper una cosa que además para mí es importante. Siempre intento explicar, sobre todo a jóvenes que van a empezar el mundo de la música… Los artistas y las artistas tenemos como una identidad laboral como muy pesada desde pequeños. Te haces un perfil en Instagram y lo primero que pones es tu foto como artista, con tu ‘book’, con tu sesión de fotos, en la descripción pones que eres músico y que eres actor, desde muy pequeños. Esa visión de la vocación, que es como muy productiva, te lo pones porque luego tienes que trabajar de eso, a veces nos priva de hacer otras cosas. Entonces yo creo que ahí descubrí que se puede ser músico, pero que me pueden encantar la sociología y la educación, que me pueden encantar las políticas públicas, que me puede encantar trabajar con jóvenes o dar una charla estupenda como la que estamos aquí disfrutando.
Entonces decidí dedicarme a eso y además decidí un poco profesionalizarme en ese sentido y formarme bien. Hay una cosa que ocurre mucho en el sector de la educación musical, que es que los músicos cuando empezamos a dar clase en realidad no tenemos formación como profesores. No sabemos de didáctica, de pedagogía, nos sueltan ahí, pero en realidad, si miramos algunos estudios de caso, es curioso porque más del 90 % de la gente que sale de los conservatorios superiores se dedica a la docencia como principal profesión sin tener la más mínima herramienta. Entonces, yo pensaba que todo lo que me fue mal en la juventud fue por culpa de mis profes, pero en realidad hay un problema estructural. Entonces bueno… Ahí sí que decidí que, si quería dedicarme a la educación, a la educación musical, me tenía que formar, tenía que aprender de didáctica, de psicología de la educación, de sociología y, bueno, ahí empecé a hacer voluntariado, a leer como un loco, a ir a todos los congresos posibles, y decidí que mi vida iba a tener un pie en el escenario y un pie intentando que la gente que suba al escenario lo disfrute un poquito más como yo tuve el privilegio de poder disfrutar cuando era joven.
“El arte ya está cambiando el mundo”
Hay como un montón de iniciativas que rodean a la escuela que, si las pusiésemos un poco a disposición y se conectasen un poquito mejor y hubiese recursos para poder colaborar, pues de repente los profesores y las profesoras no tendrían que saber de todo, que ser todos profesores de música… Y los niños y las niñas no tendrían que estar con jornadas lectivas de diecisiete horas, ¿no? Y yo creo que ahí en realidad está el principal reto de la educación musical, porque, como he dicho, algunas agrupaciones más o menos nos suenan, como las orquestas con los peques, las bandas… Pero en realidad esas son agrupaciones que incluso a mi generación, los ‘millennials, y a los un poquito mayores, a los ‘boomers’, como que nos encajan, nos hacen sentir confortables, el decir: “Ah, pues bien, que el niño vaya la orquesta”. Pero he dicho uno al final que todavía sí que genera un poco más de tensión, que es el ‘free style’, que son la batalla de gallos, y yo creo que ahí es donde está el ‘gap’ entre lo que ocurre en las escuelas e incluso lo que ocurre en los conservatorios, todo el entorno academizado, y la realidad de los jóvenes y las jóvenes, que en realidad está muy lejos. Y estamos intentando enseñarles Mozart, Beethoven, que está muy bien, que lo tienen que aprender, faltaría más, que lo diga yo. Pero creo que a veces intentamos darles lo que queremos que tengan en lugar de lo que necesitan y lo que quieren. Y yo creo que ese es el verdadero reto de la educación musical: abrazar lo no academizado, porque yo creo que… Bueno, es un estilo de música. El trap, el ‘free style’… Todo eso está dentro de esos espacios como más juveniles, que, en buena medida, si miramos un poco de historia y de contexto, nacieron porque había gente en los márgenes o gente en situaciones más complejas que no podía acceder a la oferta musical que había en las instituciones, ni en primaria y secundaria, ni en los conservatorios, ni en los teatros, ni en nada. La gente que no podía disfrutar de lo que la sociedad ofrecía como música dijo: “Ah, ¿sí? Pues como se ha inventado una cosa que se llama “tecnología MIDI”, como hay un ‘software’ que es muy asequible y yo puedo rapear… Pues mira, me voy a coger un programa, me voy a hacer una base electrónica y voy a rapear aquí encima, y encima me voy a juntar con mis colegas y lo vamos a compartir”.
Y de repente eso se convirtió en ‘main stream’. Hay toda una generación de jóvenes que escuchan eso, que lo que están viviendo en su día a día es eso y estamos preocupados porque tengan más música en las escuelas, cuando en realidad salen de la escuela, se van al parque y se echan unas las letras, se echan unas barras y se ponen a disfrutar. Es como: “Un segundo, ¿qué está pasando aquí?”. Pero nosotros, como nuestras instituciones están pensadas por adultos, por gente que ha crecido en otra situación, no nos abrimos a eso, e incluso no lo entendemos, pero en realidad, si ponemos el foco en eso, aunque nos pueda chirriar tener el reguetón, el trap, en las aulas…. Es que es su cultura, es que es su vida y tiene cosas superpositivas que yo defenderé siempre a muerte. No hay que comparar entre la clásica y el reguetón ni nada, simplemente hay que disfrutar de esa parte colectiva. Hay una cosa que, de hecho, es muy curiosa: el resultado de la mayoría de cantantes que escuchan todos los jóvenes y las jóvenes de hoy en día son cantantes que nacieron… Que hacen muchas referencias a su comunidad. Si vemos a aquellos que triunfan y luego salen en televisión, la mayoría siempre lleva a su colega, a su productor, al que le echa una mano y de repente incluso le dan el trabajo y siempre que intentan ir a programas, intentan que se visibilice todo. Eso no lo hacíamos antes, eso no lo hace ni la música clásica, ni la música rock ni el pop. Entonces creo que hay verdaderos valores que tenemos que defender y que revalorizar. Tiene que ocurrir, va a ser inevitable que las instituciones educativas se abran a colaborar con ese tipo de espacios, porque si no nos estamos dejando a unos colectivos fuera y además no estamos haciendo lo que necesita la juventud, sino lo que nosotros creemos que necesita. Y, por otra parte, un segundo reto que para mí es fundamental, que es la salud mental: es una preocupación que ya está muy generalizada, que está en la agenda pública, que de verdad a todo el mundo le preocupa. Es que de verdad veo a alumnos que tengo, que están en los veinte años más o menos, que están terminando la carrera y que no pueden más. Creo que llevamos muchos años, muchísimos años, y la historia lo ha romantizado mucho… Esa visión del artista bohemio que sufre, que trabaja dieciocho horas diarias, que va con la guitarra a la espalda… Eso de manta y furgoneta, en gira, en una maleta cargada de sueños.
Pues mira, no, es que hemos romantizado que para ser músico tienes que sufrir un montón y tienes que ir a clase y tu profesor te va a dar mucha caña. Además, hemos visto muchas pelis en las que los profesores dan caña y nos encanta y vemos los programas que hay en televisión y van todos de gente compitiendo por ser el mejor músico. Como si se pudiese competir por ser el mejor músico. Y eso, claro, mola un montón verlo en pantalla porque es maravilloso porque tiene un montón de salseo. “Mira qué divertido”. Pero luego cuando estás encima del escenario, ojo con la presión que hay. Evidentemente eso tiene consecuencias. Esto no solo es un llamamiento a que haya psicólogos que ayuden a paliar eso en las escuelas de música o en las escuelas generales, sino a prevenirlo. Creo que también muchas veces está ese discurso de: “Necesitamos psicólogos para que, si pasa algo con ese músico, luego tenga un poquito de terapia”. Está bien, es necesario y es indiscutible. Pero creo que tenemos que asumir que algo hemos hecho mal antes, porque a esa persona que es músico le está dando un ataque de ansiedad después de tocar, porque vemos que hay artistas que son famosos que de repente dicen que tienen miedo escénico y vamos ahí y vamos un poco al morbo a ver y lo romantizamos. No, hay un problema y creo que tenemos que resolverlo antes, creo que hay que cambiar la práctica docente, sobre todo en los espacios donde se profesionaliza a los músicos, tenemos que evitar que eso se rompa. Hay muchas estrategias para ello que ya existen, hay evidencias, y ya se están poniendo en práctica en otros espacios, así que eso me parece que es de lo más urgente ahora mismo en la educación musical.
No seré yo quien critique el tema de la divulgación y de acercar la música clásica a…. Pero en ese acercar la música clásica a… En ese traer a la gente a los auditorios, que la gente venga, hay un peligro de caer en la trampa de la condescendencia, de: “Como yo estoy en el centro, como yo soy inaccesible, voy a ver cómo le explico a la gente que esto es importante”. No es algo tan explícito, no es algo que parta de la maldad, sino de una suerte que tenemos los que hemos subido al escenario y que estamos en esos espacios, pero que no nos damos cuenta. Entonces creo que el reto es… No necesitamos orquestas sinfónicas, que se inventen mil cosas, que expliquen y que hagan que se entienda la música. ¿Pero desde cuándo hay que entender el arte? ¿Desde cuándo el arte es un ‘escape room’, es un puzle en el que tienes que montar las piezas? Para entender el arte te tiene que hacer sentir otras cosas, te tiene que remover y si no lo entiendes y te descoloca, pues mira, mejor que mejor. Entonces no hay que explicar el arte a nadie, no hay que explicar la música. Yo quiero orquestas sinfónicas que vayan a los barrios. Quiero orquestas sinfónicas y grupos de cámara y solistas internacionales que vayan a los hospitales, que estén ahí y que le den la misma importancia, porque tienen la misma importancia, porque las personas son igual de importantes si están en un auditorio, el más grande en el país que sea, que si están en un hospital, o que si están en un colegio, que si están en la periferia de la ciudad. Entonces yo lo que intento trabajar con el alumnado es eso y luego veremos cómo los formatos de concierto se transforman. Pero creo que asumir que el problema está en el formato del concierto porque hay que hacerlo más accesible tiene una pequeña trampa. Estamos hablando de gente que no puede acceder, gente que trabaja doce horas diarias y que no puede descansar y no puede conciliar. No le podemos exigir que nos escuchen una ópera de Wagner del tirón. Igual lo que le pide el cuerpo en el metro, en el único ratito que tiene, es ponerse un temazo de Spotify de tres minutos, ¿no? Entonces creo que no tenemos que adaptarnos al siglo xxi cambiando todo porque la gente ya no funciona… El cerebro no funciona como hace cuatrocientos años. Creo que tenemos que asumir que el siglo xxi hay que transformarlo. Nos tenemos que transformar y tenemos que ir a donde todo el mundo tiene el derecho de participación cultural básico para que pueda disfrutar de la música clásica como merece.
¿La fotografía es el papel, son los colores, es el contorno, es lo que ves en Instagram, es el clic que haces, es la pose? ¿Qué es la foto, al final? No lo tenemos muy claro. ¿Qué es la canción? ¿Es eso intangible, son los bits, qué es? Es todo el proceso en realidad. Y si miramos y nos ponemos esas gafas de mirar el proceso, pueden ocurrir cosas maravillosas y mucho más interesantes. Hay un proyecto que a mí me encanta, que además conozco de cerca porque he estado trabajando con ellas, acompañándolas, que se llama Identidades. Identidades es un proyecto que emprendieron dos fotógrafas que además son maravillosas, Sara y Car, que son grandes fotógrafas de un estudio que se llama Caleidoscopia, y decidieron fotografiar a personas migrantes por cuestión de género. Se dieron cuenta de que tú puedes ver una fotografía de una persona migrante e igual ni siquiera te das cuenta de que es migrante, evidentemente, pero hay un proceso alrededor, tanto antes como después del clic, que es importante. Son personas que tuvieron que salir de sus países simplemente porque hacerse una fotografía era peligroso. Es que podía ser un peligro para su integridad física solo porque su identidad es un poco diferente a la de otras personas. Entonces se dieron cuenta de que, si trabajaban con esas personas, el proceso de pensar la foto, cómo te quieres vestir, cómo quieres salir… Para esas personas era superimportante esa única foto, algo que nosotros hacemos en ‘stories’, en Instagram, continuamente, porque desde nuestro privilegio de entender el arte como ese producto que en Instagram lo saco así, hago clic, de repente a esas personas les puede cambiar la vida. Tanto el antes, preparar esa fotografía, como el después, porque exponer, sacar esas fotografías, y sentirse realizadas y sentirse personas que son válidas absolutamente al 100 % gracias a esa fotografía es maravilloso. Y no solo eso, sino que, si tiramos un poco del hilo de antes, cuando tú ves esa fotografía y entiendes todo el proceso, la obra ya no es solo una foto, ya no es solo un A4, un A5, lo que sea. Es todos esos estereotipos que estás rompiendo, esas narrativas que tenías, que eran muy erróneas. Todo ese proceso que tú haces también es parte del arte.
Entonces creo que es muy importante entender que el arte es un proceso, eliminar esa visión como muy productiva del arte como producto y empezar a entender que el arte es una forma de hacer que es susceptible a estar en todos sitios. Pero también es cierto que… Bueno, esta pregunta me la han hecho como muchas veces en sesiones, en talleres y tal. Siempre me ha dado un poco de pena porque la respondo como de la manera más tradicional y menos artística posible, por mucho que haya un escenario, que es hablando. Así que una vez hicimos un número que nos permite de manera artística explicar más o menos lo que para nosotros y nosotras es el arte. Y estoy hablando en plural porque sí que es cierto que para este número necesito que suba al escenario una persona que es muy importante para mí, que es compañera en Kubbo, que es percusionista, de las mejores que he conocido, artista que actualmente está en gira y que es como mi compañera de aventuras, y vamos a hacer un pequeño número para intentar explicar qué es el arte. Así que, Palmira Cardo, por favor, cuando quieras. Venga, pues vamos a ver qué es el arte. El arte es una forma de hacer y no una cosa que se hace. De hecho, el arte no es este número de percusión corporal que estamos haciendo. Arte es que lo hagamos y tú lo veas, lo escuches y lo reinterpretes en tu cabeza. Arte, por tanto, es también todo lo que rodea a ese proceso. Es esa cámara, esos focos, e incluso esa camiseta que llevas puesta ahora. De hecho, también son todas esas cosas que, en teoría, no son. Es la nada, es una pelota e incluso es un cristal. En resumen, es todo aquello que permite que lo que se suponía que iba a ser, pues sea diferente. Y es que mirar el arte como proceso y no como producto elimina el individualismo del artista como causa de toda emoción para pasar a un artista como consecuencia de su interacción con el entorno, o dicho de manera menos repelente: ese tema que llevas escuchando durante una semana en bucle es el resultado del encuentro entre las circunstancias del artista y las tuyas. El arte, señoras y señores, es un proceso inevitablemente social. ¿Veis? Al conectar gestos, silencios y miradas comunes, hemos interactuado sin necesidad de decir ni mu. Total, que todo es susceptible de ser mirado con gafas de artista, porque allá donde haya personas siempre habrá arte. Y es que al final la exposición, la peli y el concierto son meros protocolos. El arte, en cambio, es todo lo demás.
“Transformar la sostenibilidad en un proceso artístico nos ayuda a vivirla desde las emociones y desde lenguajes que no son tan cotidianos”
Últimamente hay un discurso… Me viene muy bien que hagas la pregunta porque veo como un montón de titulares de: “La música, el arte que permitirá que tu hijo sea mejor en matemáticas” o “Los beneficios neuronales, porque vas a tener más neuronas conectadas”, que está guay porque es cierto. Hay evidencia detrás de eso. Pero luego pienso por qué hay que justificar tanto clínicamente que sea importante hacer arte en las escuelas. No lo hacemos con las matemáticas, no lo hacemos con la lengua, ¿por qué sí hay que hacerlo con la música? Yo creo que… Yo siempre intento dejar ese valor un poquito más apartado y centrarme en otros beneficios que tiene más sociales, más desde la perspectiva, quizá, más de la psicología. Cuando tú estás en un escenario se te permite hacer unas cosas que no se te permiten hacer cuando estás abajo. Cuando nos inventamos… El ser humano se inventó un espacio de suelo, porque esto es suelo igual que el suelo que estás pisando tú, donde se permiten hacer otras cosas, se legitiman, a las que quizás no estamos acostumbrados. Una silla puede ser una silla, pero puede ser un instrumento, o puede que no haya nada y hagas teatro gestual y de repente ahí hay algo… Y todos esos procesos detrás tienen un montón de aprendizajes superinteresantes, desde creatividad hasta pensamiento crítico. Te permite cuestionar las cosas de manera diferente. Para mí eso lo importante, y sobre todo las relaciones que se producen cuando hay más de una persona en el escenario. Yo creo que no he tenido relaciones tan peculiares, tan importantes, tanto para bien como para mal, como las que he tenido con muchas personas con las que he compartido escenario actuando. Entonces yo creo que es el verdadero valor de la música y del arte en general en la educación. Pero para que eso ocurra, de nuevo, tenemos que empezar a pensar en el arte como una herramienta trasversal, porque, si no, al final acaba ocurriendo lo que se suele entender como “la monopolización de la creatividad”. Si las personas que son artistas son profesionales, son artistas y yo simplemente soy un mero mortal… Lo que ocurre en las escuelas es parecido. Solo hago arte en las asignaturas que están preparadas para ello, que es música, que es plástica, ¿no?
Y la creatividad está pensada para esos espacios, ¿no? Por mucho que los profesores quieran o intenten hacer, es cierto que esta división de los saberes dificulta un poquito que la creatividad sea más transversal, que se pueda aplicar a muchos ámbitos y, de nuevo, que nos permita utilizar el arte como un proceso. Entonces, yo creo que el valor del arte está en todo eso y que, por tanto, si hay pensamiento crítico, creatividades, empatías, todo eso se puede aplicar a muchas disciplinas. Puedes aprender lengua y cuando te toque la unidad de teatro, puedes hacer teatro en lugar de tener que memorizarlo y luego tener que hacer un examen. Cuando te toque hacer otro trabajo en matemáticas, puedes entender lo que está ocurriendo a través de la música, los diferentes fenómenos armónicos. Y, además, si le damos la vuelta y le damos una última vuelta más, podemos hacer una obra de teatro que incluya música, en la que compongamos, en que se pueda estudiar filosofía por el texto y se pueda hacer en las residencias de personas mayores del barrio. Todo esto es maravilloso y muy difícil de hacer en las escuelas porque por lo general faltan recursos y se requieren muchos mecanismos que todavía no están preparados. Pero yo creo que el verdadero valor del arte ocurrirá en educación cuando entendamos que el arte lo puede hacer absolutamente cualquier profesor, porque, si no, lo que estamos capando es la creatividad, y la estamos profesionalizando. De hecho, es más o menos curioso, porque ya no es solo que existan los artistas, que son los creativos, que muchas veces cuando nos llaman de la compañía para hacer algún proyecto es como: “Venid, que sois creativos vosotros”. Y es como: “No, vamos a ver, sí que es cierto que hemos trabajado un poco más y que hemos estado en el escenario, pero vosotros y vosotras también”. Ya es que incluso nos hemos inventado la figura profesional del creativo, que es una persona que viene a los equipos y es “el creativo”. Entonces yo creo que, si conseguimos hacer que la educación tenga el arte en todas las asignaturas de manera práctica y colaborativa, pues bueno, la creatividad se ve un poquito más generalizada, con todo lo que conlleva: ese pensamiento crítico y esa capacidad de cuestionar las cosas.
Simplemente es demostrar que tú, como persona, aunque seas un poco más joven que yo y aunque sepas algunas cosas menos que yo, tu opinión importa y tienes que aprender a gestionarla para que cuando quieras transmitirla, para que cuando quieras cambiar algo, ya lo hayas practicado en un entorno seguro que es una escuela, de tal manera que luego, cuando salgas y quieras cambiar algo en tu barrio, en tu entorno, pues tendrás los recursos para poder hacerlo. Sabrás no frustrarte tanto. Sabrás frustrarte mucho y sabrás cómo se gestiona eso. Sabrás enfadarte más o menos, entenderás esos canales. Entonces creo que la educación será mejor cuando tú formes parte de las decisiones que implican tu aprendizaje. ¿Cómo es tu escuela? ¿Cómo son los muros? ¿Cómo son las paredes? ¿Cómo te llevas con el profesor? Sobre todo, la sociedad, por tanto, será mejor cuando todas las personas sepan participar de una manera lógica, ordenada, o ilógica o como quieran, pero tengan las herramientas para, si quieren, poder hacerlo. Además, yo creo que hay un pequeño riesgo cuando se habla de estas cosas de participación estudiantil, que es que muchas veces nos imaginamos inmediatamente o al alumnado quejándose y presentándose con una hoja de reclamaciones de: “¡Quiero esto!”. O al Consejo Escolar, más típico, en el que hay personas representativas de todo el centro y un par de alumnos. Ahí hay algunos riesgos: por un lado, creer que solo existen esos canales y, por otro lado, que muchas veces los delegados de clase o los representantes del alumnado muchas veces son personas que no son representativas de todo el alumnado. A mí me pasa mucho. Muchas veces me invitan a los congresos como: “Tú, que eres el joven…”. Te llaman “la voz de los jóvenes” y generalizan. Me lo dicen abiertamente, con mucho cariño y sin ninguna maldad. Yo no represento… Yo soy una persona y además soy una persona que, por lo general, ha asumido las formas de participación de generaciones anteriores. Me presento a un congreso y puedo hablar, pero hay personas que son más jóvenes o que son diferentes, que no quieren participar así, que no quieren ser delegados o que están… Bueno, que tienen otro contexto y no quieren participar de esa manera.
Entonces hay otros modelos de participación estudiantil que funcionan muy bien. Hay asambleas donde todo el centro se puede reunir y, con metodologías muy concretas, se pueden sacar conclusiones muy útiles y maravillosas para que el centro mejore de una manera horizontal en base a acuerdos. Y luego, por otro lado, no toda la participación ocurre de manera macro. También hay un modelo de participación que puede ocurrir en un aula, incluso cuando hay un alumno y un profesor, y son prácticas tan sencillas como: cuando llega el alumno, preguntarle qué tal, dejar espacio para que pueda manifestar cómo se siente ese día, que tú tengas un espacio en clase para poder decir: “Hoy estoy mal”, “hoy estoy bien”, “hoy me ha dejado el novio”, “hoy me ha pasado tal”, lo que sea. “Hoy no he podido estudiar por esto y por esto”. Eso también es participación, eso hay que tenerlo en cuenta. Son cosas muy micro, que son muy pequeñas y son muy accionables, pero que poco a poco van construyendo una especie de pirámide en la que la participación deja de ser un hecho consultivo de “Oye, hemos pensado esto. ¿Qué os parece?” a ser un hecho que ocurre desde la base. De un alumno a un profesor. Puedes dar tu opinión con esa persona y lo vas construyendo poco a poco, hasta la asamblea, hasta el consejo o hasta el órgano que pueda decidir en toda la escuela. Entonces, creo que también hay que quitar esa visión de que la participación es agresiva, porque no tiene por qué serlo, puede ser constructiva y puede ser mucho más horizontal.
Entonces esto que he planteado como un ejemplo absurdo, en realidad, es una tendencia que últimamente es preocupante. No se nos está eliminando la capacidad que tenemos las personas de imaginar futuros que sean deseables, pero que ‘a priori’ no parecen plausibles, pero que pueden ocurrir. Un ejemplo negativo y muy claro es la cuestión climática. Creo que es algo tan lejano que no somos capaces de imaginarnos la cantidad de problemas tan graves que nos puede generar a las personas, a la sociedad en común. Entonces, como no entendemos que es plausible… ¿Por qué no lo entendemos? Porque no nos llega ‘input’ para hacerlo, pues no conseguimos dimensionar que, ostras, esto es un problema grave. Pero esto, si lo miramos en narrativas como más genéricas, más audiovisuales, también es muy común. Nos hemos enamorado de las distopías, hemos creado una tendencia artística que es que… Yo qué sé, ‘Don’t Look Up’, la peli del meteorito que nos está hablando de que el mundo se va a acabar. ‘Black Mirror’ nos encanta a todo el mundo, pero son distopías hiperagresivas. ‘El cuento de la criada’, también. Todo esto. Todo va a acabar mal. Hemos asumido como sociedad que todo va a acabar mal. Se nos ha eliminado la capacidad para imaginar, pues oye, que igual, no, pero no por ser naíf o por ser optimista o positivista. Simplemente porque igual hay una tendencia que no estamos entendiendo, unos datos que no alcanzamos a entender, que no estamos plasmando en las narrativas que pueden movilizar. Y esto es un riesgo muy grave, porque la sensibilización… Estas campañas tan distópicas de “Si sigues así, mira lo mal que te va a ir” sensibilizan muy bien, pero no movilizan. Para movilizar a un colectivo, a una sociedad, al mundo en general, necesitas convencer, necesitas imaginar que puede haber una alternativa que sea positiva, pero no positiva desde una perspectiva como optimista, sino de que puede acabar bien. Y para ello necesitamos ampliar esas miras. Y el arte es la herramienta para eso. Necesitamos películas que nos enseñen que, ostras, igual sí que hay alguna idea. Hay algo que se nos está escapando, hay algún dato que no conocemos que puede hacer que acabe bien todo esto, que puede hacer que resolvamos de verdad o que sobrevivamos y que superemos esta crisis climática en la que estamos, por poner un ejemplo concreto, pero lo podemos aplicar a todo.
Necesitamos más ‘Star Trek’, necesitamos más ‘Star Wars’. Necesitamos esa creatividad de la ficción que en realidad a veces sí que se cumple. Y con eso se corre un poco el riesgo de pensar que son solo pelis. Conozco proyectos que en lo local lo están haciendo muy bien. Por ejemplo, hay un proyecto que se llama Memento que, a través del tatuaje en la piel, revaloriza el patrimonio intangible de las ciudades. Esto que es una frikada en realidad lo que hace es juntar a gente que tiene tatuajes, que además suele venir de contextos un poco vulnerabilizados, y comparten su historia. “Pues mira, yo me hice este tatuaje porque tal”. “Tenía una situación mala y, por tanto, pues mira, decidí hacer esto”. De tal manera que al final, algo que ‘a priori’ entendíamos como un dibujito que te haces porque un día te has levantado contento o porque te enamoraste y luego intentas a ver si lo disimulas… De repente tiene otras historias. Hay una narrativa alternativa sobre lo que puede ser el tatuaje y de repente queda algo precioso, maravilloso, alrededor de un concepto tan estereotipado. Y hay otro proyecto que además para el tema climático nos viene muy bien. Loubé es una ilustradora que es psicóloga ambiental e ilustra temas de biodiversidad, animales, pájaros, sobre todo, aves, sobre todo, pero en general biodiversidad, que se dio cuenta de que todas las narrativas que tenemos alrededor nos hablan de animales que son muy monos. Nos encantan los osos panda y nos quieren convencer de que se van a acabar los osos panda. Ya, ¿pero qué está pasando en tu pueblo? ¿Cómo se llama ese pájaro? ¿Sabes que eso es un mirlo o no sabes que eso es un mirlo? Entonces, se ha dado cuenta de que había una narrativa tradicional en la que hablábamos de la biodiversidad como una cosa ajena, ¿no? Entonces decidió utilizar el arte para crear una narrativa diferente, porque cuando tú sientes algo más cercano, más propio, pues igual sí que podemos hablar de los peligros del medio ambiente tal y como lo estamos tratando. Entonces ilustra animales de manera muy divulgativa, hace láminas, hace cosas preciosas y hace una cosa que para mí es la clave: coge un muro de una escuela y pone a todos los niños y niñas a pintar los pájaros que tiene la zona y a explicarlos y trabaja con ellos.
Y van a verlos y coge los temáticos y los ven. Y entonces de repente ha creado una narrativa muy innovadora, muy participativa, que hace que algo que ‘a priori’ tu concepto de eso se basaba en estereotipos, de repente digas: “Es que tengo una cantidad de fauna alrededor que no estoy cuidando y que no estoy valorando”. Entonces el arte nos puede ayudar a imaginar escenarios en los que cuidemos esa fauna o que los tatuajes sean algo maravilloso que permite generar tejido de barrio. Yo creo que a nivel macro necesitamos grandes producciones, por favor, que nos digan que esto va a acabar bien de alguna manera lógica, pero también necesitamos que de manera más cercana practiquemos ese tipo de arte que nos permite creer que nuestro barrio va a estar mejor la semana que viene. Y, de hecho, es viable que esté mejor la semana que viene.
Es como: “Bueno, eso parece un problema”. Hay una cosa como romántica alrededor de todo eso, pero no entendemos científicamente lo que está ocurriendo detrás. Nos faltan datos, nos falta información, nos falta acceder a ella con cercanía. Y el arte es una herramienta bastante útil en ese sentido para poder acercarlo mejor a todas las personas, no solo a los peques. Nosotros, por ejemplo, en Kubbo tenemos un programa para infancia, para unos seis, siete, ochos años más o menos, que se llama Arts for Future en el que les explicamos estos conceptos tan complejos y luego tienen que transformarlos en un espectáculo. Les hablamos de la acidificación de los océanos, hacemos dinámicas muy divertidas, pero solo con darles eso, si no lo aplican a algo, si no lo entienden… Ellos no pueden resolver el cambio climático con seis años, ¿no? Pero utilizamos el arte para que luego conviertan eso en un espectáculo de percusión, de electrónica y de danza. Y les damos un cubo de pintura vacío, evidentemente, y les decimos: “¿Cómo suena la acidificación de los océanos?”. Y de repente el crío coge y dice: “Bueno, si el océano está ahí abajo, pues voy a hacer así”. Y te hace una ‘performance’ sobre la certificación de los océanos. Y detrás de ese proceso, detrás de todo lo que ocurre en los escenarios en general, de toda la actuación escénica, hay un montón de cosas de aprendizaje. Has tenido que más o menos repensar qué es la acidificación de los océanos, eso que te ha dicho ese señor o ese vídeo que te han puesto de Greta, y has tenido que reinterpretarlo para transformarlo en una ‘performance’ artística. Eso implica asimilar un montón de cosas en cuestión de minutos, de segundos. Entonces, creo que el arte es muy importante para eso, para ayudar a asimilar conceptos que son hiper, hipercomplejos, incluso cuando son personas muy pequeñitas. Y os propongo además una dinámica más o menos como las que hacemos con ellos que voy a hacer con la marimba, que no sé si me permitís, si me la podéis acercar un poquito. Vamos a hacer la misma dinámica. Voy a preguntar, ya que habéis conocido, habéis descubierto un poco las posibilidades que tiene el instrumento tanto en la parte de madera como en la parte de abajo, los tubos y todo… Os voy a hacer algunas preguntas y me vais a ir diciendo cómo os suena lo que os digo, cómo creéis que sonaría. Y lo primero que vamos a hacer… Os voy a pedir que generemos tres niveles con la mano: aquí abajo, aquí en el medio y aquí arriba.
A ver. Abajo, medio… ¿Veis qué bien? Esto va a ser grave, medio, agudo. Cuando digo “grave” me refiero a esta zona. Cuando digo “medio”, a esta, y agudo. Entonces yo voy a ir diciendo algunos conceptos a ver si sois capaces de resignificarlos y transformarlos en narrativa artística. Si, por ejemplo, os digo… Si os digo la palabra “azul”, ¿sonaría grave, medio o agudo? Una, dos y tres. Eso es un bajo, medio, más o menos. Nadie ha dicho agudo, ¿no? Sonaría más o menos por aquí. Esto podría ser algo azul. Claro, ¿qué vais a decir que no si tenéis la cámara mirando? ¿Pero por qué? O sea, ¿por qué el azul suena grave? ¿No? Ahora vamos a hacer otro ejercicio. ¿El océano qué es? ¿Grave, medio o agudo? ¡Ah, mira, ha habido ahí un agudo! ¿Por qué? ¿Cuál es tu nombre?
“El arte es un proceso inevitablemente social”
Así que muchísimas gracias. Después de este momento tremendamente tierno, preparación, que vamos a tocar. Pues dentro música.