La música: un regalo para tus hijos
Ana Alcaide
La música: un regalo para tus hijos
Ana Alcaide
Instrumentista y compositora
Creando oportunidades
Tender puentes entre culturas a través de la música
Ana Alcaide Instrumentista y compositora
Una música para el diálogo y el encuentro
Ana Alcaide Instrumentista y compositora
Ana Alcaide
Su música transporta a tierras lejanas, a tiempos ancestrales y a lugares mágicos. Es una invitación a tender puentes entre culturas y una llamada a la tolerancia a través de la fusión musical. Para esta compositora, cantante e instrumentista, la música es su vehículo “para llegar a la belleza, el diálogo y el encuentro”.
Ana Alcaide es la directora del ‘Festival de Músicas del Mundo’ de Toledo y pionera en España en la divulgación de la ‘Nyckelharpa’, un instrumento sueco antiguo capaz de hacer viajar en el tiempo a quien lo escucha. Con ella ha recorrido el mundo, reivindicando el poder transformador de la música y su valor pedagógico. También ha desarrollado una intensa actividad investigadora en torno a la música antigua, sus tradiciones y leyendas.
Alcaide estudió violín en el Conservatorio de música de Getafe y Biología en la Universidad Complutense de Madrid. Completó sus estudios en la ‘Malmö Academy of Music’ de Suecia y en la Universidad de Baja California, México. Desde el marco de inspiración que le brinda la ciudad de Toledo, comenzó a escribir y tocar en la calles sus canciones, adaptando su instrumento a melodías de la España medieval. Su música ha sido descrita como “la banda sonora de Toledo” por su singular reinterpretación de la música antigua y sefardí. En 2017 fue galardonada con la Medalla al Mérito Cultural de las Artes Escénicas y la Música de Castilla la Mancha.
Transcripción
Si tú vas a Suecia a una reunión de baile y de música, seguramente verás nyckelharpistas tocando danzas, tocando polcas y tocando valses, que son las piezas, el repertorio tradicional asociado al instrumento, un repertorio que ha sido transmitido de forma tradicional, de tú a tú, por oído, como se hace con estas músicas y que todavía sigue vivo, en Suecia todavía se conserva el instrumento, se toca. De hecho, ha habido un pequeño ‘boom’ en los últimos años porque es un instrumento muy versátil. El instrumento tiene filas de teclados, cuatro filas de teclas y cada tecla corresponde a una nota distinta. Es como si en vez de poner el dedo directamente sobre la cuerda de un violín o de una guitarra, presionaras una tecla para producir la nota. A la vez se toca con un arco.
Entonces es un instrumento muy versátil, cromático, con más de tres octavas. Y por eso en este pequeño ‘boom’ que digo que ha habido en los últimos años, se está sacando de la música tradicional sueca y se está tocando otros tipos de música con él e introduciéndolo en otros contextos musicales. Los suecos están muy orgullosos de sus nyckelharpas. De hecho, la nyckelharpa es el instrumento nacional sueco.
En sueco, “nyckelharpa”, que es así como se dice la palabra, significa arpa de llaves, “nyckel” es llave y hace alusión al teclado, a los teclados y “harpa” es una palabra antigua para denominar de forma genérica a un instrumento. Yo tuve la suerte de conocer la nyckelharpa gracias a que me dieron una beca para estudiar en Suecia. Cuando yo estaba estudiando biología tuve la suerte de viajar a Lund, que es una ciudad que está en el sur de Suecia, y allí pasé un año, un año estudiando pájaros, porque yo estudiaba etología y durante mis ratos libres, por las tardes, tuve la suerte de poder participar en reuniones musicales. Allí quedé fascinada cuando vi una nyckelharpa, me enamoré totalmente del instrumento y decidí, una vez que volví a España, emprender un camino en solitario de querer aprenderlo por mi cuenta. Yo ya había estudiado música cuando era pequeña. Yo estudié violín. Empecé con siete años. Estudié primero en una academia de música y luego estudié en el conservatorio.
Lo que ocurre es que con catorce años o quince lo dejé de forma radical. Cerré mi estuche de violín y se quedó así durante diez años. Yo recuerdo que, con esa edad, con catorce, quince años, yo ya tenía que estudiar mucho, tenía que ir al conservatorio, me acuerdo. Tenía una profesora que no me gustaba porque era muy seria y no tenía ese componente de disfrute, de diversión. Y yo pienso que por eso lo dejé. Fue gracias a ese viaje a Suecia, gracias a conocer la nyckelharpa, cómo he podido reconectar con la música. Quizás desde un sitio más personal y donde he estado más cómoda, conectando con las músicas de raíz con las que me siento con mucha afinidad.
Y la nyckelharpa yo la considero que ha sido, yo diría mi arco con el que he empezado a lanzar flechas, con el que me he empezado a expresar. Ha sido mi detonante creativo, mi escudo también, porque funciona mucho como un escudo, mi inspiración y desde ahí he podido sacar, poco a poco, mi lado creativo, a expresarme yo como quién soy, cómo entiendo el mundo. La nyckelharpa tiene un espíritu un poco distinto al violín, porque es verdad que ese sonido ancestral, ese sonido más rústico y más antiguo, va un poco más con mi carácter. Es un poco más grave también. El violín considero que es un instrumento más solista, más brillante, más juguetón, y yo no tengo tanto ese carácter. Entonces, me gusta que la nyckelharpa me haya ayudado a sacar ese lado creativo mío. Así que estoy muy agradecida.
Para mí, cada vez que salgo a tocar, es como emprender una pequeña aventura en la que no sé con quién me voy a encontrar, no sé las situaciones con las que voy a tener que lidiar, las personas con las que voy a estar. Y tiene mucho que ver con el empezar de cero cada vez que lo haces, con el crear el momento, crear la realidad, tiene que ver también mucho con mi espíritu aventurero y también rebelde de no buscar siempre lo establecido. Y me gusta siempre cuidarlo mucho. Necesito hacerlo en un entorno que me inspire. No puedo tocar en cualquier sitio. Tengo que sentirme bien y me gusta cuidar mucho los detalles. Me gusta cuidar cómo me visto, los detalles de una tela que pongo, me gusta aportar belleza haciendo música y compartirlo con los demás. Para mí también tiene una función, lo siento como una función de servicio, igual que tú estás en el aula enseñando a los niños música, yo estoy en la calle tocando un instrumento antiguo, divulgando estas músicas y este instrumento. Es cómo yo me siento cómoda. La calle para mí ha sido mi gran escuela, con diferencia, siempre lo digo. Me ha enseñado muchísimo sobre la gente. Me ha enseñado mucho de cómo la gente entiende la música, de cómo se percibe la música desde fuera, porque muchas veces tú, como músico, tienes una percepción de cómo es la música o cómo debería percibirla la gente y no tiene nada que ver muchas veces.
Entonces eso me ha puesto muy en mi sitio, me ha puesto mucho con los pies en la tierra. Y hay algo que también me ha ayudado mucho de tocar en la calle y me sigue ayudando cada vez que lo hago y es el trabajar esta idea de qué van a pensar los demás de ti. Tocar en la calle tiene claramente unas connotaciones socialmente negativas y está asociado a falta de recursos, falta de medios, falta de posibilidades y está claro que tiene un peso muy grande cuando estás en la calle y puedes pensar: “¿Qué van a pensar los demás de mí cuando me vean aquí, tocando aquí? ¿Qué imagen estoy dando? ¿Qué pasa si me ve fulanito? ¿Qué pasa si viene alguien?”. Entonces, eso tiene un gran peso, tiene un gran peso en general en nuestras vidas. Y cuando estás tan expuesto, pues lo tiene más aún. Entonces me ha ayudado mucho porque es el trabajar el juicio externo, el dejarlo fuera y el enfocarte en tu experiencia musical. Realmente como funciona es así, es cuando tú estás enfocado en tu música, estás centrada en ti, en tu melodía, en tu sentir, es cuando puedes transmitir algo a los demás y dejas pasar todo eso de qué van a pensar los demás o distraerte por algo que pasa o… La mente nos juega muy malas pasadas y eso además me ha ayudado mucho en el escenario, porque muchas veces estoy en un teatro, en un concierto, y muchas veces evoco ese lugar de la calle donde he trabajado tanto esto. Me pongo otra vez en Arco de Palacio, que es uno de los sitios donde casi siempre suelo hacer cuando toco en Toledo, me gusta mucho ese sitio, y me vuelvo a ver ahí, intento reproducir esa sensación de estar dentro de mí, de estar inspirada, porque es un sitio que me encanta, me gusta muchísimo, y de centrarme en esa sensación de estar dentro de mí. Y eso es una visualización que hago muchas veces en el escenario cuando estoy tocando en otros sitios. Me ha ayudado mucho.
Pienso que, viajando, aunque muchas veces nos cuesta salir de nuestro mundo conocido, cosa que hasta cierto punto es razonable porque nuestro cerebro nos protege y nos advierte sobre los peligros, sobre miedos y nos hace reproducir y estar en lo que ya conocemos. Pienso que cuando superas esa barrera y das un paso, tienes la valentía de ir hacia adelante, haciendo algo que te cuesta, en principio, se abre un mundo, un mundo de posibilidades, de riquezas, un mundo de nuevas visiones. Pienso que el que viaja, automáticamente se enriquece, y es algo que recomiendo siempre muchísimo, viajar. Y también te hace ser más humilde. Primero, porque creo que cuando uno viaja aprecia más lo que tiene. Enseguida pones en valor lo que tú tienes y te das cuenta de lo privilegiado que eres. Eso para empezar. Luego, pienso que cuando viajas también te pones en la piel del otro y ves otras realidades, ves otros puntos de vista, otras formas de hacer, de resolver los mismos problemas y te das cuenta de que tu forma de hacer las cosas es una de las tantas posibles. No es ni mejor, ni más válida, ni más importante, hay muchas maneras de llegar a lo mismo, hay muchas soluciones posibles, muchas técnicas y muchas teorías, muchas interpretaciones de la realidad. Y pienso que al mirar y contrastar otras, automáticamente te abres, te enriqueces y de alguna forma te haces también más respetuoso con lo demás.
Gracias a la música, una de las cosas que también he descubierto y aprendido es que finalmente todos, todas las personas más allá de su cultura, más allá de su país, de sus tradiciones, buscamos y necesitamos lo mismo en la vida. La música te lo enseña claramente, porque al final esas inquietudes son comunes y yo pienso que todos, al fin y al cabo, estamos buscando lo mismo. Necesitamos resolver las mismas cuestiones materiales, pero también espirituales. Necesitamos responder cuestiones que tienen que ver con el sentido de la vida, con quiénes somos. Todos estamos en esa búsqueda de respuestas. más allá de, como digo, de nuestros condicionamientos geográficos y culturales.
Por ejemplo, una de las experiencias más difíciles que he podido tener en cuanto a choque cultural es cuando trabajaba en Indonesia. He estado grabando allí con músicos y tocando, ofreciendo conciertos y, de hecho, uno de mis discos está grabado en Bandung, en una isla, en Java, y fue el fruto de colaboración de músicos locales que tocan músicas tradicionales de allí, javanesas. Y yo recuerdo que en el trabajo que hacíamos, que era ensayar diariamente, por ejemplo, quedábamos siempre por la tarde, a las seis, siete de la tarde, y por defecto ellos llegaban tarde siempre. O sea, si tú quedabas a las seis, ellos aparecían a las ocho. Y además lo hacían sin dar ninguna explicación y no venían ni con menos ganas ni con menos deseo, simplemente, era una cuestión cultural. Entonces, claro, tú vas ahí con tus esquemas y con: “Esto hay que hacerlo así y vamos a ensayar de esta manera y lo vamos a grabar de esta forma”, y te encuentras con que aquello es algo totalmente fuera de tu control y no tienes nada que hacer y tienes que asumir y aceptar esa cultura que ellos tienen y esa forma de ser, entonces, no es nada personal, no te lo puedes tomar de forma personal, simplemente, es así. Entonces a mí, por ejemplo, al principio, me costó mucho aceptar eso y te das cuenta de que al final no pasa nada. Ellos llegaban, no daban explicaciones y se ponían a tocar tan contentos.
Tengo también una experiencia que recuerdo con mucho impacto y, hasta cierto punto, con tristeza, porque me removió muchísimo, que es cuando estuve viajando en Irán. En Irán no se puede cantar. Las mujeres no pueden cantar en público. Entonces yo fui con mi nyckelharpa, porque siempre viajo con ella y me invitaron para tocar, para tocar en un encuentro, en una universidad. No recuerdo exactamente el sitio, era un sitio muy frío, recuerdo, con una luz blanca. Y me acuerdo que cuando me puse a cantar, empecé, canté una canción y acto seguido, el que estaba al lado mío me cortó y me dijo: “No, no puedes seguir cantando, en Irán no se puede cantar”. Entonces yo seguí tocando, me acuerdo que seguí tocando porque tenía que tocar y me produjo una sensación de incredulidad y de sorpresa tan grande que me puse a llorar y empecé a llorar. Nunca me había pasado que seguía tocando y se me caían los lagrimones mojando el instrumento y acabé de tocar, pero estaba totalmente en mi llanto, en mi dolor. Y me acuerdo que cuando acabé, mis compañeros, colegas que estaban ahí en la reunión, vinieron a mí y me dijeron: “Te entendemos”. Porque ellos entienden que esto no es normal, no está bien, es algo cultural de ellos, pero efectivamente genera mucho dolor. Pero a mí la música también es una forma de amor, es una forma de, como decíamos, de conexión, de llegar al otro, de encuentro. Y cuando eso ves que se corta de una manera así, tan brutal, pues es un impacto muy grande.
Yo animo a todo el mundo, incluso a los adultos, muchas veces estamos llenos de condicionantes, “ya soy mayor, ya no puedo empezar, no tengo buen oído, mi voz es muy fea”, todo eso nos aparta. No nos damos el permiso. No hace falta tocar para un público, no hace falta tocar un instrumento, aprenderlo, para dar conciertos. No hace falta tocar, ni siquiera, para tus vecinos, puedes hacerlo para ti y eso ya es una riqueza enorme. En Suecia una de las cosas que me impactaron cuando estudié allí es que la gente va a los festivales de música con sus instrumentos y van a ver al grupo que toca, por supuesto, pero sobre todo van a tocar y a bailar. Y esto de experimentar la música es vital.
Es algo que creo que tenemos que cambiar en nuestra sociedad, que sea algo tan elitista, tan producido y que sea algo más naturalizado, más popular. Cantar, que no nos dé tanto pudor. Tenemos mucho pudor a expresarnos. Tocar un instrumento tiene muchísimas ventajas o beneficios, diría yo. El primero de ellos yo diría que es ayudarnos a calmar nuestra mente cuando tocamos. Es una forma de meditación, nuestra mente no está dándonos información o no nos está dando guerra, por así decirlo. Tocamos con el cuerpo, nos conectamos con nuestro cuerpo, aunque al final desarrollemos la técnica con ciertas extremidades más que otras, pero activamos todo el cuerpo cuando tocamos. Tocar un instrumento también te conecta con una lógica abstracta, que es de la que está hecha la propia música y que nos ordena el pensamiento de alguna forma. Tocar un instrumento nos hace escuchar, estar en la escucha, porque para poder tocar previamente hay que escuchar, hay que escucharse y hay que escuchar el silencio del que parte el sonido y también nos agudiza nuestro sistema auditivo. Es decir, cuanto más tocamos, más estamos expuestos a la música, más sensibles somos. Cuanta más exposición tenemos a distintas músicas, a distintos timbres, a distintas sonoridades, más ricos somos y más podemos apreciar otras músicas que nos puedan poner delante.
Entonces, al final pienso que la música en sí y tocar un instrumento lo único que hace es aportar y ayudar a desarrollar la sensibilidad. Muchos niños que, aunque a lo mejor no hayan estudiado música y no han ejercido como músicos, tienen esa sensibilidad y saben disfrutar de la música de una manera mucho más rica, más completa. Tocar un instrumento, como decía, también tiene ese componente de autoexploración que nos permite conectar nuestro mundo interior con el mundo exterior y nos permite expresar una parte de nosotros, nos permite expresar quiénes somos en ese momento, nos permite jugar, nos permite crear. Hay un componente muy importante en el hecho de tocar un instrumento, que es el juego. De hecho, en inglés, “tocar” se dice ‘play an instrument’. Y justo el concepto juego es un elemento importante porque habla de la creación, de la creación sin límites. Cuando tú ves a un niño jugando, a un niño pequeño, ves cómo construye su mundo sin limitaciones, no existen barreras, no existen paredes ni restricciones. Jugar nos permite expresar lo que somos, permitiéndonos en el momento ser lo que tiene que ser.
En el momento en el que ya empieza a haber censura, en el que empieza a haber limitación, en el que empieza a haber comparación, deja de haber juego. Y pienso que tocar un instrumento y que cantar tiene mucho que ver con el permitirse, con el permitirte a ti mismo ciertos roles, con el permitirte expresar algo que está dentro de ti, sin vergüenzas, sin tapujos, sin obstáculos. Creo que a pocos de nosotros nos han educado a poder hacer eso de una manera libre. Siempre tenemos alguien con quien compararnos. Siempre tenemos un juicio externo. Siempre pensamos que, por ejemplo, en mi caso, yo tenía pánico de salir al escenario tocando el violín. Pensar que voy a desafinar, que no voy a tocarlo bien, qué van a pensar los demás, que no lo interpreto de una manera como debería ser. Para mí, la nyckelharpa y para mí este camino solitario que emprendí, ha tenido mucho que ver con romper esos corsés, esos obstáculos con los que he crecido y que es cierto que me han dado una base muy buena a nivel técnico, como un entrenamiento de mi cuerpo y con una serie de recursos, pero también muchas veces me han limitado y me han generado esa sensación de estar en una jaula y de no poder expresarme de una manera más auténtica, más libre.
Pienso que la educación musical que tenemos hoy en día, de la que yo vengo, que he estudiado en el conservatorio, nos da un sistema que se ha establecido como el válido y que efectivamente nos da unos recursos y unas técnicas y nos ofrece un marco estilístico muy bueno, pero al final no deja de ser eso, un marco estilístico que está basado en un contexto muy concreto de la historia, que puede ser la música clásica y también la música moderna, pero del mundo occidental. Es una visión muy reducida de lo que puede ser la música en general. Y como decíamos antes, no tiene por qué ser la válida o la más importante, es una de las visiones posibles. Entonces está muy bien partir de ahí, pero para mi gusto, bajo mi punto de vista, falta el qué hacer con eso. El decir: “Vale, muchas gracias. Tengo este marco histórico. Me dais estas técnicas, estos recursos. Pero ahora ¿qué hago yo para expresarme como yo soy con esto?”. Es decir, esta es la raíz, pero desde ahí debería brotar la flor que somos cada uno de nosotros, utilizar todo eso a nuestro favor y que también en la enseñanza se contemple el cómo hacerlo. Porque muchas veces estamos perdidos y muchos de nosotros hemos tenido que emprender caminos muy insólitos y muy aventureros para poder llegar a romper con todo eso y poder volver a renacer desde otro sitio. Pienso que la educación debería estar contemplada, es esa forma de madurar el conocimiento, de llevarlo a un punto personal, de utilizarlo a nuestro favor para expresar lo que realmente somos, y cada persona tiene una forma de ser, cada persona tiene un discurso, tiene un mensaje, tiene una voz. Esa voz queremos escucharla. Esa es la idea.
Yo diría que emprender un camino en solitario, no solo como autodidacta, sino como emprendedor, exige un carácter, hasta cierto punto, de valentía, porque tienes que lidiar con la incertidumbre constantemente y tienes que darte tú mismo tus propias respuestas. Tienes que aprender a confiar en tu instinto, tienes que dejarte llevar por tu intuición, tienes que responder a tus preguntas aun sabiendo que te vas a equivocar, tienes que asumir el error como parte del camino, cosa que muchas veces nos da pánico y no pasa nada, asumir que en los caminos también existen piedras de las que vamos a aprender y que nos van a hacer ser lo que somos hoy en día. Estamos muy acostumbrados a tener la aprobación externa. Todos estamos acostumbrados a que haya un sistema que nos evalúe, desde que somos pequeños tenemos notas en el colegio, nos hacen exámenes. Existe también una conciencia social sobre cómo deberían hacerse las cosas. Existen unos valores a nivel colectivo y cuando eres autodidacta, básicamente te tienes que despojar de toda esa necesidad de aprobación para poder hacer las cosas por ti mismo y no estar dependiendo de esa mirada externa.
Yo creo que es un camino para personas que tengan ese espíritu, hasta cierto punto de valentía y de fuerza, necesitamos coraje para ser emprendedores y para ser autodidactas en esta sociedad.
Queremos partir desde otro sitio y renacer. Y está claro que tenemos todo el derecho de reinventarnos y de construir algo totalmente nuevo. Pero como decía, pienso que es un recordatorio importante desde el que comenzar. A mí una cosa que me gusta mucho sobre las músicas de raíz, y es que se hacen, o se construyen, desde un sitio muy distinto al que se construye la música escrita, o la música culta, o la música más bien para un fin recreativo. La música de raíz parte siempre de una necesidad social, de una necesidad del pueblo y se hace desde un sitio de cumplir una función, tiene una utilidad, tiene un uso concreto. Entonces, cuando tú cantas una nana a tu hijo, cuando la canta tu vecina, no está pensando en si está desafinando o si le pilla alto, o si le pilla bajo, lo que quiere es dormir a su hijo, entonces ese es el sentido que tienen las músicas de raíz. Y a mí me gusta porque precisamente nos habla mucho de las necesidades de un pueblo, de las cosas que son importantes. Entonces pienso que es un punto de partida necesario y por supuesto que lo reivindico como parte de nuestro patrimonio que tenemos que defender. Es como hacer un homenaje a nuestros antepasados, recibir ese legado y hacerlo desde el cariño y desde el respeto.
Durante mi investigación respecto a estas leyendas, una de las cosas que más me ha llamado la atención es cómo, según la zona geográfica donde yo iba mirando, cambiaba mucho la cantidad de leyendas y el estilo y el tratamiento que se hacía respecto a esas figuras mitológicas. Por ejemplo, te pongo el caso del País Vasco, que es una zona donde hay muchísima vegetación, muchos bosques. Pienso que ahí hay una cantidad de leyendas increíble. Hay muchísimas historias, en cada bosque, hay como varias anécdotas que se recuerdan. Y pienso que finalmente lo que se busca con esas historias es responder a los misterios, responder a las preguntas, a las inquietudes del ser humano. Entonces muchas veces tiene que ver con la geografía. Por ejemplo, en Castilla la Mancha, que es donde yo vivo, pues no hay mucha, no hay mucho misterio, es una tierra plana, es una tierra llana y está claro que hay historias y leyendas, pero no tienen la misma envergadura que puedan tener las leyendas, por ejemplo, del norte, con bosques, montañas. Es curioso. Y también es curioso el tratamiento que se hace respecto a esas figuras mitológicas, por ejemplo, en el País Vasco está la diosa Mari y es una diosa, una mujer que es una diosa y que es venerada como tal. De hecho, Mari es un nombre que se utiliza ahí mucho y en otros sitios no hay diosas, las mujeres de leyenda son, a veces, mujeres un poco pendencieras o que nos llevan a caminos oscuros, que nos engañan o que tienen atributos más negativos. Es curioso. Yo en este trabajo, investigando estas leyendas, también me he dado el permiso de adoptar esos roles de las distintas protagonistas y sacar esa voz, el poder gritar como una ondina o el poder enfadarme o el poder ser suave, dulce, he explorado todos esos registros.
Todos tenemos lados o aspectos más oscuros de nuestra personalidad y aspectos más luminosos. La propia naturaleza femenina, es cíclica, es cíclica nuestra naturaleza humana en general, pero en el caso de las mujeres es claramente cíclica por nuestra biología. Y todo eso me ha hecho entender mejor y me ha hecho aceptarme mejor. Pienso que es un paso necesario el que nos aceptemos tal y como somos, con nuestras luces y nuestras sombras, para que después podamos aceptar a los demás. Pienso que la lucha que se está iniciando hoy en día de reivindicación, de valores, de miradas, tiene mucho que ver con el reconocimiento propio. Yo, para mí, es el primer paso que ha de darse antes de seguir dando pasos hacia adelante, hay que aceptarse, hay que aceptar que somos así y que nuestra naturaleza es dual y que no pasa nada. Somos cíclicas. Pienso que es una ley del universo, la ley de los ciclos y conciliarse con ese lado es positivo y debe dejarnos de dar tanta vergüenza el hablar de ciertas cosas. Tenemos que poner sobre la mesa muchas cosas. Entonces, para mí, todo tiene que ver con la autoexploración personal y el autoreconocimiento de ese lado oscuro. Entonces, como decía, estas leyendas me han ayudado a conectar con algunos personajes oscuros que han elegido caminos horribles o difíciles y que han sido inspiradoras también para mí.
Venir a hacer aquí lo que tenemos que hacer sin miedo, porque nosotros realmente a nuestros hijos les podemos enseñar a través de nuestro ejemplo. Una de las cosas más importantes de la educación es entender que por mucho que les digas a tus hijos cómo tienes que hacer las cosas o cómo te gustaría, si tú no estás ejerciéndolo como tal, si tú no eres un ejemplo para ellos, ellos no lo van a hacer. Eso es un reto increíble. Yo pienso que, para mí, como madre, es el mayor de los retos al que me enfrento día a día y pienso que tenemos que ser muy conscientes de esto, que a medida que nosotros seamos como queremos ser y nos expresemos, así nuestros hijos lo van a recibir. Entonces tenemos ese compromiso, esa responsabilidad. Es una responsabilidad. Y también tenemos que tener en cuenta que el mundo que queremos que nuestros hijos vivan es el mundo que estamos creando a día de hoy. Estamos aquí, somos parte de la Tierra. Entonces, cuando hablamos de cuidar el entorno, de cuidar el medio ambiente, de proteger todo lo que tenemos que proteger en el mundo, tenemos que empezar por nosotros mismos. Nosotros somos parte de la Tierra, somos medio ambiente. Hay que empezar por uno mismo. No hay que esperar que lo externo cambie. Esa es una lección para mí fundamental. Si queremos ver un cambio, lo tenemos que iniciar nosotros cada uno en su ser. Desde ahí se puede empezar a cambiar.
Al final, tener exposición a distintas miradas, a distintas interpretaciones, es como saber disfrutar de gastronomías del mundo, por ejemplo, cuanta más comida comes de otros países y más te expones a nuevos alimentos, a nuevos sabores, más vas a disfrutar de esa experiencia y también vas a estar abierto a otras nuevas que te puedan venir. Puede ser que haya algunas que no te gustan. Puede ser que tú tengas tus preferencias. Está claro que todos las tenemos. Está claro que todos tenemos nuestras inspiraciones, nuestros gustos. Pero el estar expuesto a eso, aun sabiendo que al principio puede ser un poco difícil dar ese paso, como decía, de acercarte a lo desconocido, cuando el cuerpo te pide quedarte en lo conocido, en tus creencias, en tu ámbito cotidiano, se nos abre un mundo. Por eso yo, en este caso, como directora del festival, me gusta exponer al público a esas nuevas experiencias. Siempre traemos grupos internacionales, de otras partes del mundo. Y es precisamente eso, el plantar la semilla del poder disfrutar de otras cosas que aparentemente son como raras, desconocidas, extrañas. Pienso que tenemos que superar esos prejuicios para poder abrirnos.
Ese poder lo podemos ver a nivel cotidiano en muchas cosas que hacemos desde que ponemos la radio y nos alegra la canción que escuchamos, hasta cuando vamos a un concierto y podemos sentir esa energía que se produce a nivel colectivo tan potente. Son experiencias muy fuertes. Todos aquellos que hemos estado en un concierto multitudinario podemos recordar esa sensación de poder absoluto después de salir de ahí, de lo que nos ha transmitido eso, y cómo todos vibramos en la misma frecuencia, eso es maravilloso. Ese poder es increíble.
En ese sentido, la música ya tiene un poder grandísimo. La música es emoción y, al igual que en otras disciplinas artísticas, nos puede tocar de una manera directa, de una forma que no podemos transformarnos, como puede ser a través de una idea o de un discurso mental. Tú puedes escuchar algo en la tele que te puede convencer, o puedes escuchar a alguien hablar de algo, pero si tú lees una poesía o escuchas una canción y hay una frase que te toca, la forma en la que lo hace es distinta, porque lo hace a través de esa emoción.
Y hay algo dentro de ti que se abre de forma distinta a como lo harías viéndolo en la tele o escuchándolo en boca de otra persona. La emoción nos mueve el cuerpo y nos produce una alteración de nuestros sentidos y nos hace estar abiertos. Entonces, todos los mensajes que aprendemos a través de la emoción nos llegan desde un sitio mucho más directo. La música tiene ese poder porque nos puede tocar y nos puede cambiar a nivel humano de una forma que otras muchas cosas no pueden hacerlo. Finalmente, pienso que la música nos transforma porque nos invita al autoconocimiento nos hace conectar con una parte de nosotros que no conocemos, quizás, en nuestra vida cotidiana. Y pienso que por eso es importante mantener la cultura como algo esencial en nuestra sociedad.
La música nos puede transformar. El arte nos puede transformar. Nos hace conectar con una parte de nosotros a la que no podemos acceder mediante nuestro día a día, nuestro discurso mental, nos hace expandir nuestra visión. Nos hace ser más tolerantes con nosotros mismos, nos hace conocernos y conectarnos y finalmente nos ayuda a expresar mucho mejor nuestra humanidad.