“Uno planta una canción y esta después escribe su propia historia”
Camilo
“Uno planta una canción y esta después escribe su propia historia”
Camilo
Músico, compositor y cantante
Creando oportunidades
“Me siento orgulloso de tener el cinturón blanco de aprendiz”
Camilo Músico, compositor y cantante
Camilo
Camilo Echeverry cuenta que tuvo una infancia dulce, entre la miel de su padre apicultor y los pasteles de su madre confitera, caballos a galope, el sol en el rostro y la tierra cultivada en las manos. Este universo sentó las bases de su trayectoria musical, que arrancó en 2007 con su participación en el concurso 'Factor X', aunque fue el paso del tiempo lo que le permitió consolidarse como uno de los artistas más innovadores y respetados en el panorama musical latinoamericano. "La música tiene un superpoder. Te permite acceder a espacios que son casi físicos. Tú cierras los ojos y pones una canción que te gusta y te vas a otro lugar. La música tiene algo casi arquitectónico, algo etéreo e indescriptible que me sigue causando una fascinación tremenda", describe Camilo.
Con un estilo fresco y una propuesta sonora que fusiona pop, reguetón y folk, el músico, cantante y compositor colombiano ha conquistado al público con su autenticidad y letras cargadas de emoción, desde su álbum debut, 'Por Primera Vez' (2020) a discos como 'Mis Manos' (2021) y 'De Adentro Pa’ Afuera' (2022), en los que reafirmó su identidad artística y exploró nuevas sonoridades. En su último disco 'Cuatro' (2024), Camilo se ha atrevido a experimentar con la música tropical, con la inocencia de quien se considera "cinturón blanco" en estos géneros musicales. Ha sido galardonado con múltiples Latin Grammy y ha colaborado con figuras como Shakira y Alejandro Sanz. Más allá de la música, Camilo se ha convertido en un referente de la autenticidad y la conexión con su público, llevando su mensaje de amor y gratitud a millones de seguidores en todo el mundo.
Transcripción
Entonces, vengo de esa mezcolanza: de una mamá pastelera y un papá apicultor. Entonces, hay una infancia dulce ahí. Otra cosa que me daba curiosidad de este encuentro es que, de las grandes cosas de las que yo me siento orgulloso, es de haber logrado lo que he logrado en mi vida sin ser experto en nada. Eso es muy curioso, parce, porque sé hacer un montón de cosas más o menos. Sé hacer un poquito de un montón de cosas. Y ese poquito me ha resultado suficiente para estar donde estoy. Entonces, en cualquier caso, de lo que más orgulloso me siento es de tener eso: el cinturón blanco, el del aprendiz. Entonces, esas son las cosas con las que me identifico. Eso vengo siendo yo. Un placer. Y para no quedarme yo conversando solo, creo que ustedes me van a ayudar un poquito, ¿verdad? Yo creo… Uy… Porque si no… Porque si no… ¿Verdad?

“Mi papá me enseñó a leer todo lo que estaba pasando en los bosques de alrededor de donde estaba la colmena”
No más destapaba y el «man» entendía todo, parce. A mí me parecía que mi papá era como un mago, una especie de tipo que… Lo sigo creyendo, pero estoy ahorita en el juego de desenmascarar a ese mago y entender de qué era lo que estaba hablando. Estoy aprendiendo ahorita la labor apícola, que es tan compleja, tan bonita y tan interesante. En Colombia, le decimos «abeja» a la gente que está pilas, parce. A uno le decían: «Póngase abeja porque tal», «Uy, mucho cuidado con ese tipo porque es muy abeja». Entonces, abeja es como avispado. Mira qué raro: abeja, avispado. Porque en Colombia, cuando alguien es despiertico, le dicen: «Es que es muy avispaíto». Debería ser «abejaíto». Una contradicción ahí. Pero bueno, se habla de eso, de que hay que ser abeja, porque las abejas son profundamente inteligentes. Se comunican y son capaces de volar kilómetros alrededor de la colmena y regresar exactamente al mismo lugar. O son capaces de comunicar, volver a la colmena y decir: «Socias, por allá hay un matarratón que floreció hoy, parces. Allá está increíble, vamos». Y van y saben dónde está. O sea, vainas que para uno, que se supone que tiene un cerebro mucho más grande y más tal, sería imposible con una conversación. Ni aunque te lo dibujaran. Y estas tipas mueven así el rabo y se comunican todo. Y se comunican todo, todo, todo, todo… Entonces, yo no sé si es porque yo soy colombiano, pero en Colombia nos jactamos mucho de que somos gente que se la sabe rebuscar, que sabe salir adelante.
Gente que donde sea que haya algo para hacer, un colombiano va a aprender a hacerlo y va a encontrar su manera para poder echar para adelante. Es de las cualidades más grandes de un colombiano. Donde sea que esté un colombiano con su familia, salen adelante porque buscan la manera, porque son abeja. Entonces, creo que estamos en un momento de… Quiero pensar que estamos en un momento de abejas. Un momento donde está todo dispuesto para que uno active esa sabiduría que tiene uno adentro para rebuscársela. Otra cosa que tienen las abejas, que es muy interesante, es que las abejas tienen un sentido muy claro de la función individual, pero al mismo tiempo, una conciencia muy clara de la colectividad. La abeja tiene muy claro que es un cuerpo colectivo y que no funciona si no estamos todos juntos apuntando en una misma dirección. Tienen clara su labor. «Yo sé lo que hago. Esta es mi labor y esta vaina depende de que yo haga esto bien». Pero al mismo tiempo, la conciencia de que somos una colectividad. Eso nos falta un poquito, creo yo. Sería muy chévere que tuviéramos ese atributo de las abejas: el sentido de la colectividad. La protección de la individualidad mientras que seamos capaces de abarcar al otro como parte de uno. Porque uno es capaz de hacer todo por «nosotros», pero luego están ellos allá que esa gente… La línea del «ellos» ya permite… En ese «ellos» cabe todo lo que no te gusta, todo lo que tú eres capaz de separar, de disgregar, de señalar… Y le empiezas a dar la bienvenida cuando se mete a tu universo del «nosotros». Nos hace falta abarcar que el «nosotros» no sea solamente mis papás, mis hijos y yo, sino que seamos capaces de abrir un poquito más esa línea, como las abejas, y abarcar, en ese gran «nosotros», ese sentido de la colectividad.
Entonces, a mí me empezó a pegar por darme cuenta de que mis hijas no estaban teniendo esa experiencia. Bueno, mi hija, que tiene cuatro meses, chiquitita, está muy chiquita, pero Índigo que ya tiene dos años y medio… Yo dije: «Parce, yo a los dos años y medio estaba aprendiendo a hacer nudos para poder amarrar un caballo que yo tenía, que se llamaba Confite». Si yo no sabía hacer el nudo, a mí se me escapaba. ¿Y dónde iba a quedar Confite? Ni idea. Y uno dice: «Bueno, pero son contextos…». Sí, pero, parce, como colombiano, siento que era una necesidad muy clara que mis hijas supieran, por ejemplo, que las verduras y las cosas que uno compra en el supermercado no son una vaina que crece ahí en un anaquel. «Ay, mira, salió una lechuga». Y uno dice: «Y esa lechuga, ¿de dónde?». Y uno la verdad que no se lo pregunta a menos que se lo expongan a uno de una manera interesante. Entonces, en mi casa empezamos a sembrar. En la casa, tenemos una pared hidropónica porque no teníamos dónde sembrar en el patio ni nada. Montamos una pared hidropónica y empezamos a sembrar: albahaca, lechuguita, cilantro, jalapeño… Y a mi hija Índigo le empezó a causar esa vaina una fascinación. Y agarrar una matica que creció de una semilla, verla crecer, explicarle todo y, de repente, un día es un tomate cherry, parce. La vieja coge y se lo come así y yo digo: «¡Guau!». Y empecé a darme cuenta y dije: «No, yo necesito que mis hijas, primero, hereden lo que yo heredé con la apicultura, porque es la sabiduría de mi casa y el tesoro más grande de mi familia. Y, segundo, pues que sepan de qué se trata el suelo, de qué se trata la tierra, de qué se trata…».
Como colombianos, somos un país con una riqueza agropecuaria que, de repente… Si yo no se las entrego y no les entrego esa facilidad, va a haber una desconexión. Para mí era primordial, primordial que ellas fueran capaces de quitarse los zapatos y tener un lugar donde sembrar una vaina y ver qué pasa. Si pasan unos días y le cae agua, guau. El milagro de ver crecer una vaina desde la semilla es tan elemental, pero uno lo ve pasar y es como que fuera la primera vez que pasara en la historia de la humanidad. Como tener un hijo. Todo el mundo tiene hijos y hay miles de millones de gente que tiene hijos, pero cuando le pasa a uno… Uno lo ve y dice: «Esta vaina nunca le ha pasado a nadie en la historia de la humanidad». Porque es tan fascinante, tan elemental, pero tan fascinante. Yo sentí esa necesidad con el retorno al campo. Estamos en un mundo ahorita donde a mí de lo que más me asusta con mis hijas es la velocidad con la que está pasando todo: la velocidad del estímulo, la velocidad de la novedad… Bueno, algo nuevo y ya tengo esto. Entonces, a ver lo siguiente. ¿Cómo cambiar tu vida en 15 días? Y uno dice: «¿Pero no estará en siete días? Porque yo 15 días no tengo». Entonces, uno quiere ver esos videos: «Sé un experto electricista en seis minutos». Y uno: «¡A ver!». Uno lo quiere ver porque uno quiere todo ya y rápido. En cambio, en el campo, usted puede tener el afán que usted quiera, pero esa semilla… Usted le puede echar agua y se puede quedar mirándola, pero si esa vaina usted no la deja ahí tranquila un par de días, no sale nada de ahí.
Usted lo abre para revisar con ese afán de la generación nuestra hoy… Usted abre y mata esa semilla. Entonces… Por eso, nuestra finquita se llama Haleakala, que es una montaña que nosotros vimos en Hawái. Una vez, en un viaje que hicimos a Hawái, estaba esta montaña: Haleakala. Cuentan ellos en su mitología, allá en Hawái, que el dios Maui un día se trepó por allá, en esa montaña, y capturó al sol. Lo capturó y lo obligó a que fuera más lento, para que el tiempo pasara más lento. Él quería que el tiempo pasara más lento. Entonces, esa idea de tratar de que el tiempo no pase más lento, pero que se persiga de una manera más lenta y vivir más lento, fue el primer afán que yo tuve con esta finquita. Por eso, se llama Haleakala. Si, de repente, yo digo una cosa y está bien mala, no me aplaudan. Si digo una bien mala, que ustedes digan: «¿Qué es eso?». Hagan… No aplaudan.
En cambio, los ojos del niño ven las cosas como un… Todo es magia, todo es increíble, todo es bastante improbable… «Guau, no lo puedo creer». Esa idea de no poder creerlo es muy infantil. Porque el experto dice: «No, no, no, mira que sí lo puedes creer. Mira, esto funciona así…». Y te lo explican y es como el mago que te enseña el truco y ya no te gusta el truco. A ti te gusta cuando no lo entiendes. Me pasa eso con mis rutas creativas. Por ejemplo, mi último álbum que yo hice, «Cuatro», que es un álbum donde exploro la salsa y otros géneros tropicales que no domino. No es como que: «Bueno, está bien, les voy a hacer un álbum de una vaina en la que yo soy cinturón negro. Soy excelente en esto. Vengan, les muestro». No, para nada. Este álbum es todo lo contrario, es… Yo lo he explicado… Este álbum es como un álbum de fotos de un turista que está en una ciudad fascinante por primera vez. Porque la gente, que ya vive en la ciudad y que lleva toda la vida, va manejando en el carro y le pasa aquí al lado la Torre Eiffel y «Bueno, igual la veo mañana, me da igual». Le pasa al lado, está el arco del no sé qué, «Bah…». La Puerta de Alcalá, «Bah, igual lo veo…». Ni lo ven. En cambio, el turista no lo puede creer. El turista dice: «Parce, la Puerta de Alcalá». Frena, se parquea, se baja con el palo «selfie»… Porque tú quieres tomarte esa foto ahí. O sea, ¿cuándo más vas a volver a estar tú en la Puerta de Alcalá? ¿Cuándo más vas a poder tú estar ahí parado? ¿Cuándo vas a tener esa oportunidad? Te peinas, te pones guapo y sacas tu foto en la Puerta de Alcalá.
Yo no soy experto, pero sí me tomé fotos en unos lugares fascinantes que… De unas ciudades que amo, que admiro, que me causan fascinación y que respeto profundamente. No es un álbum de fotos de «Bueno, “selfies” por donde sea». No, no, no, no. Yo me metí de cabeza, aparte, porque la música tropical sí ha sido parte de mi vida todo el tiempo. Pero en mi país, por ejemplo, hay gente que se dedica a la cumbia por generaciones. «Mis abuelos estaban haciendo cumbia y yo, como el nieto de no sé quién, me dedico a la cumbia». Y dedican una vida entera. Y yo, pues, soy muy pollito en la cumbia, estoy estudiándola y conozco poco, al lado de alguien que… O la salsa misma. Hay grupos que se dedican la vida entera, por generaciones, a hacer salsa. Entonces, claro, yo no puedo tener la pretensión de: «Venga, yo les enseño cómo se hace esta vaina». Entonces, como ese no fue mi afán… Sino que mi afán era: «¿Saben qué? Yo voy a explorar esta vaina, con la delicia y el respeto, pero permitiéndome explorarlo como un niño chiquito, sin miedo también». Tú a mi hija le pones un potecito de pintura y le dices: «Pinta aquí». Detrás de ella puede estar el pintor profesional que tú quieras y ella no va a decir: «No, qué va a pensar este tipo de mi trazo…». La vieja dice: «¿Qué, qué?». Lanza esa cachetada sin miedo porque la idea de la competencia, qué van a opinar y qué van a decir es algo muy adulto.
Entonces, yo me permito «mutear» el ego un poquito y decir: «Bueno, ¿tengo lo que se necesita para ser el mejor álbum tropical de la historia? No. Pues, ¿esta vaina es fácil? No, es jodidísima. ¿Se requiere haber estudiado muchísimo para poder hacerlo bien? Sí. Uy, yo no estudié…». Hay dos decisiones. Entonces, no lo hagamos o, guau, hagámoslo. Entonces, yo salto y digo: «Bueno, perfecto. ¿Es difícil? Perfecto. Hagámoslo». Y me mando de cabeza. Esa fue mi experiencia con este álbum. Un álbum incómodo, justamente por eso, porque me retó muchísimo en los límites de unas cosas en las que… Unas cosas que no domino y de las que no soy maestro, pero es lo que más me gusta de mi oficio. Y me dieron ganas de decir: «Bueno, ¿qué otra cosa difícil y compleja hay para hacer y para intentarlo?».

Yo me canso de encontrar a gente en la calle que me dice: «En la pandemia, en la mitad de la pandemia, nos juntábamos en la familia y poníamos tus canciones en la casa y era como si verdaderamente estuviéramos todos en un lugar más chévere. Porque estábamos ya tan aburridos de mirar el apartamento que, de repente, una canción tuya como que nos levantaba y nos daba ganas de… Juepucha, de vivir, de seguir viviendo, de cuidarnos para que no nos pase nada, de celebrarnos…». Y dice uno: «Parce, pero es una canción que está hablando de cualquier otra cosa, de una mesa, de un piso…». Y dice uno: «Bueno, pero ¿y cómo significa eso?». Bueno, porque la música es fascinante. Me encuentro tanta gente que cuenta unas historias, parce. Que es la parte más linda también. Porque uno, como creativo, tiene una idea… Una semillita, la siembra, hace un arbolito, lo convierte en canción y lo suelta. Luego, ese arbolito tiene voluntad de escribir una historia independiente a tu voluntad como creativo, en la vida de cada una de las personas que la escuchan. Qué vaina tan extraña. Dice uno: «Es que con tu canción, yo sané mi relación con mi madre». Dice uno: «Parce, con “Vida de Rico” a lo bien». Dice uno: «Pero ¿cuál frase específicamente? ¿La de la cervecita en la playa?». Y uno subestima las canciones y uno dice… Y, luego, te encuentras con que esas canciones tienen su voluntad y son usadas por ese intangible, parce, para tocar el corazón de las personas.
¿Mi parte favorita de mi oficio? Es cuando yo me encuentro alguien en la calle y me quiere decir algo intencional. Esa es mi parte favorita de mi vida. Si es alguien que dice: «Ay, mira, el del bigote, una foto». Digo: «Bueno, la foto, tal». Pero cuando hay alguien que llega y me dice: «Camilo, ¿te puedo decir algo?». Yo digo: «Uy, parce, mi momento feliz». Porque viene alguien a contar alguna vaina fantástica. Y es todo por los lados… Y es cuando digo yo: «Bueno, dejémonos sorprender». Porque caen las historias más fantásticas que te puedas imaginar. Las tengo escritas en mi cabeza todas. El otro día me contaba una chica… Llegaba y me decía: «Mi papá y yo no teníamos tantas cosas en común. Era como que no la llevábamos bien… Pero mi papá se enfermó. Le dio…». Yo no me voy a acordar en este momento… Alguna enfermedad terminal. Y el «man» tenía que empezar a tener sesiones de quimioterapia. Entonces, iban en el carro… Y esta tipa era la que tenía más tiempo libre y dijo: «Yo lo llevo». Entonces, iban en el carro y la clínica estaba bien lejos y decían: «¿Y qué ponemos?». Y arrancaron a poner a Camilo. Entonces, era un momento en que el papá dijo: «Bueno, como que me gusta». Y la hija: «A mí también. Es lo que me gusta a mí». Y arrancaron a tener una relación, el papá y la hija, escuchando mis canciones mientras iban a la quimio. Y volvían y taque, taque, taque… Y, de repente, era: «Papi, vamos al carro para la quimio a escuchar a Camilo». Y se convirtió en un vínculo de dos personas.
Y yo en mi casa no tenía ni idea, yo estaba cocinando, y mis canciones escribiendo un vínculo entre dos personas. Luego la tipa, de repente tal, el papá… La enfermedad fue cogiendo ventaja y al papá lo tenían que desconectar. «Entonces, bueno, vamos a desconectar al papá. ¿Qué canción le ponemos al papá cuando lo desconectemos? Una canción de Camilo». Entonces, esta niña estaba contándome cómo despidió a su papá. Y me dan ganas de llorar porque es muy fuerte, marica. Yo nunca pensé en esa vaina. Yo cuando escribo las canciones, yo no estoy pensando en eso, marica. Pero luego suceden esas historias. Dice ella: «Sí, despedimos a mi papá con una canción tuya». Y yo decía: «Guau». Le di un abrazo a la tipa, nos despedimos y no nos volvimos a ver. Ella me escribió eso en una cartita y la guardé. Pero la música tiene ese poder, parce. Me encantaría llevarme yo esa medalla y decir: «Si es que yo soy tan chévere que, imagínate, mis canciones son las mejores. Hay otros músicos, pero es que yo, de verdad, soy el mejor. Entonces, me eligen por eso». Uy, no, no, eso es algo que está en otro reino. Entonces, yo le debo mucho a ese intangible, que hace que mis canciones tengan un sentido en la vida de las personas.
Entonces, está uno en el concierto con la mejor cámara de todo el mundo, con la capacidad de no sé cuántas teras infinitas que tiene el cerebro, con aparte todo el asunto emocional de uno poder conectar todas esas teras a unos sentimientos… Y uno está aquí y ahora. Pero no, uno decide sacar el teléfono y guardarlo para, aparte de todo, poder proyectar afuera y contarle a todo el mundo que estuvo en un concierto. Entonces, yo, de manera consciente, en mis conciertos, he sacado muchas veces el tiempo de decirle a la gente: «Parce, les parece si en esta canción, bajamos el teléfono y la escuchamos a ver qué pasa». Por ejemplo, el otro día yo estaba leyendo en una revista, en un avión, sobre una comunidad indígena que tiene un término para referirse a aquello a lo que tú le dedicas la primera energía y el primer esfuerzo de cuando tú abres los ojos por la mañana. Eso es lo que más te describe a ti. O sea, ¿tú quieres conocer a alguien? Pregúntale qué es lo primero que hace al abrir los ojos. Entonces, estos indígenas llegaban y decían: «Bueno porque hay gente que abre los ojos y se dedica al tejido, porque hay algo sagrado en su tejido. Luego, hay gente que abre los ojos y lo primero que hace es sentarse a preguntarle al Creador, al arquitecto, alguna vaina que le quiera preguntar: «Revélame tal». Hay gente que, de repente, se levanta, abre los ojos y lo primero que hace es ir a servir, mirar cómo están los hijos o mirar de qué manera puede… Entonces, si uno lo primero que está haciendo al abrir los ojos es agarrar el celular para ver si en Instagram alguien le puso un «like» o no… Hay que pillar si es compulsivo, porque las compulsiones hay que pillarlas todas. Todo lo que sea compulsivo, todo lo que no suceda desde el plano de la conciencia y la voluntad, pues, como que, ¿para qué?
Yo, por ejemplo, un par de horas antes de irme a dormir y un par de horas después de despertarme, yo tengo mi teléfono en modo avión. Modo avión, parce. Porque yo me quiero ir a acostar, a dormir, y lo último que yo quiero haber pensado en mi cabeza quiero que sean cosas producto de mi interioridad: alguna pregunta, alguna duda, alguna revisión… Tener una conversación con mi esposa sin que mi teléfono esté mostrándome algo, sin organizar el día de mañana, sin muchas… Soltar el teléfono y cuando yo me levante por la mañana, pueda tener un tiempito de revisarme, mirar para adentro… Que no me llegue ninguna noticia de nada, ni buena ni mala… Porque, luego, entra el WhatsApp en el que te dicen: «Te nominaron al álbum del año». ¿Qué? Y a uno ya el día se le fue… Entonces, uno estaba todo tranquilito… Porque uno se levanta siempre como en estado meditativo. Como… Y luego te llega ese mensaje: «Se enfermó no sé quién». Se te embolata el día de una vez. Y el día se va a parecer… Lo más probable es que el resto de tu día se parezca a la manera en que tú lo empezaste. Cuando tú arrancas: «Juepucha, ¿cómo es la cosa? Voy a llegar tarde». El día entero está dirigidito para hacer un… En cambio, cuando uno empieza centradito, preguntando: «¿Quién soy? ¿Qué quiero ser? ¿Qué hice, más o menos, regular ayer? ¿Qué no quiero repetir hoy? ¿Cuáles son mis hábitos? Déjame yo organizo esto. Voy a dedicarle un tiempo a mi cuerpo para hacer ejercicio, voy a hidratarme bien, voy a hacer el desayunito lento, como yo quiero hacerlo, y, después, miramos a ver si me puso «like» la niña que me gusta, vamos a ver allá…». Que ese «like» va a estar ahí esperando por ti. Creo que hay una manera más sana de tener una relación con el afuera y con la compulsividad del teléfono.
Pues, para mí, es un tema muy delicado con mis hijas, porque… Porque quiero saber qué es lo que ellas quieren de verdad. Tengo la bendición de que a mí la gente que me quiere y me sigue es gente chévere. O sea, mírense ustedes un momentico. Ustedes son… Vean la conversación que estamos teniendo tan chévere, parce. Y uno diría: «Bueno, pero esto no es así». Bueno, es que lo que les digo, yo salgo a la calle y hay alguien que me quiere decir algo chévere. Pero para alguien que no le guste y que no haya decidido vivir esto, puede ser una tortura también. Imagínense todo el tiempo… Estar comiendo en un restaurante y que todo el mundo te esté mirando. Y que se te caiga algo y que todo el mundo te esté mirando a ver si te ensuciaste o no. Que estás despeinado, tienes un día horrible y la gente en la calle está esperando que tú, todo el día, estés feliz. Y uno diría: «Pero bueno, pero…». Claro, porque lo elegí yo. Entonces, aprendo a tener mecanismos donde yo pueda vivir esto y disfrutármelo al 100%. Pero si yo no lo hubiera elegido… El otro día, mis amigos llegaban y me decían: «Ay, vamos a ir a la playa de no sé qué». Y digo yo: «Qué buen plan». Y me dicen: «No, pero ¿sabes qué? Si quieres, tú no vayas, porque nos cagas el parche a todos». Y digo yo: «Pero parce, ¿qué?». Claro, nos cagas el parche. Porque si voy yo, entonces, toman foto y luego ya nos tenemos que ir. Entonces, luego hay un tipo que está tomando una foto con un telescopito, luego está el otro que no sé qué, el otro llama al otro y luego nos tenemos que ir. Entonces: «Uy, no, que no vaya Cami. Porque si va Cami, luego nos tenemos que ir y queremos pasarla bueno». Y digo yo y pienso… Yo me muero de la risa y digo… Bueno, al fin no fui y la pasaron buenísimo. Me mandaron las fotos, me mandaron las fotos. No, mentira. Pero digo yo… Yo me muero de la risa, pero… ¿Y mi hija? Si mi hija no eligió esa vaina, entonces, ¿qué hago? Entonces, en un esfuerzo de lo que llaman «Remar en un barco en un océano de dulce de leche», estoy intentando proteger esa autonomía de mis hijas. No esconderlas, no nada… Ellas van por la calle y les encanta. Les piden fotos y ellas dicen que sí. Ellas están parchadas.
Pero en lo que a mí respecta, estoy tratando de darles la autonomía de que ellas puedan tomar la decisión de si quieren salir en esa foto o no. Yo creo que eso no fue lo que tú preguntaste, pero es por ahí, ¿verdad? Sí, sí, a mí me tocó muy chiquito. Me agarró de chiquito. Había un montón de cosas que yo no estaba preparado para enfrentar. Yo no estaba preparado para enfrentar, por ejemplo, el rechazo. Esa vaina yo… A mí no me la expusieron antes. Ni la leí en la letra chiquita ni en nada. Uno hace lo que hace… Uno tiene la libertad de hacer lo que tiene ganas de hacer. Sí, chévere, pero luego no te cuentan que la gente está en la libertad de que le guste o no. Entonces, luego hay un montón de gente que no le gusta lo que tú haces o que le parece que lo que tú estás haciendo no está tan chévere. Entonces, de repente, cuando tienes 13 años y te dicen algo, aparte, desorganizado, de una manera fea en la calle… Te pegan un grito y te dicen: «Oye…». Pum, una cosa fea. Tú tienes 13 años y tienes una herida de rechazo, de insuficiencia… Que yo he ido trabajando y ahora me muero de la risa con mis heridas, porque me las disfruto. Pero de chiquito, yo no sabía cómo era esa vaina. Salía a la calle y yo sentía que me iban a pegar o que me iba a perseguir alguien, que no le gustaba lo que yo hacía, y me iba a pegar. De verdad, yo tenía esa herida de chiquitito, aun habiendo elegido hacer lo que yo estaba haciendo. Pero no cambiaría nada de mi pasado, ni de la ruta que me trajo hasta aquí, ni de las heridas que me significaron ciertas situaciones para, después, darme cuenta de otras rutas que me trajeron a donde estoy hoy. No cambiaría nada.
Entonces, políticamente, hay unas cosas que uno se permite… Entonces, dice: «Ah, no, pero yo… Es que claro, después de esta línea, yo a ese “man” si lo cojo y lo…». Entonces, aparte está bien, porque es heroico, porque tú lo das todo por los tuyos… Hay una manera de organizar el odio para que no se vea tan maluquito y lo podamos ejercer de una manera sistemática y todo bien. Entonces, hemos explorado eso a cabalidad, pero yo siento que todavía no hemos terminado de explorar el universo tan complejo y tan fantástico del amor. El amor que habla de… Más bien, de las cosas en que nos parecemos. El amor que es capaz de ponerse en los zapatos del otro y mirar las realidades de los ojos del otro, que eso sí es un atributo escaso. Sobre todo, en el mundo de hoy, es complicadísimo encontrar gente que sea capaz de mirar el mundo a través de los ojos del otro. Las cosas en que nos parecemos, de inventarnos maneras en que podamos ser diferentes, celebrar esa vaina y que sea una buena noticia la diferencia. Y si hemos sido capaces de dibujar sistemas que nos dividan, hay mil maneras de disponer un montón de sistemas que hagan que podamos tener una experiencia más bonita y con más cuidado por el otro. Todos esos son puentes que tiende el amor. Puede haber técnicas de lo que sea y usted puede estudiar lo que usted quiera en la universidad para que luego usted pueda construir ese puente de una manera efectiva y que sirva, sea duradero, no se meta autogoles… Todo eso sí, pero el amor… El amor es una cosa, parce, que tenemos que seguir explorando. Yo, a mi manera, con una guitarrita, voy por ahí tratando de sembrar semillitas que puedan llegar a generar curiosidades internas, que apunten a, después, arbolitos que puedan hacer una sombra que cobije. Pero yo sí creo que, de todas las revoluciones posibles, el amor es la más grande y la más interesante de todas. Y que nos falta por estudiar esa.

Y el día que lo fui a ver dije: «Parce, guau». Y ahí estaba. Y luego están los bonsáis. ¿Alguien tiene un bonsái? ¿No? ¿Nadie tiene bonsáis? Hacen bien. No, mentira. ¿Tú tienes un bonsái? Es difícil tener un bonsái, parce. Te descuidas, te vas a ver una peli y cuando vuelves, el bonsái está… Es muy agotador tener un bonsái, parce. Es muy difícil. Entonces, en la carrera que yo… En mi carrera… En el que para muchos de mis amigos estoy más físicamente ausente de lo que estoy presente, sobre todo en cuerpo presente, empiezan a… Empiezo yo a valorar esas amistades que me permiten tener amistades cactus. No digo que sea mejor. No digo: «Ahí está esa gente que está pidiendo todo el tiempo». No, hay ciertos tipos de relaciones que requieren un riego más constante y tal. Pero con respecto a la amistad, qué sabroso son los amigos que no están pasándote cuenta de cobro. No sé si estoy tratando yo de argumentar una inseguridad que tengo en el corazón, pero es muy complicado porque uno nunca sabe por lo que está pasando el otro. Entonces, hay alguien que está pasando por algo y no ha estado… «No me llamó… En mi cumpleaños no me llamó». Y te pasan esa cuenta de cobro para siempre. Pero la amistad, de nuevo, a través del amor es capaz de ponerse en los zapatos del otro e interpretar generosamente lo que está haciendo el otro y permitir un poquito una amistad cactus. Entonces, yo creo que uno tiene que hacer el esfuerzo por ser cada vez más cactus y tener ese corazón abierto para poder regar de manera constante los bonsáis que tengan para que no se les…
Cuando uno se enamora de quien uno verdaderamente es y uno explora en la profundidad de quien uno es… No en la profundidad de lo que todo el mundo está esperando que uno sea, ni en lo que uno pudiera ser, ni en lo que uno quisiera ser, pero no es, pero uno pudiera llegar a parecer que es, ni en lo que uno puede ser para poder destacarse y para… No, no en ese universo. Si uno se enamora de lo que uno es, de sus capacidades, de lo que uno sí es, de lo que uno sí tiene y se enamora de las cosas que uno es capaz de hacer con las cosas que uno tiene en sus manos, empieza una vaina mucho más interesante. Mucho más interesante. Te das cuenta de que estás solo, volteas a los costados y esa cara era la que estás… «Pero ¿dónde está el otro artista? ¿Cuántos oyentes mensuales tiene? ¿Y por qué tantos? ¿Y por qué la última canción que…?». Y te das cuenta de que tú estás solo… Esa soledad, ese nicho que te genera ser tú mismo, parce. Guau, cómo te libera. Y empiezas luego a preguntarte: «Bueno, pero si estoy yo solo, entonces, ¿por qué tengo yo que andarme vistiendo como…?». ¿Cómo me quiero vestir yo? A ver, ¿quién soy? ¿Cómo quiero hablar yo? ¿Cuál es mi opinión? ¿De qué manera la expongo? Así se toca la guitarra, así se escribe, pero ¿cómo toco yo? ¿Cómo escribo yo? Y en ese universo… Es supremamente liberador porque la competencia, aparte, es una idea, es una fantasía. No existe tal cosa. Entonces, yo me he dedicado a buscar más maneras de ser yo mismo y a confiar en mis capacidades.
Cuando uno dice: «Bueno, lo que yo tengo es suficiente, lo que yo soy es suficiente». Yo me siento, a veces, en días en que uno está inseguro. Uno se sienta y dice: «Parce, lo que yo soy es suficiente, lo que yo tengo es suficiente». Entonces, a uno le dirán: «¿Suficiente para qué? ¿Para hacer el mejor álbum que usted pueda hacer?». Es suficiente para lo que yo voy a hacer. Confío en que las herramientas que tengo a mano son suficientes para hacer cosas extraordinarias. ¿Será poquito? ¿Será mucho? Mi papá me decía siempre… Me decía así siempre… Porque él me decía… Y yo le decía: «¿Qué, papi? ¿Qué, qué, qué?». Siempre, parce, me decía… Y yo le decía: «¿Qué?». Y me decía: «Te estoy viendo. Te estoy viendo, Cami. Te estoy viendo». Y a mí eso me generaba como una angustia y decía: «¿Qué, papi, qué?». Y me decía: «Te estoy viendo, que tienes muchos talentos». Y yo le decía: «Ay, papi, gracias». Y me decía: «No, gracias no, gracias no, al contrario». Y yo: «Pero ¿qué pasó?». Me decía: «Hay gente que tiene muchos menos talentos que tú y que va a lograr cosas más grandes que tú. ¿De qué te sirve a ti tener un cuarto lleno de mil herramientas, lleno de mil taladros, mil martillitos, las 14 mil arandelas del no sé qué para poder aceitar la otra cosa con el serrucho que parte la parte y lo calienta…? ¿De qué te sirve tener todo ese cuarto si el día que necesites un clavito para pegar una cosa en la pared, no lo vas a encontrar entre todo eso? En cambio, hay una persona que tiene un cuarto más chiquito con un clavito, con un martillo… Y el día que hay que poner un clavito, dicen: “¿Quién tiene un clavito?”. El tipo hace… Y lo pega y usted se pierde en ese montón de… ». Y yo dije: «Uy, parce, ¿qué, qué?». Cierto como un tiro en el piso esa vaina, parce.
¿Quién soy yo? ¿Cuáles son las herramientas que tengo? Y con las que tengo, voy a confiar en que puedo construir cosas maravillosas y voy a dar pasos a confiar en que ellas me van a servir. Termina siendo más suficiente de lo que uno cree, parce. Eso lo aprendí de mi papá desde chiquito. En ese recurso, muchas veces menos, es más. Entonces, uno dice: «Es que yo tengo tantos límites, tantos límites… Si yo tuviera todo lo que tiene él…». Claro, así cualquiera. Y luego Stravinsky… Creo que era el que decía… Lo decía creativamente, pero aplica en todo. Párenle bolas para que vean cómo aplica en todo. «Mientras más me limito, mientras más me limito, más me libero». Eso es cierto como nada, parce. A uno le dicen: «Vamos a escribir una canción». Por ejemplo, uno está escribiendo con cuatro amigos. Y uno dice: «Vamos a escribir una canción». Silencio. Nadie empieza a decir nada porque frente al universo de todas las posibilidades de las canciones que puedes escribir, es muy complicado arrancar a escribir. En cambio, uno dice: «Muchachos, ¿saben qué? Escribamos una canción hoy, pero que solamente tenga tres acordes». Tres acordes. ¿Cuáles son? Son estos tres. Van a agarrar y vamos a hacer… Esos tres. ¿Cuántos acordes hay en el mundo? 1.500 millones de acordes. ¿Cuántos? No sé, montones. ¿Pero saben qué? En dos minutos, arranca alguien a hacer…
Y va a arrancar a decir así… Hasta que alguien diga: «¿Y por qué no hacemos una canción acerca de… De que me di cuenta de que no tengo tantas cosas como pensé que yo tenía, pero que son suficientes?». Ya hay un par de ideas. Se redujo el universo de posibilidades, pero ahí, de una, se suelta la creatividad. «Hoy me di cuenta de que, en verdad, no tengo una edad, pero es posible que pueda ser…». Y arrancas a escribir porque te limitaste, parce. Se te cerraron las puertas. Dichoso el que tiene poquitas cosas porque las puede organizar más fácil hacia la creatividad. No me acuerdo qué fue lo que tú preguntaste, pero… Pero por ahí.

O sea, te puedo decir mil, en realidad. Aparte, las estudio… Me levanto todos los días en la mañana y más que decir: «Quiero transformarme en otra cosa». No. Es más una cosa como de: «Bueno, ¿quién soy yo y quién es mi ego?». Les voy a decir una vaina… De lo más complicado de este encuentro que tenemos hoy, fue cuando me dijeron: «Tú sales y te presentas». Entonces, yo de una vez me muero de la risa internamente porque decir: «Yo soy Camilo, soy artista, soy…». Nada de eso es lo que yo soy. Todos eso son roles que yo tengo. Y mi nombre, aparte, yo no soy Camilo. Yo me llamo Camilo, que es un nombre que me pusieron… Que me dieron de regalo mis papás y que yo cargo como una banderita, pero que no soy yo. Entonces, yo me levanto todos los días en la mañana… Primero, acordarme quién yo verdaderamente soy, que es otra cosa diferente a estos roles, a esta conversación, a esta guitarra, a mi tour, a mis canciones, a mi oficio, a mis hijas, a mi manera de hablar, a mi personalidad… Diferente. Hay algo que está ahí atrás y yo quiero conectar todos los días tempranito en la mañana con eso. Y lo segundo es que estudio mi identidad. Manifiesta lo que está afuera mi personalidad: quién soy yo, mi nombre, mi manera de ser y esas otras cosas que son compulsivas que yo quiero estudiar para tener una experiencia más placentera y para ser una experiencia más placentera también para los que están alrededor mío, para mis hijas, para servir de una manera mejor, para ser más efectivo en mi servicio… Quiero estudiarme para poder hacer eso. Entonces, tengo un libro así de mil millones de capítulos de eso, de cosas que quiero trabajar en mí. Soy un proyecto en movimiento y soy sistemático en ese proyecto. Entonces, lo tengo muy estudiado.
Y lo otro que… Mira que yo quiero aprovechar la oportunidad, porque me preguntas por el optimismo, y yo no me considero una persona optimista. Porque la palabra «optimista»… No tengo ni idea, ojo. Esta vaina de: «Vengan, yo les explico…». No, ni idea. Pero vamos a hacer una especie de tormenta creativa. Optimismo suena a como: «Tranquilo que todo va a estar bien». Eso suena a optimismo. «Tranquilo que todo está bien». Uno diría: «Pues no, ¿cómo que todo está bien? Si hay un montón de cosas que están remal». «No, sí hay un montón de cosas que están remal, pero todas esas cosas van a estar bien». Como sospechoso eso. Como que hay un montón… Y nos podemos sentar aquí a hacer una lista de un montón de cosas que no tienen cara de que van a estar muy bien. Por lo menos pronto, pues no. Hay un montón de vainas que no. Pero yo… Hay una cosa que sí se puede transformar así. Y es la manera en la que tú estás parado frente a lo inevitable. Entonces, el momento presente… Y esto no es una idea mía… «Ay, qué inteligente, Camilo». No. Todas las tradiciones apuntan a eso. Todas las tradiciones ancestrales apuntan a que el momento presente es inevitable, parce. El momento presente es lo que es. Y no puede ser de otra manera. Y tú dirías: «No, sí puede ser. Hay cosas que se pueden…». Sí, en el siguiente momento, pueden ser de otra manera. Pero en este momento, lo que es, es lo que hay. Hoy aquí, en este segundo… No tengo reloj, pero en este segundo, ahora mismo hay un montón de cosas que te gustan y hay otras que no.
Entonces, decir que todo está bien sería mentira. Decir que todo ya va a estar bien, mentira también. Pero hay una invitación en el: «Parce, y como no todo está bien, ¿sabes qué sí puede estar bien? Tú». ¿Sabes qué sí puedes transformar? La manera en la que tú estás parado frente a esa tormenta. Hay una tormenta, perfecto. ¿De qué tamaño? Inmensa, chiquita, categoría uno, ciclón, huracán, hay una grande o una cosa chiquita. ¿Sabes qué puedes tú…? Lo único que tú puedes transformar en este momento aquí y ahora es cómo estoy yo parado frente a esta situación. Y eso no es optimismo, parce. Porque el optimismo le invita a uno a quedarse quieto. «Usted échese ahí que esa vaina se va a solucionar de alguna manera». Es como que… En cambio, cuando uno se da cuenta de que uno es el proyecto, uno encarna el cambio que uno quiere. Este soy yo. Y aparte de todo, si hay que limpiar esta vaina, que hay un reguero horroroso, cochino, asqueroso… Y alguien lo tiene que limpiar. Y me tocó a mí, parce. Lo voy a ir a limpiar. Yo voy, lo limpio y tomo acción. Pero aparte de todo, hay dos maneras en las que yo puedo ir a limpiarlo. Echando lo que dicen… O sea, y, mutéenme, puteando… Así: «Juepu… Me ha tocado a mí limpiar esta vaina. A mí. Y, aparte, el que no limpia es este huevón que está ahí». Entonces, uno se arma la película… «Pero ¿Y por qué…? ». O, parce, lo limpio. ¿Saben qué? Con una sonrisa. Y me cago de la risa. Y me lo disfruto, aparte. Porque hay una manera de disfrutarse uno todo. Entonces, ¿saben qué? Como todo es tan inevitable, vamos a tomar acción, vamos a caminar, vamos a hacer el cambio que queremos, vamos a encarnarlo, vamos a organizarlo, vamos a reunirnos, vamos a sentarnos a hacer… Y, mientras tanto, ¿saben qué? Hagámoslo, aparte de todo, con una sonrisa. Y cuidemos del otro y vamos para adelante. Eso yo no siento que suene a optimismo. Me identifico yo más con esto segundo que con el optimismo.
Porque mis papás no eran muy de decir… Yo no tengo una sola memoria de mi papá diciendo ni que tenía miedo, ni que… Ni miedo ni triste. Mis papás tristes, ¿cuándo? Y a mis papás… O sea, me vas a decir una cosa, mis papás vivieron todas. O sea, las dulces, las amargas, las malucas, las… Todas. Y no, ¿miedo? ¿Cuál miedo? El miedo no existe. Esa idea que le dicen a uno: «¿Miedo? Pero si el miedo no existe. No, ¿cuál miedo? No, no, miedo nada». «Usted es un berraco», le decían a uno en Colombia. «No, usted es un berraco, usted es un berraco. Hágalo. Usted es un berraco». Entonces, de repente, claro… Mis papás nunca eran así, pero sí que venían de una generación en la que uno no destapa eso. ¿Para qué destapa uno eso? Eso lo deja a uno debilucho. Lo que hay es ponerse uno las pilas a ver y amarrarse el pantalón y échale para delante. Esa es una idea. Entonces, a mí lo que me tocaba socialmente era decir: «Bueno, mis referentes…». Y parece que estoy criticando a mis papás, pero no estoy criticando a mis papás, porque mis papás hicieron lo mejor que pudieron con lo que ellos tenían y qué increíble lo hicieron. Pero, claro, mi compromiso es agarrar lo que hicieron mis papás, tratar de elevarlo un poquito y, aparte, tengo el privilegio de elevarlo con ellos. Yo me siento a hablar de esto con mis papás y es increíble. Y mi papá hoy me cuenta sus tránsitos internos. Pero, claro, yo decía: «Mis figuras de referencia son mis papás y ellos no tienen miedo y no están tristes. Entonces, ¿yo por qué estoy triste? Parce, algo está mal en mí». Si la gente de la que yo estoy esperando validación no siente eso que yo estoy sintiendo, algo está mal en mí. Y, aparte de todo, para yo poder estar cerquita de mis papás, como ya me di cuenta de que a ellos eso de la tristeza y el miedo como que no es algo que les invite a estar más cerquita, sino a evaluar eso. Entonces, yo lo voy a ocultar.
Entonces, yo estaba muerto de miedo y buscando cómo parecer que no estaba muerto de miedo. Entonces, miedoso y mentiroso ahora. Entonces, a mí me decían: «¿Cómo estás?». Y yo: «Bien, bien». «Ese es mi hijo». Y uno por dentro así… Torcido de miedo. O uno está triste… Algo pasó y uno está triste. Estoy triste. «Triste no, arriba esa cabeza, arriba ese ánimo». Y uno… No pasa en uno lo que los papás de uno están esperando que es que… O cuando le dicen a uno: «No se ponga triste, que usted tiene un techo y una comida». Entonces, uno hace… No, parce. La tristeza está ahí y hay que abordarla. Entonces, hoy en día yo, por ejemplo, me veo diciéndole a mi hija… Mi hija, por ejemplo, algún día tiene rabia, está triste o está llorando y yo trato de llegar a caerle y decirle: «Mi amor, lo que tú estás sintiendo ahí… Veo que estás triste por tal situación. Quiero que sepas que papá también se pone triste. Mira, el otro día, por ejemplo, yo pensé que me iba a ganar un Grammy por el álbum que había hecho y ¿sabes qué? No me lo gané. Y quería demostrarle a todo el mundo que no, que yo no estaba triste porque yo, la verdad, no hago música por eso. Pero, un ratito, sí estuve triste y dije: “Ay, yo me quería ganar ese Grammy”. Porque, en el fondo, todos somos niños chiquitos soñando con unas cosas allá que pasan y no pasan. Y el niño chiquito que está dentro de uno se pone triste. Entonces, yo me puse triste un rato, amor. Luego me di cuenta de que amo mi guitarra, que me está esperando, y que voy a escribir mil canciones más. Le conté a mamá que estaba triste. Nos dimos un abrazo y, de repente, me sentí más sabroso. Y al otro día ya estaba más tranquilo». Entonces, cuando tú le permites a ella como… Es como que le dieras permiso de estar triste. «Mi amor, ¿sabes qué? Tienes permiso de estar triste. ¿Quieres llorar? Vamos a llorar, ven». Cuando tú le permites a un niño llorar y lo invitas y lo abrazas, estás haciendo una sanación tremenda ahí de un cóctel interno. Y yo veo como mis papás, al ver eso, están sanando ellos también unas vainas que tenían pendientes con sus papás. Porque si para mí era así, imagínate a ellos con sus papás. ¿Y para atrás? Parce, ¿qué? Entonces, sí, es muy lindo ese tema, parce. Gracias por preguntar por eso.
Como a mí no me llegó así, a mí me cuesta mucho identificar cuál fue ese día en que yo fui invitado a Hogwarts. Entonces, tengo sospechas. Tengo sospechas. Mira… Y es que uno siempre va echando para atrás. Uno diría: «Fue el día en que escribí mi mayor éxito». No, antes de eso pasaron un montón de cosas que creo que fueron definitivas. Pero mira, yo no sé por qué a mí me toca de una vez pensar en mi esposa. Yo pienso en Evaluna. Evaluna significó para mí el primer paso de algo definitivo en mi vida. Es difícil para mí explicar que no sé bien qué cosa es. Porque el momento en que yo conocí a Evaluna y el momento en que yo empecé a sentir cosas arrolladoras por ella, fue el momento justo en que a mí se me cerraron todas las puertas de lo que yo estaba construyendo con mi música en mi país. A mí me echaron de mi disquera, a mí… Yo me quedé sin un peso… Navegando así, remando para ver de qué manera yo salía adelante con mis papás y con mi hermana… Y buscando… Remando. Mi papá se enfermó horrible, casi se muere, le dio una neumonía… Muy «heavy». Hay algo en esa pequeña temporada que significa para mí algo que yo creo que es un primer paso. Yo no sé si a ustedes les pasa, pero yo a veces pienso en versiones mías anteriores y digo: «Eso fue hace cuatro Camilos. Eso fue hace dos».
Que es como que uno lo ve casi como una vida pasada. O sea, como si fuera un… Como que uno reencarnó y está viviendo ahora otra vida. ¿Les ha pasado eso? ¿Sí lo piensan así alguna vez? Bueno, gran parte de esta vida en la que yo estoy hoy nació por esos días donde mi papá estaba muy enfermo, donde había una niña que me gustaba en Miami que se llamaba Evaluna, donde yo me pasaba las noches escribiéndole a ella, porque yo estaba cagado de miedo de que mi papá se muriera. Y ella se quedaba hasta tarde diciéndome: «Aquí estoy y te acompaño». Yo le escribí una canción a Evaluna que se llama «Media Luna». Y le empecé a mandar notitas de voz. Y yo dije: «Yo creo que a lo que mi papá esté bien, yo voy a agarrar la guitarra y voy a ir a Miami a perseguir a esa niña». Y así hice. Guardé cuatro pesos y me fui detrás de ella a mirarla, a enamorarme de ella y a escribir canciones, a ver qué pasaba. Ahí creo que esa fue mi carta de invitación a Hogwarts.

Y que es también parte de mi identidad creativa y de mi identidad… O sea, cuando tú vas a un concierto mío, te das cuenta de que nada más mirar al público es una celebración de la diversidad. Es muy especial. La vista que yo tengo desde el escenario, yo veo a la gente y hay gente de todos los posibles orígenes de lo que tú te puedas imaginar, en todos los contextos de lo que tú te puedas imaginar. Y creo que eso pasa porque la gente se siente bienvenida en un proyecto que es diverso desde que arranca. Yo tengo esa bendición. Y es por ser colombiano y por haber crecido en las tres ciudades donde crecí. Porque yo recuerdo profundamente lo que a mí me marcó nuestra música en Medellín, cuando yo pasaba la Navidad y escuchábamos nuestra música arriera. Me acuerdo de los primeros encuentros que tuve yo con la música de Guillermo Buitrago o de Octavio Mesa. O sea, esa vaina a mí me marcó. Y luego cuando me mudé a Montería y yo, en los hombros de mi papá, escuchaba tocar «María Varilla». Las bandas de guerra tocando esa vaina y los pitos y los tambores tocando todas esas vainas, que me marcaron profundamente y que hoy me persiguen en mi música. O sea, yo, en este álbum que les conté que hice, tuve la oportunidad de visitar un poco todos esos orígenes.
Y luego en Bogotá, cuando te encuentras con una sociedad tan mestiza, donde se junta toda la densidad y ese mestizaje multicultural de mi país. O sea, yo no puedo hablar de mi música, de mi sonido, de mi identidad como cantautor y como creativo sin hablar de los colores de mi país. Y es imposible para mí hablar de eso sin levantar la cumbamba y decir: «Parce, qué chimba ser colombiano». Sin pretender hacerlo, me gusta cuando alguien piensa en mi país y, de alguna manera, yo haya podido sembrar un nuevo imaginario global acerca de mi país. Me hace sentir muy orgulloso, muy orgulloso. Y me hace sentir… Y me inspira mucho la posible idea de pensar que haya niños que sueñen con tener una vida haciendo lo que yo hago y que vean a Camilo y digan: «Parce, si este “man” pudo, yo creo que yo también puedo». Que confíen en su cajita de herramientas y las que sí tienen y se aventuren a hacer. Me gusta eso de mi carrera. Que no es una carrera que genera distancia en el imaginario de la gente al verlo. «Claro, él puede porque… Bueno, él es absolutamente diferente a nosotros». Al contrario, que mi música, mi carrera y mis canciones sean un puente de decir: «Parce, pero si este “man” está hablando de cosas que están aquí y ahora, de un mundo que está aquí y ahora, con unos elementos que están a la mano para yo también usarlos…». Me hace sentir muy orgulloso de mí y de mi carrera.
Y de ahí viene la palabra «original». La gente cree que ser original es inventarse. Voy a ser original… Y entonces, uno piensa: «Voy a ser original. Voy a inventarme una vaina supremamente alejada de mí mismo que logre que todo el mundo diga: “Uy, ¿qué es eso tan original?”». Cuando verdaderamente originalidad viene de volver al origen. Y entonces uno dice: «No, pero eso no quiere decir… Porque cuando uno ve lo mismo, lo mismo no es original». Pues mira que justamente lo que uno celebra en los artistas que a uno le gusta, en la gente que a uno le trama y le genera nuevos imaginarios de todo, es casi siempre gente que encontró algo que no había encontrado en los lugares más fantásticos de sí mismos, que son casi siempre el origen. Los lugares en los que fueron felices, los lugares en los que atesoraban más todo, los espacios donde eran cada vez más niños y eran cada vez más virgencitos frente al mundo. Entonces, yo iría para allá a mirar a Camilo chiquito, a tomar nota para poder traer para acá esas cosas que hacía yo allá que eran naturales y que hoy me cuestan esfuerzo. Esa segunda inocencia que uno quiere tener en la vida. Esa primera era tan natural y ahora cuesta un poco más. Yo iría a tomar nota.
Porque cuando uno es uno mismo, es una experiencia más bacana de tener para toda la gente que tiene uno alrededor. Entonces, casualmente, el mundo está así de historias. Y yo la verdad que, si me pongo a pensar, creo que yo también soy una de esas historias. O, al menos, la que me cuento yo de mí mismo. Yo quise buscar, yo quise sorprender a todo el mundo, yo quería impresionar, yo quería lograr, lograr, lograr, lograr, lograr… Lograr y no lograba lograr… Y un día dije: «¿Sabes qué? Voy a dedicarme a hacer lo que a mí me gusta». Y agarré una guitarra y dije: «Aunque no le guste a nadie, yo lo que quiero escribir es esto». Y uno dice… Porque es tan paradójico que el momento en que uno ya deja de perseguir las vainas, las cosas lo alcanzan a uno. Es como que estuvieran corriendo detrás de uno. Y uno por andar corriendo detrás de ellas, en realidad lo que no se está dejando es alcanzar. A lo que uno para y dice: «Ay, parce, qué pereza esta carrera». Llegan esas cosas. Porque… Siempre hay dos riesgos… Cuando tu corazón está pidiendo expresión de una manera puntual, hay dos riesgos. O sea, suponte creativamente. Yo tengo en mi corazón una necesidad. Mi corazón me está diciendo: «Camilo, agarra esa guitarra y haz un álbum así». Y uno dice: «Uy, pero eso está muy raro, parce. Pero esta vaina no se parece en nada al “top” 50 del mundo de no sé qué. Esta vaina… ¿Quién ha sido exitoso haciendo…? Pero será que la gente sí lo va…». Entonces, a uno lo pasan por todos esos filtros.
Entonces, uno dice: «Bueno, hay dos riesgos. Si lo hago, está el riesgo de que fracase y que pierda plata y tiempo. Y que la gente diga: “Uy, qué malo es Camilo, parce. Qué mal le quedó eso”». Tiempo, reconocimiento y plata es lo que vas a perder. Y uno dice: «Bueno, ese es el primer riesgo. Ahora, ¿cuál es el segundo riesgo? El riesgo de no hacerlo. ¿Sabes qué? Eso está muy… No sé, eso no tiene cara de que va a ser exitoso. No lo voy a hacer». No hacerlo es también arriesgadísimo. ¿Por qué? Porque ahí no pierdes. Al no hacerlo, no pierdes plata, ni tiempo, ni reconocimiento. Lo que pierdes es tu relación con tu creatividad. Pierdes ese cable que te conecta con tu corazón pidiéndote cosas. Que al final creativamente es el tesoro… El único tesoro que tú tienes es tu comunicación directa con esa cosa interna que hay ahí, que es un espejito de algo mucho más grande. Entonces, si yo lo hago, puede que me vaya remal. Pero si no lo hago, se me pudre el espíritu y mi relación con mi creatividad. Al final, termina siendo más arriesgado no hacerlo. Entonces, si es por miedo, es mejor hacerlo. Hay mucho más que temer en no hacerlo que en hacerlo.
Como decir que yo hablo español porque, pues, en mi casa, se hablaba español. Igual el lenguaje que yo tengo de referirme a la mujer es hijo del lenguaje de cómo se le hablaba a la mujer en mi casa. Entonces, yo no quisiera, me da susto también, que mi música sea vista como un ejemplo de cómo se debe hacer algo porque hay gente que tiene otras maneras de mirar la creatividad y las cosas. Yo celebro, en cualquier caso, primero que todo, la diversidad. Juepucha, la diversidad es una palabra muy complicada porque habrá cosas en la diversidad que a uno no le tramen de otro. «Uy, parce, eso este “man”…». «Si vamos a abrir el abanico a la diversidad, este “man”… A mí no me gusta cómo es este “man”». Pues, claro, pero es que este «man» está haciendo lo que puede con lo que… Con su contexto, con su manera y con su tal. Entonces, no quisiera ponerme en una situación o dar una opinión que pueda llegar a señalar lo que alguien más está haciendo como algo inferior a lo que yo hago porque no me siento… No me sentiría cómodo diciendo eso. Pero sí que celebro que haya espacio para que todo el mundo pueda verdaderamente buscar quién es y lo pueda expresar de una manera respetuosa, coherente y, ojalá, excelente.
Es que la excelencia es una vocación. La excelencia no es un deber ser. Hay gente que está en otras rutas. No tiene que ser la excelencia. Por lo pronto, soy consistente y coherente con mi contexto y con mi labor. Mis hijas escuchan mi música todo el día. Entonces, yo quisiera que mis canciones vayan un poquito de la mano de las cosas que yo quiero compartirle a mis hijas. Seguro hay otras que de repente… Hay canciones en las que yo digo algo que seguramente no quiero que lo escuche mi hija, pero sí que lo escuche mi esposa, porque me encanta mi esposa. Pero es una conversación que, de pronto, yo digo: «Mi amor, ¿no está raro que esto lo escuche Indi?». Pero creo que es cuestión de saber qué cosas para qué, para cuándo… Y saber también qué cosas exponer, dónde y cómo.
Hay algo que a mí me gusta pensar de mí mismo y me gustaría cerrarlo porque me siento orgulloso de verme a mí mismo de esa manera. Es que yo me identifico mucho con los guías turísticos. Dirán: «¿Qué, parce?». Pero yo no sé si ustedes han pillado o han tenido la oportunidad de recorrer la ciudad en la que ustedes viven y tener un guía turístico al lado. Es muy especial porque cuando uno va caminando por la calle que uno ha caminado toda la vida, uno va como que uno dice: «Parce, pues esta es la calle en la que yo voy y esta es la ciudad en la que yo vivo y ya está». Pero, de repente, tú ves a un guía turístico, que son como niños encarnados en la vida en grande, y dicen: «Ese edificio que está ahí, ese edificio… En ese edificio vivió José Ortega y Gasset. Ahí, ahí creció él. Y él fue el que dijo que el que quiera mostrarnos una verdad que nos ponga y nos sitúe de una manera en la que podamos descubrirla nosotros mismos. Ahí, en ese apartamento». Y, de repente, uno dice: «¿Qué?». Y uno voltea y mira y uno dice: «Pero yo llevo pasando por este edificio toda mi vida y nunca lo había visto». Bueno, ya lo viste, te lo mostraron. La siguiente vez que tú vayas por la calle, tú no vas a poder pasar caminando por la casa de José Ortega y Gasset sin voltear a mirar. Y tú vas a ver que tú te vas a convertir en la persona que va a decir: «¿Tú sabías que ahí vivió…?». Porque una vez te muestran algo y una vez tú viste algo, no puedes dejar de verlo. Entonces, a mí me gusta pensar en mi oficio como cantautor y como creativo como un guía turístico que está ayudándonos a mirar un montón de cosas que han estado ahí todo el tiempo esperando ser vistas, que solamente están esperando que alguien levante el dedito y las señale. Porque son sagradas, porque son fantásticas… Y porque este mundo en el que estamos tiene cosas mucho más interesantes que las que podamos nosotros imaginarnos en un mundo artificial. Me gusta que mi música sea vehículo de eso y me siento orgulloso. Y espero que mi oficio inspire a otros a hacer lo mismo. Y gracias por darme este espacio, por escucharme un rato y por permitirme que al lado de ustedes, con estas preguntas tan fantásticas, podamos aprender juntos.