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Si el cerebro es una orquesta, la respiración es su director

Nazareth Castellanos

Si el cerebro es una orquesta, la respiración es su director

Nazareth Castellanos

Neurocientífica


Creando oportunidades

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Nazareth Castellanos es física teórica y doctora en neurociencia por la Universidad Autónoma de Madrid, autora de “El espejo del cerebro: Neurociencia y meditación” y “Neurociencia del cuerpo”, combina una intensa labor investigadora con la divulgación científica.

Pionera en el estudio de la influencia que la meditación tiene sobre el cerebro, y apasionada de la comunicación entre cerebro y corazón, para ella, es imposible estudiar el cerebro como algo aislado, independiente del cuerpo que lo habita.

Asegura que en los últimos años se está viviendo una auténtica revolución en la neurociencia que está reconciliando el cerebro con el cuerpo, y aceptando que no se puede entender el comportamiento humano sin comprender la influencia que el corazón, la respiración o el intestino – entre otros – tienen sobre el cerebro.

"Pero no solo eso - afirma con entusiasmo - existe un hilo invisible que nos une a otras personas, ahora mismo lo que está sucediendo en mi cuerpo también depende de lo que está sucediendo en los cuerpos de las personas que yo tengo alrededor. Por ejemplo, el corazón, la respiración, la postura, y a mí esto es algo que me parece muy bello, impresionante, porque nos habla de una humanidad común y porque nos hace pensar en la comunidad, la idea que tenemos de cómo podemos impactar sobre los demás y la responsabilidad social que tenemos"


Transcripción

00:12
Nazareth Castellanos. Bueno, quizá pocos sabéis que cualquiera de vosotros ahora mismo me está escuchando con el estómago o que tiene que esperar a que el corazón le mande un impulso eléctrico para que podáis prestar atención. Desde hace muy poquito hemos empezado a ver, desde la fisiología, nuestra biología de todo el cuerpo, que somos seres que estamos en todo el cuerpo, en toda nuestra mente, nuestra atención. Este disfrute que espero que estemos teniendo aquí lo estamos viviendo de los pies a la cabeza, empezando por los pies porque mi cerebro ahora mismo está observando cómo tengo los pies, qué figura, la inclinación del pie está siendo procesada y eso hace que ya mis sistemas de equilibrio estén pensando si estoy de una forma o de otra. Sigue todo el recorrido del cuerpo y se fija en cómo está mi espalda. Por ejemplo, si aquí me hubiesen puesto una silla incómoda, que se llama así el experimento, yo tendría menos recursos neuronales ahora para contaros cosas, simplemente porque estoy sentada de otra forma. En todo influiría también cómo yo tenga mis manos. Y fijaos en que utilizamos las manos y no estamos transmitiendo información con ellas. Es decir, no estoy diciendo «esta forma así», sino que estoy haciendo cosas así con las manos. Pero hoy sabemos que las manos están activando las neuronas de una región de mi cerebro que me está permitiendo integrar toda la información que yo tengo que contaros. ¿Cómo funciona esto? Pues hay unas neuronas, una parte aquí del cerebro, que es como esta diadema, que es la corteza somatosensorial que tenemos en la corteza, que son neuronas que se encargan de integrar los diferentes tipos de información que yo tengo que fusionar para generar un argumento que sea más o menos coherente.

02:09

Pero esas neuronas también se encargan de procesar la información de las manos. El cuerpo dice: «Pues si esas neuronas se encargan de procesar las manos y también se encargan de procesar la información, si muevo las manos, a lo mejor puedo procesar mejor la información». Movemos las manos para ir activando nuestro cerebro. Luego también nos sirve a nosotros. ¿Sabéis que con esta sensación de cuando nos acariciamos, nos tocamos las manos, nos estamos transmitiendo información a nosotros mismos? Yo soy una profunda defensora de acariciarnos. Las caricias en la ciencia se definen como un toque suave y lento. Pues esto ahora mismo le está mandando información a nuestro propio cerebro. Yo, ahora, fijaos, estoy hablando y estoy utilizando todo mi cuerpo para saber lo que os tengo que decir, pero no solo por fuera, sino que os estoy hablando desde el estómago. Vosotros me estáis escuchando desde el estómago. Nuestro estómago es una bolsa que late muy lento. Pum. Pum. 0,05 hercios. Muy lento. Si está vacío. Ese ritmo, ese latir de nuestro estómago, le está mandando información a mi cerebro. Si mi estómago está latiendo a esa frecuencia tan lenta, mi cerebro está generando ondas alfa. Esas ondas alfa permiten que yo pueda guiar mi atención para contaros una cosa u otra. Por tanto, yo no tendría el mismo cerebro si mi estómago está vacío que si ahora se está procesando una paella. Es decir, también estoy utilizando en este momento mi estómago.

04:10

Estoy utilizando mis pulmones. Cómo esté respirando va a hacer que tenga más memoria, más atención, que gestione mejor o no mi estado emocional. Estoy hablando sobre todo desde el corazón, porque es el órgano que más influye sobre el cerebro. Y finalmente, solo al final, mi cerebro está integrando la información de todo mi cuerpo. Hasta ahora, siempre, cuando estudiábamos la psicología de una persona o queríamos ver los mecanismos biológicos que subyacen a su conducta, estudiábamos qué pasa en el corazón, la respiración, el cerebro, principalmente. Pero la medicina, si os dais cuenta, y la psicología tenían una idea muy individualista. Es decir, lo que a mí me pasa o mi conducta se explica con mi cuerpo. Pero hace muy poquito la neurociencia dio un paso más allá, una nueva revolución, y vio que los cuerpos interaccionan entre sí. Ahora mismo lo que está sucediendo en mi cuerpo también depende de lo que está sucediendo en los cuerpos de las personas que yo tengo alrededor. Por ejemplo, el corazón, la respiración, la postura… Y a mí esto es algo que me parece muy bello, impresionante, porque nos habla de una humanidad común y porque nos hace pensar no solo tanto en la comunicación entre las personas, sino en la comunidad, la idea que tenemos de cómo podemos impactar sobre los demás y la responsabilidad social que tenemos.

05:47
Mujer 1. A mí me encantaría que nos contaras, de este último siglo XXI, que es tan prolífico en un montón de estudios, de investigaciones, cuál para ti es absolutamente fascinante.

05:59
Nazareth Castellanos. Pues mira, esa pregunta es muy bonita, porque yo solo he trabajado en la investigación y no he hecho otra cosa y creo que a lo mejor no sabría hacer ninguna otra. Después de muchos años dedicada al cerebro y el cerebro, el cerebro es el órgano más importante y el cerebro, hace como ocho, nueve años, me enamoré profundamente del corazón y sobre todo de la relación, de ese diálogo que hay entre el corazón y el cerebro. ¿Por qué? Entre otras cosas, a mí me gusta mucho estudiar la historia de la medicina, la historia de nuestro pensamiento, porque yo creo que es importantísimo que sepamos por dónde hemos ido pasando. Y a lo largo de la historia ha habido culturas que han sido cerebrocentristas y ha habido culturas que han sido cardiocentristas, y había una especie… una guerra, un silencio, donde nunca realmente se hizo un debate de si era el corazón o si era el cerebro. Y lo que me gusta de lo que está pasando ahora es que no hablamos de uno o de otro, sino que hablamos de la comunicación entre ellos. O sea, ya no hay un rey o una reina, sino ese matrimonio entre el corazón y el cerebro. Lo que nosotros hicimos en el laboratorio hace tiempo fue medir los campos eléctricos del cerebro. Cuando nosotros en los laboratorios medimos a personas, evidentemente no podemos abrir el cerebro, sino que tenemos que utilizar máquinas que midan lo que sucede en el cerebro de forma no invasiva, sin hacer ningún tipo de daño. Y eso lo podemos hacer con una serie de electrodos o unas máquinas que miden los campos electromagnéticos en las diferentes zonas del cerebro. Y simultáneamente a eso medimos el campo eléctrico del corazón, el típico electrocardiograma que todos hemos visto en un hospital o en una película. Digo que lo medimos simultáneamente. ¿Por qué? Porque lo que queríamos ver era si había relación entre ellos.

07:54

Y lo que se vio… Y esto la primera vez que se publica fue en la Universidad de París, que lo publica en la revista «Nature». Vio que cada vez que el corazón late… el cerebro le responde. Eso se llama la respuesta neuronal evocada por el corazón. Pero fijaos, «respuesta neuronal evocada por el corazón». El cerebro es el que responde al latido cardíaco. Lo que vieron en ese primer estudio es que la percepción de lo que esté pasando fuera, el grado en el que yo percibo o no lo que esté pasando fuera, dependía de si el cerebro respondía adecuadamente al corazón o no. Por tanto, ya no era solo el procesamiento de la información que hace el cerebro ni el estímulo que manda el corazón, sino que uno mande información y el otro, el cerebro, le responda. Si no le responde, lo que vio este estudio es que, si el cerebro no responde adecuadamente al latido cardíaco, yo no percibo lo que está pasando fuera. Pero, muy curioso y muy bonito, en estudios posteriores vieron que, si el cerebro le responde demasiado, lo que tenemos es una visión muy sesgada de nosotros mismos. Cuando nosotros hicimos los experimentos, lo que queríamos ver era qué pasaba con las personas que tenían algún tipo de déficit cognitivo. Estudiamos a personas que tenían deterioro cognitivo leve, que es una de las primeras fases en la enfermedad de Alzheimer. Y lo que vimos en ese caso es que, después de muchos años estudiando solo el cerebro para comprender esa enfermedad, se aportó un granito de arena en el estudio de esas enfermedades neurodegenerativas al ver que la comunicación entre el corazón y el cerebro se debilitaba y por tanto la persona perdía, en esa interrupción entre el corazón y el cerebro, la idea de quién soy yo, sobre todo esa memoria autobiográfica.

10:00

Fíjate qué bonito, porque era al final ver que no es uno u otro, sino el afinar la relación, afinar, equilibrar la relación entre el corazón y el cerebro. Entonces, acabé enamorada y fascinada con el corazón.

10:17
Paola. Hola, Nazareth, soy Paola. Gracias por transmitirnos tantos conocimientos sobre neurociencia. La pregunta es: ¿qué sucede en nuestro cerebro con las cosas que no vemos, por ejemplo, con lo que nos imaginamos?

10:30
Nazareth Castellanos. El estudio de la imaginación es muy interesante por muchas facetas, pero es especialmente interesante ahora que tenemos un gran problema de salud mental, porque nos preocupa qué es lo que imaginamos, qué es lo que estamos constantemente recreando o anticipando como un hipotético futuro. Y esa es la imaginación que potencialmente nos podría hacer daño. Hay una imaginación, que se ha estudiado mucho, de cosas que no van a ser probables. Por ejemplo, esto se hizo en experimentos en Estados Unidos, donde cogen a un grupo de personas, le ponen los electrodos por todo el cuerpo… «Imagínate que te invita a merendar Obama». Y entonces, la gente: «Yo me lo puedo imaginar perfectamente, allí, con los Obama, hablando». Pero ¿qué es lo que vieron? Pues que ese tipo de imaginaciones son interesantes, pero no tanto. ¿Por qué? Porque en el fondo tu cuerpo sabe que eso nunca va a suceder o que es tremendamente improbable. Y entonces eso lo comparaban con imaginaciones que pueden sucederte. «Imagínate que mañana te vas a merendar con tu amiga Fulanita». Eso puede suceder. Entonces lo que vieron es una cosa muy interesante. Se conocían muchos mecanismos cerebrales de la imaginación, la imaginación probable, la imaginación improbable. Pero lo que se vio es que un poco lo que marca la diferencia en que tú te creas algo que puede suceder o no era la respuesta del cerebro al latido cardíaco. Cuando yo me estoy imaginando algo que es muy improbable, estoy aquí con los Obama, pasándomelo fenomenal, mi cuerpo empieza a latir de una forma que es muy rítmica. Imagina. Ahora mides mi corazón y está haciendo lo suyo. De repente, Obama me invita allí a Washington. Este hombre tan maravilloso, tan guapo. Y yo imaginándomelo. Y mi corazón coge y empieza: «pa, pa, pa, pa».

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¿Por qué? Porque ese latido tan rítmico está metiendo mi cerebro en otro régimen. Es una recreación mental. Pero eso, que es lo que se vio, no pasa a zonas más emocionales. Te lo puedes imaginar, pero no te va a repercutir, porque sabes en el fondo que eso no te va a suceder. ¿Vale? O imagínate que de repente el sol estalla y el planeta tal. Bueno, pues yo me lo puedo imaginar y mi corazón: «pa, pa, pa». «Ahora imagínate que vas en el coche con tu hija…». ¡Bum! Ahí mi corazón dice: «Cuidado, esto sí puede suceder y esto te va a dar miedo». Y entonces el corazón inmediatamente cambia su ritmo, y en ese cambiar su ritmo le indica al cerebro: «Prepara, activa otras zonas», como es la ínsula, como es la amígdala y como es la corteza frontal, a decir: «Cuidado, que esta imaginación que te ha venido de repente puede suceder y te puede hacer mucho daño». Y entonces ya empieza una respuesta, mediante el hipotálamo, corporal. Así como, al imaginarme a los Obama, mi cuerpo se queda absolutamente igual, porque sabe que no los voy a ver en la vida, al imaginarme que le pasa algo a mi hija… Creo que todos aquí podéis hacer la prueba. Cuidado. Y entonces eso ya pasa a ser corporal. ¿Y por qué digo que esto es muy interesante? Porque, cuando tenemos problemas como ansiedad y como estrés, nuestro pensamiento imaginativo suele orbitar frente a esos posibles problemas, situaciones que sí que pueden ocurrir. Y entonces, ahí, otra vez lo explicamos con el corazón. Porque el corazón y el cerebro, cuando se comunican entre sí, lo que hacen es dotar a la percepción de una visión muy subjetiva. Esa frase que yo repito hasta la saciedad, que mi madre me dice: «Ya te la he oído demasiado, apréndete otra», que es: «No vemos las cosas como son, sino como somos».

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Ese como somos es lo que aporta el corazón. ¿Por qué? Porque el corazón aporta esa perspectiva autobiográfica. Entonces, ¿qué es lo que se vio? Otra vez la Universidad de París. Que el corazón y el cerebro crean mi representación interna de la realidad, que puede ser muy autorreferencial. Por ejemplo, imaginaos que un día salís a la calle y hace frío. Escuchad vuestro diálogo interior a ver cómo se ha generado, ¿cómo se ha formulado la frase? ¿«Hace frío» o «tengo frío»? Podemos decir «hace frío» o «tengo frío». El «tengo frío» significa que yo estoy viviéndolo desde una perspectiva muy basada en mí, muy egocéntrica, muy autorreferencial. En ese caso, mi corazón y mi cerebro están muy fusionados. Demasiado. Por eso, otra de las frases a las que yo les tengo cierta prudencia es esa de «sigue a tu corazón». Porque, cuando el cerebro sigue a tu corazón, yo tengo una perspectiva demasiado narcisista. Siempre digo que «sigue a tu corazón si tu corazón sabe dónde tiene que ir». ¿Por qué? Porque si no me hace orbitar solo frente a mí, a lo que yo pienso, a lo que a mí me interesa, a cómo yo lo vivo, mientras que equilibrar un poquito esa relación corazón-cerebro hace que yo tenga una percepción de lo que sucede que es mucho más moderada de mi referencia, es un poco menos subjetiva. Cuando meditamos, disminuye la relación entre el corazón y el cerebro. Las zonas del cerebro que disminuyen su respuesta al corazón están asociadas con una desidentificación de mi propia identidad.

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Es decir, bajamos un poquito ese yo que está muchas veces excesivamente en el centro. Por eso, otra de las formas que nosotros tenemos de cuidar un poquito esa identidad y modelarla es, por ejemplo, haciendo ejercicio físico, algo que involucre cambios en mi dinámica cardíaca. Así que recuperamos lo que han dicho tantas tradiciones del corazón, de la moral, de la perspectiva del alma, que se expresaban en esos términos. Cuidar al corazón es cuidarnos a nosotros mismos. Los egipcios, que eran una cultura cardiocentrista… Se encontró una vez un sarcófago en el que ponía: «Puse el corazón en ti para que recordases lo que habías olvidado».

17:27
Elena. Hola, Nazareth. Mi nombre es Elena y para mí es muy bonito poder compartir este ratito contigo. Yo siempre he pensado que el cerebro funciona como un ordenador, pero por lo que nos estás comentando me da la sensación de que no es así, ¿verdad?

17:42
Nazareth Castellanos. Bueno, absolutamente no. Yo creo que hubo un momento en el que fue necesario comparar el cerebro con un ordenador y hablar de las teorías computacionales, pero también creo que ha hecho mucho daño. Hay una portada de la revista «Nature», que se publica en el año 2016, en junio, que yo tengo en mi despacho. ¿Y por qué me gustaba esa portada? Porque decía: «Las enfermedades complejas se nos complican». ¿Y qué es lo que significaba para mí esa portada o qué es lo que luego se leía dentro? Que las cosas son mucho más complejas de lo que parecen. Veníamos también de una época, de después de Descartes, donde hablábamos de… «El cuerpo es una máquina, es la máquina más perfecta», decía Descartes y llega a decir Harvey igual. Hablamos de mecanismos, los mecanismos corporales. Casi entendíamos al cuerpo como un reloj, como un reloj suizo, donde esto funciona como una máquina perfecta. Dentro de esos mecanismos suponemos muchas veces un reduccionismo. Esto funciona así, luego esto, luego lo otro. Es verdad que se comenzaba y es verdad que hay que comenzar reduciendo y separando, pero, así como ha habido otras épocas, por ejemplo, en la física, donde pasamos de la física clásica mecanicista newtoniana a un paradigma donde cualquiera abandona el intento de comprensión… A mí lo que me gusta mucho de estas revoluciones científicas que estamos viviendo, sobre todo en la biología y en la neurociencia, es que empezamos a no comprender las cosas. Las cosas empiezan a ser mucho más difíciles de lo que nosotros pensábamos. Y esto es verdad, que yo lo cuento como anécdota personal. Yo venía del mundo de la física. La primera beca que yo tuve al acabar la carrera era en física nuclear, aplicada a la medicina, pero en física nuclear.

19:36

Cuando empiezo a trabajar en la neurociencia, de la mano de un médico y de un físico, el físico y yo, en cierto sentido, nos sorprendimos de que las cosas eran un poquito más sencillas cuando tenías que estudiar el cerebro que cuando veníamos de las partículas. Entiendo que la base física es diferente, pero esto es algo que a mí siempre me rechinaba. Yo decía: «Nosotros en el laboratorio utilizamos una máquina que está basada en superconductividad cuántica, que se llama la magnetoencefalografía y hace cosas muy complejas, como que un electrón esté en dos sitios a la vez para que ello funcione, el “gap” de Johnson». Lo que a mí me sorprendía era: «Guau, la máquina que yo utilizo para medir el cerebro es más compleja que el cerebro». Y entonces creo que a la biología todavía le falta un megaempujón donde las cosas se nos escapen de la mano. Esto sí es verdad que es personal, pero yo abandono esa idea de decir: «Algún día comprenderemos todo». Esto es verdad que es solo personal, pero lo que me gusta es ver cómo las cosas cada vez se van haciendo más complejas. Si complejo era entender una sola zona del cerebro… Ahí tenemos el proyecto de Javier de Felipe, que, para entender lo que pasa en una columna de la corteza, necesitamos ordenadores como edificios. Si complejísimo es entender lo que hace un circuito pequeño de neuronas, imagínate si encima tienes que tener en cuenta cuándo ha latido el corazón, si estoy respirando, si tengo el pie así, si el estómago se ha comido un bocadillo o no… Las cosas se nos complican. Para mí por eso era importante esa portada de «Nature», porque por primera vez decíamos: «Cuidado, cuidado, esto es mucho más complejo». Y yo creo que desde esa humildad es cuando podemos empezar a desarrollar teorías que tengan la riqueza que en mi opinión merece el estudio del cerebro.

21:37
Mujer 2. Hola, Nazareth. Anteriormente has comentado que nuestros corazones, los corazones de todos los que estamos aquí ahora, se están sincronizando durante esta conversación. Y a mí me parece alucinante porque la mayoría de nosotros no nos conocemos. Entonces… ¿De qué manera se sincronizan nuestros corazones cuando estamos con las personas que nos importan realmente, con las que convivimos, con las que queremos, a fin de cuentas?

22:10
Nazareth Castellanos. Bueno, eso es precioso. Como decía antes, yo me enamoré del corazón y más aún cuando vi que existía ese hilo invisible que nos une a otras personas. Ahora se empieza a hablar, como decía al principio, de la comunicación que hay entre los cuerpos. No solo nos estamos comunicando aquí con la palabra, se están comunicando nuestros cuerpos y lo hacen con un lenguaje que no es perceptible a nuestros oídos. Ahora empezamos a medirlo y entonces empezamos a sacar pistas de ello. Se están comunicando, se están sincronizando los cerebros, se están sincronizando nuestros sistemas endocrinos, es decir, las hormonas, y sobre todo el corazón. Nosotros en la universidad hicimos un experimento donde metimos a dos personas dentro de la máquina y estábamos midiendo simultáneamente los corazones de mi compañero Gustavo y de otra persona que había venido. Al principio, sus corazones, cada uno llevaba su dinámica, es decir, que nosotros hacíamos el análisis matemático de la dinámica de sus corazones y yo veía que no había una relación que fuera significativa entre ellos. Bueno, pues estaban ahí. Pasado un rato, empezaba a observarse cómo de vez en cuando uno de los corazones empezaba a seguir al otro. Esto yo lo iba viendo con el análisis matemático que hacíamos después. Y pasado ya un buen rato… Uno se acopla al del otro. ¿Qué es lo que estaban haciendo? En un momento estaban ambos sentados y en un momento Gustavo, mi compañero, empezó a respirar de una cierta forma y empezó a meditar, pero no le dijo nada al otro compañero, de tal forma que su corazón se sincronizaba. Esta sincronización, que luego hemos repetido unos y otros, ¿por qué nos resultaba tan interesante y tan divertida? Porque no siempre se sincronizaban los corazones.

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Hay veces que mi corazón se sincronizaba con Fulanito, y con Menganito no. ¿Y por qué? No lo sabemos. Y esto es lo que a mí me parecía también superinteresante. No todo lo puedes explicar, no todo se ve debajo de un microscopio. Hay algo que es la conexión entre las personas, que no sabes por qué… Con alguien te sientes conectado y con otro no. Se hizo un estudio con músicos que estaban improvisando. Era de percusión. Y a todos ellos se les había puesto electrodos en el corazón. Ellos estaban improvisando y en algún momento había mayor relación entre ellos. ¿Y qué es lo que se vio? Que momentos antes sus corazones se habían sincronizado. Dentro de lo que es la sincronización entre los corazones, la que más se ha estudiado es la sincronización entre los corazones de mamá y los hijos. Esto primero lo hizo la Universidad de Nagoya, donde vio cómo, cuando una madre coge a su hijo, se sincronizan los corazones. Se vio que, cuando se produce esa sincronización de corazones, aumenta el tono vagal del niño, mejora el neurodesarrollo. Había cambios a nivel fisiológico en diferentes facetas, incluso a nivel de sistema inmune. Se producían cambios biológicos cuando el corazón del niño se sincronizaba con el de mamá. Cuando mamá empezaba a respirar muy rápido, por ejemplo, cuando estamos estresados, el corazón del niño ya no se sincronizaba tanto con el de mamá, y entonces no siente a mamá, aunque mamá esté pegada. Cuando mamá empezaba a bajar su respiración, ralentizaba su respiración, se producía ese acople entre corazones. El niño se relajaba. Es decir, la comunicación… De esto dice mucho Heidegger. La comunicación no depende de distancia, sino de atención.

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Por ejemplo, cuando estamos escuchando a alguien, esa escucha activa no solo involucra que le digas «haz esto, haz lo otro», sino que el otro tiene… Su cuerpo tiene que sentir que su cuerpo ha sido incorporado en el mío. Yo comprendo al otro, yo escucho al otro cuando mi corazón y mi cerebro se han sincronizado con el otro y el otro percibe que su corazón y su cerebro han impactado en mí y se siente escuchado. ¿Cómo podemos facilitar muchas veces esa escucha? Por ejemplo, tocándonos. Esto es un estudio muy bonito que se realizó entre Londres y la Universidad de Mallorca. ¿Sabéis que cuando tocamos a alguien y yo le digo…? Por ejemplo, estoy así tocando y tengo la mano quieta. Imaginaos que estuviese tocando a alguien. Pues sin yo darme cuenta, o sea, de forma inconsciente, mi mano de vez en cuando va a presionar un poquito más. ¿Sabéis cuándo va a presionar un poquito más? En el momento del latido cardíaco. ¿Por qué? Porque en el momento del latido cardíaco he perdido un momento la conexión y, para compensar, mi mano se va a mover y va a profundizar un poquito más para seguir conectado al otro. Cuando estamos tocando a alguien, lo estamos tocando con el corazón. Una de las formas más bonitas también de sincronizar los corazones es con lo que se llama el anclaje de la mirada. Mirarse a los ojos. Algo que, por ejemplo, todos evitamos cuando estamos muy nerviosos, ¿verdad? No sé si os ha pasado a veces que le estáis contando a alguien: «¿Sabes lo que me hizo? ¡Y me dice que tal el muy pájaro, me ha dicho…!». Y evitas mucho la mirada, porque al mirar a los ojos a alguien es probable que te sincronices con su corazón, y entonces me saca del mío, que en ese momento está muy orbitando en torno a mí, «yo, y me ha dicho, y yo porque tal, porque soy yo la que tengo razón», que normalmente la tenemos, ¿verdad? Entonces evito la mirada, porque lo que interesa ahora es que yo orbite frente a mí.

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Esto, por ejemplo, ya lo saben los terapeutas, pero mirar a los ojos cuando alguien nos esté contando algo, a nuestros hijos… Mírame, escúchame con los ojos, que esto es algo que dice mucho Álvaro Bilbao. «Escúchame con los ojos». Y entonces ahí se produce esa sincronización de corazones y esa sincronización de corazones impacta sobre la corteza cingulada, una de las zonas del cerebro social que nos permite esa empatía. Y, entonces, la pregunta ahí que se suele hacer es: «Vale, yo estoy escuchando a alguien, lo estoy escuchando de una forma atenta, estoy plenamente allí presente, en esa escucha, estoy mirando a los ojos, incluso puedo tocar». Esto es algo que todos desearíamos en un momento, por ejemplo, en una terapia, en la consulta de un médico… Esto es algo que se instruye dentro de lo que es la humanización de la medicina. «Oiga, míreme a los ojos y no al ordenador». Vale, pero ¿qué pasa con ese terapeuta, ese sanitario que está en constante contacto con el dolor? ¿Cómo hace que su corazón incorpore el dolor del que va pasando uno tras otro? ¿Qué es lo que se ha observado? Que ante ese dolor… generamos una coraza. Fijaos, «coraza», de «corazón». Y entonces se produce una disociación mente-cuerpo. Lo que me está diciendo mi cuerpo es que ahora me tengo que separar porque yo no puedo soportar tanto dolor. Stanford empezó a desarrollar una serie de proyectos en torno a esto. Y lo que vieron es que… Esto se publica en la revista «Science». Es que la mejor forma de empatía es aquella en la que yo no me he olvidado de mí. Es decir, cuando yo recibo a alguien que me está contando sus cosas, de repente mi cuerpo se transforma en el otro y me duele porque me duele lo que le pasa al otro, porque lo he incorporado y casi como que yo he desaparecido.

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Esto se explica neurológicamente porque se observa una inhibición de la ínsula. Yo me he convertido en el otro. Lo he absorbido completamente. Entonces, claro, esto es muy doloroso y esto todo el día es muy doloroso. Ante eso me separo. ¿Cómo yo puedo percibir al otro, pero manteniendo mi ínsula? Es decir, sigo siendo yo, me uno a ti, pero no me olvido de que estoy yo. Por ejemplo, respirando. Por ejemplo, desarrollando la consciencia corporal de aquel que tiene que estar enfrentándose en esa labor de servicio tan generosa que hace. Es decir, tener ese equilibrio entre un yo que no esté desmesurado pero un respeto a la propia identidad. Encontrar la paz interior. El concepto de límite significa tener paz interior dentro de tus fronteras. Yo te comprendo, pero no dejo de ser yo.

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César. Hola, Nazareth. Mi nombre es César. A mí lo que me ha intrigado siempre mucho es que mis hermanos y yo hemos tenido la misma infancia, nos hemos criado juntos, pero la recordamos de manera diferente. La pregunta es: ¿pueden dos personas vivir una misma situación y aun así recordarla completamente distinta?

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Nazareth Castellanos. Absolutamente, absolutamente. Y afortunadamente también. Pero fíjate en que esos estudios donde empezamos a reconocer ese carácter subjetivo de la memoria son muy recientes. Como decíamos antes, veníamos de una visión casi computacional donde una cosa había sucedido y dentro de diez años la recuerdo y la recuerdo tal y como sucedió en aquel momento. Ahora bien, dentro de cuando está sucediendo algo, hay un episodio, cada uno se queda con una parte de la historia. No todos nos quedamos con la historia tal y cual ha sucedido, y muchas veces no sabemos cómo definir la realidad. Dentro de los factores que influyen en la memoria autobiográfica está la biología. Aunque seas tu hermano, aunque hayas tenido las mismas condiciones, como tú dices, las biologías son completamente diferentes. De esto hay un estudio también que me gusta mucho. Nunca hemos tenido exactamente la misma madre o el mismo padre. Las relaciones entre cada uno de ellos… Aunque tengamos varios hijos y los queramos absolutamente con la misma intensidad, no somos la misma persona con unos y con otros. Y esto es un poco también en general. Yo no soy la misma persona cuando estoy con una persona o cuando estoy con otro. Hay un artículo que me encantó sobre la neurobiología del apego, que yo me lo imaginaba como… Un día yo estoy cenando en mi casa y puede estar ahí mi pareja, mi hijo, mi hija, mi madre, una amiga y una hermana, y yo tuerzo la cabeza y estoy hablando con mi pareja y se activa una red cerebral, pero hago así, miro a mi hija y es otro cerebro, hay otras áreas involucradas.  Miro a mi amiga y es otra red neuronal. Miro a mi hermana y es otra red neuronal. Es decir, ¿soy la misma yo siempre? ¿Es la misma persona la que percibe siempre? No. Por tanto, no voy a valorar ni voy a percibir igual lo que diga mi hija que lo que ha dicho una amiga o lo que dice mi hermana.

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Aunque nos parezca que los hermanos y los padres somos uno, eso sucede también. Luego hay otra parte que a mí me encanta, que viene muy bien a raíz de lo de la familia, y es que ahora se empieza a estudiar la influencia que tienen las memorias transgeneracionales. Esto primero se ha estudiado con animales y ahora se empieza a estudiar en seres humanos. Es verdad que hay que ser muy prudente porque todavía hay muy poquitos estudios, pero ¿qué es lo que nos dice? Que nosotros ya venimos con memorias de miedos que han vivido nuestras familias antes que nosotros. Esas memorias transgeneracionales pueden estar más activas en mí y en mi hermana otras. Es decir, venimos ya con una gran mochila que llevamos a cargo, y luego, sobre todo, a lo largo de la vida, ya desde la gestación, tú vas haciéndote tu propia idea del mundo. Somos siempre esos caminantes donde no hay camino y que vamos haciendo camino al andar. Y aunque el paisaje sea el mismo para tu hermano y para ti, el camino no va a ser exactamente igual. Volvemos otra vez a esa memoria, a esa percepción subjetiva, al no vemos las cosas como son, sino como somos. Y hay otra cosa, que últimamente también indagaba sobre ello, porque estábamos haciendo un estudio de salud mental, hicimos un congreso. Repasando los números de salud mental, leí dos números que cuando los cotejé dije: «Guau». Según dicen las estadísticas, un 70 % de las personas vamos a vivir o hemos vivido eventos potencialmente traumáticos. Según dicen otros estudios, no sé, ni el 1 % acude a terapia.

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Por tanto, fíjate, qué combinación. Vamos a la deriva. Somos psicologías a la deriva completamente. La probabilidad de que yo haga daño a alguien por algo que yo podría haber evitado con una terapia es uno. La probabilidad de que yo sufra por algo que alguien podría haber evitado yendo a terapia es uno. ¿Cuántas cosas podríamos haber evitado? Para mí esto viene ya desde dentro de la familia, desde pequeñitos, conocer nuestra propia historia. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha pasado? Debemos perder ese miedo a reflexionar sobre nuestra biografía, sobre la biografía de los que vinieron antes. Ese miedo a ir a una terapia… Yo creo que tendríamos que normalizarlo. Igual que ahora vamos a gimnasia no porque yo me haya roto algo y tengo que ir a rehabilitación, sino que voy al gimnasio para estar mejor. Pues igual que yo no voy al psicólogo que cuando ya llamo a la puerta me voy arrastrando, ¿por qué no voy para que me ayude a estar mejor? Y para mí una raíz importante ahí es la familia, que eso se normalice desde casa. El conocernos, el hablar de los problemas, del cómo somos… Es decir, que la familia también sea una escuela, como dice el poeta. Aunque seamos los peores alumnos en esta escuela que es la vida, pues al menos ir a la escuela.

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Mariana. Hola, Nazareth. Mi nombre es Mariana. Muchas gracias por compartir con nosotros todos tus conocimientos. Soy «coach» y hasta hace poco estudié «mindfulness» y gestión emocional y te he escuchado hablar sobre la respiración, la importancia que tiene la respiración en nuestro bienestar, y me gustaría saber qué dice la neurociencia sobre esto.

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Nazareth Castellanos. Pues mira, si tuviera que contarte lo que dice la neurociencia sobre el impacto de la respiración sobre el cerebro, acabaría muy pronto. ¿Por qué? Porque no se empieza a estudiar hasta hace muy muy poquito. El primer estudio se publica en el año 2017. Un estudio importante, quiero decir. Se publica en la revista «Science» y es la primera vez que se habla de la neuroanatomía de la respiración, es decir, qué zonas del cerebro se activan cuando respiramos, cuando inspiramos y cuando exhalamos. Dentro de lo poco que se conoce, pero que cada vez es más, lo que se ha visto es que la respiración funciona como una especie de marcapasos que va guiando los ritmos de las neuronas. Cada vez que nosotros inspiramos… Esto yo siempre invito a que cuando lo cuento nos imaginemos que está sucediendo en nuestro propio cuerpo, porque yo creo que la biología la tenemos que entender así. Esto está sucediendo ahora mismo dentro de mí y esto es lo que a mí me parece como muy impactante, muy bonito. Nosotros empezamos a coger aire por la nariz. Por la nariz. Entonces, a los 300 milisegundos… El aire ha entrado por mi nariz. Ha estimulado las vibrisas que tenemos allí, los flagelos. Cuando ya se mete al cerebro, estimula el bulbo olfativo. A los 300 milisegundos de comenzar la inspiración, le llega un impulso eléctrico a los hipocampos, que son esas zonas del cerebro más profundas que están involucradas en la memoria. Allí hay neuronas, claro, como en nuestro cerebro, que están realizando sus funciones. Imaginaos. Vamos a imaginarlo como si fuese una orquesta. Tenemos una orquesta formada por muchos músicos, y los músicos imaginemos que están afinando sus instrumentos. Cada uno está haciendo lo suyo.

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Y entonces, en un momento, que es 300 milisegundos después de iniciar la inspiración, aparece de repente un director de orquesta que hace… Y todos responden. Unos con los tambores, los otros con el violín, cada uno con su instrumento, pero todos le responden. Eso se llama la alineación neuronal en alfa inducida por la respiración. Es decir, llega la inspiración por la nariz, a los 300 milisegundos en mi hipocampo las diferentes neuronas que forman esa orquesta han empezado a… emitir latidos eléctricos en un ritmo que es alfa, que es ocho, diez, doce veces por segundo. Un ritmo muy importante para el cerebro. Es decir, que la respiración induce orden, coordinación, sincronización en nuestro cerebro. ¿Por qué es importante que haya ese orden, esa sincronización y esa coordinación en nuestro cerebro? Porque, para que nuestro cerebro pueda procesar información y pueda ejecutar sus funciones, necesita estar orquestado. Y esto, por ejemplo, es muy bonito porque entendemos que, cuando nosotros estamos haciendo cualquier ejercicio… Por ejemplo, vosotros ahora me estáis escuchando, estáis prestando atención. Vuestro cerebro se está ordenando. Cuando nosotros nos abandonamos y entramos en esa especie de «estoy aquí, pero no estoy allí, no hago nada», mi cerebro es más desordenado. Hay una anécdota muy bonita. Vino Einstein a Madrid y al final de su conferencia dice: «Bueno, no espero que nadie me haya comprendido, pero no importa, porque lo importante es que en el intento de comprenderme he introducido orden en sus cerebros». Cuando hacemos ese esfuerzo de «voy a leer un libro», «voy a prestar atención a algo», estoy haciendo que mi cerebro funcione como una orquesta.

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Podemos tener una orquesta como la Filarmónica de Berlín o la orquestilla del pueblo. ¿De qué depende eso? De lo que yo haya entrenado, ¿verdad? De las veces que yo haya ensayado. El músico que toca en Berlín o en Viena es alguien que ha trabajado mucho, ¿verdad? Nuestro cerebro aprende a aprender, aprende a ordenarse. Una de las formas de ordenarse es con la respiración. Hay una cosa muy interesante que nosotros acabamos de medir y es que nosotros respiramos normalmente de una forma muy desordenada. Cuando no he acabado la inspiración ya estoy exhalando. Cuando empezamos los experimentos en la universidad para ver la influencia de la respiración sobre el cerebro, yo me había estudiado cómo tenía que ser el patrón respiratorio. Como cuando sales de la carrera, que luego llegas y dices: «Pero, todo esto, ¿a mí de qué me ha valido?». ¿Por qué? Porque cuando yo medí a las ciento y pico personas que nosotros medimos, donde medíamos la respiración por ambas fosas simultáneamente al cerebro, al corazón… Cuando yo estudiaba matemáticamente a esas ciento y pico personas, dije: «Pero ¿dónde está la del libro? ¿Aquí no hay nadie que respire bien?». La primera que se había metido en la máquina a hacer esos experimentos fui yo. Y cuál fue mi impacto cuando yo vi cómo respiraba. Dije: «¿Yo me creo que yo sé algo?». Y entonces ahí me hice una reflexión. Yo me he pasado la vida estudiando, porque los que nos dedicamos a la investigación es eso el trabajo. Yo tengo muchos títulos, pero no sé nada de mi respiración. A los cuarenta y muchos años que tenía, que no me acuerdo de cuántos, me dije: «Pero ¿cómo puede ser que respire tan mal que no sepa si respiro por la nariz o por la boca? Que me entero ahora, a los 40 y tantos años, de que tengo dos fosas nasales, pero sé resolver una ecuación de cuántica».

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Y ahí empecé un poco con el sistema educativo a decir: «¿Podrías enseñarme un poco menos de ecuaciones y un poquito más a conocer mi cuerpo?». Porque me pareció impactante. Todos respiramos muy mal. Pensé: «Bueno, pues será que hemos cogido a los 100 peores respiradores de todo Madrid». No. Me fui a la literatura y lo que documenta la literatura es que hemos desevolucionado, dice la literatura. Y entonces, como respiramos muy mal, entre otras cosas, respiramos de una forma muy errática. ¿Qué es lo que se ha visto? Que hay unos núcleos en el cerebro que son los núcleos predictores de la respiración. Si yo respiro de una forma muy regular, mi cerebro sabe cuándo va a llegar la próxima respiración. Si yo hago así, de una forma muy rítmica, enseguida todos vais a aprenderlo y me vais a seguir. Si yo hago una cosa desordenada, os vais a perder. Como respiramos muy desordenadamente, esos núcleos predictores no saben cuándo va a llegar la siguiente inspiración. Y esa falta de predicción es un alarmante para el cerebro. Por tanto, una forma de calmar al cerebro es sentarse durante diez minutos simplemente a respirar con un ritmo. Es decir… «Mira, necesita saber tu cerebro cuándo vas a volver a inspirar. Lleva todo el día loco porque no lo sabe. ¿Puedes durante diez minutos decirle cuándo vas a respirar?». Este sería un poco el ese. Y eso explica por qué esas técnicas de respiración… Estoy hablando de la más básica del mundo. Me siento y simplemente hago que mi respiración sea más regular.

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¿Por qué eso nos calma? Ahora se conocen los mecanismos neuronales, pero hasta hace poco no se conocían. Por ejemplo, nuestro grupo ha sido el primero en el mundo en medir la influencia de cada fosa sobre el cerebro. Estamos en el 2024. Ya sé que nuestros amigos astrónomos se quejan de que siempre los ponemos de comparación. «Sabemos mandar un robot a Marte y no sabemos que tenemos dos fosas». Pero a mí me parece que es impresionante que no sepamos nada. Ahora ya sabemos que una fosa impacta sobre unas zonas, otra impacta sobre otras. Esto a lo mejor me permite, como ya sabían en otras tradiciones, por ejemplo, los pranayamas… A lo mejor hoy estoy más nerviosa, a lo mejor hoy tengo miedo, estoy pasando una época que es difícil. ¿Qué puedo hacer con mi cuerpo para que el violín suene de otra forma? Cosas tan básicas que además pertenecen a lo que se llama la salud mental global, es decir, técnicas y protocolos que están al alcance de todo el mundo, independientemente de su poder adquisitivo. Todos respiramos. ¿Por qué no nos enseñan un poquito? Se convierte en el gran modulador de la dinámica neuronal. No porque sea el órgano que más influye, el sistema que más influye sobre el cerebro, que es el corazón, sino porque, a diferencia del sistema digestivo o del corazón, la respiración es aquel que yo puedo moldear a voluntad. Yo no le puedo decir a mi estómago «para». No tengo esa capacidad. Pero sí que puedo decir: «Pues ahora inspiro así, ahora exhalo asá, ahora hago esto, ahora lo otro». Y para mí es una llave impresionante al cerebro. Y acabamos de enviar un artículo que hemos hecho con la profesora Lazar, de la Universidad de Harvard, sobre la exhalación como predictor, como que te da información sobre la salud mental. O sea que fíjate en lo que podríamos aprender simplemente observando nuestro cuerpo.

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Mujer 3. Gracias por tu respuesta, Nazaret. Es superinteresante lo que nos comentas, pero también súper difícil. Yo respiro, pero no sé si lo estoy haciendo bien. ¿Cómo podría saberlo?

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Nazareth Castellanos. Claro, ese es para mí el gran punto donde tendrían que reflexionar las instituciones, los colegios… La divulgación yo creo que es extremadamente importante, precisamente, porque nos permite conocernos un poquito más a nosotros mismos. Es verdad que, científicamente, como te decía, se acaba de descubrir. Científicamente. Sabemos que otras tradiciones nos llevan siglos de ventaja. Yo te invito a que las conozcas, como por ejemplo todas las técnicas de pranayama. Pero es verdad que, cuando queremos aplicar las técnicas de respiración a un contexto, al contexto empresa, al contexto educativo, o que sea aplicable por el mundo sanitario, es verdad que hay que tener una prudencia y esperar a que haya artículos suficientes para ver de qué formas se puede aplicar esto o no, pero es verdad que ya tenemos una base suficiente. Dentro de la evaluación científica de las diferentes técnicas de respiración, la que acumula más evidencias es la respiración lenta, lo que se llama ralentizar la respiración. Un ejercicio que yo os invito a que hagáis en casa es que os sentéis tranquilamente y pasados unos minutos pongáis el teléfono y veáis cuántas respiraciones hacéis por minuto. Normalmente podemos hacer 14, 15, hay veces que 20. Es decir, respiramos muy rápido. Lo que se invita es a respirar de una forma más lenta, bajar a menos de diez respiraciones por minuto, entre seis respiraciones y diez respiraciones por minuto. ¿Por qué? Tiene muchas ventajas a muchos niveles. A nivel cardiovascular, inmune, se ha visto mucha ventaja ya documentada desde hace mucho tiempo. Pero en los últimos años se ha visto que este tipo de respiración, ralentizar la respiración, tiene un efecto que es analgésico.

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Por ejemplo, nosotros publicamos hace ya tres años un estudio sobre respiración lenta en personas con dolor crónico por discopatía. A estas personas se les instruía a ralentizar su respiración. Pero, cuidado, cuando hacemos una técnica de respiración, no es solo es que cojo el aire según me están diciendo. Lo que luego se ha visto en la literatura es que gran parte de los beneficios de las técnicas de respiración es que pongas consciencia en la respiración. Es decir, no… «Me han dicho que haga esto mientras estoy mirando el móvil». No. ¿Por qué? Estudio que se hizo en Nueva York. Se cogió a una persona que se estaba sometiendo a una neurocirugía, se metieron electrodos dentro del cerebro, se vio qué pasaba cuando estaba haciendo diferentes cosas, pero, en el momento en el que esa persona dirigía su atención a la respiración, se observaba la mayor activación de la corteza cingulada anterior, que es una zona muy involucrada, por ejemplo, en salud mental, cuando tenemos ansiedad, cuando tenemos estrés, cuando tenemos dolor. Es una zona muy compleja. Es observar tu respiración, pero observarla intentando no alterarla. Ya sé que esto al principio es difícil. Incluso la corteza frontal no nos deja. Este sería un gran debate. La observo como si me diese igual lo que observase, sin juzgar. A mí me gusta mucho, cuando hablamos de la contemplación… «Observa como si estuvieras mirando por la ventana. Obsérvala. Te has asomado al balcón de tu cuerpo, al balcón de tu respiración. Observa tu respiración, pero mantente ahí en esa observación. No es un análisis, y no es una observación… «Qué mal». «Esto así y esto asá».

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Es una observación ecuánime. Es una observación que tiene que ser muy tierna. Yo creo que, en cualquier proceso de contemplación, igual que sucede en la meditación, si no te acompaña la dulzura… Hay un psiquiatra que a mí me encanta. Es uno de los padres de la humanización de la medicina, Borgna, que dice: «La ternura es hacernos comprender que somos merecedores de la vida que nos habita». Qué bonito. «La ternura es hacernos comprender que somos merecedores de la vida que nos habita». Si esa mirada te la diriges hacia ti misma, con esa ternura, fíjate ya en el mensaje que te estás mandando. Te observas y observas la respiración. Y primero la observas. Antes de cambiar nada, hay que conocerlo, ¿no? Observas durante unos momentos, observas simplemente. Y luego, poco a poco, vas haciéndolo cada vez más lento. Prolongo un poquito la inhalación, pero prolongo mucho más la exhalación. Esto es lo que nosotros hacíamos en el experimento. Sé que hay muchas técnicas, pero yo cuento la que nosotros hemos medido. Inhalo contando en tres. Pero no hagáis como me hacían algunos sujetos de laboratorio. Inhalo contando en tres. Voy a exhalar contando en seis. Pero siempre con mucha ternura. Con suavidad. No… Con mucha ternura. Estoy un ratito ahí. ¿Me siento cómodo? Inhalo contando en cuatro. Exhalo contando en ocho. ¿Estoy cómoda? Puedo subir a cinco. Y así, lo voy subiendo. Seis, doce. Hasta que lleguemos, porque no hace falta de verdad llegar a ninguna meta.

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Hasta que yo consiga que mi respiración sea cada vez más lenta, pero siempre observándola. ¿Y observándola con qué mirada? Con esa mirada de ternura. A mí me gusta mucho Pablo d’Ors cuando dice: «Oye, ese momento en el que te vas a encontrar contigo, ese momento de intimidad, ¿cómo quieres hacerlo? ¿Cómo coges a ese ser que eres tú? ¿Cómo te acercas a ti?». Ahí ya estás mandando mucho mensaje, porque el cómo te acercas a ti, con qué amabilidad, ya activa unas zonas del cerebro y no otras. Sabemos que nuestra atención se va a ir constantemente, porque lo sabemos, y es más, es su función. Entonces, amablemente la invitamos a que vuelva. Estas distracciones son parte del camino. Muchas veces confundimos el observar la respiración con dejar la mente en blanco, con que no se me ha ido la atención en ningún momento. No, esto hay que hay que olvidarlo. Parte del aprendizaje es observar la cantidad de veces que nos hemos ido. Y entonces ralentizar. Por ejemplo, cuando tenemos dolor. Ralentizar. Lo que dicen los estudios es que, si hiciéramos esto diez minutos al día, tendríamos beneficios significativos en nuestra salud mental. Fíjate.

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Mujer 4. Hola, Nazareth. Muy interesante todo lo que has hablado de la respiración, y tremendamente útil si somos capaces de llevarlo a cabo. Pero yo me pregunto qué papel juega el resto de los sentidos.

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Nazareth Castellanos. Hoy en día lo que dice la neurociencia… Esta fue una propuesta de la profesora Garfinkel en Londres. Nos dice que tenemos siete sentidos y no cinco. Mi sobrino Jorge, cuando estudiaba los sentidos en el cole, la profesora dijo «hay cinco sentidos» y él dijo «mi tía dice que hay siete». «Pues tu tía se ha equivocado». Siempre hemos pensado que había cinco, que son los de la exterocepción, pero hoy pensamos que hay siete. El primero en importancia, según la importancia que le da el cerebro, es la interocepción, la información que le llega a mi cerebro de los órganos. Luego viene la propiocepción, que es la información del cuerpo, y luego ya viene el resto de los sentidos. La vista es uno de los sentidos, evidentemente, que es más importante, pero también es el sentido donde más memorias falsas se generan. Las memorias falsas es algo que es muy interesante, porque son mentiras que tú crees que son verdad. Por ejemplo, una situación que sea estresante, que sea especialmente estresante. Vamos a ponernos en una que sea muy evidente. Imagínate, es el típico ejemplo que se pone siempre, que estás en una tienda y entra alguien a robar con un arma. Todos nos ponemos muy nerviosos, ante esa situación tendríamos mucho miedo. Ahí se libera mucho cortisol en nuestro cuerpo, y el cortisol inhibe al hipocampo. Por tanto, yo no estoy memorizando bien aquello que está sucediendo. Cuando luego llega la policía y te piden: «A ver, Rosario, por favor, dinos un relato. ¿Qué es lo que has visto? ¿Cómo era la persona que ha entrado?», puede que, sin tú quererlo, mientas y digas memorias falsas. Esto es importante, en situaciones así, que hay muchos estudios que ponen pues un poco en prudencia a los típicos testigos de estos eventos.

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Pero es también importante porque esa misma situación también nos sucede en un contexto en casa, cuando nos ponemos muy nerviosos, cuando estamos en un conflicto, o con algún compañero. Se produce lo mismo y tendemos a decir mentiras que nosotros pensamos que son absolutamente ciertas. También es muy importante cuidar, como tú dices, los sentidos, qué me entra por los sentidos. Por ejemplo, ahí hay unos estudios que nosotros hicimos con Camilo José Cela, el hijo, que estudiábamos qué pasa en el cerebro cuando estamos viendo obras de arte, que me gusten o no me gusten. Cuando algo nos gusta, se activan unas zonas del cerebro, y, cuando algo nos gusta menos, se activan otras zonas del cerebro que tienen su repercusión a diferentes estados emocionales y luego salud mental. Esto es a mí algo que siempre me ha parecido que es muy importante, que creo que no se nos educa o no somos conscientes del papel que tenemos de elegir lo que entra por nuestros sentidos. ¿Por qué no realizamos más veces a lo largo de nuestra vida decir: «A esto cierro los ojos, ante esto me tapo los oídos»? Por ejemplo, nos recreamos mucho… Yo creo que tenemos un exceso de imágenes altamente negativas en los medios. Por ejemplo, sabemos hoy en día que, cuando hemos visto estas imágenes… Nosotros lo vemos, lo está procesando, luego se apaga la tele, pero lo que se ha visto es que, hasta dos horas después, mi cerebro sigue procesando esas imágenes. ¿Cuál es el equilibrio entre estar informado y tener un poco un exceso de alimento sensorial que es negativo? También para mí a veces sería una muestra de respeto hacia uno mismo decir: «No, esto ya, porque sé que esto va a impactar en mí más de lo que yo considero». O: «En esto me recreo un poco más, porque esto también va a esculpir mi cerebro».

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Es decir, ser mucho más selectivo con lo que nos entra por los sentidos. Y, entre otras cosas, por ejemplo, el olfato. Está considerado el sentido de la memoria. Lo que olemos nos trae muchos recuerdos, sabemos que activa partes de nuestro cerebro, sabemos que rejuvenece. Estudios que se han hecho en el Max Planck. Para mí, sí, es una pregunta muy bonita, porque me parece que nos invita a ser más selectivos con nuestro alimento sensorial.

59:44
Mujer 5. Dice que la cara es el reflejo del alma. ¿Qué verdad hay en esto?

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Nazareth Castellanos. Pues mira, científicamente, podríamos decir que se apoya esa idea de que la cara es ese espejo del alma. En nuestro cerebro hay una zona que se llama la corteza somatosensorial. En el año 1952, Penfield describió qué pasaba en esas cortezas, es decir, cómo esa parte del cerebro daba cuenta de las diferentes partes de nuestro cuerpo. Cuando se estudió esto, se pensaba que nuestro cuerpo estaba así repartido desde la cabeza a los pies aquí, y que mi espalda, que es muy grande, habría muchas neuronas que están dedicadas al procesamiento, a las sensaciones y al movimiento de la espalda, porque es la zona más grande. Pero ¿qué es lo que se descubrió en aquel año que fue muy sorprendente? Que nuestro cuerpo estaba descolocado, descuartizado por allí, por las cortezas somatosensoriales, pero sobre todo se descubrió que había zonas de nuestro cuerpo que son más importantes que otras para nuestro cerebro. Dentro de las zonas más importantes para nuestro cerebro están la cara y las manos, especialmente la cara. Y dentro de la cara lo que rodea nuestra boca. Como si fuéramos seres con unas manos enormes, una cara enorme y una boca enorme. Y también todo lo que rodea a nuestros ojos. Hoy en día, por ejemplo, ese modelo de Penfield ha sido extendido. Ya se ha publicado un estudio hace muy poco que muestra que nuestro cerebro tiene en cuenta lo que pasa en nuestro cuerpo, pero no ya por partes, el pie, la cara, la mano, sino que hay tres zonas en esa corteza somatosensorial que dan cuenta de mi cuerpo como un todo. Es el modelo integrado somatosensorial, es decir, cómo está mi mano, pero en relación a cómo está mi pierna. Mi cuerpo como un todo, es decir, la postura en sí.

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Dentro de esa corteza somatosensorial, la representación de la cara, como digo, es de lo más importante. Ahora bien, nosotros sabíamos que el cerebro sabe cómo está la cara, pero que cómo esté la cara influye sobre el cerebro es algo que es bastante reciente. Lo que se ha visto es que el cerebro está interpretando el gesto de mi cara para poder interpretar también cómo estoy yo. Esto tiene un origen casi en el siglo XIX con William James, Merleau-Ponty, los primeros estudiosos de la mente corporizada. Nuestro cerebro necesita el cuerpo para dar expresión a nociones tan abstractas como la tristeza. ¿Qué es la parte que se está estudiando ahora? Un proyecto muy bonito que yo menciono mucho porque me parece especialmente bonito, que es pacificar el gesto, dar más cuenta a lo largo del día de cómo está mi gesto. ¿Cómo está mi gesto? A lo mejor a lo largo del día he acabado así, que es algo que solemos hacer, y mucho más cuando estamos mirando el móvil. Voy a pacificar el gesto de mi cara. Voy a suavizar la musculatura alrededor de mis ojos. ¿Por qué? Porque esa relación, esa información, va a ser bidireccional hacia el cerebro. Mi cara refleja mi estado. Si yo estoy triste, lo vas a ver en mi cara aunque yo no diga nada. Ahora bien, cómo esté mi cara también va a influir en ese estado emocional. O sea que hasta ahora lo que hemos dicho es que la cara es el espejo del alma. Pero también podemos darle la vuelta, que la cara sea lo que da forma, lo que refleja también el alma, es decir, cómo va cambiando una y otra.

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Para mí, sobre todo a lo que invitan, creo, estos estudios es a que a lo largo del día seamos mucho más conscientes de cómo está nuestro cuerpo, dirigir nuestra mirada a una consciencia corporal mucho más a menudo. ¿Para qué? Para intentar cambiar rumbos. A lo largo del día, yo observo y estaré así muy probablemente. Intentar corregirlo. Estaré así. Intentar pacificarlo. Es decir, que sea mi cuerpo lo que exprese esa alma y que mi cuerpo permita también dar forma a esa alma.

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Sara. Hola, Nazareth. Soy Sara. Quería preguntarte si en este momento hay algo que te esté llamando realmente la atención para seguir investigando de cara al futuro.

1:04:19
Nazareth Castellanos. Pues mira, sí, os cuento algo que, bueno, es un poco un secretillo, pero… Así como hace 12 años, empecé una línea de investigación que costó abrir, que era la neurociencia, la meditación y la interacción entre los órganos y el cerebro. Empezamos a estudiar la influencia del intestino y el estómago sobre el cerebro, la influencia del corazón y luego la influencia de la respiración sobre el cerebro. Pero, cuando yo empezaba a estudiar la influencia de todos los órganos, a mí en los últimos años había algo que siempre se me quedaba ahí un poco en el tintero, con un poco de frustración, porque he de decir que cuando hicimos los experimentos yo puse electrodos por todas partes a ver lo que pillaba, pero es verdad que solo pude detectar el campo eléctrico del estómago, del intestino, el del corazón y luego la respiración. Pero ¿por qué yo puse electrodos por todo el cuerpo? Porque quería ver un órgano que a mí siempre me ha fascinado y que pienso que merece un mayor reconocimiento, y que luego, por mi vida, lo he tenido desde otra… que es el útero. La influencia del útero sobre el cerebro. Esto es un proyecto que pretendo comenzar dentro de muy poquito. ¿Y qué es la parte o cómo yo lo he orientado? Quiero ver la influencia del útero en nuestra memoria, nuestra memoria autobiográfica, quiero ver la influencia del útero en esa transmisión de las memorias transgeneracionales, quiero ver cómo el útero se comunica con la amígdala, quiero ver cómo el útero se comunica con el precúneo, con zonas muy involucradas en esa memoria que es mía y de los ecos de mis muertes, como dice la poeta. Quiero ver la interacción entre el útero, el corazón y la garganta.

1:06:14

Todo esto es verdad que cuando me preguntan o cuando se lo contaba al director y me miraba como… «¿Cómo?». Es verdad que no hay documentación científica. Hay solo muy pocos estudios hechos en animales sobre el impacto que tiene el útero en el aprendizaje. Están hechos en animales y hay que ser muy prudente. Pero también es verdad que los estudios en animales se hacen para darnos pistas de lo que luego podríamos hacer en seres humanos, pero es verdad que puede que no salga nada. Y esto yo no lo sé, pero quiero intentarlo. Pero también quiero que sea un proyecto que además involucre no solo a la ciencia. Quiero que sea un proyecto que involucre diferentes formas de conocimiento, porque creo que entre todos y cada uno desde su visión podemos enriquecernos. Pero, si te tengo que decir la verdad, es un proyecto que también desarrollo porque creo que la mujer necesita tener una mayor visión, un mayor papel, un mayor protagonismo en el mundo científico. Gran parte de los estudios científicos que se realizan están hechos en cuerpo masculino. La investigación de todo aquello que es relativo al cuerpo de la mujer ocupa un porcentaje bajísimo que no me acuerdo. No llega ni al 1 %, porque no tiene interés hasta ahora. Para mí, desde ese punto de vista, que es quizá más personal, creo que es algo que nos merecemos. Al fin y al cabo, ¿quién no ha pasado por un útero? ¿Verdad? Pues ese es el proyecto que ahora mismo más ilusión me hace.

1:07:54
Patricia. Hola, Nazareth. Soy Patricia y la pregunta que te quería hacer yo es un poco sobre todo relacionada con los niños o con la educación. Y, aunque te suene así, un poco utópico, ¿qué te imaginas tú en la educación en un futuro ideal o cómo sería para introducirlo dentro del sistema educativo?

1:08:18
Nazareth Castellanos. Pues mira, has dicho una palabra que yo creo que a veces tendríamos que dejar de utilizar, que es «utopía». Hay un filósofo que yo admiro mucho, que es Josep María Esquirol, que nos habla, hablando, por ejemplo, de la educación, nos habla de las «migajas de utopía», «migajas utópicas». ¿Por qué no nos quedamos con ciertas migajas de esa utopía que nos parece tan lejana? Dentro de esas migajas que podemos incluir en el sistema educativo, a mí me gustaría un sistema educativo que fuese mucho más corporal. Si yo me tuviera que quedar con una práctica que introducir en toda la sociedad, y no solo en los niños, sería bailar. Bailar, aunque bailemos mal. No se trata de ser bailarines. ¿Qué pasaría si, por ejemplo, en una empresa, tuviéramos la posibilidad de bailar todos los días un ratito? ¿Qué pasaría si los niños entrasen a clase ya moviéndose y con un ritmo alegre? Si habéis bailado, yo creo que todos tenemos la experiencia de que cuando sales de la clase estás mucho más alegre. Por ejemplo, cuando nosotros realizamos movimientos iguales ante un grupo de personas que estamos bailando a la vez y estamos repitiendo los mismos movimientos, se produce una sincronización de corazones. ¿Cuál es el objetivo muchas veces del baile, que lo hemos tenido en todas las culturas? No solo es moverse, no solo es ese momento de alegría, sino que favorece mucho la comunicación. Yo creo que algo que como sociedad tenemos que aprender, aparte de a fomentar los mecanismos de comunicación, sería a fomentar la comunidad, a estar más en contacto, y para mí el baile sin duda sería el ideal.

1:09:59
Adriana. Hola, Nazareth, querida. Soy Adriana, de México. Bueno, muy impresionante y muy apasionante la evolución de la neurociencia en estos últimos años. Pero yo te quería preguntar quién ha sido tu inspiración o quién te hizo cambiar la manera de ver la neurociencia.

1:10:16
Nazareth Castellanos. Yo creo que la persona que más me ha influido y a la que he ido descubriendo poco a poco a lo largo de los años de mi carrera científica ha sido a don Santiago Ramón y Cajal. Cuando yo empecé a estudiar neurociencia, que lo hice aquí en el Hospital de La Paz, en Madrid, en la Universidad Autónoma, en la Facultad de Medicina, era un personaje que era considerado el padre de la neurociencia. Estudiábamos qué es lo que había hecho, sus contribuciones. Para mí Ramón y Cajal en aquel momento era un genio. Pero poco a poco le fui conociendo más. Iba leyendo más sobre su vida, iba leyendo más sobre los libros, ya con un carácter más personal, que él iba escribiendo. Y entonces pasó de ser un genio a ser un sabio. Para mí no es lo mismo un genio que un sabio. Fui descubriendo a una persona que me pareció fascinante, que me pareció que nos debería hacer pensar mucho el mundo académico. El mundo académico muchas veces está lleno de personas que yo consideraría geniales, extremadamente inteligentes, pero muchas veces para mí también falta cierto desarrollo a otro tipo de nivel. Debemos hablar mucho más desde el corazón, y para mí Cajal hablaba principalmente desde allí. Yo creo que le encantarían los estudios de la relación entre el corazón y el cerebro. Ramón y Cajal era un personaje fantástico porque nació en un pequeño pueblecillo, Petilla de Aragón, y su padre estaba obsesionado con ser él mismo médico. En su momento, su padre era ayudante de cirujano, un técnico, pero fue estudiando, acabó siendo médico y presionó mucho a Cajal para que estudiase Medicina. Pero Cajal, desde muy pequeñito, quería ser pintor. Él pintaba. Tiene unos dibujos de Cajal con pocos años que es asombroso el talento.

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Hay una anécdota que cuenta que el padre de Cajal fue a la iglesia del pueblo, que en aquel momento había un pintor que estaba restaurando, y le dijo: «Mire, ahora voy a traer a mi hijo, y cuando venga quiero que usted le diga que ha visto sus dibujos y que no tiene talento para el dibujo, que lo abandone». Allá que va el pobre Cajal y escucha… «Es un mamarracho» o algo así le dijo. Esto lo cuenta Cajal en sus memorias con su secretaria Enriqueta, que escribió un libro maravilloso, que fue uno de los momentos más importantes y bonitos de su vida. Fíjate, le dio la vuelta, según contaba él después. Aquello no le frustró, sino que hizo, según él, que el dibujo se convirtiese a lo largo de su vida en su gran refugio, aquel lugar donde él era él, aquel lugar donde él encontraba su centro. Estudió Medicina y ya sabemos todos la brillantísima carrera científica que tuvo, pero fue un gran dibujante, y gracias a eso nosotros tenemos las primeras imágenes de las neuronas, porque lo que veía en el microscopio lo pintaba. Es espectacular lo que él hacía. Pero, aparte de eso y lo que nos ha aportado y el deleite que supone ver las láminas de Cajal, yo me quedo siempre con esa parte. Cajal buscaba siempre momentos donde estar consigo mismo. Cajal era un gran defensor de la propia intimidad, de volver a sí mismo, de recuperar su propio silencio, que decía. Algo que ha acompañado a Cajal y que para mí ha sido una gran referencia es, por una parte, su inquietud, que quedó inacabada, de desarrollar una ciencia humanista, de unir diferentes formas de conocimiento.

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Él era una persona absolutamente curiosa por la filosofía, por la literatura. Sorolla le hizo un cuadro, se reunían en su casa, se reunían en el Café Gijón de aquí en Madrid, con los intelectuales. Era un curioso absolutamente por todo. Él quería incorporar todo aquello a la ciencia porque la ciencia debía ser humanista. Esto quedó inacabado. Pero lo que me queda de Cajal es esa famosa frase de «todos podemos ser escultores de nuestro propio cerebro si nos lo proponemos». Es que era un gran defensor de la intención. Él empieza a hablar de la plasticidad. El término ya había sido acuñado antes, pero él defendía esa capacidad plástica del cerebro, es decir, esa capacidad del cerebro de reorganizarse. Él nos invitaba, que esto es algo que a mí a nivel personal me ha guiado mucho en mi vida, él nos invitaba siempre a reflexionar sobre dónde ponemos la intención para siempre trabajar en pos de obtener una mejor versión de nosotros mismos.