Sam y Frodo son tan reales como las leyes de Newton
Juan Gómez-Jurado
Sam y Frodo son tan reales como las leyes de Newton
Juan Gómez-Jurado
Escritor
Creando oportunidades
Nuestra capacidad de fabular nos ha traído hasta aquí Juan Gómez-Jurado | Escritor
Juan Gómez-Jurado Escritor
Juan Gómez-Jurado
Juan Gómez-Jurado lleva el título de "escritor más leído en español" con la resiganción (y el orgullo) de las cosas que uno no ha elegido. Lo que sí eligió, hace muchos años, fue la pasión a la que quería dedicar su vida. Esa decisión, tomada casi al mismo tiempo en que aprendió a leer, le convirtió en lo que es hoy por encima de todo: un excepcional contador de historias.
Nueve novelas y millones de ejemplares vendidos después, Juan Gómez-Jurado mantiene intacta su obsesión por las historias. Cree que si somos capaces de compartir un mito, tal vez, podamos sortear de mejor forma los baches que, inevitablemente, vamos a encontrar en nuestro camino. Por eso está convencido de que la vida es mejor si has tenido la fortuna de saber qué fue lo que recordó Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento.
Transcripción
Fijaos. Mi padre me leía desde que era muy pequeño, desde que puedo recordar. Él se sentaba a mi lado en la cama y me leía cosas. Cuando se le acabaron los cuentos de Calleja, porque ya me los sabía todos… Cuando ya sabes lo que guarda Barba Azul en la famosa habitación de la torre, no te causa el mismo nivel de espanto. Por otro lado, os estaréis preguntando qué demonios hacía un niño de tres años oyendo hablar de mujeres decapitadas. Bueno, aquí estoy, haciendo lo que hago. Mi padre nunca tuvo demasiado respeto por la historia que le debe venir bien a un niño. Simplemente me leía los cuentos y dejaba que yo me muriera solo con mis pesadillas. El caso es que un día se le acabaron los cuentos, y tenía muchos, pero claro, uno, dos cada noche… Yo, ansioso como era… Entonces, él me empezó a leer de un libro azul que había en la estantería del salón. Y ese libro azul, del que me leía cada noche, tenía cuentos mucho más extraños. Cuando fui lo suficientemente mayor como para leer por mí mismo y alcanzar el libro, me di cuenta de que todas las historias que él me contaba no estaban ahí. El libro en realidad era «El mundo como voluntad y representación» de Schopenhauer, libro que yo obviamente no podía entender con tres años, ni ahora con 46. Tampoco lo entendía Schopenhauer. Pero mi punto es el siguiente: «¿Qué pasó en su cabeza para decidir…?».
Esto lo he contado alguna vez, que sucedía eso, pero ¿qué pasó en su cabeza para llegar al punto en el que dijo: «El niño necesita más cuentos. No tengo más cuentos. Me los voy a inventar, pero en vez de inventármelos dejando claro que me los estoy inventando…»? Por ejemplo, «Caperucita Roja en el Polo Norte». Bueno, pues esa versión no la conocéis ninguno. Cambiaba un lobo por un oso polar. Bien. Por otro lado, los osos polares son los asesinos más terribles del reino animal, así que el cuento daba muchísimo más miedo. «El príncipe encantado en Wimbledon». Vale. Así que… Bueno, le ganó por bastantes años en tierra batida a Rafa Nadal. El tema es: ¿qué pasó por su cabeza para decir: «Voy a utilizar este libro que él no entiende y que muy probablemente no entienda nunca para apoyarme en él», casi como si fuera la pluma que Timoteo le regala a Dumbo y que le permite volar? Eso hizo que de repente fuera capaz de contar historias que él no había contado nunca, y se convirtió en creador simplemente porque su hijo le estaba pidiendo: «Cuéntame más cosas, cuéntame historias que no me sepa». Y creo que el momento en el que me di cuenta de lo que mi padre había hecho fue como si se abriese… Como cuando cae la pieza recta del Tetris en ese hueco perfecto y tú haces las cuatro líneas al mismo tiempo y suena… Y todo desaparece. Yo tenía cuatro años y medio, creo. Leí desde muy pronto.
Pero esa vez fue cuando me atreví a llegar a la estantería del salón subiéndome a una silla. Y lo siguiente que recuerdo es escribir mi primera historia en el colegio. Y ya está. Eso creo que fue el momento en el que mi vida tomó una dirección de la cual no me he desviado hasta ahora. Y eso probablemente sea lo segundo que he aprendido… En el coche, mientras venía hacia acá… Me dijeron: «Cuéntanos una historia para empezar». Y dije: «Pues me voy a inventar de dónde salgo». No es que… Lo que os he contado es cierto, pero sí que creo que el hecho de ser capaz de poner el dedo en el momento en el que empieza el camino en el que eres como eres es solo la mitad del trabajo. La segunda mitad del trabajo, la más importante, la que tenemos que hacer todos y cada uno de nosotros una vez que hemos decidido saber qué es lo que queremos ser, es no desviarte de ese camino, con todas las tentaciones que hay. Siempre que alguien me dice: «Quiero escribir», digo: «Pues escribe, tampoco es tan difícil». O sí lo es, es lo que más es. Porque tenemos hijos, hipotecas, cosas que pagar, partidos del Real Madrid que ver ganar… Hay un montón de distracciones en nuestras vidas: TikTok, Netflix, Instagram. ¿Quién es capaz de desviarse del «scroll» infinito? Y, sin embargo, si, en lugar de querer estar anestesiados, lo que queremos es ser, lo que queremos es ser felices, lo que queremos es hacer cosas, es importante ser capaz de decir: «Este es mi camino, tengo que mantenerlo».
Sin presión tampoco, ¿eh? También hay que comer helados y ver TikTok. Pero, si quieres ser muy bueno, muy bueno, muy bueno, a lo mejor tienes que plantearte hacer este esfuerzo a diario. No sé. Este es mi resumen. Bueno, mi nombre es Juan Gómez-Jurado y soy escritor.
Hola, Juan. Soy Laura y quería… A lo mejor estás un poco cansado de que te recuerden esto, pero ¿cómo se lleva la etiqueta de ser el escritor más leído en español? ¿No es mucha responsabilidad?
¿Habéis visto alguno? El anuncio decía: «¿Por qué elegir Avis si somos el número dos?». Número uno era Hertz, en alquiler de coches. «Because we try harder». Porque nosotros lo intentamos con mucha más fuerza. Y creo que eso fue una lección en mi vida. Quiero decir, estar tantos años por detrás de Arturo Pérez-Reverte era una motivación. Te obligaba a estar empujando con mucha fuerza, con mucha tenacidad por detrás de él. Y, bueno, nos llamamos por Navidad y para felicitarnos de vez en cuando. Y yo siempre decía: «Bueno, Arturo, ¿qué tal estás de salud? ¿Ya vas empezando a notar alguna tosecita, algún dolor en el costado?». «Estoy como una rosa, chaval. Otro año que tienes que esperar». Y, cuando pasó eso, él me llamó para darme la enhorabuena y dijo: «Mira, al final no ha hecho falta que me muera». Cosa que agradecimos los dos, pero fue un vértigo muy grande. Estaba más cómodo en el número dos. Así que lo que hice fue volver a las lentejas, quitarlas del fuego, porque es muy importante que cuando echas el pimentón quites el aceite del fuego, para que no se te queme y amargue, y me centré en eso y dije: «Bueno, pues ahora es el momento de ignorar esto y creo que voy a ignorarlo de una forma muy concreta. Voy a ignorarlo centrándome cada día y mientras pueda en el momento presente y no pensando en lo exterior». Porque, y esto creo que es un buen consejo para la vida, en lo bueno y en lo malo, todo lo que tiene lugar fuera de ti y en realidad sobre lo que no tienes ningún control, ¿para qué vas a pensar sobre ello?
Pero la verdad, la verdad auténtica, tú sabes dónde está. Tú sabes que está en un mapa que trae un viejo marinero a la posada del almirante Benbow, y que, cuando Billy Bones le entrega la marca negra al marinero y el marinero muere, Jim Hawkins encuentra el mapa hacia ese lugar donde se puede ser feliz. Y tú sabes que ese mapa también está al principio de un libro que se llama «El señor de los anillos», que tú lo estudias y dices: «Este es el camino a Mordor. No quiero ir aquí, pero voy a ir». Y en ese camino a Mordor se es feliz y se encuentran amigos que son tan reales como la persona que tenéis a vuestra izquierda y a vuestra derecha. Eso es así. Frodo y Sam existen y no hay nadie que pueda decirme lo contrario. Y yo creo firmemente, igual que creo en la teoría de la relatividad, aunque no la entienda, igual que creo que las leyes de Newton funcionan, porque hago así con un bolígrafo y se cae al suelo, de la misma forma nítida creo que en el puente de Khazad-dum, Gandalf rompió la vara contra la piedra e hizo caer al Balrog a la sombra, eso pasó. Y además pasó porque sé que cuando lo leí por primera vez volví a leer la página porque no quería que sucediese y había sucedido. No había vuelta atrás. Quiero decir, el hecho de que tú seas capaz de reconocer, Sergio, lugares donde quieres vivir ya te convierte en una persona que tiene unas capacidades que muchos otros no tienen. Alguien que no lee no va a tener eso nunca.
¿A qué puede entregar su alma? ¿A la música, que es el quizás el único arte más elevado que la literatura? Posiblemente. Pero yo no lo entiendo porque tengo el oído de madera. Me voy a quedar con la segunda arte más elevada de todas y decir: «Esto es lo más grande que hay». Con lo cual no puedo señalarte qué libros me habría gustado escribir, porque lo que sí te puedo decir es los mundos en los que me hubiera gustado vivir o en los que me gustaría vivir o que me gustaría haber creado. Pero, si señalara uno solo, aunque ya he señalado un par de ellos mientras hablábamos, dejaría de lado tantas cosas… Las calles de Los Ángeles de Chandler. Dashiell Hammett, «Cosecha roja». Me gustaría mucho visitar la finca de los Baskerville, porque ya he vivido ahí y he sentido miedo por la noche cuando aullaba el perro. Eso es así. Y he tenido miedo a que cayera el sol en el pueblo de Salem’s Lot, porque sabía que en el momento en que cayera el sol todos estaríamos en peligro. Y he sentido el paso del tiempo a medida que avanzaba el atardecer. Eso es real. Y solo necesito un par de líneas para evocarlo. Y estoy seguro de que todos los que estáis aquí, si os gusta leer como a mí, me diríais cualquier libro, un par de líneas, y de repente estaríais en ese lugar. Así que no te voy a decir nada.
Simplemente es que, como nosotros disfrutamos mucho de eso, disfrutamos mucho de la literatura, disfrutamos mucho de ello, disfrutamos mucho de la experiencia, del placer de leer, de la sensación de leer, de lo que para mí es la sensación número uno del mundo… Mejor que un orgasmo, ¿vale? Mejor que cantar «Paquito el Chocolatero» en las fiestas de tu pueblo a las tres de la mañana y cocidos a calimocho. Lo mejor que hay en el mundo es estar metido debajo de la manta diciendo: «¿Qué va a pasar ahora? Necesito saberlo». Para mí es lo mejor que hay en el mundo. ¿Y en qué me convierte eso? En una persona que desea transmitirlo. Pero, claro, eso tiene peligros. Tiene peligro cualquier cosa que te coloca en una situación de sabelotodismo. «Es que leer es mejor». Por tanto, aunque ese es mi principal trabajo, también considero que tiene que partir del respeto, de que «escucha, si no lees, no pasa nada». Hay mucha gente que no lee y no pasa nada. Vive vidas felices y plenas. Pero, en mi humilde opinión… Si tú leyeras y la ciencia dice… Reduce el estrés, reduce la ansiedad, fomenta la empatía, reduce el ritmo cardíaco, es capaz de generar conexiones neuronales donde no las hay, y todo esto es ciencia. Ciencia.
El deporte tiene muchísimos beneficios. Si yo fuera deportista intentaría que la gente practicara deporte, porque entiendo que toda la cantidad de endorfinas que genera el deporte es maravillosísima. Como a mí lo que me gusta es leer, me dedico a eso. Y creo que… Esto lo aprendí hace poco. Creo que la mejor manera de abordar la promoción de la lectura, sobre todo cuando aparentemente es cada vez más difícil, porque aparentemente hay cada vez más distracciones… Es mentira. Las cifras de lectores no paran de crecer, sobre todo entre los jóvenes. Creo que la manera es hacerlo desde el revés. Decir: «No hace falta que leas, no hace falta que vivas otros mundos maravillosos, vidas que no ibas a vivir de ninguna forma. No vas a saber lo que es tirarte a un tren después de haberte acostado con quien no debías, como Anna Karenina. Nunca vas a saber por qué aquella tarde, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía recordó el día en que su padre le llevó a conocer el hielo. No lo vas a saber. No vas a saber lo que es vivir eso. ¿No quieres? Allá tú». A lo mejor esta es la forma. No lo sé. Yo cambio de opinión muy fácilmente. Y, sobre tu segunda parte de la pregunta, que es la más difícil, la que me ha hecho pararme unos segundos antes… No creo que haya libros perjudiciales. En la nutrición sí, claramente. Lo que pasa es que son peras con manzanas. Creo que no podemos equiparar libros con hamburguesas, porque, además, hay una distinción entre lo nutricional y la lectura, porque no te va a hacer daño. Quiero decir, muchas novelas románticas con «highlanders» en la portada, con tíos con falda en la portada, enseñando el pecho desnudo, tienes que leer para que eso te afecte.
A lo que voy es… Es mucho más difícil que un libro te haga daño. Y, sin embargo, al revés, si te gusta mucho leer y has leído lo suficiente y te enfrentas a un libro excepcionalmente mal escrito, lo que puede suceder es que te produzca lo contrario, que es: «¡Qué divertido es esto! ¡Qué bien me lo estoy pasando!». Porque, normalmente, si un libro te ha llegado y es famoso, aunque sea muy malo, es porque es muy divertido. Ejemplo que me ha sucedido hace poco con «Alas de sangre». Es un libro que no he podido parar de leer. Me descubrí abriéndolo y a las cinco de la mañana llevaba la mitad, y es así de gordo, esperando a que llegara el porno, que está más bien hacia el final, por si queréis ir derechos a esa parte. Y, según iba leyendo, yo iba diciendo: «Qué inteligente es esta escritora, qué inteligente es». Porque el libro está extraordinariamente mal escrito, pero no puedes parar de leerlo. Y coge todos los tópicos habidos y por haber. O sea, es una mezcla de «Los juegos del hambre» con «Harry Potter» con novela erótica. El tío no puede ser más tóxico, el tío del que está enamorada ella. Y es una novela para chavales y chavalas de trece, catorce años. Yo decía: «Este libro es una mierda, pero me lo quiero acabar». Yo aprendí de lo que había hecho Rebecca Yarros en ese libro. No sé si se lo recomendaría a mis hijos, pero sí tengo una cosa muy clara.
Si tú lees ese libro con la sensación de leer, o sea, esa sensación de leer que no tiene nombre, que ojalá lo tuviera, yo creo que el trabajo está hecho. Por eso no creo que haya libros malos. Creo que hay libros mejor escritos, peor escritos, más divertidos, menos divertidos, libros para ti, libros que no son para ti, libros universalmente aclamados que no todo el mundo tiene que leer o que no es su momento para leerlo. Si tú lees «La divina comedia» con 14 años y empiezas a leer sobre esa noche oscura del alma de Dante y que se encuentra un leopardo que le enseña la entrada al infierno, tú coges eso, se lo tiras al profesor a la cabeza y abres «Alas de sangre» y dice: «Y entonces, cuando se la mete, empiezan a caer rayos». Frase que está, ¿eh? Lo que estás escuchando. ¿A que te vas a comprar el libro? Creo que es importante que el lector se encuentre con el libro, que cuando el libro es demasiado para el lector le suele echar. A mí el Quijote me echó con catorce años, a pesar de que me obligaron a leerlo. Catorce o quince. No me pongáis una pistola en la cabeza, que no me acuerdo de cuándo fue. Y, sin embargo, con treinta, lo leí, lo releí y sigo leyéndolo, a día de hoy, cada año o cada dos años. Entonces, no hay libros malos, hay libros apropiados, inapropiados… No sé.
¿Por qué? Porque entendéis que las dos personas tenéis algo en común, que es un mito compartido, una idea superior que compartimos. Y eso es esencialmente todo. Así hemos llegado hasta aquí, con esa capacidad de colaborar que nos ha permitido arrasar con todo a nuestro paso, para bien y para mal. Arrasar con los enemigos, con los dientes de sable, con los mamuts, con los virus, con las bacterias, con la «Yersinia pestis», que casi nos destroza en el siglo XII, XI, no me acuerdo ahora. Fuimos capaces de arrasar con las ratas que transmitían la peste. Hemos acabado con el paludismo, con el sarampión, a través de la colaboración. Y eso, vale, nos define como sociedades, pero, como individuos, ¿qué nos queda después de eso? Quiero decir, ¿qué me define a mí? ¿Qué me diferencia a mí, Juan, un chaval al que le gusta leer, que hace deporte obligado, que su grupo favorito de música es La oreja de Van Gogh? ¿Qué me diferencia a mí de…? Yo qué sé. O sea, hay 300.000 personas en España con estas mismas características que yo. Entonces, ¿qué somos? Y cuando te paras a pensar que realmente lo que nos permitió conquistarlo todo era también nuestro principal defecto, la capacidad de contar historias… Lo estamos viviendo cada vez más. Esa capacidad de contar historias se está volviendo en nuestra contra.
Porque esa capacidad de asumir mitos compartidos y de confiar en personas que comparten tu propio mito, tu propia idea superior, aquello con lo que te identificas, se está volviendo en nuestra contra, en términos de manipulación de masas que no habíamos visto jamás nunca en la historia de la humanidad. Entonces, creo que es el momento, en este punto de nuestra historia, de empezar a reflexionar más como individuos desde esa perspectiva de las dos cosas que tú has dicho. El amor, para empezar. Porque eso sí que no lo puede tener nadie más. O sea, una abeja va a compartir un propósito común con el resto de abejas del hormiguero, del… enjambre. Perdonad, del panal. Pero no va a sentir amor por otras abejas, porque son máquinas orientadas a un propósito. Y en ese sentido son muy parecidas a nosotros. Pero sentir amor, amor desinteresado, que yo te desee a ti, Paloma, que seas extraordinariamente feliz, que a cada paso que tú des en tu vida esté yo detrás de ti diciendo «quiero que te vaya bien, voy a apoyarte con todo», incluso a costa de mi propio beneficio, eso es realmente lo que nos hace humanos. Esa capacidad. Lo que nos hace civilizados nos permite gobernar el mundo. Lo que nos hace humanos nos permite que nuestro superpoder no nos destruya. Pero, aun así, tengo malas noticias para ti, Paloma. Puede que no te cojan en esa entrevista de trabajo.
Puede que tu mujer o tu marido descubra que le gusta mucho el estanquero o la estanquera, que tiene diez años menos que tú. Y puede que ese bulto que tengo aquí debajo de la axila no sea benigno. Porque esas cosas pasan. Ojalá no a todos todas, pero esas cosas suceden. Y en ese momento, ¿qué nos queda? Porque el amor está muy bien, pero solo con amor… Si yo llego… «Es que de verdad quiero que te vaya todo muy bien. Te voy a entregar todo lo que yo tenga». Pero ahí no llegamos a nada. Y a mi mejor amiga, cuando hace dos años le detectaron un cáncer de páncreas que la iba a matar de forma fulminante, y lo sabíamos todos, ella y yo, mi primera llamada por teléfono… Tenía 43 años y dos hijas. Entonces ¿qué haces? ¿Transmites amor? Si ya lo sabe. Sabía yo que la quería con locura. Si le debía la vida. Y lo que me ayudó. ¿Y ahí qué arma nos queda? Pues la otra. Así que la llamé por teléfono y le dije: «Buenas noticias, Eva». «¿Sí? ¿Por qué?». «Ahora puedes fumar todo lo que quieras». Creo que no he escuchado jamás una carcajada más limpia, hermosa, espontánea, liberadora… se me están poniendo los pelos de punta…. me dan ganas de llorar… que la que soltó Eva en ese momento. Me dio las gracias. «Estoy hasta la polla de mi hermano, que va detrás de mí llorando todo el rato. «Ay, Eva, qué pena, qué pena»». Ahí el amor no alcanzaba.
Cuando todo está perdido, cuando no queda luz, cuando ya llama a la puerta el inspector de Hacienda o el médico está llamando con el diagnóstico que no quieres escuchar, lo único que nos queda es reírnos, y eso es lo que nos hace humanos también.
Esa es la segunda cosa que he aprendido, que una vez que has superado el hecho físico de matar a alguien… Pista, lo mejor es el veneno. Lo complicado es encontrar la coartada y deshacerte del cuerpo. Hay maneras. No te las voy a decir. Pero probablemente la química sea lo más fácil. Necesitas un lugar con mucho espacio, con una buena ventilación, y una serie de productos químicos que no te voy a relatar. Son de bastante fácil acceso, pero mi recomendación es que, si de verdad te motivas mucho y consigues descubrir esos productos químicos, no los compres todos en el mismo sitio, no los compres todos con la misma ropa. Procura llevar mascarillas de distintos colores y acuérdate, esto es muy importante, siempre paga en efectivo. Dicho lo cual, está muy feo matar gente.
Yo veo a Clint Eastwood avanzando entre la cantina y la oficina del sheriff y una planta rodadora ahí por medio y un montón de gente que va a empezar a salir por orden para que les dispare por orden y yo estoy bien. Yo veo a Uma Thurman en «Kill Bill» y estoy bien. Y me parece bien. Los 88 maníacos… Ahí no me salen 88, pero da igual, mátalos a todos, vamos. Y, sin embargo, no sé, en la vida real, en cuanto me hacen algo, se me olvida. Soy supertonto. Porque luego la retrato muy bien, la venganza, me gusta mucho. Quiero decir que me parece uno de los motores más… Lo ha sido siempre en la historia de la literatura, creo que desde la «Orestíada» hasta nuestros días ha sido una de las constantes que mejor retratan el sentimiento humano. Porque, al fin y al cabo, la justicia, en sentido estricto, es darle a cada uno lo suyo. Es «esto es tuyo, esto es mío». ¿Has quitado algo de la ecuación? Pues ahora toca quitar algo de la ecuación. Y en los lugares donde no existe otra forma de justicia, el tomarse la justicia por su mano es extraordinariamente atractivo. Luego hay que… Cuando vuelves al mundo real, que es una mierda, ya lo hemos dejado establecido antes, tienes que acordarte de que no tienes un Colt con seis balas. Pero… Y no puedes ir por la vida saltando de tejado en tejado y aporreando al Joker. Pero qué divertido es.
Y no os estoy hablando de la que se ha estrenado hace poco. Os estoy hablando de la anterior, de George Miller, que es probablemente, y lo digo con el corazón en la mano, la primera gran obra maestra cinematográfica del siglo XXI. Me parece que esa es una película que es tan indiscutible, tan inatacable… Es una catedral cinematográfica desde todos los puntos de vista. Y lo estaba poniendo ahí, con todas sus… Y eso era todo lo malo. Es decir, era una reacción inmediata. No había reflexionado, obviamente. Estaban los títulos de crédito todavía a todo volumen. Y había escrito en negativo. Había cometido los tres errores que toda crítica no puede cometer. O sea, cualquiera de estos la invalida. Cualquiera. El más importante, la reacción inmediata. «Buah, qué maravilla». No. «Buah, qué mierda». No. No pensar. Pensar es poner cosas en contexto. Pensar es… ¿Dónde estoy yo? ¿Dónde está la película? ¿Dónde estoy yo con respecto a la película? ¿Dónde está la película con respecto a las demás películas de su género? ¿Dónde está su género con respecto al resto del mundo? Y eso ya… Tenemos que empezar por ahí. No vamos a hablar igual de «Paddington» que de «El padrino», siendo las dos películas buenísimas. Pero de una hablamos en su contexto… Es una película «feelgood» creada para chavales de siete a doce años, que a mí personalmente me vuelve loco y me quiero comprar el osito de peluche. No vamos a hablar igual de eso que de «El padrino».
Entonces, claro, ese tipo de reacción inmediata, irreflexiva y en negativo es lo que nos han regalado las redes sociales. Pero nos lo han regalado para todo, no solo para la crítica que se le ejerce a una persona. Las mías son buenísimas, tengo muchísimas estrellas. Pero… Y luego iré a… Voy a terminar… Estoy trazando un círculo, pero voy al final de tu pregunta, Claudia. Pero el problema es que esta inmediatez y esta irreflexión, y este: «No, si no voy a sumar, hablo igualmente porque necesito desahogarme o me creo que me hace parecer más inteligente», creo que es el mayor mal que estamos viviendo ahora mismo. Creo que esa capacidad de utilizar las emociones de la gente como palanca, que nosotros tenemos que resistir a todo lo ancho que dé… O sea, no digas nunca nada en negativo en redes sociales, jamás. Si es muy fácil, si lo único que estás haciendo es convertirte en el alimento de lo peor del ser humano, que es la negatividad, el odio, la confrontación. Todo lo que está mal en este momento en el mundo surge de estas tres cosas: reacción inmediata, irreflexión, hablar en negativo. Por tanto, cualquier cosa que tuviera esas tres características me molestaría, pero lo ignoraría enseguida, porque diría: «Si es que no ha pensado». Pero hay una que recuerdo que me duele. Y ahí es a donde voy. «Menuda mierda de libro. Lo dejé en la página siete».
Eso era todo el libro. Toda la crítica. No hemos pensado. ¿No? No hemos pensado mucho. Hay que llegar hasta el final de las cosas y hacer, como mínimo, el trabajo que se merece el lector, la persona que tú tienes enfrente, o el cineasta o lo que sea, para leer, ver la película entera, no mirando el móvil, dejar pasar un rato, si puede ser un día, y después ya empezar a decir: «Esto me ha gustado. Esto no me ha gustado». Y, por favor, te lo suplico, Claudia, a todos los demás. La peor palabra, la palabra que os convierte automáticamente en una persona con 50 puntos menos de coeficiente intelectual del que tenéis… Esto mismo se lo dije a mi hijo ayer porque la utilizó. Es «sobrevalorado». ¿Sobrevalorado por quién, imbécil? «»El padrino» está sobrevalorado». ¿Por quién? ¿Por 50 años de personas que la han estado viendo de rodillas? Eso te coloca inmediatamente en un pedestal al que evidentemente no tenías derecho a subirte. Ese pedestal no existe. Está hecho de aire, amigo. Eso se lo intenté explicar el otro día y se enfadó muchísimo conmigo. Pero, por otro lado, es bueno, porque ya no la va a volver a usar. Me lo ha prometido.
O sea, estoy metiendo tripa, ¿vale? Si no, pues ya se ve que… Escucha, me gustan mucho las alitas de pollo. Y obviamente tú te comes una alita de pollo… Tú tienes un cuerpo «superfit», de gimnasio, estás increíblemente potente. Ojalá ser César. Pero yo me como una alita de pollo y ya sé que es un amor para toda la vida. O sea, esto es para siempre en tus caderas. Tú también lo has pensado, ¿verdad?
Este sí que es un amor eterno y no lo de Scarlett O’Hara. Entonces, el… El cine, al igual que la poesía, el arte, una canción de Rosalía, cualquier cosa que a mí me estimule es susceptible de aparecer en mis libros. Y lo hago desde el más absoluto descaro. «Ah, esto es bueno, pa’lante». No me importa, porque es la clase de escritor, de autor que soy. Yo no soy un gran escritor. Yo soy un escritor que transmite entusiasmo y soy muy consciente de eso. Y escribo desde ese sitio. Por tanto, si el cine es una referencia fundamental para mí, no importa. Adelante. Mi trabajo no es elevar los límites del lenguaje. Mi trabajo es otro. Mi trabajo es que tú te lo pases muy bien. Mi trabajo es que, cuando llegues al final de un capítulo, digas: «Otro poquito más». Ese es mi trabajo. Soy esencialmente un narcotraficante. Por tanto, el cine, que es muy importante para mí, tiene muchas cosas que me pueden aportar cosas. La velocidad… Por otro lado, es imposible que un escritor que escriba en el siglo XXI obvie el cine, porque llevamos ciento y pico años de arte de masas que ha dejado imágenes fijadas en nuestras retinas, de la misma forma que Galdós cuando planificaba un trávelin como el que está haciendo esta cámara, que está haciendo aquí con nosotros, en «Fortunata y Jacinta» estaba anticipándose al cine antes de que existiera.
Porque eso es lo que sucede. Las artes se contaminan entre ellas, los artistas se contaminan entre ellos. Nadie crea en el vacío. Porque escribir no tiene nada que ver con la originalidad. La originalidad es un concepto hueco. Primero, por inexistente. O sea, una voz puede ser fresca, pero una historia no puede ser original, porque te garantizo que ya se han contado todas. Lo que importa es volverlas a contar de manera que nos vuelvan a interesar. El cine tiene muchas cosas que decir sobre esto y al revés. Y todas esas contaminaciones existen. Y me gustaría saber cerrar esta alocución y esta pregunta de otra forma mejor, pero no se me ocurre nada. No aplaudáis esto.
Al final, para poder opinar sobre la vida hay que vivir. Para escribir hay que vivir. Lo cual me recuerda que, para opinar en general sobre la vida, que para tener empatía con los demás y para ser capaz… Y me voy a sentar aquí a vuestro lado para hacerlo. No tengo silla, así que me tendré… Mira, apoyo aquí las piernas y ya estoy. Creo que la mejor forma de despedirme no es sentado en esa silla, que me alegro de que se quede vacía, sino como uno más de vosotros. ¿Os gusta leer a vosotros? ¿Sí? ¿A alguien no le gusta leer?
Entre todos lo reventamos. Y Cesar solo también. Sentarme aquí como uno más de los lectores es para deciros eso. Leer es lo más divertido que hay. Al principio cuesta un poco, sobre todo si no tienes costumbre, pero, si te metes en ello, si de verdad haces «voy a leer, voy a intentarlo» y consigues que un libro te enganche, te puedo garantizar que no va a haber nada más hermoso en la vida. Aquellos que os gusta leer, enganchad a las personas que tenéis al lado. Sé que se quejan. Sé que se resisten. Sé que vuestro novio, novia, pareja dice: «No, no me apetece. Si yo estoy bien, estoy viendo el fútbol». Tengo un consejo muy bueno y me ha funcionado siempre que lo he recomendado a la gente que venía a la Feria del Libro, que nos decía: «Oye, venga, a ver si animas a mi novio, a mi novia». «Mira. O te lees este libro o hasta que no termines de leer este libro no hay sexo». Oye, mano de santo. Funciona perfectamente. Esto es animación a la lectura. Gracias por estar ahí. Muchas gracias a todos, chicos.