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“Tenemos que conocernos y comprendernos para vivir mejor”

Marian Rojas Estapé

“Tenemos que conocernos y comprendernos para vivir mejor”

Marian Rojas Estapé

Psiquiatra


Creando oportunidades

Marian Rojas Estapé

La psiquiatra Marian Rojas Estapé lanza una cuestión que nos invita a reflexionar sobre cómo nuestras experiencias y vínculos pasados moldean nuestras relaciones actuales. Su exposición se convierte en un viaje por las claves emocionales para mejorar nuestra vida. Resalta la importancia de estar bien con uno mismo para poder estar bien con los demás. Para ello, según Rojas Estapé, es fundamental conocerse, identificar los factores de estrés de cada uno y entender en qué nos convertimos bajo esa presión. Debemos conocer lo que denomina como nuestros “cimientos emocionales”. Además, comparte sus conocimientos, y también vivencias, para ayudarnos a reflexionar sobre otras ideas como la "batería mental”, la personalidad, el miedo o la soledad. Y por encima de todo, ella destaca el papel del amor: "Nos salva el amor”, aprender a amar y ser amados es un viaje que comienza dentro de nosotros mismos.

Marian Rojas Estapé, autora superventas y apasionada del comportamiento humano, es una de las psiquiatras más relevantes de la actualidad. Licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad de Navarra, combina su trabajo en el Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas con su colaboración en universidades y proyectos de cooperación. Su objetivo es guiar a las personas para vivir mejor, y dando un paso adelante, lo expresa con un deseo: que nos convirtamos en "personas vitamina" para los demás.


Transcripción

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Marian Rojas. Muchísimas gracias. Estar hoy aquí es emocionante. Cuando yo vi, hace muchos años, los primeros vídeos de ‘Aprendemos Juntos’, pensé… Me acuerdo perfectamente: en mi casa, en el ordenador, dije: “¿Te imaginas que yo, algún día, puedo ir a contar esas cosas que yo voy pensando, que yo creo, que me gusta razonar sobre ellas, en esta plataforma tan absolutamente maravillosa?”. Y, de repente, un día me llamaron. Entonces yo, me puse nerviosa, estaba de los nervios. Decía: «No es cierto». Era una cosa como… Quiero llegar a esto. ¿Por qué quiero llegar a esto? Porque voy a hablar de cuando estaba yo en primero de carrera, empiezo a estudiar medicina. Padre psiquiatra, abuelo psiquiatra, yo vengo de una familia de psiquiatras, donde mi abuelo cuando era… Él se formó en Alemania y se dio cuenta que la salud mental era un tema que no se trataba bien. Toda la gente que tenía problemas psiquiátricos severos acababa en un psiquiátrico y moría. Es decir, había muy poco futuro para esas personas. Entonces, mi abuelo decide que hay que dar una oportunidad a esa gente que sufre, que no puede ser que lo único sean pastillas, medicaciones o terapias muy agresivas. Luego llega mi padre, mi padre maravilloso, mi maestro, mi mentor en el mundo de la psiquiatría, que me decía: “nosotros los psiquiatras, los psicólogos bajamos a los entresijos del alma, del espíritu, de la persona, de la biografía. Intentamos que funcione con armonía”. Y mi padre empieza a hablar de depresión, de ansiedad, de trastornos de la personalidad… Empieza a hablar de temas que no se hablaban.

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Cuando yo empiezo primero de medicina, sabiendo que quiero ser psiquiatra. En los primeros meses nos hablan de prevención del cáncer de próstata, del cáncer de mama, de hipertensión, de colesterol, de diferentes temas de salud, de prevención en la salud y en la alimentación. Nadie hablaba de la salud mental. Recuerdo que, a mitad de primero, me voy a hablar un día con el vicedecano y le digo: “oye, ¿y esto de la salud mental y de la psiquiatría?”. Me dice: “no, esto se habla en tercero en un semestre de psicología”. Le digo: “pero ¿y no se hace nada al respecto desde primero de medicina?”. Me dice: “no, ¿para qué? No se hace prevención. ¿Cómo se va a hacer prevención?”. Entonces, yo llego a casa ese día, cojo a mi padre y le digo: “papá, yo de mayor me quiero dedicar a hacer prevención en salud mental”. Me dice: “¿A qué te refieres?”. Le digo: “yo quiero enseñarle a la gente cómo funciona su cerebro, su mundo emocional, para que se comprenda”. Porque si uno se comprende, se siente aliviado. Y el problema es que todos, a lo largo de la vida, atravesamos momentos mejores y peores. Pero en las relaciones humanas, que no nos entendemos, que estamos irritables, impacientes, que tenemos obsesiones raras, vías de escape que nos perjudican, no estamos bien. Pero si no nos entendemos, es muy difícil que pongamos remedio. Hay que comprenderse. Entonces, ese día, mi padre me dijo: “yo te apoyaré”. No solo hay que ir al psiquiatra o al psicólogo cuando ya has caído, cuando ya estás mal, sino que tú pides ayuda o intentas formarte, que es la maravilla de los libros de divulgación y, por supuesto, de ‘Aprendemos Juntos’, que es decir: “¿eso me pasa a mí? ¡Claro, eso es lo mío! Entonces, yo tengo que cambiar este hábito. ¡Ah! ¿Qué haciendo estas rutinas mi vida puede mejorar?”. Porque lo entiendo, lo activo. Es decir, la divulgación en temas de emociones, de mente, de cuerpo, ha ayudado a hacer un clic en la sociedad.

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Cuando me llamaron Kike y Miguel Ángel y todos, me llamaron y me dijeron: “Marian, queremos que hables de algo que nunca has hablado”. Dije: “pues hablo de fútbol, que me encanta”. Digo: “vamos a organizar una charla distinta, ¿no?”. Entonces, llevo semanas montándola en mi cabeza con un concepto, que si alguno ha leído Encuentra tu persona vitamina, es una pregunta que lanzo al aire, que para mí es importantísima, que es: ¿amamos cómo nos amaron? A lo largo de mis libros y de mi divulgación, he intentado siempre ir entrando en temas que a todos, de alguna manera, nos tocan. En el primero, en Cómo hacer que te pasen cosas buenas, era la unión de la mente y el cuerpo. Me acuerdo cuando saqué el libro que las principales críticas eran que decir que la mente y el cuerpo estaban unidos era pseudociencia, ¿que de dónde me había sacado yo eso? Entonces, claro, el ser psiquiatra y el tener clínica te ayuda mucho a ver las cosas. El 80 % de las consultas en atención primaria en la clínica de Harvard son por temas emocionales. En el segundo libro, salían las relaciones humanas. Encuentra tu persona vitamina. Hablando de ese concepto de que para estar bien con alguien, lo primero y más importante es estar bien con uno mismo. Vamos a desgranar esta frase. Es decir, aquí hay dos conceptos que os lanzo y que me gustaría, probablemente, si habéis leído o escuchado, muchos os suenen, pero vamos a hacerle el 360. Primero, ¿amamos como nos amaron?

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Con esta pregunta, me refiero a: ¿yo me vinculo dependiendo de cómo a mí me han enseñado a vincularme, a querer? ¿Yo hago exactamente lo contrario de lo que me han enseñado? ¿De qué depende? Primera pregunta. Segunda afirmación. Para estar bien con alguien, hace falta estar bien con uno mismo. Empecemos desde el principio. ¿Estar bien con uno mismo qué significa? Lo primero es que yo me conozco. Yo me tengo que conocer. ¿Cómo soy yo? ¿Cómo es mi forma de ser? ¿Qué te activa el cortisol? ¿Cuáles son tus factores de estrés? ¿Qué pone tu organismo en modo supervivencia? Pues mis heridas, que tengo miedo a las enfermedades, el dinero, las alturas. Me da mucho miedo, de repente, tener una reacción alérgica porque la tuve de pequeño, entonces, siempre que como cosas con pescado, vivo con muchísimo miedo y, entonces, voy a los restaurantes con miedo. Da igual. Pero cuando nosotros si tenemos identificados nuestros factores de estrés, es mucho más fácil que entendamos lo que nos sucede, porque nuestros rasgos de personalidad se modifican. Cuando yo me conozco, yo sé lo que activa mis factores de estrés, en quién me convierto y cuáles son los síntomas que me aparecen. En mi caso particular, yo lo cuento muchas veces, a mí se me va a la boca: se me inflama la boca, tengo problemas en las encías, etc. Pero es muy bueno que sepamos, porque: “a mí no me pasa nada, yo con estrés no me pasa nada”. Es muy complicado. Porque nuestro cuerpo está constantemente escuchando cómo nos sentimos, cómo reaccionamos, cómo queremos, cómo nos sentimos queridos.

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Y en este conocimiento, hay una pregunta, bueno, hay una frase clave que es: “vale, yo sé lo que es un factor de estrés, yo sé lo que me descarga, lo que me enferma, lo que me irrita. Pero ¿qué es aquello que me repara? ¿Dónde me recupero yo?”. Parte del último libro, esto sale en el último libro, fue explicar que tenemos en el cerebro como una batería. Yo la llamo la pila ¿no?, la batería. Entonces, uno se levanta por la mañana, ha dormido sus ocho horas, 100 % de batería. Y a lo largo del día, per se, se va bajando la batería. “No, es que yo quiero tener 100 % de batería en mi cerebro todo el día”. No, es imposible. Porque, per se, como va pasando el día, va bajando. Ahora, como yo ya he dormido cinco horas, ayer tuve una cena con mis amigos, bebimos mucho y tengo resaca. La pila está al 50 %. Y cuando llegamos al 20 %, que se pone en modo rojo, sale mi peor versión. Por eso, parte de conocerme significa que yo conozco cómo es mi forma de ser, yo conozco qué me descarga, yo conozco qué es aquello que activa mi modo alerta, sé en quién me convierto. Esto es muy bueno, porque lo he dicho muchas veces, y parece un reduccionismo, pero muchas crisis de pareja son estados de alerta de uno de los dos, que lleva años o meses o semanas en modo alerta y está en esa versión negativa: irritable, no se puede hablar con él, no se puede comunicar, encima todo le duele, se queja por todo. Dices: “tío, ¿ya no me quieres?”. No, esperemos que no. Sino lo que le sucede es que se ha ido a ese punto donde su cerebro, su organismo, se ha ido al modo alerta y ya no puede conectar contigo porque está en su peor versión y su batería está completamente agotada. Por lo tanto, yo me conozco.

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Lo segundo fundamental es, que yo me comprenda. Todos nosotros tenemos una historia, tenemos una biografía. No conozco historia, por muy buena, maravillosa y por muy exitoso, muy guapo y maravilloso que sea alguien, que no tenga una historia donde hay momentos de dificultad. Pueden ser traumas, traumas con “t” mayúscula, traumas severos, que es probablemente lo que yo más veo en consulta desde la pandemia. Es decir, hechos que han sucedido a lo largo de mi vida que me han roto, que han roto mi eje, que han roto mi capacidad de sentirme seguro en la vida. Una de las claves de esta vida para poder prestar bien atención, estar bien con los demás, tener una buena salud física y psicológica, es que yo me sienta seguro, que yo tenga fe, que yo tenga confianza en que las cosas pueden ir bien. Cuando yo tengo un trauma, yo pienso siempre que las cosas van a ir mal. Es como que yo activo dentro de mí un miedo constante a que las cosas van a ir mal. Conocéis probablemente muchos mi historia, que cuando terminé la carrera de medicina, me fui a Camboya a sacar niñas de la prostitución infantil. Entonces, era un mundo en el que yo no conocía absolutamente nada, nada. Me leí un libro. Me di cuenta que había un problema grave de prostitución. Yo era una chica de veintipocos años, me fui a Camboya y acabé metida en los prostíbulos, metida en las redes de prostitución intentando sacar a esas niñas. Unas historias completamente espeluznantes. Era un mundo en el que yo no conocía nada. ¿Y cuál fue mi sorpresa? Que cuando yo llego a España de vuelta, me había impactado tanto que en algunos colegios e institutos me llamaban para hablarle a los alumnos de la importancia de hacer solidaridad, de la importancia del voluntariado, que es algo que a mí me fascina y que recomiendo siempre, porque es una forma de salir de uno mismo y ayudar a los demás.

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Y cuando yo iba a los lugares, una de mis grandes sorpresas era que yo contaba las historias de estas niñas y los traumas, y había gente que me escribía correos electrónicos y me decía: “Marian, a mí me violaron”, “yo tengo una historia de trauma”, “a mí me abandonaron”, “a mí no me quisieron”. Entonces, yo me di cuenta de que no había que irse a Camboya para encontrar el trauma, que cada uno trae su propia historia, donde hay heridas, y que esas heridas pueden tener un impacto y que pueden influir poderosamente. Un día, estoy en uno de los prostíbulos, conseguimos hacer una redada, saco a una niña. Terrible. Una niña de 12 años que había sido violada muchísimas veces por clientes. Una historia terrible. Entonces, cuando estoy con esa niña en el centro de acogida donde estaba, yo hablaba entonces unas palabras de khmer, el idioma de allí, que ahora ya no recuerdo. Entonces, yo le miraba a los ojos y me dice: “¿Yo algún día seré capaz de disfrutar de algo o de ser feliz?”. Me quedé mirando a los ojos de esa niña y le dije: “Por supuesto, hombre, claro que sí”. Y pensé para mis adentros: “¡tiene que ser que sí!” Por supuesto que tiene que haber esperanza ante el trauma. No puede ser que un trauma determine y te hunda para siempre. Entonces, me puse a leer, a investigar y topé y encima, es maravillosa la entrevista que tenéis con él, con Boris Cyrulnik. Le localicé… Porque él lanza un mensaje de esperanza. Una infancia infeliz no determina tu vida.

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Tenemos que identificar nuestros traumas, nuestras heridas, de dónde viene esa forma, esa manera que, a veces, yo tengo de estar hiperalerta. ¿Por qué es importante que yo me comprenda? Porque cuando yo me comprendo, me siento aliviado. Cuando yo comprendo mi historia, entiendo que, a veces, hay ciertos comportamientos míos que vienen derivados de eso. Por ejemplo, el otro día me viene una paciente a la consulta y me cuenta que ella lleva muchos años… Ella tiene una historia de muchísima dureza. Sus padres se separaron, se fue a vivir con su padre, su madre se fue con otro hombre y les abandonó y no reapareció. El padre cayó en el alcoholismo, una abuela la acogió, la abuela se muere. Acaba en una especie de residencia donde hay una tía segunda que le paga la residencia. Es decir, historia de abandono y de gente que desaparece de su vida sin dar explicaciones. Esta chica consigue estudiar la carrera y ahora cuando yo la descubro, es una persona que trabaja en una empresa, en una multinacional, teletrabaja la mayor parte del tiempo y ahora se ha venido a Madrid, a las oficinas de Madrid. Todo el mundo la conoce online, pero no presencial. Primer o segundo día que está en la oficina, está todo el mundo trabajando en sus puestos, ella está en una sesión por Zoom con unos clientes y, de repente, levanta la cabeza, dos de la tarde, y ve que no hay nadie en la sala, se ha ido todo el mundo. Entonces, empieza a llorar, empieza a llorar. Un ataque de ansiedad. Escribe en el chat: “¿dónde estáis?”. Dicen: “nos hemos bajado a comer, te estamos esperando”. Pero su interpretación era: “me han vuelto a abandonar”. Entonces, ella cuando me lo contaba, me decía: “Marian, no sabes lo mal que me puse. Vinieron a mi mente todos los momentos a lo largo de mi vida que desaparece gente sin dar explicación”.

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Uno escucha esta historia y dice: “hombre, tampoco es para tanto”. Todo depende de donde vengas. Esto es lo que yo denomino en mi libro, en Encuentra tu persona vitamina, los cimientos emocionales. Esa casita donde… Yo lo denomino, como os decía, cimientos emocionales. Puede producir que yo replique lo que he vivido, que yo me vaya en sentido contrario o que yo intente analizarlo, que es un poco lo que yo pretendo, y que sea capaz de hacer lo que es mejor para mí. Pongamos un ejemplo. Viene una chica a mi consulta y me dice: “Marian, es que yo… No sé lo que me pasa, pero siempre acabo con hombres que son… Es que me hacen daño, son infieles… Yo no sé qué me pasa…  Yo que siempre he sido una mujer obsesionada con la fidelidad y todos los hombres con los que salgo son profundamente infieles”. Vamos a tu casita, a tus cimientos. Entonces, ella me cuenta que sus padres vivieron toda la vida juntos, pero su padre era profundamente infiel. Pero la madre cuando se plantaba un poco, el padre le decía: “te vas a quedar en la calle, te vas a quedar sin dinero…”.  Entonces, la madre aguantaba. Ella quería mucho a su madre, el padre era un gran padre, no un buen marido, pero un gran padre y ella le admiraba. Entonces, le digo: “tú, en tu subconsciente, a través de tus cimientos emocionales, lo que estás haciendo es replicar lo que viviste de una manera que es: yo sí que voy a conseguir que un hombre me sea fiel, que un hombre mujeriego, atractivo, peligroso me sea fiel. Lo que mi madre no consiguió, yo lo voy a conseguir”.

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Una cosa súper importante que he descubierto después de muchos años de profesión es que cuando tenemos identificados los temas, el 50 % de las veces cambiamos. El hecho de identificar por qué hago una cosa, solo identificarlo… Luego, encima, si hacemos terapia, nos entendemos, introducimos rutinas… Pero solo con identificarlo, clic. Y de repente, hay un cambio. Para estar bien conmigo mismo, una de las principales cosas que tengo que hacer es analizarme y decir: “¿Cómo soy yo?”. Porque claro al final todos nosotros tenemos nuestros rasgos, nuestras formas de ser. No todo es malo. Es decir, hay gente súper sensible, hay gente muy ordenada, hay gente más impulsiva, hay gente tímida… Ósea no es que digas: “es que hay un tipo de personalidad que es la perfecta”. Entonces todos vamos a educar a nuestros hijos o vamos a trabajar por tener este tipo de personalidad. No, si parte de la gracia, es la diversidad. Lo malo es cuando algo de los rasgos de personalidad se acentúa tanto que me perjudica, me hace daño y me impide conectar de la mejor manera posible con el entorno. En el fondo, parte de todo esto que sucede tiene que ver con un concepto. Parte de las relaciones humanas, para que funcionen bien o no funcionen bien, tiene que ver con un concepto. Y es el miedo. Al final, el miedo es algo natural. Nacemos con miedo. Es fundamental el miedo. Hay gente que me dice: “Marian, es que a mí me encantaría vivir sin miedo”. No, es imposible vivir sin miedo. Porque el miedo es absolutamente fundamental porque nos hace ser prudentes. Lo malo es cuando el miedo se apodera de mí. Y uno dice: “vale, ¿miedo a qué? Miedo a la muerte, miedo a la enfermedad…”. No, pero vamos a desgranarlo un poco más.

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Uno se tiene que observar y decir: “¿soy de aquellos que me cuesta abrirme a los demás? ¿Soy una persona que genero conflicto? ¿Soy una persona que evito el conflicto? ¿Soy una persona que no sé decir que no? ¿Soy una persona que exagero mis logros o presumo de todas las cosas buenas que hago? ¿Soy una persona que intento llamar siempre la atención? ¿Que necesito la validación de los demás?”. Todo ello se puede responder con miedo a: miedo a perder el control, miedo a causar decepción, miedo a que no me quieran, miedo a no ser importante, miedo a sufrir. Es decir, todos al final podemos tener un miedo mucho más sutil, pero que influye poderosamente en nuestras relaciones. Por lo tanto, yo me conozco, yo me comprendo, yo entiendo que, a veces, en mis relaciones hay miedo. Y, como yo tengo miedo, cuando yo tengo miedo, yo ya no interpreto desde la seguridad y la confianza, sino interpreto las relaciones desde el miedo. La felicidad no es lo que nos pasa, sino cómo interpretamos lo que nos pasa. Y cuando tenemos miedo porque nos abandonan, porque no entendemos las cosas, porque no me sé comunicar. Mi mente está mucho más polarizada, me cuesta mucho más empatizar… Mi corteza prefrontal, que es la que me permite entender a la persona de delante, se bloquea y voy en modo supervivencia. Por lo tanto, en modo egoísta. Aprender a comunicar. Entender cómo comunico yo. ¿A mí me han enseñado a expresar mis emociones? No. A veces, la gente viene a la consulta y me dice: “Marian, yo tengo ahí un trauma, pero no quiero abrirlo todavía. Lo tengo ahí escondido, ¿no?”. Entonces, tú… La habilidad del terapeuta es conseguir llegar a ese concepto y, en un momento dado, poder abrir esa herida que trae esa persona.

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Para estar bien con alguien, tengo que estar bien conmigo mismo, comprenderme… No significa que tengo que estar siempre bien, pero tengo que saber cómo soy, cómo me comunico. Aquí, por ejemplo, hay un concepto muy importante que es las personas PAS, de alta sensibilidad. Concepto que yo he trabajado muchísimo. Las personas de alta sensibilidad son gente que lo capta todo: el gesto que me has puesto, cómo me lo has dicho, la manera… Siempre me lo dices de una manera y esta vez es de otra. Todo les afecta mucho más, por lo tanto, viven la comunicación a flor de piel. Si uno está casado con alguien que es de alta sensibilidad, o tiene un hijo, un padre o uno mismo o una misma, es fundamental que lo entienda porque la sensibilidad es un don, pero si yo no la identifico y sé que la tengo, se convierte en una tortura. Porque el mundo me abruma y porque le cojo miedo a la vida, porque todo es una amenaza para mí: cómo me hablan, cómo me tratan, los ruidos, los sonidos… Cada cual con sus circunstancias. Y, por lo tanto, cada vez me cuesta más gestionarme. Hay otro tema fundamental que es el dolor social. Duele igual que no me quieran a que me peguen un pisotón. Interesante. Ha descubierto la doctora Naomi Eisenberger, en Estados Unidos, que cuando alguien me pega un pisotón y, entonces, eso duele, porque un pisotón duele, se activa una zona del cerebro, la corteza cingulada anterior. Pero cuando alguien me humilla, me juzga, me abandona, me duele la misma zona del cerebro. Es decir, duele que no nos quieran, duele que nos humillen, duele que nos abandonen. Esto es clave que lo entendamos.

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Ósea, por eso, parte de traer toda esta divulgación es… “Claro, ahora entiendo porque el otro día esta persona me falló. Es que me encontraba fatal”. Claro, es que duele cuando nos fallan. Y hay un concepto aquí, que para mí es muy importante, que es el tema de la soledad. Una sociedad cada vez más conectada y cada vez más sola. Y no hablamos de la soledad de los mayores en las residencias de ancianos, hablo de la soledad en las parejas, de la soledad en los jóvenes… Todo el día conectados, pero con una gran sensación de tristeza. La soledad, hoy en día, se ha convertido en uno de los principales factores de riesgo para enfermar. Sentir que nos quieren es maravilloso. Somos más fuertes, no cuando somos fuertes, sino cuando nos sentimos queridos. Que nos sintamos queridos es una de las claves más importantes para encontrarnos bien. Intoxicados de cortisol en un mundo intoxicado de cortisol, de miedo, de amenaza, que uno ve las noticias, que uno tiene sus propias heridas, la macrobatalla, la microbatalla… Porque, al final, al mundo le pasa lo que le pasa, pero yo tengo mi propia batalla. Y en el otro lado, tenemos ese mundo dopaminérgico, que es otro campo, que hablaremos la próxima vez que hagamos este evento. Que es la dopamina maravillosa, que es esa dopamina que me ayuda a disfrutar, pero intoxicado de dopamina, que me lleva a un gran vacío cuando no soy capaz de gestionarla bien: la de la gratificación instantánea, las redes, etc. Nos salva la oxitocina, nos salva el amor, nos salvan los vínculos. Hay que dejar de tener miedo a querer y a que nos quieran. Te pueden haber herido y si eres incapaz de volver a confiar en alguna relación… No solo me refiero a parejas, sino de amigos… Hay gente que me dice: “Marian, yo ya no confío nunca en nadie”. Deja que te ayuden, deja que te desbloquen, porque todos los estudios, la evidencia y los profesionales sabemos que el amor existe. Cualquier persona que se cruce por nuestro camino, nosotros seamos vitamina para ellos. Muchísimas gracias.