“La educación es el antídoto contra la polarización”
Nando López
“La educación es el antídoto contra la polarización”
Nando López
Escritor y profesor
Creando oportunidades
Educar en igualdad es ir al corazón de la verdadera educación
Nando López Escritor y profesor
Ante la homofobia, callarse nunca es la opción
Nando López Escritor y profesor
Nando López
Nando López es uno de los dramaturgos y novelistas españoles jóvenes más sobresalientes de su generación. La literatura de este escritor finalista del Premio Nadal, está muy relacionada con el universo joven y adolescente que conoce bien gracias a sus más de diez años como profesor en un instituto público y a sus numerosos encuentros literarios con estudiantes de secundaria y bachillerato. Entre sus temas destacan la educación, la intolerancia, la homofobia así como los conflictos más cotidianos de la realidad adolescente y juvenil. Para Nando López, educar en la igualdad y la convivencia es el arma principal de construcción de un futuro próspero para la sociedad: “Educar en la igualdad es ir al corazón de la verdadera educación”.
Autor de novelas como “La edad de la ira” o “Malditos #16” la literatura de Nando López es un canto a la igualdad, a la libertad y a la diversidad; una invitación para que se escuche la voz de los jóvenes. Una de sus últimas obras es “Nadie nos oye”, novela en la que sumerge al lector en algunos de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad.
El autor, se declara un firme creyente del poder de la literatura para, si no cambiar la realidad, sí obligar al lector a reflexionar sobre ella: “Estoy firmemente convencido de que la literatura es una forma de romper nuestra soledad, de romper nuestros miedos y de construirnos, de ser más libres”, concluye.
Transcripción
Por eso mi literatura, que conocéis bien, es muy social, aborda, normalmente, temas tabúes, temas muy controvertidos, pero es que creo que la literatura debe mancharse. Creo que la literatura debe ofrecer interrogantes. Creo que la literatura que va destinada al mundo joven tiene que ser una literatura valiente, una literatura honesta, y una literatura que tenga en cuenta que sois gente muy crítica. Dicho esto, yo ya estoy deseando escucharos, que hablemos y comentemos. Así que nada, os cedo la palabra y quien quiera comenzar, pues yo encantado de responderos.
Y digo que llegué de casualidad a esta decisión que luego ha marcado mi vida y mi trayectoria literaria gracias a La edad de la ira, porque realmente fue así. Lo que pasó con esa novela que, como recordarás por la obra de teatro, tiene un centro, un personaje que es Marcos, que está viviendo una situación terrible de homofobia en su familia. También es una denuncia de una realidad. El tema LGTB está en toda mi literatura porque creo que queda mucho por hacer hacia la verdadera igualdad y ese caso está inspirado en casos reales de gente muy joven que ha vivido, y sigue viviendo, situaciones de opresión y de represión social o familiar.
Marcos se ha convertido casi en un símbolo de todas aquellas personas que han sentido que en algún momento no les dejaban ser con libertad. A partir de ahí es cuando yo, como escritor, me doy cuenta del poder de la literatura porque, de repente, lo que pasa con un libro es que como me veo reflejado en él tengo algo donde abrazarme, tengo un lugar donde existo, ya no estoy solo, mi problema no es único. El convertir un problema que creemos excepcional en un problema compartido, al menos nos ayuda a entender que hay más gente que puede entendernos y también a buscar gente que pueda ayudarnos.
En ese momento lo que ocurrió, para mí, fue absolutamente mágico, y fue que todo el auditorio de jóvenes que había alrededor rompió en aplausos. Este chico se emocionó, el compañero que estaba al lado le dio un abrazo, yo estaba en el escenario y me puse a llorar como un loco. Los actores también. Todos terminamos llorando, pero fue una sensación maravillosa decir: «Estamos llorando de emoción, estamos llorando porque alguien que tenía miedo a ser quien es, se ha dado cuenta de que no sólo no tiene que tener miedo, sino que la gente que lo rodea aplaude que hable. Aplaude que sea él mismo».
Son jóvenes que compaginan el deporte con los estudios, que compiten, están en un centro de alto rendimiento deportivo y sus vidas me parecieron fascinantes porque por un lado me ayudaban a seguir rompiendo prejuicios y etiquetas sobre la adolescencia. Es una de mis guerras como autor y también como profesor, el contar que existe una adolescencia como la que estáis aquí, una adolescencia crítica, una adolescencia que lee, que va al teatro, que le gusta el deporte, que escucha todo tipo de música, que está muy comprometida con la realidad. Esos jóvenes eran así.
Y de ahí llegamos a algo y ahí sí me gustaría compartir un fragmento también, por si queréis comentar algo de él y que lo hablemos, sobre el silencio, de ahí el título: Nadie nos oye, también. Cómo la violencia no solo es el acoso directo de alguien que te margina, alguien que te insulta, alguien que te desprecia, sino también el de quien está mirando y no dice nada.
El hecho de que incluyera este párrafo, donde el personaje es bastante duro y autocrítico, no es una casualidad, vino tanto de la entrevista con estos jóvenes como de los testimonios que he recogido en los encuentros cada vez que ha salido el tema del bullying y del acoso escolar. Me impactó mucho una vez que pregunté por este tema hablando precisamente de Malditos 16, donde hay una chica que llega a intentar quitarse la vida por un caso de acoso continuado.
Y a mí, al respecto de esto, ahora que hemos hablado un poco de estos temas como el acoso, homofobia, machismo, que son temas que están omnipresentes en lo que escribo. A mí sí me gustaría devolveros la pregunta y que me contarais un poco cómo lo veis en vuestro día a día.
Es más cómodo decir que no estamos en una sociedad ni machista, ni racista, ni homófoba, que son los tres ejes de Nadie nos oye, pero por desgracia estamos en una sociedad que tiene esos tres conflictos y vemos muchas situaciones que van en esa línea. Entonces preguntaros qué opináis de eso y qué os gustaría que se hiciera. Sí, tú nombre es…
"No somos normales, somos diferentes. Lo que nos convierte en una sociedad con futuro, es mezclar, sumar diferencias y aprender"
Entonces, me gustaría decir a toda la gente que si tiene amigos cercanos y creen que esos amigos están pasando por esta parte o esta zona, que ese tipo de comentarios realmente ayudan mucho, aunque se pueda pensar que son como inmiscuirse en cosas privadas. Realmente a mí me sirvió de mucho y creo que no soy el único porque eso es muy útil.
La amistad es escucharnos, mirarnos y creo efectivamente, y eso sí que lo he vivido y lo he visto en muchas circunstancias, que lo que tienes que hacer en esos casos, cuando tienes un amigo o una amiga que crees que está pasando por un mal momento, es ofrecerle tu escucha. A lo mejor no tienes que tratar que te diga justo lo que le está pasando. No se trata de pinchar hasta el punto de llegar al dolor. No se trata de ser morboso porque a lo mejor esa persona no quiere contar el qué de una manera exacta, pero el mero hecho de saber: «Puedo hablar, puedo contar», genera un nivel de tranquilidad que va a provocar ese diálogo que tú dices.
Y es lo contrario, creo que cuando estamos mal hay que compartirlo, hay que pedir ayuda, hay que ser sincero, porque eso va a ayudar, primero, a que recibamos ayuda y segundo, a que alguien te diga: «Estoy pasando por lo mismo, me está ocurriendo exactamente igual». Y a partir de ahí generar esa unión y esa solidaridad.
Porque además siempre va a haber un entorno afable, siempre hay alguien a nuestro alrededor, incluso cuando creemos que no, siempre hay alguien que sí es capaz de escucharnos. Es cuestión de saber mirar. A veces nos hemos olvidado de mirar y localizar a esa persona que nos va a oír. Entonces, tender la mano por un lado, pero no esperéis solo a que tiendan la mano, levantad la vuestra para pedir ayuda.
De verdad, que lo hacemos demasiado poco y lo hacemos… Insisto, yo cuando hablo de «lo hacemos» es porque incluyo a todas las edades, creo que culpamos demasiado a la adolescencia de conductas que son absolutamente universales. A todos nos da miedo asumir que tenemos heridas, da igual la edad. Y creo que en cualquier momento de la vida, y especialmente en la adolescencia, hay que expresarlas. Así que muchas gracias por compartir ese recuerdo. Habías levantado la mano también, sí, ¿tu nombre, por favor?
Hago una labor previa de investigación muy meticulosa. Porque yo creo que la literatura, por supuesto, es ficción, pero cuando entra en la realidad de una manera tan directa tiene que tener una base muy firme, porque estás hablando de emociones que llegan a mucha gente y que, además, las han vivido desde dentro.
Cuando lo abrí, ese cuaderno tenía cinco páginas escritas que eran su historia. Y ella contaba cómo había superado una historia muy complicada gracias a leer una novela, a conocer a una de mis protagonistas, en este caso Xalaquia, la protagonista de Los nombres del fuego. Y que leer a una mujer tan fuerte de su edad había hecho que ella tomara una decisión muy fuerte que hacía tiempo que debería haber tomado, y eso había hecho que saliera de una situación muy complicada. Por un lado, sentí una alegría inmensa de ver que la ficción ayudaba a alguien a romper ese miedo. Por otro lado, sentí una tristeza brutal y ahí sí, desgaste, por pensar cómo es posible que exista tanto dolor.
Y es verdad que también eso supone que yo mismo tengo que sacar mis propias heridas de cuando estaba ahí sentado en ese lugar. De cuando estaba en vuestro lado adolescente y cuando era yo, que en mi caso no tuve el valor que sí ha tenido Yasser y que espero que tengáis siempre, de hablar con la gente que me quería de mi entorno. Yo callé, yo silencié muchas cosas. Y, quizá, por eso hoy escribo tanto de gente que rompe el silencio porque a mí, si me dieran marcha atrás en el tiempo, si existiera uno de esos viajes temporales, yo sólo tengo claro que cambiaría una cosa y es que hablaría.
Con 15 años hablaría, porque además tenía el entorno para hablar, pero me pudo el miedo. Entonces, si un libro ayuda a vencer miedos, asumo todo ese desgaste emocional y todo ese desgaste físico que llevan los kilómetros, y kilómetros, y kilómetros que hago cada año porque normalmente cada día de la semana estoy en una ciudad diferente de España hablando con jóvenes de uno de esos libros. Hay días que me levanto y no sé muy bien dónde estoy, pero yo sé que estoy en algún lugar y que tengo que hablar de una de esas historias. Había más manos, ¿verdad? Sí.
Y yo creo que en eso sí que hay que romper todavía ese prejuicio. Sí que hay que avanzar hacia esa visibilidad y, sobre todo, me parece maravilloso lo que has contado porque creo que es muy importante contar experiencias positivas.
A fecha de hoy, por suerte, en el siglo XXI, en 2019, vivimos en un país donde esas experiencias positivas empiezan a ser mayoritarias. Digo «empiezan a ser» porque queda mucho por hacer. Tenemos una ley, por supuesto, pero hay muchas situaciones de desigualdad y de LGTBfobia. Hay más de 70 países en el mundo donde todavía ser LGTB es delito con penas de cárcel o hasta pena de muerte.
Yo creo que la cultura es un arma maravillosa para defenderse de eso y para no perder ni un solo centímetro en el avance social, ni un solo centímetro en igualdad. Y el contar lo bueno, contar lo amable, el contar: «Mis amigas me entienden, mis padres se ríen, me siento bien, me he quitado un peso de encima». ¿Por qué? ¿Por qué tengo que callar algo absolutamente cotidiano, natural, real? Es algo que nos ayuda mucho a ser felices y a ser quienes queremos ser.
En mi caso, por ejemplo, yo otra de las cosas que cuido en mis textos es, es verdad que denuncio situaciones de homofobia, o de bifobia, o de transfobia, pero también me importa mucho hablar de situaciones de éxito social. Quiero que haya… por ejemplo, el final de Malditos 16 donde hay un chico trans que vive una situación muy difícil porque su madre lo apoya, pero su padre no. Está basado en experiencias reales de gente trans que ha vivido esa experiencia y comparte nuestro relato.
Porque no visibilizamos que estamos en otra sociedad y nos quedamos solo con la gente que hace ruido. Yo creo que deberíamos hacer más ruido quienes estamos cambiando las cosas. A mí el ruido que más me gusta de todos los que he oído hasta ahora es esa risa que tú has dicho, esa risa de tus padres cómplices contigo. Así que nada, gracias por compartirlo. Y de mi parte les das un abrazo a tus padres también. Más cosas que queráis comentar.
"La literatura es una forma de romper nuestra soledad, de romper nuestros miedos y de construirnos, de ser más libres"
Ese texto es un texto absolutamente revolucionario, brillante, necesario. O La Celestina. La Celestina tiene uno de los primeros gritos feministas de la historia de la literatura cuando Melibea dice que ojalá las mujeres pudieran descubrir su amor como los hombres, porque entonces ni Calisto viviría quejoso ni ella apenada. Es decir, todo se podría haber resuelto si yo, Melibea, pudiera decir que me gusta un chico.
Y María de Zayas, de quien he escrito recientemente una versión, Desengaños amorosos, reivindica en sus novelas cosas tan contemporáneas como el amor entre iguales. Hay una conversación en una de sus novelas entre dos mujeres donde una le dice a otra: «¡Qué pena no ser hombre para estar contigo!», más o menos, parafraseado, y la otra le responde: «Y qué más da, el amor nace del alma, las almas no son hombres ni mujeres, con lo cual todo amor es bueno y es positivo». Eso lo escribió una autora del siglo XVII.
Yo no me habría dedicado a la literatura si no me hubiera enamorado de textos como los que os he mencionado antes. O de pasajes como el monólogo de Marcela en El Quijote, que no sé si habéis leído o conocéis, si no, por favor, en cuanto nos despidamos corréis a buscarlo en la biblioteca, porque posiblemente sea uno de los primeros manifiestos feministas de nuestra literatura.
Escrito también por Cervantes en un pasaje donde una pastora grita a los demás pastores que la dejen en paz y que ella no está obligada a querer a nadie por el hecho de que la quieran. En el fondo, Cervantes, está escribiendo muchos siglos antes de que lo verbalizáramos así, en hashtag, como lo estamos haciendo ahora, ese «solo sí es sí», o «no es no», que todavía hace falta gritar y lo tenemos escrito en un autor que está en nuestro Siglo de Oro.
Cuando hablamos de La vida es sueño, hablamos de un príncipe encerrado en una torre, sí, pero también hablamos de un joven rechazado por su padre porque no es lo que su padre espera de él. Al final, no hay un solo clásico que no podamos convertir en nuestra vida. Por eso son clásicos, por eso trascienden el tiempo. Y es el sueño de todo autor. Todos los autores, todas las autoras, soñamos algún día con convertir, al menos, algún título en un clásico. Es muy difícil porque para eso tienes que ser universal.
Entonces, yo como profesor, combinaría ambos géneros y ambos estilos. Como lectores sí que os recomendaría que, por favor, no dejéis de acercaros a los clásicos por el miedo a que no tengan que ver con vuestra vida, porque es que estáis ahí y os vais a reconocer enseguida si tenéis un poquito, solo un poquito, de paciencia. En cuanto se supera la frontera lingüística, uno entra en la historia y ya no sale de ella. Más cosas que queráis plantear.
Y, además, me acuerdo que desde muy pequeño mi madre se ponía muy flamenca ella, me hacía mucha gracia, siempre me preguntaba… yo de pequeño iba con ella de la mano y me decía: «Álvaro, ¿a ti te gusta alguna chica del colegio?». Y yo decía: «Pues no, mamá», y se ponía así: «¿Y algún chico?». Y yo decía: «No», me quedaba como diciendo: «¿Esta que dice?». Yo tenía ocho años, no lo entendía. Y me decía: «Si te gusta algún chico dímelo, que yo soy tu madre y lo tengo que saber». Se ponía así muy flamenca ella, me hacía mucha gracia.
De hecho a mí me gusta pensar, me voy a poner un poco fantasioso, me gusta pensar que he nacido tres veces: la primera fue mi nacimiento biológico, aquel maravilloso 10 de mayo de 2002 en el que yo vine el mundo. La segunda, cuando admití mi propia homosexualidad, tanto conmigo, como con mis padres y mi hermana pequeña. Y la tercera y última, es cuando ya me abrí de forma más completa, digamos, a mis amigos, que fue en un viaje de fin de curso el año pasado en Suiza.
Reuní… no a todos, obviamente, a los principales, por así decirlo, sin tratar de discriminar a nadie, reuní a los principales, y se lo dije. Y la verdad es que me sentí muy bien conmigo mismo. No solamente por haber dicho: «Ya lo he dicho», sino porque era ser yo, sin máscaras, sin disfraces, era poder ser yo. Y, pues nada, simplemente, añadirlo a lo que había dicho Noelia, que me ha inspirado mucho, y que necesitaba contar esto.
Cada cual tiene sus tiempos, tiene su ritmo. Y siempre insisto también en que es muy importante que nadie se sienta forzado o forzada a decir nada. Pero creo que es fundamental la libertad, también, para expresar. Pero creo que la visibilidad ayuda mucho, porque de repente te has convertido en un referente positivo, favorable, cercano, cotidiano y eso que has dicho, al final no es más que un dato de tu personalidad. Somos muy complejos, tenemos muchas cosas que nos conforman.
Y algo que también me parece maravilloso, es la cantidad de gente que se expresa de esa manera tan pública, tan natural, tan convencida, tan feliz, en ese entorno escolar porque también quiere decir que estamos construyendo, entre todos y entre todas, entornos escolares sanos. No es nada fácil y hay entornos muy difíciles y hay lugares más complejos y hay situaciones muy duras. En ese sentido, gracias por contarlo, gracias por compartirlo.
Porque de alguna forma eso da mucha fe en lo que pueda venir después. Siempre digo que tengo mucha confianza en el futuro porque conozco cómo está siendo el presente. Y el presente, sois quienes estáis aquí. Tengo muchas ganas de que tengáis las riendas porque creo que hay muchas cosas que vais a cambiar, espero y confío.
la obra de teatro, ¿qué intentas expresar con ese personaje? Y si te resultó difícil meterlo en la obra.
Brenda es una persona que, por un lado, tiene una faceta positiva en la red, que es: la uso con un fin social. Y por otro lado, presenta la otra cara, porque creo que la literatura no puede ser maniquea, y yo necesitaba que se viera también el otro lado. ¿Cuál es el otro lado? Cuando confundes la red con la realidad y crees que tu realidad es la red. Y no te puedes conformar con esconderte tras un avatar. Tienes que ser, también, fuera de esa pantalla. Ya Brenda le cuesta mucho ese viaje. Y en la función, me gustaba la idea de que ella y Sandra se ayuden entre sí.
Y Malditos 16 es, de nuevo, romper el silencio, en este caso, sobre el dolor, sobre el suicidio adolescente, que es un tema terrible que afecta a muchísimas y a muchísimos adolescentes. Es una de las primeras causas de muerte en la adolescencia. Es un tema que da y provoca muchísimo dolor, no solo a quienes intentan quitarse la vida, sino también a las familias de esas personas. Y es un silencio que les causa un dolor doble, porque no solo tienen que superar ese trauma quienes, por suerte, no consiguen llegar al final, sino que además tienen que romper luego el miedo de una sociedad que no les permite hablar, que no les permite decir lo que han vivido, que no les permite transmitir su dolor y, sobre todo, aconsejar que, por favor, hablemos cuando estemos mal. Eso es lo que yo aprendí, sobre todo, escribiendo Malditos 16.
Hablamos con supervivientes de suicidio, con familias que habían perdido a sus hijas y a sus hijos. Hablamos con psiquiatras, con psicólogos y el mensaje que me dieron todas las personas con las que hablé, sobre todo las expertas en el tema, era: «Este tema es necesario hablarlo». Hay que romper el silencio. Estamos perdiendo gente, estamos dejando a una generación herida, sola, frente a una realidad que necesitan que hablemos y que puedan expresar.
Yo siempre recomiendo la literatura como una forma de conocer a quien tenemos enfrente. Puede que yo no haya vivido un problema de discriminación por mi género. Por ejemplo, yo no he sufrido la discriminación por ser hombre que sufre una mujer por ser mujer. Pero gracias a una lectura, gracias a una novela, gracias a una película, gracias a una serie, puedo intentar empatizar, puedo intentar entender. Nunca voy a sentir ese dolor. Yo nunca he tenido miedo cuando volvía solo a casa una noche, pero sí conozco muchas chicas que te cuentan como cuando vuelven solas a casa lo primero que hacen es avisar a sus amigas de: «Estoy bien». Como hombre nunca he tenido que mandar un mensaje a mis amigos diciendo: «Estoy bien».
La primera vez que yo tuve esa sensación real, fue a partir de un relato donde se contaba esa historia y, donde en primera persona, desde la ficción, una voz femenina hablaba de eso. Y recuerdo ese «estoy bien» como un momento en el que a mí se me abrió una puerta que entonces no tenía tan abierta como tengo ahora. Entonces, creo que el hecho de prohibir un libro, supone prohibir que abramos puertas, supone ahondar en el odio, ahondar en los prejuicios y supone causar mucho dolor.
Recuerdo el año pasado en un instituto, fue una experiencia maravillosa en Extremadura, donde me llamaron precisamente porque había un clima de homofobia bastante marcado, un clima muy machista, y las profesoras decidieron que leer La edad de la ira era una manera de plantear temas incómodos y necesaria para hablarlos. Y me llamaron y me dijeron: «Puede ser un encuentro tenso», y dije: «Mejor, porque así tendremos, seguro, mucho de lo que hablar».
Fui y no sólo no fue un encuentro tenso, fue uno de los más bonitos que recuerdo, porque todos aquellos que estaban un poco reacios a ese encuentro, que les parecía que el tema era incómodo, en cuanto empezamos a hablar se fueron relajando, en cuanto se vieron escuchados, se fueron calmando en cuanto el diálogo comenzó a fluir. Acabó de una manera preciosa, sinceramente. Yo lo último que recuerdo es un grupo de gente enorme haciéndonos fotos por todas partes, luego aparecí etiquetado en no sé cuántas cuentas diferentes.
Y educar es crecer, crecer en valores y crecer como personas. Y creo que educar en la igualdad contra el machismo, en la igualdad contra la xenofobia, en la igualdad contra la LGTBfobia, no es ni mucho menos adoctrinar como se dice en ciertos foros, es todo lo contrario. Es ir al corazón de lo que es la verdadera educación. Y de alguna forma yo cuando escribo siempre lo hago con esa esperanza, que los problemas que denuncio en ellos, ojalá alguna vez dejen de ser y dejen de estar. Y si alguien tiene miedo a que se hable de esos problemas, creo que en el fondo, a lo mejor, lo que tiene es que hacer un autoanálisis muy profundo de si no estará siendo cómplice de que esos problemas sigan existiendo. Más cosas que queráis decir, sí.
Creo que esa segregación que a veces se hace de una manera evidente, a veces se hace de una manera implícita, tiene que ver con ese clasismo social. Tiene que ver con que en el fondo se quiere romper ese ascensor social que es la educación. La educación es lo que nos permite ser quienes queremos ser, o por lo menos pelear por ello. Hoy soy escritor gracias a la escuela pública, en concreto, a mi paso por un colegio, instituto y universidad públicas, que me permitieron acceder a una formación gracias a la cual hoy soy lo que soy.
Si no hubiera tenido acceso a esa formación no habría podido construirme, no existiría Nando López. Y a mí sí me preocupa mucho ese clasismo que encontramos en muchos frentes, pero que yo en concreto, en el caso de esta novela, quería plantear desde el lado educativo. Si en un centro donde necesito más recursos que en otro no los facilito, es imposible que ese alumnado triunfe, es imposible que esos docentes puedan, con ilusión o con entusiasmo.
Recuerdo el caso de un chico de 12 años que me llegó al alma. En un instituto, hace ya bastantes años, habían leído El reino de las tres lunas, que es una novela que tengo para gente más joven, de 12-13 años. Llegó corriendo al encuentro, se sentó en la primera fila, venía ilusionadísimo. Tenía una mirada brillante, una sonrisa… Yo lo vi y dije: «Es mi mayor fan. Qué bien, lo quiero ya, este niño me lo llevo a casa».
Y estuvo toda, toda, toda la sesión preguntando, comentando, compartiendo… Cuando terminó la sesión sus profesoras me contaron que en el centro le ayudaban a adquirir los libros porque tenía un entorno familiar muy difícil y este niño, en pleno invierno estudiaba en la terraza porque era el único lugar de la casa donde podía estar solo.
A mí, de repente, se me rompió el alma. Por un lado, porque te das cuenta de que ese clasismo que tú dices es real, de que tenemos situaciones muy duras. Hay colegios e institutos donde hay niños y niñas que desayunan gracias a que el centro escolar, el AMPA, el consejo escolar, ponen un fondo para que puedan desayunar en el colegio y comen gracias a los comedores.
Estamos en un momento de polarización, y por eso también creo que recibimos tantos ataques en educación. ¿Por qué? Porque al final somos el antídoto contra esa polarización. Cuanto más fuerte es la educación, cuanto más sólida es la educación, más posibilidades de frenar esa distancia y de salir de ese lugar en el que parece que vives hacinado, y de ese círculo en el que parece que te quieren condenar. ¿Más cosas que queráis compartir? Sí.
Te mando textos, un texto argumentativo de lo que sea y te sientes tú, te sientes libre escribiendo, expresas todo. En el aula nos enseña a sentirnos nosotros, a sentirnos bien con nosotros, que podemos contar con ella para lo que sea. Yo, desde aquí, le quiero dar las gracias a ella. Y, en segundo lugar, yo juego al fútbol. Pero, sobre todo, me da pena el deporte femenino en general. O sea, ya independientemente del fútbol, rugby, baloncesto, lo que sea.
Yo he tenido que, a lo mejor, suspender exámenes porque no podía estudiar porque tenía un partido a una hora que me pillaba fatal, he tenido que ir al partido, luego he vuelto y he tenido que ir a casa a seguir estudiando. Me he comido marrones que, por esa desigualdad en el deporte, si no estuviera, a lo mejor no me los habría comido.
Y cada vez más gente, por cierto, y eso sí me inspira esperanza, creo que cada vez más gente nos negamos a participar en este tipo de entornos porque hay un sentimiento, o una conciencia crítica. Yo siempre hablo de que necesitamos una reeducación. Necesitamos, por un lado, una educación que tiene que ver con las generaciones que os estáis formando ahora, y una reeducación para quienes estamos en el otro lado, para quienes ya hemos pasado por esa edad y tenemos, de alguna forma, ese machismo en vena, porque es un machismo sistémico del que tenemos que salir. Y tenemos que escapar y no es tan fácil porque nuestro modelo cultural, y por eso yo escribo porque creo que parte de ese machismo nace de las ficciones que hemos leído, que nos han contado, que hemos visto, de la música que oímos, todo nos construye.
La ficción la percibimos con la misma intensidad con la que percibimos la realidad y es necesario romper eso. Por eso en mis libros tengo heroínas y personajes femeninos fuertes, intrépidos e independientes, sobre todo cuando escribo para lectores muy jóvenes. ¿Por qué? Porque necesito que desde muy pronto se encuentren con ese modelo. Y en el ámbito deportivo, por eso lo elegí en esta novela, tú misma me acabas de dar un montón de ejemplos cotidianos que siguen sucediendo.
Y la exigencia era distinta en el de ellas que en el de ellos. Al final, tenemos ahí una cuota de desigualdad evidente, clarísima. Cuando, por otro lado, a mí me choca mucho, estamos viendo una generación joven de deportistas, de mujeres deportistas, absolutamente brillantes y sobresalientes y, aun así, hay que aguantar que tengamos comentarios minimizadores de si tienen mal genio o no tienen mal genio.
No hace mucho veíamos como a una deportista, a la ganadora del Balón de Oro, le preguntaban si podía «perrear». No sé a qué ganador del Balón de Oro le habrán preguntado alguna vez si puede «perrear». Y como eso, cualquier titular que encontramos relativo a actrices, que muchas veces no es la «intérprete de» o «la ganadora del Óscar», no. Es «la mujer de», o «la ex novia de». Todavía presentamos a investigadoras, científicas, médicas, abogadas, deportistas, por su lazo emocional o por una cuestión anecdótica. Y creo que eso es algo que es muy perverso, que es muy terrible, que sigue pasando y que hasta que eso no deje de ocurrir seguiremos en una sociedad desigual.
Por ejemplo, ¿cómo es posible que todavía en los libros de texto, en los currículos escolares, en las pruebas como la EBAU y similares, apenas haya mujeres en esas pruebas? Yo recuerdo un año, cuando todavía daba clase de Literatura Universal, nos pasaron el listado de textos que entraban en el examen ese año, en selectividad, no había ni una sola escritora. De diez textos. ¿No hay ni una sola escritora de la literatura universal que merezca estar allí?
Es decir, hay todavía tantas fronteras que cruzar hacia la igualdad que creo que no debemos dejar de abordarlas. Dejar de hablarlas, dejar de tratarlas. Y, sobre todo, ahora creo que estamos en un momento en el que es muy importante visibilizar a todas las mujeres que han sido escondidas por una historiografía misógina. Todas las científicas, descubridoras, investigadoras, escritoras, pintoras, a las que se les ha negado su reconocimiento. O a las que teníamos en un rincón de la página de nuestro libro de cuarto de la ESO.
Que el aula sea un espacio de libertad. Qué maravilla que vayas a clase y te sientas libre, y sientas que puedes decir, que puedes hablar, y que puedes contar. Y creo honestamente, de verdad, y eso lo vivo y tengo un porcentaje muy alto de visitas como para atestiguarlo, aunque sea una estadística personal, y toda estadística es tramposa, pero al menos es la mía. Conozco muchísima gente que está remando en esa dirección, muchísimos docentes que tratan que el aula sea un espacio de diálogo. A veces es complicado porque cuando tienes a 35, 36, 37 personas en un Bachillerato, el espacio de diálogo te vuelve muy pequeñito.
Que a lo mejor habría que hablar de por qué no tenemos unas ratios razonables, pero por otro lado desde la labor, desde el otro lado, desde la pizarra, lo que se intenta es dar voz. Y ahí como escritor, y como profesor, me siento doblemente afortunado porque, como profesor, me anima mucho a creer en la educación, a ver que realmente sirve, y que realmente hay gente que está haciendo cosas que a mí me inspiran. Por otro lado, como escritor, me da muchos argumentos para seguir peleando por este tipo de libros porque sé que estoy, de alguna manera, aliado con gente que ve en estos libros una forma de diálogo y de interacción.
Pues aprovechando que has mencionado a Bea y que yo creo que, además, es maravilloso que se reconozca la labor de quienes están a pie de aula todos los días. A mí me parecería muy bonito invitarla a entrar porque la tenemos por aquí, poder darle las gracias por su labor y por el trabajo que hace todos los días, ¿os parece? Bea, ¿nos acompañas?
Ellos te tratan como tú les tratas a ellos y viceversa. O sea, que tengo el mejor trabajo del mundo, pero sobre todo es por vosotros, porque para mí es súper gratificante compartir todos los momentos, buenos y malos, que queréis compartir conmigo y de verdad que estoy súper agradecida. O sea que nada, pues una experiencia más que hemos compartido y todavía nos quedan muchísimas por compartir. ¿Vale? Os quiero un montón. Mucho, mucho, mucho.
Cuando yo salí del armario y le dije a mi madre que me gustaban las chicas no se lo tomó nada bien, porque además es muy religiosa. Pero, por otra parte, por ejemplo, mi padre siempre lo ha aceptado y todo su entorno. Creo que es muy importante eso, que por lo menos una parte de la familia, aunque haya otra que no lo acepte, sí que apoye emocionalmente a los hijos. Ya sea porque tienen una pasión en algo que no es lo normal o aunque sí lo sea. Yo creo que la mayor motivación que podemos tener es que al llegar a nuestra casa, igual que lo que decía Bea en el aula de ser queridos, pues que nos sintamos queridos y sobre todo comprendidos.
No se puede dejar únicamente el peso en las familias porque algunas no tienen ni los medios, ni los recursos, ni la formación para dar esa educación que se necesita en cuestiones como éstas. Ni se puede dejar todo el peso en las aulas porque a veces esas aulas chocan con realidades como las que tú estás muy bien contando. Necesitamos colaborar, necesitamos sumar. Al final estamos en un mismo barco, que es el de la educación, y creo que ese barco solo puede ir bien conducido si todo el mundo colabora en ello. Con lo cual me subo plenamente a lo que acabas de decir. Y solamente hay un adjetivo, y lo he escrito más de una vez en más de un libro, que yo tacharía de nuestro léxico, y tú misma lo has mencionado. Y de una manera muy autocrítica, que me ha encantado, también lo has desterrado enseguida, que es el adjetivo «normal».
Nos graban a fuego la palabra «normal» desde muy pequeños, desde muy pequeñas. Enseguida crecemos con lo que es normal y lo que no es normal. Si hay algo que he aprendido en estos años y quizás sea una de las pocas cosas que tengo claras en la vida, es que nadie es normal. No somos normales, somos diferentes. Y eso es lo mejor que tenemos, la diferencia a todos los niveles diferencia de expectativas, de inquietudes, de orientaciones, de identidades, físicas, psíquicas, mentales.
Y creo que es una labor cotidiana, es una labor continua, es algo que no se acaba a lo largo de toda la vida y es, precisamente, lo más fascinante de la educación. Porque la educación creo que no cesa cuando sales de las aulas. Al revés, las aulas te preparan para seguir educándote y reeducándote el resto de tu vida. Y de alguna manera, en ese proceso de reeducación constante y de absorción constante de ideas, de conceptos, de sentimientos, sí que espero que el único adjetivo que se caiga de vuestro vocabulario sea el adjetivo «normal».
Lo cambiamos por cualquier otro. Pero en el momento que nos asumimos desde la diferencia y la diferencia la entendemos como suma, nos volvemos una sociedad abierta y una sociedad donde todos y todas cabemos, que es, un poco, lo que yo sueño y lo que creo que soñamos tantas y tantas personas. Y, desde luego, quienes estáis aquí lo manifestáis en vuestra forma de preguntar, de ser, de posicionaros y confío en que siempre lo hagáis y que no dejemos de abrazar esa diferencia y esa diversidad como una forma de riqueza. Y una última pregunta para cerrar.
Y de verdad, cuenta lo que quieras, como quieras y…
Eso es maravilloso y hay que generar corrientes de solidaridad, de empatía. Yo creo mucho en los programas de alumnos y alumnas ayudantes que se están poniendo en marcha en muchísimos institutos. De ayuda entre iguales, de profesorado concienciado. Creo mucho en esa labor. Creo que también ayudaría a eso tener aulas con una ratio más razonable, donde ese alumnado recibiera una atención más personalizada y donde cada vez que entra un docente no sintiera que tiene a más de 30 personas a las que por mucho que intente mirar una a una, siente que hay vidas que se le escapan.
A mí me preocupa mucho la idea del alumno invisible. Esa persona que no ves, que no te das cuenta, que no puedes ver. Igual que también me duele mucho y no me siento nada orgulloso, al revés, de esa minoría que también existe, en todos los oficios hay todo tipo de gente. Y creo que, igual que una mayoría sí está muy concienciada con el bullying, hay una minoría de gente que mira hacia otro lado, que no interviene cuando debe intervenir. Creo que eso es una forma de complicidad absoluta.
Igual que es una forma de complicidad que alguien haga declaraciones terribles contra determinados colectivos, porque de alguna forma está validando ese acoso escolar cotidiano. Y también me parece terrible cuando determinadas familias niegan que exista el acoso por parte de sus hijas o de sus hijos y no quieren asumir que hay un problema en el que hay que hacer una intervención, porque normalmente la persona que acosa también tiene detrás un bagaje emocional, personal y familiar que también necesita ser trabajado.
Y es verdad que en todos mis libros está ese tema porque lo he visto como docente, porque en mis años de estudiante también lo he visto a mi alrededor y porque creo que a quienes estamos en la cultura y en la educación nos corresponde hablarlo, pero no desde una perspectiva tópica, sino desde el dolor real y diario, profundo, que llega a convertirse en ataques de ansiedad cuando tienes que ir a clase, que llega a estados depresivos y que llega a situaciones como las que yo cuento en Malditos 16, límite, extremas, de querer odiarnos, de llegar a odiarnos a nosotros y a nosotras mismas.
Y cuando llegas a eso, es porque hay un montón de agentes que no han funcionado, hay un montón de factores que no han funcionado. Y luego otra cosa que yo trato de denunciar en mi literatura, es que ese acoso escolar, ese bullying, me parece también terrible cuando tratamos de minimizarlo justificando que ha sucedido siempre. Que haya sucedido siempre no es excusa para que deje de suceder de una vez. También responde a un modelo social. Vivimos en una sociedad donde el bullying se ha convertido en una forma de ocio y de relación. Tenemos programas de televisión, canales incluso, que se dedican al bullying sobre determinadas figuras mediáticas. Donde el reírnos de alguien y convertir a ese alguien en un personaje esperpéntico o caricaturesco es algo habitual.
Es más, ahora mismo, yo creo que serían el espejo favorable de la sociedad en la que vivimos porque gracias a las aulas, gracias a gente como vosotras y como vosotros, está presente una sociedad comprometida, beligerante y con ganas de avanzar. Pero evidentemente en una sociedad convulsa no puede ser todo tal y como estamos viendo aquí, también tenemos ese otro lado, ese otro lado complicado, conflictivo o violento, porque lo tenemos fuera de las aulas. El instituto, yo lo describía en La edad de la ira, es un microcosmos que refleja el mundo en el que se desarrolla. Y no podemos pretender aulas perfectas en sociedades imperfectas. Podemos pretender aulas que trabajen, aulas que avancen hacia un futuro mejor. Pero también tenemos que exigir que se escuchen las demandas que tenemos en estas aulas para que ese futuro mejor sea real.
Antes hablábamos de clasismo y elitismo. En un centro, si cada vez tenemos menos departamentos de orientación con menos personal, más reducidos… Por ejemplo, si apenas tenemos asistentes sociales, si apenas tenemos ayudas para abordar estos problemas tan graves y tan serios que llegan a provocarte un dolor tan profundo como el que te han provocado a ti, que apenas podías hablar contándolo porque es una herida muy real, ¿cómo pretenden que eso se resuelva?
Y, también, otra cosa que creo que puede facilitar la literatura es, precisamente, empatizar con estas situaciones y darnos cuenta de cómo en algún momento hemos podido acosar a alguien incluso involuntariamente. Creo que también en el acoso hay algo muy perverso, que es esa noción del acoso involuntario. Ese momento donde crees que no has hecho nada malo, pero lo has hecho. Y la autocrítica, por eso mis libros no son complacientes con ningún personaje, no hay buenos y malos en mi literatura, también habla de eso.
En algún momento de nuestra vida seguro que no estuvimos a la altura en una situación de acoso en un aula. Por miedo, porque no nos dimos cuenta, porque no queríamos llamar la atención, porque incluso hicimos algo mal. Y creo que también es necesario hacer ese análisis para poder frenarlo y poder evitarlo. Igual que en el caso del machismo, creo que también tenemos que estar muy pendientes de lo que hacemos y lo que decimos.
"Educar en la igualdad es ir al corazón de la verdadera educación"
A mí, desde luego, como educador y como escritor me da muchísimas esperanzas y también me permite conocer muchas cosas que, de otro modo, a lo mejor no conocería. Por eso creo que es fundamental hablar, porque hay problemas que a lo mejor os parece que son muy evidentes y de repente a quienes estamos al otro lado se nos escapan. Entonces, por un lado, pediros que sigáis hablando, que sigáis contando, que sigáis transmitiendo, que es verdad que es muy cómodo refugiarse en ese «nadie nos oye», en ese «nadie me escucha», en ese «nadie me comprende».
Igual que es muy cómodo en nuestro lado refugiarnos en: «No hay quien les entienda, no hay quien les escuche». Las dos están equivocadas. Ni es verdad que nadie os oiga, ni es verdad que no se os pueda entender, pero ambas requieren un esfuerzo. Requiere un esfuerzo hablar, y aquí os agradezco que lo hayáis hecho con esta naturalidad, y con esta generosidad, pero también requiere un esfuerzo escuchar. Cuanto más fácil nos lo pongamos, más cerca estaremos y más sencillo será romper fronteras generacionales que aún tenemos y que yo confío en que se vayan rompiendo, y que se pueden romper desde el diálogo siempre, desde la escucha, y por eso mismo me gustaría terminar con un fragmento que confieso que escribí desde un lugar muy profundo. Hay textos que salen casi del tirón. Hay páginas que piensas y meditas muchísimo y hay páginas que escribes sin pensar.
Fue la primera página que escribí de este libro. Entonces no sabía ni que iba a ser una novela, simplemente fue una página que escribí en mi casa cuando llegué de esa sesión y donde volqué lo que había sentido y lo que había experimentado. Así que si os parece vamos a cerrar, ya que hemos empezado con literatura, pues cerramos con literatura.
«Ahora no están ni siquiera ellos, no hay nadie más que nosotros en este rincón cualquiera de un barrio que cada vez se me hace más pequeño. Un barrio donde andamos cabreados porque la vida se parece muy poco a la que nos gustaría tener y perdemos los nervios con demasiada facilidad. A lo mejor en otros barrios es diferente, aunque imagino que cada lugar de esta ciudad tiene sus propios demonios, su propio rencor por la distancia que se agranda entre lo que esperas y lo que tienes, entre lo que necesitas ser y lo que te dejan que seas, entre las ganas de decir y el desinterés por escuchar.
Porque a veces eso es lo único que tengo claro de esta maldita edad, que molestamos, somos ruidosos, gritones, incómodos para toda esa masa gris que se ha olvidado de que una vez también tuvo nuestra edad. Toda esa gente que te mira por encima del hombro y te dice con aire de suficiencia que esto pasará, que ya vendrán tiempos mejores, que ese dolor que ahora sientes es pasajero, como si la adolescencia fuera un espejismo, un maldito ensayo de la vida que va a venir después. Pero esa gente se olvida de que la vida siempre es hoy, la vida es ahora, aunque nadie más nos haya visto, aunque nadie nos oiga».