“Ulises es el símbolo de la resistencia”
Bernardo Souvirón
“Ulises es el símbolo de la resistencia”
Bernardo Souvirón
Escritor y profesor
Creando oportunidades
Grecia, Roma y nosotros
Bernardo Souvirón Escritor y profesor
Bernardo Souvirón
Bernardo Souvirón es un escritor, divulgador y profesor español especializado en griego antiguo y cultura clásica. Souvirón encontró en La Iliada, las palabras que lo inspiraron a dar un viraje su destino: pasar de ser ingeniero naval a convertirse en un apasionado estudioso de los clásicos. Desde entonces enseña con un estilo directo y vivencial: «Ahí está Ítaca, vemos la playa, pero no podemos llegar».
En sus charlas defiende el valor actual de los mitos y héroes griegos como modelos de inspiración, coraje y resistencia. Destaca a Ulises como símbolo esencial: «En una época como la que nos está tocando vivir, creo que es el símbolo de la resistencia». También recuerda la advertencia de Casandra: «Son los sabios los que deben tener la palabra a la hora de hablar de lo que puede suceder».
Souvirón cree que los clásicos no son un lujo, sino una herramienta para pensar el presente. Reivindica mantener viva la curiosidad: «Comprende que en la vida impera la alternancia», dice citando a Arquíloco. Y defiende su oficio: «Los profesores de griego somos auténticos expertos en adaptarnos a la realidad que ignora y desprecia este tipo de conocimientos.»
Transcripción
Y a mí me llamó la atención la plasticidad de esa escena descrita por el primer escritor de Occidente. Así que seguí leyendo. Cebriones cae al suelo y, en torno a él, se organiza una verdadera batalla campal. Unos, los griegos, lo quieren despojar de sus armas para llevárselas como trofeo. Otros, los troyanos, intentan defender el cadáver justamente para que no lo despojen de sus armas y puedan llevarse el cuerpo y hacerle honras fúnebres. Y Homero pone una comparación que nos saca del campo de batalla y nos lleva a un bosque en el que entran vientos contrarios: uno por el norte y otro por el sur. Los dos vientos arrasan el bosque, rompen los árboles, tiran al suelo los matorrales, igual que griegos y troyanos se abalanzaban sobre el cadáver de Cebrión. El párrafo termina con un verso que realmente me dejó impresionado. Homero dice: «Cebriones, o Cebrión, yacía en el suelo, olvidado del arte de guiar los carros». Su oficio era el de auriga, es decir, guiaba los carros. Muerto, estaba olvidado de ese arte, pero en torno a su cadáver había una verdadera batalla campal.
Realmente, en ese momento, que fue un momento casual… No sé si podríamos atribuirlo al destino, a la casualidad o a lo que fuere. El hecho es que tomé una decisión que cambió mi vida para siempre: decidí que aquello tenía que leerlo alguna vez en griego. Y decidí matricularme en lo que entonces se llamaba la Facultad de Filosofía y Letras. Dejé la Escuela de Ingenieros Navales y le di el mayor disgusto, quizá de su vida, a mi madre, que estaba orgullosa de que su hijo iba a ser ingeniero naval. Con el tiempo, creo que ese disgusto se le fue pasando. El hecho es que yo decidí estudiar otra vez el preuniversitario, pero esta vez de Letras, porque, entonces, para entrar en la universidad, había que traducir un texto de Homero y un texto de Virgilio, el romano. Si comparamos ese examen con el que hay ahora en la selectividad, nos daremos cuenta, objetivamente, de lo que ha cambiado el contenido de la enseñanza. Con lo cual, me puse a estudiar también latín y, claro, la «Eneida» de Virgilio: la historia de un troyano, Eneas, que está llamado a fundar una nueva Troya, lo que sería Roma. Pero leer a Virgilio, leer a Homero, leer a Arquíloco o leer a Cicerón es como leer a alguien que está a nuestro lado, que pensó por nosotros, que resolvió cosas que nosotros no hemos resuelto y que, en general, nos han dejado un legado, una herencia que estamos despreciando cada vez más, que estamos arrinconando como si fuera algo propio de antiguos que sabían muy poco sobre el mundo en general.
Sin darnos cuenta de que la historia es una especie de círculo y que lo que creemos que vivimos por primera vez ya se ha vivido, lo que creemos que nos pasa por primera vez ya ha pasado. A veces, estaba obsesionado con la idea de sentir, más o menos, lo que los antiguos sentían, hasta que me di cuenta de que el único lugar del planeta Tierra donde las cosas son como han sido siempre es el mar. En el mar, hay agua y viento y, según el viento, las olas son más altas, más bajas, van en un sentido, van en otro… A veces, el viento lleva la superficie del mar hacia un lado, pero el mar de fondo va hacia otro. Es el paraíso y el infierno en un mismo sitio. Sobre todo, allí, nuestras leyes no sirven. Yo he navegado mucho con alumnos a los que me llevaba para tratarles de explicar «La Odisea» desde el mar. Claro, porque ¿desde dónde otro sitio, desde qué otro lugar se puede entender el viaje de Ulises? Así que lo primero que hacían cuando salíamos del puerto era preguntarme: «¿Cuándo llegamos?». Era la primera pregunta que intentaba hacerles comprender que, en el mar, no debe hacerse, porque nunca se sabe cuándo vamos a llegar. No depende de nosotros… Depende de la naturaleza, del viento sobre todo y del agua. Ahí está Ítaca, vemos la playa, vemos el puerto… Pero no podemos llegar y no sabemos cuándo vamos a llegar. En fin, me pongo a su disposición y les invito a hacer las preguntas que consideren. Gracias. Gracias. Gracias. Muchas gracias.
Algunos creen que en la Península Ibérica, otros que en la cordillera marroquí del Atlas… Da un poco igual. Su misión era guardar las manzanas de oro que crecían en ese jardín y que habían sido un regalo que, nada más y nada menos, la tierra, Gea, le había dado a Hera, la esposa de Zeus, cuando se casaron. Lo que más me fascinó cuando leí la historia de Véspero, o de Héspero, es que Héspero subía a la cordillera del Atlas, al monte más alto, a observar el cielo cada noche. Claro, los antiguos miraban con frecuencia el cielo, entre otras cosas porque lo veían. Nosotros, en las ciudades, ya ni lo vemos, con las luces que hay por la noche en el planeta. Y se quedaba cada noche fascinado mirando las estrellas, tratando de entender los lugares que ocupaban, las referencias que tenían… Y un día, desapareció. Un día en el que una tempestad azotó las cumbres del Atlas. Nadie sabe dónde fue, pero la imaginación popular lo situó en el cielo. Lo situó en el cielo, de forma que cada tarde aparece en el occidente esa especie de lucero vespertino, ese lucero que nos anuncia la inevitable llegada de la noche.

«Los antiguos miraban el cielo y veían un mapa; nosotros solo vemos desorden.»
La historia de Véspero me fascinó, porque los griegos pusieron en el cielo su casa. Cuando miraban arriba, veían a Hésperos o Vésperos, en latín «Vesperus», veían a Orión o veían la Osa. Es decir, generaron un mapa en el cual cada vez que miraban al cielo veían sus mitos, sus historias… Seguimos llamándolos como los llamaban ellos, porque el cielo para ellos era un mapa. Cuando miraban al cielo por la noche, navegando, sabían dónde estaban. Nosotros, cuando miramos al cielo, en términos generales, percibimos desorden, cuando ellos percibían un cosmos, un orden, es decir, algo que está cada cosa en su sitio. Ese es un mito que me gusta mucho, el de Véspero, por todo lo que significa. Pero también en relación con el cielo, está la historia del nacimiento de Hércules, o de Heracles, como lo llamaban los griegos. «Herakles», en griego, significa «servidor de Hera». Él nació con otro nombre: Alcides, es como se llamaba, pero, por la propia historia de su vida, acabó llamándose «Herakles», o sea, «servidor de Hera». Los romanos le llaman Hércules, pero es el mismo personaje. El padre de Heracles, el que él creía que era su padre, se llamaba Anfitrión, y Anfitrión vivía en el Peloponeso, en la zona del Argólide, en Micenas o en Tirinto, depende… En fin, en Argólide.
Y, como siempre, esta gente estaba permanentemente en guerra. Una de las veces que se fue a la guerra, dejó sola a su esposa, Alcmena, de la cual estaba… Iba a decir enamorado, pero, en realidad, no es eso. Estaba encaprichado el gran dios Zeus, que estaba obsesionado con llenar de hijos el mundo, porque, en el fondo, era un recién llegado. Era un recién llegado. Necesitaba tener hijos y descendencia para aportar alguna razón que hiciera entender a los fieles que tenía algún derecho sobre las tierras de Grecia. Zeus aprovechó la ocasión de que Anfitrión se había ido a la guerra y tomó su aspecto y entró en la habitación de Alcmena. La palabra «anfitrión», o «ser buen anfitrión», viene de ahí: de llegar hasta el punto de ceder a tu esposa al que llega. Claro, Alcmena no se dio cuenta. Zeus estaba tan feliz, tan apasionado, que hizo que la noche se prolongara más allá del tiempo que le correspondía. Cuando dejó embarazada a Alcmena, se fue. Él le explico a Alcmena que venía de una especie de descanso de la guerra y luego se volvió a ir a la guerra. Pero el hecho es que de esa noche nació Heracles, nació Hércules.
Naturalmente, en cuanto nació y en cuanto se supo el engaño, Alcmena se aterrorizó, porque Hera, la esposa de Zeus, tenía como función perseguir a todos aquellos hijos de mujeres mortales, por puros celos, por puros celos de su esposo. De forma que Alcmena, con mucho dolor en el corazón, expuso al niño en un camino. El niño hubiera muerto si no hubiera sido porque Atenea lo vio. Atenea, sin saber muy bien lo que pasaba, se apiadó del niño, al que vio fuerte y así lozano, y se lo llevó al Olimpo. Viendo que Hera estaba dormida, se lo puso en el pecho para que el niño pudiera comer. El niño empezó a mamar del pecho de Hera, pero era Hércules, es decir, mamaba con tanta violencia que le hizo daño a Hera. Entonces, Hera, de repente, se despertó, se quitó al niño del pecho y un chorro de leche se extendió por el cosmos: la Vía Láctea. Todavía seguimos llamando la Vía Láctea a ese cúmulo de estrellas que podemos ver en el cielo por las noches. Esta es una de las maravillas de Grecia: el ver en el cielo sus propias historias. Algunos de nosotros ya las hemos olvidado, ya no sabemos qué significa eso de la Vía Láctea, por qué se llama así… Pero muchos de los mitos explican estas cosas.
El mito de la Vía Láctea, que explica imaginativamente la Vía Láctea, o el mito de Héspero son dos mitos de personajes que acaban situados en el cielo, que es donde los griegos tienden a situar a los personajes que quieren e incluso a los que destierran. Endimión, por ejemplo. Endimión era un pastor de Arcadia, la región más salvaje de Grecia, entonces y ahora. Está en el centro, más o menos, del Peloponeso, en el sur. Por las noches, un pastor, en medio del bosque, miraba a la luna hasta el punto de que se enamoró de ella. Siempre estaba solo, pero tenía la desgracia de que el sueño lo vencía y, cuando se despertaba, ya era de día y la luna no estaba. El sueño, es decir, Hipno o «Hypnos», es uno de los hijos de la Noche, hermano de «Thánatos», la Muerte… Salvo que la Muerte expresa el sueño eterno y «Hypnos» el sueño diario. La luna, Selene, hermana de Apolo, se apiadó tanto del pobre Endimión que intentó convencer a Zeus de que, a su vez, Zeus convenciera a Hipno de que lo dejara dormir con los ojos abiertos. Y al final Hipno transigió, aunque era una excepción que a él le molestaba enormemente, porque su poder era que la gente se duerma. Endimión es el único caso de un pastor sin más, sin ninguna ascendencia heroica ni nada por el estilo, que tuvo el privilegio de dormir con los ojos abiertos para poder contemplar a su amada cada noche. Gracias. Gracias.
Una raíz que da en griego «génos», en latín «gens», y que nosotros utilizamos para decir «gente», por ejemplo, o «gen», «género», etc. Las «gentes Romanae», o sea, las gentes de Roma, pertenecían todas ellas a una «gens»: la «gens» Aurelia vivía en una aldea, la «gens» Iulia vivía en otra, la «gens» Cornelia vivía en otra… Y esas aldeas los romanos las llamaban «vicus». En cada «vicus» había un montón de «domus» y dentro de cada «domus» había una familia. De forma que una «gens» no es más que un grupo de gente que tiene una vinculación, a veces no sanguínea, sino racial con un antepasado común. Por tanto, cada «gens» es un recinto cerrado, cada «gens» tiene su jefe. Si yo quiero, por ejemplo, establecer un matrimonio con alguien de otra «gens», el jefe de esta «gens» y de la otra deben ponerse de acuerdo para que ese matrimonio pueda llevarse a cabo. Los jefes de las «gentes», que es el plural de «gens» en latín, se reunían en un lugar al que llamaron «senatus», porque eran los «senex», es decir, los viejos, los ancianos, los que se reunían en ese «senatus» y establecían sus reglas en relación con las «gentes Romanae».
De forma que, como veis, era una sociedad simple: una «gens», varias familias, casas o chozas. Algunas de esas chozas se convertían en casas, algunas en palacios… Porque los matrimonios servían para eso: para fortificar, fortalecer la posición de una familia dentro de una «gens» frente a otra, etc. Y todo eso hubiera sido exactamente así, salvo porque, en un momento dado, la potencia que dominaba, sobre todo, el norte de Italia, cuya influencia llegaba hasta el sur, hasta Campania, hasta Nápoles… Los etruscos, Etruria, entran en un conflicto armado con los griegos del sur de Italia. ¿Sabéis que los griegos colonizaron, entre otras cosas, el sur de Italia? Los griegos hicieron, un pequeño inciso, todo un proceso de colonización del Mediterráneo. Algunos autores antiguos decían que el Mediterráneo era un estanque de ranas que croaban en griego porque, efectivamente, desde el mar Negro hasta Tartessos, todo el rastro de los griegos puede todavía hoy percibirse. Los griegos fundaron varias ciudades en el sur, entre otras, Cumas, el lugar donde estaba la famosa Sibila. Y donde los romanos hicieron algo de una trascendencia brutal, que fue adaptar el alfabeto griego a su lengua y crear un alfabeto con el que seguimos comunicándonos.
Los intereses comerciales de Cumas y de los etruscos chocaron, en fin, por Córcega. No entro en eso. El hecho es que, en un momento dado, un ejército etrusco se desplazó hacia el sur para enfrentarse a los griegos de Cumas y de otras ciudades aliadas. Tenían que atravesar el Tíber, no les quedaba otro remedio. Venían de la zona de la Toscana, que es donde vivían los etruscos, atravesaron el Tíber y combatieron con los cumanos y con otros griegos del sur. Perdieron y se retiraron derrotados de nuevo hacia el norte. Mucha de esa masa de gente que va con los ejércitos: comerciantes, topógrafos, prostitutas, etc. Mucha de esa gente decidió no seguir hacia el norte, sino que decidió instalarse entre las colinas de Roma, entre los meandros del Tíber. Cuando los romanos de pura cepa, los de las «gentes», los vieron llegar e instalarse, les llamaron «plebs». O sea, multitud, que es lo que significa «plebe» en latín. Una palabra también indoeuropea. En griego, «plethos» es la misma. Debieron ser tantos que les llamaron multitud. O sea, plebe. Y a partir de ahí, ¿os imagináis cómo cambió la historia de Roma? Esa estructura gentilicia tan concreta se vio obligada… Como nosotros, porque cuando hablamos de invasiones en el mundo antiguo, en realidad hablamos de emigraciones.
O sea, esto es una emigración como tantas otras. Como la invasión de los bárbaros, que no es más que una emigración de extranjeros que llevaba dándose mucho tiempo. Ya sabéis que «bárbaros» en griego y «barbarus» en latín significa «el que dice bar, bar, bar…». No una bestia, un animal, un bruto… No, es el que no habla latín o el que no habla griego. Pues bien, cuando se establecieron, evidentemente empezó a surgir una serie de problemas. ¿Cómo se resolvió eso? Porque la plebe, evidentemente, fue necesaria para los romanos. ¿Por qué? Porque Roma no era más que una ciudad-estado que, con la derrota de los etruscos, pierde la protección de los etruscos y todas las ciudades de alrededor inician un proceso de ataque contra Roma. Las «gentes» piden ayuda a la «plebs». Y la «plebs» accede con la promesa de que le darán tierras cuando se acaben las peleas, las luchas, las guerras… Pero los patricios… Porque esta gente de las «gentes» que están en el Senado eran llamados «patrici», es decir, padres de la patria. Cuando llega la hora de la verdad, nunca les dan lo que les han prometido. En el año 494 a.C., a comienzos del siglo V, cuando en Atenas se debatía la reforma de Clístenes que le llevaría a la democracia…
En el año 494, la plebe decide salir de lo que entonces era Roma, que era el Capitolio y poco más, las colinas, salen del recinto de Roma y se instalan en un monte que, a partir de ese momento, fue el monte de la plebe: el monte Aventino. En el monte Aventino hacen una cosa que a mí me parece asombrosa: deciden que no combatirán más por los patricios hasta que los patricios no establezcan por escrito las promesas que, de palabra, incumplen permanentemente. Entonces, crean un estado dentro del Estado romano, del estado gentilicio. Frente a los dos cónsules, generan dos tribunos de la plebe. Dos tribunos que tienen como característica, en ese mundo tan violento en el que viven, que son intocables, es decir, «inmunitas», inmunidad. La inmunidad de los parlamentarios viene del momento en que los tribunos de la plebe empiezan a ejercer las dos únicas funciones que tenían: «auxilium et intercessio». O sea, auxiliar e interceder por los plebeyos ante los patricios romanos. Frente a los tres dioses de la triada capitolina romana, es decir, Júpiter, Hera, Minerva, estaban Líber, Líbera y Ceres.
Un dios llamado Líber, una diosa llamada Libre… Liber, Libre, Libra, si se pudiera decir así, Líbera. Y Ceres, la diosa del campo cultivado, digamos, la diosa del trigo. Frente al Senado, lo que ellos llamaron el «concilium plebis», la asamblea de la plebe. Dos cámaras: la asamblea de la plebe y el Senado. Dos tribunos, los diputados, una cámara de los patricios, los senadores. La «intercessio», la intercesión, y el «auxilium». Es decir, un tribuno tiene sentido que exista si intercede y auxilia a la plebe que lo ha elegido. Algún tribuno famoso como Tiberio Graco se preguntaba después: «¿Es justo que un tribuno que ha sido elegido por la plebe actúe contra aquellos que lo han elegido? Y si lo hace, ¿debe seguir siendo tribuno?». Esto nos lo podríamos preguntar todos los días cada uno de nosotros. La «immunitas»… «Immunitas» significa que el tribuno no puede ser herido, no que sea impune. Una cosa es la «immunitas», otra cosa es la «impunitas». A partir de entonces, el equilibrio entre los plebeyos y los patricios es la base, es la esencia de la historia de Roma, sobre todo de la república romana, de la fase republicana.
Cuando nosotros estudiamos las dos cámaras, por qué hay un Senado, por qué se llama Senado, por qué la gente confunde la plebe con el pueblo… La plebe es la plebe. El «Populus Romanus» es la plebe más los patricios, no solo la plebe. En fin, yo creo que la historia casual también de ese ejército etrusco que regresa y que deja allí a una multitud de gente, que está desheredada, por así decirlo, que no forma parte del ámbito gentilicio, es una historia realmente fascinante, porque dos siglos después de que eso se produjera, un cónsul llamado Hortensio… Un cónsul, es decir, un patricio, establece que, a partir de ese momento, los plebiscitos, es decir, los acuerdos de la plebe, tendrán rango de ley. El rango de ley… A partir de ese momento, les obliga al Senado y a todo el mundo. El Senado romano jamás escribió una ley. No le interesaba. Las leyes las escribía la asamblea de la plebe. Incluso patricios como Julio César, que desciende de la familia o de la «gens» Iulia, descendiente de Venus… Incluso Julio César… Esa famosa frase que todos conocen de «Llegué, vi, vencí». En latín, «veni, vidi, vici». Porque la gente dice unas cosas rarísimas cuando cita a Julio Cesar. Incluso «vinci» y cosas así.
Esa es la rendición de cuentas que hace Julio César delante del Senado, de sus iguales. Cuando le piden la rendición de cuentas, dice: «Llegué, vi y vencí en Oriente». Sale del Senado y se va a la asamblea de la plebe, donde rinde cuentas de verdad. Se entiende bien que los senadores acabaran con su vida, evidentemente, cuando uno ve estas cosas. Pero yo creo que lo que sucedió en Roma hace tanto tiempo, en el siglo V a.C., que es algo que está entre la historia y el mito, explica muy bien buena parte de lo que somos. Porque cuando la plebe, por fin, consigue que los patricios accedan a expresar por escrito, a formalizar por escrito el contrato verbal que tienen con ellos cada vez que combaten, entonces esos acuerdos se escriben sobre tablas que se exponen en el foro. Las doce tablas de la ley, que es, en mi opinión, el origen de lo que llamamos el Estado de derecho. Cuando la plebe consigue que sus derechos se fijen por escrito. Donde se fija, incluso, que no se puede maltratar a un esclavo. Y que cuando un amo maltrata a un esclavo, tiene que pagar una multa. Lo digo porque Hollywood nos ha hecho ver el mundo romano de una manera muy curiosa. Si os acordáis de «Ben-Hur», esos esclavos que están remando en las galeras romanas a base de latigazos… Jamás un esclavo remó en un barco romano. Eran legionarios. Y no les daban latigazos, les daban de comer. Y bastante, porque, si no, no hay quien reme. Es decir, es así de simple. Muchas gracias.
Esto distingue a la civilización griega de buena parte de las demás: la idea de que el ser humano es el «métron», la medida de todas las cosas. Pero Ulises es un viajero, es un viajero… Lo mismo que Gilgamesh antes. También es un viajero Heracles, Hércules, que va civilizando todo el Mediterráneo en esta idea de que los monstruos desaparezcan. En la mitología griega, no hay monstruos y los monstruos que hay, si se puede decir así, son muy poco monstruosos. La Esfinge, por ejemplo, es un monstruo… En fin, la Esfinge de Teba, sobre todo. Y alguno más… La serpiente «Python», o Pitón, de Delfos. En el Mediterráneo hay muchos monstruos, y los trabajos de Heracles, entre otras cosas, consisten en ir liberando el Mediterráneo de ese mundo de monstruos e ir creando un paisaje griego en todo el Mediterráneo, por así decirlo. El viaje forma parte esencial del ser humano. Carl Sagan decía que vivimos en un planeta viajero que no para de moverse y, por lo tanto, hacemos lo que hace nuestro planeta: viajar. Otra cosa es que el viaje se haya convertido en una cosa completamente diferente. Yo llevo viajando… Hace poco pensaba: «¿Cuántas veces he ido solo a Grecia?». Yo creo que fue solo la primera vez. El resto de la multitud de veces que he ido a Grecia he ido con amigos, con alumnos… O sea, siempre he ido con alguien.
Siempre intentaba explicarles que lo mejor de los sitios que visitamos es lo que no está en las guías, es el paisaje que cada uno crea. Aquí está la clave del mundo en el que vivimos. Cuando uno llega a un lugar donde hay piedras y dice: «No hay más que piedras», está viendo un lugar geográfico nada más. Pero si lo puebla de elementos inmateriales, si detrás de esas piedras ve quién estuvo, qué pasó allí, qué sucedió, lo llena de seres humanos, entonces el lugar geográfico se transforma en un paisaje. Supongo que habréis estado en Atenas muchos de vosotros y si, en lugar de estar en la Acrópolis, vas dando una vuelta por el Ágora, te metes en la Pnyx, que es la colina en la que se reunía la Asamblea, y ves la bema, que es la tribuna desde la que se dirigía Pericles a sus conciudadanos, y, al fondo, ves la parte de los Propileos, de la subida de la Acrópolis, cuya vista desde allí es maravillosa, ya has creado un paisaje. Si creas ese paisaje, el lugar en el que estás lo respetas. Entonces, el héroe y el viaje del héroe… Esto, que también trata Campbell en el libro este de «El héroe de las mil caras», es eso: es incluso que uno se equivoque. Imaginaos, yo qué sé… La llanura de Gaugamela, en Irak, que es eso, un erial…
Uno puede ver un erial, puede ver… Además, hace un calor horrible. Pero puede ver que allí Alejandro decidió la historia del Imperio persa, que entró en Babilonia y que empezó otra historia del mundo a partir de ese momento. Si lo llenas de elementos inmateriales, viajas. Si no, no. Si no, no. Para mí, lo más importante del viaje es esto. Hoy día, ya no hay viajes, ya no hay viajeros. Hay viajeros, por supuesto, pero son la excepción. Yo me encontré un día un español en Irán, al lado de la tumba de Ciro el Grande, y cuando me oyó hablar en español, se acercó y yo dije… Te quedas: «¿Pero qué haces aquí?». Pues lo mismo que yo. O sea, estábamos aquí tratando de imaginar lo que era esta ciudad cuando Ciro el Grande fue enterrado en Pasargada, en la ciudad del actual Irán. Hay muchos héroes viajeros: Gilgamesh, Ulises, Alejandro… A Alejandro le interesaba tanto la geografía. En cierta medida, estos viajeros construyeron el mundo. Cuando Alejandro llegó al «Indicus», creyó que estaba en el Cáucaso. Creía, como lo había explicado Aristóteles, que al otro lado del «Indicus» estaba el océano. Cuando miraba, lo que veía era el Himalaya. Decía: «El mundo es mucho más grande de lo que nos ha dicho Aristóteles». No sabía si el mar Caspio era un golfo, un mar o un lago. No lo sabía. Hay gente que dice: «Pero ¿cómo vas a llegar…?». Lo he oído mil veces. «¿Cómo vas a llegar al océano si está el Himalaya?». Yo no sé que está el Himalaya. ¿Lo sabes tú? ¿Lo sabemos nosotros? Igual que ahora vamos a Egipto y no nos impresiona… Pero ¿os imagináis a un griego del siglo III viendo los templos de Egipto, la magnitud de las construcciones, la impresión que debía causarle eso? Ahora todos tenemos información, todos vemos reportajes, todos vemos documentales… Nos hacemos una idea más o menos. Ojalá pudiéramos recuperar el viaje y el paisaje. El paisaje que cada uno creamos cuando viajamos, porque esa es la única forma en la que el patrimonio de los antiguos tenga una mínima posibilidad de sobrevivir. Gracias.

Y a mí esto me parece asombroso que en el siglo V a.C. esto se pudiera siquiera discutir. Y, claro, ¿quién es Prometeo? Pues en el mito de Prometeo pasan dos cosas, así, rápidamente dichas, sin extenderme demasiado. La primera es que, primero, Prometeo engaña a Zeus en el asunto de los sacrificios: esconde la carne mejor, etc. Cuando Zeus elige, elige lo peor, que son las vísceras y los huesos, que es lo que, en realidad, en los sacrificios se les da a los dioses. Por tanto, a ese engaño de Prometeo, Zeus responde ocultando el fuego. No sé si tenéis en la cabeza la película de Annaud, Jean-Jacques Annaud, «En busca del fuego», que es una película maravillosa en mi opinión. Sin el fuego, no hay nada. Claro, Prometeo reacciona robando el fuego y llevándoselo a los hombres. Lo más tremendo de este mito es que el castigo de Zeus, entonces, es crear a una mujer: Pandora. O sea, la primera mujer de la mitología griega es el castigo por haber entregado el fuego a los hombres. Ahí se inicia una sociedad en la que seguimos viviendo. Yo, antes, hablaba de «patriarcal» y «matriarcal» con cierta tranquilidad. Hoy día, prefiero hablar de otro término, más difícil de entender quizá, que es un término que tiene que ver con «agón». «Agón», en griego, significa «competición», «enfrentamiento» en todos los sentidos posibles, y es lo que caracteriza a la civilización griega.
La civilización griega es una civilización agonística. Entiende las cosas por oposición. El blanco se entiende porque se opone al negro. La noche se entiende porque se opone al día. Los «agones olympiakoi» son los Juegos Olímpicos, pero no son juegos, sino certámenes. Es decir, competición. Siempre hay competición. Los griegos incluso entienden que hay «agón» hasta cuando el «agón» no lo puedes ganar, que es la agonía, el «agón» contra la muerte, que pierdes seguro. La agonía… Bueno, pues con este mito se inicia esta sociedad agonística en la que estamos de enfrentamiento entre hombre y mujer. En mi opinión, la mujer ha sido discriminada en la historia por ser mujer, no por ser campesina, no por ser hija de no sé qué, ni por ser hija de no sé cuántos, ni por tener más o menos estatus… No, el hecho de ser mujer te marca en la cadena de la producción humana. Y eso empieza con Pandora. El mundo, hasta entonces, era feliz: no había mujeres. Por tanto, ya sabéis lo que pasa después con Pandora… La caja de Pandora, el aviso de Prometeo, el aviso de los dioses: «No abras esa». La abre… La abre y ¿qué es lo que pasa? Que salen las enfermedades, las guerras… Todos los males del mundo salen de esa caja, hasta que la cierra, de repente, cuando se da cuenta. Parece, según algunos, que lo que se queda dentro es la esperanza. Otros creen que la esperanza consigue salir.
Por eso, tenemos la esperanza de resolver algunos de nuestros conflictos. Pero, o sea, fijaos la profundidad del mito de Prometeo… Pero es que, además… Pandora, ya sabéis, que se enamora… Se une con Epimeteo, el hermano de Prometeo, que es lo contrario de Prometeo. Si Prometeo es el previsor, este es el que no prevé nada. O sea, coge a Pandora y se arma, en fin, la que se arma. Pero, además de eso, en la obra de Esquilo, Prometeo está encadenado porque lo castiga Zeus en el Cáucaso. Allí viene un águila a comerle las entrañas cada día para que de noche vuelvan a crecerle. Heracles lo libera finalmente, pero Prometeo se enfrenta a Zeus, le llama «tirano reciente», literalmente en griego, «tirano reciente». Dice que lo que pretende es que los hombres no descubran todo lo que hay detrás del fuego. Si uno se fija, realmente el fuego es… El fuego está en la base de toda la transformación de las artes y de los oficios antiguos que llevan a la ciencia. Y, además, está detrás de la creación de clases sociales. Plinio, el naturalista romano, tiene un mensaje… Un fragmento sobre el fuego que le llama… Dice literalmente…
Después de explicar todo lo que es capaz de transformar el fuego, dice literalmente: «Fuego, inconmensurable porción de la naturaleza, ¿cómo he de llamarte: destructor o creador?». Esa es una vertiente del fuego. Pero hay un papiro egipcio, por ejemplo, un papiro egipcio anónimo, en el que se dice literalmente: «He visto al herrero en la boca de su fragua, sus manos son como la piel de cocodrilo, huele peor que las huevas de pescado… Nunca he visto a un herrero entrar en un despacho, ni a un fundidor en una embajada». O sea, el trabajo del fuego también genera una exclusión social. De forma que, evidentemente, en relación con el fuego está la base de buena parte de lo que llamamos progreso y de buena parte de la historia de la humanidad. Así que tenía todo el sentido del mundo que Prometeo, el titán filántropo, robara el fuego para entregárselo de nuevo a los seres humanos y que los seres humanos pudieran progresar, aunque eso le costara el sacrificio que le costó en el Cáucaso. En una palabra, es una idea muy democrática, muy de Atenas, muy del teatro ateniense: el sufrimiento individual para que la colectividad deje de sufrir. Y a eso se somete Prometeo, como se someterá después Edipo y tantos otros. Gracias. Gracias. Gracias.
Fijaos hasta qué punto esto es verdad si vas al diccionario de Oxford y ves «griego», pone tahúr, tramposo, en una de sus acepciones. Troyano: esforzado, valiente… Eso dice el diccionario de Oxford. Y si todavía tenéis, que esto es más accesible, el diccionario de la Real Academia de la Lengua, en no sé qué acepción, la séptima o la octava, sobre «griego», habla de lo mismo: tahúr, tramposo. Esto se debe a que Virgilio, el autor de la «Eneida», escribe… Hay un verso de la «Eneida» que ha tenido una enorme trascendencia. Es cuando los griegos dejan el caballo, llega el Laocoonte, el sacerdote, y dice: «No metáis el caballo dentro». «Timeo Danaos et dona ferentes». O sea, «Temo a los griegos, aunque traigan regalos». Ulises es un canalla ahí. Todo hubiera seguido así, siendo un canalla, si no hubiera sido porque, en un momento dado, Dante Alighieri escribe en su «Divina Comedia»… Cuando habla del infierno, del Malebolge, que es donde están los tramposos, los fuleros, los que no pagan sus deudas, etc., ahí están las figuras de mucha gente, entre otras, Ulises y Diomedes. Cuando pasan al lado, Virgilio, que es el que le explica cómo es el infierno a Dante, le dice: «Ulises es un…». En fin, todos los adjetivos que pone a Ulises: asesino, etc. Pero, cuando Dante va a irse, de repente la llamita que hay encima de la cabeza de Ulises titila, tiembla, y Dante se da cuenta, se acerca y le pregunta: «¿Quién eres?». «Ulises». «¿Y qué quieres decirme?».
Entonces, Ulises le cuenta una historia hasta entonces nunca sabida: no es el que quiere regresar a Ítaca, es el que quiere seguir navegando más allá de las columnas de Heracles para descubrir el océano. El símbolo del viajero: Ulises. Le cuenta cómo ese afán por conocer le lleva a atravesar las Columnas, el estrecho de Gibraltar, y allí una ola los hunde, y ahí se queda con sus compañeros. Y si sigues, ¿quién es Ulises? El del poeta italiano del XIX Pascoli que habla de un Ulises que se aburre en Ítaca, ya de viejo, al lado de su anciana compañera, Penélope, y que, de repente, quiere volver, se vuelve a meter en el barco y viaja hacia la isla de Calipso, donde quiere recuperar el tiempo que ya ha pasado, lo cual es imposible. Cuando llega, por fin, agotado, ya no puede más y muere en la playa antes de poder volver a ver a Calipso. O es el Ulises de Kazantzakis… O es el Ulises de James Joyce. Un dublinés común y corriente en una de las novelas clave del siglo XX. O es el Ulises de «Ítaca», de Kaváfis, donde, sin nombrarlo, aparece constantemente. O sea, Ulises ha resistido todo, ha resistido todo, absolutamente todo.
En una época como la que nos está tocando vivir, en el siglo XXI, creo que es el símbolo de la resistencia. Cuando toca resistir, hay que resistir, porque debemos mostrar, como diría él literalmente, que tenemos en el pecho un corazón esforzado. O el Ulises de Seferis, el poeta griego, que en 1934, creo, escribe una obra en la que Ulises lo salva de la sensación del exilio en Londres. Dice, en un momento dado, en unos versos maravillosos: «Qué extraño vigor sientes al hablar con los muertos, cuando los vivos que quedaron ya no bastan». Si tuviera que elegir una historia de resistencia en tiempos difíciles, de soportar todo tipo de calumnias, todo tipo de ataques, etc., elegiría al personaje de Ulises e intentaría adaptarme a las circunstancias como él, de manera milmañosa, de forma que los ataques coyunturales y momentáneos que estamos viviendo todos en el mundo actual pasarán. Pasarán porque nuestra percepción de la historia es una percepción muy pequeña, como si coincidiera con nuestra vida, pero los tiempos en la historia tienen un desarrollo mucho más largo y los males que hoy vivimos pasarán. Si nos mantenemos con el corazón esforzado, que decía Ulises, creo que podremos incluso resistirlos. Los profesores de griego somos auténticos expertos en esto… O sea, en adaptarnos a la realidad de un sistema educativo que ignora y desprecia este tipo de conocimientos. Muchas gracias. Gracias.
Pero la verdad es que hay dos lugares en los que pudo haber un continente… No un continente, sino una civilización perdida. Uno, desde luego, tiene que ver con Tartessos y con la fundación de Gadir, de Cádiz. Cádiz era una isla y todo eso era un archipiélago, cuando los fenicios, de la ciudad de Tiro, fundan la ciudad a la manera de cómo estaba fundada Tiro, de dos islas que se unen. No puedo extenderme mucho… Es un tema que, además, ahora está de moda: lo de Tartessos. No sé si Tartessos es la Atlántida o no, pero que allí debió de haber algo, por lo que tenemos en los textos antiguos, realmente asombroso. Por ejemplo, naves que eran capaces de navegar independientemente de que hubiera niebla, independientemente de por dónde soplara el viento. Eso dice Homero en «La Odisea». Y luego hay otro sitio que es la isla que, hoy día, es una de las mecas del turismo mediterráneo: la isla de Santa Irene, conocida por Santorini hoy día. La isla antigua de Tera. Si habéis estado allí, sabéis que eso es un volcán, es un volcán gigantesco, además, de no sé cuántos kilómetros de este a oeste y de norte a sur. La isla se ha hundido por completo, buena parte de la isla. Queda solo una abertura, que creo que está al oeste. Hoy día sabemos que cuando se produjo esa explosión, o esa erupción, la del volcán de la isla de Tera… Hoy día todo el mundo sabe lo que es un tsunami. Hace años, cuando yo les contaba esto a los alumnos… «¿Un tsunami? ¿Qué es un tsunami?». Una ola de marea… Una ola no de marea, sino que, cuando se hunde esa cantidad, como si tiramos una piedra a un charco, se hace una ola.
La ola partió de Santorini con 200 metros de altura y llegó a Creta, al norte de Creta, con en torno a los 35 o 40 metros de altura. Hemos visto lo que hace un tsunami de tres metros en Japón, por ejemplo. Os podéis hacer una idea de lo que supuso esto. Esto los geólogos lo tienen perfectamente estudiado: la atmósfera tuvo cenizas del volcán de Santorini durante muchísimo tiempo. En el norte de Creta, al lado de Gortina, podemos ver trozos todavía de piedra pómez, que no sabemos de dónde han salido… Son procedentes de Santorini. En la isla de Tera, hubo una erupción terrible que llevó a una profundidad de casi 400 metros de lo que hubiera en esa isla. Uno de los grandes arqueólogos griegos, Spyridon Marinatos, excavando en Creta, en Amnisos, que es lo que debía de ser el puerto de Cnosos, donde estaba el gran palacio de Cnosos, vio que lo que había sucedido allí, la destrucción que había, no podía ser obra de los seres humanos, sino que tenía que haber intervenido la naturaleza. Pensando en eso, y con leyendas sobre la erupción de Tera, se fue a Tera y se puso a excavar. Después de mucho tiempo y de muchos fracasos, se encontró un lugar que se llama hoy día Acrotiri, que es una ciudad de la Edad del Bronce. O sea, es como Pompeya, pero mucho más antigua. No tan grande, pero impresionante.
Con restos de pinturas en las habitaciones que son casi iguales a las del palacio de Cnosos. De forma que dedujo que había una civilización en la isla de Tera de un desarrollo material verdaderamente impresionante. Las pinturas de Tera están en el Museo Arqueológico de Atenas, por si alguna vez vais, arriba, en el tercer piso, están. Casi siempre cerradas. Pero bueno, si hay suerte y está abierto, se pueden ver. Así que la Atlántida, como todos los mitos, tiene una base real. Yo no sé si la Atlántida fue Tera, es decir, Santorini, o estuvo en la zona del actual Cádiz. No lo sé, pero lo que sí sé… Todavía hoy hablamos de que es muy posible que en esa zona haya un tsunami, tarde o temprano, en la zona de Cádiz. Pues es muy posible que en la antigüedad lo hubiera y que, obviamente, lo que ha quedado de eso son las leyendas, lo que la gente contaba… Porque esto, de suceder, sucedió en una época previa incluso a la escritura. De forma que yo no descartaría que, en algún momento dado, hubiera algún hallazgo. Porque con los textos tenemos prácticamente el camino cerrado, es decir, es difícil que aparezca un texto nuevo, pero con la arqueología cada vez aparecen más cosas que, extraordinariamente, coinciden realmente con lo que las fuentes antiguas habían descrito y habían establecido. Empezando por Troya, por ejemplo, que parecía un mito, hasta que un loco como Schliemann decidió que eso existía y se puso a buscarla con «La Ilíada» en la mano, porque, otra cosa… La historia de Schliemann es otro tema, pero si podéis leerla, leedla, porque es realmente extraordinaria. Gracias.

Tucídides entiende que la historia tiene sus leyes y que esas leyes, si las conocemos, nos pueden ayudar a prever cosas que pueden ocurrir. Pero siempre hay un factor de azar que puede dar al traste con todo y ese factor de azar no tiene por qué ser negativo, puede ser positivo. Un factor de azar puede resolver un problema o, por el contrario, puede agravarlo. ¿Hay esperanza en relación con que Tucídides acierte en el sentido de que el enfrentamiento es inevitable, porque la naturaleza humana es la misma independientemente de la tecnología? O, en otra palabra, ¿la guerra forma parte de un hecho natural entre los seres humanos? La esperanza, para mí, es que la guerra es un hecho cultural, no natural. Esto hay quien lo niega, pero para mí es tanto como negar la evidencia. O sea, yo creo que cualquiera de vosotros o de vosotras… Ya sé que esto cada día es más difícil por lo que decía antes del tema del turismo. Puede irse a Creta… En Creta se puede dar una vuelta por el palacio de Cnosos, el famoso «labyrinthos», el laberinto del rey Minos. Y lo primero que le debe llamar la atención, si está atento o atenta, es que no hay murallas. En todo lo que se ha encontrado en el palacio de Cnosos: cerámica, murales, etc., no hay una sola escena de guerra.
Es más, no hay una sola escena de «agón», es decir, de enfrentamiento, de competición… Ni una sola. No se han encontrado armas de guerra. Hay quien dice: «Aquí ha aparecido un cuchillo». En mi casa, también hay cuchillos, pero no los uso para matar al vecino. Una cosa es un cuchillo y otra cosa es una espada, o varias espadas. Es decir, la civilización minoica es una civilización pacífica. Esa civilización pacífica terminó porque otra civilización agonística y patriarcal, como la de los griegos micénicos, los primeros que podemos llamar griegos que aparecen en la península balcánica, terminó con ella. Al margen de la famosa erupción del volcán de Tera, que os acabo de decir. Es decir, cuando los micénicos llegaron a Creta, los cretenses, o los minoicos, debían estar en condiciones realmente penosas, porque la ceniza… O sea, no es solo el tsunami, es que la ceniza se carga los campos, el ganado muere… Entonces, ha habido mundos pacíficos. El mundo minoico, que es el origen de Europa, desde el punto de vista mítico, el rapto de Europa, hasta lo que podemos ver arqueológicamente, es un mundo pacífico donde la gente se dedicaba a lo más importante que hay: ver cómo crecen los hijos y cómo maduran las cosechas, o al revés, cómo maduran los hijos y cómo crecen las cosechas. No ver cómo enfrentarse con el de enfrente para ganar terreno, ganar esclavos o ganar, en una palabra, cuotas de poder.
Esa civilización pacífica está muy ligada con la mujer, porque lo que aparece en los frescos de Cnosos y en la cerámica, en general, son mujeres en una posición preeminente. De forma que yo podría decir que la guerra está ligada con el predominio del hombre, y que, por tanto, en la medida en que el hombre siga manteniendo el criterio agonístico, la guerra es inevitable. Pero si ese mundo cambia, y si en lugar de enfrentarnos desde el punto de vista agonístico, aprendemos a convivir como conviven los minoicos, unos con otros, entonces, la guerra no es inevitable, para eso hace falta. Para eso hace falta, en mi opinión, que las mujeres tengan una cuota de poder que hoy día no tienen. Lo importante sería que si una mujer adquiere cuota de poder, entrara en ese ámbito no agonístico y terminara con los valores patriarcales, o intentara terminar. Esa es la única forma, en mi opinión, de que la guerra se haga inevitable, pero yo soy consciente de eso, yo creo que cada vez más gente es consciente de eso… Creo que la guerra, aunque esto suene a utopía… Pero todo lo que existe fue utópico en un momento dado. Yo creo que la guerra puede abolirse, lo mismo que hemos abolido la pena de muerte en algunos lugares, aunque en otros todavía siga existiendo.
El mensaje de esperanza está en Creta, está en la civilización minoica. Una civilización pacífica que desmiente, además, no solo que la guerra es un hecho natural, sino que el desarrollo humano está ligado con la guerra. En el palacio de Cnosos, en el segundo milenio a.C., hay tuberías de aguas residuales, hay bañeras, hay tuberías que llevan agua de lluvia a los depósitos… Es decir, eso los griegos de esa época, es decir, los griegos micénicos, no sabían ni que existía. No podían ni siquiera imaginarlo. De hecho, lo entendieron porque se llevaron a los escribas y se llevaron… No sé si conocéis esta anécdota de la huella dactilar en una tablilla del palacio de Pilos, en Grecia, y en el palacio de Cnosos. Un escriba que es llevado a Grecia, porque probablemente contribuyó a que los griegos aprendieran a escribir, por así decirlo. Gracias.
Una cosa son los pretextos que siempre se aducen para justificar una guerra, otra cosa es la realidad de lo que hay debajo de una guerra. Y a eso consagró su vida. Debió de morir cuando la guerra no había terminado, porque su obra se interrumpe también abruptamente y no se vuelve a saber nada de él. Si puedo hacerlo, quizá me gustaría ahora leer algún texto de Tucídides, no muy largo, para que os hagáis una idea de lo que quiero decir. Dos cosas que tienen que ver con lo que estamos viviendo ahora. De un lado, las consecuencias de la polarización. Y también las consecuencias que tiene, desde el punto de vista moral, cuando uno que es más fuerte que otro impone su criterio porque sí. Si puedo pediros el texto, os voy a leer esto para que veáis de lo que estoy hablando en palabras de Tucídides, porque creo que es mejor leerlo a él que yo siga explicando. En relación con lo primero, que es lo que, desde el punto de vista moral, hace la polarización, puedo leer lo siguiente. En el libro III de «Historia», dice: «Muchas calamidades se abatieron sobre las ciudades con motivo de las discordias civiles, calamidades que ocurren y que siempre ocurrirán mientras la naturaleza humana sea la misma. En tiempos de paz y de prosperidad, los Estados y los particulares son magnánimos, porque no se ven urgidos por situaciones de imperiosa necesidad. Mas la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana, es un feroz maestro que modela los sentimientos de acuerdo con las circunstancias».
Dice: «Pólemos deinòs didáskalos». «La guerra es un feroz maestro». Me parece que es una definición verdaderamente extraordinaria. Entonces, dice: «Cambió el significado normal de las palabras y se distanció de los hechos. La audacia irreflexiva pasó a ser considerada un valor fundado en la lealtad, no al Estado, sino al partido». Traduzco «partido». Dice «facción», pero es lo mismo. «Sino al partido. La vacilación prudente se consideró cobardía disfrazada, la moderación una máscara para encubrir la falta de hombría y la inteligencia se consideró incapacidad total para la acción. La precipitación irreflexiva se tomó como cualidad viril y la precaución con vistas a la seguridad se consideró un pretexto para eludir el peligro. Los vínculos de sangre llegaron a ser más débiles que los vínculos con los partidos, porque estas asociaciones no se constituían de acuerdo con las leyes establecidas para el bien común, sino que al margen de esas leyes se establecían al servicio de la codicia. Las garantías recíprocas no se basaban tanto en juramentos de fidelidad como en la transgresión de la ley perpetrada en común. Las propuestas de los adversarios, especialmente si detentaban el poder, eran aceptadas por precaución realista, no por nobleza de espíritu. Y, finalmente, quien triunfaba basándose en el engaño, conseguía como trofeo la fama de inteligencia. Quien triunfaba basándose en el engaño, conseguía como trofeo la fama de inteligencia. La mayor parte de los hombres aceptan mejor el calificativo de inteligentes cuando son unos canallas, que el de cándidos cuando son hombres de bien. De esto se avergüenzan, de aquello se enorgullecen. En realidad, la causa de todos estos males era el deseo de poder, inspirado por la codicia y la ambición».
Esto es un texto escrito hace 2.500 años, pero que se podría poner ahí en el frontispicio de cualquier parlamento. Desde el punto de vista de lo que está pasando en el ámbito internacional, la guerra entre Esparta y Atenas llevó a que los atenienses, en un momento dado, decidieron que, desde el punto de vista estratégico, la isla de Melos, que está en el centro del Egeo, más o menos, les venía muy bien por razones militares. La isla de Melos era neutral. Tenían una cierta inclinación proespartana porque eran de origen dorio, no jónico como los atenienses, pero no habían participado en la guerra. Entonces, en un momento dado, los atenienses deciden que han de tomar la isla por razones puramente estratégicas en relación con la guerra. Entonces, dicen los melios: «La oportunidad que nos dais de explicarnos nuestros puntos de vista no merece ningún reproche. Sin embargo, la realidad de la guerra parece estar en desacuerdo con esta propuesta que nos traéis…». Que es que entren en la alianza con Atenas. «En efecto, vemos que vosotros habéis venido como jueces de lo que aquí vaya a tratarse. Y vemos, también, que a nosotros el fin de este debate nos traerá, con toda probabilidad, el siguiente resultado: si logramos imponernos en el campo de la ley y, por ello, no cedemos, la guerra. Si nos dejamos convencer, la esclavitud».
Y los atenienses responden: «Se trata de alcanzar un acuerdo que sea posible de acuerdo con lo que uno y otros sentimos, porque vosotros habéis aprendido, igual que lo sabemos nosotros, que en relación con los asuntos humanos, lo que es justo solo cabe juzgarse cuando se parte de una igualdad de fuerzas. En el caso contrario, los poderosos determinan lo que es posible y los más débiles lo aceptan». O sea, el análisis que hace Tucídides de las consecuencias de la teoría del más fuerte lo estamos viviendo ahora, realmente de manera clarísima, donde el razonamiento ha quedado al margen y lo que importa es la posición de fuerza. De ahí la trampa de Tucídides, que decíamos antes, y por lo que Tucídides cree que el enfrentamiento, si las condiciones son las mismas, será inevitable. Pero ¿cómo es posible que hace 2.500 años tú tuvieras esta sensación de que las cosas son así y van a ser así en la medida en que la naturaleza humana sea la misma? Porque hace falta tener una capacidad de análisis en un mundo en el que lo que importa son los oráculos, los dioses, que si las aves vuelan de aquí para allá, de allá para acá… O sea, en ese mundo, hacer abstracción de todo eso, salirse de su época y escribir en un lenguaje con el que cualquiera de nosotros puede identificarse y analizarlo desde esa profundidad… A mí es una cosa que realmente me asombra. Por tanto, me encantaría, por lo menos, mirarle a la cara y ver la cara que tiene o que tenía Tucídides, al margen de los bustos que se han conservado. Gracias.
Bueno, la frontera de Oriente se convirtió en un hervidero. Marco Aurelio tuvo que ir con las legiones a esa zona del «limes», del límite de la frontera oriental, pero el otro hervidero estaba en el Danubio y en el Rin, con las tribus germanas. Allí, Marco Aurelio se pasó la vida en una tienda de campaña, en la que, entre batalla y batalla, escaramuza y escaramuza, escribía, o dictaba a su secretario, una serie de reflexiones que conocemos como «Meditaciones», que son realmente increíbles. Un emperador que no hizo otra cosa que guerrear, que no hizo otra cosa prácticamente que intentar lo imposible, que era hacer segura la frontera del Imperio romano, cuando al otro lado estaban los bárbaros que sabían que a ese lado de la frontera las casas estaban calientes, había comida, el Estado les daba una serie de derechos… Ser ciudadano romano suponía la garantía de la ley. O sea, lo mismo que ocurre ahora. Su intención era saltar esa frontera para conseguir comer y conseguir la «civitas», es decir, los papeles, la ciudadanía… Lo que hoy llamamos «los papeles». En ese contexto en el que no hizo otra cosa que intentar lo imposible, que era asegurar esa frontera, nos dejó una serie de reflexiones que son verdaderamente… No solo atemporales, sino de lo más excelso, creo yo, que se ha escrito en latín. Aunque debo decir que lo escribió en griego. O sea, esto se tradujo luego al latín, pero era un romano ilustrado y los romanos ilustrados hablaban todos griego. Unos mejor, otros peor. Cicerón lo dice constantemente… Cicerón dice, en un momento dado, a uno de sus discípulos: «Vos exemplaria graeca nocturna versate manu, versate diurna». O sea, «Los libros de los griegos, léelos de día y de noche, a todas horas». Pues escribió en griego, porque algunos romanos, como Adriano, su antecesor, creían que el griego era capaz de expresar estas cosas que el latín era incapaz de expresar. El griego, como lengua de filósofos y de poetas, frente a la lengua latina, propia de abogados y de administradores.
Yo siempre llevo unos cuantos textos conmigo… Unos son los de Tucídides. Hoy me he traído alguno de Marco Aurelio, que debe andar por ahí. Son textos muy breves, pero que creo que os darán una idea de lo que estamos hablando. En el libro X, son libros muy pequeñitos, de las «Meditaciones», Marco Aurelio dice: «Quien huye de su maestro es un desertor, y la ley es nuestro maestro, quien incumple la ley es un desertor». Fijaos qué reflexión, así, en una línea. O sobre la vida: «La vida del hombre es solo un punto», dice. «Su sustancia fluida, su sensación nebulosa, todo su cuerpo corruptible, su alma errante, su destino un enigma, su gloria impredecible. En pocas palabras, un río lo corporal, vapor el alma, guerra y exilio la vida, olvido la fama. ¿Qué nos puede guiar? Solo una cosa: la filosofía, es decir, mantener nuestro Dios interior sin afrentas ni daños, por encima de penas y placeres, y, sobre todo, esperar la muerte con buena disposición, sabiendo que es solo la disolución de los elementos que componen a los seres vivos. Si la constante transformación de los elementos no es mala para ellos, ¿por qué ha de serlo para nosotros?». Esto lo escribe en una tienda de campaña, con un frío que debía de pelar, nevando fuera al lado del río Danubio, en la frontera con Panonia y con Dacia. La actual Rumania, para entendernos.
Fijaos en esta reflexión sobre la naturaleza humana: «Piensa que todo lo que ocurre ya ha sucedido en el pasado y volverá a ocurrir. Mira los dramas y escenas semejantes que conociste por propia experiencia o por antiguas historias. Toda la corte de Adriano, la de Filipo, la de Alejandro, la de Creso… Todos esos espectáculos se parecen, solo los actores difieren». Y en esas estamos… O sea, es otra de esas personas capaces de ver por encima de las circunstancias de su tiempo. Un caso realmente extraño, porque, además, odiaba la corrupción hasta el punto de afirmar que una buena manera de no ser un corrupto es no parecerse a ellos. «Lo que la ley sanciona como justo, puede repugnar a mi conciencia», decía en un momento dado. Que es algo que los dirigentes de todo el mundo deberían tener permanentemente en la cabeza. No es la ley lo que marca la frontera entre lo moral y lo inmoral, es justamente la moral, que es algo interno, algo que no tiene que ver con los códigos de leyes, sino que tiene que ver con la propia exigencia de uno mismo. Esto demuestra, por un lado, la grandeza de la antigua Roma y el momento previo a su caída, porque a Marco Aurelio le sucedió Cómodo, su hijo, que no tenía nada que ver con él, y el mundo en el que vivimos ahora nosotros. Creo que con esto os hacéis también una idea de quién era este tal Marco Aurelio.

Bien es verdad que, en una de las variantes del mito, la más conocida, se la concede porque Casandra accede a entregarse a él durante un tiempo. Una vez que Apolo la instruye, Casandra decide que no se quiere entregar a Apolo, porque esto de entregarse a un dios tiene sus peligros, y especialmente a Apolo, por muchas razones. Entonces, Apolo se enfada y no le quita el don, es decir, la locura mántica, el don de la profecía, «prophetes»: hablar antes de lo que va a suceder, pero la condena a que nadie le haga caso a lo que diga. Entonces, por mucho que ella profetiza lo que va a pasar aquí o allá, nadie la escucha. El colmo es cuando llega… A Casandra le toca formar parte del lote del botín de Agamenón, el rey de Micenas. Y cuando llega a Micenas… Ya sabéis que a Agamenón le espera la muerte. Ella, en la obra de Esquilo, «Agamenón», está en escena, pero no dice nada. Es un silencio estruendoso. Realmente, sabe lo que va a pasar, pero es inútil. Ya no quiere ni hablar porque sabe que no le van a hacer ni caso. Cuando Agamenón entra en el palacio, evidentemente su mujer y Egisto lo asesinan, y, de paso, Clitemnestra ordena el asesinato de Casandra. O sea, la mujer que tiene el don de adivinar el futuro, pero, a la vez, la maldición de que nadie le haga caso.
Y, en mi opinión, esto es exactamente lo que pasa ahora, no con los adivinos, sino los científicos, que, por ejemplo, nos dan datos todos los días del problema que se nos avecina con el cambio climático. Son los sabios los que deben tener la palabra a la hora de hablar de lo que puede suceder. Eso también me trae a la memoria un poema de Kaváfis: «Los sabios saben lo que se avecina, lo ven en sus noches de oscuras reflexiones, pero la gente los mira como gente extraña y no les hacen ni caso». Para mí, la lección que deberíamos aplicarnos todos los días es la misma que, en un momento dado en Grecia, se aplicaron aquellos que eran capaces de distinguir la verdad de todo lo que la enmascara. En griego antiguo, verdad es «aletheia». «Aletheia»… Alicia es un nombre propio que utilizamos todavía. «Aletheia» significa «lo que no pasa desapercibido», pero no pasa desapercibido al sabio. Y, por tanto, se generó una corriente de admiración por aquellos a los que los propios griegos llamaron «sophoi», sabios. Eran sabios porque eran capaces de ver lo que pasa desapercibido al común. A ellos no les pasaba desapercibida la verdad.
Si fuéramos capaces de dirigirnos hacia esa gente, de tener en cuenta sus opiniones, de estudiarlas, probablemente el futuro sería mejor. Me temo que no va a ser fácil, si es que es posible. En cualquier caso, al margen de esta consideración, yo intentaría, como experiencia, sin más, la desconexión. La desconexión nos pone realmente en nuestro sitio: en lo poquísimo que somos en relación con el mundo que nos rodea. Finalmente, antes de terminar, hay un poeta que a mí me gusta mucho: Arquíloco. Era de la isla de Paros. Es todavía más antiguo que Tucídides, escribe en el siglo VII a.C. Tiene un fragmento… De los líricos solo conservamos fragmentos. Algunos de ellos nos torturan, porque nos encantaría seguir leyendo, pero se cortan, porque se transmiten en papiros que han sido rotos, que se han perdido… A lo largo de la transmisión se han deteriorado. Arquíloco escribe en uno de sus poemas del que solo voy a citar el último verso, que creo que puede servir como colofón a esta intervención mía. «Corazón, corazón, si te asedian pesares imposibles, dales la cara, ofréceles el pecho de frente, pero si no lo consigues, no te encierres en casa a llorar. Si lo consigues, no te muestres demasiado orgulloso ni demasiado arrogante». Y acaba con un verso que en griego dice: «Comprende que a los hombres…». «Echei ho rhythmos». Ritmo… «Comprende que en la vida impera la alternancia». Ese verso: «Comprende que en la vida impera la alternancia» creo que puede consolarnos eternamente casi.
Por lo demás, quiero agradecer muy mucho a los organizadores de esta velada, a vosotros y vosotras… La paciencia tiene que ver con la palabra griega «pathos», que significa «sufrir», entre otras cosas. La paciencia de pacientes que habéis tenido al escucharme en respuestas que quizá alguna vez hayan sido algo largas. En cualquier caso, mostraros mi agradecimiento absoluto porque estas cosas puedan pasar en este mundo: el que estemos aquí un buen rato hablando del mundo antiguo, que es prácticamente lo mismo que hablar del mundo de hoy, pero con la experiencia de lo que pasó. Es decir, conocer el futuro es propio de niños, decía Cicerón, pero ignorar el pasado es como ser eternamente adolescentes. Muchísimas gracias. Lo diré también en griego moderno para que os suene: «haristó párá polí». O sea, muchísimas gracias por estar aquí y por haberme escuchado con tanta atención y con tanto respeto. Gracias. Gracias.