Seis maneras de hablarse a uno mismo
Alba Cardalda
Seis maneras de hablarse a uno mismo
Alba Cardalda
Psicóloga
Creando oportunidades
Cómo dejar de ser tu peor enemigo
Alba Cardalda Psicóloga
Alba Cardalda
Alba Cardalda se define como psicóloga, neuropsicóloga, conferenciante, escritora y nómada. Un día, después de años de experiencia y asistencia en un centro de neurorrehabilitación, decidió escuchar los consejos y reflexiones de las personas mayores que trataba, seguir sus propios sueños y vocación, dejarlo todo, hacer una mochila y empezar un viaje por el mundo. Lo que pensaba que serían dos meses de viaje y aprendizajes vitales se convirtió en una nueva forma de entender su vida y expandir su consulta clínica desde cualquier lugar del mundo. Cardalda es terapeuta especializada en psicoterapia breve y estratégica, terapia cognitivo-conductual y autora de dos libros, ‘Cómo dejar de ser tu peor enemigo’ y ‘Cómo mandar a la mierda de forma educada’, donde aporta herramientas prácticas que mejoran el bienestar y las relaciones humanas.
“Si en la escuela, tal como nos enseñan matemáticas o lengua, nos enseñaran a comunicarnos de forma asertiva, a identificar cuáles son nuestros límites y a poder expresarlos, y a que no nos sentara mal cuando las otras personas nos los expresan a nosotros, seguramente aprenderíamos a tener relaciones mucho más sanas y hoy en día nuestra vida sería bastante diferente”, reflexiona la autora. Estrategias para afrontar conversaciones incómodas, claves de asertividad y seguridad en uno mismo y herramientas de ‘mindfulness’ para silenciar el diálogo interior destructivo son algunas de las prácticas recomendaciones que comparte con sus pacientes y seguidores, a través de sus libros, conferencias y creación de contenido digital.
Transcripción
Aprendí muchas cosas. Una de las más importantes es la gran capacidad que tiene la mente humana de adaptarse a la incertidumbre, a las rutinas nuevas o a no tener rutinas. Y había muchos días que no sabía dónde iba a dormir esa noche y me era difícil adaptarme a esa incertidumbre, pero finalmente el cerebro se adapta. Y otra de las cosas es que, cuando tienes un problema delante, la mente también sabe cómo buscar esas soluciones. Y aunque a uno a veces le cueste, también, otra cosa de las que descubrí y que me regaló ese viaje fue que las personas, la gran mayoría de ellas, también están dispuestas a ayudarte y a echarte una mano sin esperar nada a cambio. Así que descubrir esa humanidad también fue uno de los mejores regalos que me hizo el viaje, el poder conectar también con personas que eran totalmente diferentes a mí, de otros lugares, de otras culturas. Eso también me resonó muchísimo y me hizo ver que somos capaces de conectar con personas, por muy diferentes que sean de nosotros, porque al final todas tienen los mismos sueños, los mismos miedos, los mismos anhelos, y da igual el sexo, la procedencia o el color, porque en esencia somos todos lo mismo. Todas estas enseñanzas y todos estos aprendizajes los hice durante ese viaje y para mí fue la mejor enseñanza que tuve sobre cómo funciona la mente humana.
O, por ejemplo, la emoción asco es una de las emociones también que nos impide morir intoxicados. Uno cuando se levanta por la mañana y va a abrir la nevera… Si tú no sabes muy bien cuánto tiempo hace que está ese cartón de leche ahí abierto, ¿lo primero que haces que es? Llevártelo a la nariz para olerlo. Y, si ese olor te genera la emoción asco, es lo que va a hacer que vuelvas a dejar la leche o que la tires, pero que no te la tomes. Todas estas emociones que son desagradables es lo que nos ha permitido llegar hoy en día aquí donde estamos. ¿Qué pasa? Que esto hace miles de años era muy útil, porque realmente los peligros que había podían significar la muerte. Nos podíamos morir con muchos peligros de los que había. Pero a día de hoy estos peligros no son tantos. Por lo tanto, este sistema que tiene nuestro cerebro de anticiparse ya no nos es tan práctico. De hecho, hace 50.000 años que nuestro cerebro no está cambiando su forma de funcionar. Hace 50.000 años que más o menos funciona de la misma manera. En el Paleolítico, la forma de vida y los peligros que había son muy diferentes a los que tenemos hoy en día. ¿Qué pasa? Que, si nosotros no aprendemos a redirigir un poco ese mecanismo de afrontamiento o esa manera de protegernos, hoy en día esas consecuencias que tiene este mecanismo nos perjudican más que ayudarnos a sobrevivir. Por ejemplo, cuando imaginamos alguna situación que nos genera estrés, por ejemplo, un despido en el trabajo, solamente con imaginarlo nuestro cerebro ya empieza a tener respuestas químicas y nuestro cuerpo respuestas fisiológicas como si eso estuviera ocurriendo de verdad, porque para nuestro cerebro no está muy claro cuándo es algo imaginado y cuándo es realidad.
Ahí es cuando viene el problema, porque, cuando empezamos a pensar o a imaginar esas situaciones… Que nuestro cerebro lo hace con la mejor intención, para intentar protegernos y buscar soluciones, pero a día de hoy no nos funciona, porque cuando imaginamos estas situaciones y nuestro cerebro empieza a liberar cortisol y adrenalina y esas respuestas fisiológicas que también sentimos, como que se nos acelera el corazón o se nos acelera el pulso, esto, que normalmente lo identificamos como ansiedad, nos perjudica porque reduce nuestra capacidad de concentración, reduce nuestra capacidad para almacenar información y por lo tanto afecta a nuestra memoria, reduce también nuestra creatividad y nuestra capacidad para encontrar soluciones a problemas. Por lo tanto, cuando ponemos en marcha este mecanismo que a lo largo de tantos años nos ha sido útil, a día de hoy lo que hace es reducir nuestras capacidades cognitivas para encontrar soluciones. Cuando detectamos que nuestra mente se está yendo al futuro o que está imaginando escenarios que nos están generando ese malestar o esa ansiedad o ese estrés, una de las cosas que podemos hacer es volver al aquí y al ahora. Y una de las estrategias que más sirve para esos momentos es intentar activar al máximo nuestros sentidos. Nuestros sentidos es lo que nos conecta con el aquí y el ahora, con nuestro cerebro y con nuestras emociones. Por lo tanto, todo lo que sea activar los sentidos nos va a permitir volver aquí y dejar de estar pensando en situaciones que no existen o incluso también en el pasado o en el futuro, en lo que tenemos que hacer. A nuestra mente le encanta divagar, viajar del pasado al futuro. En el momento en el que queremos volver aquí para no estar imaginando esas situaciones, lo que podemos hacer, por ejemplo, es buscar cinco objetos.
Me lo invento. Cinco objetos que sean redondos, que estén en la habitación donde estoy, en el lugar donde estoy. Aquí activamos la vista. Después, cuatro sonidos para activar el oído. Después, tres cosas que podamos tocar, dos cosas que podamos oler y una cosa que podamos degustar. A veces no tenemos muchas cosas a nuestro alrededor, pero, por ejemplo, si nos concentramos, podemos incluso sentir el sabor del café que nos habíamos tomado hace un rato. Oler, podemos oler las hojas que tenemos delante o incluso cualquier material, el bolígrafo, cualquier cosa que tengamos. Todo tiene su olor. Todo lo que tengamos a nuestro alrededor nos sirve para activar nuestros sentidos. Y esa activación es lo que hace que el cerebro deje de divagar y deje de viajar y vuelva aquí, al momento presente. Esto es una herramienta de «mindfulness» que nos sirve para dejar de imaginar esos escenarios que nos están generando ese… están provocando esas señales, esas respuestas químicas en nuestro cerebro y que se pueden llegar a convertir en ansiedad. Esto, estas instrucciones que nos tenemos que ir dando a nosotros mismos cuando vemos que estamos imaginando estas situaciones, es el diálogo interno, y el diálogo interno tiene la capacidad también de divagar muchísimo, por eso es importante que lo aprendamos a dirigir. Uno de los científicos antropólogos que más ha estudiado este fenómeno, el cómo funciona nuestro diálogo interno, fue Andrew Irving, de la Universidad de Mánchester, y dedicó toda su carrera a investigar cómo funciona, qué nos decimos, por qué nos decimos lo que nos decimos, por qué nos lo decimos, cómo nos lo decimos.
Y una de las cosas que hace especiales sus estudios es que utiliza metodologías diferentes a las que siempre se han utilizado y siempre utiliza espacios o metodologías que sean lo más cercano a lo natural posible. Y eso es lo que hace que se haya realmente acercado a cómo es el diálogo interno de todos nosotros, no en un contexto de laboratorio, en unas condiciones que son artificiales, sino en nuestro día a día. Y lo que vio este doctor fue que nuestro diálogo varía, va desde lo más reflexivo y de las preguntas más trascendentales que nos podemos hacer sobre la vida, sobre la muerte, sobre por qué estamos aquí, a cosas supertriviales, por ejemplo, por qué este pantalón hoy me lo he puesto de color verde y no de otro color. Y esto lo hace en milésimas de segundo nuestro diálogo interno. Esta gran variabilidad que tiene nuestro… La forma que tenemos de hablarnos, nuestro monólogo interno, nos permite esto, pasar de cosas muy profundas o de preocupaciones que en ese momento nos tienen con la mente en esa situación que nos genera esa ansiedad a poder volver aquí. Tiene esa capacidad nuestro cerebro. Y fue muy curioso este proyecto que hizo. Se llama «New York Stories», porque de hecho se hizo en Nueva York, mientras estos participantes iban paseando y haciendo sus actividades cotidianas en el día a día. Esto se puede encontrar, está en redes, y hay una de las participantes que a mí me llamó mucho la atención porque ejemplifica perfectamente este vaivén de nuestro diálogo interno. Es una participante que se llama Meredith e iba desde los pensamientos sobre un amigo suyo que estaba en un proceso de final de vida por una enfermedad a cosas totalmente triviales sobre el tráfico, sobre la cafetería por la que estaba pasando. Ahí tenemos el ejemplo perfecto de cómo funciona nuestro diálogo interno.
Pues el título del libro de la doctora Jill es «Un ataque de lucidez», es decir, algo muy positivo. Y ella se dedicó también a dar charlas sobre cómo estaba siendo este momento en el que ella aún no se había recuperado, no había recuperado estas funciones cognitivas, y lo que explicaba es que sentía paz, sentía tranquilidad desde que había tenido este accidente cerebrovascular. Es curioso, porque precisamente esta reducción de este diálogo interno es lo que intentan conseguir muchas de las técnicas de atención plena o de «mindfulness», como evitar que el cerebro se vaya a pensamientos obsesivos o a preocupaciones o a imaginar escenarios que no existen. Con técnicas como el «mindfulness» se puede reducir. Se ha visto que la práctica habitual de ejercicios de meditación y de «mindfulness» consigue reducir este diálogo interno, sobre todo esta parte más crítica, más analítica, más culpabilizadora, que es la que nos genera realmente este sufrimiento. Por lo tanto, utilizar este tipo de técnicas, junto con otras que existen, para modificar este diálogo interno o redirigirlo y reducir esas señales o esas respuestas fisiológicas que nos genera el cerebro cuando estamos alterados o acelerados o teniendo este diálogo interno tan duro con nosotros mismos es una de las prácticas que mejor sirve para poder reducirlos y, quizás sí, ser un poco más felices.
Esta supercapacidad que tienen los niños pequeños es una moneda con dos caras. Por una parte, tienen esta facilidad para aprender cualquier cosa que a los adultos nos sería mucho más complejo. Por ejemplo, un niño aprende a hablar un idioma incluso solamente con escucharlo, cosa que a los adultos nos cuesta muchísimo trabajo, aprender un idioma nuevo o, por ejemplo, a tocar un instrumento. Esta facilidad que tienen los niños se debe a esta neuroplasticidad que tienen en esas edades, sobre todo en unas zonas que son encargadas del aprendizaje observacional. Son la corteza prefrontal y las neuronas espejo. Esto es un arma de doble filo, porque todo a lo que el niño esté expuesto lo puede aprender, tanto lo bueno como lo malo. Por lo tanto, no es únicamente importante enseñarle al niño o la niña a hablarse bien a sí mismo, delante del espejo o dándole mensajes positivos, sino que también es importante cómo nosotros, los adultos, nos comunicamos delante de ellos, ya sea con otras personas o con nosotros mismos. Es decir, una mamá o un papá que le dice a su hija o a su hijo que es fantástico tal y como es, que es maravillosa por ser como es, pero luego esta misma mamá o este mismo papá, al mirarse al espejo, dice «¡Uf! Ay, qué gorda estoy, no me queda nada bien» o «qué arrugas» le están dando mensajes contradictorios. Por un lado, le están dando a ese niño, a su hijo o hija, un mensaje muy positivo, pero el niño aprende también solamente con observar cómo su madre o su padre se relaciona consigo mismo o con otras personas.
La consigna aquí es: «Lo que no te gustaría que tu hijo se dijera a sí mismo no te lo digas a ti, o por lo menos delante de él». ¿Vale? Y tiene la misma importancia también cuando hablamos delante de los niños de otras personas. Si tú a tu hijo le dices que el físico no es algo importante o que equivocarse no tiene ninguna importancia, porque lo importante es el aprender e intentarlo, pero luego criticas a alguien por su físico delante de él o criticas a alguien porque ha hecho algo mal, ahí es cuando le estamos dando mensajes también contradictorios. Esto me lo encuentro muchísimo en consulta, a padres y madres que se han esmerado muchísimo en darles mensajes positivos a sus hijos, tanto por su forma de ser como por su aspecto físico, y, sin embargo, vienen a los diez, once, doce años con preocupaciones sobre su aspecto o una autoestima muy baja. Aquí, cuando empezamos a indagar un poco sobre cuál es la relación que tienen tanto el padre como la madre consigo mismos, se empieza a dilucidar un poco dónde está la base del problema, y es que el niño o la niña ha ido absorbiendo, por esta gran capacidad plástica que tiene su cerebro, solamente con ver o escuchar el comportamiento de los padres.
Este diálogo, que nos da instrucciones dentro de nosotros mismos, nos ayuda mucho a conseguir metas y a ir poquito a poco avanzando paso a paso en todo lo que tenemos que ir haciendo. Después tenemos el diálogo disociativo. El diálogo disociativo es muy divertido. Es esa conversación que tenemos con nosotros mismos, pero que parece que tengamos con muchas personas a la vez dentro de nuestra propia cabeza. Por ejemplo, cuando queremos tomar una decisión importante y nos estamos debatiendo entre si hacerlo o no hacerlo, por ejemplo, dejar un trabajo. Una tiene su trabajo, está bien, está cómoda, tiene su salario, es algo seguro, pero está un poco aburrida, quizás no es algo que haya escogido de forma vocacional… Entonces empieza a pensar: «¿Y si cambio de trabajo? ¿Y si me dedico a algo que realmente me apasione y me guste?». Aquí se activa este diálogo disociativo. Nos disociamos dentro de nosotros mismos y aparece una vocecita más intrépida y más apasionada y una vocecita que busca esa seguridad. Esta voz más segura, lo que nos va a decir es: «No, no, Alba, quédate en este trabajo. Tienes un salario asegurado a final de mes. Además, ya conoces a la gente, ya conoces a tus compañeros. Es un poco aburrido, pero es que ya te conoces lo que tienes que hacer y lo haces perfectamente». Y luego la otra voz más apasionada me dirá: «Pero ¿te vas a quedar aquí toda la vida haciendo este trabajo cuando a ti lo que realmente te gusta es ir a ayudar, a hacer voluntariado siempre y a estar en contacto con la gente? Estás aquí metida entre cuatro paredes, en un despacho que… Cambia, porque te vas a quedar aquí estancada y no eres feliz».
Estas dos vocecitas que se debaten son facetas diferentes de nuestra propia personalidad y escucharlas nos permite conocernos en mucha más profundidad, saber cuáles son nuestros miedos, saber cuáles son nuestros deseos, nuestros sueños, nuestros anhelos. Tiene la función de conocernos más profundamente y al final ver cuál de estas dos voces gana. Después tenemos el diálogo social. Es este diálogo que todos y todas hemos tenido en algún momento de recrear conversaciones en nuestro cerebro. Recrear conversaciones que podríamos haber tenido, lo que le podrías haber contestado a esa persona que te ha dicho tal cosa o tal otra. Luego te viene esa respuesta, horas más tarde, cuando llegas a casa. Ese diálogo que tú imaginas en tu cabeza con esa otra persona es un diálogo social. O también se da cuando imaginamos, por ejemplo, momentos importantes en los que tenemos que hablar con alguien, una conversación importante o una entrevista de trabajo. «¿Qué puedo decir y qué me puede contestar la otra persona? Y entonces ahí, yo, ¿qué le puedo responder? ¿Y cómo se lo voy a decir? ¿Y qué palabras voy a utilizar?». Y este diálogo se utiliza para reducir esos nervios o esa ansiedad que nos genera a veces ese tipo de situaciones, esas entrevistas o esas conversaciones importantes. Esto nos permite entrenarnos dentro de nuestra cabeza a tener esas conversaciones o afrontar esas situaciones con más calma, porque ya hemos estado ahí de forma imaginada. Como decíamos antes, como nuestro cerebro no distingue muy bien entre realidad o imaginación, para nuestro cerebro ya será una situación un poquito más conocida.
Por último, tenemos el diálogo compulsivo. Este es el diálogo… La voz de nuestro peor enemigo. Es ese diálogo que le da vueltas y más vueltas a las cosas, que empieza a analizar, que empieza a sobrepensar, que nos empieza a cuestionar. Es ese diálogo que aparece después, imaginemos, de una primera cita con alguien. Nos vamos a casa y empezamos a pensar: «Ay, cuando he dicho esto creo que no me he explicado muy bien» o «Le he hecho esa broma. Creo que no le ha hecho ninguna gracia. Habrá pensado que soy tonta. Y cómo iba vestida… Habrá pensado que iba muy tapada, que iba muy destapada…». Todas esas preguntas que nos hacemos sobreanalizando lo que hemos dicho, cómo nos hemos comportado, cómo íbamos vestidas. Y los «¿y si…?». «¿Y si hubiera dicho esto? ¿Y si hubiera dicho lo otro? ¿Y si pasa aquello? ¿Y si pasa lo otro?». Este gran cajón de los «¿y si…?» que, cuando lo abrimos, sacamos uno y cinco más y otros cinco más y otros cinco más y nunca termina, esto forma parte del diálogo compulsivo y es precisamente el que tenemos que aprender a redirigir o a callar cuanto antes.
Cada uno tiene los suyos. Hay personas que se sienten muy cómodas con el contacto físico, que te saludan con un abrazo o que cuando hablan te tocan, que cuando hablan contigo se acercan, se acercan más que otras personas. Y hay otras personas a las que no les gusta mucho la cercanía física. Cada persona establece ahí sus límites en función de cómo se sienten cómodos. Luego están los límites emocionales, que tienen que ver con cómo comunicamos nuestras emociones, cómo nos gusta que nos las comuniquen, cómo nos expresamos. Y aquí, cuando, por ejemplo, alguien invalida nuestras emociones o lo que sentimos, estaría transgrediendo este tipo de límite, el límite emocional. Están también los límites sexuales, que tienen que ver con el comportamiento afectivo y sexual. Aquí es donde nosotros marcamos esas líneas en función de lo que queremos, lo que no queremos, dónde nos sentimos cómodos. Y no solamente tiene que ver con el comportamiento nuestro o de otra persona, sino también con aspectos como un tipo de mirada. Las miradas lascivas, por ejemplo. No es algo que nos digan directamente o que nos hagan algo directamente a nosotros, pero sí es un tipo de conducta que tiene que ver con este tipo de límites, los límites sexuales. Por ejemplo, los piropos. Habrá gente a la que a lo mejor no le moleste, pero a mucha gente sí le molesta. Este tipo de límites es un límite sexual. Después están los límites temporales. Los límites temporales son todos aquellos que tienen que ver con cómo nosotros organizamos nuestro tiempo o cómo acordamos organizarlo con otra persona, o, por ejemplo, en el trabajo. Cuando en el trabajo, por ejemplo, nos pasamos más tiempo del establecido o más tiempo del necesario, ahí se está transgrediendo un tipo de límite temporal.
O, cuando estamos con alguien y nos tenemos que ir y esa persona no nos está permitiendo irnos, también está transgrediendo este tipo de límite, límite temporal. Y, por último, tenemos los límites materiales, que son quizás los más fáciles de identificar. Son aquellos que tienen que ver con nuestra propiedad, con las cosas que son nuestras, y son muy fáciles de identificar cuando se transgreden porque vemos de forma muy clara cuando alguien coge algo que es nuestro o cuando alguien roba algo que es nuestro. Aquí lo tenemos superclaro, pero no tenemos igual de claro cuando alguien transgrede otro tipo de límites, como por ejemplo los que no se ven o los que no son cuantificables, como por ejemplo los límites emocionales o los límites sexuales. Y esto es importante que lo tengamos claro, el darle importancia a todos los tipos de límite. No porque sea un límite material tiene más importancia que un límite emocional. Todos los límites tienen su importancia. De la misma forma que tenemos muy normalizado, por ejemplo, que en nuestra casa se cierre la puerta con una llave y esa llave solamente la tengamos las personas que vivimos en esa casa y, si alguien viene, tiene que picar al timbre y nosotros darle el permiso o no de que entre, ocurre lo mismo en otros tipos de límites que no se ven. Incluso dentro de nuestra propia casa, con las personas con las que convivimos y con las personas a las que queremos, tenemos también otros espacios delimitados, otros límites que tomamos con total normalidad. Cada uno tiene su habitación, y su habitación tiene una puerta que abre o cierra en función de lo que le apetezca en ese momento, y nadie se lo toma a mal.
A nadie del resto de la casa le parece mal que una persona quiera estar en su intimidad y cierre la puerta. Está protegiendo un límite y está protegiendo su intimidad. Nadie se enfada y nadie quiere invadir ese espacio. Y, si lo quisiera invadir, veríamos muy claro que tenemos derecho a decirle: «Oye, perdona, antes de entrar en mi habitación, pica a la puerta» o «Quiero estar solo y por eso me he encerrado un rato en mi cuarto». Con esa misma normalidad tenemos que ver cuándo transgreden otros límites que tienen que ver más con las emociones o en nuestras relaciones. Cuando empezamos a ver los límites con la misma normalidad, los límites emocionales con la misma normalidad que los límites físicos, ahí podemos empezar a establecerlos a través de la comunicación, teniendo conversaciones con la otra persona y tratándolos con naturalidad y sin sentir culpa por querer que esa persona respete esos límites, y también sin sentirnos mal si la otra persona nos dice «esto me molesta», cuando la otra persona nos pone a nosotros también los límites claros.
Por otro lado, también están los elementos paralingüísticos, lo que te comentaba sobre el tono de voz, el ritmo, el volumen. Saber controlar la voz es saber controlar lo que la otra persona está percibiendo, sobre todo emocionalmente, de ti. Por ejemplo, si yo te pregunto «¿cómo estás?» y tú me dices «estoy bien» con este tono de voz, con los hombros caídos, con la espalda curvada, por mucho que tú, que tu boca me diga que estás bien, yo no me lo creo, porque tu comunicación no verbal no te está acompañando, me está transmitiendo algo completamente diferente. Y nuestro cerebro a lo que le hace caso es a lo que percibe en cuanto a lo no verbal, tanto lo paralingüístico como lo gestual. Por lo tanto, tener claros estos elementos es muy importante. Y uno de los puntos también que son esenciales es la mirada. Por los ojos se dice lo que por la boca no nos atrevemos a decir. Por eso la forma en la que miramos, si desviamos la mirada o si miramos directamente, si tenemos una mirada dura o si tenemos una mirada relajada, también transmite mucho de lo que estamos sintiendo, y a través de ella podemos expresar inseguridad o podemos expresar firmeza y autoconfianza.
Y la tercera regla de oro para la asertividad es algo que yo le digo… Una ley que es «a la tercera va la vencida». Y con esto me refiero a que, cuando hacemos algo tres veces consecutivas, eso se establece como una dinámica. En nuestro cerebro hay una parte, la parte prefrontal, que tiene que ver con la conducta social, con las dinámicas y con los roles sociales. Entonces, cuando tú te comportas de una determinada manera… Vamos a poner un ejemplo de que tú me haces un favor, y a lo mejor ese favor no te apetece mucho hacerlo, pero me dices que sí porque te sabe mal decirme que no. Y otro día te vuelvo a pedir ese mismo favor y tú vuelves a ceder. Y al tercer día vuelvo a venir y te vuelvo a pedir ese favor y tú vuelves a ceder. En esa tercera vez es cuando mi cerebro ya empieza a asociar esa conducta como algo normal, como una dinámica, como una regla que debe de ser así. Entonces, cuando ya se establece esa dinámica en nuestro cerebro social, en nuestra corteza prefrontal, es muy difícil después echar para atrás. En el momento en el que tú me quieras decir que no quieres hacer eso, yo lo voy a tomar como algo injusto o como algo incómodo para mí. «¿Habré hecho algo que le ha molestado?». O incluso a mí me va a molestar y voy a cambiar mi conducta contigo. Por eso es importante, desde un inicio, cuando uno no quiere hacer algo o le supone un esfuerzo, decirlo, comunicarlo, para que no llegue a esa tercera vez en la que ya se establece como una dinámica, como una regla en nuestra relación. Estas serían las tres reglas de oro para ser asertivos. Y esta primera regla que te he comentado antes de decir «no» sin rodeos es una de las cosas que más nos cuesta a todo el mundo, porque tenemos la sensación de que es de mala educación o tenemos la sensación de que es ser grosero el decir «no» y no dar muchas explicaciones.
Pero el hacerlo de esta manera, primero, nos valida a nosotros mismos, nuestras propias emociones. El hecho de decir «mira, es que no me apetece» y no tener que buscarle muchas más explicaciones es una forma de decir: «Es que yo valoro lo que yo siento, valoro mis necesidades y sencillamente es que no me apetece o no me parece bien o no quiero hacerlo». Eso es una forma también de transmitirle al otro el valor que tú te das y el valor que tú quieres también que se te dé. Y, por otro lado, también tiene la ventaja de no darle a la otra persona la oportunidad de que te vaya intentando convencer o intentando dar soluciones a todas esas excusas que a veces ponemos. Por ejemplo, si alguien te dice: «¿Por qué no vamos al cine?». Tú: «No, es que hoy quiero llegar pronto a casa». «Hay una sesión a las cuatro. Vas a llegar prontísimo a casa». «No, pero es que hoy he quedado con mi mujer». «No te preocupes, yo le mando un mensaje. Yo la voy a convencer». Siempre intentamos… Si siempre damos una excusa, la otra persona siempre va a tener la oportunidad para intentar buscar soluciones a lo que nosotros estamos diciendo. Por lo tanto, el «no» sin muchos rodeos es mejor que buscar todas esas excusas. Y eso lo podemos hacer de una forma muy amable y muy asertiva, con fórmulas de asertividad y también acompañándolas de esta comunicación gestual. Por ejemplo, un «no, gracias», «lo siento», si es que lo sentimos así, y quizá acabar con una frase de cortesía es una fórmula perfecta.
Te pongo un ejemplo. Me dices: «Alba, ¿por qué no vamos al cine?». Y yo te digo: «Gracias, pero hoy no, estoy cansada. Lo siento. Pásalo muy bien». Por ejemplo. Ya está. Con esto tenemos una fórmula corta, concisa. No da rodeos. Y este último coletazo, el «pásalo muy bien», esta fórmula de cortesía que añadimos al final, pone un punto y final. Es: «No insistas, pásalo muy bien». Es un punto y final. Luego también podemos utilizar otro tipo de fórmulas como el «no, gracias» y ofrecer una alternativa también. Tú me dices de ir al cine y te digo: «Hoy no, estoy muy cansada, pero ¿qué te parece si mañana vamos a tomar algo?». Es una forma de expresar que no te estoy diciendo que no porque no quiero pasar tiempo contigo. Te estoy diciendo que no por otros motivos y sí me gusta pasar tiempo contigo. Por lo tanto, te propongo una alternativa. Otra estrategia que podemos utilizar es la de pedir una prórroga, es decir, no responder inmediatamente a esta pregunta que me estás haciendo, porque a lo mejor en ese momento no lo tengo claro y, antes de decirte el sí, me lo quiero pensar. Muchas veces esto se nos olvida, que nos podemos permitir el tiempo para pensar si realmente queremos o no queremos hacer lo que nos están proponiendo. Y luego, por último, podemos utilizar, si la otra persona es muy insistente, la técnica del disco rayado. Si tú me invitas al cine, yo te digo primero que no, que hoy estoy cansada, y sigues insistiendo y sigues insistiendo y yo te voy diciendo que no, lo que podemos utilizar es esta técnica que consiste en decir la misma frase casi de forma inamovible una y otra vez. Por ejemplo: «Hoy no, estoy muy cansada, gracias. Pásalo bien». Si me vuelves a insistir, repetiré exactamente la misma frase: «No, hoy no, estoy cansada. Pásalo bien».
Ahora bien, cuando estas críticas o estas personas utilizan, por ejemplo, formas de manipulación, ahí tenemos que ser mucho más claros y a veces mucho más directos. Por ejemplo, es una de las pocas situaciones en las que recomiendo utilizar imperativos. Cuando detectamos una manipulación, tenemos que frenarlo en seco. O una falta de respeto, por ejemplo. Y ahí podemos decir: «No me vuelvas a faltar al respeto». Y no debemos tener miedo a hablar de esta forma directa y a hablar en imperativo, porque, cuando está en juego nuestro bienestar emocional, o incluso nuestro bienestar físico, ahí lo que estamos haciendo es protegernos, y no tenemos que tener miedo a hacerlo. Entonces, utilizar esos imperativos. Y, si esto se sigue produciendo, si esa persona sigue faltándonos al respeto o nos sigue gritando o sigue utilizando estas manipulaciones después de decirle nosotros «no vuelvas a intentar manipularme», «no vuelvas a faltarme al respeto», ahí es donde ya damos el ultimátum, y es decir la consecuencia de lo que va a ocurrir si esa persona continúa por ese camino, trasgrediendo ese límite. Por ejemplo: «Si sigues faltándome al respeto, esta conversación termina aquí». Eso sí, tenemos que ser consecuentes y lo que digamos lo tenemos que cumplir. Estas técnicas asertivas, que poco a poco se van haciendo más firmes a medida que la otra persona también su comportamiento va empeorando con nosotros, es necesario aprenderlas para no terminar en una situación más sumisa y terminar permitiendo que nos pisoteen o nos traten mal.