“Esperé 38 años a que mi mamá me leyera un cuento”
Jorge Serratos
“Esperé 38 años a que mi mamá me leyera un cuento”
Jorge Serratos
Empresario
Creando oportunidades
Una historia de superación increíble
Jorge Serratos Empresario
“Superé mi ira perdonando”
Jorge Serratos Empresario
Jorge Serratos
Jorge Serratos es un testimonio de que la vida, por adversa que parezca, puede moldearse con determinación y propósito. Nacido en Baja California, vivió desde su infancia la crudeza de la ausencia paterna y el rigor de un internado donde, rodeado de abusos y estricta disciplina, entendió que su camino no sería sencillo. Sin embargo, esas primeras experiencias no quebraron su espíritu, sino que forjaron en él una fortaleza inquebrantable, esa misma que él describe al compararse con una abeja: “Las abejas no deberían volar, pero vuelan porque no saben que no pueden”. Así, desde la adversidad, Jorge construyó un destino propio.
En el internado, Serratos no solo aprendió a sobrevivir; cultivó una determinación indomable que lo llevó a buscar siempre algo más allá de las limitaciones visibles. Su vida fue un viaje entre oscuras experiencias y luces de esperanza, un camino de obstáculos que, en lugar de destruirlo, lo hicieron más fuerte. “A veces, en la vida, vale más un mal realizador que un buen pensador”, reflexiona Jorge, recordando que el simple acto de tomar acción puede cambiar destinos, algo que le enseñó su mentor, Gabino Ramírez.
Con esfuerzo y sin perder su esencia, Jorge estudió derecho y se convirtió en un reconocido abogado, alcanzando su anhelado doctorado en derecho antes de los 30 años, en parte motivado por el deseo de darle a su madre un futuro mejor. “Para mí, el éxito se vive en dos momentos: primero en la mente y luego en la realidad”, dice, reflejando su profunda creencia en el poder de la visualización y la acción consciente.
Hoy, Serratos es CEO de Grupo Serlo, un conglomerado de siete empresas, y líder del movimiento “Sinergéticos”, donde impulsa la idea de que “uno más uno es igual a tres”, una filosofía basada en el poder de la cooperación y la ayuda mutua. Con más de 10 millones de seguidores en redes sociales y un alcance mensual de millones de personas, Jorge inspira a otros a desafiar sus destinos, a creer en sí mismos y a vivir sin miedo.
Transcripción
Tengo que confesar que soy fan de este proyecto. Tengo 4.5 años escuchándolo, antes de que yo empezara a hacer redes sociales. Y cuando te invitan a un lugar tan especial y que es tan importante, yo le llamo que te pones en modo fan y te pones hasta nervioso: “No la vaya yo a regar”. Y me puse a pensar: ¿Cómo me voy a presentar? ¿Quién es Jorge Serratos para las personas que no me conocen?
En alguna ocasión le preguntaron a una persona: ¿Cómo llegar al éxito o cómo llegar a la meta? Dice: “Depende, si le preguntas a una serpiente cómo se llega a la meta o cómo se llega, te dirá: arrastrándote, lo más rápido posible. Pero si le preguntas a un tiburón cómo se llega te dirá: en las profundidades, nadando, lo más pronto posible. Y si le preguntas a un caballo cómo se llega, el caballo te dirá: a todo galope. Pero entonces, ¿qué pasa si le preguntas a un águila cómo se llega? El águila te dirá: en las alturas, volando.” Y entonces la pregunta es, ¿quién tiene la razón?
La verdad es que todos están en lo cierto, pero yo no soy un delfín, yo no soy un caballo, yo no soy un águila, yo no soy ninguno de estos cuatro personajes. Y normalmente esto es lo que sucede, que cuando decimos cómo se llega a la meta, nos comparamos con alguien más. Tal vez tú eres un caballo y él es un delfín, pero el problema es cuando no te identificas con ninguno de los cuatro. Que no soy ninguno de los cuatro, entonces dije: ¿qué soy yo?
Yo me identifico mucho con una abeja. Las abejas no deberían volar aerodinámicamente y científicamente, porque su complexión de su cuerpo no hace correlación con sus alas. Pero qué bueno que ellas no saben que no pueden volar y por lo tanto vuelan. Porque no creen que no pueden volar. Yo soy una abeja porque tal vez, de acuerdo con los conceptos que existen en el mundo de movilidad social, de pobreza y a todas las estadísticas, tal vez no es para que yo estuviera aquí, si hubiera creído todos esos conceptos que hay allá afuera.
Yo soy una abeja porque yo no tenía las condiciones para volar y sin embargo creo que he volado.
La historia de mi vida inicia hace 39 años. Mi papá conoció a mi mamá en Ensenada, Baja California. Él tenía una idea muy clara y sencilla: irse, cruzar la frontera y buscar el sueño americano. Era muy joven, agarró una borrachera de tres días y en la cruda conoció a mi mamá.
Al cabo de… (me gustaría decir que fueron meses, pero estaría mintiendo y no miento por convivir) Al cabo de días hicieron el delicioso. Palabra que usan los jóvenes para decir que tuvieron relaciones sexuales, para que me entiendan los que tenemos un poquito más de juventud acumulada. Mi mamá le dice a mi papá que está embarazada. En aquellos años se decía estoy panzona.
Hoy, se dice: “estamos embarazados” y mi papá piensa que es una buena idea irse a por cigarros y no regresar, y no vuelve. No volvemos a ver a mi papá hasta 21 años después, pero esa es otra historia.
Mi mamá va con mi abuelita y le dice: “¿Sabes qué? Estoy panzona”. Mi abuelita toma la decisión de darle dos cachetadas y la corre de la casa. Mi mamá tenía 16 años en la época, no terminó la primaria, no tenía mucho contexto y a ella no le habían dicho que si era o no una abeja.
Así que mi mamá, después de seis años de pelearse mucho con las autoridades en México, (porque yo andaba en la calle… Trabajaba doble turno de diez de la noche a seis de la mañana, de seis a dos de la tarde… No estaba viviendo, estaba sobreviviendo.) Toma la decisión de dejarme en un internado de monjas. Lo recuerdo muy bien. Puedo cerrar mis ojos y recuerdo perfectamente hasta los olores y cómo estaban vestidas las monjas, cómo venía vestida mi mamá, qué bolsa traía…
Había 60 niños había en el internado. Yo dije: “Dos años”, es el primer estado de conciencia que yo tengo y lo recuerdo muy bien. Seis años, dos años. Dije: “Bueno, van a pasar rápido. Está bien, yo me quedo. Está bien, mamá”.
Tenía miedo, tenía inseguridades, no sabía qué era lo que iba a pasar. Pero la cosa empezó a empeorar porque cuando llegué al internado, todos tenían muchos problemas.
Yo, la verdad no tenía problemas. Solo mi papá me abandonó y a mi mamá, su mamá le dio la espalda, la corrieron, era joven y decidió tomar esa decisión porque pensó, desde el amor, que era lo mejor para mí.
Pero para ponernos en contexto. En el internado había 60 niños, todos con problemas muy serios. 60 niños y cinco monjas. Uno de los casos que más recuerdo es que Saúl y Raúl eran unos gemelos de cuatro años. Sus papás murieron de sobredosis. Sus papás, mientras se drogaban, agarraban la espalda de los niños y con el cortauñas, con lo que tú te limas las uñas, se ponían a jugar al ‘gato’ en su espalda. Esos niños tenían problemas, yo no tenía muchos problemas.
Llego al internado y empiezo a sufrir abusos, violaciones, lesiones, apagones de cigarro, violencia física, violencia emocional… Yo empiezo a perder mi seguridad y no entiendo por qué me está pasando todo esto, porque mi mamá me dijo: “Aquí te van a cuidar, aquí te van a proteger, aquí si vas a estar bien”.
En el internado todo era rutina, nos levantaban a las 5:15 de la mañana: una monja caminaba en el pasillo, iba, venía, se paraba en el medio…
Tú, desde las 5 de la mañana tenías que estar pilas porque se escuchaban los pasitos así… Y se paraba en el medio y decía: “¡Viva el sagrado corazón de Jesús!” Aplaudía, tú te tenías que hincar en la cama y decir: “Para siempre nuestros corazones. Por la señal…” El niño que se quedara acostado: una varita de membrillo, le llamábamos ‘la víbora’, tres varazos, caminabas sueco toda la semana, pero no volvías a quedarte dormido. Era un internado de mucha disciplina.
Yo me levantaba no a las 5:15 de la mañana, sino a las tres de la mañana todos los días, porque como pierdo la seguridad, me empiezo a orinar en la cama y andaba buscando una técnica cómo hacerle para que las monjas no se dieran cuenta. Nunca la encontré en nueve años, nunca encontré la técnica.
La consecuencia de orinarte en la cama es que yo me despertaba y no solamente iba a hacer un aseo o un quehacer, iba a limpiarme aparte y el desayuno se servía a las 6 de la mañana, ¡en punto! Yo llegaba a las 6.15, siempre tarde porque tenía que lavar mis sábanas.
Las monjas me decían: “Si no lavas las sábanas y tus cobijas no se te van a secar y no vas a poder dormir bien en la noche y vas a tener frío”. En Ensenada hace mucha neblina. En tiempos de frío nunca se secaron. Yo las tallaba y decía: “Que sí se sequen, que sí se sequen…”
En la noche pasaba frío y así empezó un círculo vicioso. Un círculo vicioso que no pasó y me dejó lleno de muchas creencias limitantes. Hasta que mi mamá llegó dos años después, cumplió su promesa, pero llegó con un niño de la mano.
–¿Y ese niño?, dije. Bueno, era lo que me llamaba la atención: el niño. ¡¿Porque lo tiene?!
Y ya ven que la intuición no falla. Todos hemos tenido esa intuición que no te falla: tú ya sabes lo que viene, pero no sabes cómo explicarlo.
Y mi mamá dice: “Jorgito, este niño que está aquí es tu hermanito”. Así me presentaron a mi hermanito.
–¿Ya nos vamos a ir mamá?
–No, te voy a dejar a tu hermanito Santiago, tienes que cuidarlo. Mírame a los ojos. Se agachó mi mamá, me tomó de los hombros y me dijo: “Tú no tienes papá, tú eres el hombre de la casa.”
–Pero mamá… Palabra célebre de Doña Cuca.
–¿Qué te he dicho, Jorgito? La mamá siempre tiene la razón.
Era su forma de decir, cállate, hazme caso. Y así fue. Me dejó a mi hermanito y yo crezco en el internado, ahora soy el hombre de la casa, pero tengo ocho y nueve años.
Yo no era tonto, me quería defender de los abusos, de las violaciones, de todo lo que estaba pasando, era muy vergonzoso, era muy doloroso. Y entonces las personas que me hacían daño me decían: “Voy a poner esto en ti. No te vas a mover, porque si te mueves vamos a matar a tu hermanito”. Y mi mamá me dijo: “Tú eres el hombre de la casa.”
Y fue lo que yo aprendí, fue lo que yo entendí. Así pasó toda esta época del internado. Me aviento nueve años en el internado, donde me pasó de todo y donde tenía mucho miedo, muchas inseguridades.
Salgo del internado y termino roto. Para subsistir al internado me volví monaguillo, aprendí muchos oficios, aprendí a tejer. En algún momento de la vida, cuando vuelvo monaguillo, empiezo a juntar dólares. Y cuando digo dólares: 77 dólares. Me tomó cerca de dos años y medio.
Trabajo de monaguillo con los padres. Los padres ven que tengo habilidad y dicen: “Este muchacho de grande va a ser sacerdote”. Yo no quería ser sacerdote, pero yo quería ser amigo de los padres, porque los padres, yo les veía que estaban bien, me tenían cariño, comida, respeto, reconocimiento… 77 dólares en dos años y medio, porque yo dije: “Yo no me quiero ir con mi mamá”.
Mi mamá es mi enemigo público número uno en ese momento de mi vida. Yo me quiero ir con los gringos. Ensenada está muy cerca de Estados Unidos y allá es más bonito.
Nos llevaban una vez al año, una vez al año a ‘seaworld’, al zoológico. No sabía yo que una de esas veces era para hacer daño, pero esa es otra historia. Yo veía que allá era bonito.
Para la época tenía un mejor amigo, el Norman. Salgo del internado y a mi mejor amigo cometo el error de decirle dónde tenía el dinero guardado.
Él me dice: “Nos vamos a ir juntos, vamos a ir juntos. Pero, ¿dónde lo tienes?”. Le dije: “¿Pero para qué quieres saber?”.
–Pues porque si te pasa algo, si no regresas del templo, yo quiero saber dónde lo tienes, porque pues somos carnales. Nos iríamos juntos.
–¿Cuándo nos vamos a ir?
–Cuando llegues a 100 dólares.
Y bueno, después de algunos días me convenció y le dije dónde lo tenía guardado. ¿Qué creen que hizo el Norman? Se lo llevó.
Al día siguiente lo corrieron del internado, no lo he vuelto a ver. De hecho, lo ando buscando y me emociona mucho que me hayan invitado a esta plataforma, que la ven millones de personas, porque a lo mejor de me da para encontrar al Norman. Le tengo un regalo. Yo no soy una persona vengativa, le tengo un gran regalo al Norman.
Pero imagínense: me corren del internado, mi mejor amigo me traiciona… En el vía crucis era la época de esperanza, cargábamos una cruz, siempre. Y la monja venía y nos decía: “Cárgala con fe, cárgala con fe, porque si no la cargas con fe, Dios no te va a escuchar”. ¿Cómo creen que es para un niño cargar una cruz durante nueve años y pedir tres cosas?: La más importante, que dejen de abusar. Segunda, no orinarme en la cama. Y tercera, que aparezca mi papá, alguien que me cuide, que me protege.
Yo cargaba la cruz, estaba muy flaco y la cargaba. Les puedo decir que después de nueve años, nunca pararon los abusos, nunca dejó orinarme en la cama, mi papá nunca apareció. Termino roto por dentro, termino roto, destrozado, los padres me dan la espalda, mi mamá, en ese momento siento que la odio mucho, porque me abandonó. Todo es culpa de mi mamá. Mi papá me dejó como un perro…
Y entonces empieza la segunda etapa de mi vida. Donde yo lo he dicho muchas veces: es una palabra que para mí puede sonar antisonante, pero es para que la entendamos, y es una combinación de cuatro sentimientos. Y yo les pregunto a ustedes: ¿quién alguna vez en su vida ha experimentado ansiedad? Levanten la mano. ¿Quién ha experimentado ansiedad? ¿Quién ha experimentado ira? Pero ira, ira de ¡ah! ¿Levanta la mano? ¿Quién ha experimentado tristeza? Esa tristeza que hasta te quedas dormido, ¿les ha pasado? Sí. Estrés, estrés, mucho estrés.
Esa combinación, yo la catalogo y cuando tú la metes a un cóctel y le das vuelta, esas combinaciones, que yo las tuve por esos años, es una bola de fuego. Y mucha gente vive con esa bola de fuego. Yo hoy tengo la capacidad de verles la mirada y veo la bola de fuego porque la viví muchos años. Que está aquí, que está en la mente o que está en el cuerpo. A esa bola de fuego yo le llamo: emputamiento.
Bueno, los psicólogos lo dicen más bonito, ellos le llaman: heridas del alma. y la gente herida hiere, pero la gente no se acuerda. Cuando te hicieron tanto daño, tú no vas buscando quién te la hizo, sino quién te la paga. Ese es el problema del círculo de lo que nosotros vivimos.
Me voy con mi mamá y estoy tan enojado con mi mamá… Dimensionen esto, mi mamá trabajaba doble turno: de diez de la noche a seis de la mañana y de seis a dos de la tarde. Dormía cuatro horas. Estaba en piloto automático. No estaba viviendo, estaba sobreviviendo. Y mientras ella dormía, yo tomaba una pelota de básquetbol y la botaba tres veces.
Vivíamos en una casa de tres por tres en un cinturón de miseria, de paracaidistas en un cerro. O sea, eso era a lo que yo le llamé casa, eso es a lo que yo le llamé hogar. Era muy pequeño, era un cuadrito.
Yo botaba la pelota tres veces y cuando mi mamá se despertaba, yo cerraba el puño y decía: “Para que sientas lo que yo siento, hija de tu puta madre”. Porque estaba muy enojado y yo decía que ella era la culpable de todo. Fue cuestión de tiempo para que me volviera pandillero.
Yo no elegí ser pandillero, no es como que tú digas: “¡Ah, yo quiero ser cholo, quiero ser malandrín, quiero pertenecer a una ganga, quiero pertenecer a una clica, quiero pertenecer a una pandilla…” No, simplemente no tenía reconocimiento, no tenía aceptación, no tenía ese sentido de familia o de pertenencia. Todo mundo me había dado la espalda, o al menos eso era lo que yo pensaba.
Hasta que un día, estando en la secundaria, me están pateando. Me pateaban y yo no entendía. Yo crecí en un internado donde todo era disciplina: te levantabas temprano, ¡viva el sagrado corazón de Jesús! Y de pronto me mandan a una secundaria donde mandan a todos los corridos, a los que nadie quiere… Me empiezan a golpear, me empiezan a bulear…
Y yo decía: “Ya no me pegues, ya no me pegues”. Y más risa les daba porque yo decía: ya no me pegues. Y me pegaban. Un día estoy en el piso y me están pateando, lo recuerdo muy bien, y entran dos pelones de la Colonia Popular 89 de mi barrio. Y me defienden, y dicen: “Lo que quieras con mi carnal, conmigo, cabrón”.
Yo volteo hacia arriba y dije: “Familia”. A partir de ahí, seis años en pandillas. Historia corta: 42 amigos han muerto de los que crecimos en las pandillas, llegamos a ser sesenta y tantos. Para escribir mi primer libro tuve que hacer la investigación, tal vez, es para que yo hubiera sido el número 43, pero no me tocó.
Hay una frase que me gusta mucho y que quiero compartir con ustedes, la dice Simón Cohen: “Cuando consigues lo que quieres, es la vida dirigiéndote, cuando no consigues lo que quieres, es la vida protegiéndote”. Lo que para mí fue mi peor momento en esa época, hoy sé que fue lo mejor que me pudo haber pasado.
Tuve un accidente, chocamos contra las llantas de un tráiler. Íbamos en una persecución, chocamos. Yo vengo de copiloto volteando hacia atrás, salgo disparado y cuando termino: brazos zafados, mi cara llena de vidrios… Termino en una cama de hospital y lo único que recuerdo es la voz de mi mamá y del doctor llorando. Decían: “Este muchacho puede quedar ciego”. Me levantan los párpados, tengo muchos vidrios. “Este muchacho puede quedar ciego, este muchacho puede quedar ciego, puede quedar ciego, o puede quedar así…”, pero yo no escuchaba. Y de pronto, escucho la voz de mi tío Toño. Tenía dos años que no lo escuchaba. De hecho me caía gordo, porque yo lo tengo muy identificado. Mi tío Toño es el ‘chingaquedito’ de mi casa. El ‘chingaquedito’, yo siempre he dicho que Dios me lo tenga a fuego lento, porque ya falleció. No, perdón, perdón, este programa es importante. No andes diciendo esto, no se rían. Voy a regresar, voy a regresar… Lo que quise decir es: que Dios lo tenga en su santa gloria.
Espérenme, ¿saben que es un chingaquedito? ¿Hay alguien aquí que no sepa el concepto en español, sabes que es un chingaquedito? Bueno, no importa.
En España, Latinoamérica, México, Venezuela… en todas las familias del mundo, existe un chingaquedito.
Esto no es un término mexicano, el chingaquedito… Porque el que chinga duro ya lo conoce, la persona molona que te cae gorda y que siempre están negativos y si estás flaco, siempre te va a decir esquelético y si estás fuerte te va a decir gordo. Siempre van a estar, pero te lo dicen directo. No, el chingaquedito es la persona que te lo dice despacito. Así… No tiene ganas de molestar: “Mija, ¿cómo estás? Oye, cuánto tiempo sin verte. Qué bonita tu blusa. Te ves muy llena de vida… Te dijo gorda, pero te lo dice despacito. Ya ven por qué le mando saludos a mi tío.
Imagínense, estar vendado y escuchar que mi tío Toño dijera: ”¡Cuca, a mi mamá, qué mala suerte tienes. Tuviste su hijo que tuvo un accidente mortal y no se murió”. Es interesante que mi familia pensó que era mejor que yo me hubiera muerto a quedarme ciego. Eran muy pobres, muy, muy pobres. Dos meses y medio en cama, 6.0 de promedio en la preparatoria… Cosas raras, cosas raras de las abejas. A veces es tan complicado avanzar en el camino si no ves un referente. Yo no tenía referentes, no tuve papá, no tuve figura paterna. Conocí a una persona que lo cambió todo. La importancia de los mentores, la importancia de tener un mentor. El primer mentor apareció en mi vida por casualidad. Estaba sentado como ustedes en una presentación, me metieron a fuerzas. En ese momento yo no tenía muchos sueños o aspiraciones, lo único que quería era ganar 740 pesos a la semana, 45 dólares a la semana. Éramos muy pobres, cinturón de miseria. Para mí el contexto de lo que era ser rico era tener para las cahuamas y los cigarros. Cuando tengo el accidente no me podía pelear, en mis pandillas nadie me fue a ver. Dos meses y medio, mi mamá habló conmigo. Lloró todos los días y dije: “Sí que me quiere mi mamá, sí me curó, sí estuvo conmigo”. Y me dijo: “Hijo, el dinero no crece en los árboles, ponte a trabajar”. Así que yo quería trabajar en una maquiladora, en la línea de producción por 40 dólares a la semana, pero tenía que terminar la prepa.
Tenía la oportunidad y me metí a un auditorio. Estoy sentado al final y ahí llegó Gabino Ramírez: traje negro, corbata roja, camisa blanca y hablaba muy bonito. “El amor es el silencio más puro, el más tembloroso, el más insoportable”. Él hablaba muy bonito, dice: “Soy el director de prevención del delito y readaptación social en el estado de Baja California, adscripción Ensenada y voy a escoger de todo este auditorio a una persona para entrenarlo en el arte de la palabra, en el arte de la elocuencia. Vamos a ver quién gana”.
Yo estoy sentado y lo recuerdo muy bien, dije: “Ay, pobre del pendejo que le toque…” Pues me tocó a mí.
–¿Quién es Jorge Serratos? Pásale.
Me pasó al frente y me dijo: “Si me lo permites te voy a entrenar” y me entrenó. Me entrenó y me dio varios consejos, muchos consejos. Recuerdo algunos: puedes vivir tus miedos o puedes vivir tus sueños, pero no puedes vivir los dos. El éxito se vive en dos momentos, primero en tu mente y luego en la realidad, quiero que lo puedas ver aquí, quiero que lo puedas ver. Él fue el que me enseñó a visualizar: quiero que te puedas ver, vete ganando, puedes ganar…
Yo estaba muy inseguro porque en el municipal y en el estatal nadie me fue a ver. Eran unos auditorios muy grandes en el concurso y los otros participantes iban con su papá, su mamá, el abuelo… Iba hasta el perro, para que me entiendan. Toda la familia los iba a ver y a mí nadie me iba a ver. Yo estaba más preocupado por quién me iba a ver que por mi participación, y me decía: “Eso no importa”.
–Es que Gabino, le digo, nadie me vino a ver. Cómo quieres tú que yo…
Y me dice: “Te tienes a ti y con eso basta, párate aquí y dalo todo y puedes ganar, puedes ganar”.
Me dio uno de los consejos que yo comparto mucho hoy. Me dijo algo que también, tengo que ser honesto con ustedes, tardé 10 años en entenderlo, tal vez 12 años. En ese momento ese consejo no significó nada, no entendía lo que él me decía, es más hasta me ofendí.
Me dijo: “Jorge tenemos un problema contigo. Jorge, para el concurso el problema que tenemos es que tu forma de hablar… Utilizas muchos pragmatismos, tu manera de hablar puede ser o puedes utilizar palabras altisonantes que con la audiencia puede sonar un poco duro… ¿Me comprendes lo que te estoy diciendo?”
–No, no te entiendo.
–Sí, Jorge. Utilizas vocablos o palabras altisonantes que, para el espectador, pueden herir alguna susceptibilidad porque se entienden como que son groserías y no las pueden recibir bien. ¿Me entiendes?
–No, no te entiendo.
–Bueno cabrón, ahí ya lo empecé a entender, eres muy corriente y grosero.
Y la bola de fuego se activó. Dije: “Corriente y grosero…” Le saludé a su mamá y me dice: “Ya viste… Pero Jorge escucha esto: esa es tu fortaleza. Tú vienes de barrio, tú vienes de un origen humilde, nunca cambies eso. Yo no te voy a poner una poesía para que seas alguien que tú no eres, te voy a poner una poesía con groserías”.
¿Sabían que hay poesías con groserías? Hay poesías y del gran Jaime Sabines.
Llego al Nacional con la misma poesía: “Tlatelolco 68”, algo que, normalmente, todos los mexicanos deberían de conocer porque está en los libros de historia: la matanza de los estudiantes en el 68.
Pues, yo llego en el 68… 5 minutos: “En el 68 nos mataron a todos y nadie dijo nada. Un tropel de putos espiritualistas enarbolando nuestra bandera gallardamente. En este país,
en tu México, te matan a tus jóvenes y tú no haces otra cosa que quedarte callado. Gracias”.
5 minutos. Yo llorando, sudando… Para no hacerles el cuento largo: gané. La gente aplaudía y se emocionaba. Gané. Yo no sabía que podía ganar un Nacional. Me bajo del escenario y me entrevistan: “Jorge: tu mamá, tu papá, tu abuelo… ¿quién murió en 68? Oye, qué gran interpretación, ¿qué significa para ti Tlatelolco 68?”.
La ironía de la vida es que yo gané. Empiezo a voltear al techo así como cuando no sabes qué contestar… Yo no sabía qué era Tlatelolco 68, porque me la pinté. La pregunta es, ¿por qué gané?
Y me hice 15 años esa pregunta. Hoy, lo veo con mucha claridad y tiene mucho que ver con la acción. Creo que en la vida vale más un mal realizador que un buen pensador. Creo que el mundo está lleno de buenos pensadores, pero pocas personas tomando acción. Y empecé a tomar acción. A partir de ahí empieza la tercera etapa de mi vida, la que yo le llamo la más complicada, la universidad.
Conseguí una beca, me dieron una beca. Me hicieron un estudio socioeconómico, ¿por qué estudié en la universidad si para mí no era plan estudiar la universidad? porque cuando gano, Gabino me pregunta: ¿qué vas a hacer de tu vida? ¿A qué te vas a dedicar?
Le dije: “No, yo me voy a trabajar a la maquila”. Me dice: “No, no, espérate, tú tienes capacidad, ¿qué vas a hacer?”
–¿Qué eres tú? Le pregunté. Y él me dijo: “abogado”. Pues toca ser abogado, y por eso estudié leyes, no porque yo quisiera. ¿Y dónde?
En aquel entonces no había universidad pública, fui a la privada. Conseguí una beca, mi mamá ganaba 90 pesos al día y la universidad costaba 3800 al mes, para que dimensionen. O sea, no había forma, no existía forma. Pero era pobre, y Gavino me dijo que ser pobre, era un privilegio, que pobre es una ventaja. ¡Pues si es cierto, vamos a ver! Y me dieron una beca del 90%, porque me hicieron un estudio socioeconómico.
Pero el 10% de 3800 pesos son 380 pesos, era un mundo de dinero. Así que yo dije: “Yo quiero una beca del 100%”. En dos meses la conseguí. Logré encontrar la dirección del dueño de la universidad y le pedí la beca. Se asustó porque pensó que le iba a asaltar, y me dijo: “Te veo el lunes en mi oficina”.
–Quiero una beca del 100%
Y él me dijo cuatro condiciones: hacer un deporte de alto rendimiento, sacar 9.9 de promedio, no tener una falta y nunca un reporte. A la primera, te quitamos la beca y pagas completo. O sea, se acabó el futuro. Por eso para mí fue la etapa más complicada de la vida.
Muchos años después me lo hice amigo y le pregunté: “Ingeniero, ¿qué vio en mí?”. Quería que me diera una respuesta no de esas bonitas de reina de belleza, no así inspiradora.
–¿Qué vio en mí?, ¿por qué me dio la beca?
–¿Quieres que te diga la verdad o quieres una respuesta de reina de belleza?
–Sí, ¿por qué me dio la beca?, ¿por qué confío en mí?
–¿La verdad?
–Sí, la verdad
–Para que no estuvieras chingando.
A veces en la vida no hay que ser inteligente, hay que insistir. Me dio la beca, terminé la universidad con 10.0, tengo una maestría en derecho corporativo, tengo una maestría en evaluación, tengo una maestría en marketing jurídico y e-commerce, tengo una especialidad en marketing jurídico y desarrollo de negocios, tengo tres doctorados, soy doctor en derecho, soy doctor en educación…
Mi sueño, de pronto, se convirtió volverme en doctor en derecho antes de los 30 años, porque: el alumno no aprende del maestro que no admira. Conocí un maestro en la universidad que me enseñó un cheque de 420 pesos la hora y le pregunté: “¿Por qué usted gana tanta plata?, si mi mamá gana 90 pesos al día”. Dijo: “Es que yo soy doctor en derecho”.
Y aclaro esto porque la gente dice: “¿Te gustó mucho estudiar?”. No hombre, lo que no quería era tener hambre y en mi camino para no tener hambre dije: “Tengo que ser doctor en derecho”. Me busqué becas porque dije: “Yo a los 30 años voy a vivir de dar clases”. De hecho, de los honores más bonitos que he tenido en la vida es que 28 generaciones me han escogido para ser su padrino de generación. Porque entendí en el doctorado en educación ese concepto: el alumno no aprende del maestro que no admira.
Seamos sinergéticos. El año pasado me dieron un doctorado ‘honoris causa’ por la creación del movimiento sinergético. Me dio mucho gusto porque cuando le dije a mi equipo: “vamos a crear un movimiento que se va a llamar sinergéticos”, mi equipo me dijo estás loco, eso suena como a la Comisión Federal de Electricidad, o sea no va a pegar.
Bueno, hoy somos 10 millones de seguidores y cada 30 días nos ven 165 millones de personas de alcance. Ha tenido mucha, mucha tracción y bueno eso es, un poquito, por qué les decía al inicio que soy una abeja. Porque tal vez, tal vez, no tocaba que yo estuviera hoy aquí.
Pero si les puedo compartir algo este día, es el poder de visualizar. Miren, yo puedo cerrar mis ojos y puedo irme hace 22 años: no había comido, cuando llovía se mojaba más adentro que afuera, era una casa de 3×3, no teníamos baño, no había mucho futuro. Luego los abro: tengo 39 años y me invitaron a un lugar muy bonito a compartirles mi experiencia, que ha cambiado.
Mucha gente me pregunta y me dice: “Jorge, ¿todo esto que está pasando fue suerte o lo pudiste ver? Yo les pregunto: si no lo hubiera podido ver aquí, ¿hubiera pasado aquí? No lo creo. Creo que tenemos que aprender un poco más a visualizar y a soñar. Muchas gracias por invitarme.
Tenía mucho miedo a quedarme ciego y el escuchar llorar a mi mamá, el frenarte, te vuelve conscientemente competente, muchas veces de muchas cosas. Me frené, cuando me quité las vendas veía que el techo estaba lleno de hoyos. Éramos muy pobres. Las goteras… Cuando llovía en la casa podía poner el pie y el agua me llegaba aquí. Pero antes no lo quería ver. Antes sólo tenía coraje, ahora era consciente. Para mí ese fue el primer momento de decir: estamos jodidos, hay que hacer algo. Ese fue el primer momento.
El segundo momento, que lo concateno con eso, fue el hecho de conocer a Gabino.
A veces es muy difícil seguir, por eso este tipo de espacios son tan importantes, generan tanta inspiración. Pero cuando yo vi a Gabino hablarle a la gente y en primera fila a todo mundo se le quedaba viendo, dije: “Hay que ser como él, hay que prepararse”. A lo mejor es la corbata roja, el traje… no lo sé. Pero el tener figuras de admiración, el tener mentores, el tener una persona… Y me terminó de rematar un libro. Un libro que me terminó de rematar: ‘El alquimista’ de Pablo Coelho.
Lo leí, hablaba de la leyenda personal: El universo conspira para que lo logres. Y, entonces, esos tres puntos que te estoy diciendo pasaron en tres meses. Cuando voy y le digo a mi mamá y le digo a mis tíos: “Voy a ser abogado y voy a ser el primer abogado de la familia”, la gente se reía: Estás loco.
De dónde vengo… Yo tengo 115 primos hermanos para que dimensiones, y hasta que yo terminé la carrera, el que más había terminado era la secundaria.
No vengo de una familia de profesionistas, ser el primero es mucho más difícil y me agüité. Pero como había leído el libro, como tenía el referente, dije: “Me tengo a mí y con eso basta”. Lo que yo le llamo ‘aprender a rechazar tu destino’. La gente tiene que aprender a rechazar su destino y esos fueron los momentos que me hicieron cambiar.
Pero los jóvenes no me entendían cuando les decía esto. Entonces encontré una analogía para compartirlo, porque les gustan los videojuegos. En mis tiempos y en algunos de los tiempos de ustedes porque veo que algunos somos contemporáneos, había un control que tenía dos botones en el ‘Nintendo’ y una crucecita. Era lo que existía en los videojuegos.
Control retro, le llaman ellos ¿no?
Hace poco, fui a jugar con mi cuñado Rafita, que lo quiero muchísimo. Yo tengo todas las consolas en mi casa, porque cuando fui niño nunca tuve un videojuego y me quedó ese trauma. Entonces, ahora de grande me compro todas las consolas y todos los juegos. No los juego pero…
Un día con un juego de esos de batallas: ‘Call of duty’ o ‘God of War’, no sé qué juego era, de esos de balazos… Lo agarro y empiezo. Salgo y ¡Pum! Me matan. ¡Ah, caray! No sé, ¡Pum! me matan. Dije, eso no es divertido que te maten a los tres segundos y lo dejé de jugar. A
Al mes llega mi sobrino, lo agarra y lo tiene como una hora. Se pone unos audífonos y platica con gente en línea, y es buenísimo: se avienta palomas, se pone a correr y me dice: ¿quieres jugar?
Sí, lo agarro. Dije: a lo mejor es su control. Salgo y ¡Pam! Me matan. Dije ¿qué será?, ¿qué será?
Sé que soy malo, pero dije: ¿Por qué me matan tan rápido? y le digo: “Oye Rafita, ¿qué está pasando aquí? ¿por qué no puedo salir?”
Me dice: “No, no, no, lo que pasa es que tú estás jugando en modo legendario”.
–¿Cómo es eso?
–sí, sí, sí. Mira, en los juegos, en los videojuegos tú puedes configurar: ‘fácil’, ‘difícil’, ‘ninja gold’, ‘legendario’… En el FIFA: ‘clase mundial’. O sea, hay un montón de clasificaciones, depende del nivel que tú tengas. Ahí lo entendí todo. Le dije: No, pues pónmelo en ‘fácil’. Agarró y me lo puso en ‘fácil’. ¡No hombre! No me mataba a nadie. Le ganaba a todo mundo… ¡Pam! ¡Pam! ¡Pam!
Dije: “Qué bueno soy”. Me engañé y creí que era bueno. No, estaba jugando en el modo fácil y eso engaña a los jóvenes, porque creen que la vida es un videojuego y creen que la vida se puede configurar así de sencillo.
Los que tenemos más edad sabemos que la vida… La vida toca. Le diría esto a los jóvenes. Hoy puede estar naciendo el nieto de la realeza y tal vez le va a tocar ser rey, o a la reina de Inglaterra, por ponerte un ejemplo, o está naciendo el nieto de doña Juanita, que su papá murió asesinado y su mamá está en un anexo porque usa droga y la mujer limpia casas y no le alcanza. Y ese nieto, le vamos a llamar Pepe, que después se va a volver un joven, a él en su modo de juego, en el nivel que le tocó, le tocó igual que a mí, modo legendario.
Hay gente que nace con fortunas, con apellido, con tercera generación y le tocó fácil. Y no hay que engañarnos: no es lo mismo jugar la vida en modo fácil que en modo legendario.
A ver, yo salgo y me dan un control súper difícil: modo legendario, que es el máximo nivel, complicadísimo. A ver, tienes que sacar 9.9 de promedio, híjole, eso es supremamente complicado. Durante cuatro años, el ejercicio hace que si tú tienes siete materias y en una sacas nueve y en las demás sacas diez, al promediar te da 9.8. O sea, lo que me engañaron es: no tienes que sacar 9.9, tienes que sacar 10, tienes que ser perfecto.
Guau, ¿cómo se hace eso? Si yo venía de 6.0… Yo veo el control y digo: “¿Cómo lo configuro?” Yo no tenía buenas calificaciones, tienes que hacer un deporte de alto rendimiento, no tienes que tener un reporte y no tienes que faltar… Imagínate, jugaba contra muchas probabilidades.
A la universidad donde yo fui se sentaba la gente, lo recuerdo muy bien, así, con plumas Mont Blanc de 4.000, 5.000, 6.000 pesos. Y en la primera clase el maestro decía: ¿qué quieren ser cuando terminen la universidad? Yo voy a ser diputado, yo voy a ser senador… Todos eran hijos de papi, su control estaba en otra configuración.
¿Tú qué vas a hacer de grande? Yo en ese momento no sabía que existía el doctorado, yo solo quiero terminar la Universidad porque le prometí a mi mamá hacerle un baño. Teníamos letrina, o sea, en mi control, yo quería tener dinero para hacer un baño en casa. Cuando tú estás lleno de todas estas cosas, tienes que hacer tu configuración y decir: A ver, la configuración que yo le metí fue la siguiente: primero mentalidad. Es posible, es una configuración básica. Para el que elige creer todo es posible. La mentalidad, pero hay mucha gente que habla de la mentalidad y no que nos quedamos con la mentalidad.
Segunda configuración: tu repetición es tu reputación. Yo lo he dicho muchos años y hoy se popularizó en redes sociales, ¿qué es tu repetición? Es tu reputación. Configurar el control. Todos los demás tenían tiempo para irse a pistear, a tomar con la muchacha, a cotorrear… yo no. Yo terminaba la universidad a las diez de la noche, era la última clase. Llegaba y compraba cuatro plumas: una roja, una negra, una azul y una verde. Y de todo lo que había visto en la clase, me daba miedo acostarme a dormir y que se me olvidara algo.
Entonces, ponía la pregunta con la pluma verde, pregunta número uno: ¿cuál es la definición de justicia? Me la hacía hasta la fecha: “Justicia es el acto firme y continuo de darle cada quien lo suyo”.
Estudiaba tres horas todas las noches. Las guías, las guías, tenía que aprender. La gente decía que estaba como traumadito. Tal vez sí, tal vez no, pero lo configure. Tu repetición es tu reputación. Todos los días, la mejor actitud posible. No importa lo que me digan, el mundo externo solamente me puede dañar si mi mundo interno lo cree. No me daña, hoy lo hago mejor que ayer…
Cada día hacía mejor las guías, cada día las pulía mejor. Hoy lo hago mejor que ayer y un día a la vez, pero no pasaba nada, hasta que las guías se volvieron famosas y los que se la pinteaban, los que no iban a la escuela, los que eran más vagos, sabían que si tenían mi guía, mínimo sacaban 8 en el examen. O sea, alguien que no se paraba nunca en clases, si tenía mi guía, sacaba 8 en el examen, había gente que sacaba 10.
Las guías se volvieron famosas y entonces le metí una configuración al control, donde empezaba a entender la sinergia, porque nadie llega solo a ninguna parte.
Yo soy fruto de la cooperación, del trabajo en equipo, de la ayuda mutua. Empecé a vender las guías. Esas configuraciones son configuraciones que creo que todos debemos tener: mentalidad, hábitos, disciplina, constancia y trabajo en equipo. Puedo tardar horas aquí hablándote de las configuraciones que cada año le voy metiendo, porque cada año… El año pasado te puedo decir.
Deuda. La última configuración que le metí al control, porque configuro mi controlcito, es deuda. Yo pensaba que la deuda era pedir dinero. Yo me apalanco mucho, construyo edificios, plazas comerciales… Sé lo que es la deuda como hombre de negocios, pero la definición que más me gusta de deuda y que se la puse al control y se lo estoy diseñando para mis hijas es: “La deuda más cara que existe en tu vida es la deuda de no saber”.
Aprende de eso, Jorge. Aprende más. Aprende más. Aprende a jugar en el nivel que te tocó, no te distraigas. Te lo prometo. Si esto lo está viendo un joven… Se puede llegar al nivel máximo. Con quien tú quieras. Al lugar que tú quieras, pero tienes que aprender a jugar en tu juego, ok. Me tocó un legendario, no te muevas. Aprende porque es mucho más difícil. No veas tu control y digas: “¡Ah! Ya le tocó más fácil. Su papá tiene varo. ¡Ah! es que él tiene palancas, es que él va a buena escuela, es que él tiene buen inglés, es que él fue a buena universidad…” Porque cuando los jóvenes se distraen de su control, el control se cae.
Jóvenes, toma tu control de la vida. Identifica el nivel en el que estás jugando la vida y juégalo, punto. Juégalo. Juega el nivel que te tocó, no quieras cambiarlo. No se puede, no he encontrado la fórmula, no la conozco, todavía no la conozco. Me tocó un legendario, ¡Ah! no quiero. Tú no eliges papás, no eliges apellido, no eliges contexto… Yo no elegí mis primeros tres hermanos, todos de diferente papá, no lo elegí, pero los quiero como si fueran 100% porque son mis hermanos. Porque yo metí esa configuración, yo meto la configuración.
Eso les diría a los jóvenes, que configuren su control y que no se distraigan, que no se comparen, que trabajen en su marcador y en su control.
Jimena, es una pregunta difícil, porque cuando hablamos de los padres, yo digo: ¿quién tiene la receta para ser un buen padre? Yo creo, no sé si están de acuerdo conmigo, que si alguien sacara un programa, un curso garantizado de cómo ser un padre exitoso, es decir que tengas hijos exitosos, se vuelve el hombre más rico del mundo, pero no hay una receta.
Porque iniciamos esta conversación poniendo el ejemplo del águila, del tiburón, del caballo, de la víbora… Es muy distinto para todos. Sin embargo, en todos los libros y en todo lo que yo he estudiado, creo en dos conceptos. Los he seguido y lo hago desde el amor y lo voy a seguir haciendo y lo aprendí mucho con mi mamá.
Mi mamá ha sido una gran maestra para mí. Los papás nos educan desde las creencias que a ellos les enseñaron y desde lo que traen arrastrando. Pero el hijo o la hija, los que reciben, sobre todo los adolescentes, tal vez no sean las mismas creencias y el error número uno que he visto yo en educación, hice un doctorado en educación, fue que la mamá o el papá dice: “Es que me tienes que hacer caso porque soy tu madre y mientras vivas en este techo, yo mando”. Y el adolescente o la adolescente te cierra la puerta, como seguro lo han hecho todos los adolescentes. Lo bueno es que la juventud es un defecto que se quita con el tiempo, así que no pasa nada.
Pero, ¿Cuál es el tema? ¿Cómo puedo hacer para influir a mi hijo o a mi hija? Lo dije hace unos momentos: el alumno no aprende del maestro que no admira. No es un derecho que tienes de nacimiento. No por haberle dado la vida, te van a respetar, te van a admirar, te van a tener cariño, te van a tener confianza. Porque tú quieres enseñarle muchas cosas a tu hijo, muchas cosas, pero la puerta de entrada no es el conocimiento, la puerta de entrada es la admiración.
Quiero que piensen por un momento en las personas de las que ustedes han aprendido en la vida, que han querido ir a una conferencia, que han querido ir a un concierto, que han querido leer un libro, que quieren aprender algo… y lo aprendes porque lo admiras. El alumno no aprende del maestro que no admira.
Gánate la admiración, pero bájate a su nivel que es más fácil que tu hija suba a tu nivel, a tu contexto y a tus creencias, a que tú te bajes a su nivel para que puedas entender cómo piensa, qué es lo que siente, qué es lo que está viviendo. Y entonces podemos hacer esa empatía y cuando se logra esa empatía, se logra esa comunicación, se logra esa comprensión.
Entonces hay una relación mucho más bonita, con padres y con hijos. Cuando yo lo entendí y te voy a poner un ejemplo para que lo puedas ver. Lo aprendí con mis padres, los mejores maestros. A mi papá lo conocí a los 21 años. Llegó, me dijo soy tu papá, mucho gusto, chócala. Me dio la vida, le vi las uñas y respiré, porque sus uñas eran igualitas a las mías. Me parezco a él, yo no me parezco tanto a mi mamá, no me parezco a mi familia paterna con la que crecí en ciertas partes. Entonces yo tenía muchas interrogantes, ¿porque en navidad a todos les daban regalos y a mí no me daban regalos?, ¿porque ellos eran Domínguez y yo era Serratos?
Entonces cuando vi a mi papá me dio tranquilidad, ya sé de dónde vengo. Pero no lo quería, no lo amaba, no lo respetaba y por supuesto no tenía ningún tipo de admiración. Tienes cuatro hermanas y tienes un hermano.
– ¡Ah! Órale. Quiero conocerlos, qué padre.
Hasta ahí. Al cabo de los años perdoné a mi papá. Dije: “Yo te perdono papá, porque yo puedo llegar a ser lo que sea en la vida, pero si tú a mí no me das la vida, yo no estaría aquí. Chócala, pero el cariño, el amor, el respeto y la admiración se ganan”.
Pero, yo lo había perdonado de a mentiritas. Porque en el fondo, cuando nació mi primera hija, Jimena como tú, y la vi chiquita, tú me vas a entender, te caben en las manos, se acuerdan cuando te cabían en las manos, mi mente me dijo: “Pinche jefe cabrón, cómo me pudiste dejar así”. Pero nunca le dije nada. Años después, recientemente hace tres años, tenía yo ese detalle, mi mamá tiene cáncer, yo tenía muchas ganas de tener un regalo para mí.
Yo no tengo ninguna fotografía, hasta ese momento, con mis papás. Porque yo no me cuento las historias tristes, yo me cuento las historias bonitas. Dije: “Yo quiero en la sala de mi casa tener una foto con mis papás”. Entre ellos tienen sus temas. Conseguí la foto en mi cumpleaños hace tres años. Tengo una foto con mis papás y es bien interesante, porque yo estoy riéndome en la foto y mi papá está volteando así por el lado y mi mamá por el lado… Un huevo los dos. Pero yo estoy con la foto de mis papás bien contento.
Yo me cuento mi historia y dije: “Papá, gracias por la foto, que puedo hacer por ti” Y mi papá me dice: “Hijo, quiero que vayas a donde yo crecí, a Arandas. Pero no quiero que vaya tu esposa, ni tu equipo, ni tu suegra. Solo quiero ir tú, yo y mi nieta Jimena”.
–Vamos.
–Pero quiero que mediques tres días, sin celular. Quiero que estés conmigo tres días.
Ahí voy con mi papá: anduvimos, entramos. Hay una tradición en su pueblo donde entras el domingo, le llaman el domingo de los ausentes, entras con una vela en una peregrinación, la dejas, te persignas y es tu forma de dar gracias. Le explicó la tradición a Jimenita, ella va con su vela bien contenta, luego a la feria, nos fuimos a los cantaritos, los burritos, todo muy bien. Mientras estaban en la feria, mi papá contento con la niña en el templo. Hubo un momento donde la niña empezó a ponerse muy contenta rezando un padre nuestro, y mi papá empezó a llorar, y yo dije: “Qué ridículo porque llora”, pero no le dije nada.
Y luego dije, se parece mucho a mí. A mí no me vio crecer. Compartimos muy bonito. Yo el tercer día le pregunté a mi papá: ¿cómo te lo has pasado? Han sido los mejores tres días de mi vida. Me contó cómo le pegaban a él, qué le hicieron, todo lo que le pasó en su vida, cómo pasó y por qué él era tan duro. Te voy a decir algo que pocas personas lo van a entender, pero todos lo entenderemos en su momento.
El amor tiene muchas definiciones, mi definición favorita de amor la aprendí de mi papá: amar tanto a una persona significa a veces irte, porque si te quedas le haces más daño. Hay gente que dice: “Es que le di mis mejores años de vida, es un bastardo, es que me abandonó”. Desde donde estoy hoy, tal vez no me fue tan mal, tal vez lo que mejor pudo haberme pasado en la vida es crecer en un internado.
Y con esta historia que te estoy contando, en el tercer día mi hija le dice a su tata: “Tata, tata, me columpias en un columpio”. Nueve años, pedí yo que mi papá apareciera porque yo quería que me columpiara en un columpio. Veo cómo columpian el columpio, se hace de noche y yo hice la pregunta. A poco, me voy a morir sin que mi papá me columpie en un columpio, y lo agarré y le dije: “Papá, cómo te lo has pasado, muy bien verdad, me columpias en un columpio”. Mi papá me contesta: “El tiempo que quieras hijo”. No me hubiera dicho eso. Lo puse que me columpiara tres horas. Tres horas, por todos los años. Pero sabes que fue lo más bonito, que después de una hora cuando se cansó me dijo: “Hijo a mí tampoco, nunca me columpiaron en un columpio”. Le dije: “Papá pues véngase, que yo lo voy a columpiar”.
Que te estoy contando con esta historia y con el consejo de mi mamá. Tomó 38 años de mi vida que yo hiciera la primera pijamada con mi mamá, que me acostara a dormir con mi mamá. Que mi mamá me leyera un cuento. Nunca me leyó un cuento. Yo dije: “si mi mamá se va a morir en su segundo cáncer, que la desahuciaron, ¿qué me hace falta por hacer con mi mamá?” Que me lea un cuento, quiero saber qué se siente dormir con mi mamá.
Me fui a Ensenada. Vimos tres películas. Me da mucha pena porque no sabía cómo decirle a mi edad: “Mamá, ¿puedo dormir contigo?” Ay, no sé. Me daba como cosita. Y mi mamá muy sabia me dice: “Hijo, tardaste mucho tiempo en pedirlo”. Una mujer muy sabia. Le conté un cuento por primera vez. Un cuento muy bonito. Y te puedo decir que, cuando yo conocí a mis papás y me empecé muy bien, les construí su casa cada uno, saqué adelante a mis hermanos, a cuatro les he pagado universidad, he ayudado mucho a mi familia.
Y pensaba que ahí estaba la satisfacción en la educación de los hijos, que es tu pregunta, y no. El segundo punto con esta historia es que te quiero decir: aparte las admiraciones, nunca dejes de ser niña. Sé niña porque, tal vez, la vida hoy te puso en una posición de mamá, de adulta y responsable. La vida es bonita divirtiéndose. Yo soy un niñote con mis hijas y juego competencias y juego barbies y soy el héroe de mis hijas y trabajo mucho la admiración, pero no porque me convenga, sino porque también soy feliz.
Interésate, genuinamente, por tus hijos. La gente sabe cuándo, realmente, tienes un interés. Eso es lo que yo te diría. Que lo estoy haciendo. No te diría nada que no hiciera para mis hijos. Tengo dos hijos.
Una vez dicho esto. El 50% del éxito que yo he tenido en la vida ha sido mi formación, ha sido meterme a una estructura académica de aprender algo. Y tal vez la gente me dice: “Oye, Jorge. Pero, de tres maestrías y doctorados ¿qué aplicas hoy en tus negocios?, ¿qué aplicas hoy en lo que tienes? Te diré que solamente el 5%. Y, entonces, ¿por qué le das el 50% a la educación? Claro, porque mientras estaba estudiando no andaba de vago. No andaba teniendo malos pensamientos, me estaban formando en una disciplina y en una estructura que se me hace el hábito de aprender. Y el juego en la vida se gana cuando todo el tiempo estás aprendiendo cosas nuevas. La persona que piensa que hoy ya se sabe todas las respuestas, no se ha dado cuenta que ya le cambiaron todas las preguntas.
Es un consejo para las personas que tienen una carrera: ya terminé la licenciatura, ya terminé la maestría, ya terminé el doctorado, ya tengo el máximo nivel de estudios, ya terminé… No.
Porque las preguntas van cambiando. Yo, por ejemplo, acabo de empezar a estudiar un doctorado en psicología y estoy apasionado de los conceptos. Porque mucha gente me pregunta: esto que tú me dices, ¿cómo has logrado quitarte las creencias limitantes?, ¿cómo te quitaste de los techos mentales?
La gente estamos llenos de creencias limitantes y de techos mentales, y yo no me sentía con la congruencia. Dije, entonces: “Voy a estudiar un doctorado en psicología y voy a hacer la carrera en psicología para aprender más, para aprender más de estos temas”.
Hablo desde mi experiencia, de mi historia de vida, entonces recomiendo, totalmente, la educación. Pero no recomiendo que le dejes el 100% a la educación, déjate el otro 50%. Ese 50% te va a dar una estructura, te va a dar hábitos y te va a permitir crear sistemas. Los sistemas que yo aprendí, a día de hoy, los sigo aplicando para hacer mis conferencias, los sigo aplicando para el podcast, para hacer una presentación de negocios, me sirven. Tienes una estructura y una persona con estructura es mucho mejor que una persona sin estructura. Entonces, para mí la educación es poderosísima. Pero no nos engañemos y creamos que la educación lo es todo, es el otro 50%. Acuérdate de las habilidades duras y de las habilidades blandas. Hay que dejarle el otro 50% a volverte mejor comunicador. Yo, por ejemplo, le enseño a mi hija que comunique. En igualdad de circunstancias: el que mejor comunica gana. Y contestando a tu pregunta: ¿cómo logré yo quitar las creencias limitantes y los techos mentales? No fue en un día, no fue una semana, no fue un mes, me tomó años, pero me volví consciente que los tenía y los empecé a trabajar.
Si hay una recomendación que yo puedo dar es: es bien importante que la gente vaya a terapia, que busque un psicólogo, que busque una persona y que se trabaje. El día que yo decidí ir a mis 33 o 34 años, por primera vez, a terapia, te puedo decir que fue, realmente, donde empezó el camino de quitarme todas esas creencias y esos techos mentales que tenía.
Yo nunca he ido a terapia y lo pregunto siempre en mis conferencias: ¿quién de aquí va a terapia? El 50% levantan la mano y el otro 50% no. La gente, pensamos que ir a terapia es para locos: yo no estoy loco, ¿por qué voy a terapia yo?, si yo no estoy loco, si yo estoy bien… Entonces, te puedo recomendar un montón de libros y te puedo dar un montón de opiniones, pero: busca ayuda, ve a terapia y una vez que empieces en terapia, empieza en el camino de conocerte a ti mismo. Cuando te conoces a ti mismo, con eso basta, tal vez después ya no necesitarás ir a terapia.
Eso es lo que te puedo decir, gracias por tu pregunta.
Cuando yo me casé, sabía lo que me había pasado, mi hermano sabía lo que había pasado, mi hermana sabía lo que había pasado y mi mamá, pero era un secreto de familia. Las quemaduras, los abusos… Yo no le iba a decir a mi esposa: oye cuando estuve en un internado… No, imagínate que ya no quisiera tener intimidad conmigo. Ya no valgo… Entonces, ¿qué fue lo que hice? Congelé todos esos pensamientos. Sabía que habían pasado cosas malas, pero no las tenía presentes. Después, aprendí que cuando tienes procesos tan traumáticos como los que yo tuve, se congelan. Pero en la vida tarde o temprano salen.
Tengo mi primera fiesta de cumpleaños y ahí me empecé a darme cuenta de que algo no andaba bien. Porque como empecé a hacer lana y nunca tuve una fiesta de cumpleaños, en el internado no había, olvídate, entonces dije: “Voy a tener mi primera fiesta de cumpleaños”.
Soy fan de las tortugas ninjas. Le dije a mi esposa: quiero las cuatro tortugas y quiero una banana de splinter y quiero que traigan brincolines, comida a tres tiempos, mariachi norteño… Hice un fiestón más grande que la boda. Pero lo que, realmente, yo quería, porque la fiesta no la disfruté, era que la gente viera que yo tenía dinero, quería que la gente viera que yo ya la había armado.
No me la pasé tan bien en la fiesta. Me molestó cuando llegó el mariachi. Todos en un futbolito que me prestaron, estaban bañados en sudor. 28 empresarios y yo encabronado, ¿porque no están en el mariachi? me costó bien caro, ¿porque no bailan?
No dejaba que ellos fueran felices, y una persona me dijo: “Jorge, creo que deberías de trabajar este tema, porque no te veo disfrutando tu éxito”.
–Y por qué me dices eso, le dije.
–No te veo, te veo como con… (me lo dijo una persona de 72 años) si me lo permites, veo rencor y veo revancha en ti.
Pinche viejo que vas a ver. No más faltó que le sacara de mi fiesta, pero era el abuelo de un invitado importante.
A los meses, nos embarazamos de Jimena, mi primera hija. Y pasé de ser el hombre más contento y afortunado: voy a ser papá, a ir manejando en López Mateos y escuchar una canción, una canción que cantábamos en el internado.
Siempre había canciones en el internado, las monjas nos entrenaban para cantar 5 canciones. A mí nunca me permitieron cantar: “Porque voy a subir una montaña…”
Como ya te diste cuenta, como ya se dieron cuenta, canto muy feo. Esa canción la volví a escuchar años después manejando, y todos los pensamientos y sentimientos que tenía en el internado, se vinieron: los olores, los colores, los sabores, las heridas.
Me paré y empecé a vomitar. ¿Qué pasó?, ¿qué pasó? Creo que si estuvieras exitoso…
Terminó en una crisis de ansiedad de 3 meses. Me sentaba en los restaurantes y. el odio y el rencor… Y empezaba yo a temblar. Porque cuando entraba la gente decía: “Vienen por mí, vienen por mí, vienen por mí…” Empezaba: “lo que me hicieron”, “me va a volver a pasar lo mismo”… Dejé de tener la intimidad con mi esposa, me metía debajo de la cama, me tenían que sacar, yo no entendía, que me quemaban los brazos, sudaba, vivía con miedo, vivía con todo eso, empezaba a tener coraje… Y me dijeron: Tienes que ir a terapia, ¿cómo voy a ir a terapia yo? Pero yo no era funcional. Y, entonces voy a terapia. Y aquí fue la contestación a tu pregunta: ¿cómo fue que solté el coraje y el rencor?
¿Alguien de ustedes ha ido a terapia?, ¿todos han ido a terapia?, ¿alguien de aquí ha ido a terapia?, ¿alguien no ha ido a terapia?, ¿alguien no ha ido a terapia? Les explico para las personas que no han ido a terapia: llegas a terapia, te sientas en un silloncito, en una silla como esta… Hola, ¿cómo estás? Hola, ¿quién te recomendó?, te preguntan a veces. ¿Cómo te llamas?, ¿por qué viniste? Cuéntame. Una pregunta, y con una pregunta basta para que te hagan: “No, pues es que cuando yo estaba en el internado…” Una hora, terminas llorando, te acabas una caja de ‘Kleenex’, te paras y le tienes que pagar. Pero uno se siente mejor en el momento.
Siguiente sesión de terapia: Kleenex. Tercera sesión de terapia… Y en la tercera sesión de terapia dije… A ver, en ese momento todo lo quería resolver con dinero, porque: el que no tiene y llega a tener loco se quiere volver.
–Karina, yo quiero venir a terapia a diario, no una vez a la semana.
–No, eso no se puede, porque eso es un proceso y tienes que ver…
Y yo le pregunté eso, porque cuando entras a terapia, siempre te topas a dos personas: cuando sales y cuando entras. Yo le pregunté a la recepcionista: ¿esta persona cuánto tiempo tiene viniendo a terapia? Me dice: “Pues, yo tengo nueve años aquí y él ya venía”. Yo no me voy a aventar diez años aquí. Entonces dije: “Tengo que acelerar este proceso”. Ella me dijo que no se podía. Cuarta sesión de terapia: Karina, cuando pude dejar de llorar, ¿cómo le puedo hacer para dejar de sentirme así como me siento? Y me dijo: ¿quieres quitarte el odio, el rencor, el coraje y la rabia que tienes dentro? perdónate, no fue tu culpa, y perdona a toda la gente que te hizo daño, y sanas.
¡No, hombre! Cuando me dijo eso, dije: “yo perdonar…” Les bajé todos los santos y todas las vírgenes, “Yo los voy a perdonar, son unos tatatatata…” Pero, en la vida vale ser lento pero no tonto. ¿Qué tengo que perder?
Regreso con Karina y ahí está tu respuesta: el odio y el rencor se fueron, cuando decidí hablarle, cuando se lo dije a mi esposa, cuando se lo dije a mi socio por primera vez. Y me fui seis meses a buscarlos a todos… Y a todos los perdoné. A uno le pagué una operación de pierna.
Esa bola de fuego que te platico, por mis hijas que es lo que más quiero en este mundo y mi esposa bella, que no la he vuelto a sentir. A veces se quiere formar una pequeñita como una canica, pero trabajo mucho y se va. Pero yo tenía una pelota de basquetbol en todo mi cuerpo.
¿Cómo dejar el coraje, el odio y el rencor? Perdonándote. No fue tu culpa. Pero, más importante: aprendiendo a perdonar a quien te hizo daño.
Ahí está la respuesta a tu pregunta. Se puede quitar el rencor, el odio y la susceptibilidad, pero el camino se llama: aprender a perdonar.