Los valores del alpinismo, grandes valores para la vida
Sebastián Álvaro
Los valores del alpinismo, grandes valores para la vida
Sebastián Álvaro
Periodista y aventurero
Creando oportunidades
La aventura: un aprendizaje imborrable para la vida
Sebastián Álvaro Periodista y aventurero
¿Qué nos enseña la aventura?
Sebastián Álvaro Periodista y aventurero
Sebastián Álvaro
Sebastián Álvaro resume la pasión de su vida en una frase: “La aventura nos enseña que somos seres finitos y vulnerables, pero capaces de hacer mucho más de lo que imaginamos”. Periodista, realizador y alpinista, fue el creador y director del programa de televisión ‘Al filo de lo imposible’. La serie documental que cambió la concepción de la aventura y el alpinismo en España.
Durante casi 30 años, recorrió con su equipo algunos de los lugares más bellos, recónditos e inexplorados del planeta.
Más de 200 expediciones y 300 documentales le han convertido en una de las personas que más viajes a lugares salvajes del mundo ha realizado.
Del montañismo y la exploración, destaca valores educativos como el esfuerzo, la superación y el trabajo en equipo. Pero su concepción de la aventura va mucho más allá. Para él, la aventura tiene que ver con la fugacidad de la vida. Asegura que esta debe vivirse con pasión, emoción e incertidumbre. Y añade: “Sólo tenemos una vida, no hay ensayos. El tiempo perdido no se recupera jamás”.
Sebastián Álvaro ha recibido el Premio Nacional del Deporte, tres medallas al Mérito Militar, dos premios Ondas, nueve premios de la Academia de Televisión y dos medallas del Festival Internacional de cine y TV de Nueva York.
Es autor de dieciocho libros sobre montañismo y colabora habitualmente con algunos de los medios de comunicación más relevantes de España.
Transcripción
Hay una parte, con todo lo que hicimos, que yo creo que sí que tiene que ver con el esfuerzo, con el sacrificio, con un montón de valores. Muchos de ellos de la montaña. Pero que a mí me gusta recordar que buena parte de esos valores los llevaba de mis padres. Me gustaría empezar esta charla entre amigos contándoos que yo soy el hijo de los lecheros de Campamento. Mis padres sí tuvieron una crisis importante: una familia con cuatro hijos que tenían que sacar adelante. Así que en un año tuvieron que cambiar un negocio de la lechería por otro de un almacén de materiales de construcción. Yo he visto a mi madre, con 40 o 45 años, descargar camiones de cemento, sacos de cemento que pesaban 50 kilos. Así que, muchas veces, cuando estaba sufriendo en una montaña o alguien a la vuelta me decía que era muy dura, yo lo que recordaba era la dureza de mis padres.
Y muchas veces, cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de que eso es realmente lo que soy. Somos lo que fuimos en nuestra infancia, somos herederos de lo mejor que hicieron nuestros padres con nosotros. Y me gustaría que mi hijo y que mis nietos me recordaran exactamente por eso. Así que yo creo que ese apartado de valores sí que tiene que ver con la montaña y con todo aquello que hice. Tiene que ver con la solidaridad de un grupo, con el trabajo en equipo, con confiar en la gente con la que vas atada a una cuerda como esta. ¿No? Tiene que ver con los cariños, con los afectos que eres capaz de tejer. Tiene que ver con algo que es, probablemente, lo más importante que nos pasa en la vida, que es la forma como gastamos el tiempo. O de cómo malgastamos el tiempo. El dinero lo podemos acumular, lo podemos gastar o malgastar, y lo puedes volver a acumular otra vez. Nada de eso es importante. El tiempo que pierdes no se recupera jamás.
Probablemente, uno de los libros mejores que he leído y que mejor simboliza el alpinismo y todo lo que me he dedicado a hacer, la gran aventura, es un libro de un alpinista francés muy conocido en los años 60 que es Lionel Terray, que se llama Los conquistadores de lo inútil. Qué cosa más inútil escalar una montaña, ¿no? Muchas veces, a la vuelta de una expedición dura, mi madre, mientras me cubría de besos, me decía: «¿Qué se os ha perdido allí? ¿Qué veis allí arriba?». Allí arriba no ves nada, no ganamos nada, no hay gloria que conquistar, no hay dinero, afortunadamente, que pague subir a una montaña difícil ni el que te juegues la vida. Allí arriba lo que te ves eres tú. Y no podemos aspirar a nada más grande que cierto conocimiento sobre uno mismo, cierto conocimiento sobre la experiencia, cierto conocimiento sobre la gente que te rodea. Yo he visto en esas expediciones cosas de mí y cosas de mis amigos que de otra forma no podría haber ni siquiera intuido. Cuando en el mundo solamente había siete personas que habían conquistado las 14 montañas de más de 8000 metros sin botellas de oxígeno, cuatro de ellas habían pasado por el equipo de Al filo de lo imposible. De alguna forma, igual que hizo Félix Rodríguez de la Fuente, lo que hicimos fue reconciliar a España, a los españoles, con la aventura romántica de nuestros días, con ciertos valores como el sacrificio. Y todo esto para llegar… Bueno, para llegar al fondo de la historia, ¿no?
Eso que muchas veces nos dijeron que era lo más inútil de la vida, como escalar una montaña, o una canción, o un poema, o hacer un libro… Eso, en el fondo, es a lo más útil que podemos aspirar. Así que estoy aquí para contaros algo que tiene que ver con esos 30 años de aventuras, y de alegrías sobre todo, y también sin rehuir parte de esas tristezas que tuvimos. Es un placer estar con vosotros. Muchas gracias.
“La aventura nos enseña que somos seres finitos y vulnerables... Pero capaces de hacer grandes cosas”
Todo lo inútil, que hablábamos antes, en realidad es lo que nos hace diferentes como humanos, como especie. Nos diferenciamos apenas un 2% del código del chimpancé, pero sin embargo somos capaces de sentarnos en un sitio, en la cumbre de una montaña y observar el horizonte. Yo he visto a compañeros míos, he visto a un grandísimo amigo como el catedrático Eduardo Martínez de Pisón, que es nuestro mayor experto en geografía y en paisajes, llorar viendo un atardecer. Así que lo primero es una percepción de la belleza. Las montañas, en realidad, son el último lugar sin habitar del planeta, ajeno a la domesticación del ser humano. Y por tanto, el planeta de antes y de después del hombre. Y por eso nos atrae. Y luego, es un mundo duro, cruel, donde se siente frío, donde te sientes vulnerable. Hay veces que perdemos la propia concepción de lo que somos porque tenemos herramientas, porque tenemos coches que nos transportan, teléfonos que nos comunican estés donde estés… Pero cuando estás al pie de una montaña, abajo, como puede ser el K2, eres lo que eres realmente. Eres un ser diminuto, pequeño, vulnerable, que necesitas todo lo que tienes dentro si quieres subir a esa montaña.
Así que hay una especie de reto, parece que con la naturaleza. Pero eso también sabemos que es imposible. Una montaña como el K2 te puede borrar de un plumazo. En realidad, es un reto contigo mismo. Y lo haces con tus compañeros. Tiene que ver con la emoción y, por supuesto, con la razón. Tienes que tener la cabeza con la inteligencia. En realidad, el corazón nos impulsa, pero es la cabeza la que nos guía. Así que todo eso lo vas a necesitar allí. Esa emoción después de haber pasado por el tamiz y que te hace comprender en realidad la maravilla del planeta en el que hemos crecido, en el que vivimos. Así que, para mí, la montaña es todo eso, más los amigos con los que lo compartí, y que es lo más grande. En realidad, las montañas son insensibles a nuestras emociones, a nuestros sentimientos. Cuando decimos que el Nanga Parbat o el K2 es una montaña asesina, es lo más incierto. Nosotros las cargamos de significados, de emociones, de sentimientos. Y en realidad, lo que hacemos es librar una partida con gente con la que se puede ir al fin del mundo. Buena parte de esos amigos que me acompañaron al fin del mundo, algunos de ellos se quedaron por el camino. Y me ofrecieron mucho más de lo que yo jamás les llegué a pedir. Pero es gente con la que se podía ir al fin del mundo. Y fuimos.
Pero fue más allá. Bonatti, probablemente, tiene una estética de las montañas superior. En Bonatti son importantes las escaladas, pero son importantes las rutas que trazó, las montañas que escaló, y luego, por último, fue, como dejaron dicho de él, el alpinista más honesto y puro que jamás ha existido. Fue un hombre incorruptible, que trataron de contar una mentira en la expedición italiana de 1954, y dedicó toda su vida a poner de relieve que lo que él había contado era la verdad. La verdad del K2, tiene un libro que se titula así.
Y luego, en segundo lugar, pero no debajo de Bonatti, sino al lado de Bonatti, Eduardo Martínez de Pisón. Eduardo Martínez de Pisón es un geógrafo español. Probablemente la persona que más sabe de montaña, la persona que más ha hecho en los últimos tiempos por el paisaje de montaña, por la naturaleza, la persona que mejor ha sabido transmitir que necesitamos cuidar el paisaje. Es buen amigo mío, los dos han escrito muchos libros, los dos son fuente de inspiración y ejemplos a seguir.
Y luego, lo hicimos exactamente igual que Félix. Félix, para nosotros, fue un referente y un maestro. Félix lo que hacía era contar historias. Historias que tienen que ver con la esencia de nosotros mismos. En su caso, pues era la fauna ibérica. En nuestro caso… En nuestro caso, lo que hicimos fue contar historias apasionantes de grandes aventuras. Yo me hice aventurero leyendo los tebeos de El Capitán Trueno, y luego, todos los libros que me compraban mis padres hasta que fui adolescente. Lo mejor que me ha pasado en mi vida, lo que más tengo que agradecer a mis padres, es las horas que pasó mi madre enseñándome a leer. Porque es por los ojos, por la lectura, por lo que nos entra el conocimiento y la emoción. Es costoso aprender a leer, pero una vez que abres esa puerta, es una puerta abierta a la imaginación, a las más grandes historias. Desde luego que fue muy bueno hacer expediciones al K2, pero ha sido tan bueno o más leer los libros de Pisón, de Bonatti, de Lionel Terray… Y otro montón que lo que te hacen es dejar volar la imaginación. Somos capaces de viajar con los pies, pero, sobre todo, con la cabeza.
Así que, Fran, yo creo que, en definitiva… En todo el mundo, ¿eh? Y probablemente porque, en el último siglo, hemos pasado de 2300 millones a 7500 millones. Pero, desde luego, falta conciencia medioambiental. Y luego, el tema del cambio climático, del calentamiento global de la Tierra, está acabando, está arrasando los últimos grandes paisajes de los hielos del planeta. En realidad, puede pensarse que nosotros no tenemos nada que ver con los glaciares ni con la Antártida. Pero toda la vida del planeta es dinámica y está entrelazada. La Antártida juega un papel vital en la climatología, en las corrientes marinas, en la vida animal marina del planeta, como para poder desechar una cosa así. Además, 3000 millones de personas dependen del agua de las montañas. Me gustaría que hubiera un tipo de conciencia ambiental, que somos herederos de John Muir, el padre, en realidad, para todo el mundo, de los parques nacionales. John Muir lo que hizo fue darse cuenta de la capacidad depredatoria que tenemos los humanos, y fue el creador, el impulsor, de los parques nacionales en Estados Unidos, y de allí a todo el mundo. En España llegaron enseguida. En 1918 se hicieron los primeros parques nacionales. Que, por cierto, en España son de montaña: Covadonga y Ordesa.
John Muir, que llegó a la conclusión de que, en realidad, la naturaleza tiene que ver con algo más que lo físico, que tiene un valor extraordinario sobre lo sentimental, sobre nosotros, y que lo necesitamos tanto como lo material, lo dejó explícito en una frase preciosa cuando escribió: «El sol no solamente brilla por encima de nosotros, también brilla dentro de nosotros».
Si cambias, si educas a un chaval, está estupendo porque le cambias la vida. Si educas a dos generaciones de mujeres de la aldea, van a educar a toda su familia y eso no se va a olvidar jamás. Pensando en cómo dar valor a todo eso que teníamos, se me ocurrió algo… Que como decía mi madre, nunca he tenido sentido de la mesura. Se me ocurrió coger a tres chicas que deberían de casarse ya y empezar a tener hijos, porque las niñas en Hushé se casan a los 14 años. A los 16 o 17 tienen dos bebés. Por supuesto, tienen que dejar de estudiar para encargarse de la casa, del campo, del ganado. Se me ocurrió coger a tres chicas que querían escalar y hacer el primer equipo femenino de escalada de Pakistán. Así que nos fuimos en verano y escalamos una montaña de 6000 metros. ¿Y eso para qué ha servido? Ha servido para poner de manifiesto que las mujeres del Baltistán, igual que sus maridos, sus hermanos, sus padres, sus abuelos, como Karim, son capaces de escalar montañas muy altas. Hemos escalado una montaña de 6050 metros y espero que este año que viene podamos subir a una montaña de 7000 metros. Y quién sabe si dentro de dos o tres años tenemos a niñas de 18 o 19 años escalando montañas de más de 8000 metros en el país que más montañas de 8000 metros, más bellas, desde luego, tiene de todo el planeta.
Y eso, por supuesto, está muy bien. Y está muy bien porque, por primera vez, chicas de esas aldeas pueden hacer lo que ellas quieren hacer. Pero, además, queremos que vayan a la universidad, queremos que sigan educándose, y que el deporte, o en este caso el alpinismo, y la educación tienen que ir juntas. Y que, en todo caso, depende de su voluntad. Y eso tiene que ver, desde luego, con la integración, con la igualdad de la mujer y con la igualdad de oportunidades en una zona tan deprimida como la zona norte de Pakistán. He escalado montañas, he hecho expediciones y he atravesado desiertos. Pero si me dijeran: «¿De qué cosa estás orgulloso?», estoy orgulloso de mi gente de Hushé, estoy orgulloso de mis amigos de Zaragoza haciendo proyectos como este.
Yo lo que haría es que los niños lean libros de aventuras. Si es que son las grandes aventuras. Es que leyendo los libros de Conrad o los tebeos de El Capitán Trueno… No es necesario que compréis los tebeos de El Capitán Trueno ahora, aunque los están volviendo a reproducir. Pero hay un montón de libros de aventuras que nos hacen viajar con la imaginación.
Yo fui aventurero porque yo también quería montar en un globo, como el Capitán Trueno, e irme a países exóticos en busca de lo desconocido, y surcar mares tormentosos, desiertos terribles, y escalar grandes montañas. Y al final, lo hice realidad. Pero si no hubiera leído esos tebeos, si mi madre no hubiera propiciado abrir la imaginación con lecturas maravillosas que realmente te atan la cabeza y te atan el corazón, pues probablemente no me hubiera dedicado a ser aventurero. ¿Y qué nos aporta? Nos aporta lo mejor de la vida. Nos aporta el conocimiento de que somos animales finitos y mortales, débiles. Y sin embargo podemos hacer un montón de cosas. Es probable que no podamos hacer todo lo que deseamos en la vida, pero sin duda podemos hacer mucho más de lo que imaginamos. Y aquel niño de seis años ha llegado a dar la vuelta varias veces, ha cruzado el desierto de Taklamakán, ha hecho 60 expediciones a montañas que superan los 8000 metros, y además cruzó los Andes en globo, y voló en parapente desde volcanes de 6000 metros…
Solamente tenemos una vida, y no hay ensayos. La vida es como es, solo se nos da una oportunidad. Y podemos elegir de qué forma podemos querer vivir la vida. Decía Kipling que solo hay dos clases de personas: las que salen a viajar y las que se quedan en casa a ver pasar la vida debajo de la ventana. Cada uno puede elegir, pero yo creo que solamente merece la pena vivir la vida con aventura, con interrogantes, con incertidumbre, vivirla con entusiasmo, con pasión, vivirla a lo grande. «Entusiasmo» es una palabra preciosa que proviene del griego y que significa «poseído por la divinidad». Es que la aventura es el único sitio, el único momento, la única forma en que podemos robar tiempo a la muerte porque el tiempo se detiene. Y como decía Savater: «La aventura no es el tiempo de ocio, el tiempo que se compra o se vende porque tiene precio». Savater termina diciendo: «La aventura es el tiempo apasionado». Al filo fue eso. Al filo fue la aventura, fue instantes de plenitud que dan sentido a una vida. Así que fíjate todo lo que les podemos enseñar a los chavales.
Un poco como el Camino de Santiago antaño, ¿no? Tiene que ser un peregrinaje. Tiene que ser un peregrinaje en búsqueda constante. Y no importa que no tengamos respuesta para muchas de las preguntas que nos hacemos. En realidad, lo que importa, lo que nos hace esencialmente humanos, es el hacernos preguntas. Y viajar es eso. Viajar es viajar sin saber cuándo vas a volver a casa. Viajar es quedarte en el sitio si te quieres quedar. Viajar es vivir con la gente a la que vas. Viajar es buscar la diferencia. Hay gente que viaja a otros sitios queriendo buscar la misma comida que tenemos aquí, los mismos hoteles que tenemos aquí, los mismos paisajes, las mismas autopistas… Y se enfadan si no lo encuentran. Cuando lo que vamos buscando es otra cosa. Y lo vamos buscando para enriquecernos. El verdadero viaje, el que te enriquece, es el de la diferencia.
Es lo que hemos llamado «transmisión cultural», y que apenas en 13.000 años, en esas historias que nos dejaron escritas en las cavernas, esas pinturas, en realidad, nos cuentan historias extraordinarias de gente que fue como nosotros hace tan solo 7000 o 10.000 años. Quizás las pinturas más antiguas tengan 30 o 40.000. Esos humanos, esos hombres y esas mujeres, en realidad eran como nosotros. Exactamente como nosotros. Salimos hace aproximadamente entre 10.000 y 13.000 años de la última glaciación, y hoy somos capaces de viajar a las estrellas. Somos una especie absolutamente diferente precisamente por nuestra capacidad de admirar la belleza, por nuestra capacidad de contar historias.
En 11 años hicimos como 60 expediciones. Hicimos 90 capítulos de Al filo. Los ochomiles los escalábamos de dos en dos. Así que cuando oíamos que otra gente tenía accidentes en la montaña, siempre pensábamos que es que esa gente era más torpe que nosotros, estaban menos preparados que nosotros. Que nosotros éramos invulnerables. Y sin embargo en 1994, después de una experiencia durísima, después de hacer cima en la cara norte del K2, y después de un rescate durísimo, dejaríamos a un compañero, a Atxo Apellániz, a 6400 metros de altitud, en una tienda. Y a Juanjo San Sebastián le amputarían siete dedos de las manos. Y lo que me estuve preguntando es si merecía la pena dedicarse a una cosa tan dura como hacer un programa documental, que simplemente lo que hacía era honor a su título: estar al filo de lo imposible. Y llegué a la conclusión de que merecía la pena. Y merecía la pena un poco por todo lo que os he contado aquí, que al fin y al cabo es el resumen de 30 años de aprendizaje. De aprendizaje duro, pero de aprendizaje al fin y al cabo. Que tiene que ver con ser lo que tú quieres ser. Lo que se nos da a algunos privilegiados en las sociedades democráticas avanzadas, en países como España en este momento, podemos elegir la vida que queremos llegar. Así que llegamos a la conclusión de que merecía la pena llevar la vida que quieres llevar, la que has decidido vivir.
Y eso no quiere decir que una montaña, por mucho que sea el K2, merezca la pena la vida de un compañero, ni siquiera dejarte una uña en una montaña de esas. Pero también es cierto que pagamos. Pagamos por los actos y por las cosas que hacemos, que tienen consecuencias. Así que si tú vas al K2, desde luego, antes de salir de casa tienes que saber que puedes morir. Y luego puedes hacer lo que crees que tienes que hacer. Llevar el mejor grupo, hacerlo de la mejor forma, no ser imprudente, procurar llevar mucho cuidado en cada una de las cosas que haces. Pero luego, al final, la vida es como es. Así que después de todo eso decidí que lo mejor que podía hacer en mi vida es hacer un programa que probablemente sea el programa que más nos ha marcado, el programa que recuerdo cada plano que he montado, cada letra que escribí en el texto, que se tituló simplemente K2, y que fue un homenaje a nuestro amigo Atxo Apellániz.
Así que muchas veces, pensando en aquella historia, y pensando, sobre todo, en los amigos que he perdido, lo que me doy cuenta es que buena parte de esos amigos, de esos 33 amigos, el primero fue Manuel Martínez y el último ha sido Alberto Zerain, desde luego que no eran más torpes que yo, ni menos listos, ni menos fuertes. Simplemente tuvieron peor suerte que yo. Los montañeros no vamos a la montaña buscando la muerte, como alguna vez, tontamente, se escribe en algún periódico. Es justo lo contrario. Lo que vamos buscando es la vida. Lo que vamos buscando nos trasciende a nosotros incluso, a nuestras pequeñitas vidas profesionales, con nuestros quehaceres diarios. Tiene que ver con la vida en mayúscula, tiene que ver con la utilidad de esas cosas, de lo inútil.
Decía Machado que solo el necio confunde el valor y el precio. Nosotros hemos ido allí buscando valores, enriquecer nuestras vidas. Ha pasado el suficiente tiempo desde 1994, y hay muy pocos días de mi vida que no me acuerde de buena parte de esos amigos. Porque, en definitiva, soy la suma de ellos. He llegado a muchos poetas románticos de la Edad de Oro del Romanticismo británico. En realidad, son los mejores conquistadores de los extremos de la Tierra: los polos, las grandes cumbres del Himalaya, los grandes desiertos de Asia Central, el interior de África… Y muchas veces, a través de Shackleton o a través de Scott, de repente encontré que detrás había un libro que llevaban esos exploradores románticos. Y hay un verso del Ulises de Tennyson, el poema os recomiendo que lo leáis porque es maravilloso, pero yo os lo voy a resumir. Porque, de alguna forma, es el resumen de nuestra propia vida. De todos aquellos jóvenes impetuosos y probablemente torpes, pero esforzados y duros, que empezamos un sueño que era Al filo de lo imposible. Y que el poema viene a decir: «Venid, amigos míos, venid, porque nunca es tarde para buscar un mundo nuevo. Pues aunque mucho ya se ha ido, aún queda mucho. Y aunque ya no tengamos la fuerza que antaño removió cielos y tierras, seguimos siendo lo que somos: un heroico ardor de corazones menguado por el tiempo y el destino, mas resueltos a luchar, buscar, encontrar y no rendirse jamás».
No llegaría a pisar la Antártida porque, a unos 100 kilómetros, los hielos del Mar de Weddell… Se congeló e hizo prisionero a un barco al que había puesto como nombre Endurance, que significa «resistencia», porque el nombre de su familia era «resistir es vencer». Y luego remataba la frase diciendo: «Pero, además, hay que ser condenadamente optimista». Y eso es lo que hizo Shackleton. Es todo un ejemplo. Hoy en día, es puesto como el ejemplo del liderazgo moderno. Mientras Scott es su antítesis, es partidario de la disciplina e incluso, digamos, de la crueldad de la Marina británica, educada en castigos y demás, Shackleton es todo lo contrario. Por varias cosas. Una, porque sabe que para ser jefe, para que la gente te respete, tienes que dar ejemplo. Es básico. De Shackleton he aprendido prácticamente todo lo que se necesita para ser un buen jefe de expedición. Shackleton nunca pensó en nada más, lo primero en la seguridad de su gente.
Así que cuando el Endurance fue hecho prisionero por los hielos, y luego literalmente triturado… Fue triturado, hecho astillas, y se hundió. Reunió a su gente y les dijo: «Señores, hemos perdido el barco y las provisiones. Ahora el objetivo es regresar a casa sanos y salvos». Y parecía fácil de decir pero imposible de cumplir. Estaban a 15.000 kilómetros de casa. No tenían las comunicaciones que tenemos hoy en día. Pero, además, el día que salían de Inglaterra, se iniciaba la Primera Guerra Mundial. Así que los británicos estaban muriendo a cientos de miles en las trincheras de Europa, y nadie estaba preocupado por la suerte de esos 28 aventureros. Así que Shackleton supo darse cuenta de la verdad esencial: si quieres salir vivo de un lío, de un problema como ese, la condición previa es tener al equipo unido. Y él es lo que hizo. Es lo que hizo, dando ejemplo, reconociendo cuando se equivocaba, y siendo el primero a la hora de todas las tareas.
Vivieron, aproximadamente, sobre témpanos a la deriva, 17 meses. Mientras la deriva de los hielos les sacaba a mar abierto. Los témpanos, a medianoche, se giraban, se partían, se volteaban. Estuvieron a punto de morir varias veces. Y a todo esto, comiendo muy poco, hidratándose lo justo. Cuando por fin, 16 meses después, pisaban la isla Elefante, parecían fantasmas. Era gente que parecía sacada de otro mundo, con barbas, al límite de la extenuación. Seguían igual de perdidos, porque su única salvación estaba en Georgias del Sur, a más de 1500 kilómetros de distancia. Nuevamente, Shackleton, dando ejemplo, sabiendo que lo más probable es que muriesen, él, con cinco compañeros, se metió en una canoa de 6,5 metros, le pusieron un hule, una vela, y después de 19 días en ese mar, con las olas pasándoles por encima, atinaron en Georgias del Sur.
Es una aventura de tal calibre, que prácticamente es irrepetible todavía hoy en día. Y todavía les quedaba atravesar Georgias de punta a punta, una isla llena de glaciares, montañas imposibles, escarpaduras, grietas… Shackleton, con dos compañeros, los dos únicos que se mantenían en pie, logró atravesarla. Es una aventura que he realizado dos veces, en el año 2003 y en el 2013. Estuvimos con uno de mis mejores equipos más que con el agua al cuello. Lo pasamos realmente muy mal. Todo esto para que Shackleton y esos dos compañeros llegaran a las factorías balleneras que entonces había en la isla, pedir auxilio, y a la cuarta intentona lograría sacar a toda su gente. Es uno de los tipos que más he aprendido. He aprendido que lo más importante es la seguridad de tu gente. Si quieres que tu gente te siga al final del mundo, lo que tiene que saber tu gente es que vas a estar con ellos hasta el final.
Y luego, el valor. El valor de las cosas intangibles que no tienen que ver con lo material. Porque, al final, en contra de lo que decía Shackleton en su anuncio, que prometía reconocimiento y gloria en caso de éxito, la mayoría de esta gente no tuvo ni reconocimiento ni gloria. Realmente, Shackleton no ha sido reconocido hasta hace dos días. Porque Shackleton llegaría seis años después a Georgias del Sur, y el mismo día que llegó le dio un infarto, y sus compañeros quisieron enterrarle al acorde de la Canción de cuna de Brahms, que es de las cosas más emocionantes que me han pasado en mi vida, estar en la tumba de ese tipo, que representa para mí lo más grande de la exploración romántica del siglo XX. Y de todos los aprendizajes. Porque en la tumba de Shackleton, sus compañeros quisieron poner un poema de Robert Browning, otro de los grandes poetas románticos, que viene a sintetizar… Bueno, viene a sintetizar todo lo que os he querido contar y que tiene que ver con la educación y el aprendizaje.
Porque sus compañeros le quisieron poner un poema en la parte trasera que dice: «Yo sostengo que un hombre debe de luchar hasta el final por el precio en el que ha puesto su vida». Es decir, tienes que pagar el precio por poner delante tus sueños, por conseguir esos sueños imposibles que la mayoría de la gente que está a nuestro lado los considera completamente inútiles, pero hoy sabemos que es lo más útil que podemos hacer en la vida.
Y lo único que hay por encima de eso es la valentía. De alguna forma, la historia de la humanidad, desde luego, la historia del alpinismo en los últimos tiempos, no es una historia de conquistas. Es una historia de triunfo sobre el miedo. Un triunfo del ser humano sobre sus propios miedos. Y si echamos la vista atrás, eso ha sido el motor del progreso de la humanidad. No hay mucha gente… El progreso de la humanidad, si echamos la vista atrás, desde luego, desde los últimos años… En los últimos 500 años, en los que el mundo se hace moderno y global. Con Colón, con los descubridores españoles y portugueses, con Magallanes… Que ahora se cumple, por cierto, el V centenario de la vuelta al mundo. Es el triunfo sobre el miedo. Es el triunfo también de la valentía, de la curiosidad innata por conocer todo lo desconocido que tenemos. Lo que conocemos apenas es una gota de agua en el océano de lo desconocido. Así que el alpinista que va a una montaña no es un loco suicida que no tiene miedo. En realidad, el auténtico valiente es el que es capaz de vencer sus miedos. Y yo conozco a muchos alpinistas valientes que la noche anterior que sale para iniciar el ascenso a una gran montaña no puede dormir. Es la historia de nuestros miedos, pero al mismo tiempo es la historia de la valentía necesaria.
Los clásicos griegos no toleraban dos cosas, ni dos tipos de gente, que eran los cobardes y los traicioneros. Lo cual quiere decir que lo que realmente premiaban era a los valientes y a los honrados. Ya sé que probablemente hoy en día no esté muy bien visto y se hable muy poco, pero yo siempre puedo decir que Al filo estuvo lleno de gente valiente, de gente honrada, de gente que pasó por encima de sus propios miedos, siendo al mismo tiempo prudente y audaz.
Estar en un sitio inexplorado es un regalo de los dioses que realmente me concedieron. Doy gracias a los dioses por haberme permitido nacer en un tiempo en el que todavía era posible la exploración en soledad, en la que era posible recorrer mapas en los que ponía «vacío, en blanco, del planeta». Y eso tiene que ver, probablemente, con una emoción tan intensa que es muy difícil que sea descrita con palabras. Es la soledad buscada, es contemplar la Tierra como si estuviera hecha por ti por primera vez. Es para los peregrinos de los grandes paisajes, para la gente que le gustaría ver la Tierra de antes y después del hombre, es para los soñadores de la libertad. De todos aquellos que soñamos con los grandes paisajes sin trincheras, sin dueños, sin alambradas. Es para la gente que ama la naturaleza. Es para todos aquellos que entendemos que nuestra vida, sin lo que nos rodea del planeta, en realidad no tiene ningún sentido, porque nosotros somos la misma Tierra.
Así que cada vez que decimos que el planeta está en peligro… No, no, el planeta va a seguir girando otros 4600 millones de años después. La duda es si lo hará con nosotros o sin nosotros. Así que, como decía mi buen amigo Walter Bonatti, él me dijo: «Yo soy un hombre de otros tiempos y me voy a quedar en mis tiempos». Y me voy a quedar en esos tiempos de la exploración, del alpinismo clásico, de los grandes amigos para escalar montañas y no expediciones comerciales. Pero, sobre todo, me voy a quedar con esos paisajes, algunos de los cuales compartí con vosotros a través de los documentales que hacíamos. Esos paisajes en los que te asomas al vacío de tu propio interior. Eso ha sido lo mejor, Israel.
Lo que ocurre es que, muchas veces, hay una parte de la aventura que la decide el azar. Yo no hubiera ido en el año 2003 a Guadalupe si hubiera sabido que un anclaje se iba a romper e íbamos a perder a un compañero. Y estuvimos a punto de morir. Y no hubiera subido al monte Cook si hubiera sabido previamente que nos iba a caer un alud que estuvo a punto de acabar con nosotros. Y no hubiera ido en 1981 al Hidden Peak porque me caí a una grieta a 50 metros. Y si hoy os estoy contando esta historia aquí es porque tuve dos grandísimos amigos que me sacaron de esa grieta infernal y pude sobrevivir. Sin saber que tres o cuatro meses después, uno de ellos ya no estaría. Hay una parte de la vida que decide el azar y otra que decidimos nosotros. Y lo único que podemos hacer es enfrentar lo que nos coloca el destino delante.
Edward Whymper, uno de los grandes alpinistas de todos los tiempos, uno de los que marca la historia del alpinismo, porque fue el primer hombre en escalar el Cervino, que era la montaña imposible por naturaleza. Whymper la escaló en 1865. Hizo siete intentos. Dos veces estuvo a punto de morir. Y por fin, consiguió ser el primero. En realidad, iban siete personas. Y a la bajada de la cumbre uno de ellos resbaló, los llevó al vacío. Todavía uno de ellos estuvo a tiempo de pasar la cuerda por una roca. La cuerda se rompió. Cuatro de ellos se cayeron por el vacío de la cara norte y murieron. Y a los otros tres, se les quedaría la cumbre más amarga de toda su vida. Era la primera vez que se subía al Cervino y lo que se había cobrado era la vida de cuatro amigos.
Al final de sus días, Whymper escribió un libro precioso que acaba con una frase, que no me la sé de memoria pero que más o menos dice: «Hay alegrías demasiado grandes para ser descritas con palabras. Hay tristezas sobre las que no me atrevo a extender». La historia de mis montañas, de mis amigos, de Al filo de lo imposible, de toda la gente que me acompañó en una aventura maravillosa y a la que agradezco todo lo que soy, a toda la gente que me transmitió los valores, que en realidad es una vida de aprendizaje continuo, me gustaría haber dedicado esta charla y a ellos se debe todo lo que fue Al filo de lo imposible. Así que muchísimas gracias, amigos. Muchas gracias.