Si el cerebro es una orquesta, la respiración es su director
Nazareth Castellanos
Si el cerebro es una orquesta, la respiración es su director
Nazareth Castellanos
Neurocientífica
Creando oportunidades
Los secretos de la comunicación entre el cerebro y el corazón
Nazareth Castellanos Neurocientífica
Nazareth Castellanos
Nazareth Castellanos es física teórica y doctora en neurociencia por la Universidad Autónoma de Madrid, autora de “El espejo del cerebro: Neurociencia y meditación” y “Neurociencia del cuerpo”, combina una intensa labor investigadora con la divulgación científica.
Pionera en el estudio de la influencia que la meditación tiene sobre el cerebro, y apasionada de la comunicación entre cerebro y corazón, para ella, es imposible estudiar el cerebro como algo aislado, independiente del cuerpo que lo habita.
Asegura que en los últimos años se está viviendo una auténtica revolución en la neurociencia que está reconciliando el cerebro con el cuerpo, y aceptando que no se puede entender el comportamiento humano sin comprender la influencia que el corazón, la respiración o el intestino – entre otros – tienen sobre el cerebro.
"Pero no solo eso - afirma con entusiasmo - existe un hilo invisible que nos une a otras personas, ahora mismo lo que está sucediendo en mi cuerpo también depende de lo que está sucediendo en los cuerpos de las personas que yo tengo alrededor. Por ejemplo, el corazón, la respiración, la postura, y a mí esto es algo que me parece muy bello, impresionante, porque nos habla de una humanidad común y porque nos hace pensar en la comunidad, la idea que tenemos de cómo podemos impactar sobre los demás y la responsabilidad social que tenemos"
Transcripción
Pero esas neuronas también se encargan de procesar la información de las manos. El cuerpo dice: «Pues si esas neuronas se encargan de procesar las manos y también se encargan de procesar la información, si muevo las manos, a lo mejor puedo procesar mejor la información». Movemos las manos para ir activando nuestro cerebro. Luego también nos sirve a nosotros. ¿Sabéis que con esta sensación de cuando nos acariciamos, nos tocamos las manos, nos estamos transmitiendo información a nosotros mismos? Yo soy una profunda defensora de acariciarnos. Las caricias en la ciencia se definen como un toque suave y lento. Pues esto ahora mismo le está mandando información a nuestro propio cerebro. Yo, ahora, fijaos, estoy hablando y estoy utilizando todo mi cuerpo para saber lo que os tengo que decir, pero no solo por fuera, sino que os estoy hablando desde el estómago. Vosotros me estáis escuchando desde el estómago. Nuestro estómago es una bolsa que late muy lento. Pum. Pum. 0,05 hercios. Muy lento. Si está vacío. Ese ritmo, ese latir de nuestro estómago, le está mandando información a mi cerebro. Si mi estómago está latiendo a esa frecuencia tan lenta, mi cerebro está generando ondas alfa. Esas ondas alfa permiten que yo pueda guiar mi atención para contaros una cosa u otra. Por tanto, yo no tendría el mismo cerebro si mi estómago está vacío que si ahora se está procesando una paella. Es decir, también estoy utilizando en este momento mi estómago.
Estoy utilizando mis pulmones. Cómo esté respirando va a hacer que tenga más memoria, más atención, que gestione mejor o no mi estado emocional. Estoy hablando sobre todo desde el corazón, porque es el órgano que más influye sobre el cerebro. Y finalmente, solo al final, mi cerebro está integrando la información de todo mi cuerpo. Hasta ahora, siempre, cuando estudiábamos la psicología de una persona o queríamos ver los mecanismos biológicos que subyacen a su conducta, estudiábamos qué pasa en el corazón, la respiración, el cerebro, principalmente. Pero la medicina, si os dais cuenta, y la psicología tenían una idea muy individualista. Es decir, lo que a mí me pasa o mi conducta se explica con mi cuerpo. Pero hace muy poquito la neurociencia dio un paso más allá, una nueva revolución, y vio que los cuerpos interaccionan entre sí. Ahora mismo lo que está sucediendo en mi cuerpo también depende de lo que está sucediendo en los cuerpos de las personas que yo tengo alrededor. Por ejemplo, el corazón, la respiración, la postura… Y a mí esto es algo que me parece muy bello, impresionante, porque nos habla de una humanidad común y porque nos hace pensar no solo tanto en la comunicación entre las personas, sino en la comunidad, la idea que tenemos de cómo podemos impactar sobre los demás y la responsabilidad social que tenemos.
Y lo que se vio… Y esto la primera vez que se publica fue en la Universidad de París, que lo publica en la revista «Nature». Vio que cada vez que el corazón late… el cerebro le responde. Eso se llama la respuesta neuronal evocada por el corazón. Pero fijaos, «respuesta neuronal evocada por el corazón». El cerebro es el que responde al latido cardíaco. Lo que vieron en ese primer estudio es que la percepción de lo que esté pasando fuera, el grado en el que yo percibo o no lo que esté pasando fuera, dependía de si el cerebro respondía adecuadamente al corazón o no. Por tanto, ya no era solo el procesamiento de la información que hace el cerebro ni el estímulo que manda el corazón, sino que uno mande información y el otro, el cerebro, le responda. Si no le responde, lo que vio este estudio es que, si el cerebro no responde adecuadamente al latido cardíaco, yo no percibo lo que está pasando fuera. Pero, muy curioso y muy bonito, en estudios posteriores vieron que, si el cerebro le responde demasiado, lo que tenemos es una visión muy sesgada de nosotros mismos. Cuando nosotros hicimos los experimentos, lo que queríamos ver era qué pasaba con las personas que tenían algún tipo de déficit cognitivo. Estudiamos a personas que tenían deterioro cognitivo leve, que es una de las primeras fases en la enfermedad de Alzheimer. Y lo que vimos en ese caso es que, después de muchos años estudiando solo el cerebro para comprender esa enfermedad, se aportó un granito de arena en el estudio de esas enfermedades neurodegenerativas al ver que la comunicación entre el corazón y el cerebro se debilitaba y por tanto la persona perdía, en esa interrupción entre el corazón y el cerebro, la idea de quién soy yo, sobre todo esa memoria autobiográfica.
Fíjate qué bonito, porque era al final ver que no es uno u otro, sino el afinar la relación, afinar, equilibrar la relación entre el corazón y el cerebro. Entonces, acabé enamorada y fascinada con el corazón.
¿Por qué? Porque ese latido tan rítmico está metiendo mi cerebro en otro régimen. Es una recreación mental. Pero eso, que es lo que se vio, no pasa a zonas más emocionales. Te lo puedes imaginar, pero no te va a repercutir, porque sabes en el fondo que eso no te va a suceder. ¿Vale? O imagínate que de repente el sol estalla y el planeta tal. Bueno, pues yo me lo puedo imaginar y mi corazón: «pa, pa, pa». «Ahora imagínate que vas en el coche con tu hija…». ¡Bum! Ahí mi corazón dice: «Cuidado, esto sí puede suceder y esto te va a dar miedo». Y entonces el corazón inmediatamente cambia su ritmo, y en ese cambiar su ritmo le indica al cerebro: «Prepara, activa otras zonas», como es la ínsula, como es la amígdala y como es la corteza frontal, a decir: «Cuidado, que esta imaginación que te ha venido de repente puede suceder y te puede hacer mucho daño». Y entonces ya empieza una respuesta, mediante el hipotálamo, corporal. Así como, al imaginarme a los Obama, mi cuerpo se queda absolutamente igual, porque sabe que no los voy a ver en la vida, al imaginarme que le pasa algo a mi hija… Creo que todos aquí podéis hacer la prueba. Cuidado. Y entonces eso ya pasa a ser corporal. ¿Y por qué digo que esto es muy interesante? Porque, cuando tenemos problemas como ansiedad y como estrés, nuestro pensamiento imaginativo suele orbitar frente a esos posibles problemas, situaciones que sí que pueden ocurrir. Y entonces, ahí, otra vez lo explicamos con el corazón. Porque el corazón y el cerebro, cuando se comunican entre sí, lo que hacen es dotar a la percepción de una visión muy subjetiva. Esa frase que yo repito hasta la saciedad, que mi madre me dice: «Ya te la he oído demasiado, apréndete otra», que es: «No vemos las cosas como son, sino como somos».
Ese como somos es lo que aporta el corazón. ¿Por qué? Porque el corazón aporta esa perspectiva autobiográfica. Entonces, ¿qué es lo que se vio? Otra vez la Universidad de París. Que el corazón y el cerebro crean mi representación interna de la realidad, que puede ser muy autorreferencial. Por ejemplo, imaginaos que un día salís a la calle y hace frío. Escuchad vuestro diálogo interior a ver cómo se ha generado, ¿cómo se ha formulado la frase? ¿«Hace frío» o «tengo frío»? Podemos decir «hace frío» o «tengo frío». El «tengo frío» significa que yo estoy viviéndolo desde una perspectiva muy basada en mí, muy egocéntrica, muy autorreferencial. En ese caso, mi corazón y mi cerebro están muy fusionados. Demasiado. Por eso, otra de las frases a las que yo les tengo cierta prudencia es esa de «sigue a tu corazón». Porque, cuando el cerebro sigue a tu corazón, yo tengo una perspectiva demasiado narcisista. Siempre digo que «sigue a tu corazón si tu corazón sabe dónde tiene que ir». ¿Por qué? Porque si no me hace orbitar solo frente a mí, a lo que yo pienso, a lo que a mí me interesa, a cómo yo lo vivo, mientras que equilibrar un poquito esa relación corazón-cerebro hace que yo tenga una percepción de lo que sucede que es mucho más moderada de mi referencia, es un poco menos subjetiva. Cuando meditamos, disminuye la relación entre el corazón y el cerebro. Las zonas del cerebro que disminuyen su respuesta al corazón están asociadas con una desidentificación de mi propia identidad.
Es decir, bajamos un poquito ese yo que está muchas veces excesivamente en el centro. Por eso, otra de las formas que nosotros tenemos de cuidar un poquito esa identidad y modelarla es, por ejemplo, haciendo ejercicio físico, algo que involucre cambios en mi dinámica cardíaca. Así que recuperamos lo que han dicho tantas tradiciones del corazón, de la moral, de la perspectiva del alma, que se expresaban en esos términos. Cuidar al corazón es cuidarnos a nosotros mismos. Los egipcios, que eran una cultura cardiocentrista… Se encontró una vez un sarcófago en el que ponía: «Puse el corazón en ti para que recordases lo que habías olvidado».
Cuando empiezo a trabajar en la neurociencia, de la mano de un médico y de un físico, el físico y yo, en cierto sentido, nos sorprendimos de que las cosas eran un poquito más sencillas cuando tenías que estudiar el cerebro que cuando veníamos de las partículas. Entiendo que la base física es diferente, pero esto es algo que a mí siempre me rechinaba. Yo decía: «Nosotros en el laboratorio utilizamos una máquina que está basada en superconductividad cuántica, que se llama la magnetoencefalografía y hace cosas muy complejas, como que un electrón esté en dos sitios a la vez para que ello funcione, el “gap” de Johnson». Lo que a mí me sorprendía era: «Guau, la máquina que yo utilizo para medir el cerebro es más compleja que el cerebro». Y entonces creo que a la biología todavía le falta un megaempujón donde las cosas se nos escapen de la mano. Esto sí es verdad que es personal, pero yo abandono esa idea de decir: «Algún día comprenderemos todo». Esto es verdad que es solo personal, pero lo que me gusta es ver cómo las cosas cada vez se van haciendo más complejas. Si complejo era entender una sola zona del cerebro… Ahí tenemos el proyecto de Javier de Felipe, que, para entender lo que pasa en una columna de la corteza, necesitamos ordenadores como edificios. Si complejísimo es entender lo que hace un circuito pequeño de neuronas, imagínate si encima tienes que tener en cuenta cuándo ha latido el corazón, si estoy respirando, si tengo el pie así, si el estómago se ha comido un bocadillo o no… Las cosas se nos complican. Para mí por eso era importante esa portada de «Nature», porque por primera vez decíamos: «Cuidado, cuidado, esto es mucho más complejo». Y yo creo que desde esa humildad es cuando podemos empezar a desarrollar teorías que tengan la riqueza que en mi opinión merece el estudio del cerebro.
Hay veces que mi corazón se sincronizaba con Fulanito, y con Menganito no. ¿Y por qué? No lo sabemos. Y esto es lo que a mí me parecía también superinteresante. No todo lo puedes explicar, no todo se ve debajo de un microscopio. Hay algo que es la conexión entre las personas, que no sabes por qué… Con alguien te sientes conectado y con otro no. Se hizo un estudio con músicos que estaban improvisando. Era de percusión. Y a todos ellos se les había puesto electrodos en el corazón. Ellos estaban improvisando y en algún momento había mayor relación entre ellos. ¿Y qué es lo que se vio? Que momentos antes sus corazones se habían sincronizado. Dentro de lo que es la sincronización entre los corazones, la que más se ha estudiado es la sincronización entre los corazones de mamá y los hijos. Esto primero lo hizo la Universidad de Nagoya, donde vio cómo, cuando una madre coge a su hijo, se sincronizan los corazones. Se vio que, cuando se produce esa sincronización de corazones, aumenta el tono vagal del niño, mejora el neurodesarrollo. Había cambios a nivel fisiológico en diferentes facetas, incluso a nivel de sistema inmune. Se producían cambios biológicos cuando el corazón del niño se sincronizaba con el de mamá. Cuando mamá empezaba a respirar muy rápido, por ejemplo, cuando estamos estresados, el corazón del niño ya no se sincronizaba tanto con el de mamá, y entonces no siente a mamá, aunque mamá esté pegada. Cuando mamá empezaba a bajar su respiración, ralentizaba su respiración, se producía ese acople entre corazones. El niño se relajaba. Es decir, la comunicación… De esto dice mucho Heidegger. La comunicación no depende de distancia, sino de atención.
Por ejemplo, cuando estamos escuchando a alguien, esa escucha activa no solo involucra que le digas «haz esto, haz lo otro», sino que el otro tiene… Su cuerpo tiene que sentir que su cuerpo ha sido incorporado en el mío. Yo comprendo al otro, yo escucho al otro cuando mi corazón y mi cerebro se han sincronizado con el otro y el otro percibe que su corazón y su cerebro han impactado en mí y se siente escuchado. ¿Cómo podemos facilitar muchas veces esa escucha? Por ejemplo, tocándonos. Esto es un estudio muy bonito que se realizó entre Londres y la Universidad de Mallorca. ¿Sabéis que cuando tocamos a alguien y yo le digo…? Por ejemplo, estoy así tocando y tengo la mano quieta. Imaginaos que estuviese tocando a alguien. Pues sin yo darme cuenta, o sea, de forma inconsciente, mi mano de vez en cuando va a presionar un poquito más. ¿Sabéis cuándo va a presionar un poquito más? En el momento del latido cardíaco. ¿Por qué? Porque en el momento del latido cardíaco he perdido un momento la conexión y, para compensar, mi mano se va a mover y va a profundizar un poquito más para seguir conectado al otro. Cuando estamos tocando a alguien, lo estamos tocando con el corazón. Una de las formas más bonitas también de sincronizar los corazones es con lo que se llama el anclaje de la mirada. Mirarse a los ojos. Algo que, por ejemplo, todos evitamos cuando estamos muy nerviosos, ¿verdad? No sé si os ha pasado a veces que le estáis contando a alguien: «¿Sabes lo que me hizo? ¡Y me dice que tal el muy pájaro, me ha dicho…!». Y evitas mucho la mirada, porque al mirar a los ojos a alguien es probable que te sincronices con su corazón, y entonces me saca del mío, que en ese momento está muy orbitando en torno a mí, «yo, y me ha dicho, y yo porque tal, porque soy yo la que tengo razón», que normalmente la tenemos, ¿verdad? Entonces evito la mirada, porque lo que interesa ahora es que yo orbite frente a mí.
Esto, por ejemplo, ya lo saben los terapeutas, pero mirar a los ojos cuando alguien nos esté contando algo, a nuestros hijos… Mírame, escúchame con los ojos, que esto es algo que dice mucho Álvaro Bilbao. «Escúchame con los ojos». Y entonces ahí se produce esa sincronización de corazones y esa sincronización de corazones impacta sobre la corteza cingulada, una de las zonas del cerebro social que nos permite esa empatía. Y, entonces, la pregunta ahí que se suele hacer es: «Vale, yo estoy escuchando a alguien, lo estoy escuchando de una forma atenta, estoy plenamente allí presente, en esa escucha, estoy mirando a los ojos, incluso puedo tocar». Esto es algo que todos desearíamos en un momento, por ejemplo, en una terapia, en la consulta de un médico… Esto es algo que se instruye dentro de lo que es la humanización de la medicina. «Oiga, míreme a los ojos y no al ordenador». Vale, pero ¿qué pasa con ese terapeuta, ese sanitario que está en constante contacto con el dolor? ¿Cómo hace que su corazón incorpore el dolor del que va pasando uno tras otro? ¿Qué es lo que se ha observado? Que ante ese dolor… generamos una coraza. Fijaos, «coraza», de «corazón». Y entonces se produce una disociación mente-cuerpo. Lo que me está diciendo mi cuerpo es que ahora me tengo que separar porque yo no puedo soportar tanto dolor. Stanford empezó a desarrollar una serie de proyectos en torno a esto. Y lo que vieron es que… Esto se publica en la revista «Science». Es que la mejor forma de empatía es aquella en la que yo no me he olvidado de mí. Es decir, cuando yo recibo a alguien que me está contando sus cosas, de repente mi cuerpo se transforma en el otro y me duele porque me duele lo que le pasa al otro, porque lo he incorporado y casi como que yo he desaparecido.
Esto se explica neurológicamente porque se observa una inhibición de la ínsula. Yo me he convertido en el otro. Lo he absorbido completamente. Entonces, claro, esto es muy doloroso y esto todo el día es muy doloroso. Ante eso me separo. ¿Cómo yo puedo percibir al otro, pero manteniendo mi ínsula? Es decir, sigo siendo yo, me uno a ti, pero no me olvido de que estoy yo. Por ejemplo, respirando. Por ejemplo, desarrollando la consciencia corporal de aquel que tiene que estar enfrentándose en esa labor de servicio tan generosa que hace. Es decir, tener ese equilibrio entre un yo que no esté desmesurado pero un respeto a la propia identidad. Encontrar la paz interior. El concepto de límite significa tener paz interior dentro de tus fronteras. Yo te comprendo, pero no dejo de ser yo.
Aunque nos parezca que los hermanos y los padres somos uno, eso sucede también. Luego hay otra parte que a mí me encanta, que viene muy bien a raíz de lo de la familia, y es que ahora se empieza a estudiar la influencia que tienen las memorias transgeneracionales. Esto primero se ha estudiado con animales y ahora se empieza a estudiar en seres humanos. Es verdad que hay que ser muy prudente porque todavía hay muy poquitos estudios, pero ¿qué es lo que nos dice? Que nosotros ya venimos con memorias de miedos que han vivido nuestras familias antes que nosotros. Esas memorias transgeneracionales pueden estar más activas en mí y en mi hermana otras. Es decir, venimos ya con una gran mochila que llevamos a cargo, y luego, sobre todo, a lo largo de la vida, ya desde la gestación, tú vas haciéndote tu propia idea del mundo. Somos siempre esos caminantes donde no hay camino y que vamos haciendo camino al andar. Y aunque el paisaje sea el mismo para tu hermano y para ti, el camino no va a ser exactamente igual. Volvemos otra vez a esa memoria, a esa percepción subjetiva, al no vemos las cosas como son, sino como somos. Y hay otra cosa, que últimamente también indagaba sobre ello, porque estábamos haciendo un estudio de salud mental, hicimos un congreso. Repasando los números de salud mental, leí dos números que cuando los cotejé dije: «Guau». Según dicen las estadísticas, un 70 % de las personas vamos a vivir o hemos vivido eventos potencialmente traumáticos. Según dicen otros estudios, no sé, ni el 1 % acude a terapia.
Por tanto, fíjate, qué combinación. Vamos a la deriva. Somos psicologías a la deriva completamente. La probabilidad de que yo haga daño a alguien por algo que yo podría haber evitado con una terapia es uno. La probabilidad de que yo sufra por algo que alguien podría haber evitado yendo a terapia es uno. ¿Cuántas cosas podríamos haber evitado? Para mí esto viene ya desde dentro de la familia, desde pequeñitos, conocer nuestra propia historia. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha pasado? Debemos perder ese miedo a reflexionar sobre nuestra biografía, sobre la biografía de los que vinieron antes. Ese miedo a ir a una terapia… Yo creo que tendríamos que normalizarlo. Igual que ahora vamos a gimnasia no porque yo me haya roto algo y tengo que ir a rehabilitación, sino que voy al gimnasio para estar mejor. Pues igual que yo no voy al psicólogo que cuando ya llamo a la puerta me voy arrastrando, ¿por qué no voy para que me ayude a estar mejor? Y para mí una raíz importante ahí es la familia, que eso se normalice desde casa. El conocernos, el hablar de los problemas, del cómo somos… Es decir, que la familia también sea una escuela, como dice el poeta. Aunque seamos los peores alumnos en esta escuela que es la vida, pues al menos ir a la escuela.
Y entonces, en un momento, que es 300 milisegundos después de iniciar la inspiración, aparece de repente un director de orquesta que hace… Y todos responden. Unos con los tambores, los otros con el violín, cada uno con su instrumento, pero todos le responden. Eso se llama la alineación neuronal en alfa inducida por la respiración. Es decir, llega la inspiración por la nariz, a los 300 milisegundos en mi hipocampo las diferentes neuronas que forman esa orquesta han empezado a… emitir latidos eléctricos en un ritmo que es alfa, que es ocho, diez, doce veces por segundo. Un ritmo muy importante para el cerebro. Es decir, que la respiración induce orden, coordinación, sincronización en nuestro cerebro. ¿Por qué es importante que haya ese orden, esa sincronización y esa coordinación en nuestro cerebro? Porque, para que nuestro cerebro pueda procesar información y pueda ejecutar sus funciones, necesita estar orquestado. Y esto, por ejemplo, es muy bonito porque entendemos que, cuando nosotros estamos haciendo cualquier ejercicio… Por ejemplo, vosotros ahora me estáis escuchando, estáis prestando atención. Vuestro cerebro se está ordenando. Cuando nosotros nos abandonamos y entramos en esa especie de «estoy aquí, pero no estoy allí, no hago nada», mi cerebro es más desordenado. Hay una anécdota muy bonita. Vino Einstein a Madrid y al final de su conferencia dice: «Bueno, no espero que nadie me haya comprendido, pero no importa, porque lo importante es que en el intento de comprenderme he introducido orden en sus cerebros». Cuando hacemos ese esfuerzo de «voy a leer un libro», «voy a prestar atención a algo», estoy haciendo que mi cerebro funcione como una orquesta.
Podemos tener una orquesta como la Filarmónica de Berlín o la orquestilla del pueblo. ¿De qué depende eso? De lo que yo haya entrenado, ¿verdad? De las veces que yo haya ensayado. El músico que toca en Berlín o en Viena es alguien que ha trabajado mucho, ¿verdad? Nuestro cerebro aprende a aprender, aprende a ordenarse. Una de las formas de ordenarse es con la respiración. Hay una cosa muy interesante que nosotros acabamos de medir y es que nosotros respiramos normalmente de una forma muy desordenada. Cuando no he acabado la inspiración ya estoy exhalando. Cuando empezamos los experimentos en la universidad para ver la influencia de la respiración sobre el cerebro, yo me había estudiado cómo tenía que ser el patrón respiratorio. Como cuando sales de la carrera, que luego llegas y dices: «Pero, todo esto, ¿a mí de qué me ha valido?». ¿Por qué? Porque cuando yo medí a las ciento y pico personas que nosotros medimos, donde medíamos la respiración por ambas fosas simultáneamente al cerebro, al corazón… Cuando yo estudiaba matemáticamente a esas ciento y pico personas, dije: «Pero ¿dónde está la del libro? ¿Aquí no hay nadie que respire bien?». La primera que se había metido en la máquina a hacer esos experimentos fui yo. Y cuál fue mi impacto cuando yo vi cómo respiraba. Dije: «¿Yo me creo que yo sé algo?». Y entonces ahí me hice una reflexión. Yo me he pasado la vida estudiando, porque los que nos dedicamos a la investigación es eso el trabajo. Yo tengo muchos títulos, pero no sé nada de mi respiración. A los cuarenta y muchos años que tenía, que no me acuerdo de cuántos, me dije: «Pero ¿cómo puede ser que respire tan mal que no sepa si respiro por la nariz o por la boca? Que me entero ahora, a los 40 y tantos años, de que tengo dos fosas nasales, pero sé resolver una ecuación de cuántica».
Y ahí empecé un poco con el sistema educativo a decir: «¿Podrías enseñarme un poco menos de ecuaciones y un poquito más a conocer mi cuerpo?». Porque me pareció impactante. Todos respiramos muy mal. Pensé: «Bueno, pues será que hemos cogido a los 100 peores respiradores de todo Madrid». No. Me fui a la literatura y lo que documenta la literatura es que hemos desevolucionado, dice la literatura. Y entonces, como respiramos muy mal, entre otras cosas, respiramos de una forma muy errática. ¿Qué es lo que se ha visto? Que hay unos núcleos en el cerebro que son los núcleos predictores de la respiración. Si yo respiro de una forma muy regular, mi cerebro sabe cuándo va a llegar la próxima respiración. Si yo hago así, de una forma muy rítmica, enseguida todos vais a aprenderlo y me vais a seguir. Si yo hago una cosa desordenada, os vais a perder. Como respiramos muy desordenadamente, esos núcleos predictores no saben cuándo va a llegar la siguiente inspiración. Y esa falta de predicción es un alarmante para el cerebro. Por tanto, una forma de calmar al cerebro es sentarse durante diez minutos simplemente a respirar con un ritmo. Es decir… «Mira, necesita saber tu cerebro cuándo vas a volver a inspirar. Lleva todo el día loco porque no lo sabe. ¿Puedes durante diez minutos decirle cuándo vas a respirar?». Este sería un poco el ese. Y eso explica por qué esas técnicas de respiración… Estoy hablando de la más básica del mundo. Me siento y simplemente hago que mi respiración sea más regular.
¿Por qué eso nos calma? Ahora se conocen los mecanismos neuronales, pero hasta hace poco no se conocían. Por ejemplo, nuestro grupo ha sido el primero en el mundo en medir la influencia de cada fosa sobre el cerebro. Estamos en el 2024. Ya sé que nuestros amigos astrónomos se quejan de que siempre los ponemos de comparación. «Sabemos mandar un robot a Marte y no sabemos que tenemos dos fosas». Pero a mí me parece que es impresionante que no sepamos nada. Ahora ya sabemos que una fosa impacta sobre unas zonas, otra impacta sobre otras. Esto a lo mejor me permite, como ya sabían en otras tradiciones, por ejemplo, los pranayamas… A lo mejor hoy estoy más nerviosa, a lo mejor hoy tengo miedo, estoy pasando una época que es difícil. ¿Qué puedo hacer con mi cuerpo para que el violín suene de otra forma? Cosas tan básicas que además pertenecen a lo que se llama la salud mental global, es decir, técnicas y protocolos que están al alcance de todo el mundo, independientemente de su poder adquisitivo. Todos respiramos. ¿Por qué no nos enseñan un poquito? Se convierte en el gran modulador de la dinámica neuronal. No porque sea el órgano que más influye, el sistema que más influye sobre el cerebro, que es el corazón, sino porque, a diferencia del sistema digestivo o del corazón, la respiración es aquel que yo puedo moldear a voluntad. Yo no le puedo decir a mi estómago «para». No tengo esa capacidad. Pero sí que puedo decir: «Pues ahora inspiro así, ahora exhalo asá, ahora hago esto, ahora lo otro». Y para mí es una llave impresionante al cerebro. Y acabamos de enviar un artículo que hemos hecho con la profesora Lazar, de la Universidad de Harvard, sobre la exhalación como predictor, como que te da información sobre la salud mental. O sea que fíjate en lo que podríamos aprender simplemente observando nuestro cuerpo.
Por ejemplo, nosotros publicamos hace ya tres años un estudio sobre respiración lenta en personas con dolor crónico por discopatía. A estas personas se les instruía a ralentizar su respiración. Pero, cuidado, cuando hacemos una técnica de respiración, no es solo es que cojo el aire según me están diciendo. Lo que luego se ha visto en la literatura es que gran parte de los beneficios de las técnicas de respiración es que pongas consciencia en la respiración. Es decir, no… «Me han dicho que haga esto mientras estoy mirando el móvil». No. ¿Por qué? Estudio que se hizo en Nueva York. Se cogió a una persona que se estaba sometiendo a una neurocirugía, se metieron electrodos dentro del cerebro, se vio qué pasaba cuando estaba haciendo diferentes cosas, pero, en el momento en el que esa persona dirigía su atención a la respiración, se observaba la mayor activación de la corteza cingulada anterior, que es una zona muy involucrada, por ejemplo, en salud mental, cuando tenemos ansiedad, cuando tenemos estrés, cuando tenemos dolor. Es una zona muy compleja. Es observar tu respiración, pero observarla intentando no alterarla. Ya sé que esto al principio es difícil. Incluso la corteza frontal no nos deja. Este sería un gran debate. La observo como si me diese igual lo que observase, sin juzgar. A mí me gusta mucho, cuando hablamos de la contemplación… «Observa como si estuvieras mirando por la ventana. Obsérvala. Te has asomado al balcón de tu cuerpo, al balcón de tu respiración. Observa tu respiración, pero mantente ahí en esa observación. No es un análisis, y no es una observación… «Qué mal». «Esto así y esto asá».
Es una observación ecuánime. Es una observación que tiene que ser muy tierna. Yo creo que, en cualquier proceso de contemplación, igual que sucede en la meditación, si no te acompaña la dulzura… Hay un psiquiatra que a mí me encanta. Es uno de los padres de la humanización de la medicina, Borgna, que dice: «La ternura es hacernos comprender que somos merecedores de la vida que nos habita». Qué bonito. «La ternura es hacernos comprender que somos merecedores de la vida que nos habita». Si esa mirada te la diriges hacia ti misma, con esa ternura, fíjate ya en el mensaje que te estás mandando. Te observas y observas la respiración. Y primero la observas. Antes de cambiar nada, hay que conocerlo, ¿no? Observas durante unos momentos, observas simplemente. Y luego, poco a poco, vas haciéndolo cada vez más lento. Prolongo un poquito la inhalación, pero prolongo mucho más la exhalación. Esto es lo que nosotros hacíamos en el experimento. Sé que hay muchas técnicas, pero yo cuento la que nosotros hemos medido. Inhalo contando en tres. Pero no hagáis como me hacían algunos sujetos de laboratorio. Inhalo contando en tres. Voy a exhalar contando en seis. Pero siempre con mucha ternura. Con suavidad. No… Con mucha ternura. Estoy un ratito ahí. ¿Me siento cómodo? Inhalo contando en cuatro. Exhalo contando en ocho. ¿Estoy cómoda? Puedo subir a cinco. Y así, lo voy subiendo. Seis, doce. Hasta que lleguemos, porque no hace falta de verdad llegar a ninguna meta.
Hasta que yo consiga que mi respiración sea cada vez más lenta, pero siempre observándola. ¿Y observándola con qué mirada? Con esa mirada de ternura. A mí me gusta mucho Pablo d’Ors cuando dice: «Oye, ese momento en el que te vas a encontrar contigo, ese momento de intimidad, ¿cómo quieres hacerlo? ¿Cómo coges a ese ser que eres tú? ¿Cómo te acercas a ti?». Ahí ya estás mandando mucho mensaje, porque el cómo te acercas a ti, con qué amabilidad, ya activa unas zonas del cerebro y no otras. Sabemos que nuestra atención se va a ir constantemente, porque lo sabemos, y es más, es su función. Entonces, amablemente la invitamos a que vuelva. Estas distracciones son parte del camino. Muchas veces confundimos el observar la respiración con dejar la mente en blanco, con que no se me ha ido la atención en ningún momento. No, esto hay que hay que olvidarlo. Parte del aprendizaje es observar la cantidad de veces que nos hemos ido. Y entonces ralentizar. Por ejemplo, cuando tenemos dolor. Ralentizar. Lo que dicen los estudios es que, si hiciéramos esto diez minutos al día, tendríamos beneficios significativos en nuestra salud mental. Fíjate.
Pero es también importante porque esa misma situación también nos sucede en un contexto en casa, cuando nos ponemos muy nerviosos, cuando estamos en un conflicto, o con algún compañero. Se produce lo mismo y tendemos a decir mentiras que nosotros pensamos que son absolutamente ciertas. También es muy importante cuidar, como tú dices, los sentidos, qué me entra por los sentidos. Por ejemplo, ahí hay unos estudios que nosotros hicimos con Camilo José Cela, el hijo, que estudiábamos qué pasa en el cerebro cuando estamos viendo obras de arte, que me gusten o no me gusten. Cuando algo nos gusta, se activan unas zonas del cerebro, y, cuando algo nos gusta menos, se activan otras zonas del cerebro que tienen su repercusión a diferentes estados emocionales y luego salud mental. Esto es a mí algo que siempre me ha parecido que es muy importante, que creo que no se nos educa o no somos conscientes del papel que tenemos de elegir lo que entra por nuestros sentidos. ¿Por qué no realizamos más veces a lo largo de nuestra vida decir: «A esto cierro los ojos, ante esto me tapo los oídos»? Por ejemplo, nos recreamos mucho… Yo creo que tenemos un exceso de imágenes altamente negativas en los medios. Por ejemplo, sabemos hoy en día que, cuando hemos visto estas imágenes… Nosotros lo vemos, lo está procesando, luego se apaga la tele, pero lo que se ha visto es que, hasta dos horas después, mi cerebro sigue procesando esas imágenes. ¿Cuál es el equilibrio entre estar informado y tener un poco un exceso de alimento sensorial que es negativo? También para mí a veces sería una muestra de respeto hacia uno mismo decir: «No, esto ya, porque sé que esto va a impactar en mí más de lo que yo considero». O: «En esto me recreo un poco más, porque esto también va a esculpir mi cerebro».
Es decir, ser mucho más selectivo con lo que nos entra por los sentidos. Y, entre otras cosas, por ejemplo, el olfato. Está considerado el sentido de la memoria. Lo que olemos nos trae muchos recuerdos, sabemos que activa partes de nuestro cerebro, sabemos que rejuvenece. Estudios que se han hecho en el Max Planck. Para mí, sí, es una pregunta muy bonita, porque me parece que nos invita a ser más selectivos con nuestro alimento sensorial.
Dentro de esa corteza somatosensorial, la representación de la cara, como digo, es de lo más importante. Ahora bien, nosotros sabíamos que el cerebro sabe cómo está la cara, pero que cómo esté la cara influye sobre el cerebro es algo que es bastante reciente. Lo que se ha visto es que el cerebro está interpretando el gesto de mi cara para poder interpretar también cómo estoy yo. Esto tiene un origen casi en el siglo XIX con William James, Merleau-Ponty, los primeros estudiosos de la mente corporizada. Nuestro cerebro necesita el cuerpo para dar expresión a nociones tan abstractas como la tristeza. ¿Qué es la parte que se está estudiando ahora? Un proyecto muy bonito que yo menciono mucho porque me parece especialmente bonito, que es pacificar el gesto, dar más cuenta a lo largo del día de cómo está mi gesto. ¿Cómo está mi gesto? A lo mejor a lo largo del día he acabado así, que es algo que solemos hacer, y mucho más cuando estamos mirando el móvil. Voy a pacificar el gesto de mi cara. Voy a suavizar la musculatura alrededor de mis ojos. ¿Por qué? Porque esa relación, esa información, va a ser bidireccional hacia el cerebro. Mi cara refleja mi estado. Si yo estoy triste, lo vas a ver en mi cara aunque yo no diga nada. Ahora bien, cómo esté mi cara también va a influir en ese estado emocional. O sea que hasta ahora lo que hemos dicho es que la cara es el espejo del alma. Pero también podemos darle la vuelta, que la cara sea lo que da forma, lo que refleja también el alma, es decir, cómo va cambiando una y otra.
Para mí, sobre todo a lo que invitan, creo, estos estudios es a que a lo largo del día seamos mucho más conscientes de cómo está nuestro cuerpo, dirigir nuestra mirada a una consciencia corporal mucho más a menudo. ¿Para qué? Para intentar cambiar rumbos. A lo largo del día, yo observo y estaré así muy probablemente. Intentar corregirlo. Estaré así. Intentar pacificarlo. Es decir, que sea mi cuerpo lo que exprese esa alma y que mi cuerpo permita también dar forma a esa alma.
Todo esto es verdad que cuando me preguntan o cuando se lo contaba al director y me miraba como… «¿Cómo?». Es verdad que no hay documentación científica. Hay solo muy pocos estudios hechos en animales sobre el impacto que tiene el útero en el aprendizaje. Están hechos en animales y hay que ser muy prudente. Pero también es verdad que los estudios en animales se hacen para darnos pistas de lo que luego podríamos hacer en seres humanos, pero es verdad que puede que no salga nada. Y esto yo no lo sé, pero quiero intentarlo. Pero también quiero que sea un proyecto que además involucre no solo a la ciencia. Quiero que sea un proyecto que involucre diferentes formas de conocimiento, porque creo que entre todos y cada uno desde su visión podemos enriquecernos. Pero, si te tengo que decir la verdad, es un proyecto que también desarrollo porque creo que la mujer necesita tener una mayor visión, un mayor papel, un mayor protagonismo en el mundo científico. Gran parte de los estudios científicos que se realizan están hechos en cuerpo masculino. La investigación de todo aquello que es relativo al cuerpo de la mujer ocupa un porcentaje bajísimo que no me acuerdo. No llega ni al 1 %, porque no tiene interés hasta ahora. Para mí, desde ese punto de vista, que es quizá más personal, creo que es algo que nos merecemos. Al fin y al cabo, ¿quién no ha pasado por un útero? ¿Verdad? Pues ese es el proyecto que ahora mismo más ilusión me hace.
Hay una anécdota que cuenta que el padre de Cajal fue a la iglesia del pueblo, que en aquel momento había un pintor que estaba restaurando, y le dijo: «Mire, ahora voy a traer a mi hijo, y cuando venga quiero que usted le diga que ha visto sus dibujos y que no tiene talento para el dibujo, que lo abandone». Allá que va el pobre Cajal y escucha… «Es un mamarracho» o algo así le dijo. Esto lo cuenta Cajal en sus memorias con su secretaria Enriqueta, que escribió un libro maravilloso, que fue uno de los momentos más importantes y bonitos de su vida. Fíjate, le dio la vuelta, según contaba él después. Aquello no le frustró, sino que hizo, según él, que el dibujo se convirtiese a lo largo de su vida en su gran refugio, aquel lugar donde él era él, aquel lugar donde él encontraba su centro. Estudió Medicina y ya sabemos todos la brillantísima carrera científica que tuvo, pero fue un gran dibujante, y gracias a eso nosotros tenemos las primeras imágenes de las neuronas, porque lo que veía en el microscopio lo pintaba. Es espectacular lo que él hacía. Pero, aparte de eso y lo que nos ha aportado y el deleite que supone ver las láminas de Cajal, yo me quedo siempre con esa parte. Cajal buscaba siempre momentos donde estar consigo mismo. Cajal era un gran defensor de la propia intimidad, de volver a sí mismo, de recuperar su propio silencio, que decía. Algo que ha acompañado a Cajal y que para mí ha sido una gran referencia es, por una parte, su inquietud, que quedó inacabada, de desarrollar una ciencia humanista, de unir diferentes formas de conocimiento.
Él era una persona absolutamente curiosa por la filosofía, por la literatura. Sorolla le hizo un cuadro, se reunían en su casa, se reunían en el Café Gijón de aquí en Madrid, con los intelectuales. Era un curioso absolutamente por todo. Él quería incorporar todo aquello a la ciencia porque la ciencia debía ser humanista. Esto quedó inacabado. Pero lo que me queda de Cajal es esa famosa frase de «todos podemos ser escultores de nuestro propio cerebro si nos lo proponemos». Es que era un gran defensor de la intención. Él empieza a hablar de la plasticidad. El término ya había sido acuñado antes, pero él defendía esa capacidad plástica del cerebro, es decir, esa capacidad del cerebro de reorganizarse. Él nos invitaba, que esto es algo que a mí a nivel personal me ha guiado mucho en mi vida, él nos invitaba siempre a reflexionar sobre dónde ponemos la intención para siempre trabajar en pos de obtener una mejor versión de nosotros mismos.