¿Qué nos aporta estar juntos?
David Pastor Vico
¿Qué nos aporta estar juntos?
David Pastor Vico
Filósofo y profesor
Creando oportunidades
Por qué no deberíamos perder la confianza en los demás
David Pastor Vico Filósofo y profesor
David Pastor Vico
Como sus homólogos de la antigua Grecia, David Pastor Vico es un filósofo totalmente inmerso en la sociedad de su tiempo. Ha cambiado la túnica por el look metalero y le preocupan cuestiones como las redes sociales, la pérdida de confianza interpersonal o el individualismo. Actualmente es profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México. Provocador, didáctico y divertido, este sevillano se ha propuesto “despojar a la filosofía del rostro erudito y elevado”. Y lo consigue. En el país azteca, donde reside hace más de un lustro, es el ídolo Vico. Fenómeno mediático, que abarrota pabellones gracias a su manera sencilla de exponer la filosofía.
En ‘Filosofía para desconfiados’, su último libro, utiliza el humor satírico y la cotidianidad para analizar la sociedad y fomentar el pensamiento crítico. “¿Conoces el nombre de los hijos de tus vecinos?”, pregunta. Y advierte: “La desconfianza es el rasgo principal de una sociedad profundamente individualista”.
La soledad, la felicidad, la falta de juego en los niños o las nuevas tecnologías son, para Vico, asuntos sobre los que reflexionar. “En los niños, el juego permite la consecución de habilidades sociales y hemos delegado la educación a la tecnología. Antes socializábamos en un parque y eso ya no sucede”, asegura. Y reclama a los clásicos sin ornamentos: “Aristóteles nos dirá que no hay posibilidad de felicidad sin amigos”.
Este amante de la sabiduría, propone la necesidad de un cambio: “hacia una ética basada en la confianza entre las personas, la responsabilidad y la concepción del animal humano como un todo con la sociedad y no como individuo solitario, egoísta y fácilmente manipulable”. Sus observaciones combinan la clarividencia del erudito y la contundencia del metal.
Transcripción
Sin embargo, y ahí viene el dato, para que empecemos a pensar sobre eso, en Estados Unidos, George Morgan, un sociólogo, nos dice: “Sí, uno de cada tres estadounidenses dice que se puede confiar en los demás. Pero ojo, sólo uno de cada cinco jóvenes estadounidenses dice que se puede confiar en los demás”. La juventud, los jóvenes estadounidenses, y entiendo que de casi todo el mundo, están perdiendo esa capacidad de confiar en los demás, de confiar en el otro. El índice de confianza interpersonal es la respuesta a una sola pregunta, es la respuesta a: “¿Crees que se puede confiar en los demás?”. Es un riesgo, porque ¿quién es el demás? ¿Quién es el otro? Podemos confiar en el que vemos como igual, pero ¿el otro?
Un niño que no sabe escribir correctamente, o no lee correctamente, no puede expresarse ni demostrar sus conocimientos. Pero además, el hecho de estar jugando con los demás nos obliga a relacionarnos con ellos, o sea, a desarrollar esas habilidades sociales que para Aristóteles serían absolutamente normales, porque el hombre es un animal político. Sin embargo, cuidado, Aristóteles nos dirá: “Sí, sí, esas habilidades están ahí en potencia, pero tenemos que actualizarlas, tenemos que desarrollarlas”. Todos tenemos la capacidad, cuando somos bebés, de ser empáticos. A un año de edad, el Instituto Max Planck, en Alemania, demostró que a un año de edad, la disposición de un bebé humano de ayudar a una persona en peligro, a una persona que tiene necesidades, es absoluta. El niño no sabe ni siquiera hablar, ya anda y es capaz de intentar ayudarle, de abrir una puerta, de sujetarle algo, de darle algo. Es increíble, con un año de edad. Tenemos esa capacidad empática, sí, pero la podemos perder. ¿Y cómo la perdemos? No jugando. Si jugamos, desarrollamos todas esas capacidades, si jugamos somos capaces de abrir ese abanico de habilidades sociales. Cuando empezamos a recortarlos con la falta de juego, nos encontramos adolescentes a los que les cuesta trabajo sostener la mirada como estamos haciendo tú y yo ahora, a los que les cuesta mucho trabajo expresar sus sentimientos, a los que les cuesta trabajo acercarse al otro, empatizar con el dolor del otro. Y muchísimos problemas desarrollados con eso, como por ejemplo la soledad, la depresión, el estrés, la ansiedad. Y de repente aparecen las redes sociales. Y las redes sociales te dicen: “No tienes amigos, no sabes hacerlos, no tienes esa capacidad, no juegas, no tienes tiempo, no te has podido relacionar en tu infancia, no te preocupes, aquí los vas a tener. Nosotros vamos a encontrar a tus amigos”, y de repente es miel sobre hojuelas. sobre todo cuando resulta que hace muy poco tiempo la Universidad de California, en Los Ángeles, sacó un estudio demoledor y decía que un “like” en las redes sociales, supone al cerebro del adolescente o de la persona que ha entrado perfectamente en las redes sociales y forma parte de su mundo, lo mismo que comer chocolate o que ganar dinero, sabiendo tú y yo que comer chocolate es un sustituto del sexo. Entonces, imagínate…
"Hay que proteger el mundo de los niños, su tiempo de juego es sagrado"
Pero claro, si tiene dudas, si le ha cundido, si es suficiente. Eso solo lo va a dar el contraste, eso solo lo va a dar el diálogo con el otro, con su otro compañero de escuela, con el profesor, con el otro siempre. Pero si es que están solos. Es que están solos. Es que nuestros jóvenes cada vez están más solos, y la soledad y la depresión van de la mano. Y la Organización Mundial de la Salud ya lo ha dicho: la depresión es la enfermedad del siglo XXI. Cinco de cada cien personas en el mundo van a sufrir de depresión. Y de ese cinco por ciento, el cinco por ciento del cien por cien de depresivos del mundo se suicida. Cuidado, estamos en una ola de suicidios, estamos en una ola de depresión y esto no va a parar. Te voy a dar un dato de los de pararse a pensar…
"Hay que recuperar lo que nos hizo seres humanos, que es confiar los unos en los otros"
"Para tener pensamiento crítico tenemos que conocernos y dialogar"
Entonces tenías que aprender que hay ciertas cosas que se pueden permitir, que hay mentiras piadosas. Esos pequeños dilemas morales se convierten en el juego diario, en esa consecución de habilidades sociales. Y cuando jugabas en la calle con los niños, siempre estaba el dueño de la pelota. Porque en mi época no todos podíamos tener una pelota, ni todos teníamos unas zapatillas deportivas. Y entonces el dueño de la pelota decía: “Se juega lo que a mí me da la gana”, y tenías que aprender que, o bien te unías a los demás para poder cambiar las reglas del juego, o bien tenías que buscar algún tipo de estrategia. Realmente esa capacidad…