“Aprender es el oficio más bonito del mundo”
Joan Roca
“Aprender es el oficio más bonito del mundo”
Joan Roca
Chef
Creando oportunidades
"Seguir aprendiendo mantiene viva la pasión para ser creativos"
Joan Roca Chef
Joan Roca
Considerado uno de los mejores chefs del mundo, Premio Nacional de Gastronomía y referente internacional de la cocina de vanguardia, Joan Roca dirige junto a sus hermanos el restaurante El Celler de Can Roca, en Girona, galardonado con tres Estrellas Michelín y tres Soles Repsol. Su pasión por la cocina nació en los fogones del restaurante familiar, donde los hermanos acudían cada tarde al salir del colegio. “De nuestros padres aprendimos no solo a amar la cocina, sino esta forma tan peculiar de entender la hospitalidad como forma de vida, la generosidad, la capacidad de compartir y el esfuerzo”, explica Joan Roca.
Después de estudiar en la Escuela de Hostelería y Turismo de Girona y viajar por el mundo aprendiendo con los mejores, el chef regresó como profesor a su escuela al mismo tiempo que seguía experimentando en la cocina de El Celler. “No se trataba solo de enseñar, sino de mantener a los alumnos motivados y comprometidos; de mantener sus ganas de seguir aprendiendo cuando se van. Porque de aprender no se acaba nunca: ese es el oficio más bonito del mundo", concluye el cocinero.
Transcripción
Esto lo aprendimos de nuestros padres, de pequeños veíamos cómo trabajaban muchas horas. El restaurante no cerraba nunca cuando éramos pequeños. Trabajaban con naturalidad, eran felices haciendo feliz a la gente. Nosotros, poco a poco, nos fuimos enamorando de esa forma de vida y de esa forma de transmitir generosidad, hospitalidad, autenticidad y decidimos que queríamos dedicarnos a esto, ¿no? Tuvimos la fortuna de que en Gerona había una escuela de Hostelería, en esa época no había muchas escuelas en España. Tuvimos la suerte de que, como os decía, en Gerona había una, había otra en Madrid, la de la casa de campo, y pudimos estudiar aquello que intuíamos que nos gustaba.
"Nunca se acaba de aprender. Siempre seguimos aprendiendo cosas nuevas"
Ya habíamos aprendido en casa. Afortunadamente aprendimos a cocinar con mi abuela, con mi madre. La cocina era un espacio cómodo, confortable, para mí. Yo enseguida me encontré bien allí. Josep se ponía detrás de la barra y le encantaba llenar las botellas de vino en unas botas que había en un sótano debajo de la cocina. Así que, de forma natural, nos repartimos de pequeñitos los papeles para ayudar y aprender. La escuela nos aportó el conocimiento, también, necesario desde el punto de vista académico de una profesión. Curiosamente, en aquella época no era muy normal o muy habitual ni querer ser cocinero ni querer ser camarero. Esto ahora afortunadamente es muy distinto, pero en aquel momento no era fácil. Así que yo tuve que convencer a mi tutor de octavo de la antigua EGB, que es lo que estudiábamos nosotros, para que entendiera que yo quería ser cocinero y que había una escuela donde eso se enseñaba.
Él decía: “¿Pero esto se estudia? Esto se va a trabajar a un lugar y ya está”. “No, no, no. Hay una escuela y esto se estudia”. Así que le convencí, convencí a nuestra madre, no fue tan difícil. Ella entendió rápidamente… Ella representa la parte romántica de este oficio, y rápidamente entendió que a mí me gustaba esto, pero tuvimos que convencer a nuestro padre que es mucho más pragmático, y a nuestra abuela, que decía: “No, no, no. Tenéis que ir a trabajar a un banco que ahí hay aire acondicionado y ahí se está mejor que en una cocina”. Y decíamos: “No, no, que a nosotros nos gusta estudiar esto”. Bueno, en cualquier caso, lo que sí hemos visto en todo este periodo, en toda esta trayectoria, es que de aprender nunca se acaba. Siempre hemos seguido aprendiendo cosas nuevas, desde que empezó el periplo de abrir un restaurante, nosotros, muy jóvenes, con 22 años yo y 20 Josep, decidimos abrir el Celler de Can Roca, en un lugar absolutamente inadecuado para abrir un restaurante gastronómico que era el barrio en el que nosotros vivíamos.
Para nosotros era el mejor barrio del mundo porque era nuestro, pero era un barrio, como os decía, obrero, en las afueras de una pequeña ciudad… con lo cual era una tarea o un proyecto, por lo menos, atrevido. Probablemente, también, inconsciente. Pero éramos jóvenes con ganas de trabajar, un poco idealistas y un poco románticos. Así que ahí empezaron esos primeros pasos en el Celler, año 86. Donde, como os decía, abrir un restaurante era difícil, pero abrir un restaurante gastronómico era, en fin, un proyecto complejo. Fuimos aprendiendo. El primer paso es aprender a gestionar un pequeño negocio, hacerlo viable, hacerlo sostenible. Y luego, evidentemente, llevamos todos, y en este caso, los tres, un cierto inconformismo pegado a nuestra forma de ser que hace que este restaurante que empezó a consolidarse poco a poco, para nosotros era cada día un reto nuevo hacer cosas distintas.
Era el momento de la ‘nouvelle cuisine’ francesa; nos íbamos a Francia, nos sentábamos en los grandes restaurantes para aprender, para ver qué estaba pasando. Comprábamos todos los libros que publicaban nuestros héroes: Bocuse, Gérard, Chapel, Troisgros, Senderens, Georges Blanc… Los grandes cocineros franceses de esa época. Eso era lo que nos inspiraba, lo que nos movía, pero sobre todo, nos movía aprender. Aprender más. Veíamos que estábamos en un mundo donde cada input era una lección, cada lugar en el que nos sentábamos era una lección, cada libro que abríamos era una nueva lección y cada cocinero con el que hablábamos era una lección. Esto que pasaba hace 30 años, 25 o 30 años, afortunadamente sigue pasando. Para nosotros, lo más importante del oficio que hacemos, y eso pasa en muchos oficios, es seguir aprendiendo.
O sea, el hecho de seguir aprendiendo nos mueve, nos motiva, mantiene viva la pasión necesaria para seguir siendo creativos, para seguir haciendo cosas nuevas, para seguir atendiendo a ese público que viene al restaurante con las expectativas muy altas cuando vienen a un restaurante como es el Celler de Can Roca. Así que, afortunadamente viajamos mucho; vamos a muchos lugares donde hay cosas nuevas por ver, por aprender… nuevas técnicas para aprender y, luego, aplicar a tu restaurante. Es decir, que es el oficio de seguir aprendiendo. Yo he estado durante 20 años vinculado a la formación. En esa misma escuela a la que fuimos un día a estudiar, yo entré de profesor y estuve 21 años compaginando lo que os he contado de la evolución del restaurante. Afortunadamente, la escuela estaba en el barrio de al lado del nuestro, con lo cual estaba muy cerca y podía ir y enseñar.
Y, al mismo tiempo que enseñaba, aprendía. Para mí, estos 20 años de formación fueron, también, una forma de seguir aprendiendo. ¿Por qué? Porque para enseñar tienes que saber, tienes que acumular conocimiento para sentirte cómodo enseñando, y esto te obliga a seguir aprendiendo. Pero, además, aprendía y mucho, de mis alumnos, de la gente que venía a aprender. Todos venían de algún lugar distinto, como vienen ahora muchos jóvenes de muchos lugares del mundo que vienen a aprender al Celler de Can Roca. Aprendemos mucho de los chicos que vienen a aprender. Es una simbiosis, es un intercambio de conocimiento. Todos tenemos unas vivencias, y en esto de la cocina es maravilloso porque, de una forma u otra, todos estamos conectados con la cocina, con la alimentación, obviamente, pero también con la cocina. Todos tenemos una memoria gustativa, unas vivencias y un aprendizaje hecho. Compartirlo es fantástico, porque todo el mundo acaba aprendiendo de esto.
Así que os animo a seguir aprendiendo en lo que hagáis porque este es el oficio más bonito del mundo, aprender, de lo que sea. Pero no quiero que sea un monólogo, quiero que sea un dialogo, así que adelante.
Allí dedicamos tiempo, recursos, medios, para formar a nuestro equipo. Al equipo estable, pero también al equipo que viene y se forma en periodos de cuatro meses con nosotros, que es algo muy habitual en los restaurantes, y que intentamos dedicarles tiempo y energía para que puedan, realmente, aprovechar ese tiempo que pasan con nosotros. Evidentemente, también, viajamos. Y cuando viajamos, en cada ciudad en la que nos instalamos, estábamos una semana cocinando, íbamos a escuelas de cocina, dábamos clases magistrales los tres hermanos, que esto es un lujo porque es difícil juntarnos a los tres en un aula. Y eran clases que yo creo que estaban muy bien, muy interesantes porque intentamos contar todo. O sea, contar en una lección cómo es el Celler de Can Roca y cómo lo hacemos nosotros allí. Es decir, compartimos conocimiento. Y, después, algunos de estos alumnos nos ayudaban a preparar las cenas. Es decir, que conocían más y mejor lo que hacíamos.
Y, además de esto, seleccionábamos a tres para que vinieran a Gerona y estuvieran con nosotros cuatro meses. Esto, también es un proyecto formativo, pero sobre todo es un proyecto, también, social que encaja con nuestra forma de ver esto y de entender, también, de entender el papel que debemos jugar los cocineros en la sociedad actual en la que se nos tiene muy presentes, entonces, para nosotros esto es una responsabilidad añadida que tenemos que llevar de la mejor forma posible. Y hacer este tipo de acciones, y comprometernos con este tipo de proyectos tiene mucho sentido.
Que luego sea un arte o no, es lo que decimos, puede ser muy discutible. Lo único que debe tener la comida es ser sabrosa, que guste a quien lo va a comer y que, quien lo cocina piense, sobre todo, en quien lo va a comer y no tanto en él. Por lo tanto, dejo abierto el debate de si es o no es arte la cocina. A nosotros nos halaga mucho cuando un cliente nos dice: “Sois unos artistas. Esto que hacéis es arte”. Decimos: “Gracias”. Gracias porque quiere decir que le ha gustado, que le ha llegado, le hemos transmitido algo a través de los platos que ha comido, pero después nos quedamos con la duda de si es arte o no. Seguimos con esa duda.
¿Qué hemos conseguido con esto? Ayudar a conciliar. Poner nuestro granito de arena a la conciliación. También lo hemos hecho conscientes de que lo que pasa en el Celler de Can Roca tiene una trascendencia. Asumimos la responsabilidad de un restaurante que tiene un cierto protagonismo, cierta relevancia, y todo lo que hacemos se acaba viendo, observando, y por eso a veces hacemos pasos apelando a esa responsabilidad. Y ese es uno de ellos, empezar a romper esa dinámica de vincular ese oficio al sacrificio. Porque nosotros mismos hemos visto, seguro que vosotros también, a muchos jóvenes con talento que en un momento dado han dicho: “Mira, voy a cambiar de oficio porque me he casado, tengo una familia y no puedo seguir con este ritmo de vida. Con ese horario partido”. Con esa franja de las tardes que, según donde vivas, si no vives encima del restaurante no puedes aprovecharlas y que acabas volviendo a tu casa por la noche muy tarde. Que no ves a tus hijos y eso es difícil. Lo he visto muchísimo.
Hemos innovado en tecnología, hemos innovado en máquinas, nos hemos inventado máquinas o hemos descontextualizado máquinas de un laboratorio y las hemos usado en cocina para conseguir cosas que no podíamos conseguir con los medios habituales. Hemos sido muy inconformistas siempre. Y hemos estado siempre muy vinculados a ese mundo tecnológico que nos permitía poder avanzar y hacer cosas nuevas, distintas e innovadoras. ¿Cómo podemos hacer que los chicos, los jóvenes, se involucren en la innovación? Yo creo que, bueno, no lo sé, pero yo creo que es fácil. De hecho, lo he visto con mis hijos. Es mucho más fácil para ellos entrar en ámbitos de las nuevas tecnologías, por ejemplo, y son capaces de adaptarse con mucha facilidad a los cambios que la sociedad y los retos están proponiendo.
Para mí creo que es muy importante en las edades tempranas, incentivar la creatividad, proponer retos para que sean creativos y que dejen volar la imaginación. Los niños son muy imaginativos y hay que tener esa flexibilidad para enseñar de forma que ellos puedan aportar, sobre todo, ingenio, imaginación, creatividad, poner retos creativos… Creo que esto es importante y les va a venir bien en el futuro.
Claro, hubo un momento en que ya pasamos un poco la frontera. En que ya os hablaba de un destilado de tierra con ostras. Eso está inspirado en un mar y montaña, pero no tiene nada que ver con un mar y montaña. Ese nunca se lo dimos a probar a nuestra madre porque sabíamos lo que nos diría: que nos fuéramos a freír espárragos. Porque claro, hay un momento que esa evolución, traspasa la conexión directa con la memoria. Es la inspiración la que nos lleva a hacer un destilado de tierra con ostras, pero es que acaba siendo otra cosa. ¿Es un mar y montaña? Sí, porque hay tierra y hay mar. Pero, ¿es un mar y montaña clásico? No, no tiene nada que ver. No hay ni sofrito, ni picada, ni pollo, conejo o lo que sea con langosta, o cigalas, o gambas. Es decir, que ya estás en otra fase donde la inspiración está ahí, pero la ejecución, o lo que buscas, ya es otra cosa.
Estamos concediéndonos licencias poéticas. Y en ese paso… te he puesto un extremo, el ejemplo es extremo, pero ahí anda el juego. En algunos casos mantenemos la esencia de los sabores, pero en otros no. En otros buscamos directamente la transgresión y, muchas veces, la provocación. También es verdad, que en los restaurantes como el Celler de Can Roca donde el cliente viene dispuesto a jugar, entre comillas, viene con el corazón abierto, con la mente abierta, viene a que le contemos cosas. No viene a que le hagamos un plato tradicional, porque no viene al Celler de Can Roca para eso, ¿me explico? Entonces, la exigencia también nos hace buscar caminos para encontrar discursos largos, que esa es la ventaja de cuando la gente viene entregada, que es que te vamos a dar cositas para probar, vas a probar muchas cositas, en alguno de esos pasos va a haber una provocación, o una transgresión, o algo atrevido, que puede gustarte o puedes decir: “¿Esto que es?”.
Pero, también, digamos que jugamos a esto, jugamos a picarte, a emocionarte, a llegarte al corazón, a trasladarte a algún lugar del mundo, quizá, en alguno de los bocados puedes hacer un viaje. Si has estado en Tailandia y pruebas una cosita que servimos al principio y tal, igual en ese momento te vas a un lugar en el que tú has estado, o igual te contamos un paisaje en un plato, o te contamos algo. Buscamos todas esas cosas, es complejo contar cómo esa parte de memoria y de vivencia, y de tradición es un punto de inspiración importante, pero jugamos mucho con ello.
De hecho, ni tan solo esos reconocimientos llenan un restaurante. El éxito de un cocinero es que sea feliz haciendo lo que le gusta. Y el éxito de un restaurante es que esté lleno de clientes, esto es más importante que tener una estrella. Tenéis a vuestro alcance tal cantidad de información que tenéis que aprovecharlo, o sea, aprender. Leer, no solamente estar pendiente de lo que proponen los medios audiovisuales, que es probablemente lo más fácil, sino que, también… y nosotros esto lo hemos hecho mucho y, ahora, más que nunca, nos hemos puesto a rebuscar en libros antiguos de cocina buscando inspiración, leer. Los libros de cocina no están ahí para… hay estanterías maravillosas de libros de cocina. En algunos solo hay recetas y esos, quizá, no aportan mucho, o sí. Las antiguas, por ejemplo, sí aportan. Aportan cosas muy interesantes, combinatorias que se hacían hace 300 años y que no tenías ni idea de que se hacían entonces. Te dan ideas de cosas que no se te habían ni ocurrido a ti y que no sabías que se habían hecho ni que se podían hacer, por ejemplo.
Pero luego hay, actualmente, publicaciones de cocineros donde vuelcan en estos libros muchísimo conocimiento y eso lo tenéis que aprovechar. Es decir, que en el aprendizaje hay algo de esfuerzo y de tiempo dedicado a esto. Así que yo lo que os recomiendo, sobre todo, es que dediquéis tiempo al aprendizaje.
Hasta que en los años 60 empezó a cambiar y los cocineros empezaron a abrir sus propios restaurantes, sus casas, cosas inicialmente más humildes, pero que poco a poco fueron cogiendo empaque y fueron teniendo el protagonismo que ahora vemos aquí. Esto empezó en los 70 en Francia en los 70, 80, 90, luego ya en los 90 aquí. Y ahora mismo en España tenemos, probablemente, unas de las cocinas más aclamadas y más valoradas del panorama mundial. Sobre todo, por lo que ha representado la cocina española en forma de innovación y en forma de creatividad. Una revolución importantísima que ha hecho que los cocineros tengamos nuestras propias estructuras, nuestros restaurantes, esa libertad necesaria para hacer lo que queríamos hacer y la sociedad también ha evolucionado. De la misma forma, estos hechos históricos de los que os hablaba condicionan cambios sociales importantes.
La sociedad actual es una sociedad que tiene interés por la gastronomía. ¿Por qué? Porque sabe que la gastronomía es mucho más, es salud, es economía, es ocio, es bienestar, también es sostenibilidad, es ecología… Con lo cual, la cocina ya no es solo unos cocineros cocinando y haciendo cosas, si no que la cocina tiene otra dimensión mucho más importante. Y los cocineros estamos ahí, somos los actores de ese nuevo mundo que, a veces, pienso sinceramente que estamos sobrevalorados porque hay gente en esta sociedad que hace cosas mucho más importantes que los cocineros. Pero bueno, entiendo que el papel que nosotros desarrollamos tiene que ver con ese interés de la sociedad por esa dimensión más amplia que tiene hoy en día la cocina, y que va a todos estos campos mucho más abiertos y todo conectados.
Todo esto ha conllevado, también, un montón de transformaciones en el restaurante, de cambios. Porque a veces hay cosas que pasan que no te llegan a ti y no puedes resolverlas porque uno por el otro nadie se atreve a decir que esto habría que cambiarlo, esto habría que mejorarlo… En cambio, de esa forma, la circulación de ideas, de sensaciones, de emociones, fluye con mucha más facilidad. Y los dos podemos mejorar muchísimo más las cosas que acontecen al equipo. Por ejemplo, lo último es la doble brigada. El poder hacer ese doble turno. Muchísimas cosas, pequeñas o grandes, cambios importantes o no tan importantes que han transformado la convivencia de un equipo que, para nosotros es lo más importante que tenemos.
Un bacalao a 55 grados exactos para que la jugosidad, la gelatina, se mantuviera de una forma estable, sobre todo, que fuera fácil de reproducir. Que pudieras dar regularidad en los resultados del restaurante. Esa fue una pequeña revolución, el plato de ese momento fue ese bacalao. Luego empezamos a destilar y a captar aromas volátiles. Hicimos esa ostra con un destilado de tierra, ese fue otro de los platos icónicos que, sobre todo, contaban una nueva técnica. Nuevas formas de cocinar. Otro fue los pulpitos con humo de pimentón, donde el humo ya lo incorporábamos en un plato en el que aparecía como un complemento olfativo al gustativo. Donde ya el humo se incorporaba de una manera natural y eso es una de las cosas que empezábamos a hacer en el Celler y que ahora se ha reproducido técnicamente en muchos lugares.
Por lo tanto, disculpa que la respuesta no sea corta, pero es que no puede serlo, y seguiríamos así y encontraríamos muchos. Y me has preguntado, también, uno que no funciona. Seguramente hay muchos, pero recuerdo uno y lo recuerdo porque era de los primeros platos que hacíamos inspirados en la cocina tradicional. Nos dimos cuenta un día de que el agua de hervir las alubias si lo metíamos en una batidora, en una Kenwood, se montaba como si fuera clara. Como si fuera clara de huevo. Y claro, nos pareció algo fantástico, algo genial. Entonces, dijimos: “Ya está, en lugar de hacer l’empedrat…”, una especie de esqueixada, l’empedrat es un plato de alubias con bacalao, con pimiento rojo, pimiento verde, aceitunas negras, una ensalada tradicional en Cataluña. Entonces lo que hicimos fue decir: “Bueno, pues vamos a hacer un empedrat sin alubias, sino con el agua de hervir las alubias montada”. Nos parecía algo genial. De repente, un plato sopero lleno de espuma, de agua de alubias montada, con el bacalao, el trocito de esto… Esto debía ser en los años 90. Hace mucho tiempo.
Yo recuerdo, porque me quedé con la cara… porque antes teníamos la cocina que veíamos una parte del comedor. Un señor que se iba a comer esto, lo vi, lo vi de cara. Entonces, cuando le llevamos el plato, la cara que puso dije… Evidentemente no le pudimos retirar el plato, pero yo se lo hubiera retirado. La cara que puso de: “¿Esto qué coño es?”. Entonces, a pesar de que la idea era genial, porque estaba muy bien, ese plato no lo volvimos a hacer. Luego esa técnica la hemos usado en otras cosas. Pero ese plato no siguió, no lo volvimos a servir. Se quedó atrás. Entendimos que la idea era buena, pero había que repensar el plato. Seguramente esto ha pasado en otros platos, seguro, pero este lo recuerdo muy bien porque se me quedó grabada la cara del comensal que no veía que yo le estaba viendo, pero evidentemente, es lo que decíamos antes de los errores, que hemos cometido seguramente muchísimos en muchas cosas raras que hemos hecho que, quizá, no se han entendido. Pero nosotros hemos tenido siempre esa capacidad y esa flexibilidad para reconducir este tipo de platos o de ideas y darles la vuelta, repensarlos y hacerlos de otra forma.
Una experiencia maravillosa que hace que vuelvas convencido de que tu cocina sigue siendo la de las raíces, la de la tradición, la cocina con la que has aprendido, la que se hace en tu entorno, es la base, sigue siendo la base, pero tiene cada vez más inspiración global. El Celler de Can Roca es un lugar mágico, un lugar fantástico, es como una fábula. Lo cuentas ahora y parece un cuento. Tres hermanos que con esfuerzo, con trabajo, pero que, además hemos tenido reconocimientos inimaginables. Probablemente todos los que se dan a un restaurante a nivel internacional los hemos recibido. Con lo cual me siento agradecido a la vida, afortunado y, también, me gustaría lanzar un mensaje de que todo esto es posible con esfuerzo, con tenacidad, con trabajo, con pasión, con ilusión… Es cuestión de no dejarse llevar por los errores o fracasos que también hemos tenido nosotros y que todo el mundo comete y que, por lo tanto, hay que levantarse, volver, seguir, seguir adelante.
Tenemos que ponernos retos que sean posibles, por eso, a veces, a la gente joven… Estaba hace poco en un acto de graduación de los primeros graduados universitarios en Ciencias culinarias y gastronómicas, que esto era impensable hace años que hubiera un grado universitario de cocineros, y ahora ya hay cocineros universitarios. Es maravilloso. Estaba en el acto de graduación, yo di la clase inaugural y di la última de este grado y les decía: “Poneos retos asumibles”. Es decir, cosas que se puedan hacer. Poco a poco, pequeños retos. Primero, abrir un pequeño restaurante. El reto no tiene que ser tener una estrella Michelin, sino si queréis abrir un restaurante, el reto tiene que ser abrir un pequeño restaurante. Un pequeño restaurante. Algo que tiene que ser asumible, pequeño. Lo más importante es que, cada día, cuando os vayáis a dormir estéis contentos de lo que habéis hecho, esa es la clave de todo. Los grandes retos ya irán llegando, no digo que no tengan que estar ahí presentes, pero los primeros tienen que ser pasos asumibles, cosas que se puedan realizar, y poco a poco ir construyendo. Todos podemos tener un sueño, claro que sí, hay que tener un sueño. Si no lo tienes tampoco pasa nada, ya aparecerá, tampoco es imprescindible, sobre todo, con la gente joven que está acabando una carrera. Pero sí es importante que los retos o los sueños, primero sean retos que se puedan hacer realidad y que así podamos nosotros tener un camino trazado de pequeños pasos que vayan avanzando. Que es lo que hemos hecho nosotros, en definitiva.
Ha sido un placer estar aquí con vosotros, me quedaría horas. Muchísimas gracias por vuestra atención, por vuestra complicidad o por vuestras preguntas. Y, bueno, en el Celler de Can Roca, en Gerona, tenéis vuestra casa. Muchas gracias por todo.